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Una violencia desesperada
Lo más chocante de esta situación, más allá de la amplitud de los destrozos y de la brutal violencia, es su total sin sentido. Se puede comprender sin dificultad alguna que los jóvenes inmigrantes de los barrios más pobres tengan muchas ganas de enfrentarse a la policía. De manera cotidiana son sometidos, sin ningún tipo de miramiento y con brutal grosería, a controles de identidad y cacheos indiscriminados y, en ese sentido, es totalmente lógico que sientan a la policía como sus perseguidores sistemáticos. Pero la realidad es que, las principales víctimas de esta violencia son las propias familias o los allegados de los jóvenes que la protagonizan: los hermanos o hermanas que no podrán ir a sus escuelas habituales, parientes que han perdido sus vehículos que en caso de ser pagados por los seguros, lo serán a precios de saldo ó, la obligación imperiosa de realizar sus compras lejos de sus domicilios ya que las tiendas han sido arrasadas por las llamas. Los barrios de los explotadores siguen estando en perfecto estado mientras que los barrios miserables, de ahora en adelante, serán más lúgubres y miserables como consecuencia de la violencia desencadenada por los jóvenes inmersos en esta espiral de violencia sin sentido. En el mismo sentido, la violencia desplegada contra los bomberos (trabajo que tiene por función esencial ayudar a las personas en peligro) es en cualquier caso reprobable. Igualmente lo son las heridas producidas a los viajeros de los autobuses, o la muerte de un hombre de sesenta años a golpes de jóvenes a los que aparentemente intentaba convencer de que no tenía sentido cometer actos violentos.
Por ello, los actos de violencia y las pérdidas ocasionadas noche tras noche en los barrios pobres no tienen absolutamente nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con las luchas de la clase obrera. Esta, en su lucha contra el capitalismo se ve obligada a utilizar la violencia. El derrocamiento del capitalismo será, necesariamente, un acto violento ya que la clase dominante, utilizando todos los medios de represión a su alcance, defenderá con dientes y uñas su poder y sus privilegios. La historia nos ha enseñado, especialmente desde la Comuna de París de 1.871 entre otros muchos ejemplos, hasta que punto la burguesía es capaz de olvidar de un plumazo sus grandes “principios” de “democracia” y de “libertad-igualdad-fraternidad” cuando se siente amenazada: en una semana (la famosa “semana sangrienta”) 30.000 obreros parisinos fueron masacrados por haber tenido la osadía de querer tomar el poder en sus manos. También cuando los trabajadores lucha por la defensa de sus intereses inmediatos, en luchas que en modo alguno de manera inmediata amenazan el poder de la burguesía, se ven a menudo confrontados a la represión del Estado burgués o a la de las milicias patronales, represión a la que deben oponer su propia violencia de clase.
Sin lugar a dudas, lo que sucede actualmente en Francia, nada tiene que ver con la violencia proletaria contra la clase explotadora: las principales víctimas de la violencia ciega están siendo los obreros. Más allá de aquellos que sufren de manera inmediata las consecuencias de los desastres provocados, es el conjunto de la clase obrera del país la que se ve directa y brutalmente afectada: el ruido mediático que provocan los acontecimientos actuales oculta todos los ataques que la burguesía lanza en estos momentos contra todos los proletarios, del mismo modo que silencia las luchas que se están desarrollando actualmente para hacerles frente.
La respuesta de la burguesía
Todos los capitalistas y los dirigentes del Estado, tranquilamente instalados en sus barrios perfectamente protegidos, aprovechan la violencia actual para justificar un nuevo reforzamiento de los medios de represión. Tanto es así que la principal medida que ha tomado el Gobierno francés, para hacer frente a la situación, ha sido la de decretar, el 8 de Noviembre, el estado de emergencia nacional, una medida que fue aplicada por última vez hace 43 años y que se apoya en una ley adoptada hace más de cincuenta años durante la guerra de Argelia. Como elemento central de esta ley se encuentra, el toque de queda, es decir, la prohibición de circular por las calles a partir de una cierta hora, como ocurría en los tiempos de la ocupación alemana de Francia entre 1.940 y 1.944 o como en el momento del estado de guerra en Polonia en 1.981. Pero este decreto también permite otras opciones a la “democracia” clásica (registros domiciliarios diurnos y nocturnos, control de las publicaciones de todo tipo y el recurso a los tribunales militares). Los políticos que han decidido la aplicación de esta medida y todos los que la apoyan (como por ejemplo el partido socialista), “aseguran” que no se cometerán abusos al aplicar estas medidas de excepción, pero en realidad lo que esta ocurriendo se convierte en un precedente que han hecho aceptar a la población, en particular a los obreros, y que a buen seguro, en el futuro ante las luchas obreras que van a desencadenar los ataques capitalistas esta medida será aplicada dentro del arsenal de represión que hoy pone a punto la burguesía.
Ni los jóvenes que queman vehículos, ni los obreros pueden sacar nada de positivo en la situación actual. Sólo la burguesía, puede, de cierto modo sacar una cierta ventaja de cara al futuro.
Esto no significa, en modo alguno, que haya sido la burguesía la que ha provocado deliberadamente estos violentos estallidos.
Cierto es que ciertos sectores políticos, como la extrema derecha del “Frente Nacional”, podrá sacar ciertos réditos electorales. También es cierto que personajes como Sarkozy, que sueña con recoger todos los votos de la extrema derecha de cara a las próximas elecciones presidenciales, ha lanzado gasolina al fuego diciendo que en pocas semanas “limpiaría con una máquina de agua a presión” los barrios sensibles y tiraría a la basura a la “escoria” que ha promovido la violencia y a todos los jóvenes que han participado. Pero más allá de estos aspectos, lo bien cierto es que los principales sectores de la clase dominante, comenzando por el Gobierno, e incluso todos los partidos de izquierda que, en general están al frente de estas comunidades, se sienten francamente incómodos ante esta situación. Tanto es así que el presidente de la patronal francesa, Laurence Parisot, ha declarado a la emisora de radio Europe 1, el 7 de Noviembre, que “…la situación es grave, incluso diría que muy grave…” y que “…las consecuencias son y serán muy serias para la economía…”.
Pero sobre todo es en el plano político en el que la burguesía se siente más incomoda e inquieta: la dificultad que esta encontrando para “restablecer el orden” supone un golpe a la credibilidad de las instituciones con las que gobierna. Incluso ahora que la clase obrera no pueda sacar ningún provecho de la situación actual, su enemigo de clase, la burguesía, da muestras de una dificultad creciente para poder mantener “el orden republicano” que necesita imperiosamente mantener para justificar su posición al frente de la sociedad.
Esta inquietud no afecta solo a la burguesía francesa. En otros países, en Europa pero también al otro lado del mundo, como en China, la situación en Francia ocupa la primera plana de todos los periódicos. Incluso en los Estados Unidos, un país que en general hace caso omiso de todo lo que sucede en Francia, se repiten sin cesar las imágenes de televisión que relatan las escenas de coches y edificios en llamas.
Para la burguesía americana, la puesta en evidencia de la crisis que golpea actualmente a los barrios pobres de las ciudades francesas, es una ocasión de oro para ajustar cuentas con sus “aliados” franceses: los medios de comunicación y los políticos franceses organizaron un gran escándalo cuando llego el huracán Katrina: hoy día, se pueden encontrar expresiones de jubilo en la prensa y en ciertos sectores de la burguesía norteamericana ya que esta situación les permite burlarse sin tapujos de la “arrogancia habitual de Francia” ante algunas situaciones. Este intercambio de “piropos” es expresión de la guerra que se libra entre estos dos países de forma permanente en el terreno diplomático, en particular a propósito de la situación en Iraq. Dicho esto, la tonalidad de la prensa europea, que en ocasiones expresa una cierta ironía contra el “modelo social francés” que vende sin cesar Chirac oponiéndolo al “modelo liberal anglosajón”, expresa una real y profunda inquietud. Así, el 5 de Noviembre, se pudo leer en el periódico español La Vanguardia “…que nadie se frote las manos, las borrascas del otoño francés, pueden ser el preludio de un crudo invierno europeo…”. Lo mismo viene a decirse por parte de los dirigentes políticos: “…Las imágenes que vienen de París son una seria advertencia para todas las democracias para que consideren que todos los esfuerzos de integración social no pueden darse nunca por acabados, siempre ha de habar una perspectiva de mejora (…). La situación no es comparable, pero lo que si que esta claro es que una de las tareas esenciales del futuro Gobierno será el de acelerar la integración…” (Thomas Steg, uno de los portavoces del Gobierno alemán. Lunes 7 de Noviembre).
“….Sería un grave error pensar que somos diferentes a París, es solamente una cuestión de tiempo…” (Romano Prodi, líder del centro-izquierda en Italia, y antiguo presidente de la Comisión Europea).
“….Todo el mundo esta inquieto con lo que está pasando…” (Tony Blair, Primer Ministro de Gran Bretaña).
Esta inquietud revela que la clase dominante tiene una cierta conciencia de su propia quiebra. Incluso en los países dotados de “políticas sociales” para hacer frente a todos los problemas ligados a la inmigración, la burguesía se encuentra ante problemas y dificultades que no puede resolver ya que son, en última instancia, consecuencia de la crisis económica mundial sin salida a la que se enfrenta desde hace más de treinta años.
Hoy día, las “almas caritativas” de la burguesía, e incluso el Gobierno que ha utilizado hasta ahora sobre todo el bastón y nunca la zanahoria ante los problemas en los barrios pobres, se plantean la necesidad de “hacer alguna cosa” para salvar a las comunidades más desprotegidas. Anuncian una “renovación” de las lúgubres barriadas en las que viven los jóvenes que se han revelado. Preconizan la necesidad de más trabajadores sociales, más centros culturales, de deportes o de ocio donde los jóvenes puedan encontrar mejor ocupación que quemar vehículos. Todos los políticos están de acuerdo en reconocer que una de las causas centrales del malestar actual de la juventud proviene del desempleo (más del 50% en algunos barrios). Los partidos de derecha reivindican la necesidad de dar facilidades a las empresas para instalarse en estos sectores de la sociedad (sobre todo promoviendo una reducción en los impuestos). Los de izquierda reclaman más profesores y educadores, mejores escuelas y servicios. Pero ni lo uno, ni lo otro, podrán resolver los problemas que tiene planteados la sociedad.
Las causas profundas de la revuelta
El desempleo no va a descender al colocar una serie de fábrica aquí o allá. Las necesidades en materia de educadores y otro tipo de trabajadores sociales que deberían hacerse cargo de los cientos de miles de jóvenes desesperados son tales que el Estado no puede hacer frente a ellas, con presupuestos que año tras año están siendo recortados en prestaciones “sociales” (sanidad, educación, pensiones, etc.…) para permitir a las empresas nacionales ganar en competitividad en un mercado mundial cada vez más saturado. Incluso si pudieran dotarse de más “trabajadores sociales”esta en medida, en modo alguno, podría resolver las contradicciones fundamentales que corroen los cimientos de la sociedad capitalista en su conjunto y, que están en el origen del malestar creciente que sufre la juventud.
Los jóvenes de los barrios de la periferia se revelan con medios totalmente absurdos porque están sumidos en una desesperación muy profunda. En Abril de 1.981, los jóvenes de Brixton, barrio desheredado de Londres con una enorme comunidad de inmigrantes, se revelaron de forma muy similar a la actual en Francia. Sobre los muros escribieron repetidamente el lema de: “No futuro”. Este “no futuro” o el “ningún futuro” es el que sienten centenas de miles de jóvenes en Francia actualmente, tanto como en otros muchos países. En sus carnes y día tras día, como consecuencia de desempleo, por el hecho de la terrible y brutal discriminación, los jóvenes “gamberros” de los barrios populares sientes esta total ausencia de perspectiva. Pero están lejos de ser los únicos en tener tal sentimiento. En muchas partes del mundo la situación es aún peor y la actitud de los jóvenes toma formas aún más absurdas y brutales: en los territorios de Palestina el “sueño” de muchos niños es el de convertirse en “kamikazes” y, uno de los juegos favoritos de los niños de 10 años es el de rodear su cuerpo con una supuesta carga de explosivos.
Sin embargo, estos ejemplos extremos no son en realidad más que la parte visible del iceberg. No son sólo los jóvenes más pobres y desfavorecidos, los que están embargados por la desesperación. Su desesperación y sus absurdos actos son una expresión, ciertamente reveladora, de una ausencia total de perspectiva, no únicamente para ellos, sino para toda la sociedad, a nivel mundial. Una sociedad que, de forma creciente, se hunde progresivamente en una crisis económica insuperable provocada por las contradicciones insolubles del sistema de producción capitalista. Una sociedad que sufre, cada día más y más, los destrozos de las guerras, la plaga del hambre, un deterioro creciente del entorno, catástrofes naturales que se convierten en inmensos dramas humanos, como el maremoto del invierno pasado o las inundaciones en Nueva-Orleáns a finales del verano.
En los años 1.930, el capitalismo mundial sufrió una crisis similar a la que vive hoy día. La única respuesta, la única “solución” que fue capaz de aportar fue la de la guerra mundial. Fue una respuesta brutal pero permitió a la burguesía movilizar a toda la sociedad y a todo el estado de ánimo de esa época en esa dirección.
Actualmente la única respuesta que puede dar la clase dominante al impasse de su economía sigue siendo la guerra; por eso los conflictos guerreros no tienen fin e implican de forma creciente a los países más desarrollados y a todos aquellos que no se habían visto implicados desde hacia mucho tiempo en ellos (tales como Estados Unidos o algunos países de Europa en la guerra en la ex Yugoslavia a lo largo de los años 90). Sin embargo la burguesía no puede ir hasta el final en el camino hacia la guerra mundial. En primer lugar, porque cuando los primeros efectos de la crisis económica se hicieron sentir, a finales de los años 1.960, la clase obrera mundial, y en especial en los países más industrializados, reaccionó con tal vigor (huelga general del Mayo del 68 francés, otoño caliente en Italia en 1.969, huelga en Polonia de 1.970-71) que mostró que no esta dispuesta a servir como carne de cañón a los planes e intereses imperialistas de la burguesía. En segundo lugar, porque con la desaparición de los dos grandes bloques imperialistas, tras el hundimiento del bloque del Este en 1.989, las condiciones militares y diplomáticas no están reunidas para desencadenar una nueva guerra mundial, lo que no impide que las guerras más locales se perpetúen y se multipliquen.
La única perspectiva: la lucha del proletariado
El capitalismo no tiene ninguna perspectiva que ofrecer a la humanidad, sino es la de guerras cada vez más bárbaras y brutales, de catástrofes a cada cual más trágica y, de una miseria creciente para la mayor parte de la población mundial. La única posibilidad que tiene la sociedad para salir de esa espiral de barbarie del mundo actual es el derrocamiento del sistema capitalista. Y la única fuerza capaz de hacer frente a esa titánica tarea es la clase obrera. Pero el no haber sido capaz, hasta el momento, de afirmar y desarrollar su propia perspectiva con el desarrollo, reforzamiento y extensión de sus luchas, ha supuesto que millares de sus hijos se hayan visto envueltos en la desesperación, expresando su revuelta contra el sistema capitalista de forma absurda o, refugiándose en las quimeras de la religión que prometen el paraíso para después de la muerte. La única y verdadera solución a la “crisis de los barrios desheredados” es el desarrollo de las luchas del proletariado en la perspectiva de la revolución que permitirá dar un sentido y una perspectiva a todos los sentimientos de revuelta de las jóvenes generaciones obreras.
CCI (8/11/2005)