Hannah Arendt: algunas verdades incómodas

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La atormentada historia de Alemania en el siglo XX es muy rica en temas terribles y dramáticos como testimonian algunas películas de éxito presentadas en los últimos años: The pianist, por ejemplo[1] (sobre el ghetto de Varsovia), o Goodbye Lenin y La vida de los otros (sobre Alemania del este y la caída del Muro de Berlín). La directora Margerethe von Trotta ha encontrado inspiración en alguna ocasión en estas aguas profundas y no ha dudado en abordar estos difíciles temas Los años de plomo (Die Bleieme Zeit, 1981), una versión novelada de la vida y la muerte (en la cárcel de Stammheim, en circunstancias que nunca se aclararon completamente) de la terrorista del “Ejército Rojo” Gudrun Ensslin; una biografía de Rosa Luxemburg (1986); Rosenstrasse (2003), sobre una manifestación contra la Gestapo en 1943 de mujeres alemanas protestando contra el arresto de sus maridos judíos. En su último film, Hannah Arendt (2012 en Alemania, 2013 en USA, Gran Bretaña y España), von Trotta regresa al tema de la guerra, el Holocausto, y el nazismo, a través de un episodio en la vida de la famosa filósofa alemana, extraordinariamente interpretada por Barbara Sukowa, quien también actuó como la joven Rosa Luxemburg veinte años antes.

Hannah Arendt nació en 1906, en una familia de origen judío. Cuando era estudiante siguió los cursos del filósofo Martin Heidegger, con quien vivió una corta pero intensa historia de amor. El hecho de que ella nunca renegó de esta relación, ni tampoco el mismo Heidegger, a pesar de que éste se adhirió al partido Nazi a partir de 1933 fue duramente criticado después; sus lazos con Heidegger y su filosofía, sin duda muy complejos, merecerían un libro aparte, y los “flashbacks” de sus encuentros con Heidegger son quizá lo menos logrado de la película, las únicas escenas donde von Trotta parece menos comprometida con el tema del film: la "banalidad del mal".

Arendt huyó de Alemania en 1933 cuando Hitler llegó al poder, y se trasladó a Paris donde trabajó en el movimiento sionista a pesar de sus posiciones críticas contra el mismo. Se casó en Paris, en 1940, con su segundo marido Heinrich Blücher. Con la invasión de Francia por Alemania, el estado francés la internó en el Campo de Gurs, pero se las arregló para huir –con mucha dificultad– y alcanzó los Estados Unidos en 1941. Llegó totalmente arruinada, pero consiguió finalmente ganarse la vida, logrando un empleo en la prestigiosa Universidad de Princeton (fue la primera mujer en ser aceptada como profesora en Princeton). En 1960, cuando empieza el film, Arendt era una intelectual respetada que ya había publicado dos de sus obras más reconocidas: Los origines del totalitarismo (1951) y La condición humana (1958). Aunque, desde luego no era marxista, estaba interesada en la obra de Marx, y en la de Rosa Luxemburg[2]. Su marido, Heinrich, que había sido Espartaquista, y después miembro de la oposición a la estalinización del KPD durante los años 20, se unió a Brandler y Thalheimer en la KPD-Oposición (o KPO[3]) cuando se le excluyó del partido. La película hace una ligera referencia al compromiso de Heinrich: sabemos por una amiga americana de la pareja que “Heinrich estuvo con Rosa Luxemburg hasta el fin”.

El trabajo filosófico de Arendt, especialmente su análisis del mecanismo del totalitarismo permanece vigente hoy en día. Su rigor y su integridad, le permiten ir más allá de los clichés y lugares comunes de la ideología dominante de la época: Hannah Arendt molestaba por su honestidad. Analizando meticulosamente el proceso de Eichmann en Jerusalén[4], Arendt intenta comprender cómo los seres humanos han podido llegar a ser funcionarios de la exterminación de los judíos.

Los primeros momentos de la película evocan el secuestro de Adolf Eichmann en Argentina por el Mossad. Bajo el régimen Nazi, Eichmann ocupó importantes posiciones, primero en la expulsión de los judíos de Austria, después en la logística de la "Solución Final", en particular el transporte de los judíos europeos de los campos de concentración de Auschwitz, Treblinka, y otros. La intención de David Ben-Gurion, Primer ministro de Israel y por ello responsable de la operación del Mossad, fue claramente montar un juicio espectáculo con el que cimentar las bases del joven estado y donde los mismos judíos juzgarían a uno de los autores de su genocidio.

Cuando recibe la noticia del proceso de Eichmann, Arendt se presenta voluntaria para informar sobre el juicio para la revista literaria The New Yorker. La serie de artículos que escribió sobre el proceso se publicó después en forma de libro con el título “La banalidad del mal”. La publicación causó un gran escándalo en Israel y todavía más en los Estados Unidos: Arendt fue objeto de una campaña de violencia mediática: “judía que se odia a sí misma” y "Una Rosa Luxemburg nula" fueron solo dos de los epítetos más suaves que le dedicaron. Se le pidió que dimitiera de su puesto de trabajo en la Universidad, pero rehusó. Es precisamente la evolución del pensamiento de Arendt durante el proceso y la reacción a su libro lo que constituye la esencia de la película. Y cuando se piensa en ello, hacer una obra dramática a partir de las contradicciones y la dolorosa evolución del pensamiento filosófico sin trivializarlo es un reto que von Trotta y Sukowa superan con brío.

Y entonces, ¿por qué el informe de Arendt crea tal escándalo?[5] En parte, la reacción era comprensible e incluso inevitable: Arendt maneja el bisturí de la crítica como un cirujano. Pero para muchos la guerra y el horrible sufrimiento del Holocausto estaba demasiado cercano, el trauma demasiado reciente, para poner distancia entre ellos y lo sucedido. Pero las voces más estruendosas eran también las más interesadas: interesadas sobre todo en guardar silencio sobre las verdades incómodas que revelaba la crítica de Arendt.

Arendt puso el dedo en la llaga cuando desmontó la tentativa de Ben-Gurion de utilizar el proceso Eichmann para justificar la existencia de Israel por el sufrimiento de los judíos durante el Holocausto. Por esto, Eichmann tenía que ser un monstruo, un digno representante de los crímenes monstruosos de los nazis contra la humanidad. Incluso Arendt esperaba ver a un monstruo en el banquillo, pero cuanto más le observaba, menos se convencía de ello, no de su culpabilidad sino de su monstruosidad. En las escenas del juicio, von Trotta coloca a Arendt no en la misma tribuna, sino en una sala de prensa donde los periodistas veían el juicio en una televisión. Este truco cinematográfico permite a von Trotta mostrarnos, no a un actor haciendo de Eichmann, sino a Eichmann mismo; como Arendt, podemos ver a este hombre mediocre (Arendt usa el término “banalidad” en el sentido de “mediocridad”), que no tenía nada en común con la locura asesina de un Hitler, ni de la frialdad también perturbada de un Goebbels (como pudimos ver brillantemente interpretado por Bruno Ganz y Ulriche Mathes en La Caída). Al contrario, nos enfrentamos con un pequeño burócrata cuyo horizonte intelectual no va más allá de su despacho y de su buen funcionamiento, cuyas perspectivas se limitan a sus esperanzas de promoción y las rivalidades burocráticas. Eichmann no es un monstruo, es la conclusión de Arendt: “habría sido muy reconfortante creer que Eichmann era un monstruo (…) El problema con Eichmann era precisamente que había tantos otros como él, que no eran perversos ni sádicos, sino que, al contrario eran total y espantosamente normales” (p274)[6]. En resumen, el crimen de Eichmann fue, no solo haber sido responsable de la exterminación de los judíos igual que Hitler, sino de haber renunciado a toda capacidad de reflexión, de haber actuado con toda legalidad y con la conciencia tranquila como un simple engranaje de una máquina totalitaria de un Estado que sí, él, era criminal. El indudable “buen juicio” de “importantes personalidades” le sirvió de “guía moral”. La conferencia Wannsee (que debía poner en marcha el mecanismo de la “Solución Final”) fue así “una muy importante ocasión para Eichmann, que nunca se había mezclado con tan “altos personajes” (…) Ahora podría ver con sus propios ojos y oír con sus propios oídos no solo a Hitler, no solo a Heydrich o a la “esfinge”! Müller, no solo a las SS o al Partido, sino a la élite del antiguo y correcto funcionariado que se disputaba los honores de la dirección de estas cuestiones “sangrantes” (p111-2). Arendt rechaza explícitamente la idea que “todos los Alemanes son potencialmente culpables”, o “culpables por asociación”: Eichmann merecía la muerte por lo que había hecho él mismo (¡como si su ejecución devolviera la vida a esos montones de cadáveres!). Dicho esto, su análisis es una valiente bofetada en la cara del antifascismo que se convirtió en la ideología oficial estatal, sobre todo en Israel. Desde nuestro punto de vista, la “banalidad” que Arendt describe es la de un mundo –el mundo capitalista– donde los seres humanos se reducen al status de objeto, mercancía, o engranaje en la máquina del capital. Esta máquina no sólo es característica del Estado Nazi. Arendt nos recuerda que la política del “Judenrein” (librarse de los judíos) ya la había probado el Estado polaco en 1937, antes de la guerra, y que el tan democrático gobierno francés, en la persona de su ministro de exteriores Georges Bonnet, había considerado la expulsión a Madagascar de 200,000 judíos “no-Franceses” (Bonnet incluso consultó con su homólogo alemán Ribbentrop sobre el tema). Arendt también señala que el Juicio de Nuremberg no es más que una “justicia de los vencedores”, donde los jueces representan a los países que también son responsables de crímenes de guerra: los rusos culpables de las muertes en los gulags, los Americanos culpables de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Arendt tampoco es suave con el Estado de Israel. Al contrario que otros reporteros, ella subraya en su libro la ironía de la acusación de Eichmann al Estado de Israel por los crímenes racistas que incorpora en sus leyes al hacer distinciones raciales: “la ley rabínica dicta el status personal de los ciudadanos judíos, con el resultado de que un judío no puede casarse con un no-judío; las bodas realizadas en el extranjero se reconocen, pero los hijos de parejas mixtas son legalmente bastardos, (…) y si eres nacido de madre no-judía no puedes casarte ni ser enterrado”. ¡Qué amarga ironía que los que escaparon de la política Nazi de la “pureza racial” buscan crear su propia “pureza racial” en la tierra prometida! Arendt detestaba el nacionalismo en general y el nacionalismo Israelí en particular. Ya en los años 30, se opuso a la política sionista y a su rechazo a buscar un modo de vida en común con los palestinos. Y no vaciló en desenmascarar la hipocresía del gobierno de Ben-Gurion, que ponía el foco en las alianzas entre los Nazis y algunos Estados Árabes, pero guardaba silencio respecto al hecho de que la Alemania del Oeste continuara acomodando un gran número de altos cargos nazis en puestos de responsabilidad.

Otro motivo de escándalo fue la cuestión de los “Judenrat” –los consejos judíos creados por los Nazis precisamente con el fin de facilita la “Solución Final”. Es una pequeña parte del libro, pero pone el dedo en la llaga. Esto es lo que dice Arendt al respecto: “Donde vivían los judíos, había dirigentes judíos reconocidos, y estos líderes, casi sin excepción, colaboraban por una razón u otra, con los Nazis. La verdad es que, si los judíos estaban desorganizados y sin dirección, habría existido el caos, pero el número de víctimas no hubiera llegado a 4-6 millones de personas… He tratado este aspecto de la historia, que el proceso de Jerusalén ha evitado mostrar a los ojos del mundo en su verdadera dimensión, porque ofrece la visión más turbadora del total derrumbamiento moral que los nazis provocaron en la sociedad europea respetable” (p123). Incluso ella reveló un elemento de distinción de clase entre los líderes judíos y la masa anónima: en la catástrofe general, los que escapaban eran suficientemente ricos para comprar su huída, o suficientemente “visibles” en la “comunidad internacional” para vivir en Theresienstadt, una especie de gueto privilegiado. Las relaciones entre la población judía y el régimen Nazi, y también con las demás poblaciones europeas, fueron mucho más complicadas que la maniquea ideología oficial de los vencedores de la guerra quiso admitir.

El problema del Holocausto y el Nazismo ocupa un lugar central en la historia moderna europea, más incluso hoy día que en los 60. A pesar de los esfuerzos de los autores, por ejemplo, del Libro negro del comunismo, el Nazismo es de alguna manera el “Mal Supremo”. En Francia, el Holocausto es una parte importante del programa escolar de Historia, junto con la Resistencia francesa, excluyendo casi cualquier otra consideración de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo y en el plano puramente aritmético, el Estalinismo fue mucho peor, con 20 millones de muertos en los gulags de Stalin y al menos otros 20 millones de muertos en “Gran Salto Adelante” de Mao. Obviamente, hay aquí, evidentemente una gran parte de oportunismo: los descendientes de Mao y Stalin están todavía en el poder en China y Rusia, todavía hay gente que puede y debe "hacer negocios" con ellos.

Arendt no trata directamente esta cuestión, sino que en una discusión sobre las acusaciones contra Eichmann, insiste en el hecho de que los crímenes Nazis no eran un crimen contra los judíos sino un crimen contra la humanidad en la persona del pueblo judío, precisamente porque él negó que los judíos pertenecieran a la especie humana, y transformó estos seres humanos en un mal inhumano que se debía erradicar. Este aspecto racista, xenofóbico, oscurantista del régimen Nazi se visualiza claramente, y por esto una parte de la clase dominante europea, de la pequeña burguesía y del campesinado arruinado por la crisis, se acomodaron fácilmente a él. Por el contrario, el estalinismo siempre se ha presentado como progresista y todavía se atreve a cantar que “la Internacional será el género humano”, de ahí que al menos hasta la caída del muro de Berlín en 1989 –y aún después– mucha gente normal lo continúa defendiendo en nombre de la esperanza de un futuro mejor[7].

Lo que Arendt destaca esencialmente es que la barbarie “impensable” del Holocausto, la mediocridad de los burócratas Nazis, son el producto de la destrucción de la “capacidad de pensar”. Eichmann “no piensa”, él ejecuta órdenes de la máquina, y hace su trabajo diligente y conscientemente, sin ningún remordimiento, sin ninguna capacidad de representarse el horror de los campos – de los cuales, sin embargo, era consciente. En este sentido, la película de von Trotta debe ser visto como una elegía al pensamiento crítico.

Hannah Arendt no era marxista, ni tampoco una revolucionaria. Pero haciendo preguntas que minaban la ideología oficial antifascista, es la enemiga del conformismo y del abandono del pensamiento crítico. Su análisis tiene el mérito de abrir una reflexión sobre la conciencia humana (como el psicólogo americano Stanley Milgram sobre los mecanismos de la “sumisión a la autoridad” entre los torturadores, dramatizado en el film de Henri Verneuil's I como Icaro).

La publicidad dada hoy al trabajo de Arendt por la burguesía democrática y su “intelligentsia” – de quien casi han hecho un icono – no es inocua. Lo que se vislumbra en esta recuperación de su análisis del totalitarismo es evidentemente la idea perniciosa de que existe una continuidad entre la máquina totalitaria del estado Estalinista con el Bolchevismo y la Revolución Rusa de 1917, ya que “el gusano estaba en la manzana”: Stalin no habría sido más que el ejecutor del pensamiento de Lenin. Moraleja: ¡toda revolución proletaria solo puede llevar al totalitarismo y a nuevos crímenes contra la humanidad!. Por ello, ciertos ideólogos como Raymond Aron no se han privado de explotar los análisis de Arendt sobre el estado totalitario estalinista para alimentar su campaña de la Guerra Fría y las de “el fracaso del comunismo” que siguieron al hundimiento de la URSS

Hannah Arendt era filosofa, y como dijo Marx “Los filósofos no hacen más que interpretar el mundo. Sin embargo, la cuestión es cómo cambiarlo”. El marxismo no es una doctrina “totalitaria” sino el arma teórica de la clase explotada para su transformación revolucionaria del mundo. Por ello, solo el marxismo ha sido capaz de integrar las aportaciones del arte, de la ciencia y de filósofos como Epicuro, Aristóteles, Spinoza, Hegel, etc., así como aquellos de nuestros días que como Hannah Arendt, dirigen una mirada profunda y crítica del mundo contemporáneo y su elogio del pensamiento.

Jens


[1] Ver nuestra critica de la película en el n°113 de la Revista Internacional /revista-internacional/200604/840/nazismo-y-democracia-todos-culpables-de-la-masacre-de-los-judios

[2] En 1966 Arendt revisó la biografía de Luxemburg de JP Nettl's en el New York Review of Books. En este artículo, que fustigó tanto los gobiernos de Weimar como los gobiernos contemporáneos de Bonn con el azote de su crítica, declara que los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht fueron realizados “en las narices y, probablemente, con la connivencia del régimen socialista entonces en el poder (...) Que el gobierno en ese momento estaba prácticamente en manos de los Freikorps, ya que disfrutó de "todo el apoyo de Noske", experto de los socialistas en la defensa nacional, entonces a cargo de los asuntos militares, lo que ha sido confirmado recientemente por el capitán Pabst, el último superviviente que participó en el asesinato. El gobierno de Bonn –tanto en éste como en otros aspectos más que deseoso de revivir los rasgos más siniestros de la República de Weimar–, proclama (a través del Bulletin des-Presse und der Informationsamtes Bundesregierung) que el asesinato de Liebknecht y Luxemburgo era totalmente legal, pues se trataría de una ejecución en conformidad con la ley marcial". Esto va más lejos de lo que la República de Weimar nunca se atrevió a decir...”.

[3] El KPO formaba parte de los opositores al Estalinismo que nunca rompieron totalmente con él porque, como Trotski, eran incapaces de aceptar la idea de una contra-revolución en Rusia

[4] Para una recensión de dicho proceso acompañado de un capítulo del libro de Hannah Arendt ver www.henciclopedia.org.uy/autores/ArendtHannah/Eichmann.htm

[5] Para el lector francófono, hay un interesante documental hecho a partir de las entrevistas de radio de los participantes en la controversia: podcast de France Culture: Hannah Arendt et le procès d'Eichmann (https://www.franceculture.fr/emission-la-fabrique-de-l-histoire-histoire...)

[6] Las citas están tomadas del la edición de Penguin publicado en 2006 con una introducción de Amos Elon. La edición en español del libro se puede encontrar en libros.fnac.es/a53031/Hannah-Arendt-Eichmann-en-Jerusalen

 

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Crítica de cine