Egipto – ¡Contra Morsi! ¡Contra los militares! ¡Por la lucha de clases!

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En nuestro artículo anterior, tras analizar la situación en Egipto, escribimos la siguiente conclusión:

«El capitalismo ha reunido los medios para destruir todo resquicio de vida humana en este planeta. El colapso de la vida social y el gobierno de bandas asesinas armadas – este es el camino que lleva a la barbarie, indicado por lo que está pasando ahora mismo en Siria. La rebelión de los explotados y de los oprimidos, la lucha masiva en defensa de la dignidad humana, de un futuro real – esa es la promesa de las revueltas en Turquía y Brasil. Egipto se encuentra justo en el cruce de estos dos caminos, que son diametralmente opuestos, y en este sentido, es un símbolo del dilema al que se enfrenta toda la especie humana»[1].

Los trágicos acontecimientos que se han producido y acelerado considerablemente durante el mes de agosto en Egipto tras las reacciones al golpe militar contra el ex presidente Morsi, en particular, la sangrienta represión de los Hermanos Musulmanes que culminó el 14 de agosto, son el testimonio de la gravedad de esta situación y confirman la idea de una “encrucijada” en la que se encuentra toda la humanidad.

Atrapados en la lógica de la guerra civil

El pantano de la descomposición, de la crisis económica y social, la corrupción y las desastrosas políticas del gobierno de Morsi (elegido en junio de 2012) llevaron a la población de nuevo a las calles para expresar su descontento con el aumento de la pobreza y la inseguridad. Fue esta deteriorada situación, agravada por la irracionalidad política y un sinfín de provocaciones de los Hermanos Musulmanes, lo que empujó al ejército egipcio para llevar a cabo el golpe de Estado del 3 de julio, deponiendo al presidente Morsi de su cargo. A su vez, la agitación social continuó, avivando peligrosas tensiones y algunos enfrentamientos sangrientos. Esto hizo que la situación se decantara totalmente hacia la guerra civil. La única fuerza capaz de mantener unida a la sociedad, el ejército, se vio obligada a intervenir y evitar que esta se rompiera en pedazos. Así pues, el hombre fuerte del momento es el jefe del ejército, Abdel Fattah al- Sissi. Este último se vio obligado a imponer una política de represión brutal, sobre todo el uso de la policía civil en contra de los Hermanos Musulmanes y de las fuerzas pro-Morsi. Durante todo el verano, ha habido un creciente número de enfrentamientos entre los elementos a favor y en contra Morsi, dando lugar a bastantes muertes, sobre todo entre los Hermanos Musulmanes. Las manifestaciones y sentadas a favor de Morsi, que reunieron hombres, mujeres y niños, fueron dispersadas de forma violenta. Los ataques del ejército dejaron alrededor de mil muertos. La ley marcial, bajo la forma de un estado de emergencia y de toque de queda, fue impuesta en El Cairo y en 13 provincias. Varios líderes de los Hermanos Musulmanes así como algunos activistas (más de 2000) fueron arrestados, entre ellos el “líder supremo” Mohammed Badie y muchos otros, algunos de los cuales murieron en prisión después de intentar escaparse.

Desde entonces las manifestaciones, objetivos de las balas de la policía y el ejército, se han vuelto menos numerosas. Como de esta forma mantienen el “orden”, el ejército y la policía se han ganado el apoyo de la mayoría de las personas que ven a los Hermanos Musulmanes como terroristas. Este apoyo para el ejército y el Estado, mezclado con un creciente sentimiento anti-islámico, pero teñido de nacionalismo, no puede sino debilitar al proletariado, que corre el riesgo de ser atrapado en la lógica negativa de la situación. El rechazo del fundamentalismo religioso es alimentado por la mistificación democrática, que aún conserva mucha fuerza.

A diferencia de las grandes manifestaciones en la Plaza Tahrir, que llevaron a la caída de Mubarak y donde se toleraba la presencia política de las mujeres y donde estaban relativamente protegidas, el terror que reina hoy en día ha dado lugar a una espectacular regresión moral, que se manifiesta en las violaciones colectivas de mujeres en mitad de las manifestaciones, y la persecución de los coptos (cientos de iglesias han sido quemadas y muchos coptos han sido asesinados).

Como escribimos en nuestro artículo anterior: "La clase obrera en Egipto tiene una fuerza mucho más formidable que en Libia o Siria. Tiene una larga tradición de lucha militante contra el Estado y contra los tentáculos de los sindicatos oficiales, que se remonta por lo menos hasta la década de 1970. En 2006 y 2007 las huelgas masivas se propagaron por el sector textil. En esta experiencia de desafío abierto al régimen posteriormente introducido en el movimiento de 2011 la clase obrera dejó una importante huella, tanto en las tendencias a la autoorganización que aparecieron en la Plaza Tahrir y en sus alrededores, como en la oleada de huelgas que finalmente convencieron a la clase dominante para echar abajo a Mubarak. La clase trabajadora egipcia no es de ninguna manera inmune a las ilusiones en la democracia, que impregnan todo el movimiento social, pero no será una tarea fácil para las distintas camarillas de la clase dominante persuadirla de que abandone sus propios intereses para arrastrarla al pozo negro de la guerra imperialista"[2]

Es cierto que ha habido recientemente algunas manifestaciones de la lucha de clases, que destacan sobre todo en Mahalla, donde 24.000 trabajadores se declararon en huelga después de que no se les pagara la mitad de sus salarios[3]. También ha habido huelgas en Suez. Y algunos manifestantes han levantado pancartas que proclamaban " Ni Morsi ni los militares”. Pero estas voces se han ahogado cada vez más, al igual que las valientes luchas de los trabajadores, que se han visto cada vez más aisladas y por lo tanto debilitadas. Aunque la situación no ha alcanzado el nivel trágico que tiene en Siria, se está haciendo cada vez más difícil salir de la lógica mortal que conduce a tales resultados bárbaros.

La amenaza de un violento caos y de inestabilidad en la región

La inestabilidad interna, que se ha visto agravada por los recientes acontecimientos, no está tomando forma en un país secundario en la región. Egipto es un punto de inflexión entre el norte de África y Oriente Medio, entre África y Asia. Es el país más poblado del mundo musulmán y de toda África, y su capital, El Cairo, la mayor metrópolis del continente. El país forma parte de un grupo suní frente a los países chiítas, en particular Siria, Líbano, e Irán, el enemigo a muerte de los EE.UU e Israel en la región. Desde el punto de vista geográfico Egipto, por lo tanto, ocupa una importante posición estratégica, en particular con respecto a los intereses de los EE.UU, el mayor poder imperialista mundial, aunque en declive. Durante la Guerra Fría, Egipto era un peón esencial que garantizaba la estabilidad de la región en beneficio de los EE.UU. Esta ventaja se consolidó con los Acuerdos de Camp David de 1979, sellando el acercamiento entre Egipto e Israel y los EE.UU. La relativa estabilidad relacionada con el equilibrio entre los bloques militares rivales del este y el oeste permitió contener y tolerar la existencia de los Hermanos Musulmanes, que estuvieron además bajo la constante vigilancia del Estado (en la época de Nasser estuvieron prohibidos por completo). Hoy en día, con la desaparición de la disciplina de bloques, y el desarrollo del “cada uno juega sus propias cartas”, de la descomposición social, acentúa las tendencias centrífugas y especialmente el surgimiento de facciones radicalizadas como los salafistas y los Hermanos Musulmanes, que Mubarak ya había visto como un “Estado dentro del Estado"[4].

El contexto internacional, sobre todo la “libertad para cada cual” entre las grandes potencias mundiales, sirve ahora para exacerbar estas tensiones ya de por sí inherentes. En el Oriente Medio mismo, la creciente división entre Qatar y Arabia Saudita por un lado, que son cercanos a los EE.UU a pesar de su profunda ideología wahabita, y Egipto por otro, está vertiendo aceite sobre el fuego. Es por esto por lo que la burguesía estadounidense no puede retirarle la financiación al ejército egipcio (que representa al menos el 80%), a pesar de que puede ver que la situación se le está escapando cada vez más de su control.

El capitalismo no tiene nada que ofrecer más que la pobreza y el caos. No importa cual sea la panda de burgueses que estén en el poder, la situación de la mayoría de la población sólo puede empeorar. Pero contrariamente a lo que la burguesía y sus medios de comunicación nos quieren hacer creer: que el fracaso en Egipto es una prueba indudable de que cualquier levantamiento sólo puede terminar en el oscurantismo religioso o en la dictadura, la perspectiva histórica de la revolución proletaria, aunque no es una perspectiva inmediata, es la única alternativa a la barbarie. La responsabilidad del proletariado es tomar conciencia de esto y expresar su solidaridad de clase con el fin de ofrecer una perspectiva real para todas las luchas que tienen lugar en el mundo. Sólo la decidida intervención del proletariado mundial, sobre todo la de sus más experimentados integrantes en la vieja Europa, puede abrir el camino hacia el futuro, la revolución mundial.

WH, 28/8/13


[4] Los Hermanos Musulmanes, constituidos por Hassan al Banna en Egipto en 1928, se implantaron rápidamente en varios países árabes. El movimiento tenía una ideología tradicionalista y retrógrada, basada en el proyecto de un gran Califato Suní, cuya lógica se enfrentaba a los países que se habían formado ya como entidades nacionales. La lucha en Egipto entre los Hermanos Musulmanes y el Estado no es algo nuevo. Ha sido siempre así desde que se fundó el movimiento. Mubarak los toleró durante su gobierno la mayor parte del tiempo. Ver sobre el islamismo nuestro artículo de la Revista Internacional nº 109 El resurgir del islamismo: síntoma de la descomposición de las relaciones sociales capitalistas en /revista-internacional/200510/229/islamismo-sintoma-de-la-descomposicion-de-las-relaciones-sociales-c

 

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