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Muchas corrientes que reivindican la lucha por el comunismo asumen sin reservas una postura de defensa del nacionalismo y por tanto de la patria. Otras intentan disimular la cuestión en nombre de una lucha en defensa de la independencia y contra el imperialismo. ¿Será que estas dos orientaciones –lucha por el comunismo y defensa de la patria- se complementan a nivel teórico y práctico y se fortalecen mutuamente o, por el contrario, se excluyen? En la historia de la lucha revolucionaria por su emancipación, el proletariado ya confrontó esta cuestión y le costó mucho la falta de claridad frente al nacionalismo.
Esta breve toma de posición fue motivada por la discusión con elementos que mostrando un interés por nuestra perspectiva, reivindicaban al mismo tiempo el nacionalismo.[1] Consideramos necesario poner claramente en evidencia frente a ellos cómo, a lo largo de la historia, la burguesía utilizó el nacionalismo para corromper la conciencia del proletariado y llevarlos así a la derrota. De igual modo, esta crítica considera también a otros pretendidos internacionalistas, como los trotskistas.
¿Será que el internacionalismo es realmente compatible con el nacionalismo?
Un documento que, desde el punto de vista teórico, fundó la perspectiva del comunismo y que tiene todavía completa validez en muchos de sus aspectos, el Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848, es claro sobre esta cuestión cuando afirma: “Los proletarios no tienen patria” y cuando concluye con la consigna: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. No es nada casual que el llamamiento inaugural de la AIT de 1864 contenga la misma consigna.[2]
Por su situación, el proletariado en cada país tiene la obligación de desarrollar su lucha en el lugar en que trabaja y vive. Pero no por ello tiene que defender cualquier reivindicación que coincida con el interés nacional de tal o cual país en particular. “Por la forma y no así por su contenido, la lucha del proletariado comienza por ser una lucha nacional. El proletariado de cada uno de los países tiene naturalmente que comenzar resolviendo los problemas frente a su propia burguesía” (Manifiesto Comunista). Estas frases fueron escritas en un momento en que las interpelaciones internacionales eran mucho menos desarrolladas que hoy en día. Eso significa que no perdieron validez, sino al contrario.
La escena de la revolución mundial. A pesar de diversas divergencias entre ellos, Rosa Luxemburgo y Lenin estaban totalmente en sintonía al considerar el carácter decisivo de la extensión de la revolución rusa: “… la revolución rusa sólo ha confirmado la enseñanza fundamental de toda gran revolución cuya ley vital se formula así: se debe avanzar rápido y resueltamente, derribar con mano férrea todos los obstáculos, y definir sus objetivos siempre altos, si no quiere ser devuelta rápidamente a su frágil punto de partida y quedar abatida por la contrarrevolución (…) El futuro de la revolución en Rusia dependía íntegramente de los acontecimientos internacionales. Al haber apostado decididamente a la revolución mundial del proletariado, los bolcheviques suministran la flamante prueba de su inteligencia política, de su solidez en cuanto a los principios, de la audacia de su política” (Rosa Luxemburgo, La revolución rusa; retraducido del portugués – subrayado nuestro.)
La revolución –la lucha del proletariado mundial contra la burguesía mundial- al extenderse hacia nuevos países deberá de manera prioritaria abolir las fronteras nacionales, dando fin así a la división del mundo entre naciones.
El comunismo, la construcción de la comunidad humana mundial, que significa necesariamente el fin de la división del mundo entre clases sociales, solo puede realizarse a escala mundial, pues las relaciones sociales de producción, que se basan en la explotación del trabajo asalariado, no pueden ser abolidas más que a esta escala.
Dado que el socialismo sólo se puede construir a escala mundial y no en cada país de manera separada, la lucha por el comunismo y la defensa del proyecto de la revolución proletaria son, en nuestra época, totalmente antagónicos con cualquier tarea de defensa de la nación y de la patria, por parte del proletariado.
De ahí resulta que cualquier pretensión de cambiar las relaciones sociales de producción en el ámbito de un país constituye una auto-mistificación, es decir, una tentativa de engañar al proletariado. La revolución rusa ilustró trágicamente esta realidad. En la Rusia soviética aislada no había posibilidad alguna de construir el socialismo. Sólo el peor representante de la contrarrevolución, el estalinismo, podía afirmar lo contrario con su teoría del socialismo en un solo país. Este aislamiento condenó al estado que surgió después de la revolución a degenerar y a convertirse en vanguardia de la contrarrevolución mundial.
Es por eso que el desarrollo del sentimiento nacionalista es totalmente antagónico al desarrollo de la conciencia en la clase obrera de las necesidades de su proyecto revolucionario.
¿Será que se puede defender la patria sin defender el capitalismo?
Siguiendo lo expuesto resumidamente, la defensa de la patria y la perspectiva de la revolución proletaria mundial son antagonistas. Además, de manera práctica, la propaganda nacionalista constituye uno de los peores venenos ideológicos para someter al proletariado a los intereses de la burguesía.
La burguesía mundial está dividida en fracciones nacionales que entran en concurrencia económica e imperialista. Son las necesidades de esta concurrencia, cada vez más agudas provocadas por el agravamiento de la crisis, las que obligan a intensificar la explotación del proletariado por parte de la burguesía. Para conseguir la adhesión de los proletarios a estas necesidades, para hacerlos aceptar los sacrificios, la burguesía intenta inyectar el nacionalismo en las filas obreras.
El sacrificio supremo del proletariado a las necesidades del capitalismo se presenta cuando es alistado tras las banderas nacionales en las guerras imperialistas, en las cuales llega al grado de tolerar el dar su propia vida para una causa que no es la suya.
De este modo, podemos decir que el nacionalismo es una de las formas ideológicas más peligrosas de la dominación de la burguesía sobre la sociedad.
Los ejemplos más dramáticos de esto los constituyen las dos guerras mundiales en las cuales el proletariado existía sólo como carne de cañón incapaz de oponer su propia perspectiva a la barbarie de la burguesía. Hoy en día, si la burguesía lograra arrastrar a los principales batallones del proletariado mundial al nacionalismo y en la defensa de la patria, significaría el hundimiento de la humanidad, sin posibilidad de retorno, en una barbarie que implicaría probablemente su regresión trágica y quizás su desaparición. Es por ello que la primera responsabilidad de una organización que reivindica el proyecto histórico del proletariado es la defensa intransigente del internacionalismo y la denuncia, sin treguas, de cualquier forma de nacionalismo.
Terminamos esta ilustración de la nocividad del nacionalismo con un ejemplo del peligro del nacionalismo de las “naciones oprimidas” en las filas obreras: el caso de Polonia y del proletariado polaco en dos momentos sucesivos y diferentes de su historia. La independencia de Polonia contra la opresión zarista era una de las reivindicaciones centrales de las 1ª y 2ª internacionales. Sin embargo, desde finales del siglo XIX, Rosa Luxemburgo y sus camaradas polacos cuestionaron esta reivindicación poniendo en evidencia, de manera notable, que la reivindicación de los socialistas amenazaba con debilitar al proletariado de este país. La realidad comprobó eso. En 1905, el proletariado polaco había constituido la vanguardia de la revolución contra el régimen zarista. Sin embargo, en 1917 y después no mantuvo esa dinámica, por el contrario: el medio más importante encontrado por las burguesías inglesa y francesa para paralizar y derrotar al proletariado polaco fue el de conceder la independencia de Polonia. Los obreros de este país fueron así arrastrados por un torbellino nacionalista que los llevó a dar la espalda a la revolución que se estaba desarrollando del otro lado de la frontera oriental, e incluso, hasta el enrolamiento de algunos de ellos en las tropas que combatieron esta revolución. El hecho de que la mayoría de los obreros polacos hayan seguido las banderas nacionalistas después de 1917 tuvo trágicas consecuencias. Su no-participación, e incluso su hostilidad frente a ella, impidieron la conexión geográfica de la revolución rusa y la revolución alemana. Si esa conjunción hubiera acontecido, es probable que la revolución mundial habría sido capaz de vencer, preservando así a la humanidad de toda la barbarie del siglo XX que continúa hasta hoy.
¿Cuál es la naturaleza de clase de una organización que defiende el nacionalismo o apoya a una fracción de la burguesía mundial frente a otra?
Por su reivindicación abierta de su proyecto nacionalista, incompatible con el programa de la revolución comunista, las corrientes que reivindican el nacional-comunismo, el nacional socialismo, el nacional-bolchevismo nunca constituirán organizaciones revolucionarias proletarias. Nadie iría a contradecir eso considerando al nacional-socialismo; pues fue muy evidente el papel de defensa del capital nacional que el NSDAP (Partido Obrero Nacional Socialista Alemán – partido nazista de Hitler) asumió contra la clase obrera de Alemania antes y después de haber sido llamado a asumir la dirección del Estado burgués. Volveremos al asunto del nacional-bolchevismo, el más “izquierdista” y “obrero” de los partidos nacionales, después de haber examinado el caso de otras organizaciones proclamadas “obreras” e incluso “revolucionarias” o “comunistas” en relación a la cuestión del nacionalismo y del internacionalismo.
Se trata de organizaciones que fueron obreras e internacionalistas antes de convertirse en órganos del Estado capitalista:
- Los partidos proclamados “comunistas” o “socialistas” que, a pesar de denunciar el nacionalismo de extrema derecha, no son por eso menos nacionalistas, y que son tan defensores del capital nacional tanto como los primeros.
- Las organizaciones trotskistas que reivindican el internacionalismo proletario, pero que, en la práctica, no dejan de apoyar a una u otra fracción nacional de la burguesía en los conflictos imperialistas que las enfrentan.
La traición de la socialdemocracia frente a la guerra de 1914 constituyó un evento de mayor importancia porque, por primera vez, en esta circunstancia, organizaciones que se reclamaban del socialismo, e inclusive de Marx y Engels se encontraban en lados distintos de las barricadas:
- Los partidos socialdemócratas, la mayoría de los cuales habían pasado a la dirección de los antiguos “reformistas”, apoyaron la guerra imperialista invocando los escritos de Marx de un período anterior. Al hacer esto, llamaron a los proletarios a matarse mutuamente en 1914, bajo el pretexto de la lucha contra el “militarismo prusiano” para unos (socialdemócratas franceses,…), y contra la “presión zarista” para otros (socialdemócratas alemanes,…) y pasaron definitivamente al campo de la burguesía, convirtiéndose en estandartes para la guerra. Lenin en El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional, los caracterizó de manera muy clara: “¡Basta de frases, basta de «marxismo» prostituído a la Kautsky! Después de 25 años de existencia de la II Internacional, después del manifiesto de Basilea, los obreros no creen más en las frases. El oportunismo, más que haber madurado, pasó definitivamente al campo de la burguesía, transformándose en social-chovinismo: rompió espiritual y políticamente con la socialdemocracia.” (V. I. Lenin, enero de 1916; subrayado nuestro);
- las corrientes de izquierda de la 2ª Internacional, y sólo ellas, fueron capaces de levantar la bandera del internacionalismo proletario contra el holocausto imperialista, de unificarse en la defensa de la revolución proletaria en Rusia y de encabezar las huelgas y sublevaciones que estallaron en numerosos países durante la guerra. Fueron esas mismas corrientes las que proporcionaron el núcleo de la nueva Internacional Comunista fundada en 1919.
Este método empleado por Lenin y Rosa Luxemburgo durante la Primera Guerra mundial, es implacable en cuanto a la caracterización de los partidos de la clase obrera que, de la misma manera que la socialdemocracia en 1814 y bajo pretextos diversos, traicionaron el internacionalismo en el transcurso de otros conflictos imperialistas. Todos estos partidos se convirtieron en partidos al servicio del orden burgués:
- Los partidos comunistas, gangrenados por el estalinismo y en vías de degeneración oportunista desde los años 20, cuando participaron activamente en la preparación ideológica y política de los proletarios para la Segunda Guerra mundial.
- El anarquismo “oficial”[3] en la España de 1936 que jugó el mismo papel de seguimiento ideológico y de alistamiento de los obreros en los frentes de guerra en el conflicto entre “democracia” y “dictadura” durante la Guerra civil española, preparación de la Segunda Guerra mundial;
- El trotskismo, cuyo oportunismo creciente en los años treinta lo llevó a la traición del internacionalismo por su apoyo al imperialismo de la Unión Soviética y de las potencias democráticas.
Solamente un análisis no materialista donde la Segunda Guerra mundial sería diferente de la Primera, es decir, no imperialista y el producto de una “lucha entre el bien y el mal”, puede permitirse negar esta caracterización de las corrientes y partidos comunistas, anarquistas oficiales y trotskistas que “pasaron definitivamente al campo de la burguesía”. Toda la actuación de éstos desde entonces confirmó ampliamente esta realidad, y ninguno demostró el carácter no imperialista de la Segunda Guerra mundial.
Los argumentos que los trotskistas utilizaron en la Segunda Guerra mundial, como en todos los conflictos que acontecieron después, apoyando tal o cual campo contra el otro,[4] son fundamentalmente del mismo tipo que los de los socialpatriotas de la Primera Guerra mundial, o sea, aquellos sectores de la socialdemocracia “socialistas de palabra y chovinistas en los hechos” (Lenin) que tanto ayudaron a la burguesía alistando al proletariado en la matanza mundial.
El punto de convergencia de todos los nacionalismos de “derecha” y de “izquierda”: la defensa del capital nacional.
A pesar de ser considerados muchas veces como parte de campos diferentes, e incluso opuestos, al grado de combatirse, todas las fracciones nacionalistas convergen finalmente en la defensa del capital nacional. Ilustraremos eso a través de algunos episodios escogidos y significativos que tuvieron lugar entre la Primera Guerra mundial y los años 30.
El primer político que tuvo la osadía de reivindicar abiertamente el internacionalismo y la defensa de la patria, no fue un nacional-socialista o un nacional-comunista, sino un miembro eminente de la Socialdemocracia alemana, es decir, situado entre el ala derecha —abiertamente reformista y social-chovinista— y el ala izquierda marxista. Fue el centrista Kautsky [5] (el centro era tan peligroso como la derecha social-chovinista del partido, como decía Lenin) que, para justificar su traición al internacionalismo proletario en la Primera Guerra mundial, declaraba ser:
- Patriota en tiempo de guerra: “Tanto los que justifican y exaltan a los gobiernos y a la burguesía de un grupo de las potencias beligerantes como los que, como Kautsky, reconocen para los socialistas de todas las potencias beligerantes un derecho idéntico a la defensa de la patria, son social-chovinistas.” (Lenin, El socialismo y la guerra, agosto de 1915, traducido por nosotros.);
- E internacionalista en tiempo de paz: “Oh, los social-chovinistas de todos los países son grandes ‘internacionalistas’ (…) Escuchen a Kautsky. Para él es muy sencillo, la Internacional es «un instrumento en tiempos de paz».”
Todos los socialchovinistas fueron defensores del capital y de la burguesía nacionales en la guerra imperialista y estandartes para la guerra contra los intereses de clase del proletariado.
Pero no fueron los únicos.
Durante la Guerra, los nacional-bolcheviques, que se hacían llamar «comunistas de izquierda» distribuían en Hamburgo folletos anti-semitas contra la dirección de Spartacus (el grupo encabezado por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, Die Internationale, que recibió el nombre de Spartacusbund en 1916) a causa de su postura internacionalista.
Los nacional-bolcheviques ingresaron al KAPD (Partido Obrero Comunista de Alemania) en el momento de su formación en abril de 1920, que siguió a la exclusión de la mayoría de los miembros del KPD (Partido Comunista de Alemania, fundado en diciembre de 1918) por la dirección de éste. Fue un error enorme por parte del KAPD haber aceptado la presencia de los nacional-bolcheviques en su seno y finalmente fueron expulsados poco después. Pero no fue ése el fin del nacional-bolchevismo y del nacionalismo, más bien lo contrario.
Aunque la IC (Internacional Comunista) se hubiese dividido frente a la exclusión de los nacional-bolcheviques, su actitud en relación al nacional-bolchevismo comenzó a cambiar con su dinámica oportunista incluyendo concesiones cada vez mayores e importantes al nacionalismo. Esta política fue prolongada en Alemania por el KPD totalmente oportunista y por Radek, el representante de la IC en Alemania. Con la finalidad de servir, no a la lucha internacional por el comunismo, sino a la defensa del Estado ruso que cada vez tenía menos que ver con la dictadura del proletariado, Radek promovió la necesidad del apoyo, por parte del KPD, de una política nacionalista: “La Unión Soviética está en una situación peligrosa. Todas las tareas deben ser sometidas a la defensa de la Unión Soviética, pues, siguiendo este análisis, un movimiento revolucionario en Alemania sería peligroso y debilitaría los intereses de la Unión Soviética”. Haciendo eco a esta declaración, Die Rote Fahne, el periódico del KPD escribe en abril de 1923: “…hoy, el nacional-bolchevismo significa que todo está impregnado del sentimiento de que los únicos que pueden salvarnos son los comunistas. Hoy día somos la única salida. La gran insistencia en la nación, en Alemania, es un acto revolucionario como lo es la insistencia sobre la nación en las colonias» (Traducción nuestra, subrayado por nosotros). Los ejemplos se pueden multiplicar. Ahora es Talheimer (secretario general del KPD) quien declara el 18 de Abril en Die Internationale: «La tarea principal de la revolución proletaria sigue siendo no solo liberar a Alemania, sino terminar la obra de Bismarck integrando a Austria en el Reich. El proletariado tiene que cumplir esta tarea aliándose con la pequeña burguesía» (traducción y subrayado nuestros).
Quién puede negar la semejanza con el discurso nacional-socialista de Hitler. De cierto modo, esta política del KPD constituyó el trampolín para que un gran número de obreros embriagados por el nacionalismo ingresaran al partido nazi. El KAPD, refiriéndose al KPD, señalaba que: “hizo de la demagogia un principio, y sólo fue superado por el maestro de la demagogia: Hitler”. El resultado de eso fue que “una gran proporción de los defensores del KPD pasaran a ser adeptos de Hitler” (Folleto del KAPD, El movimiento de la industria capitalista, 1932).
Después de todo eso, cómo sorprenderse por este pasaje del Manifiesto por la salvación de Italia y la reconciliación del pueblo italiano, redactado por la propia mano del propio Palmiro Togliatti (secretario del Partido Comunista Italiano) y aprobado en septiembre de 1936 por el comité central de ese partido y publicado en Lo Stato Operario nº 8, del año 1936: “Nosotros, comunistas, adoptamos el programa fascista de 1919, programa de paz, de libertad y de defensa de los intereses obreros. Camisas Negras y Veteranos del África, llamamos a ustedes para unirnos en este programa. Proclamamos que estamos listos para combatir a su lado, Fascistas de la Vieja Guardia y Juventud Fascista, para realizar el programa fascista de 1919.”
Podríamos multiplicar los ejemplos, en varios países, de la convergencia entre el estalinismo y el fascismo, unidos por el nacionalismo. Pero sería un error pensar que el nacionalismo fue exclusivo de estas corrientes políticas. En realidad todos los sectores de la burguesía, incluida la democrática, utilizan el veneno del nacionalismo para arrastrar al proletariado a la guerra.
Ahora sólo queda elegir con toda conciencia de los perjuicios causados por el nacionalismo en la historia de la lucha de clases contra la causa revolucionaria: internacionalismo sin concesión alguna o patriotismo.
CCI
Traducido de: https://pt.internationalism.org/icconline/2007_nacionalismo_Internacionalismo.htm
[2] Tenemos que señalar, sin embargo, que en el siglo XIX los revolucionarios apoyaron algunos movimientos de liberación nacional con la condición de que estos pudieran favorecer el desenvolvimiento de las fuerzas productivas –con el proletariado en primer lugar-, y acelerar así la maduración de las condiciones objetivas de la revolución.
[3] La precisión de “oficial” es necesaria para identificar a aquellas corrientes del anarquismo que reivindican o pretextan la participación en la guerra imperialista, en la central de Madrid y de Cataluña, pues existen corrientes del anarquismo que las condenan.
[4] Vale la pena señalar a qué nivel no solamente de traición sino también de absurdo conduce esta problemática trotskista que consiste en buscar siempre, en cada conflicto, un campo que no sea imperialista para apoyarlo. Un ejemplo de esto fue dado en la reciente guerra en los Balcanes (1998-99) cuando una parte de las organizaciones trotskistas apoyaron al UCK (Frente de liberación de Kosovo), por ser perseguido por Serbia, mientras otra parte de estas organizaciones apoyó a Serbia debido a los remanentes de una economía estatizada y planificada (calificados como “adquisiciones obreras”) que aún subsistían en ese país.
[5] Llamado el papa del marxismo antes de su traición por su notoriedad internacional sobre las cuestiones teóricas del marxismo.