Tras la cumbre de las ilusiones, el insondable abismo de la catástrofe

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En la mañana del 29 de junio de 2012 como por ensalmo, una dulce euforia se apoderó rápidamente de políticos y dirigentes de la zona Euro. Los media burgueses y los economistas no se quedaron a la zaga. La reciente Cumbre europea acababa de tomar, al parecer, unas “decisiones históricas”, al contrario de tantas otras cumbres anteriores de los últimos años, todas fracasadas. Según muchos comentaristas, se acabaron los fracasos; la burguesía de la zona, por una vez unida y solidaria, acababa de adoptar las medidas necesarias para salir del túnel de la crisis. Era como Alicia en el país de las maravillas. Pero, mirando más de cerca y una vez disipadas las brumas matutinas, aparecen los verdaderos problemas: ¿Cuál ha sido el contenido real de esa Cumbre?, ¿Qué alcance tiene?, ¿Aportará una solución duradera a la crisis de la zona Euro y por ende a la economía mundial?

Última Cumbre europea: decisiones engañosas

Si la cumbre del 29 de junio ha sido considerada como “histórica” es porque pretenden que ha sido un giro en la manera con la que las autoridades encaran la crisis del Euro. Por un lado, en cuanto a la forma, según los comentaristas, esa cumbre, no se limitó por primera vez a ratificar las decisiones tomadas de antemano por “Merkozy”, o sea el tándem Merkel-Sarkozy (en realidad, se trata de la posición de Merkel ratificada por Sarkozy) ([1]), sino que en ella se tuvieron en cuenta las demandas de otros dos países importantes de la zona, España e Italia, demandas apoyadas por el nuevo presidente francés, François Hollande. Por otro, la cumbre debía iniciar una nueva orientación en la política económica y presupuestaria en la zona: después de bastantes años en que la única política propuesta por la dirigencia del Euro era una austeridad cada vez más implacable, se tenía por fin en cuenta una de las críticas a esa política (defendida sobre todo por economistas y políticos de izquierda): sin reactivación de la actividad económica, los Estados, sobreendeudados, serían incapaces de obtener recursos fiscales para pagar sus deudas.

Por eso el presidente francés “de izquierdas”, Hollande, que fue a esa cumbre para “exigir un pacto por el crecimiento y el empleo”, alardeaba en escena cual protagonista de comedia, orgulloso por lo obtenido. Le acompañaban en su contento otros dos hombres, de derechas no obstante, Monti y Rajoy jefes de los gobiernos italiano y español respectivamente, los cuales también presumían ante micros y cámaras de que, como sus propuestas habían dado por lo visto sus frutos, se iba a aflojar el nudo financiero que ahogaba a sus países. La situación real era demasiado grave para que esos señores se pusieran en plan triunfal, pero se relajaron con una de esas retorcidas declaraciones como la hecha por el jefe del gobierno italiano: “se puede esperar ver el principio del fin de la salida del túnel de la crisis en la zona euro”.

Antes de correr el velo de esa mañana que se anunciaba tan radiante, volvamos un poco atrás. Recordemos: desde hacía seis meses, la zona Euro estuvo dos veces en una situación de casi quiebra de sus bancos. La primera vez la situación engendró lo que llamaron LTRO (Long Term Refinancing Operation): el Banco Central Europeo (BCE) acordó un poco más de 1 billón (1+12 ceros) de créditos a dichos bancos. En realidad ya se habían anticipado 500 000 millones. Unos meses después, resulta que los bancos vuelven a pedir auxilio. Vamos ahora a contar una historia nimia que ilustra lo que está ocurriendo realmente en las finanzas europeas. A principio de este año 2012 estallan las deudas soberanas (las de los Estados). Los mercados financieros, por su parte, hacen subir los tipos con los que aceptan prestar dinero a esos Estados. Algunos de éstos, España en particular, ya no pueden vender deuda pidiendo préstamos en los mercados. Demasiado caros. Mientras tanto, los bancos españoles se van quedando sin aliento. ¿Qué hay que hacer en España, Italia, Portugal y demás? Y entonces una idea genial iluminó las mentes preclaras del BCE: vamos a prestarles masivamente a los bancos, los cuales, por su parte, van a financiar las deudas soberanas de su Estado nacional y la economía “real” mediante créditos a la inversión y al consumo. Esto ocurrió el invierno pasado, el Banco central europeo puso “barra libre y bebidas a voluntad”. Y ahí está el resultado: a principios de junio todos con cirrosis. Los bancos no prestaron a la economía “real”. Pusieron el dinerito de lado, y luego lo devolvieron al Banco central contra un pequeño interés. ¿Y en qué consistió el reembolso?: en obligaciones de Estado que habían comprado con el dinero de ese mismo Banco central. Juegos malabares que sólo pueden aguantar el tiempo de un espectáculo por lo demás bastante grotesco.

En junio, los “médicos economistas” vuelven a gritar: nuestros enfermos se están muriendo. Son urgentes medidas radicales tomadas conjuntamente por los hospitales de la zona Euro. Estamos ahora en el momento de la cumbre del 29 de junio. Tras toda una noche de negociaciones, parece haberse llegado a un acuerdo “histórico”. Estas son las decisiones adoptadas:

  • los fondos de estabilización financiera (FEEF y MEE ([2])) podrán reflotar directamente a los bancos, tras acuerdo del BCE, así como comprar la deuda pública para que así se relajen los tipos actuales con los que los Estados piden sus préstamos en los mercados financieros ;
  • los europeos van a dejar en manos del BCE la supervisión del sistema bancario de la zona Euro;
  • se adopta la aplicación del control de los déficits públicos de los Estados de la zona;
  • y, con la satisfacción de economistas y políticos de “izquierdas”, se instaura un plan de 100 mil millones de euros para la reactivación.

Durante algunos días se oyen los mismos discursos. La zona Euro, por fin, ha tomado las decisiones idóneas. Alemania ha logrado mantener su “Regla de oro” para los gastos públicos (que impone a los Estados que inscriban en sus leyes fundamentales la erradicación de los déficits presupuestarios), pero, a cambio, ha aceptado ir hacia la mutualización de las deudas de los Estados de la zona Euro y su monetización, o sea la posibilidad de reembolsarlas emitiendo moneda.

Como siempre ocurre con ese tipo de acuerdo, la realidad se esconde tras el calendario y la realización práctica de las decisiones tomadas. Pero ya esa misma mañana saltaba algo a la vista. Un problema esencial parecía haberse aparcado: el de los medios financieros y sus fuentes reales. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en sobrentender que Alemania acabaría pagando, pues sólo ella posee, al parecer, los medios para ello… Y, luego, durante el mes de julio, sorpresa, todo parece ponerse en entredicho. Gracias a una serie de maniobras jurídicas, se retrasa la aplicación de los acuerdos para no antes de noviembre. Porque resulta que hay un problemilla y es que el 16 de julio las cuentas de Alemania se habían vuelto sencillamente insoportables. Si se suman todos los compromisos en garantías más o menos ocultas y líneas de crédito, la exposición total de ese país a unos vecinos europeos acorralados se eleva a 1,5 billones de euros. El PNB de Alemania es de 2,65 billones de euros y eso antes de que se haya tenido en cuenta la contracción de su actividad iniciada ya hace unos cuantos meses. Es pues una cantidad inaudita que equivale a más de la mitad de su PNB. Las últimas cifras anunciadas para la deuda de la zona Euro ascienden a unos 8 billones de los que una gran parte son activos llamados “tóxicos” (o sea pagarés de deudas que nunca serán pagados). No es difícil comprender que Alemania no puede mantener semejante nivel de endeudamiento. Tampoco es capaz de caucionar con duración y solvencia suficientes, gracias únicamente a su firma y rúbrica, semejante murallón de deuda ante los mercados financieros. Y existe la prueba efectiva de esa realidad, la cual se plasma en una paradoja cuyo secreto se debe a una economía en pleno desconcierto. Alemania coloca su deuda a corto y medio plazo a interés negativo. O sea que los compradores de esa deuda aceptan cobrar unos intereses ridículos con los que pierden capital a causa de la inflación. La deuda soberana germana parece ser un refugio de alta montaña capaz de enfrentar todas las tempestades, pero, al mismo tiempo, el precio de los seguros firmados por los compradores para cubrir la parte de la deuda que poseen asciende a los niveles de los de… ¡Grecia!, de modo que ese refugio resulta ser bastante vulnerable. Los mercados saben muy bien que si Alemania sigue financiando la deuda de la zona Euro, acabará siendo también ella insolvente y por eso cada prestamista procura asegurarse lo mejor posible en caso de caída brutal.

Queda entonces la tentación de sacar el arma última. Es la que consiste en decirle al Banco Central Europeo que haga como en Reino Unido, Japón o Estados Unidos: “Imprimamos billetes y más billetes sin fijarnos en el valor de lo que recibimos a cambio”. Los bancos centrales podrán transformarse, ellos también, en bancos “podridos”, ése no es el problema, ya no es ése el problema. El problema hoy es ¡evitar que todo se pare! Ya veremos que será mañana, el mes que viene, el año próximo… Ése ha sido el avance de la última cumbre europea. El BCE, sin embargo, no está de acuerdo. Cierto es que ese banco central no tiene la misma autonomía que otros bancos centrales del mundo pues está vinculado a los diferentes bancos centrales de cada nación de la zona. ¿Es ése el problema de fondo? Si el BCE pudiera actuar como el Banco central del Reino Unido o de Estados Unidos, por ejemplo, ¿se resolvería la insolvencia del sistema bancario de los Estados de la zona Euro? ¿Qué ocurre en esos otros países, en Estados Unidos por ejemplo?

Unos bancos centrales más frágiles que nunca

Ahora que se están acumulando nubes amenazantes sobre la economía estadounidense, ¿por qué Estados Unidos no se ha sacado de la manga un tercer plan de reactivación, una nueva fase de monetización de su deuda?

A Ben Bernanke, presidente del Banco Central de EEUU (o Reserva Federal, FED) le llaman “don Helicóptero”. Ya ha habido en cuatro años en Estados Unidos dos planes de creación monetaria masiva, los famosos “quantitative easings”. Ese señor parece andar circulando sin parar por los cielos norteamericanos echando dinero a espuertas, inundándolo todo a su paso. Una marea de billetes sin interrupción, ¡y allá cada cual si quiere emborracharse con tanta liquidez! Pues no, las cosas no funcionan así. Desde hace algunos meses para Estados Unidos es indispensable una nueva creación monetaria masiva. Pero no llega y se hace esperar. Porque un “quantitative easing” no 3 es a la vez indispensable, vital… e imposible, como lo son la mutualización y la monetización global de la deuda de la zona Euro. El capitalismo se ha metido en un callejón sin salida. Ni siquiera la primera potencia económica mundial puede sacar dinero de la nada indefinidamente. Toda deuda debe financiarse un día u otro. El Banco Central estadounidense, como cualquier otro banco central, tiene dos fuentes de financiación relacionadas, en realidad, entre sí e interdependientes en un momento u otro. La primera consiste en captar el ahorro de fuera o de dentro del país, ya sea a un costo tolerable ya sea mediante un reforzamiento de la fiscalidad. La segunda consiste en fabricar dinero en contrapartida de reconocimiento de deudas, sobre todo vendiendo lo que se llama obligaciones que representan la deuda pública o de Estado. El valor de esas obligaciones esté determinado en última instancia por la estimación que hacen los mercados financieros. Alguien vende un vehículo de ocasión. El vendedor pone el precio en el parabrisas. Los compradores potenciales observan en qué estado está. Se hacen ofertas y el vendedor escogerá la más ventajosa para él, es de suponer. Si el carro está muy estropeado el precio será muy bajo y acabará siendo chatarra. Este ejemplo ilustra el peligro que entraña una nueva creación monetaria en EEUU… y en otras partes. Desde hace cuatro años se han inyectado cientos de miles de millones de dólares en la economía norteamericana sin que se haya producido la menor reactivación duradera. Peor todavía: la depresión económica ha seguido su camino sin mayores problemas. Estamos aquí en el meollo del problema. La estimación del valor real de la deuda soberana está, en realidad, vinculado a la solidez de la economía. Igual que el valor del coche en su estado real. Si un banco central (sea el de Estados Unidos, de Japón o de la zona Euro) imprime billetes para comprar obligaciones o reconocimientos de deuda que no podrán ser reembolsados nunca (pues los deudores son insolventes), lo único que hace dicho banco es inundar el mercado de papeles que no corresponden a ningún valor real pues no tienen contrapartida efectiva en ahorro o nuevas riquezas confirmadas. O dicho de otra manera: fabrican falsa moneda.

Hacia la recesión general

Una afirmación como la precedente podrá parecer un poco exagerada o arriesgada. Léase, sin embargo, lo que escribe el boletín Global Europe Anticipation de enero de 2012: “Para generar un dólar de crecimiento suplementario, EEUU debe a partir de ahora pedir prestados unos 8 dólares. O dicho, si se prefiere, a la inversa: cada dólar emprestado sólo genera 0,12 $ de crecimiento. Esto ilustra lo absurdo del medio-largo plazo de las políticas practicadas por la FED y el Tesoro US en los últimos años. Es como una guerra en la que sería necesario dejar que se mate a cada vez más y más soldados para ganar cada vez menos terreno”. La proporción no es sin duda la misma en todos los países del mundo. Pero la tendencia general sigue el mismo camino. Por ejemplo, los 100 mil millones de euros previstos por la cumbre del 29 de junio para financiar el crecimiento serán tan útiles como una cataplasma en una pata de palo. Las ganancias realizadas son insignificantes comparadas con el murallón de la deuda. Un conocido film cómico se titulaba según qué países: “¿Y dónde está el piloto?” o “¡Aterriza como puedas!”. En la economía mundial, cabe ahora preguntarse: “¿Pero hay motor?”. Ahí tenemos un avión y sus pasajeros en muy mala situación.

Ante la desbandada de los países más desarrollados, algunos, para minimizar la gravedad de la situación del capitalismo, intentan oponer el ejemplo de China y de los países “emergentes”. Sólo hace unos meses, nos “vendían” a China como la próxima locomotora de la economía mundial, acompañada en ese papel por India y Brasil. ¿Qué realidad hay en ello? Esos “motores” también están teniendo fallos muy serios. China anunció oficialmente, el viernes 13 de julio, una tasa de crecimiento de 7,6  %, o sea la más baja para este país desde que comenzó la fase actual de la crisis. Se acabó el tiempo de tasas de dos dígitos. Pero incluso cifras como un 7  % ya no interesan a los especialistas. Todo el mundo sabe que son falsas. Los expertos prefieren fijarse en otros datos que les parecen más fiables. Esto decía ese mismo día una emisora francesa especializada en economía (BFM): “Si nos fijamos en la evolución del consumo eléctrico, puede deducirse que el crecimiento chino está en realidad en torno a 2 y 3  %. O sea, menos de la mitad de las cifras oficiales.” A principios de este verano todos los indicadores de la actividad andan de capa caída. Bajan por todas partes. El motor funciona al ralentí, cerca de cero. El avión de la economía mundial parece a punto de caerse.

El capitalismo ha entrado en zonas de fuertes borrascas

Frente a la recesión mundial y el estado financiero de bancos y Estados, se va a enconar la guerra económica entre los diferentes sectores de la burguesía. La reactivación mediante una política keynesiana clásica (que presupone un endeudamiento del Estado) ya no podrá ser, como hemos visto, realmente eficaz. En este contexto de recesión, bajará necesariamente la cantidad de dinero recolectado por los Estados y, a pesar de la austeridad generalizada, su deuda soberana seguirá incrementándose como en Francia o ahora en España.

La pregunta que va a desgarrar a la burguesía será: “Habrá que tomar otra vez el riesgo insensato de volver a alzar el techo de la deuda?” Al dinero le atrae cada vez menos la producción, la inversión o el consumo. Ya no es rentable. Pero los intereses y los reembolsos de las deudas a plazos siguen ahí. El capital necesita fabricar moneda nueva y ficticia para retrasar, cuando menos, una suspensión de pagos general. Bernanke, director del Banco Central de EEUU y su homólogo Mario Draghi de la zona Euro, al igual que todos sus colegas del planeta, están atrapados por el estado de la economía capitalista. O no hacen nada y entonces la depresión y las quiebras tomarán a corto plazo aires de cataclismo. O inyectan dinero en masa y entonces se irá al garete el valor de la moneda.

Algo sí es cierto: aún percibiendo ahora el peligro, la burguesía, dividida irremediablemente sobre esos temas, sólo reaccionará en situaciones de urgencia absoluta en el último momento y en proporciones cada vez más insuficientes. La crisis del capitalismo, a pesar de todo lo que ya hemos tenido que vivir desde 2008, está sólo empezando.

Tino, 30-07-2012


[1]) Nótese que desde que escribimos este artículo, el gobierno francés se ha vuelto más cooperativo todavía con la canciller alemana. Pronto habrá que hablar, sin duda, de “Merkhollande”. En todo caso, en septiembre de 2012, el nuevo presidente Hollande y la dirección del Partido socialista lo hacen todo por imponer a los diputados de su mayoría que voten a favor del Pacto de estabilidad (la “regla de oro”) que Hollande, cuando era candidato, prometió que se renegociaría. Como decía un viejo político francés conocido por su cinismo: “las promesas electorales sólo comprometen a quienes se las creen”.

[2]) Fondo europeo de estabilidad financiera y Mecanismo europeo de estabilidad.

 

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Cumbre sobre el Euro de junio de 2012