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LA PROPAGANDA burguesa norte-americana comparó desde los primeros
instantes el atentado contra el World Trade Center con el ataque japonés
sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Esa asimilación tiene
en sí misma un impacto considerable, tanto psicológico,
histórico como político, pues Pearl Harbor fue la causa
de la entrada directa del imperialismo norteamericano en la Segunda Guerra
mundial. Según la campaña ideológica actual que desarrolla
la burguesía norteamericana, en particular en los media, el paralelo
es sencillo directo y evidente:
1) En ambos casos, Estados Unidos fue atacado a traición, por un
ataque sorpresa que lo ha pillado desprevenido. En el primer caso se trataba
de la perfidia del imperialismo japonés, que pretendía cínicamente
negociar con Washington para evitar una guerra cuando en realidad estaba
preparando un ataque sorpresa. En el caso actual, Estados Unidos ha sido
víctima de integristas musulmanes fanáticos, que se habrían
aprovechado de la apertura y de la libertad de la sociedad americana para
cometer una atrocidad cuyas dimensiones no tiene precedentes, y cuyo carácter
criminal pone a sus autores fuera de la civilización.
2) En ambos casos, las muertes provocadas por los ataques sorpresa han
provocado un sentimiento de indignación en unas poblaciones aterrorizadas.
Hubo 2043 muertos en Pearl Harbor, cuya mayoría eran militares
norteamericanos; el crimen es peor en las Torres Gemelas, en las que perecieron
unos 3000 civiles inocentes.
3) En ambos casos, los ataques se han vuelto contra quienes los cometieron.
En vez de aterrorizar a la nación norteamericana y hundirla en
el derrotismo y la sumisión silenciosa, han logrado provocar la
mayor fiebre patriótica en la población, incluida la clase
obrera, lo que ha permitido su alistamiento tras el Estado hacia una guerra
imperialista duradera.
4) Al fin y al cabo, el "Bien", aquí representado por
el "american way of life" democrático y su potencia militar,
triunfa sobre "Mal".
Como todos los mitos ideológicos burguesese, sean cuales sean los
elementos verdaderos que les dan una credibilidad superficial, le historia
de ambas tragedias distantes de sesenta años está cargada
de mentiras, semiverdades y deformaciones interesadas. Esto no es, evidentemente,
una sorpresa. En política, la burguesía como clase siempre
utilizó las mentiras, las falsificaciones, les manipulaciones y
las mentiras. Y esto sigue siendo particularmente justo cuando se trata
de movilizar a la sociedad para la guerra total de los tiempos modernos.
Los fundamentos de esta campaña ideológica de la burguesía
están en total contradicción con la realidad histórica
de ambos acontecimientos. Varios son los hechos que muestran que la burguesía
norteamericana no fue atacada por sorpresa, que en cada uno de esos dos
acontecimientos aceptó con cinismo la muerte de miles de seres
humanos porque así le convenía, para alcanzar sus proyectos
imperialistas y otros objetivos políticos a más largo plazo.
Las diferentes características de la guerra, en la ascendencia y en la decadencia del capitalismo
Al haber sido utilizados Pearl Harbor y el atentado del World Trade Center
por la burguesía para alistar el pueblo americano en la guerra,
es necesario examinar brevemente las tareas políticas que la burguesía
debe encarar para preparar la guerra imperialista en el período
decadente del capitalismo. La guerra en este período tiene características
fundamentalmente diferentes de las del período en que fue un sistema
progresista. Antaño las guerras podían tener un papel progresista,
en la medida en que posibilitaban el desarrollo de las fuerzas productivas.
Por esto podemos considerar la Guerra de Secesión en Estados Unidos
como históricamente progresista, al haber destruido aquel sistema
anacrónico esclavista y poner en marcha la industrialización
a gran escala del país, como también fueron progresistas
aquellas guerras nacionales en Europa que permitieron la creación
y unidad de los Estados modernos y por consiguiente la base del desarrollo
del capital nacional de cada país. Esas guerras, de forma general,
podían quedar limitadas al personal militar implicado en el conflicto
y no ocasionaban destrucciones masivas sistemáticas de los medios
de producción así como tampoco de las infraestructuras o
de las poblaciones de las países en guerra.
Las guerras imperialistas de la decadencia del capitalismo tienen características
profundamente diferentes. Mientras que las guerras nacionales de la época
ascendente podían tener la función de sentar las bases para
el avance cualitativo del desarrollo de las fuerzas productivas, las de
la decadencia ya no permiten ese progreso porque el sistema en sí
ya ha alcanzado su más alto nivel de desarrollo histórico.
El capitalismo ya terminó la extensión del mercado mundial,
y todos aquellos mercados extracapitalistas que permitían su expansión
global quedaron integrados en el sistema. La única posibilidad
de extensión que tiene hoy cualquier capital nacional es a costa
de otro: conquistar territorios o mercados controlados por el adversario.
El crecimiento de las rivalidades imperialistas favorece el desarrollo
de alianzas que preparan el terreno para la guerra imperialista generalizada.
En vez de quedar limitada a batallas entre militares profesionales, las
guerras en la decadencia exigen la movilización total de la sociedad,
lo que tiene como consecuencia la emergencia de una forma nueva del Estado:
el capitalismo estatal, cuya función es la de ejercer un control
total sobre cualquier aspecto de la sociedad, para poder abarcar las contradicciones
de clase que amenazan hacerla estallar y también organizar la movilización
exigida por la guerra total moderna.
Sea cual sea el éxito con que haya sido preparada la guerra a nivel
ideológico, la burguesía en decadencia siempre disfraza
sus guerras imperialistas con el mito de la autodefensa contra la tiranía
de la que supuestamente sería víctima. La realidad de la
guerra moderna, con sus destrucciones masivas y sus innumerables muertos,
con toda su barbarie desplegada sobre la humanidad, es tan espantosa,
tan horrible, que el proletariado, pese a estar derrotado e ideológicamente
destrozado, no puede ir al degolladero así como así. Cada
burguesía nacional cuenta mucho con la falsificación de
la realidad para dar la ilusión de que es ella la víctima
de una agresión y que no tiene más remedio que defenderse.
Para justificar los conflictos, tiene que hablar de la necesidad de defender
la madre patria contra las agresiones exteriores y tiránicas, para
esconder las verdaderas razones imperialistas que provocan las guerras
en el capitalismo. ¿Quién podría movilizar a cualquier
población con consignas como: "A oprimir el mundo con nuestro
imperialismo cueste lo que cueste"? En el capitalismo decadente,
el control de los medios de información por el Estado facilita
el lavado de cerebro de la población a través de toda una
serie de mentiras y propaganda.
Durante su historia, la burguesía norteamericana ha sido una adicta
muy especial a esa estratagema que consiste a hacerse pasar por víctima,
y esto incluso antes de la decadencia del capitalismo ya en el siglo XIX.
Así, por ejemplo, "Remember the Alamo" (émonos
de El Álamo") fue la consigna de la guerra de 1845-48 contra
México. Ese grito inmortalizó la "matanza" cometida
por las tropas mexicanas del general Santa Ana de 136 rebeldes norteamericanos
en San Antonio, Texas, que en aquel entonces era territorio mexicano.
Que los mexicanos "sedientos de sangre" propusieran varias veces
a los rebeldes la rendición y permitieran que mujeres y niños
evacuaran El Álamo antes del asalto final no impidió que
la clase dirigente norteamericana pusiera a los defensores de la fortaleza
con la corona del martirio, y utilizara el incidente para movilizar todo
el esfuerzo necesario para la guerra cuyo punto culminante fue la anexión
por Estados Unidos de la mayoría de territorios que hoy son los
estados del Suroeste.
Del mismo modo, la explosión más que sospechosa del acorazado
"Maine" en el puerto de La Habana en 1898 fue el pretexto a
la guerra hispano-norteamericana de 1898 que dio luz a la consigna "Remember
the Maine".
Más recientemente, en 1964, un pretendido ataque contra dos cañoneros
norteamericanos frente a las costas vietnamitas sirvió de pretexto
para la "Resolución sobre el Golfo de Tonkín"
adoptada por el Congreso estadounidense en verano del 64, la cual, a pesar
de no ser una declaración de guerra formal, sirvió de trama
legal para la intervención americana en Vietnam. A pesar de que
la Administración Johnson se enteró al cabo de unas horas
de que no había habido tal "ataque" contra el "Maddox"
y el "Turner Joy", sino que el informe sedebía a un error
de jóvenes oficialesde radar algo nerviosos, la ley sobre la autorización
de intervenir militarmente fue sin embargo presentada al Congreso, y sirvió
de cobertura legal para una guerra que duró hasta la caída
de Saigón en 1975 a manos de las tropas estalinistas.
Es de lo más cierto que la burguesía utilizó el ataque
contra Pearl Harbor para alistar a la población vacilante ante
el esfuerzo de guerra, como utiliza hoy el horror del atentado del 11
de Setiembre para movilizar para otra guerra. Sin embargo, sigue planteándose
la cuestión de saber si Estados Unidos en ambos casos fue atacado
por sorpresa, y hasta qué punto funcionó y ha vuelto a funcionar
el maquiavelismo de la burguesía para provocar o permitir esos
ataques y utilizar en ventaja propia la indignación popular que
provocaron.
El maquiavelismo de la burguesía
En cuanto la CCI denuncia el maquiavelismo de la burguesía, nuestros
críticos nos acusan de no considerar la historia más que
como una sucesión de conspiraciones. No solo entienden al revés
nuestros análisis, sino que además caen en la trampa ideológica
de la burguesía que se esfuerza, en particular a través
de los media, en denigrar a quienes ponen en evidencia las maniobras que
utiliza en su vida política, económica y social, para se
les considere como teóricos irracionales de la conspiración.
Sin embargo, no es algo del otro mundo afirmar hoy que "las mentiras,
el terror, la coerción, el doble juego, la corrupción, los
golpes y los asesinatos políticos" ("Maquiavelismo, conciencia
y unidad de la burguesía", Revista internacional no 31, 1982)
siempre han sido la base del negocio de la clase explotadora a lo largo
de su historia, sea en el feudalismo o en el capitalismo moderno. "La
diferencia entre ambos períodos está en que "patricios
y aristócratas 'hacían ma quia velismo sin saberlo', mientras
que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Ésta
hace del maquiavelismo una 'verdad eterna' porque ella misma se considera
como eterna, porque supone eterna la explotación" (ibid).
En este sentido, las mentiras y manipulaciones, que ya habían utilizado
todas las clases ex plotadoras que la habían precedido enla historia,
se han transformado en características centrales del modo de funcionamiento
de la burguesía mo derna. Ésta, al utilizar la formidable
herramienta de control social que da el capitalismo dirigido por el Estado,
ha alzado el maquiavelismo a su más alta expresión.
La emergencia del capitalismo de Estado en la época de decadencia
capitalista, una forma estatal que concentra el poder en manos de un ejecutivo,
en particular de la burocracia permanente, y que permite al Estado un
poder cada vez más totalitario sobre todos los aspectos de la vida
social y económica, le ha dado a la burguesía medios mucho
más eficaces para poner en ejecución sus esquemas maquiavélicos.
"En el plano de su propia organización para sobrevivir, para
defenderse, la burguesía ha demostrado una inmensa capacidad de
desarrollo de las técnicas de control económico y social,
mucho más allá de los sueños de la clase dominante
en el siglo XIX. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente'
respecto a la crisis de su sistema socioeconómico" (ídem).
El desarrollo de un sistema de medios de información totalmente
controlados por el Estado, sea con formas jurídicas o por métodos
más flexibles, es un elemento central en el esquema maquiavélico
de la burguesía. "La propaganda, la mentira, es un arma esencial
de la burguesía. Para alimentar su propaganda, la burguesía
no vacila, si es necesario, en provocar acontecimientos" (ídem).
La historia de Estados Unidos está cargada de ejemplos, tanto de
manipulaciones de la opinión pública con respecto a sucesos
como de manipulaciones más importantes a nivel histórico.
Podemos citar como ejemplo de la utilización de sucesos el incidente
ocurrido en 1955 en que el secretario del Presidente para las relaciones
con la prensa, James Hagerty, inventó totalmente un suceso para
esconder la incapacidad del presidente Eisenhower, hospitalizado en Denver
tras una crisis cardiaca. Hagerty organizó para todo el equipo
ministerial un viaje de dos mil millas, de Washington a Denver, para dar
la ilusión de que Eisenhower estaba en buenas condiciones físicas
para presidir un consejo de ministros que nunca se hizo. Un ejemplo más
importante en el plano histórico es la forma con la que fue manipulado
Sadam Husein en 1990 por la embajadora de Estados Unidos en Irak, cuando
ésta le dijo que su país no intervendría en el conflicto
fronterizo entre Irak y Kuwait, haciéndole creer que tenía
la bendición del imperialismo norteamericano para invadir Kuwait.
Estados Unidos aprovechó el pretexto de la invasión para
desencadenar la Guerra del Golfo en 1991, cuyo objetivo era reafirmar
que ellos solos seguían siendo una superpotencia tras el hundimiento
del estalinismo, del bloque del Este y de la consecuente desintegración
del bloque occidental.
Esto no implica en nada que todos los acontecimientos de la sociedad contemporánea
estén necesariamente predeterminados por esquemas secretos preparados
en círculos restringidos de líderes capitalistas. Está
claro que existen enfrentamientos en los círculos dirigentes de
los Estados capitalistas y que sus resultados no se conocen de antemano.
Del mismo modo, el desenlace de los enfrentamientos con la clase obrera
en la lucha de clases no es conocido de antemano por la burguesía.
Por bien planificadas que estén las manipulaciones, siempre pueden
ocurrir accidentes en la historia. De forma general, se ha de tener bien
claro que si la burguesía como clase explotadora es incapaz tanto
de tener una conciencia global y unificada como de entender claramente
el funcionamiento de su sistema y el callejón sin salida que ofrece
a la sociedad, es, sin embargo, consciente de que su sistema se está
hundiendo en una crisis social y económica. "En los más
altos niveles del aparato estatal, es posible, para los que mandan, tener
una especie de tablero global de la situación y de las opciones
que se han de tomar de forma realista para enfrentarla" (idem). Y
aunque no lo haga con conciencia total, la burguesía es más
que capaz de establecer estrategias y tácticas y de aprovecharse
de los mecanismos de control totalitario del capitalismo de Estado para
ponerlas en práctica. Les incumbe a los marxistas revolucionarios
la responsabilidad de denunciar semejantes maniobras y mentiras maquiavélicas.
Hacerse los desentendidos sobre este aspecto de la ofensiva de la clase
dominante por controlar la sociedad es una actitud irresponsable y hace
el juego del enemigo de clase.
El maquiavelismo de la clase dominante norteamericana en el ataque de Pearl Harbor
El ataque de Pearl Harbor es un ejemplo excelente para entender el funcionamiento
del maquiavelismo de la burguesía. Podemos aprovecharnos de más
de medio siglo de trabajos históricos, de cantidad de investigaciones
hechas por militares y partidos de oposición. Según la versión
oficial de los acontecimientos, el 7 de diciembre de 1941 quedará
en la historia como día de infamia, tal como lo definió
el Presidente Roosevelt. El acontecimiento fue utilizado para movilizar
a la opinión pública a favor de la guerra en 1941, y así
lo presentan los medios de comunicación capitalistas, los libros
escolares y la cultura popular. Numerosas pruebas históricas demuestran
sin embargo que el ataque japonés fue conscientemente provocado
por la política norteamericana; el ataque no vino por sorpresa,
y la administración del presidente Roosevelt tomó con plena
conciencia la decisión de permitir que se realizara con todas sus
consecuencias en pérdidas de vidas humanas y de material naval,
para así tener el pretexto para que Estados Unidos entrara en la
Segunda Guerra mundial. Ya se han sido escrito varios libros sobre el
tema y numerosos documentos se pueden consultar por Internet. Nos limitaremos
aquí en ver los más importantes para ilustrar cómo
funciona el maquiavelismo de la burguesía.
Los acontecimientos de Pearl Harbor ocurrieron en un momento en el que
EE.UU estaba listo para decidirse a entrar en la IIª Guerra mundial
junto a los aliados. La administración del presidente Roosevelt
estaba impaciente para entrar en guerra contra Alemania. Aunque la clase
obrera americana fuese totalmente prisionera de un aparato sindical (en
cuyo seno el partido estalinista desempeñaba una papel significativo)
impuesto por la autoridad del Estado para controlar la lucha de clases
en las industrias clave, aunque estaba empapada de la ideología
del antifascismo, la burguesía estadounidense tenía que
enfrentarse a una fuerte oposición a la guerra, no solo por parte
de la clase obrera, sino en el seno de la propia burguesía. Antes
de Pearl Harbor, los sondeos mostraban que el 60 % de la opinión
pública era desfavorable a la entrada en guerra, y las campañas
de los grupos aislacionistas como "American first" tenían
un apoyo considerable en la burguesía. Por mucho que la Administración
de EE.UU hiciera alarde de su voluntad política y demagógica
de permanecer fuera de la contienda europea, en secreto no cejaba en su
voluntad de encontrar un pretexto para entrar en combate. Los Estados
Unidos violaban cada día más su pretendido neutralismo,
ofreciendo ayuda a los Aliados, transportando importantes cantidades de
material bélico siguiendo el programa "Lend Lease". El
gobierno esperaba forzar a los alemanes a lanzarse a un ataque contra
las fuerzas norteamericanas en el Atlántico Norte, lo cual serviría
de pretexto para entrar en guerra. Al no caer en la trampa el imperialismo
alemán, EE.UU se fijó entonces en Japón. La decisión
de imponer un embargo petrolero a Japón y transferir la flota del
Pacífico de la costa oeste de EE.UU hacia una posición más
expuesta de Hawai fue el motivo y la oportunidad para Japón de
"disparar primero" contra Estados Unidos, y, de este modo, proporcionar
el pretexto para la intervención estadounidense en la guerra imperialista.
En marzo de 1941, el informe secreto del Departamento de la Marina preveía
que si Japón atacaba a EE.UU sería de madrugada, y con un
ataque aéreo sobre Pearl Harbor lanzado desde un portaaviones.
Como lo anotó el consejero presidencial Harold Ickes en un memorándum
de junio de 1941, justo cuando Alemania acababa de atacar a Rusia, "desde
el embargo petrolero a Japón podría crearse una situación
que no solo permitiría sino que facilitaría nuestra entrada
en guerra". En octubre Ickes escribía: "Siempre he pensado
que nuestra entrada en guerra se haría a través de Japón".
A finales de noviembre, Stimson, secretario de Estado de la Guerra reseñó
en su diario sus pláticas con el presidente Roosevelt: "Se
trataba de saber cómo maniobrar para llevarlos (a Japón)
a disparar los primeros sin demasiado peligro para nosotros. A pesar de
los riesgos que implicaba dejarlos disparar primero, nos dábamos
nosotros cuenta de que para recabar el apoyo total del pueblo norteamericano,
mejor era que así hicieran los japoneses para que no cupiera la
menor duda en la mente de nadie de que eran ellos los agresores".
El Informe del Mando de Pearl Harbor, fechado el 20 de octubre de 1944,
describe esta acción maquiavélica tomada con la certeza
de que iban a ser sacrificadas vidas humanas y destruir equipos concluyendo
así: "durante este período decisivo, entre el 27 de
noviembre y el 6 de diciembre de 1941, nos llegaron múltiples informaciones
del más alto nivel al departamento de Estado, al Departamento de
la Marina y de la Guerra, con indicaciones precisas sobre las intenciones
de los japoneses, incluida la hora y la fecha exactas en que el ataque
iba a verificarse" (Army Board Report, Pearl Harbor Attack, cap.
29, pp. 221-230).
Esas informaciones eran las siguientes:
- los servicios secretos USA se habían enterado el 24 de noviembre
de que "estaban listas las operaciones militares ofensivas de Japón";
- esos mismos servicios secretos había recibido el 26 de noviembre
"pruebas evidentes de las intenciones japonesas de lanzar una guerra
ofensiva contra Gran Bretaña y Estados Unidos";
- En un informe también fechado el 26 de noviembre, se señalaba
"una concentración de unidades de la flota japonesa en un
puerto desconocido, listas para entrar en acción ofensiva";
- el 1º de diciembre, "llegaron informaciones precisas procedentes
de tres fuentes independientes, según las cuales Japón iba
a atacar a Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que permanecería
en paz con Rusia";
- el 3 de diciembre, "informaciones de que los japoneses destruían
sus códigos secretos y sus máquinas de cifrado fueron la
culminación de esa revelación completa de las intenciones
bélicas de Japón y del ataque inminente. Esto fue analizado…con
el pleno sentido de guerra inmediata".
Esas informaciones de los servicios secretos se entregaban a los funcionarios
de más alto rango del Departamento de Estado y de la Guerra y,
al mismo tiempo, a la Casa Blanca, en donde Roosevelt en persona recibía
dos veces por día información sobre los mensajes japoneses
interceptados. Mientras que los oficiales de los servicios de información
apremiaban para que se enviase con la mayor urgencia una "alerta
de guerra" al Mando Militar de Hawai para así prepararse a
un ataque inminente, los peces gordos civiles y militares decidieron lo
contrario, enviando, en lugar de la alarma, un mensaje que el Mando calificó
de "anodino".
La prueba de que el ataque japonés se conocía de antemano
quedó confirmada por diferentes fuentes entre las cuales artículos
periodísticos y memorias escritas por participantes. Se podía
leer, por ejemplo, en un despacho de la agencia United Press publicado
en el New York Times del 8 de diciembre con el título "El
ataque se esperaba": "Es ahora posible revelar que las fuerzas
armadas estadounidenses estaban enteradas desde hace una semana de que
el ataque iba a ocurrir, de modo que no las sorprendió" (New
York Times, 8/12/1941, p. 13).
En una entrevista de 1944, Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente, reconoció
que "el 7 de diciembre no fue ni mucho menos el choque brutal para
el país en el que tanto se ha insistido. Hacía ya tiempo
que se esperaba un acontecimiento así" (New York Times Magazine,
8/10/1944, p. 44) El 20 de junio de 1944, el ministro británico
sir Oliver Littleton declaró ante la Cámara de comercio
americana: "Japón fue impelido a atacar a los americanos en
Pearl Harbor. Es falsificar la historia decir que Norteamérica
se vio forzada a entrar en guerra. Todos saben hacia quiénes iba
la simpatía norteamericana. Es incorrecto hablar de verdadera neutralidad
de EE.UU, incluso antes de su participación en los combates"
(Prang, Pearl Harbor: Verdict of History, p. 39-40).
Winston Churchill confirmó la duplicidad de los dirigentes norteamericanos
en lo que al ataque de Pearl Harbor se refiere, en este fragmento de su
libro The Grand Alliance: "En 1946 se publicaron los resultados de
una investigación del Congreso estadounidense en la que se exponía
cada detalle de los hechos que llevaron a la guerra entre EE.UU y Japón,
y, también, el hecho de que los departamentos militares no enviaron
nunca mensaje alguno de "alerta" a los navíos o las guarniciones
más expuestas. Cada detalle, incluido el texto cifrado de los telegramas
japoneses, se ha expuesto al mundo en cuarenta volúmenes. La fuerza
de EE.UU ha sido suficiente para permitirle soportar esta dura prueba
que exige el espíritu de la Constitución norteamericana.
No es mi intención emitir en estas páginas un juicio sobre
ese espantoso acontecimiento de su historia. Sabemos bien que todas las
eminencias americanas que rodeaban al Presidente, en quien tenían
confianza, se percataban, con tanta perspicacia como yo, de ese terrible
peligro de que Japón acabara atacando las posesiones inglesas y
holandesas en Extremo Oriente evitando tocar a Estados Unidos, de tal
modo que el Congreso americano no habría autorizado la declaración
de guerra. (…) El Presidente y sus hombres de confianza se daban
perfecta cuenta desde hacía tiempo de los graves riesgos que a
Estados Unidos hacía correr su neutralidad en la guerra contra
Hitler y todo lo que éste representaba. Habían sentido duramente
las obligaciones que les imponía el Congreso cuando varios meses
antes, la Cámara de Representantes había reconducido la
ley sobre el servicio militar obligatorio con un solo voto de mayoría,
una ley necesaria sin la cual sus ejércitos habrían sido
desmantelados en medio de las convulsiones que agitaban el mundo. Roosevelt,
Hull, Stimson, Knox, el general Marshall, el almirante Stark y Harry Hopkins
eran todos ellos de la misma opinión. (…) Un ataque japonés
contra Estados Unidos iba a facilitarles considerablemente sus problemas
y sus tareas. ¿Puede uno entonces extrañarse de que hubieran
considerado la forma que iba a tener este ataque, incluso su intensidad,
como algo mucho menos importante que el hecho de que la nación
americana entera se volviera a encontrar unificada en una causa justa
para defender su seguridad como nunca antes lo había estado?"
(Winston Churchill, The Grand Alliance, p. 603).
Es posible que Roosevelt no previera la amplitud de las destrucciones
y de las pérdidas que los japoneses iban a infligir en Pearl Harbor,
pero lo que sí está claro es que estaba dispuesto a sacrificar
vidas y navíos americanos para hacer surgir un sentimiento de odio
en la población y llevarla así hacia la guerra.
El atentado de las Torres Gemelas y el maquiavelismo de la burguesía
Es desde luego más difícil evaluar el maquiavelismo de
la burguesía americana en el caso del atentado del World Trade
Center ocurrido hace poco más de tres meses en el momento en que
escribimos este artículo. No conocemos las investigaciones habidas
desde entonces y que podrían sacar a la luz secretos sobre gente
perteneciente a la clase dominante que habría sido más o
menos cómplice en esos atentados o que, aún estando al corriente
de su preparación, dejaron hacer. Pero como la historia de la clase
dominante lo muestra, y muy especialmente lo de Pearl Harbor, tal posibilidad
es algo perfectamente posible. Si examinamos lo ocurrido recientemente,
basándonos únicamente en lo que ha sido reproducido por
los medios - los cuales, no es casualidad, están totalmente alistados
en la ofensiva política e imperialista actual del gobierno y a
la que le dan todo su apoyo - podemos perfectamente justificar tal hipótesis.
Hagámonos primero la pregunta de ¿a quién beneficia
el crimen políticamente hablando? Sin la menor duda a la clase
dominante norteamericana. Solo ya esta constatación basta para
hacer brotar sospechas sobre el atentado del World Trade Center. Con la
mayor prontitud y sin la menor vacilación, la burguesía
americana ha sacado la mayor ventaja de lo ocurrido el 11 de septiembre
para hacer avanzar sus proyectos tanto en el plano nacional como el internacional:
movilización de la población tras el estado de guerra, fortalecimiento
del aparato represivo del Estado, reafirmación de la superpotencia
americana frente a la tendencia general a que cada país juegue
sus propias bazas en el ruedo internacional.
Inmediatamente tras el atentado, el aparato político americano
y los media fueron requisados para movilizar a la población para
la guerra, en un esfuerzo concertado para superar el llamado "síndrome
de Vietnam" que ha impedido al imperialismo americano durante tres
décadas hacer la guerra. El pretendido "desorden psicológico
de masas" era en realidad la expresión de la resistencia,
especialmente por parte de la clase obrera, a dejarse movilizar tras el
Estado en una guerra imperialista de larga duración y fue en gran
parte responsable de que EE.UU recurriera a guerras locales, mediante
otros países, en su conflicto con el imperialismo ruso durante
los años 70 y 80 o también a intervenciones a corto plazo
y de limitada duración, con el apoyo de bombardeos aéreos
y de misiles más que mediante ataques en tierra, como así
fue en la Guerra del Golfo y en Kosovo. Evidentemente, esa resistencia
no es ni mucho menos el resultado de no se sabe qué desorden psicológico.
Lo que refleja es la incapacidad de la clase dirigente a infligir una
derrota ideológica y política al proletariado, a alistar
a la generación actual de obreros detrás del Estado para
la guerra imperialista, como sí lo consiguió en la preparación
de la IIª Guerra mundial. El editorial de una edición de la
revista Time, publicada justo después del atentado, muestra bien
cómo se ha fomentado la campaña actual de psicosis bélica.
El título desarrollado en ese número "Día de
infamia" evoca de entrada la comparación con Pearl Harbor.
El editorial de Lance Morrow, titulado y castigo" subraya los detalles
de la campaña ideológica que siguió. Escrito en una
publicación que participa en el esfuerzo de propaganda, el artículo
de Morrow ilustra además lo bien que habían entendido los
propagandistas de la clase dominante todos los beneficios que podían
sacar de los atentados del World Trade Center, en comparación con
los atentados precedentes, para manipular a la población para la
guerra gracias a la gran cantidad de víctimas y al enorme dramatismo
de las imágenes: "No podemos vivir un día de infamia
sin que nos embargue un sentimiento de furor. ¡Liberemos nuestro
furor!
Necesitamos un sentimiento de rabia comparable al provocado por Pearl
Harbor! Una indignación despiadada que no se agotará al
cabo de una o dos semanas. (…)
Ha sido un terrorismo cercano a la perfección dramática.
Nunca el espectáculo del Mal había alcanzado una producción
de tal valor. Hasta ahora el público solo había visto los
resultados todavía humeantes: la embajada destruida por una explosión,
los cuarteles en ruinas, el boquete negruzco en el casco del navío.
Esta vez, el primer avión al percutir la primera torre atrajo nuestra
atención. Alertó a los medios, convocó a las cámaras
para poder filmar así la segunda explosión, un estallido
fuera de la realidad…
El Mal posee un instinto teatral y es por eso por lo que en una época
en la que los medios son tan propensos al mal gusto, puede exagerar sus
destrozos gracias al poder de las horrorosas imágenes" (Time
Magazine, número especial, septiembre 2001).
Al mismo tiempo, el aparato político burgués desplegó
y puso en marcha sus planes para reforzar el aparato represivo del Estado.
Una nueva legislación "de seguridad", que legaliza prácticas
que quedaron desautorizadas tras la guerra de Vietnam y el caso Watergate,
así como todo un nuevo arsenal de medidas represivas preparadas,
discutidas, adoptadas y firmadas por el Presidente en un tiempo récord.
Tenemos buenas razones para sospechar que tal legislación ya estaba
preparada desde hacía tiempo para ser puesta en práctica
en el mejormomento. Han detenido a más de 1000 sospechosos, simplemente
por sus apellidos árabes o por llevar ropa oriental, encarcelados
sin acusación precisa y por tiempo indeterminado. Se han congelado
los fondos de organizaciones de las que se sospecha tener simpatías
por Bin Laden y eso sin ningún tipo de proceso judicial. Han restringido
la inmigración, especialmente la procedente de países islámicos,
lo cual es más una respuesta a las preocupaciones permanentes de
la burguesía sobre los flujos de inmigrantes ilegales que intentan
huir de las horribles condiciones de descomposición y de barbarie
que golpean a sus países subdesarrollados, que algo directamente
relacionado con los atentados terroristas.
Del día a la mañana, la crisis terrorista se ha convertido
en explicación de la agravación de la recesión económica
y justificación en los recortes en los presupuestos de programas
sociales, al haber dirigido los fondos disponibles hacia la guerra y la
seguridad nacional. La rapidez con la que se han presentado esas medidas
demuestra que no fueron redactadas en la urgencia, sino preparadas, discutidas
y planificadas para cualquier contingencia.
En el plano internacional, el objetivo real de la guerra contra el terrorismo
no es tanto destruirlo, sino reafirmar con fuerza la dominación
imperialista de Estados Unidos, única superpotencia que queda en
un ruedo internacional cada vez más marcado por los constantes
retos que esa superpotencia debe enfrentar. El desmoronamiento del bloque
del Este en 1989 provocó la rápida disgregación del
bloque occidental, al haber desaparecido lo que le daba cohesión,
es decir la existencia del bloque imperialista ruso. A pesar de su aparente
victoria en la guerra fría, el imperialismo americano se vio ante
una situación mundial en la que las grandes potencias, antiguas
aliadas suyas, y muchos otros países de menor envergadura, se pusieron
a retar su liderazgo, intentando dar salida a sus propias ambiciones imperialistas.
Para forzar a volver a filas a sus antiguos aliados y que éstos
reconocieran quién manda y ordena, Estados Unidos emprendió
en la última década tres operaciones militares de gran envergadura:
la primera contra Irak, luego contra Serbia y ahora contra Afganistán
y la red de Al Qaeda. En los tres casos, el despliegue militar estadounidense
ha forzado a sus "aliados", Francia, Gran Bretaña y Alemania,
a unirse en las "alianzas" dirigidas por EE.UU a riesgo de quedarse
al margen del juego imperialista mundial.
En segundo lugar, basándose únicamente en los medios burgueses
de comunicación, se pueden reunir suficientes elementos probatorios
del más que probable maquiavelismo de la burguesía norteamericana,
por mucho que la única versión oficial autorizada sea que
Estados Unidos no se lo esperaba. Un maquiavelismo consistente en dejar
hacer esos atentados:
Las fuerzas que parecen haber cometido la atrocidad del World Trade Center
no estarían sin duda bajo control del imperialismo americano, pero
sí que eran perfectamente conocidas por sus servicios secretos,
pues, en realidad, habían sido agentes de la CIA durante la guerra
que, gracias a diferentes pandillas afganas, el imperialismo americano
entabló contra el imperialismo ruso en 1979-89. Para contener la
invasión de Afganistán por parte del imperialismo ruso en
1979, la CIA reclutó, entrenó, armó y utilizó
a miles de integristas islámicos para llevar a cabo una guerra
santa, una yihad, contra los rusos. El concepto de yihad estaba más
o menos soterrado en la teología musulmana hasta que el imperialismo
americano lo volvió a resucitar, hace dos décadas, para
sus propios objetivos. Miles de islamistas fueron reclutados por el mundo
musulmán, en Pakistán, en Arabia Saudí en particular.
Fue entonces cuando se oyó hablar por vez primera de Osama Bin
Laden como agente de EE.UU. Tras la retirada de Afganistán del
imperialismo ruso en 1989 y el desplome del gobierno de Kabul en 1992,
el imperialismo americano se retiró de Afganistán, concentrándose
en Oriente Medio y los Balcanes. Cuando luchaban contra los rusos, los
integristas islámicos eran aplaudidos por Ronald Reagan como combatientes
de la "Libertad". Cuando hoy usan la misma brutalidad contra
el imperialismo americano, el presidente Bush dice que son bárbaros
fanáticos que hay que exterminar. Al igual que Timothy Mac Veigh,
el norteamericano fanático de extrema derecha autor del atentado
de Oklahoma City en 1995, educado en la ideología de la guerra
fría, en el odio a los rusos, reclutado por el ejército
USA, los jóvenes reclutados por la CIA para la yihad lo único
que conocieron, en su vida de adultos, es el odio y la guerra. Tanto aquél
como éstos se sintieron traicionados por el imperialismo americano
una vez terminada la guerra fría, volviendo la violencia contra
sus antiguos dueños.
Desde 1996, el FBI investigaba sobre la posibilidad de que hubiese terroristas
que utilizaran escuelas de pilotos norteamericanas para aprender a volar
en jumbo jets: las autoridades anticiparon elmodo operativo de los terroristas
(TheGuardian: "FBI failed to find suspects named before hijackings",
25/09/01).
El piso en Alemania en el que se planificó y coordinó el
atentado estaba vigilado por la policía alemana desde hacía
más de tres años.
El FBI, al igual que otras agencias de contraespionaje estadounidenses,
había recibido avisos e interceptado mensajes según los
cuales se preveía un atentado terrorista coincidiendo con la ceremonia
en la Casa Blanca entre Clinton, Rabin y Arafat. Los servicios secretos
israelíes y franceses avisaron a los norteamericanos. Y por eso
las autoridades de EEUU supieron cuándo se iba a producir el atentado.
¿Y no era esta vez evidente que el objetivo iba a ser el World
Trade Center cuando ya este centro había sido el objetivo de terroristas
islamistas en un atentado de 1993, al ser considerado como símbolo
del capitalismo americano?
En agosto, el FBI detuvo a Zacarías Moussaoui, quien había
despertado las sospechas al empeñarse en entrenarse en una escuela
de pilotos de Minnesota y afirmar que, en la enseñanza, no le interesaban
ni el despegue ni el aterrizaje. A principios de septiembre, las autoridades
francesas mandaron un aviso sobre los vínculos sospechosos entre
Moussaoui y los terroristas. En noviembre, el FBI cambió repentinamente
de opinión desmintiendo que Moussaoui estuviera implicado en el
atentado. En todo caso, el que a unos pilotos no les interesara aprender
a despegar ni atterrizar, dando con ello a sospechar de un posible secuestro
suicida, volvió a hacer surgir las sospechas.
Mohammed Atta, el supuesto organizador del 11 de septiembre, el que, por
lo visto, habría pilotado del primer avión que golpeó
las Torres Gemelas, era alguien muy conocido por las autoridades, pero
llevaba, sin embargo, una vida muy normal, con autorización para
circular libremente por Estados Unidos. Aunque constaba desde hacía
años en las listas de terroristas de especial vigilancia por parte
del Departamento de Estado, sospechoso de haber atentado con bomba contra
un autobús en Israel en 1986, se le había autorizado a salir
de EE.UU y regresar a este país durante estos dos últimos
años. Entre enero y mayo de 2000, estuvo bajo vigilancia de agentes
estadounidenses por sus sospechosas compras en grandes cantidades de productos
químicos idóneos para fabricar bombas. En enero de 2001,
estuvo detenido durante 57 minutos por los servicios de Inmigración
y Naturalización en el aeropuerto internacional de Miami porque
su visado estaba caducado y ya no valía para entrar en EE.UU. Atta
constaba en las listas de vigilancia del Departamento de Estado, el FBI
tenía sospechas sobre alguna gente de que podría recibir
clases de pilotaje en Estados Unidos; a pesar de todo ello, Atta pudo
entrar en el país y matricularse en una escuela de pilotaje. En
abril de 2001, lo detuvo la policía por conducir sin permiso. En
mayo, no se presentó ante el tribunal, se publicó un acta
de busca y captura contra él, pero nunca se le daría cumplimiento.
Se le detuvo dos veces por conducir borracho. A Atta ni se le ocurrió
cambiar de nombre durante su estancia en EE.UU, sino que viajaba, vivía
y estudiaba pilotaje con el suyo verdadero. ¿Es el FBI tan abismalmente
incompetente? ¿Estaba, como lo pretende, tan entorpecido por la
falta de agentes e intérpretes árabes?, ¿no habráuna
explicación más maquiavélica para que las autoridades
le dejaran en libertad una y otra vez? ¿Estaba "protegido"
o sirvió de cabeza de turco? ("Terrorists among us",
Atlanta Journal Constitution, 16/09/01. The Guardian, 25/09/01)
El 23 de agosto de 2001, la CIA hizo llegar una lista de presuntos miembros
de la red de Bin Laden, identificados ya en Estados Unidos o de viaje
a este país, entre los cuales Jalid Al Midhar y Nawak Alhazmi,
que estaban en el avión que chocó contra el Pentágono.
Mucho tiempo antes de los atentados pretendidamente inesperados del 11
de septiembre, Estados Unidos llevaba preparando, desde hacía casi
tres años, en secreto, el terreno para una guerra en Afganistán.
Tras los atentados terroristas contra las embajadas americanas de Dar
es Salam en Tanzania y de Nairobi en Kenia en 1998, el presidente Clinton
autorizó a la CIA a prepararse para posibles acciones contra Bin
Laden, el cual estaba fuera de todo control. Fue por eso por lo que se
establecieron contactos secretos y se abrieron negociaciones con antiguas
repúblicas de la URSS, Uzbekistán y Tayikistán, para
instalar en ellas bases militares con las que dar apoyo logístico
a posibles operaciones y acopiar información. Todo esto no solo
habría de servir para preparar una intervención militar
en Afganistán, sino que ha favorecido una implantación norteamericana
importante en la zona de influencia rusa de Asia central. Por todo ello
se puede decir que aunque EE.UU pretenda que lo alcanzaron por sorpresa,
sí que ya estaba preparado para aprovecharse inmediatamente de
la oportunidad que se le presentó con el atentado contra las Torres
Gemelas y tomar una serie de medidas estratégicas y tácticas
que estaban preparándose desde hacía tiempo.
Es también verosímil que la administración de Estados
Unidos haya impulsado deliberadamente a Bin Laden a lanzar un ataque contra
el país. El diario The Guardian del 22 de septiembre nos lleva
hacia esa hipótesis: "Una investigación del periódico
ha establecido que Osama Bin Laden y los talibanes recibieron amenazas
de un posible ataque militar de EE.UU dos meses antes de los atentados
terroristas contra Nueva York y Washington. Pakistán había
advertido al régimen de Afganistán de la amenaza de una
guerra si los talibanes no entregaban a Osama Bin Laden…Los talibanes
se negaron a someterse, pero la gravedad de la advertencia recibida, plantea
la posibilidad de que el atentado de hace diez días contra el World
Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono por Bin Laden,
lejos de proceder de ningún sitio, fue de hecho un ataque preventivo,
como respuesta a lo que Bin Laden consideraba una amenaza de parte de
Estados Unidos…Esa advertencia destinada a los talibanes se lanzó
durante una reunión de cuatro días entre americanos, rusos,
iraníes y pakistaníes en un hotel de Berlín, a mediados
de julio. Esa conferencia, la tercera de una serie llamada 'Brainstorming
sobre Afganistán' pertenece a un método diplomático
clásico conocido bajo el nombre de 'vía nº 2'."
En otras palabras, es muy posible que Estados Unidos no solo no intentara
impedir de verdad el atentado cometido por Bin Laden, sino que, incluso,
por "vía diplomática" semioficial, hubiera provocado
deliberadamente tanto a ése como a los talibanes a que emprendieran
una acción que justificara una réplica militar norteamericana.
Las destrucciones devastadoras y la cantidad de muertos han sido la piedra
angular de la campaña ideológica lanzada tras el desastre
de las Torres Gemelas. Durante semanas, los miembros del gobierno y los
media nos han repetido hasta la saciedad las 6000 vidas perdidas en el
World Trade Center, o sea dos veces más que en Pearl Harbor. El
jefe de Estado Mayor repitió esas cifras en una entrevista a una
cadena nacional de televisión a principios de noviembre (entrevista
al general Richard Myers, presidente de Jefes de E.M. en el canal NBC,
el 4/11/01). Sin embargo, hay indicios de que esos cómputos, cuya
única finalidad es apoyar la propaganda con todo su peso emotivo,
son muy exagerados. Las estadísticas realizadas por agencias de
prensa independientes han estimado el total en menos de 3000muertos, o
sea lo equivalente a las pérdidas sufridas en Pearl Harbor. Por
ejemplo, el New York Times establece el total en 2943, la agencia Associated
Press en 2626 y el diario USA Today en 2680. La Cruz Roja norteamericana,
que distribuye ayudas financieras a las familias de las víctimas,
sólo ha tratado 2563 demandas. El gobierno se ha negado a entregar
a la Cruz Roja la copia de la lista oficial, por ahora secreta, de las
víctimas del World Trade Center ("Numbers vary in tallies
of the victims", New York Times, 25/10/01). Mientras tanto, los políticos
y los media siguen utilizando, por necesidades de propaganda, la cifra
muy sobrevalorada de 5000-6000 muertos o desaparecidos, cifra ahora ya
incrustada en las conciencias populares.
El gobierno de EE.UU no ha desvelado públicamente las pruebas de
la responsabilidad de Bin Laden en los atentados. Recientemente, mientras
proseguían las operaciones militares, Bush anunció que si
capturaban vivo a Bin Laden, éste sería juzgado a puerta
cerrada por un tribunal militar, para así no hacer público
de dónde proceden laspruebas contra él. Rumsfeld, secre
tario de Defensa, ha dicho claramente que prefiere que se mate a Bin Laden
aque se le capture vivo, para evitar asíun juicio. Es perfectamente
lógico pues preguntarse por qué a Estados Unidos le interesa
tanto guardar secretasesas pretendidas pruebas tan evidentes.
¿No es todo eso, en cambio, la prueba por la contraria de que la
Administración estadounidense, o quizás por lo menos la
CIA, estaban al corriente de los atentados contra las Torres, dejando
que ocurrieran? No hace falta ser un maniático que "ve conspiraciones
por doquier" para albergar ese tipo de sospechas. Dejemos a los historiadores
el cuidado de investigar más detalladamente durante los años
venideros, pero a nosotros ni nos sorprendería ni desde luego nos
"escandalizaría" enterarnos de que la burguesía
estadounidense aceptó que hubiera víctimas en esos atentados
del World Trade Center para satisfacer sus intereses políticos.
¿Es el atentado de las Torres Gemelas un nuevo Pearl Harbor?
Contrariamente a la insistencia de los medios de comunicación,
la situación actual no puede ser comparada a la de Pearl Harbor
en el plano histórico. Pearl Harbor ocurrió casi veinte
años después de derrotas que aplastaron al proletariado
mundial política, ideológica e incluso físicamente,
abriéndose así el curso histórico hacia la guerra
imperialista. Esas derrotas fueron un grave peso histórico encima
del proletariado: el fracaso de la Revolución alemana y de la oleada
revolucionaria; la degeneración del régimen revolucionario
en Rusia y el triunfo del capitalismo de Estado bajo Stalin; la degeneración
de la Internacional comunista convirtiéndose en brazo armado de
la política extranjera del Estado ruso, acompañado todo
ello de un retroceso considerable en las posiciones revolucionarias en
comparación con las que habían prevalecido en el momento
más álgido de la oleada revolucionaria; la integración
de los partidos comunistas en sus aparatos de Estado respectivos; la derrota
política y física de la clase obrera por el fascismo en
Italia, Alemania y España; el triunfo de la ideología antifascista
en los países "democráticos".
El impacto acumulado de esas derrotas limitó profundamente las
posibilidades históricas del movimiento obrero. La revolución,
que estaba al orden del día en el período que siguió
a 1917, se encontró entonces atascada. El equilibrio de fuerzas
se había desplazado en favor de la clase capitalista, la cual tuvo
entonces en sus manos la posibilidad de imponer su "solución"
a la crisis histórica del capitalismo mundial: la guerra mundial.
Sin embargo, el hecho de que la relación de fuerzas se hubiera
desplazado en su favor no significaba necesariamente que la burguesía
tuviera las manos libres para imponer su voluntad política. Aunque
el curso político era hacia la guerra, eso no significaba que la
burguesía pudiera desencadenar una guerra imperialista en cualquier
mo mento. La burguesía tuvo que hacer frente todavía a una
resistencia por parte del proletariado americano en 1939-41, que reflejaba
en parte la posición vacilante del partido estalinista, el cual
tenía una influencia considerable sobre todo en los sindicatos
afiliados a la CIO, vacilación causada por la línea indecisa
de Moscú durante el período del pacto de no agresión
con la Alemania nazi. La fracción dominante de la burguesía
americana tuvo que tener en cuenta también a elementos recalcitrantes
en el seno mismo de su propia clase, con simpatías de algunos de
ellos hacia las potencias del Eje y defendiendo otros una política
aislacionista. Como ya dijimos el ataque "sorpresa" de Japón
dio el pretexto para reunir a los vacilantes tras el Estado y los esfuerzos
de guerra. Por eso puede decirse que Pearl Harbor fue el último
clavo para cerrar el ataúd político e ideológico.
La situación es hoy muy diferente. Es cierto que el desastre de
las Torres Gemelas ocurre después de una década de desorientación
y de confusión políticas sembradas tras el desmoronamiento
de los regímenes estalinistas de Europa del Este y las campañas
ideológicas de la burguesía sobre la muerte del comunismo.
Pero esas confusiones no tienen el mismo peso político que las
derrotas de los años 1920 y 30 sobre la con ciencia política
del proletariado a nivel histórico. Tampoco han significado un
cambio del curso histórico hacia enfrentamientos de clase. A pesar
de esa desorientación, la clase obrera ha luchado por reconquistar
su terreno, y no faltan signos de cómo va madurando subterráneamente
su conciencia así como de la aparición de gente nueva inquieta
que viene a unirse al medio político proletario en torno a los
grupos revolucionarios existentes. No intentamos aquí minimizar
la desorientación política que predomina en la clase obrera
desde 1989, situación agravada por la descomposición, una
barbarie cada día mayor que no requiere obligatoriamente una guerra
mundial para realizarse plenamente. Incluso si la burguesía americana
alcanza un éxito considerable con su ofensiva ideológica,
por mucho que, por ahora, los obreros estén entrampados en una
psicosis de guerra de un nivel alarmante, el equilibrio global de fuerzas
no está determinado por la situación en un único
país aunque éste sea de la importancia de Estados Unidos.
En el plano internacional, el proletariado no ha sido derrotado y la perspectiva
sigue yendo hacia un enfrentamiento de clases. Incluso en Estados Unidos,
la huelga de dos semanas de los 23 000 trabajadores del sector público
de Minnesota, en octubre, fue un eco de esa capacidad de la clase obrera
internacional para proseguir su combate. Aunque fueron tildados de antipatriotas,
atacados por hacer huelga en un momento de crisis nacional, esos obreros
no abandonaron su terreno de clase y siguieron luchando por mejoras salariales.
Mientras que Pearl Harbor fue el remate de un proceso que llevó
a la guerra imperialista en 1941, el atentado del World Trade Center ha
provocado un paso atrás del proletariado, especialmente para el
norteamericano, pero en una situación histórica que sigue
siéndole favorable.
JG