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A pesar de que en marzo del 2003, el gobierno
de Chávez sancionó una “Ley contra la corrupción”, Venezuela (junto a Paraguay
y Haití) figuran hoy día entre los países más corruptos del mundo. El soborno,
se ha convertido en una de las figuras
principales que expresa la corrupción a nivel mundial y ni hablar del lavado de
dinero efectuado por los bancos, así como la no investigación por parte de
éstos de la procedencia de altas sumas de dinero que son colocadas en sus
arcas. Esta situación ha llevado a las agencias de investigación financiera,
ONG´s y demás organizaciones burguesas a expresar su “preocupación” por la
corrupción. Un ejemplo de ello es el “Informe Global de la Corrupción 2005” de Transparencia
Internacional, el cual señala cómo la corrupción en proyectos de construcción
en gran escala, se refleja en la mala calidad y manejo deficiente de las
estructuras, a propósito de las reconstrucciones en Irak, o en los países del sudeste asiático
afectados por el tsunami, poniendo en peligro la vida de sus respectivas
poblaciones. Todo esto con la intención de hacer ver al proletariado que la
corrupción es sólo el producto de los “malos manejos” de elementos
inescrupulosos, o que es la causa de la crisis y de la pobreza, tratando de
esconder el hecho de que la corrupción brota de las mismas entrañas del
capitalismo y que se ha vuelto el modus
vivendi propio de la descomposición que
vive este sistema decadente.
Aunque
el chavismo y la oposición se acusan mutuamente de ser uno más corrupto que el
otro, el proletariado no puede caer en esta visión maniquea que lo llevaría a
apoyar a tal o cual fracción del capital nacional, sino desarrollar su punto de vista de clase sobre este aspecto en
particular, cuestión que nos proponemos
hacer en este artículo.
La corrupción: un problema que ha acompañado históricamente a los sistemas que viven de la explotación del trabajo.
La corrupción es un fenómeno que ha estado
presente en los diferentes modos de
producción. El hecho de que las clases dominantes que corresponden a cada una de las sociedades que han conformado el proceso histórico
humano (antiguo, feudal, capitalista), hayan podido reunir bajo su dirección el
poder económico y político, controlando todos los mecanismos administrativos y
jurídicos y gozando de muchos privilegios, constituye un caldo de cultivo
para la corrupción.
Es necesario comprender este fenómeno de
manera más profunda, es decir, llevándolo al contexto de la sociedad
capitalista, como sociedad que vive de la explotación del trabajo
asalariado. La burguesía en su período
ascendente (y puede decirse más floreciente en términos económicos e ideológicos,
entre los siglos XVI y XIX) consideraba el problema de la corrupción en dos
dimensiones. La primera implicaba la apropiación indebida de los recursos
económicos del Estado; la segunda, la violación de una ética basada en la
“naturaleza humana”, la cual según los filósofos burgueses, estaba orientada a
establecer una sociedad garante del bien común
a través de la observancia de las leyes, asegurando así el bienestar
social y el pleno goce de la propiedad privada. Ese período de ascendencia se caracterizó
por la unificación del mercado mundial, el establecimiento de la relaciones
capitalistas para suplantar las viejas relaciones feudales, el comercio a gran escala facilitado por el
perfeccionamiento de los medios y vías de comunicación, la implantación del
trabajo asalariado y la industrialización creciente, por lo cual era imprescindible una moral hecha a la medida de las necesidades de la
burguesía como clase dominante. Se suponía que cualquier acto que fuera en
contra de este estado de cosas, significaba la corrupción del espíritu
republicano y democrático. Desde entonces, ha sido considerado por la ideología
burguesa, que sin estos “principios
éticos” no sería posible el progreso social y humano.
Aunque el marxismo nunca ha dejado de
reconocer a la burguesía su dimensión revolucionaria, en el sentido de ser una
clase que al derrocar a la clase feudal permitió el desarrollo de las fuerzas productivas,
siempre ha puesto en alerta al proletariado sobre esa visión idealizada que
difundía la burguesía y sobre la profunda hipocresía que se escondía detrás de
sus declaraciones de principios, al tiempo que dejaba claro que a esa sociedad
que la burguesía identificaba
teóricamente como aquella basada ética y moralmente en el respeto a la
propiedad, igualdad, libertad y
fraternidad entre los hombres, reunidos en un estado garante de los
derechos humanos, se oponía en la
realidad un nuevo régimen que vivía de la explotación del trabajo, que
acumulaba capital basándose en las formas más brutales de esclavización y
dominación de clase que haya conocido la humanidad; una sociedad cuya base es
el antagonismo irreconciliable entre el proletariado y la burguesía, y en la
cual no están ausentes ni la trampa, ni la estafa, ni el robo.
La burguesía, al establecer ese marco
jurídico de acuerdo a las necesidades de un sistema social en plena
expansión, logró mantener cierto nivel
de recato y respeto por la cosa pública (y aún en los negocios entre
burgueses), en la medida en que las ganancias, tendientes al aumento en un mercado en expansión, garantizaban unos
niveles de ganancia y de reparto de los beneficios suficientes como para que no
se desataran el fraude o la
corrupción. Al igual que las sociedades
de clases del pasado, el capitalismo después de atravesar un período de
ascendencia (el cual se extiende hasta finales del siglo XIX y principios del
XX) ve la llegada de un período de decadencia, que se caracteriza por el
agotamiento de nuevos mercados que puedan absorber la incesante producción de
mercancías. Entonces las crisis periódicas que vivió el capitalismo en el siglo
XIX (entendidas como crisis de sobreproducción), se vuelven un fenómeno cada
vez más extenso y profundo, donde la lucha por mercados se va a trasladar de manera permanente del campo de
la economía y las finanzas al de las armas, la destrucción y las guerras,
sometiendo a la humanidad a una espiral de barbarie y violencia jamás conocida.
Una característica fundamental del período de
decadencia es el desarrollo del capitalismo de Estado, mediante el cual cada
estado-nación se prepara mejor para las guerras y para enfrentar como un todo
la acentuada competencia entre países. Los partidos y sindicatos le harán la
tarea a la burguesía para encuadrar las luchas y desatar campañas
mistificadoras contra los trabajadores; además,
han formado una verdadera clientela en torno a ellos, que se beneficia
de las prebendas económicas y políticas. Ello hace que crezca la burocracia
estadal, poniendo en manos de altos funcionarios públicos la posibilidad de
manejar los mecanismos administrativos para las inversiones y administración de
los presupuestos del Estado. Es en este contexto donde la corrupción
experimenta un crecimiento vertiginoso; la búsqueda de beneficios en un mercado
cada vez más sobresaturado y los riesgos cada vez mayores para la inversión y reproducción de
los capitales en un marco de competencia aguda, incluso la lucha por la
subsistencia misma en una sociedad donde crece la pobreza y el desempleo,
llevan a toda clase de chantaje, extorsión o estafa. Pero también en el plano
de la misma ideología burguesa se plasma esa decadencia, al recurrir a la
trampa y a métodos verdaderamente delictivos, en búsqueda de la riqueza fácil y
rápida, recurriendo a la especulación e incluso a la manipulación de las
estadísticas de crecimiento a nivel de las empresas públicas y privadas, con
tal de mantener una imagen “sana” y los beneficios particulares.
La facción chavista: una burguesía que nace al calor de la corrupción
En Venezuela, el gobierno de Chávez, quien
utilizó en los años 90 la lucha contra la corrupción como una de sus
principales banderas electorales, resulta que ha llevado los niveles de
corrupción a grados superlativos. Amparado en una supuesta “superioridad moral”
frente a los gobernantes que le precedieron, en realidad el chavismo ha sido
permisivo ante la corrupción, la cual utiliza a todos los niveles como un arma
para ganar fidelidad política y de chantaje, ya que de la corrupción no escapa
prácticamente ningún burócrata importante del chavismo. Es así como a medida que
se profundiza el proceso de descomposición política y se agudiza la pugna entre
facciones de la misma burguesía (incluso entre altos funcionarios públicos del
partido de gobierno – MVR -, pero también a niveles medios, en las Alcaldías y
Gobernaciones), las acusaciones de corrupción se han utilizado como un
mecanismo de chantaje, pase de factura o reprimenda, hacia aquellos que en un
momento determinado han querido jugar a
sus propias ambiciones, o han actuado en
función de intereses contrarios a las intenciones políticas del chavismo. Es en
esta dinámica, que se inscriben casos como el de Luis Velásquez Alvaray (ex
parlamentario del MVR y ex jefe de la Dirección Ejecutiva
de la Magistratura),
uno de los principales abanderados y piezas clave del chavismo hasta hace pocos meses. Existe en la
actualidad una red instalada en el Poder Judicial, reconocida por los altos
funcionarios chavistas, involucrada en la extorsión e incluso en el asesinato
de altos funcionarios adeptos al chavismo, lo que muestra a las claras el
lodazal en el que éste nada.
El chavismo, al igual que los gobiernos que
le precedieron, es incapaz de controlar la corrupción. Los hechos de corrupción
que han salido a la luz pública, se deben a las pugnas dentro del propio
chavismo, al descaro con que se han perpetrado y al escándalo que han generado
debido a las astronómicas sumas de dinero sustraídas [1].
Ni siquiera las llamadas “contralorías sociales” implantadas por el proyecto
chavista han impedido la multiplicación de hechos de corrupción; además de que estas organizaciones, han sido
creadas realmente con la finalidad de perfeccionar el control social del
chavismo en las diferentes instituciones y empresas del estado, sobre todo para
aislar y reprimir a los trabajadores que muestren su indignación y critica al
gobierno.
El que los sectores de la oposición intenten
esconder sus miserias, denunciando a viva voz los hechos de corrupción, no
oculta el hecho de que fueron ellos los maestros de los nuevos corruptos del
chavismo. También intentan jugar a la “victima”, al identificar las acciones
que el chavismo emprende contra sus líderes y representantes, como un atropello
“contra los derechos humanos” contra el “estado de derecho”, explotando casos
como el del ex gobernador del Estado Yaracuy, Eduardo Lapi, para intentar
encubrir el hecho de que su principal objetivo es desplazar a la facción
chavista de la burguesía ahora en el poder para ponerle de nuevo las manos a
los copiosos ingresos petroleros. Todas sus acciones de denuncia de la corrupción
y contra el gobierno, lo que buscan es, al igual que el chavismo, la defensa de
sus propios intereses y llevar a los trabajadores tras las falsas banderas de
la “lucha contra la corrupción” para llevarlo fuera de su terreno de clase, es
decir a la defensa de la democracia burguesa.
En realidad, esa “cultura de la corrupción”
que se desarrolló en los períodos gubernamentales anteriores, es continuada y
profundizada por el chavismo. Esto muestra de manera más que evidente, que la
tan cacareada “pulcritud” y “superioridad moral” con la cual se autoidentifica
el gobierno chavista, no es más que la
expresión de una gestión podrida de arriba a abajo. Es más, el relajamiento, la
mayoría de las veces permitido conscientemente por el gobierno en los medios de
control y manejo de los recursos económicos,
se convierte en la práctica en un aval
del robo y la estafa a diferentes niveles. Es éste un mecanismo por
medio del cual Chávez paga la fidelidad
de sus compañeros de partido o de armas (personal activo de las FAN,
gobernadores, alcaldes). La corrupción es así un fenómeno cuya responsabilidad
recae directamente sobre Chávez, a pesar de que se trata de crear una
diferencia entre él y su entorno más
inmediato.
La corrupción ha sido ciertamente, uno de los
factores que ha permitido a muchos funcionarios públicos enriquecerse de
diversas maneras, ya sea por la vía de jugosas comisiones, apropiándose
directamente del dinero, haciendo
diversos negocios con los recursos
económicos del Estado o aprovechando las posibilidades que puede darle el cargo
que desempeñan[2]. Este último aspecto ha sido
aprovechado por los políticos y hombres de Estado “revolucionarios”, para gozar
de jugosos sueldos que hoy le permiten un nivel de vida opulento, mientras
hablan desde su tribuna (Asamblea Nacional, Gobernaciones, Alcaldías) de la
pobreza como algo inmoral e inhumano, o
declarando con el mayor cinismo que “ser rico es malo”. No hay que ocultar que
muchos trabajadores, principalmente del sector público, han terminado siendo
cómplices o ejecutando directamente hechos corruptos. Esto muestra que el
proletariado no es impermeable a la ideología decadente y a las conductas
descompuestas de la burguesía.
Es fundamental que el proletariado se
mantenga fiel a sus principios y a una ética verdaderamente proletaria, no para
arrimar el hombro a la burguesía en su “lucha contra la corrupción”, sino para
mostrar a la humanidad que es la única clase portadora de una nueva sociedad,
la cual sólo será posible mediante su lucha revolucionaria a nivel mundial que
libre a la humanidad de la inmundicia del capitalismo.
Augusto. Junio de 2006
[1] Casos como el del Central azucarero Ezequiel Zamora ocurrido en este año, donde se “extraviaron” tres mil millones de bolívares, o de la Planta procesadora de tomates en la cual se invirtieron más de 1500 millones de bolívares , sin llegar a producir las tres mil toneladas de pulpa de tomate ni los 600 empleos directos que esperaba generar, son algunos de los proyectos en los cuales resultaron involucrados en hechos de corrupción, militares activos de alto rango de las Fuerza Armada .Sin embargo, allí no para la interminable lista: la red de comercialización de productos alimenticios (MERCAL) creada por el gobierno actual, exhibía sólo para el año 2005 unos 100 casos de corrupción; el denominado “Plan Bolívar 2000” a través del cual el gobierno ofrecía recursos para obras de construcción, sobre todo viviendas, fue responsable de la “desaparición” de más de 2000 millones de bolívares sólo en el año 2001. Son casos donde estuvieron implicados Ministros y generales de las FAN. La ostentosidad y la opulencia de la nueva burguesía en el poder es exhibida sin ningún rubor. Barinas, cuna de la familia del Presidente Chávez, ha sido testigo no sólo de la malversación de fondos (se habla de 58 mil millones de bolívares nada más en la gestión de Hugo Chávez padre, gobernador de ese estado en el año 2000) sino del aumento de las propiedades familiares, sobre todo fincas y haciendas que superan las mil hectáreas.
[2] Según el economista Orlando Ochoa, existen tres formas de corrupción históricamente utilizadas en el país: el cobro de comisiones por congelar dinero del Estado en los bancos (calcula que se mantienen en la actualidad cifras de 20 billones de bolívares, que son más de 10 mil millones de dólares en promedio, inmovilizados en el sistema financiero), por asignación de créditos y por otorgamiento de contratos. Agrega, que según investigaciones hechas por Eliécer Otaiza, funcionario del chavismo, 95 de cada 100 contratos se ha hecho por excepción y no por licitación. Revista Zeta N° 1564. Caracas (del 2 al 9 de junio de 2006)