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con trasfondo de matanzas de los diferentes conflictos del planeta, en primer término el de Irak, ha habido dos elecciones mediatizadas mundialmente, las de Estados Unidos y Ucrania. Han estado en primera plana de la actualidad durante muchas semanas. Una y otra, como cualquier otra elección, en nada podrán servir para solucionar la miseria y la barbarie creciente en la que el capitalismo en crisis está hundiendo a proletarios y a masas explotadas. Pero una y otra son también, cada una a su manera, ilustraciones del atolladero en que está metido el capitalismo mundial. En efecto, la reelección de Bush no viene a coronar la buena salud de la primera potencia mundial, victoriosa de la guerra fría, sino, al contrario, ha puesto de relieve cómo se plasman, en el interior, las dificultades del imperialismo americano.
Quince años después del hundimiento del bloque del Este, las elecciones en Ucrania han sido un momento de las luchas de influencia que están llevando a cabo las diferentes potencias imperialistas para controlar la región, abriendo así una nueva vía al caos en los territorios de la difunta URSS.
Elecciones en Estados Unidos
La guerra de Irak, centro de la campaña electoral
A medida que se iba acercando el día de las elecciones, los comentaristas que, tanto en EEUU como en cantidad de países, apoyaban mayoritariamente a Kerry, anunciaban cada vez más un empate técnico. Hasta el último instante, en un suspense casi patético, los media hicieron depender la esperanza del mundo de la derrota de Bush, que personificaba la impopular guerra de Irak. Y, sin embargo, nada de tangible fundaba tal esperanza, puesto que, en el tema de la guerra, los programas de Bush y de Kerry eran idénticos en el fondo. Baste, de muestra, cómo se expresaba Kerry con los mismos tonos histéricos ultrapatrioteros que su competidor:
“Para nosotros, la bandera americana es el símbolo más poderoso de lo que somos y de aquello en lo que creemos. Representa nuestra fuerza, nuestra diversidad, nuestro amor por el país. Todo lo que América hace es grande y bueno. Esa bandera no pertenece a un presidente, a una ideología, a un partido, sino que pertenece al pueblo americano” (Kerry en la convención demócrata del mes de julio).
En realidad, las diferencias más patentes se referían a temas como el aborto, la homosexualidad, el medio ambiente o la bioética, todo lo cual permitía poner el precinto de “conservador” a uno, y de “progresista” al otro. Pero no importa, lo que importa para la burguesía es dar el mayor énfasis a una consulta electoral para embaucar a los explotados. Sin embargo, los clamores mediáticos anti-Bush lo que en realidad recubrían, según los países, era unos intereses no solo diferentes sino incluso antagónicos entre las diferentes fracciones nacionales de la burguesía mundial.
Para países como Francia o Alemania, muy hostiles desde el principio a la intervención de EEUU en Irak que contrariaba claramente sus propios intereses imperialistas, tomar posición contra Bush en estas elecciones estaba en la continuidad lógica de las campañas ideológicas antiamericanas precedentes. Al denunciar al presidente norteamericano como responsable de la agravación del orden mundial, esas campañas servían para ocultar la responsabilidad de un sistema en crisis en el incremento de la barbarie guerrera y esconder la propia naturaleza imperialista de esas burguesías. El deseo que éstas expresaban de ver derrotado a Bush no era más que hipocresía, pues era él “su mejor enemigo”. En efecto, más que nadie, Bush encarna todo lo que la propaganda burguesa ha invocado como falsas razones de la invasión de Irak por Estados Unidos: sus vínculos familiares con la industria petrolera tejana, la cual iba a sacar beneficios (¡sic!) de esta guerra; sus vínculos familiares con la industria de armamento; su pertenencia, en el seno del partido republicano, al campo de los “halcones”; su “integrismo” religioso; su “incompetencia”. En otras palabras, nada mejor que un Bush de presidente para hacer de EEUU el espantajo. Por eso, a pesar de la tónica anti-Bush en sus tomas de posición, la reelección de éste ha sido una suerte para los rivales imperialistas principales de EEUU.
Por todo eso también, tras un largo período de indecisión, la burguesía estadounidense, se decidió mayoritariamente por Kerry. Si a pesar de los muchos defectos de éste, especialmente con posicionamientos contradictorios sobre la guerra de Irak, la opinión dominante en la burguesía de EEUU acabó escogiéndolo fue porque pensaba que era el mejor situado para restaurar la credibilidad de EEUU en el ruedo internacional e intentar dar una salida al atolladero iraquí. Además, Kerry era el mejor situado para convencer a la población de que aceptara nuevas incursiones militares en otros escenarios bélicos.
Por todas esas razones, Kerry recibió el apoyo de generales y almirantes retirados de alto rango, mientras que a Bush lo abandonaban altas personalidades de su propio partido, criticándole en particular su gestión de la crisis iraquí, y eso solo cinco semanas antes de la fecha de los comicios. Kerry también se benefició del apoyo de los medios, gracias especialmente a la cobertura que dieron a los debates que enfrentaron a ambos contrincantes, encontrando siempre los argumentos que permitían concluir cada vez que Kerry había ganado a su adversario. Y, en fin, los media se dedicaron a transmitir, dándoles la amplitud y el relieve necesarios, una serie de historias y negocios que comprometieran más todavía la imagen de Bush, especialmente filtraciones procedentes de miembros de la administración que revelaban los errores y daños de la administración Bush, especialmente sobre la guerra de Irak. Se divulgaron así los intentos de la administración para modificar el código de justicia militar en contra de lo dispuesto en la convención de Ginebra. Una fuente anónima de la CIA relató que había una amplia oposición en el seno de ese servicio de información contra esa “violación de los principios democráticos”. Otra “lamentable” historia fue la de la desaparición de 380 toneladas de explosivos en Irak que las tropas norteamericanas habían sido incapaces de controlar, caídas probablemente en manos de quienes las utilizan contra las fuerzas de EEUU. Solo una semana antes de las elecciones, fuentes del FBI dejaron filtrar detalles de una encuesta criminal sobre el tratamiento preferente del que se ha beneficiado la empresa Halliburton (cuyo director general antes de las elecciones de 2000 era el actual vicepresidente) para obtener jugosos contratos en Afganistán e Irak, establecidos bajo cuerda. Los media también presentaron con un enfoque positivo la acción de 19 soldados estadounidenses que desobedecieron a la misión, calificada de suicidio, de transportar carburante por Irak en camiones sin blindaje ni escolta. En lugar de tildarlos de sediciosos o de cobardes, los medios presentaron a esos soldados como valientes y dignos, pero hartos de estar mal abastecidos y peor armados, una descripción que correspondía exactamente a la situación que denunciaba Kerry en su campaña electoral desde hacía semanas.
Por eso, la derrota de Kerry, ocurrida a pesar de los apoyos de primera importancia que recibió y en contra de las aspiraciones de los sectores dominantes de la burguesía americana, es significativa de las dificultades de la clase dominante en el plano interior, las cuales son en parte reflejo del atolladero en que se encuentra metido el imperialismo americano en el mundo.
Las dificultades de la burguesía estadounidense
Como hemos dicho a menudo en nuestros textos, la crisis del liderazgo mundial estadounidense obliga a la burguesía de EEUU a tomar permanentemente la iniciativa en el terreno militar, único medio para ella de evitar que sus rivales directos tengan la veleidad de poner en entredicho su hegemonía. Pero, de rebote, como lo ilustra el barrizal iraquí, esa política no hace sino alimentar por el mundo entero la hostilidad hacia la primera potencia mundial, aislándola más todavía. Al no poder dar marcha atrás, lo cual debilitaría más todavía su autoridad mundial, la clase dominante de EEUU se encierra en contradicciones cada vez más complicadas. Además de ser un abismo financiero, Irak es el trampolín permanente sobre el que saltan todas las críticas de los principales rivales imperialistas de EEUU y una fuente de descontento creciente en la población norteamericana. Hoy se han agotado todos los beneficios ideológicos que, tanto nacional como internacionalmente, pudo sacar la clase dominante de EEUU de los atentados del 11 de septiembre (realizados con la complicidad de altas esferas del aparato de Estado norteamericano (1) para que sirvieran de pretexto a la intervención en Afganistán y en Irak). Las vacilaciones y disensiones aparecidas en el seno de la burguesía estadounidense para escoger el candidato más idóneo expresan, no, desde luego, la opción por otra línea imperialista menos agresiva, sino la dificultad para proseguir la realización de la única línea posible.
La adopción tardía de una orientación pro Kerry por parte de la burguesía de EEUU debilitó su capacidad para manipular el resultado electoral en ese sentido. Sobre todo porque existe en EEUU un ala cristiana fundamentalista, con un peso electoral importante, que es por naturaleza muy poco permeable a las campañas ideológicas contra Bush. De hecho, esos fundamentalistas encuadrados por la clerigalla local y cuya aparición había sido favorecida para servir de apoyo a los republicanos durante los años de Reagan, se caracterizan por un conservadurismo social anacrónico. Muy presentes en las regiones menos pobladas y en los estados rurales, han basado su voto en temas como el matrimonio homosexual y el aborto. Como lo hacía notar con incredulidad un comentarista de CNN en la noche electoral, a pesar de que un Estado industrial como Ohio, pero también con sectores de lo más atrasado, haya perdido 250 000 empleos, que haya una guerra tan desastrosa como la de Irak y que Kerry hubiera ganado tres debates contra Bush, el conservadurismo social de ese Estado hizo ganar las elecciones al presidente saliente.
El auge del fanatismo religioso, en Estados Unidos como en el resto del mundo, es, en el período actual, una reacción al caos y a la pérdida de esperanza en el futuro característica de la descomposición social, y plantea serias dificultades a la clase dominante pues le reduce su capacidad de control de su propio juego electoral. Es tanto más problemático para ella porque la reelección de Bush tiende a legitimar lo que hoy se practica en la dirección del ejecutivo norteamericano, una práctica que desprestigia el funcionamiento del ejecutivo y del Estado democrático, pues hay miembros del equipo presidencial, empezando por el propio vicepresidente Cheney, acusados de confundir sus intereses particulares con los del Estado. En efecto, después de haber reprochado a Cheney el haber recibido órdenes directas de Enron a principios del año 2001, se le acusa ahora de sus vínculos con Halliburton, empresa de la que fue director general y de la que dimitió para ser vicepresidente. Desde entonces, esa empresa, que fabrica equipos militares e interviene en la reconstrucción de Irak, beneficiándose de favoritismo en los pedidos relacionados con la guerra de Irak, ha seguido remunerando a Cheney. Éste, además, se puso arrogante y perentorio con sus acusadores. Desde luego no es ni mucho menos la colusión entre miembros de la administración Bush y la industria armamentística o petrolera lo que para nada explicaría la guerra de Irak, como tampoco fueron los negociantes de cañones Krupp y Schneider quienes originaron la Primera Guerra mundial. Este tipo de falsedades, generalmente difundidas por las fracciones de izquierda de la burguesía, tenía la función, durante las elecciones en EEUU, de participar en el desprestigio de la administración Bush. Aunque su impacto fue insuficiente para lograr la derrota de Bush, todo eso muestra, sin embargo, lo enérgicas que son las reacciones por parte de la burguesía o de sus fracciones principales, ante comportamientos de otras fracciones perjudiciales a los intereses del capital nacional como un todo. Esto ya quedó ilustrado, a una escala y en un contexto muy diferentes, cuando el escándalo de Watergate que le costó a Nixon el poder. Su política internacional disgustaba entonces cada día más a la burguesía, pues, al tardar en concluir cuanto antes la guerra de Vietnam, estaba retrasando al mismo tiempo el establecimiento de la nueva alianza con China contra el bloque del Este, y eso que había sido el propio Nixon quien había echado las bases de esa nueva política. Pero, sobre todo, la camarilla dirigente había utilizado las agencias estatales (FBI y CIA) para asegurase una ventaja decisiva sobre las demás facciones de la clase dominante; y, para éstas, al sentirse directamente amenazadas, eso era algo intolerable (2).
Aunque no sepamos cómo va a solucionar los problemas que tiene que encarar la burguesía estadounidense, lo que sí es seguro es que, ni más ni menos que la elección de un gobierno de derechas o de izquierdas sea donde sea, nunca será en modo alguno para aportar más paz al mundo.
Elecciones en Ucrania
Grandes maniobras imperialistas en Europa oriental
Después de la “revolución de las rosas “ en Georgia del año pasado, en donde la pretendida “voluntad popular” acabó con el régimen corrupto de Shevardnadze, que estaba bajo control de Moscú, le ha tocado ahora al gobierno ucraniano, tan corrompido y en la órbita moscovita como aquel, acabar de la misma manera ante otra “movilización popular” llamada esta vez “revolución naranja”. Aunque también este acontecimiento haya sido una vez más la ocasión para los media de embobar a la clase obrera de todos los países dejando pantalla abierta a todos los clamores democráticos del estilo: “La gente ya no tiene miedo”, “podremos hablar libremente”, “quienes se creían intocables han dejado de serlo”, lejos estamos, sin embargo, de las infames campañas sobre la muerte del comunismo que fueron marcando las diferentes etapas del desmoronamiento del estalinismo (3). Claro, no iba a ser en nombre de no se sabe qué comunismo la manera con la que los nuevos dictadores defendieron el capital nacional a la cabeza del Estado, y allí donde esos dictadores fueron sustituidos por equipos más democráticos, como en Georgia, la situación de la población no ha cambiado en nada, si no es, como por todas partes, para peor.
Por otra parte, lo que está en juego en el plano imperialista es algo tan explícitamente presente que incluso los medios lo tienen en cuenta, sobre todo porque los intereses varían de un país a otro y queda muy bien el desprestigiar a sus rivales hablando “de verdad” sobre esos intereses:
“Los derechos humanos siempre han tenido una geometría variable: se habla de ellos en Kiev o en Georgia, ¡menos en Uzbekistán o en Arabia Saudí! Esto no significa no reconocer el fraude electoral y la preocupación democrática expresada por los ucranianos. El problema de Rusia es que, precisamente, se apoya en regímenes impopulares, corruptos y autoritarios. Y así Estados Unidos lo tiene fácil con la defensa de la democracia… para ocultar sus intenciones estratégicas. Ya lo vimos en 2003 y la revolución de las rosas en Georgia. Se ha instalado allí un gobierno muy pro americano y no creo que la corrupción haya retrocedido mucho” (Gérard Chaliand, experto francés en geopolítica, en una entrevista titulada “Una estrategia estadounidense de arrinconamiento de Rusia” en el diario francés Libération del 6/12/2004).
Para mantener su dominio sobre sus países vecinos, Rusia no dispone sino de medios a la altura de su poder: apadrinar a camarillas que solo pueden imponerse mediante el fraude electoral, el crimen (intento de envenenamiento del candidato reformador Viktor Yúchenko) mientras que sus rivales, Estados Unidos el primero, que no tienen la menor repugnancia en usar esos mismos métodos, pero sí saben hacerlo con más discreción, disponen además de medios para apadrinar y apoyar a camarillas democráticas. Esta realidad, en lo que a Ucrania se refiere, no es, en el fondo, puesta en entredicho por Rusia aunque la presente con una luz más favorable para su imagen:
“Esta elección ha demostrado por otra parte la popularidad de Rusia: 40 % de los ucranianos han votado, a pesar de todo, por un oligarca condenado dos veces… cuya única verdadera cualidad era ser “el candidato ruso” (Serguei Márkov, uno de los principales consejeros rusos en comunicación que apoyaron la campaña de Victor Yanúkovich, en Libération del 8/12/2004).
Lo que se está jugando actualmente en Ucrania se integra plenamente en la dinámica que se abrió tras el hundimiento del bloque del Este. Desde el principio de 1990, se pronunciaron por la independencia los países bálticos. Mucho más grave para el imperio soviético, el 16 de julio de 1990, Ucrania, segunda república de la URSS, vinculada a Rusia desde siempre, proclamaba su soberanía. Iban a seguirle los pasos Bielorrusia, luego el conjunto de las repúblicas del Cáucaso y de Asia central. Gorbachov intentó entonces “salvar los muebles” proponiendo la adopción de un tratado de Unión que mantuviera un mínimo de unidad política entre los diferentes componentes de la URSS. El 21 de diciembre, tras el fracaso de un golpe de Estado con el que algunos querían oponerse al desmembramiento de la URSS, se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), con unas estructuras muy imprecisas, agrupadora de unos cuantos antiguos componentes de la URSS, la cual acabó disolviéndose 4 días después. Desde entonces, Rusia ha ido perdiendo influencia sobre los países del antiguo bloque “soviético”: en Europa central y oriental, todos los Estados antaño miembros del pacto de Varsovia se adhirieron a la OTAN, al igual que los Estados bálticos. En el Cáucaso y en Asia central, Rusia ha perdido gran parte de su influencia. Peor todavía, su propia cohesión interna está amenazada. Para evitar que se le separe una parte de su territorio a causa de las veleidades independentistas de las repúblicas caucásicas, a Moscú no le ha quedado más remedio que replicar con una guerra a ultranza en Chechenia.
Hoy, el alineamiento imperialista de Ucrania es para Moscú un problema político, económico y estratégico de la primera importancia. Ucrania es, en efecto, una potencia nuclear de 48 millones de habitantes, con más de 1600 km de frontera común con Rusia. Además,
“sin cooperación económica estrecha con Ucrania, Rusia perdería entre 2 y 3 puntos de crecimiento. Ucrania son los puertos por donde salen nuestras mercancías, los gasoductos por los que pasa nuestro gas, y muchos proyectos de alta tecnología (…) es el país en donde se halla la principal base naval rusa en el mar Negro, en Sebastopol” (Serguei Márkov, ibid).
Con la pérdida de influencia sobre tal vecino, la posición de la Rusia en la región quedará sensiblemente malparada, sobre todo porque sus rivales, como Estados Unidos, se reforzarán tanto más.
El retroceso de la influencia de Rusia ha beneficiado sobre todo a Estados Unidos, pues es ya proamericano el gobierno actual de Georgia, país en donde hay estacionadas tropas estadounidenses que refuerzan las ya presentes en Kirguizistán y Uzbekistán, al norte de Afganistán. Aunque hay otros candidatos deseosos de colocar sus peones en el tablero ucraniano y en la región, y en primer término Alemania, hoy es, sin embargo, Estados Unidos el mejor situado para llevarse la mejor tajada, gracias, en especial, a la colaboración de Polonia, uno de los mejores aliados en Europa del Este y con una influencia histórica en Ucrania. Putin no se equivocaba cuando, con ocasión de un discurso pronunciado en Nueva Delhi el 5 de diciembre, acusó a EEUU de querer “remodelar la diversidad de la civilización, siguiendo unos principios de un mundo unipolar equivalente a un cuartel” y querer imponer “una dictadura en los asuntos internacionales adornada con una bella fraseología pseudo democrática”. Tampoco le dio empacho en recordar al primer ministro iraquí en Moscú el 7 de diciembre que EEUU está en mal lugar para dar lecciones de democracia, precisando, a propósito de las próximas elecciones en Irak, que no se imaginaba “cómo podían organizarse elecciones en condiciones de ocupación total por tropas extranjeras”.
Cualquiera que, a parte de Rusia, pretenda desempeñar un papel en Ucrania está obligado a navegar con la marea “naranja” del equipo del reformador Viktor Yúchenko, equipo del que una parte es favorable a Polonia y Estados Unidos. Por esa razón, los rivales principales de EEUU a la guerra en Irak, o sea Francia y Alemania, también apoyan a los reformistas; y al mismo tiempo, los aliados de ayer, Rusia y Alemania y Francia, defienden campos opuestos en estas elecciones.
La ofensiva política de Estados Unidos en Ucrania, forma parte de la ofensiva general que EEUU debe llevar a cabo en todos los frentes, militares, políticos y diplomáticos para defender su liderazgo mundial y, en este marco, tiene objetivos bien determinados. En primer lugar, esa ofensiva se inscribe en una estrategia de acorralamiento a Europa para bloquear los intentos expansionistas de Alemania, país para el que el Este de Europa es el eje “natural” de su expansión imperialista, como lo ilustraron las dos guerras mundiales. En segundo lugar apunta específicamente a Rusia, castigándola así por su actitud durante la guerra de Irak, de oposición radical a los intereses estadounidenses, en compañía de Francia y Alemania. Es cierto que sin Rusia y su determinación, Francia y Alemania habrían sido menos temerarias en su oposición a la política norteamericana. Para que tal contrariedad no vuelva a producirse o al menos tenga menos efecto, se trata para EEUU de quitarle a Rusia (que sigue siendo sin embargo un aliado potencial en una serie de cuestiones: Putin ha apoyado, por ejemplo la candidatura de Bush) las últimas bazas que le permitían hacer incursiones y lucirse en el patio de los mayores, limitando claramente su estatuto al de potencia nuclear regional, como India por ejemplo.
Hacia una aceleración del caos en Europa oriental y Asia central
Lo que hoy se está jugando en los territorios de la antigua URSS no puede entenderse como una simple transferencia entre una potencia y otra de la influencia en un país. Sabemos hasta qué punto está Rusia decidida a resistir para conservar su dominio, aunque solo sea en la parte oriental de Ucrania. ¿Podría acaso abandonar Crimea y Sebastopol sin que ello tenga repercusiones de la primera importancia en la estabilidad política de su régimen? Ese revés de la mayor trascendencia ¿no sería acaso la señal para una traca de reivindicaciones independentistas de las repúblicas de la propia Federación Rusa? Además, ya no son solo dos bellacos los que riñen por una zona de influencia muy importante, sino tres en realidad, pues Alemania no va a quedarse quietecita a la sombra de Estados Unidos. Por otra parte, también se sabe que el incremento de la inestabilidad en los territorios de la antigua URSS habrá de despertar las apetencias imperialistas de potencias regionales (en este caso, de Irán y Turquía) que ven la ocasión de sacar tajada de la situación. No existe un guión que permita responder a esas cuestiones, pero lo que sí tienen en común todos los guiones posibles es que, desde el desmoronamiento del bloque del Este, desde que reina la tendencia de cada cual a la suya en el plano imperialista, siempre es el caos el resultado de las tensiones entre grandes potencias.
Y del mismo modo, sea cual sea el motivo ideológico invocado por la burguesía para afirmar sus pretensiones imperialistas, sólo es un pretexto, pues la única explicación de la agravación de las tensiones y la multiplicación de los conflictos es el hundimiento irremediable del capitalismo en una crisis sin fin. Por eso, la solución de los conflictos no es ni la instauración de la democracia, ni la búsqueda de la independencia nacional, ni el abandono por Estados Unidos de su voluntad hegemónica, ni ninguna reforma del capitalismo sea cual sea, sino su destrucción a escala planetaria.
LC (20-12-04)
1) Ya dimos, justo después del atentado contra las Torres Gemelas, las razones que permiten avanzar esa hipótesis. Desarrollamos, después, una argumentación para dar solidez a esa tesis (ver nuestros artículos “En Nueva York como en todas partes, el capitalismo siembra la muerte, ¿A quién beneficia el crimen?” en la Revista internacional n° 107 y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108). Esa tesis la confirman hoy unas publicaciones a las que es imposible sospechar de simpatía por las posiciones revolucionarias. Puede leerse al respecto el libro The New Pearl Harbor; Disturbing Questions about the Bush administration and 9/11 de David Ray Griffin.
2) Léanse nuestros artículos: “Notas sobre la historia de la política imperialista de Estados Unidos desde la Segunda Guerra mundial” en los números 113 y 114 de la Revista internacional.
3) Véase nuestro artículo “El proletariado mundial ante el hundimiento del del estalinismo “, en la Revista internacional n° 99.