Entre crisis y narcotráfico

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La prensa y telediarios del mundo presentan regularmente información e imágenes de México en las que aparecen en primer plano enfrentamientos, corrupción y muerte motivada por “la guerra contra el narcotráfico”. Pero suelen presentar todo ese escenario como un fenómeno anómalo y ajeno al capitalismo, cuando toda esa realidad está enraizada en la dinámica que sigue el actual sistema de explotación que hace ver en toda su extensión la manera con la que actúa la clase dominante por la competencia y las diferencias políticas exacerbadas entre sus diferentes fracciones. Ese proceso de barbarie, que ya es plenamente dominante en algunas de las regiones de México, es la representación de la descomposición que sufre el capitalismo.

Al inicio de la década de los noventa definíamos que “entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político”  ([1]). Este fenómeno se resalta en mayor dimensión en la última década del siglo xx y está tendiendo a convertirse en tendencia dominante.

No es solo la clase dominante la afectada por la descomposición. El proletariado y las demás capas explotadas soportan sus efectos más perniciosos. En México, los grupos mafiosos y el propio gobierno enrolan para la guerra que están llevando a individuos pertenecientes a los sectores más pauperizados de la población. Los enfrentamientos entre esos grupos arrasan sin distinción a la población, dejando cientos de víctimas, a las que tanto gobierno como mafia denominan “bajas colaterales”. Lo que todo eso genera es un ambiente de temor, que la clase dominante ha sabido utilizar para evitar y contener las protestas sociales contra el golpeo continuo a las condiciones de vida de los trabajadores.

El narcotráfico y la economía

La droga en el capitalismo es una mercancía más que requiere para su producción y mercadeo el uso de trabajo, por mucho que éste sea usado de forma un tanto singular. Es común el uso de trabajo esclavizado, pero también usan el trabajo voluntario o remunerado que ofrece el lumpen por sus servicios criminales, aunque también ofertan su fuerza de trabajo jornaleros y otro tipo de trabajadores como albañiles (usados en la construcción de casas o lugares de almacenaje), que ante la miseria que ofrece el capitalismo se ven obligados a servir a un capitalista productor de mercancías ilegales.

Lo que hoy se vive en México, aunque toma inusuales magnitudes, en otras partes del planeta ya ha sucedido (o viene sucediendo). De manera que el primer aspecto que las mafias aprovechan para su actuación es la miseria y su colusión con las estructuras de Estado que le permiten “proteger su inversión” y su actuación general. En Colombia en los años 90, el investigador H. Tovar-Pinzón ofrece los siguientes datos que explican la razón de por qué los campesinos pobres se convierten en las primeras víctimas de las mafias del narcotráfico: “Un predio producía, por ejemplo, 10 cargas de maíz al año que dejaban un ingreso bruto de 12 000 pesos colombianos. Ese mismo predio podía producir 100 arrobas de coca, que representaban para el dueño un ingreso bruto de 350 000 pesos al año. ¿No es tentador entonces cambiar un cultivo por otro cuando las ganancias son 30 veces más?”  ([2]).

Ese esquema descrito para Colombia es el mismo para gran parte de América Latina, asimilando hacia el narcotráfico no solamente a los campesinos propietarios, sino también a una gran masa de jornaleros que no cuentan con tierras y venden su fuerza de trabajo en los cultivos. Esa gran masa de asalariados se vuelve presa fácil de las mafias porque los salarios que reciben en la economía “legal” son ínfimos. Por ejemplo, en México, un jornalero en el corte de la caña de azúcar recibe por cada tonelada 27 pesos (un poco más de 2 dólares); en cambio, laborando en la producción de una mercancía ilegal sus ingresos mejoran; sin embargo lo peligroso es que una gran porción de estos trabajadores pierden su condición de clase, fundamentalmente por sumergirse en el mundo del crimen, en el que mantienen una convivencia diaria y de forma directa con gatilleros, transportistas de droga y donde el asesinato es asunto cotidiano. Viviendo en el contagio de ese ambiente suelen ser llevados paulatinamente, hacia la lumpenización. Ese es uno de los efectos nocivos del avance de la descomposición que afecta directamente a la clase trabajadora reciente.

Existen cálculos que indican que las mafias del narco en México ocupan un 25  % más de personas de las que emplea McDonald’s en todo el mundo  ([3]). Pero, además de la utilización de agricultores, hay que incorporar en la actividad de la mafia la extorsión y la prostitución que imponen como vida a cientos de jóvenes. La droga en la actualidad es una rama más de la economía capitalista y como en cualquier otra actividad, la explotación y el despojo están presentes, aunque en esta rama, por su condición de ilegalidad, aparece la competencia y la disputa de mercados de forma más violenta.

Grandes son los millones que se disputan y por eso grande es la violencia por ganar mercados e incrementar sus ganancias. Ramón Martínez Escamilla, miembro del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), considera que, “el fenómeno del narcotráfico representa entre 7 y 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en México…”  ([4]). Si consideramos que la fortuna de Carlos Slim, el mayor magnate del mundo, representa poco más del 6  % del PIB mexicano, se puede tener un referente de la magnitud de la importancia que ha tomado el narcotráfico en la economía y la explicación de la barbarie que viene generando. Como cualquier otro capitalista, el narcotraficante no tiene más objetivo que la ganancia. Las palabras del sindicalista Thomas Dunning (1799-1873) citadas por Marx, sirven bien para explicar las razones de este proceso: “… Si la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10  % seguro y se lo podrá emplear dondequiera; un 20  % y se pondrá impulsivo; 50  %, y llegará positivamente a la temeridad; por 100  %, pisoteará todas las leyes humanas; el 300  %, y no hay crimen que lo arredre, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulencia y la refriega producen ganancia, el capital alentará una y otra…” ([5]).

Esas inmensas fortunas construidas sobre vidas humanas y sobre la explotación, encuentran colocación, claro está, en los “paraísos fiscales”, pero también en la utilización directa por parte de los capitales “legales”, que hacen el trabajo de “lavado”. Son casos emblemáticos las prácticas del empresario Zhenli Ye Gon y más recientemente el del Instituto financiero HBSC. En ambos casos se ha sacado a la luz las inmensas fortunas que estos personajes e instituciones manejaban y usaban en nombre de los cárteles de la droga, lo mismo para la promoción de proyectos políticos (en México y en otras partes del mundo), que de “respetables” inversiones.

Edgardo Buscaglia (coordinador del Programa Internacional de Justicia y Desarrollo del Instituto Tecnológico Autónomo de México, ITAM), afirma que empresas de diversos giros han sido “señaladas como sospechosas por las agencias de inteligencia de Europa y de EUA  ([6]), entre ellas la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro estadunidense) [pero] no se les ha querido tocar en México, fundamentalmente porque muchas de ellas pueden estar financiando campañas electorales” ([7]).

Hay otros procesos marginales (pero no menos significativos) que dan soporte a la integración de la mafia en la economía, como lo son el despojo de propiedades y grandes extensiones de tierra, alcanzando tal magnitud que en algunas zonas ha llevado a la creación de “pueblos fantasmas”. Datos que se presentan sobre ese aspecto, calculan que en el último lustro se ha desplazado por efecto de la “guerra entre el narco y el ejército”, a un millón y medio de personas ([8]).

Debe afirmarse que es imposible que los proyectos de los mafiosos que operan con la droga se encuentren fuera del área de dominio de los Estados. Porque son éstos la estructura que no sólo protege y ayuda a mover los recursos hacia los gigantes financieros, sino que lo esencial es que los equipos de gobierno de la burguesía y los cárteles de la droga tienen sus intereses fundidos. Es evidente que las mafias no podrían tener una vida tan activa sin recibir el apoyo de sectores de la burguesía asentados en los gobiernos. Como lo adelantábamos en nuestras “Tesis sobre la descomposición”: “… resulta cada día más difícil distinguir al aparato de gobierno y al hampa gansteril” ([9]).

México, ejemplo del avance de la descomposición capitalista

Son cerca de 60 mil muertos los que a partir del 2006 hasta el presente han caído abatidos, lo mismo por las balas de los ejércitos de la mafia o por el ejército oficial; gran parte de ellos son producto de las pugnas que llevan entre sí los cárteles de la droga, pero eso no deslinda, como lo pretende el gobierno, de la responsabilidad del Estado. Y no es posible separar la responsabilidad porque existe un tejido entre los grupos de la mafia y el mismo Estado. Justamente, si las dificultades han crecido en torno a estos asuntos es porque las fracturas y diferencias en el seno de la burguesía se han ensanchado y todo momento y todo lugar se vuelve arena de combate entre las diversas fracciones y por supuesto, la propia estructura del Estado no deja de ser lugar privilegiado para llevar a cabo sus disputas. Cada grupo de la mafia surge bajo el cobijo de una de las fracciones de la burguesía, pero la propia competencia económica y la disputa política hacen que el conflicto crezca y se recrudezca día con día.

A mediados del siglo xix, durante la fase de ascenso del capitalismo, el impacto que tenía el negocio del narcotráfico (como por ejemplo el del opio) ya creaba dificultades políticas que conducían a guerras que revelaban, por una parte, la esencia bárbara del sistema, y por otra, la participación directa del Estado en la producción, distribución e imposición de mercancías del tipo de las drogas. No obstante, estas actuaciones podían estar bajo una vigilancia estricta de los Estados, y en tanto la clase dominante mantenía una disciplina que permitía llegar a acuerdos políticos para mantener la cohesión de la burguesía ([10]). Por eso podemos entender que aunque en el siglo xix está presente la “guerra del opio” –desatada centralmente por el Estado británico– no es un fenómeno que domine durante esa etapa, aún cuando se pueda reconocer que marca un referente del comportamiento del capital.

La importancia de la droga y la formación de grupos mafiosos, se tornan más relevantes en la fase de decadencia del capitalismo. Es cierto que en las primeras décadas del siglo xx la burguesía trata de limitar y ajustar con leyes y reglamentos el cultivo, la preparación y el tráfico de algunas drogas, pero sólo es por la búsqueda de controlar mejor el comercio de esa mercancía.

La evidencia histórica muestra que la “rama de la droga” no es una actividad repudiada por la burguesía y su Estado. Por el contrario, es esta misma clase la que se encarga de extender su uso, aprovecharse de las ganancias que produce y, al mismo tiempo, extender los estragos que acarrea en el ser humano. Son los Estados en el siglo xx los que han distribuido masivamente la droga en sus ejércitos. Los EUA son el mejor ejemplo del uso de las drogas como instrumento de aliento a los soldados en guerra; la guerra de Vietnam fue un gran laboratorio para esa práctica, por eso no es extraño que fuera el Tío Sam quien alentara la demanda de droga durante la década de los setenta, y es el mismo gobierno norteamericano quien lo solucionó impulsando la producción de drogas en los países de la periferia.

Al entrar la mitad del siglo xx en México, la importancia que tiene la producción y distribución de la droga aún no es relevante, no obstante se mantiene un estricto control por parte de las instancias gubernamentales. Es a través de la policía y el ejército que se cierra el mercado para controlarlo mejor. Pero es durante los años ochenta que el Estado norteamericano alienta el incremento de la producción y consumo de la droga en México y toda América Latina.

A partir del “caso Irán-contras” (1986), sale a la luz que el gobierno de Ronald Reagan al ver limitado el presupuesto para apoyar a los grupos militares opositores al gobierno de Nicaragua (conocidos como los “contras”), utiliza recursos provenientes de la venta de armas en Irán, pero sobre todo, a través de la CIA y la DEA, obtienen recursos que provienen de la droga. En este enredo, el gobierno de EUA empuja a las mafias colombianas a ampliar su producción, al tiempo que asegura el apoyo militar y logístico de los gobiernos de Panamá, México, Honduras, El Salvador, Colombia y Guatemala para dar paso libre a tan codiciada mercancía. La propia burguesía norteamericana para “ampliar el mercado” produce derivados de la cocaína, que resultan más baratos y por tanto más fácil de comercializar, pero además mucho más destructivos.

Esa misma práctica que el gran capo norteamericano utiliza para obtener recursos para llevar a cabo sus aventuras golpistas, se repite en América Latina para llevar a cabo la lucha contra la guerrilla. En México la denominada “guerra sucia”, es decir la guerra de exterminio que lleva el Estado, durante los setenta y ochenta, en contra de la guerrilla fue sustentada con ingresos que provenían de la droga –esta “guerra” fue encabezada por el ejército y por grupos paramilitares (como la Brigada Blanca y el Grupo Jaguar), los cuales contaban con carta blanca para asesinar, secuestrar y torturar. Proyectos militares como la “Operación Cóndor” que se presentaban como acciones contra la producción de droga, eran usadas para enfrentar a la guerrilla y al mismo tiempo proteger los cultivos de amapola y mariguana.

En este período la disciplina y cohesión de la burguesía mexicana le permitían mantener bajo orden el mercado de la droga. Investigaciones periodísticas recientes señalan que no había carga de droga que no estuviera bajo el control y vigilancia del ejército y la policía federal  ([11]). El Estado aseguraba la unidad de forma férrea de todos los sectores de la burguesía y cuando algún grupo o capitalista individual presentaba desacuerdos era sometido pacíficamente mediante el ofrecimiento de canonjías y cuotas de poder. Esa era la forma de mantener unida a la llamada “familia revolucionaria” ([12]).

Al derrumbarse el bloque imperialista comandado por la URSS, se rompe también la unidad del bloque opositor dirigido por EUA, reproduciéndose y extendiéndose al interior de cada país (con matices particulares) los efectos de esa fractura. En el caso de México esta ruptura se expresa mediante la disputa abierta de las fracciones de la burguesía en todos los planos: partidos, clero, gobiernos locales, federal... cada fracción busca obtener una porción mayor del poder e incluso no hay pocos sectores de la burguesía que se arriesgan a poner en cuestión su disciplina histórica hacia EUA.

En ese contexto de disputa general, se llega a una distribución del poder pero un tanto forzada. Estas presiones internas son las que llevan a probar el cambio de partido en el poder y así “descentralizar” los mandos de orden, tal que los poderes locales, representados en los gobernadores de estados y presidentes municipales, declaran su control regional, lo que desata aún más el caos, en tanto que el gobierno federal, lo mismo que cada gubernatura o municipalidad para fortalecer su dominio económico y políticos se asocian con diferentes bandas mafiosas. Cada fracción en el poder protege y empuja al crecimiento de un cártel según su interés, por eso la actuación de la mafia es con tanta impunidad y con tanta animosidad.

La magnitud de estas disputas se puede ver en el ajuste de cuentas que se llevan a cabo entre personajes de la política, por ejemplo, se contabiliza que en los últimos cinco años se han asesinado a 23 alcaldes y 8 presidentes municipales, además de existir un sinnúmero de amenazas a secretarios de estado y candidatos. Ante estos hechos, la prensa burguesa suele construir una imagen de víctima de esos personajes, pero la mayoría de las veces lo que está en la base de esos crímenes y amenazas, son ajustes de cuentas por pertenecer a un bando rival o las más de las veces, por haber traicionado a los intereses del grupo con el que inicialmente mantenían pactos.

Analizado ese escenario, es posible comprender que los problemas de la droga no tienen solución dentro del capitalismo. La única “solución” que la burguesía tiene para limitar lo más explosivo de la barbarie es buscar que sus intereses se unifiquen y puedan cohesionarse en torno a un solo grupo de la mafia, de manera que se aísle al resto de ellos y se les mantenga en una existencia marginal.

La salida pacífica de tal situación es muy improbable habida cuenta de la división tan aguda de la burguesía en México, de modo que resulta difícil creer que pueda alcanzar por lo menos una cohesión temporal que permita la pacificación. Es el avance de la barbarie lo que parece ser la tendencia dominante…

Buscaglia, en una entrevista en junio de 2011, valoraba la magnitud que el narco va tomando en la vida de la burguesía: “… cerca del 65  % de las campañas electorales en México están contaminadas con dinero proveniente de la delincuencia organizada, principalmente del narcotráfico” ([13]).

Son los trabajadores las víctimas directas del avance de la descomposición capitalista expresada en fenómenos como la “guerra contra el narco” y al mismo tiempo son el blanco de los ataques económicos que la burguesía le impone ante la agudización de la crisis. Es sin duda una clase que carga grandes penurias, pero no es una clase contemplativa, es un cuerpo social capaz de reflexionar, tomar conciencia de su condición histórica y responder colectivamente.

Descomposición y crisis… el capitalismo es un sistema podrido

La droga y la muerte son la noticia sobresaliente al interno y al exterior de México, y tal es su magnitud que es bien utilizada por la burguesía para cubrir los efectos que la crisis económica tiene en el país.

La crisis que sufre el capitalismo no tiene su origen en el sector financiero, como los “expertos” burgueses suelen decir. Es una crisis profunda y general del capitalismo, que no deja un solo país sin afectarlo. La presencia activa de las mafias en México, aunque ya es una tremenda carga contra los explotados, no opaca los efectos que la crisis genera, por el contrario, lo que hace es magnificarlos.

La causa principal de las tendencias a la recesión que afecta actualmente al capitalismo es la insolvencia generalizada, pero sería un error suponer que el peso de la deuda soberana es el indicativo único para definir que la crisis avanza. En algunos países como México el peso de la deuda no causa aún dificultades mayores y no significa que está fuera de la tendencia recesiva que sacude al mundo, aún cuando en el último lustro la deuda soberana se ha incrementado, según el Banco de México, en 60  % y prevén que al fin del 2012 representará el 36.4  % del PIB. Este monto es minimizado cuando lo comparan con los niveles que la deuda tiene en países como Grecia (que representa el 170  % del PIB), pero, ¿eso significa que en México no se expone la profundización de la crisis? Definitivamente no.

En primer lugar el que la deuda no sea tan importante en México como en otros países no significa, ni mucho menos, que no lo será nunca. Los aprietos de la burguesía mexicana para relanzar la acumulación de capital se ilustran en el estancamiento de la actividad económica. El PIB no ha logrado ni siquiera alcanzar los niveles que tenía en 2006 (como se ve en el gráfico 1), pero además la base de los breves incrementos de esta variable se deben al sector de servicios, en particular al comercio (como lo explica la propia institución del Estado encargada de la estadística, INEGI). Por otro lado, se debe de tomar en consideración que si se ha animado el comercio interno (y así ensanchar las tasas de crecimiento del PIB) es porque se han incrementado los créditos al consumo, no es fortuito que al cierre del 2011, se reporte que el uso de las tarjetas de crédito se ha incrementado en un 20  % con relación al año anterior.

Los mecanismos que la clase en el poder busca para enfrentar la crisis no son ni exclusivos para México ni novedosos: elevar los niveles de explotación y dopar a la economía con crédito. La aplicación de medidas de este tipo, permitieron en la década de los 90 en EUA, dar la ilusión de crecimiento. Anwar Shaikh, estudioso de la economía norteamericana lo explica así: “El principal ímpetu para el boom vino de la dramática caída en la tasa de interés y la caída igualmente espectacular de los salarios reales en relación con la productividad (aumento de la tasa de explotación), que en conjunto elevó considerablemente la tasa de ganancia de la empresa. Las mismas dos variables jugaron diferentes roles en distintos lados…”  ([14]).

Conforme avanza la crisis estas medidas se repiten, y aunque su efecto es cada vez es más limitado, no tienen más remedio que seguir recurriendo a ellas, degradando cada vez la vida de los trabajadores. Los propios datos oficiales, por más maquillaje que se les quiera poner, dan cuenta de la precariedad a la que han orillado. No es fortuito que la alimentación de los trabajadores mexicanos tenga como base las calorías más baratas, que provienen del azúcar y el cereal; y si esto no fuera cierto, cómo explicar que este país ocupe el segundo lugar en el mundo en el consumo de gaseosa (rebasado sólo por EUA): 150 litros de gaseosa por año consume en promedio cada mexicano.

Como consecuencia de ello, es el país con la mayor población infantil y adulta con problemas de obesidad y agudización de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión. La degradación de las condiciones de vida llega a tales extremos que cada vez hay un número mayor de niños en una edad de entre 12 y 17 años que se ven obligados a laborar. Según declaraciones de Alicia Athié, oficial de la OIT en México, son tres millones 14 mil 800 los infantes a los que la miseria obliga a trabajar y de ese número el 39.6  % no asiste a la escuela ([15]).

Al aplastar los salarios, la burguesía logra apropiarse del fondo antes destinado para consumo de los obreros, intentando incrementar así la masa de plusvalía que se apropia el capital. Esta situación es tanto más grave para las condiciones de vida de la clase obrera porque, como lo muestra el gráfico 2, los precios de los alimentos crecen más rápido que el índice general de precios que utiliza el Estado para afirmar que el problema de la inflación se encuentra bajo control.

Los voceros de los gobiernos en América Latina suponen que por el hecho de que los mayores conflictos económicos se han centrado en los países centrales (Europa y EUA) el resto del mundo se encuentra fuera de esa dinámica, incluso por el hecho de que el FMI y el BCE solicitan liquidez a los gobiernos de estas regiones (entre ellos México) pareciera que lo confirmara. Pero no es que estas economías se encuentren alejadas de la crisis. Durante los años 80 en América Latina esos mismos procesos de insolvencia que se viven hoy en Europa, se expresaron y junto ello la presencia de severas medidas de austeridad sustentadas en los planes de choque (que dieron forma a lo que se denominó el Consenso de Washington).

La profundidad y extensión que ha tomado la crisis, se manifiesta de manera diferente según los países, pero la burguesía recurre a estrategias similares en todos los países, incluidos los que están menos estrangulados por el crecimiento de la deuda soberana.

Los planes de recorte de gasto que paulatinamente va aplicando la burguesía, los despidos masivos y el aumento de la explotación, no podrán, en ningún caso, favorecer una reactivación.

Los niveles de desempleo y de pauperización que se manifiestan en México nos ayudan a comprender más adecuadamente cómo la crisis se extiende y se profundiza en todas partes. La propia asociación patronal, COPARMEX, calcula que en México el 48  % de la Población Económicamente Activa “se encuentra en el subempleo” ([16]), lo que en un lenguaje más adecuado diríamos que se emplean en trabajos precarios, con la característica de tener los salarios más bajos, contratos temporales, largas jornadas y sin prestaciones médicas. Esta masa de desempleados y asalariados precarios son producto directo de la “flexibilización laboral” que la burguesía ha venido instrumentando como estrategia para ampliar la explotación y hacer cargar una porción mayor de la crisis sobre las espaldas de los asalariados.

Miseria y explotación, palancas que empujan el descontento

La vida que los explotados sufren en México es de verdadera zozobra, no son pocas las regiones (sobre todo en las zonas rurales) en las que se imponen toques de queda y retenes custodiados por militares, policías y/o sicarios, que en cualquiera de los casos disparan a matar por cualquier pretexto. Y a todo ello se le añaden de forma sistemática golpes y más golpes… Iniciado el año 2012 la burguesía mexicana se ha apresurado a anunciar la ampliación de ataques mediante la profundización de la “reforma laboral”, con la que, como en diversas partes del mundo, se pretende asegurar que la compra de la fuerza de trabajo se lleve a cabo en condiciones más favorables para los capitalistas, y así rebajar los costos de la producción y ampliar aún más los niveles de explotación.

Eso quiere decir que la “reforma laboral” tiene como objetivo aumentar los ritmos y cadencias de la jornada laboral, pero además disminuir el salario, comprimiendo al pago directo, pero también eliminando partes sustanciales que conforman el salario indirecto y luego dar nuevos pasos (en el proyecto ya iniciado) sobre la extensión de los años de labor para obtener la jubilación…

En México, esta nueva oleada de ataques se ha iniciado con los trabajadores de educación básica. El Estado se ha precavido en elegir a los profesores para intentar hacer pasar en ellos la punta de la lanza, porque se trata de un destacamento numeroso de trabajadores con tradición de combate, pero al mismo tiempo cuentan con un férreo control por parte de la estructura sindical, tanto oficialista (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, SNTE), como por la estructura “democrática” (Coordinadora Nacional, CNTE), lo cual le posibilita al gobierno jugar una estrategia que vemos ya va avanzando: primero genera un descontento al anunciar la “Evaluación universal”  ([17]) pero, a la par de ello empuja toda una serie de trampas (caravanas larguísimas, mesas de discusión por estados…) a través del SNTE y CNTE para desgastar, aislar y presentar como ejemplo de que la lucha es inviable, buscando con ello desmoralizar y atemorizar al conjunto de asalariados.

Pero aunque se define un proyecto específico para los profesores, las “reformas” van aplicándose gradualmente y de forma callada a todos los trabajadores. Por ejemplo, los mineros sufren ya esas medidas que abaratan su fuerza de trabajo y precarizan las condiciones de labor. La burguesía presenta como “normal” que en los socavones de las minas los trabajadores cubran largas e intensas jornadas (en muchas ocasiones más de 8 horas) en condiciones de seguridad deterioradas, equivalentes a las aplicadas en el siglo xix y todo ello por un salario mísero (el nivel salarial máximo de un minero es aproximadamente de 455 dólares al mes). Por ello puede entenderse que la masa de ganancia que obtienen los empresarios de las minas en México sea de las más altas, pero también eso explica el crecimiento de los “accidentes” en las minas, dejando un importante saldo de muertos y heridos. Tan solo considerando Coahuila, el estado con mayor actividad minera, se registra oficialmente que del año 2000 al presente han muerto, por derrumbes o explosiones, 207 trabajadores.

Toda esta miseria, aunada al hartazgo de la actuación criminal de gobiernos y mafias, va creando un descontento creciente entre los explotados y oprimidos que va expresándose pero con muchas dificultades. En otros países en que las calles han sido ocupadas con manifestaciones, como España, Inglaterra, Chile o Canadá, el coraje contra la realidad que impone el capitalismo se ha hecho patente, aunque no fuera todavía claramente como la fuerza de una clase de la sociedad, la clase obrera.

En México las manifestaciones masivas convocadas por estudiantes del movimiento denominado “#yo soy 132”, aunque desde el inicio han sido acotadas por la campaña electoral de la burguesía no dejan de ser un producto de ese malestar social que se percibe. Al hacer esta valoración no estamos intentando consolarnos y suponer que la clase obrera avanza sin tropiezos en su clarificación y lucha, de lo que se trata es de entender la realidad. Hay que tomar en cuenta que el desarrollo de las movilizaciones por el planeta no avanza de forma homogénea, y la clase obrera como tal no ha logrado asumir une posición dominante, a causa de sus dificultades para reconocerse como clase de la sociedad con capacidad para ser una fuerza en su seno. Esta situación favorece que en esos movimientos, la influencia de las ilusiones burguesas con soluciones reformistas como alternativas posibles a la crisis del sistema. Es esa misma tendencia la que se percibe en México.

Sólo teniendo una comprensión de las dificultades que enfrenta la clase obrera es posible entender que el movimiento que animó a la creación de la agrupación “#yo soy 132” también fue expresión del hartazgo hacia los gobiernos y partidos de la clase dominante, pero de forma muy rápida la burguesía logró encadenarla a la esperanza de las elecciones y la democracia, hasta llevarlo a ser un órgano hueco, inútil para el combate de los explotados (que se habían acercado a él creyendo encontrar un medio para el combate), pero muy útil para la clase dominante, que sigue utilizando a ese grupo para mantener maniatada la combatividad de los jóvenes obreros descontentos ante lo que el capitalismo le ofrece.

La clase en el poder tiene claro que la agudización de los ataques conduce inevitablemente a una respuesta de los explotados. En una declaración del 24 de febrero de este año, José A. Gurría, actual secretario general de la OCDE, advierte: “¿qué pasa cuando ponemos en una coctelera el bajo crecimiento, alto desempleo y una creciente desigualdad? Esto da como resultado la Primavera Árabe, los indignados de la Puerta del Sol y los indignados en Wall Street”. Por eso ante el descontento latente, la burguesía en México, al permitir que se presente como consigna aglutinadora la impugnación de Peña Nieto, sabe que esteriliza todo coraje, en tanto que más allá de las declaraciones radicales de López Obrador y del “#132” todo habrá de quedar reducido a la defensa de la democracia y de sus instituciones.

La crisis capitalista, agudizada por los efectos nocivos de la descomposición ha incrementado las penurias de los proletarios y demás explotados, pero también ha logrado que se desnude la realidad y exponga en toda su amplitud el hecho de el capitalismo sólo puede ofrecer hambre, desempleo, miseria y muerte.

La crisis aguda que vive el capitalismo y el avance destructivo de la descomposición, anuncian ya el peligro que representa la existencia del capitalismo, por ello es que es una necesidad imperiosa destruirlo y la única clase capaz de enfrentar esa tarea sigue siendo el proletariado.

Rojo, agosto del 2012


[1]) “La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo”, punto 9, Revista Internacional no 62, junio-septiembre 1990.

[2]) “La Economía de la Coca en América Latina. El paradigma colombiano”, en Nueva Sociedad no 130, Colombia 1994.

[4]) La Jornada, 25 de junio de 2010.

[5]) Citado en El Capital, Tomo I, Volumen 3. Capítulo XXIV. Editorial Siglo XXI, página 951.

[6]) En México se usan estas siglas para Estados Unidos de América. En otros países EE.UU.

[7]) La Jornada, 24 de marzo de 2010

[8]) En estados del norte del país como Durango, Nuevo León y Tamaulipas, hay zonas que se consideran como “pueblos fantasmas” por encontrarse abandonados. Los pobladores dedicados al campo se han visto obligados a huir, en el mejor de los casos, rematando sus tierras o simplemente dejándolo todo. La condición para los asalariados ha sido aún más grave en tanto su movilidad se ve más restringida por falta de recursos, por eso cuando logran huir a otra región, llegan a vivir las peores condiciones de precariedad, cargando por ejemplo con las deudas de los créditos de la vivienda que se han visto obligados a abandonar.

[9]) Revista Internacional nº 62, punto 8.

[10]) Aún hoy, en países como los Estados Unidos, el control de la droga por parte del Estado permite que, aún siendo el mayor consumidor de enervantes las disputas y el mayor número de muertes se concentren fuera de sus fronteras.

[11]) Ver: Anabel Hernández. Los Señores del narco. Editorial Grijalbo. México 2010.

[12]) Se le denominaba así a la unidad que la burguesía logró con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929) y que se consolidara con su transformación en Partido Revolucionario Institucional (PRI); en el 2000 deja el gobierno para dejar 12 años al Partido Acción Nacional y el 1 de diciembre de este año el PRI retorna al gobierno.

[14]) “The first great depression of the 21st century”. Colocado en https://homepage.newschool.edu/~AShaikh/

[15]) La Jornada, 15 de julio de 2012.

[16]) Mientras que la institución oficial (INEGI) calcula que existe un porcentaje del 29.3  % de trabajadores en la informalidad.

[17]) La “Evaluación Universal” es una parte del proyecto “Alianza por la Calidad de la Educación” (ACE). Esta medida no sólo pretende imponer un sistema de evaluación para llevar a los docentes a competir entre sí y restringir las plazas, sino además busca incrementar cargas de trabajo, aplastar los salarios, adecuar las formas para asegurar despidos rápidos con “bajos costos” y afectar las jubilaciones. Para saber más sobre esto, recomendamos ver Revolución Mundial no 126, enero-febrero de 2012 (https://es.internationalism.org/RM126-maestros)

 

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