Revolución y contrarrevolución en Italia (1ª parte): las ocupaciones de fábrica

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En agosto de 1920, la prefiguración de lo que se iba a volver el movimiento de ocupación de las fábricas fue lo que se llamó el “obstruccionismo”. Este era generalmente aplicado en respuesta a todo lock-out patronal, una táctica que consistía en remplazar, según los estrategas de la FIOM (Federación de Obreros Metalúrgicos), la huelga, “que ya se había utilizado demasiado”, por una política de “producción propia”. Uno de los argumentos favoritos de la propaganda de los delegados consistía en decir que la crisis era mucho menos grave de lo que pretendían las sirenas del patronato. Puesto  que la economía nacional podía aguantar aumentos de salarios por el hecho de que las mercancías podían venderse en un mercado que se estaba reconstruyendo, los obreros tenían que forzar las puertas de las fábricas, de manera de seguir produciendo. No menos de 280 establecimientos metalúrgicos de Milano fueron ocupados y testigos de una gestión  obrera que le dio a los sindicalistas esperanzas de participar en el poder.

En esa circunstancia, los sindicalistas se mostraron hábiles propagandistas de la economía gradualista. Eso quería decir que los trabajadores tenían que dar pruebas de su sentido de responsabilidad: respetar escrupulosamente la propiedad “común”, aceptar por disciplina proletaria el apretarse el cinturón y arremangarse para producir a tope. Para producir  a menor costo que bajo control patronal, la clase obrera debía armarse con conocimientos técnicos y administrativos, de manera que fuera capaz de reemplazar los técnicos quienes, bajo orden de la administración, se habían ido de los lugares  de trabajo. En cierto modo, estaban llamando a la clase obrera a gobernar un estado que tenía que reflejar bien las estructura económica del país real.

En seguida, la izquierda empieza a luchar contra la ideología gestionaría que, en vez de plantear el problema a nivel político, lo encerraba, lo reducía y, en definitiva lo encastraba al puro nivel de la fábrica:

“Quisiéramos evitar que penetre en las masas obreras la convicción que basta con desarrollar la institución de los Consejos para apoderarse de las fábricas y eliminar a los capitalistas. Sería una ilusión extremadamente peligrosa (...) Si la conquista del poder político no se realiza, los Guardias Reales, los carabineros se encargaran de disipar toda ilusión, con todo el mecanismo de opresión. Toda la fuerza de la cual dispone la burguesía, el aparato político de su poder, caerá sobre los trabajadores”. (Amadeo Bordiga).

Ese  aviso rigurosa y profético contra el ilusionismo gestionario atacaba la propaganda del “Ordino Nuevo[1] que ponía en primer plano el control obrero y la educación tecnológica del proletariado para permitirse dirigir las fábricas”. Según Ordine Nuovo “en la fábrica,  el obrero puede forjarse una concepción comunista del mundo y de allí volcar el sistema económico-político burgués para sustituirle el estado de los Consejos Obreros. El sistema de Consejos es superior a la forma sindical y partidista pues hace de cada trabajador de la empresa, técnico o barrendero, un....elector de la Comisión Obrera” (informe de julio de 1920 al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista), y, además, prosigue dicho informe, “ese elector se expresa, no levantando la mano, sino en el secreto pequeño-burgués de la tarjeta de voto. ¿Ante la amplitud de su tarea, no deben los trabajadores dejar de un lado su egoísmo y aceptar innovaciones productivas puesto que éstas hacen aumentar  sus capacidades productivas, y por consiguiente su peso en la nación? Los trabajadores deben cesar de actuar a tontas y locas como lo habían hecho en los últimos años. Ahora pueden lograr algo palpable, deben hacer funcionar las fábricas en una democracia obrera total, desde los reformistas hasta los anarquistas”. No habrá ruptura en la continuidad de ese grupo cuando, poco tiempo después, se encargará de aplicar medidas de bolchevización en el seno del joven Partido Comunista como portador de la contrarrevolución estilista.

Una vez más, la izquierda reafirmó su completa oposición al culturalismo tan apreciado por los viejos partidos de la II Internacional como por el joven “Ordine Nuovo”,  el P.S.I. por su parte enarbolaba su bandera con el martillo, la hoz y un libro.  Además en plena explosión revolucionaria, el Partido Socialista decidió participar  en las elecciones al parlamento y dio a los trabajadores la consigna habitual de participar masivamente en el voto (16 de noviembre de 1919),  convencido de que el voto por representación proporcional le garantizaría una mayoría confortable. Y, efectivamente,  con 1.840.000 votos, los socialistas llegaron a tener 156 representantes en el parlamento y, algunos meses más tarde, 2.800 comunas. Lenin se mostró satisfecho por el “excelente trabajo”  que eso representaba con relación a la situación internacional, esperando que el  ejemplo sirviera para los comunistas alemanes (carta a Serraati del 29/10/19). La Internacional Comunista saludó el resultado como un gran éxito. Pero ¿Qué es lo que hacen los diputados y alcaldes socialistas para justificar tales elogios?. Como antes de la guerra se dedican a reclamarle al Estado trabajos públicos, a formar sindicatos y cooperativas, en fin, a administrar los asuntos de las ciudades. Así pues, Italia llevó a cabo, bajo la dirección de  los socialistas, la revolución nacional que el Risorgimento  había dejado inacabada. Se quiere a la vez la Constituyente y Soviets, la dictadura del proletariado y la lucha sobre el terreno electoral. Era una manera muy hábil de quedar bien con todo el mundo. El balance que hizo la Izquierda Comunista en Italia de este episodio fue que “en las horas decisivas, la burguesía se defiende de la revolución proletaria utilizando el método democrático”.

La primera ocupación de fábrica enarboló sobre la chimenea la bandera tricolor italiana. Tuvo lugar en una pequeña ciudad de la región de Dalmina, bajo el activo apoyo de Il Popolo d’Italia[2], que escribía en sus columnas: “La experiencia de Dalmina tiene un alto valor; indica la capacidad del proletariado para dirigir directamente la fábrica”.

Los partidos políticos, los sindicatos y los izquierdistas utilizaban frases análogas a las de su hermano enemigo par saludar la gestión obrera. Lejos de desaprobar entonces las reivindicaciones de los huelguistas, Mussolini fue en persona a la localidad para alentar la resistencia obrera a los “abusos patronales”. Los trabajadores de Gregorini-Franchi, durante tres días habían seguido asumiendo el buen funcionamiento de la empresa en todos sus departamentos, ante la negativa de la dirección de darles la semana inglesa. Para Mussolini, la clase obrera era digna de tomar el puesto de la burguesía en la gestión de la producción puesto que había abandonado la huelga tradicional, tan dañina para la nación.

Un año después, esta primera ocupación fue seguida por tentativas, generalmente efímeras de gestión  obrera: en Sestri-Ponente, en las afueras de Génova, el 18 de febrero de 1920; en los astilleros de Ansaldo en Viareggio el día siguiente, en Ponte-Canavese y Torre Pellice el 28 de febrero, en los establecimientos madereros de Asti el 2 de marzo, en los establecimientos Spadaccini  en Sesto el 4 de junio; en los talleres de mecánica Miami-Sivestri en Napoli; en el trust siderúrgico Ilva en Napoli, el 10 de junio. Esas huelgas con ocupación de fábrica, que se repetían regularmente, tenían una forma de organización,  el Consejo Obrero, que unía a la mayor parte de los trabajadores – independientemente de su convicciones políticas – en la lucha contra el capitalismo. No obstante como ese movimiento no encontró nunca la fuerza suficiente para sobrepasar los límites del control de las fábricas aisladas, y enfrentarse al Estado; como sus protagonistas se dejaron deslumbrar por efímero y artificiales  éxitos, el movimiento se pudrió sobre sí mismo. Por esa razón, sin disparar una sola bala, la burguesía pudo recuperar sus bienes; para desalojar a los ocupantes, usó la FIOM[3] que varias veces había declarado que su único objetivo era el control obrero de la producción, que no tenía intensiones de ir más lejos. El propio parlamento le reconoció ese derecho. Los dirigentes de la  Banca Commerciale aseguraron  a la FIOM una neutralidad cordial; el prefecto de Milano se ofreció para aclarar las discordias entre industrias y sindicalistas; Mussolini visitó al secretario de la  FIOM, Buozzi, para declararle que las ocupaciones gozan de todo el apoyo de los fasci; el director de periódico más importante de la época, Corriere della Sera, se precipita a ver al camarada Turati para aconsejarle que los socialistas que se metan en el gobierno ; el  presidente de la FIAT, Agnelli, solicitó que se diera un papel institucional importante a los sindicatos...

Sin embargo, los numerosos ejemplos de preparativos de armamento, de formación de grupos de combate, nos muestra que la fracción más consciente de la clase estaba decidida, no a hacer funcionar las fábricas como lo aconsejaba la C.G.I.L., sino a luchar con fusiles. En la Fiat de Torino, los jefes sindicales frenan los grupos que transformaron camiones en carros blindados con ametralladoras para organizar una demostración de fuerza obrera en la ciudad. Una vez que las armas que habían sido introducidas o fabricadas en las fábricas durante la ocupación, fueron descubiertas y tomadas por la policía, la FIOM tuvo las manos libres para firmar “su mejor acuerdo” El reconocimiento de las Comisiones Obreras. Finalmente llegó el momento de negociar la derrota de los trabajadores con el Confindustria. La C.G.I.L. aceptó la reducción de los horarios de trabajo para todas las categorías de trabajadores que se encontraron, sin embargo, con salarios muy reducidos.

Ahora la fruta estaba madura; la burguesía podía intervenir con toda tranquilidad.

En vez de cometer el error de utilizar la represión abierta- lo que deseaba la Confindustria y la Confragricultura-Giolotti actuó como un hombre sabio, como un diestro defensor de los intereses del capitalismo a largo plazo. Ante él se planteaban dos alternativas: o bien utilizar las fuerzas represivas y cañonear a los metalúrgicos piemontese, los tipógrafos romanos, los marineros y cargadores de Trieste y hasta a los maestros de escuela, o bien  esperar que el hambre hiciera efecto. Y Giolotti tuvo sangre fría: contó con el hambre y con el trabajo de los sindicatos. Utilizando su vieja experiencia frente a la agitación social, su táctica fue dejar nuevamente que el movimiento se desarrollara y refluyera por sí solo. Al no haber utilizado inmediatamente la represión sistemática pudo aislar y dejar pudrir un movimiento encerrado en sí mismo y falto completamente de perspectivas.

Balance político

Los Comités de fábrica probaron que el proletariado no podía surgir sobre el terreno económico, ni cambiar la sociedad entera a partir de las posiciones ocupadas en las fábricas, aunque éstas modificasen el derecho a la propiedad y la administración. La expropiación de los capitalistas será llevada solamente por una revolución proletaria. El proletariado debe pues constituirse en partido político, no dentro del horizonte burgués de la nación, sino internacionalmente. Desde el principio de su actividad revolucionaria, debe obrar por la formación del partido mundial, cuyo carácter intrínseco no se mide en realizaciones económicas; tiene que destruir el estado por las armas. Cuando se ha planteado así el problema podemos comprender porqué la Comuna de París, que solo pudo decretar a nivel social muy pocas cosas, en comparación con lo que llevó a cabo el capitalismo en su período ascendente, es una verdadera revolución proletaria,, la primera de la historia.

Solo la izquierda, que había empezado su trabajo como fracción desde los años 1912-1914 en la lucha contra el frentismo, la política de apoyo socialista a la burguesía italiana que se orientó hacia la denuncia del culto electoral, salió de la tormenta con la frente bien alta. Mil veces incitó al generoso proletariado de Italia a sobre-pasar los viejos jefes enmohecidos en sus tradicionales y peligrosos métodos de colaboración con la burguesía. Solo la izquierda, en contra de todos, llamó a las fuerzas conscientes y combatientes del proletariado a romper los criminales  lazos que lo encarcelaban tras las rejas de las fábricas, a constituirse en partido de clase, pues era precisamente estancándose sobre el terreno aislado de las fábricas  como la clase obrera de Italia preparaba su propia tumba. Contra las numerosas corrientes que vieron la posibilidad de apoderarse de los medios de producción y de intercambio sin proceder primero a la destrucción del aparato del Estado burgués, la izquierda evidenció que: “Según  la sana concepción comunista, el control  obrero sobre la producción  no se realizará sino después de la destrucción del poder burgués si el control de la marcha de cada empresa pasa a manos de todo el proletariado unificado en el estado de los Consejos. La gestión comunista de la producción será asegurada por los órganos colectivos representando los intereses de todos los trabajadores asociados en la obra de la construcción del comunismo”. Tesis de la fracción Comunista Abstencionista del Partido Socialista Italiano. (Mayo 1920).

La izquierda se arriesgó, y era esa su tarea revolucionaria más urgente, a afrontar los “tabus” que estaban de moda; la huelga gestionaría expropiadora, para reafirmar la prioridad política: la constitución del proletariado en partido. Mientras que los endormecidos  incitaban a los trabajadores en huelga a interesarse con aplicación en sus fábricas, en conocer el valor del capital invertido en la producción, en ver como se podía aumentar el rendimiento del trabajo, el lenguaje de la izquierda planteó el único problema verdadero: “¿Qué vamos a tomar? ¿el poder o las fábricas?”.

La enunciación de esta verdad primordial, hace a Gramsci y a su equipo echar espuma por la boca: “Vuestro partido es una concepción sectaria, jerárquica, de la revolución, nosotros le oponemos una visión unitaria, amplia y libertaria”. Tal fue la respuesta de los alabadores de  la unidad, cuyo único temor era una división en el Partido Socialista. La unidad que ellos reverenciaban era la unidad con la mayoría unitaria de Seratti quien quiso hacer del parlamento  y de las comunas centros activos de propaganda revolucionaria; unidad con los reformistas de Turatti, adversarios de los consejos de Torino y de la Internacional Comunista; unidad con los sindicalistas depurados de los elementos de extrema-derecha. De ahí viene el nombre al cotidiano del Partido Comunista, Unitá. Esta “búsqueda de la unidad” llevó a la apertura en dirección los católicos intelectuales organizados en el Partido Popular: “En Italia, en Roma, está el Vaticano, está el papa. El Estado liberal tuvo que encontrar un sistema de equilibrio con la potencia espiritual de la iglesia; el estado obrero tendrá también que encontrar su equilibrio”.

El esfuerzo de la izquierda por construir el partido puramente Comunista, partiendo de la renuncia a participar en las elecciones no era para Gramsci más que “particularismo alucinado”, él hubiera deseado el enderezamiento del P.S.I. que “de partido parlamentario pequeño-burgués debe convertirse  en el partido revolucionario”. Los “nueve puntos “ publicados bajo el título “por una renovación del P.S.I.” en el Ordine Nuovo del 8 de mayo de 1920 correspondían a lo que deseaban los dirigentes de la Internacional Comunistas: una purga progresiva del ala derecha sí; una división, no. Antes de Livorno, Lenin había declarado: “Para dirigir victoriosamente a la Revolución y para defenderla, el partido italiano tiene todavía que dar cierto paso hacia la izquierda (sin atarse las manos) y sin olvidar que, después, las circunstancias podrán perfectamente exigir algunos pasos hacia la derecha”.

El paso a la izquierda fue dado en Livorno; las circunstancias de la lucha contra la ofensiva reaccionaria exigían “algunos pasos a la derecha”; en el IV congreso de la Internacional Comunista fue decidida la fusión del P.C.I. y del P.S.I.

R.C.


[1] Ordine Nouvo, órgano de una parte de la Izquierda del PSI que se inclinaba por posiciones autogestionarias y “culturalistas”. Encabezado por Antonio Gramsci, apoyaría a Stalin en la lucha contra la Izquierda Comunista dentro del partido italiano.

[2] Órgano del grupo de Mussolini como antes hemos señalado

[3] Sindicato metalúrgico

 

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