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Dubai, uno de los siete estados de los Emiratos Árabes Unidos, se ha convertido en un inmenso terreno de edificación tanto de inmuebles para oficinas como de fábricas.
En esta fiebre de faraónica e irracional arquitectura capitalista destaca sobre todo la construcción del mayor rascacielos del mundo, la Durj Dubai Tower, levantado eso sí sobre unas condiciones de explotación y miseria terribles de los trabajadores - en su totalidad inmigrantes y en su mayoría procedentes de India y Paquistán – que participan en su construcción. Mal pagados (70 euros los meses “buenos”) y eso cuando les pagan. Maltratados por los empresarios, sin días de descanso ni vacaciones, se multiplican los accidentes de trabajo y la tasa de suicidios es aterradora. Por ello, a pesar de la represión policial y de la prohibición de hacer huelgas, los trabajadores, hartos ya, empezaron a rebelarse. Desde finales del otoño del año pasado han estallado, esporádicamente, huelgas, que hace dos meses han desembocado a una explosión de combatividad obrera: los 2.500 trabajadores del rascacielos se han enfrentado durante dos días a los patrones y a la policía, asolando las oficinas y las máquinas de las obras. Al día siguiente, en un movimiento espontáneo, miles de obreros del aeropuerto internacional de Dubai, se ponían en huelga en solidaridad con los trabajadores inmigrantes víctimas de la represión.
Del 20 de mayo al 6 de junio esta oleada de huelgas ha afectado repetidamente a diferentes centros industriales, teniendo los trabajadores que defenderse violentamente de la represión que contra ellos, y con una ferocidad inusitada, ha lanzado el Estado bengalí: tres trabajadores han sido asesinados, más de tres mil han sido heridos de bala, y varios miles encarcelados. Decenas de miles de obreros se han lanzado a una huelga, que comenzó en una fábrica de Sripur en las afueras de la capital y acabó extendiéndose, como un reguero de pólvora, contra los salarios de miseria (15 euros mensuales) y las terribles condiciones laborales (sin vacaciones, ausencia de higiene, violaciones de trabajadoras, etc.), a centenares de empresas de Dhaka, que tuvieron que cerrar. Para reprimir a los trabajadores, la policía, los militares y los paramilitares, trataron de encerrar a los obreros en algunas fábricas ¡a las que habían cortado el agua potable! La violencia de los enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas del “orden” ha sido de tal magnitud que 14 fábricas han sido quemadas y centenares de ellas saqueadas.
Las autoridades rechazaron conceder las reivindicaciones de los trabajadores y por ello, aunque han tratado de jugar la carta sindical, se han visto obligados a recurrir a una despiadada represión aún más salvaje para que los obreros volvieran al trabajo.
Lo que caracteriza este movimiento, como el de Dubai, es la gran combatividad de los obreros y su voluntad de unirse, de sumar al mayor número de compañeros para hacer frente a la represión y la explotación, para fortalecer su determinación de rechazar la bárbara esclavitud del capitalismo.
Estos combates, a pesar de sus lógicas limitaciones debidas a la falta de experiencia del proletariado en los países periféricos, anuncian otras luchas puesto que con la agravación de la crisis económica mundial, la burguesía debe acentuar la sobreexplotación de los obreros de estos países hundiéndolos en una miseria cada vez más grande. Alarmados precisamente por esa perspectiva, las autoridades y los patronos de Bangla Desh que normalmente prohíben la presencia de sindicatos en las empresas textiles, los llaman ahora en su auxilio para “organizar”, o sea sabotear, el movimiento de luchas. Esa misma política de la clase dominante se ha puesto en marcha en Dubai, donde igualmente un gobierno tan reaccionario domo el de los Emiratos Árabes Unidos ha propuesto un proyecto de ley para autorizar la formación de sindicatos en las empresas, para que puedan servir de cortafuegos en los inevitables y venideros combates obreros.
La represión feroz y trágica de las luchas obreras en los países de la periferia del capitalismo supone un llamamiento a la responsabilidad de los batallones más concentrados y experimentados del proletariado mundial, los de los países centrales de Europa Occidental. Los proletarios de estos países deben, en primer lugar, solidarizarse con sus hermanos de clase aplastados por la soldadesca del estado capitalista. Y esta solidaridad ha de consistir, ante todo, en el desarrollo de sus propias luchas masivas contra los incesantes ataques que sufren por parte de “su propia” burguesía nacional y su estado “democrático”. No deben olvidar como ese estado “democrático”, occidental y “civilizado”, no ha vacilado en enviar a sus propios policías, sus CRS y sus milicias, contra los hijos de la clase obrera movilizados en Francia contra el paro y la precariedad, en el mismo momento que sus hermanos de clase luchaban en Dubai y Bangla Desh. El desarrollo masivo de esta solidaridad de clase en los países más industrializados es la única fuerza que puede abrir una perspectiva de futuro para toda la clase obrera mundial. Y esta perspectiva para derrocar el capitalismo no puede afirmarse claramente sin que la clase obrera de los países “democráticos” sea capaz de romper las murallas del capital que son los aparatos sindicales y sus apéndices izquierdistas.
Mulan (30 de Junio)
Redactado a partir de los artículos editados en nuestra publicación en India, Communist Internationalist, y que pueden consultarse en inglés en www.en.internationalism.org.