¿Qué es la acción directa de la clase obrera?

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Como para convencer de la impotencia de la lucha de los explotados, la burguesía se empeña en mostrar imágenes y videos de las manifestaciones de jóvenes rompiendo vidrios y chocando contra la policía. Sin duda tras estas manifestaciones hay descontento real, y entre una gran mayoría de esos jóvenes un intento genuino de lucha. Pero también expresan desesperación y sobre todo una falta de unidad que integre todo ese descontento y esa fuerza desplegada. Estas acciones cuanto más llamativas se presentan, son más aprovechadas por la clase dominante para extender la confusión, desviar la atención e impedir la reflexión y el accionar masivo, es decir impedir la verdadera acción directa del proletariado

Conciencia de clase, principal arma del proletariado

La burguesía organizada en torno a su Estado tiene como preocupación fundamental perpetuar el mundo de la explotación y el sometimiento, por eso busca impedir que los explotados reflexionen sobre su realidad y se organicen. Para mantener el orden actual requiere de la confusión entre los explotados. En ese sentido es explicable la preocupación de la clase dominante por desnaturalizar las formas de la lucha proletaria. Por ejemplo, busca confundir el significado de lo que han representado los llamados a la “acción directa”. En los últimos tiempos se ha difundido la versión de que la “acción directa” significa la aplicación de la “táctica de bloque negro”, la cual (guardadas las distancias) reproduce el accionar foquista-guerrillero (y le suma más confusiones), que fomenta la actuación individualista o de un grupo reducido de activistas en sustitución del accionar de los explotados.

Mientras que el foquismo supone que llevando acciones militares ganan respeto, que es determinante para hacer, como lo afirma Inti Peredo, “… que la masa se decida a volcarse detrás de esa vanguardia” (Mi campaña junto al Che, 1970), los promotores del “bloque negro” llaman a atacar a las fachadas y vitrinas de corporativos, multinacionales, bancos, cadenas de comida rápida, es decir, como ellos mismos lo dicen, la destrucción de “objetos inánimes” que representan los “símbolos de la globalización y el capitalismo” ([1])y así contagiar el coraje y el deseo de combate. De manera que en ambas prácticas vemos que consideran a la clase obrera como una masa incapaz de lograr una conciencia y una actuación organizada, por eso a lo más que puede llegar –según esta visión- es a seguir ejemplos  “heroicos”.

Tanto el foquismo como el “bloque negro” pueden aparecer como unas simples estrategias de combate, pero en realidad llevan una visión del desarrollo de la historia que no sólo muestra ingenuidad, sino es además mecanicista y llena de desesperación, ajena totalmente a la naturaleza de la clase trabajadora.

A partir de la comprensión histórica de la lucha de clases Marx afirmaba que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera” (Estatutos generales de la AIT, 1871). Ese principio defendido por los comunistas sintetiza la negación de la explicación de la historia como producto de conspiraciones de minorías “ilustradas” o “valientes” y la defensa e impulso de la capacidad de la clase trabajadora para reconocer su esencia social y para auto organizarse y transformar el mundo.

Rosa Luxemburgo en Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) expone claramente la forma en que la práctica proletaria se presenta como un accionar consiente: “A diferencia de la policía que entiende por revolución simplemente la batalla callejera y la pelea, es decir el ‘desorden’, el socialismo científico ve en la revolución antes que nada una transformación interna profunda de las relaciones de clase.”

Por ello, creemos que es un error concebir a la práctica revolucionaria del proletariado como el producto de una simple imitación o un seguimiento ciego de actos “heroicos” de un individuo o un grupo. La práctica de esta clase es producto de la claridad y conciencia del significado del sistema capitalista. El proletariado va tomando forma como clase revolucionaria a través del movimiento histórico que lo opone al capitalismo, y este movimiento no tiene fundamento real más que en el proceso de la toma de conciencia, pero esta conciencia no proviene del exterior de su ser (como un mandato inyectado o una respuesta mecánica y causal ante un ejemplo llamativo), sino es construida a partir de su propia práctica, convergiendo la comprensión de factores económicos y políticos.

El proletariado no solo es el producto del desarrollo de la gran industria, es al mismo tiempo la fuerza que hace girar los engranes de ese sistema. Por ese lugar que guarda en el modo de producción capitalista la hace ser una clase explotada, pero al contar con la capacidad de tomar conciencia y contar con un proyecto histórico, la hace ser además una clase revolucionaria. Estos argumentos nos sirven para poder reconocer que la acción directa de los asalariados no es una práctica ciega y desesperada, por el contrario se trata de una manifestación reflexiva, consciente y masiva.

Con el fin de profundizar sobre las formas en que se manifiesta la fuerza de la clase obrera, reproducimos extractos de las reflexiones que Anton Pannekoek ([2]) presenta en su libro Los Consejos Obreros (1941-47) en torno al significado y la forma de la lucha proletaria y aunque suele expresar en momentos visiones no muy claras sobre la dinámica del desarrollo de la conciencia obrera, permite ubicar la confusión en aquellos que asumen las actuaciones individualistas y de violencia ciega como la práctica a seguir por los explotados.

Acción directa (Pannekoek) ([3])

“(…) La acción directa significa acción de los trabajadores mismos sin intermediación de los funcionarios sindicales. Una huelga se llama salvaje (ilegal o no oficial), por contraste con la huelga declarada por el sindicato de acuerdo con las disposiciones y reglamentaciones. Los trabajadores saben que esta última no produce ningún efecto, pues los funcionarios se ven forzados a declararla contra su propia voluntad y punto de vista, pensando quizá que una derrota será una lección saludable para los insensatos trabajadores, y tratando, en todo caso, de ponerle término lo antes posible…

(…) La lucha de los trabajadores contra el capital no es posible sin organización. Y la organización surge en forma espontánea, inmediata. No por supuesto en la forma en que se funda un nuevo sindicato, con una junta elegida y reglamentos formulados en párrafos ordenados. A veces, sin duda, se lo ha hecho de esta manera; al atribuir la ineficacia a deficiencias personales de los viejos líderes, y en su amargura contra el viejo sindicato, los trabajadores fundaron uno nuevo y pusieron a su frente a sus hombres más capaces y enérgicos. Entonces sí que al comienzo todo fue energía y febril acción; pero a la larga el nuevo sindicato, si sigue siendo pequeño carece de poder no obstante su actividad, y si crece y se agranda, desarrolla necesariamente las mismas características que el sindicato anterior. Luego de tales experiencias los trabajadores seguirán al final el camino inverso, de mantener enteramente en sus propias manos la dirección de su lucha.

La dirección en las propias manos, llamada también su propio liderazgo, significa que toda iniciativa, todas las decisiones, proceden de los trabajadores mismos. Aunque haya un comité de huelga, porque todo no lo pueden hacer siempre juntos, lo que se hace lo deciden los huelguistas; continuamente en contacto entre sí distribuyen el trabajo, planean todas las medidas y deciden directamente todas las acciones. Decisión y acción, ambas colectivas, son una sola cosa.

La primera y más importante tarea es la propaganda para ampliar la huelga. Debe intensificarse la presión sobre el capital. Contra el enorme poder del capital están inermes no sólo los obreros individuales, sino también los grupos separados. El único poder que equipara al capital es la firme unidad de toda la clase trabajadora. Los capitalistas saben o sienten esto perfectamente bien, y así lo único que los induce a hacer concesiones es el temor de que la huelga pueda difundirse y llegar a ser general. Cuanto más manifiestamente decidida sea la voluntad de los trabajadores, cuanto mayor sea el número de ellos que toma parte en la huelga, tanto más probable será el éxito.

Tal extensión es posible porque no se trata de la huelga de un grupo retrasado, en peores condiciones que otro, que trata de elevarse al nivel general. En las nuevas circunstancias el descontento será universal; todos los obreros se sentirán oprimidos bajo la superioridad capitalista; el combustible de las explosiones se habrá acumulado por todas partes. Si los obreros se unen a la lucha no será para otros sino para sí mismos. Mientras se sientan aislados, temerosos de perder su trabajo, inseguros respecto de lo que harán sus camaradas, sin firme unidad, se abstendrán de la acción. Sin embargo, asumirán nuevamente la lucha, cambiarán su vieja personalidad por una nueva; el miedo egoísta retrocederá al último plano y saldrán a la luz las fuerzas de la comunidad, la solidaridad y la abnegación, alentando el coraje y la perseverancia (…) Así, la huelga espontánea como el incendio de una pradera puede propagarse a las otras empresas y envolver masas cada vez más grandes de trabajadores.

(…) Tales huelgas espontáneas presentan además otro aspecto importante; se borra la división de los trabajadores en sindicatos diferentes y separados. (…) En el taller, los miembros de los diferentes sindicatos están uno junto a otro. Pero incluso en las huelgas se los mantiene separados como para que no se infecten con demasiadas ideas de unidad, y la concordancia en la acción y en la negociación sólo se mantiene por obra de las juntas y los funcionarios sindicales. Sin embargo, en el caso de las acciones directas, estas diferencias de afiliación a sindicatos distintos se vuelven irreales y son como etiquetas meramente exteriores. Para tales luchas espontáneas lo primero que se requiere es la unidad (…)

Así, en estas huelgas espontáneas aparecen algunas características de las próximas formas que asumirá la lucha: primero, la acción por propia iniciativa, manteniendo en las propias manos toda la actividad y la decisión; y luego la unidad, sin distinción de antiguas afiliaciones, de acuerdo con el agrupamiento natural de las empresas. Estas formas se presentan no por un cuidadoso planeamiento, sino en forma espontánea, irresistible, impuestas por el pesado poder superior del capital contra el cual las viejas organizaciones ya no pueden luchar seriamente. Por consiguiente, esto no significa que ahora se haya dado vuelta la tortilla, que ahora ganen los trabajadores. También las huelgas salvajes terminan generalmente en una derrota. Su ámbito es demasiado estrecho. Sólo en algunos casos favorables tienen éxito, cuando se proponen impedir una degradación en las condiciones de trabajo. Su importancia consiste en que demuestran un nuevo espíritu de lucha que no puede ser reprimido.

(…) La unidad en la lucha colectiva no es el resultado de una juiciosa reglamentación de competencias, sino de las necesidades espontáneas que surgen en una esfera de apasionada acción. Los trabajadores mismos deciden, no porque se les acuerde tal derecho en reglamentaciones aceptadas, sino porque deciden realmente, mediante sus acciones. Puede ocurrir que un grupo no logre convencer a otros grupos por medio de argumentos, pero que lo arrastre mediante su acción y su ejemplo. La autodeterminación de los trabajadores acerca de la acción de lucha no es un requerimiento planteado por la teoría, sino una afirmación de un hecho que surge de la práctica.

Las fuerzas de la solidaridad y la devoción ocultas en ellos sólo esperan a que aparezca la perspectiva de grandes luchas para transformarse en un principio predominante de la vida. Además, incluso las capas más reprimidas de la clase trabajadora, que sólo se unen a sus camaradas en forma vacilante deseando apoyarse en su ejemplo, sentirán pronto que también crecen en ellas las nuevas fuerzas de la comunidad, y percibirán también que la lucha por la libertad les pide no sólo su adhesión sino el desarrollo de todos los poderes de actividad autónoma y confianza en sí mismos de que dispongan. Así, superando todas las formas intermedias de autodeterminación parcial, el progreso seguirá decididamente el camino de la organización de consejos.”

Tatlin, junio 2013


[1] Un ejemplo claro de la limitada visión que tienen los “activistas” que defienden el accionar del “bloque negro” se expone en la entrevista presentada por La haine, Black Bloc: Sólo a través de la acción directa se puede romper el bloqueo de los media: “La acción de Génova fue un éxito porque convergieron las tres formas de lucha, a pesar de que se pagó un precio altísimo, costó un muerto y varias decenas de heridos. Pero sin embargo se ha demostrado que hay un claro objetivo de atacar los símbolos de la globalización y el capitalismo y el poder de la clase dominante…” (https://lahaine.org/global/herramienta/black_media.htm).

[2] Anton Pannekoek (1873-1960), es uno de los principales combatientes de la Izquierda Comunista. Participa de forma activa en el KAPD. Lo mismo que Rosa Luxemburgo defendió a la Revolución de octubre. Todo esto, sin embargo, no le impidió finalmente sacar lecciones erróneas de la derrota de la Revolución de octubre de 1917 en Rusia; llegando a la conclusión de que los bolcheviques habían dirigido una revolución burguesa. Pese a sus errores teóricos, su fuerza de combatiente no deja orientar sobre el papel importante de la teoría revolucionaria y de los revolucionarios: “Nuestro tarea es principalmente una tarea teórica: encontrar e indicar por medio del estudio y la discusión, la mejor vía de acción para la clase obrera (Carta de Pannekoek a Castoriadis, 8 de noviembre de 1953).

Por eso la obra de Pannekoek, a pesar de sus errores, continúa siendo una referencia esencial. Justamente él, lo mismo que a Luxemburgo les corresponde ser pioneros en reconocer el giro que la historia daba a inicios del siglo XX y el cambio que por ello experimentan las formas de lucha proletaria, destacando en particular el papel de la huelga de masas.

 

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