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La independencia no se tradujo en la constitución de México como nación ni en el surgimiento de un Estado nacional centralizado y eficiente; por el contrario, la vida ‘independiente' se inicia con grandes dificultades por lo que la implantación del capitalismo fue lenta, difícil y sangrienta. La guerra de 1810 redujo la agricultura y ganadería a la mitad, la minería a una tercera parte y dañó seriamente la naciente industria.
Como vimos en los artículos anteriores de esta serie (RM 114), la historia de México, como la de cualquier región debe ser analizada considerando la situación mundial en la que está enmarcada. No es una historia aislada producto de un puñado de hombres de mentes brillantes y corazones valientes, como dice la burguesía, sino el producto de la lucha de clases. La guerra de independencia en la Nueva España se sitúa en el periodo en el que el capitalismo se expandía por todo el globo y con todas sus especificidades y diferencias con respecto al desarrollo del capitalismo en otras regiones, significó el intento de la burguesía local naciente por deshacerse del obstáculo que el colonialismo imponía al desarrollo de las fuerzas productivas en la Nueva España (2/3 de las ganancias en la colonia y el 95% de la plata extraída se dirigían a la Corona). "La historia de las décadas de guerras coloniales, que se prolonga durante todo el siglo XIX; levantamientos contra Francia, Italia, Inglaterra, y Alemania en África; contra Francia, Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos en Asia; contra España y Francia en América, es la larga y tenaz resistencia de las viejas sociedades autóctonas contra su exterminio y proletarización a manos del moderno capital, lucha de la que finalmente surge el capital como vencedor en todas partes."[1]
La independencia no se tradujo en la constitución de México como nación ni en el surgimiento de un Estado nacional centralizado y eficiente; por el contrario, la vida ‘independiente' se inicia con grandes dificultades por lo que la implantación del capitalismo fue lenta, difícil y sangrienta. La guerra de 1810 redujo la agricultura y ganadería a la mitad, la minería a una tercera parte y dañó seriamente la naciente industria. El país tenía una deuda exorbitante y los canales comerciales estaban bloqueados o arruinaban las manufacturas existentes, incapaces de competir con las inglesas. Los comerciantes hispanos que financiaban el desarrollo económico huyeron con sus capitales y la iglesia también envió a España su riqueza líquida. Además, quedaban en pie modos de producción precapitalistas como el señorial (la hacienda) y el de las comunidades indígenas.
Había una extrema fragmentación del poder, de la sociedad y de la economía. Se había roto con la dominación de la Corona Española pero no se habían destruido sus cimientos: clero, aristocracia virreinal y despotismo tributario (comunidades indígenas con producción apenas suficiente para cubrir su alimentación y el pago de tributo por su existencia). Esto junto con el gran desempleo entre las capas explotadas hacía que el control del nuevo Estado fuera ineficaz en sus inicios. En los primeros dos tercios del siglo XIX, más de 50 administraciones trataron de dirigir al país y con frecuencia existían varios gobiernos simultáneamente con su cauda de rebeliones, cuartelazos o golpes de Estado. Desde la consumación de la independencia hasta la restauración de la república, los gobiernos de México expresaron la pugna por el poder producto de la polarización de dos grupos fundamentales: los conservadores -iglesia, terratenientes y burgueses de la región central- que contaban con el apoyo de Europa, especialmente Inglaterra, y que buscaban la implantación de una república centralizada dirigida por los militares y el otro grupo formado por los liberales - burgueses hacendados del norte y sur- que buscaban una república federal y democrática que limitara el poder y los privilegios de los terratenientes, la iglesia y el ejército y que recibían eventualmente el apoyo de los Estados Unidos.
En el plano exterior, las amenazas de invasiones extranjeras para adueñarse de territorios -una característica de la expansión capitalista- estuvieron presentes desde la misma guerra de independencia. En 1819 España tuvo que ceder a los Estados Unidos La Florida y en 1823 con la ‘Doctrina Monroe', EEUU plantea su decisión de poner a América Latina bajo su influencia exclusiva. Desde luego también estuvieron presentes la coerción comercial con el crédito e inversiones directas de diferentes países.
La burguesía nacional naciente tendría que abrirse camino venciendo este cúmulo de dificultades por medio de su herramienta característica de clase: la violencia de las armas. "El capital no tiene, para la cuestión, más solución que la violencia, que constituye un método constante de acumulación de capital en el proceso histórico, no sólo en su génesis, sino en todo el tiempo, hasta el día de hoy."[2]. De 1821 a 1870 hay choques brutales y sucesivos entre los que pretenden la transformación económico-social y la reacción conservadora. Así que las idílicas luchas de Reforma, en realidad, ejercieron la fuerza de las armas para llevar a cabo sus objetivos y fueron las clases y capas explotadas (esclavos, jornaleros y comunidades indígenas) quienes sufrieron la peor parte siendo despojados de sus tierras y aniquilados en el despojo o en las confrontaciones entre las clases explotadoras que se oponían.
Los primeros gobiernos de México acudieron a la deuda pública interna y externa y a los impuestos sobre productos de importación y exportación para obtener recursos para su desarrollo. En 1833 el gobierno liberal intentó, por primera vez la incautación de los bienes del clero y limitar su poder pero los liberales fueron derrocados por el ejército ésta y otras veces más. A pesar de este desorden político, para 1842 ya había 57 fábricas de hilados y tejidos en el país.
Mientras tanto, intervenciones y presiones constantes lograron la anexión de Texas a los EEUU en 1846. En 1847 Estados Unidos declaró la guerra a México que le costó a éste 50 000 muertos y la pérdida de más de la mitad del territorio. Respecto a esto, Engels, que con Marx se alegraban del avance del capitalismo porque iba poniendo las bases para la revolución comunista, escribe: "...hemos presenciado la conquista de México, la que nos ha complacido. Constituye un progreso... que un país...desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo... sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos...".[3] Más tarde subrayaba la importancia del progreso logrado por este país: ¿Acaso es una desgracia...que los enérgicos yankis... aumenten los medios de circulación, concentren en la costa... una densa población y un activo comercio, creen ciudades, establezcan líneas de barcos de vapor, tiendan un ferrocarril desde Nueva York a San Francisco, abran en realidad por primera vez el Océano Pacífico a la civilización y, por tercera vez en la historia, impriman una nueva orientación al comercio mundial? Tal vez la ‘independencia' de algunos españoles de California y Tejas sufrirá con ello; la ‘justicia' y otros principios morales quizá sean vulnerados aquí y allá, ¿pero qué importa esto frente a tales hechos histórico-universales?[4]
El primer Estado Nacional surge del aniquilamiento de las comunidades indígenas
En 1854, la alianza con los pequeños propietarios, campesinos pobres, y trabajadores indígenas, negros y mulatos, con Gómez Farías a la cabeza, permitió a los liberales derrocar a Santa Ana que había sido derrotado frente a Estados Unidos y que mantenía los privilegios de la vieja clase aristocrática, clero, ejército y de algunos sectores de la burguesía oligárquica. El 1º de marzo, con Ignacio Comonfort en la presidencia lanzan el Plan de Ayutla, incorporándose Juárez, Ocampo, Mata y otros liberales y ofrecen elaborar una nueva constitución que reafirme una ‘República Representativa Popular'. Esta insurrección de Ayutla, marca el fin del ‘periodo anárquico' y la concretización del primer Estado propiamente nacional en el país. En 1855 se expidió la Ley Juárez para restringir los privilegios a través de la supresión de tribunales especiales y por tanto de la ingerencia del clero y del ejército en la administración de justicia civil.
Durante este periodo, el capitalismo llega a ser el régimen económico predominante en todo el mundo. En este contexto, el grupo liberal veía la necesidad de impulsar la agricultura a través de la mediana propiedad privada capitalista por lo que en 1856 promulgan la Ley Lerdo de desamortización de la tierra y en 1857 una nueva Constitución con el decreto de separación del Estado y de la Iglesia y las libertades de propiedad, trabajo, culto, y tránsito. Esto significaba expropiar las grandes extensiones de tierra de la iglesia y de las comunidades ya que tenían una productividad muy baja o nula y permitir la compra-venta de tierras y otras mercancías, entre ellas la fuerza de trabajo que podría llegar de diferentes latitudes y creencias, y permitir su paso libre a lo largo del país. La ‘libre contratación' defendida por la Revolución Francesa y la ‘libre competencia comercial' de la economía clásica inglesa retomadas por los liberales requerían ‘igualdad y libertad'. La ‘igualdad ante la ley civil', con la separación entre la Iglesia y Estado, que reclamaba la Reforma representaba esa necesidad. Era el requisito para legalizar la explotación del trabajo ajeno, para impulsar la industria y el comercio y para imponer en el país una sola administración de justicia que la burguesía, como clase, pudiera manejar como mejor le conviniera a sus intereses. En el orden internacional, la igualdad jurídica, como nación, era la condición necesaria para integrarse al mercado mundial.
En reacción, se produjeron sublevaciones de comunidades indígenas para protestar contra el despojo brutal y sangriento de sus tierras. Los liberales, que con Benito Juárez a la cabeza -supuesto defensor de los indígenas- ponían ‘la igualdad del individuo' como principio de la sociedad, reprimieron sin piedad las rebeliones mostrando que el término ‘igualdad' según la ‘sociedad civil' significa diferenciar entre los nuevos explotadores privilegiados y los nuevos explotados tratados peor que animales. Los liberales sofocaron salvajemente las rebeliones indígenas pero no pudieron detener la reacción de la Iglesia y de los terratenientes conservadores obligados a vender sus tierras y a perder poder, con lo que se desató la guerra civil de Tres Años en 1857 a pesar de lo cual en este periodo las Leyes de Reforma cobraron rango constitucional.
La guerra civil fue aprovechada por los Estados Unidos en sus planes expansionistas. El gobierno de James Buchanan trató de negociar con los conservadores pero al fracasar, debido a los lazos de éstos con las potencias europeas, negoció con el gobierno de Juárez, presionando económica y militarmente, un tratado en el que adquiría libertad de tránsito a lo largo del país, especialmente en el Istmo de Tehuantepec, lo que le beneficiaría en el plano comercial y estratégico. Este tratado Mc Lane-Ocampo no fue ratificado por el Congreso Norteamericano por las pugnas que se desarrollaban entre sus Estados del norte y del sur, que darían lugar a la Guerra de Secesión en 1861 de la cual Marx escribe poniendo la disyuntiva del avance capitalista: "El movimiento entero se fundaba...en la cuestión de si los 20 millones de hombres libres del Norte deben seguir subordinados a una oligarquía de 300 mil dueños de esclavos; de si los enormes territorios de la república deberán convertirse en semilleros de estados libres o de la esclavitud".[5] La Gran Bretaña, por su parte, había penetrado en el país no a través de las armas, sino mediante las inversiones y el crédito desde 1824. México ya gravitaba económicamente en la órbita de Inglaterra.
La consolidación del Estado mexicano,
el triunfo de la 'sociedad civil' significó la libertad para explotar a los trabajadores
La Guerra de los Tres Años culmina con el triunfo de los liberales. El Estado liberal, surgido de la revolución de Reforma, simboliza el triunfo de la "sociedad civil" o de la burguesía sobre los modos de producción anacrónicos aunque los ideales de los reformadores estuvieron lejos, en un principio, de la realidad impuesta por las condiciones imperantes. El libre cambio se vio obstaculizado por: un sistema que obtenía todavía la mayor parte de sus ingresos de los impuestos aduanales, por la depreciación de la plata que creaba proteccionismo, y por la intervención directa del Estado en ciertas ramas de la economía. La disolución de las propiedades eclesiásticas e indígenas no dio lugar a la mediana agricultura comercial capitalista, sino a la expansión de las grandes haciendas sustentadas en la explotación de un gran número de trabajadores más que en la implementación de nuevas técnicas productivas. Las formas de trabajo forzado, no desaparecieron para ser sustituidas completamente por la fuerza ‘libre' de trabajo que operara dentro de un mercado competitivo, sino que hubo un fortalecimiento de los sistemas de trabajo coercitivo en varias partes.
Sin embargo, la historia no permitía marcha atrás aunque las fuerzas reaccionarias se opusieran. El contexto internacional en que las burguesías europeas competían para expandir sus dominios, tocaron nuevamente a México. La suspensión del pago de la deuda externa, decretada por el gobierno de Juárez en 1861, proporcionó a Napoleón III el pretexto para avanzar en sus pretensiones expansionistas en América Latina donde intentaba construir un imperio para ampliar sus mercados, para detener el avance de los Estados Unidos y eliminar la influencia de Inglaterra en estos territorios. Napoleón logró involucrar a la Gran Bretaña y a España contra México exigiendo el pago de la deuda. Rivalidades surgidas entre los aliados resultaron en el retiro de las fuerzas de España e Inglaterra pero Francia con la ayuda de los conservadores, que querían recuperar el poder, logró ocupar parte del territorio mexicano y establecer una monarquía. Las necesidades de reformas eran tan evidentes, que el emperador Maximiliano de Austria no sigue una política conservadora sino liberal moderada pero el Estado mexicano aún así lucha contra la invasión. La corona resultaba muy costosa a México pero también a Francia que prefirió retirar sus tropas para preparar una confrontación contra Prusia y enfrentar protestas estudiantiles en Paris, lo que permitió que el ejército mexicano derrotara a las restantes fuerzas del emperador, quien es fusilado en 1867.
Los gobiernos de Benito Juárez (1861-72) y de Lerdo de Tejada (72-76) se caracterizaron por la instauración de un Estado fuerte y centralizado y la continuación de la re-distribución de la tierra. La "nueva era en la cual el orden positivo vendría a sustituir al orden teológico y al desorden metafísico", según el positivismo comtiano liberal, significó que el capitalismo tenía abierto el camino para su desarrollo y con él el inicio de una explotación de trabajadores cada vez más brutal, esta vez avalada e impulsada por una ley liberal o democrática al igual que en otros países capitalistas. En 1867, Juárez llamó a Gabino Barreda para redactar un plan educativo, dada la importancia de introducir la ideología burguesa desde la escuela, para mantener a la mayoría de la población conforme y pasiva ante su situación ‘natural' de explotación bajo el lema ‘Orden y Progreso'.
Así, entre los años 1860 al 80, el capitalismo es ya el sistema socioeconómico dominante en México aunque incipiente, débil y dependiente: insuficiente división del trabajo, atraso técnico, baja productividad, lento desarrollo del mercado interior, dificultad de desarrollar una industria propia (en 1860 había sólo 24 km. de vías férreas utilizables), y con una grandísima deuda interna y externa. Aún con todo este atraso a nivel industrial, la clase trabajadora se desarrollaba y había empezado a organizarse en mutualidades desde 1850 para defenderse de las nuevas condiciones de explotación. Con el triunfo de la república estas asociaciones se multiplicaron y algunos de sus representantes se vincularon con la Asociación Internacional de Trabajadores. En 1871 se formó la Sociedad de Obreros del Septentrión que se convertiría en 1872 en el Gran Círculo de Obreros de México y salió a la luz el periódico El Socialista que invitaba a inscribirse en la AIT. En 1874 sale el diario La Comuna, en honor a la Comuna de Paris, y en 1876 se celebra el primer Congreso Obrero en México. Aún había necesidad de desarrollar un capitalismo fuerte y un nuevo grupo de burgueses empezaría a mostrar sus inconformidades frente a todo lo no logrado bajo el ya anacrónico lema ‘Orden y Progreso' de los viejos liberales, abriendo otra etapa del desarrollo del capitalismo en México.
La celebración es de la burguesía no de los trabajadores
La tarea que llevaron a cabo los liberales, como representantes de los intereses de la burguesía, de consolidar el Estado-Nación en México, no tiene comparación con las políticas ‘Neoliberales' de la burguesía actual perteneciente a cualquier partido. La revolución de Reforma se desarrolló en una época en que la burguesía estaba en ascenso y luchaba por extender el dominio del sistema capitalista en todo el mundo, desarrollando con la ciencia y la tecnología las fuerzas productivas y creando el mercado mundial. Los liberales cumplían su parte de esa tarea en México. La época que hoy estamos viviendo es la de la decadencia del sistema capitalista y aún más, la época de su descomposición: un momento en que las cacareadas ‘reformas' o las políticas ‘neoliberales' son medidas de sobrevivencia de la burguesía a costa de más explotación a los trabajadores. La comparación con las medidas desarrolladas a mediados del siglo XIX son sólo humo ideológico para tratar de cubrir la verdad de un sistema que se está pudriendo, hundiendo a los explotados en una miseria, inseguridad y destrucción crecientes. No hay posibilidad de comparación alguna entre estos dos momentos aunque la burguesía se esfuerce en adornar su discurso con los hechos de la historia. La burguesía celebra a sus precursores pero nosotros no tenemos por qué hacerlo, no tenemos por qué seguir atados a las cadenas de las ‘libertades individuales', de la democracia y del nacionalismo que son patrimonio de una clase ya agonizante y que significan el encadenamiento a nuestra explotación. Por el contrario, hay que librarnos de esas ataduras ideológicas y materiales. Nosotros tenemos un futuro que construir y por ello festejamos la solidaridad y la unidad de la clase proletaria y las festejamos con nuestras luchas. ¡Viva el internacionalismo proletario en marcha!
Héctor / 23-02-2010.
Notas:
[1] R. Luxemburgo: Introducción a la Economía Política.
[2] Ídem.
[3] F. Engels, La tutela de los Estados Unidos, 23 de enero de 1848.
[4] F. Engels. La magnífica California, 7 de enero de 1849.
[5] C. Marx. La guerra civil norteamericana. 20 de octubre de 1861.