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El pasado 24 de septiembre celebramos una reunión pública en Valencia bajo el título “El huracán Katrina: el capitalismo lleva la humanidad al desastre”.
En esta breve reseña no vamos a retomar la presentación que realizamos cuyos ejes se encuentran en el texto que hemos publicado sobre el tema y que aparece en nuestra Web. Nos vamos a ceñir al contenido de la discusión que fue muy animada y contó con la participación activa de los asistentes.
La crisis económica del capitalismo lleva a este a una frenética carrera por reducir los costes de producción. El principal coste es la fuerza de trabajo y por ello asistimos a continuas oleadas de despidos en todos los países que siembran la miseria y la zozobra en gran número de hogares obreros. Sin embargo, otro renglón de la reducción de costes es en el mantenimiento de las obras públicas, así en Nueva Orleáns los diques no se habían reparado desde hace años y ello constituyó un factor decisivo en las inundaciones.
Un compañero planteó sin embargo que “la crisis era poco visible para la mayoría, la gente se compra pisos y coches, los restaurantes están llenos, el nivel de vida se mantiene”. Otros asistentes respondieron con ejemplos concretos: el endeudamiento creciente de los hogares, el estado de abandono de servicios sociales como la sanidad, el hecho de que la carga de trabajo es cada vez mayor, por ejemplo, en este último sector.
Todo esto llevó la discusión a una clarificación sobre cómo podemos caracterizar la crisis histórica del capitalismo de la cual resumimos las ideas clave:
- el marxismo jamás ha dicho que la crisis de este sistema social –en realidad tampoco en ninguno de los que le precedieron- se manifieste bajo la forma de un hundimiento súbito y total. En realidad, toma la forma de un proceso de crecientes convulsiones, especialmente en el terreno de las guerras imperialistas, una dislocación del aparato económico, una miseria generalizada y, muy particularmente, una creciente falta de perspectivas: cada vez se percibe más que pese a todos los apaños y remiendos el modo de producción capitalista se entrampa en contradicciones irresolubles y la guerra, la barbarie, la destrucción medioambiental, la miseria, se van enseñoreando del planeta.
- en todos los países se desarrolla la tendencia al capitalismo de Estado, es decir, que el Estado intervenga cada vez más para mantener a flote la economía. Durante el periodo posterior a la 2ª Guerra Mundial esta tendencia tomó la forma en los países occidentales del “Keynesianismo”: el estado hace inversiones no rentables pero que mantienen un mercado y facilitan la actividad económica al conjunto de capitalistas. Estas políticas remediaron en parte las contradicciones del capitalismo pero las exacerbaron en grado sumo llevando a finales de los años 70 a una explosión inflacionaria de consecuencias muy graves. Esto obligó a un cambio general en la política de intervención del Estado en la economía que tomó la forma de “neo-liberalismo”. El Estado se desprendió de la propiedad de numerosas empresas públicas que resultaban gravosas para su presupuesto y trasladó a propietarios privados la responsabilidad de los cuantiosos despidos que conllevaba su liquidación. Asimismo, extendió el endeudamiento a las empresas y a los particulares propiciando el endeudamiento generalizado. Estas medidas no han supuesto un “menos Estado”, como falazmente nos dicen, sino otra forma de intervención del Estado: este lleva las riendas de la economía de forma “indirecta” a través de la política económica, las compras a las empresas privadas, las concesiones y licencias, las llamadas “políticas sociales” etc..
Este cambio en la acción del capitalismo de Estado se produce por el avance incontenible de la crisis que obliga a una reducción generalizada de costes y ha ir abandonando progresivamente partes enteras del aparato económico. La burguesía, particularmente su ala izquierda, quiere entramparnos en el dilema “más Estado”, que hacen equivaler a un Estado “social” que se ocuparía de las necesidades de la población, o “menos Estado” que supondría un “funesto neoliberalismo” de abandono de los más pobres. Ese dilema no existe en la realidad: el Estado siempre se ocupa del interés de los capitalistas y la fase llamada “social” o “keynesiana” corresponde a un periodo de la crisis capitalista que ha dado paso a otro peor y más grave. En el periodo actual, llamado “neo-liberal”, el Estado interviene todavía más en la economía, sólo que lo hace bajo otras formas diferentes del viejo modelo.
Esta necesidad de no enredarse en el falso dilema “empresa pública – empresa privada” fue señalada por una compañera: “No solo reduce costes la empresa privada, también la pública. Por ejemplo, en la Sanidad cada vez hay más gente afiliada pero cada vez hay menos trabajadores para atenderlos y cada vez menos medios”. Esto fue corroborado por otro compañero para el caso de la prevención y lucha contra los incendios que es una responsabilidad del Estado: “he participado a través del voluntariado social en la lucha contra los incendios. Es una estafa. Te dan una bici en estado penoso y un walki-talki y allá te las compongas. ¡Y dicen que con eso están solucionando el problema de los incendios!”.
- el criterio para identificar que un sistema social está en crisis histórica, en decadencia, no es tanto que haya pobreza. En realidad, esta plaga ha acompañado a todas las sociedades divididas en clases tanto en sus periodos ascendentes como decadentes. El criterio es que las fuerzas productivas desarrolladas choquen de forma repetida con las relaciones sociales propias de ese sistema llevando a convulsiones crecientes y cada vez más imposibles de superar. Para decirlo simplemente: el traje que el modo de producción impone a la fuerza productiva humana se hace cada vez más estrecho y provoca su ahogo progresivo dando lugar a tensiones crecientes.
- el capitalismo, sobre todo en los países más importantes y donde hay un proletariado muy concentrado, trata de dar una imagen de normalidad, de que “la economía va bien” (el “España va bien” de Aznar que ha seguido con el “España va más que bien” de Zapatero). Sin embargo, la economía se mantiene a flote de una forma cada vez más convulsa y aberrante lo que revela su crisis profunda: endeudamiento generalizado (las hipotecas para la vivienda son de 40 años lo que significa toda la vida laboral de un obrero ¡si la tiene!), huida ciega en la inversión inmobiliaria que provoca graves destrozos medioambientales, escalada de los precios del petróleo etc., como resumió un compañero “una cosa es la apariencia, otra cosa es la realidad que hemos de demostrar: hay una crisis cada vez más profunda”.
Un segundo capítulo de la discusión versó sobre cómo superar la atomización, el individualismo, que dominan a la gran mayoría de los obreros y de la población explotada. Esta preocupación fue claramente expresada por un compañero: “Yo creo que la gente percibe y siente la crisis en sus propias vidas. El problema es que la gente no se siente con fuerzas para luchar, está muy individualizada, va a la suya”.
La discusión clarificó que el individualismo es un pilar de la ideología burguesa y que esa es la ideología que prevalece en la gran mayoría de los miembros de la sociedad. La ideología democrática de la burguesía pretende que la sociedad está formada por una suma de individuos iguales y libres cuando la realidad es que la sociedad está dividida en clases con intereses opuestos.
Los capitalistas solo son capaces de unirse para luchar contra el proletariado. En todo lo demás son profundamente individualistas: su modo de vida es la competencia, la trampa contra el de al lado, la maniobra, en definitiva, la guerra de todos contra todos. Esta realidad la plasman ideológicamente en la idea del “individuo libre y soberano que tiene que triunfar”. “Sí triunfas es que eres muy bueno, si fracasas es que no vales para nada”. Esta ideología atenta profundamente a la naturaleza social de la humanidad. Hasta los científicos más contaminados por la ideología burguesa reconocen que la fuerza de los seres humanos es la cooperación, la acción común.
El proletariado es la clase social revolucionaria no solo porque sus intereses son antagónicos con los de la explotación capitalista sino porque la base misma de su existencia es el trabajo en común, la producción social. Los obreros tienen intereses unitarios y comunes. La perspectiva revolucionaria que lleva el proletariado en su seno es la de una comunidad humana mundial donde los individuos trabajan unidos aportando lo mejor de si mismos por la plena satisfacción de las necesidades de todos. En contra de las mentiras de la ideología burguesa que habla del comunismo como la negación del individuo, el comunismo proporciona la base social para el pleno desarrollo y realización de los individuos.
La última parte de la discusión se centró en ¿qué podemos hacer como compañeros que quieren luchar activamente contra esta sociedad? La clase revolucionaria de la sociedad es el proletariado, la contribución de los compañeros más activos es al desarrollo de la conciencia, la lucha, la solidaridad, del proletariado. Contribuir a que comprenda cuales son los fines y los medios de su lucha, quienes son sus amigos y quienes son sus enemigos.
Las Reuniones Públicas que celebra la CCI son cada dos meses, los asistentes plantearon la necesidad de discutir para aclararse y ver cómo se puede actuar, con más frecuencia. Ello llevó a acordar un Encuentro para el próximo 29 de octubre a las 6 de la tarde en el mismo lugar –Librería Sahiri c/Danzas 5- y se propuso como tema de discusión ¿Cuál es la función de los revolucionarios? Se adoptó como texto de a utilizar como punto de partida uno de nuestra organización titulada La Función de los Revolucionarios aparecido en la Revista Internacional nº 29 y que se colgará en nuestra Web: es.internationalism.org
Corriente Comunista Internacional 29-9-05