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Tras haberse desencadenado, a partir del 10 de marzo, una de las más importantes oleadas de manifestaciones pro tibetanas desde 1957, la población del Tibet está sufriendo una violenta represión. A pesar del silencio que procura imponer Pekín, el número de muertos (13 según la prensa China) se puede contar con bastante probabilidad por centenas, mientras que los arrestos (oficialmente más de mil) aumentan, con torturas y deportaciones a campos de trabajo. Si el Partido "comunista" chino, uno de los más pródigos herederos del estalinismo, divulga sin ninguna vergüenza las mentiras más escandalosas, también emplea la peor brutalidad contra los manifestantes. Acordémonos que en 1989, en Lhassa, durante una de las numerosas manifestaciones por la independencia del Tibet, la policía mató a más de 450 personas.
Frente a esta violencia sanguinaria, todos nuestros dignos representantes de la democracia, fervientes defensores de los Derechos del hombre, han hecho como que se indignaban, contorsionándose con grandes gesticulaciones y quejas diplomáticas. Todos, unánimemente, han blandido inmediatamente frente a China la suprema amenaza de "boicotear" la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, e incluso los Juegos mismo. Sin embargo, tras reflexionar, el "soufflé" y con él las amenazas con la boca pequeña, se ha deshinchado. Francia se ha destacado particularmente en esta carrera de anuncios hipócritas. Después de exigir la apertura inmediata de conversaciones entre el gobierno chino y el Dalai Lama, París, siguiendo a Washington y adoptando así un tono "más contenido", ha enviado a Pekín a dos representantes del gobierno francés, Raffarin y Poncelet, para asegurar al gobierno chino "la voluntad de Francia de mantener y profundizar la cooperación estratégica" entre los dos países. Además, poniendo en práctica los bellos y grandes discursos recurrentes de los políticos franceses que se enorgullecen de vivir en LA patria de los Derechos humanos, la policía francesa, al paso de la antorcha olímpica por París, se ha esmerado en... aporrear la cabeza de los manifestantes pro tibetanos. A propósito de esta represión, la Ministra de Interior Michèle Alliot-Marie, sólo ha hecho una crítica: que la policía no tenía órdenes de arrancar las banderas tibetanas. ¡Quitar las banderas, no! ¡Dar porrazos, sí!
Todo el circo mediático alrededor de la antorcha olímpica ha virado poco a poco, país por país, del ridículo al esperpento y del esperpento a lo patético. Todos los focos de la actualidad se han dirigido a esta antorcha, símbolo de los "Derechos humanos" y del "acercamiento entre los pueblos". La lucha entre los diversos partidarios de la extinción de la dichosa antorcha para protestar enérgicamente contra el Estado chino y los que la defienden para no "privar a los chinos de los Juegos Olímpicos" ha causado estragos. También, a falta de información sobre las exacciones de Pekín en el Tibet, hemos sido ampliamente colmados de las peripecias de la famosa llama: ...que si ha pasado por aquí, que si pasará por allá... Pero sobre todo, la prensa y la clase política nos han invitado a elegir un campo: ¿Por o contra la independencia del Tibet? ¿Por o contra el boicot de los Juegos Olímpicos? La burguesía maneja desde hace tiempo el arte de plantear falsas cuestiones. ¿Hay realmente que elegir campo entre Tibet y China? ¿Qué se oculta en realidad detrás de todo este circo político-mediático y de tanta zalamería diplomática?
Se ha hablado también mucho del actual 14º Dalai Lhama, "jefe espiritual" pero también miembro a parte entera del Estado en la tradición tibetana, premio Nóbel de la Paz en 1992. Ha sido vergonzosamente encumbrado por los medios de comunicación occidentales como el portador de la verdadera cultura tibetana y el heredero de una nación secularmente "feliz". En realidad, es el digno representante de un sistema social en el que la masa de la población vive postrada ante los bonzos guardianes de la "sapiencia" divina y se ha mantenido desde hace siglos en un atraso extraordinariamente profundo, con un sistema de servidumbre puede que de un nivel aún inferior y más brutal que el que hemos podido conocer en Europa en la Edad Media. Y este es además uno de los aspectos de la historia del Tibet que ha permitido justificar la invasión del ejército rojo maoísta a fin de abolir la servidumbre y de permitir una pretendida apertura a "la escuela para todos"; de hecho el adiestramiento a trompazos en la ideología de la "Revolución cultural". No hay nada que elegir entre uno u otro bando: aunque el Dalai Lhama aparezca como la cara "amable" frente a la "odiosa" burguesía china, responsable de la muerte directa de más de un millón de tibetanos entre 1960 y 1990, no es por eso menos agente del oscurantismo y de la opresión ideológica más crasos.
Numerosos "comentaristas" se han volcado sobre el peso económico de China, que explicaría la pasividad de la "comunidad internacional"; pero está lejos de ser la razón principal. Hay que recordar que son las mismas grandes potencias quienes están en el origen de la situación que prevalece hoy día en el Tibet, mucho antes de que Pekín viera la expansión económica actual. No se trata en efecto únicamente de una cuestión de presiones económicas, sino sobre todo y ante todo del resultado de la competencia imperialista. Cuando Mao Zedong invadió el Tibet en 1950, con un ejército de "liberación nacional", fue para afirmar su voluntad hegemónica en Asia y para aumentar casi un cuarto el territorio de China. Si Mao osó llevar a cabo esta ofensiva, es porque sabía que tenía no únicamente la bendición, sino incluso el apoyo activo de Gran Bretaña, que veía en esta invasión la creación de un límite a las veleidades imperialistas de la India, recién independizada.
Más tarde, a fines de la década de 1950 y con la guerra fría, en una época en que Pekín y Moscú eran aliados militares, fue Washington quien empujó el separatismo tibetano. Por supuesto para nada con intención de "salvar" a los millones de tibetanos que iban desapareciendo en oleadas sucesivas por el hambre o la represión de la política de discriminación a favor de los residentes chinos. Al contrario, para EEUU se trataba de crear una zona de perturbación permanente frente a China.
Ahora la situación es diferente, pero el resultado es idéntico. Las grandes potencias quieren evitar a toda costa que el Tibet se convierta en un nuevo foco de inestabilidad; no por una preocupación "humanista", sino para cortar el paso en particular a un eventual ascenso del islamismo, sea desde las fronteras de India o Pakistán, o desde la misma China. Por eso dejan al Estado chino dar curso libre a la violencia.
En suma, las razones geoestratégicas varían, pero la guerra es permanente. Antes de que los Juegos Olímpicos hayan comenzado, el recorrido de su llama ha contribuido a poner un poco más en claro lo que la organización de este evento deportivo tiene de características mentiras del mundo burgués, pretendidamente deseoso de contribuir al "bienestar de los pueblos". Y la burguesía de todo el mundo ha mostrado las perlas de hipocresía que es capaz de desplegar, en nombre de los "Derechos humanos", mientras conduce directamente a la humanidad a la barbarie.
Wilma (20 Abril)