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Publicamos a continuación un artículo de intervención en un foro sobre la autonomía del proletariado que se ha publicado en www.alasbarricadas.org
El Foro que se ha originado a partir de la publicación por un compañero que no conocemos de un artículo nuestro realizado como balance de una intervención en un Encuentro sobre la Autonomía Obrera celebrado en Barcelona, ha suscitado un debate apasionante, profundo y sincero1.
Todos los participantes compartimos la voluntad de acabar con el sistema social capitalista que tantos sufrimientos de todo orden –económico, psíquico, moral, ecológico- está causando a la gran mayoría de la humanidad. El debate se sitúa sin embargo sobre la pregunta: ¿quién puede ser el motor de esa gigantesca transformación social? De forma sintética dos alternativas se han postulado: la clase obrera, el proletariado, o, como defienden PITI2 y otros compañeros, una comunidad de individuos rebeldes, a la llaman “proletariado”.
Nosotros defendemos resueltamente la primera alternativa. En polémica razonada con la otra posición vamos a exponer los argumentos que la sostienen.
La lucha de clases es el motor de la historia
Tras la progresiva disolución del comunismo primitivo tribal, la sociedad humana se ha dividido en clases y el motor de su evolución es la lucha de clases.
Esta guerra social tiene lugar en un contexto histórico de sucesivos modos de producción (esclavismo, feudalismo, capitalismo) que ha constituido el marco general donde aquella ha tenido lugar y el desarrollo de las fuerzas productivas humanas ha ido recorriendo su camino de forma contradictoria.
Esta es la explicación más coherente de la historia humana y el medio que pueden darse las generaciones actuales para hacerla progresar ante los dilemas que nos plantea la situación actual del capitalismo que lleva, bien a la destrucción de la humanidad, bien a su liberación y al inicio de una nueva etapa histórica basada en la abolición de las clases sociales, de los Estados y las fronteras nacionales, la unificación de todos los seres humanos en una comunidad humana mundial que vive y actúa para si misma.
A esta explicación, cuyo exponente más coherente es el marxismo3, se le han opuesto numerosas teorías que tienen como común denominador no tanto la negación de la existencia de clases sociales –evidencia que solo los más obtusos pueden atreverse a soslayar- sino la negación de que el motor de la historia es la lucha de clases.
Se han presentado como motores alternativos Dios, el Espíritu Universal, los príncipes y otros individuos investidos de poderes especiales, una coalición de individuos de buena voluntad, una minoría de conspiradores, una minoría de iluminados, predicadores de toda clase de sistemas sociales y filosóficos para dar cuenta de los males del mundo etc.
La lucha de clases a lo largo de la historia ha enfrentado una clase revolucionaria portadora de una nueva organización de la vida social y una clase reaccionaria apalancada en la defensa de los privilegios e intereses ligados al viejo orden. Si, de manera general, el desenlace de estos conflictos ha sido el triunfo de la nueva clase revolucionaria y la desaparición más o menos gradual de la vieja clase, esto no ha sido el producto de un determinismo irrevocable. En diferentes momentos de la historia se han producido fenómenos de bloqueo de la evolución social, donde las dos clases principales de la sociedad se desangraban en conflictos estériles sin hallar ninguna salida a la situación. Por eso el Manifiesto Comunista concibe la lucha de clases como una guerra social “que siempre acababa en transformación revolucionaria de la sociedad entera o en destrucción de ambas clases en lucha”.
Ninguna clase social es el vehículo ciego de un destino histórico preestablecido, no es el ejecutor forzoso de una necesidad determinada por la evolución de la sociedad. Para liberar a la sociedad de las trabas que le imponen el orden antiguo, las clases revolucionarias necesitan de un cierto grado de conciencia y voluntad. Si estos faltan, la necesidad objetiva, que existe sólo como potencial histórico, no podrá realizarse y la evolución social se estancará degenerando en un pudrimiento caótico y destructivo.
En el tránsito entre la vieja sociedad esclavista y el orden feudal que le sucedió, el factor determinante fue la evolución objetiva mientras que la conciencia y la acción subjetivas jugaron un papel muy limitado. En la destrucción del feudalismo y el advenimiento del capitalismo, las fuerzas objetivas constituyeron el factor central aunque la conciencia –esencialmente ideológica- desempeñó un papel importante, sobre todo en la última etapa: la toma del poder político por parte de la burguesía tras haberse asegurado la dominación económica de la sociedad.
Sin embargo, en la revolución mundial que acabará con el capitalismo el papel decisivo lo tendrá la conciencia, el entusiasmo, la solidaridad, el heroísmo y la combatividad, de grandes masas proletarias. Sin esa fuerza subjetiva, sin ese compromiso de un gran número de individuos conscientes, la revolución no será posible. PITI ha insistido sobre la necesidad de la conciencia (él la llama la necesidad de “individuos autoconscientes”), de la solidaridad y la confianza mutua (que denomina “comunidad de rebeldes”)... Compartimos esta preocupación y vemos como una de las tareas cruciales del momento presente el que las generaciones actuales de la clase obrera cultiven y desarrollen, en la lucha, por la lucha y para la lucha, la conciencia, la solidaridad, el criterio propio. Sin el desarrollo masivo de esas fuerzas espirituales la revolución mundial no será posible.
PITI piensa sin embargo que la clase obrera ya no es la clase revolucionaria. No niega que haya desaparecido la lucha de clases, tampoco niega que pudo haber sido en otras etapas del capitalismo el motor del cambio histórico, pero su premisa es concluyente: «Lo que denomino el "primer asalto a la sociedad de clases", me refiero a primeros de siglo XX y sus revoluciones (Rusia, Kronstad, Alemania por ejemplo), y el "segundo asalto a la sociedad de clases", mayo del 68, revueltas autónomas en Alemania, autonomía operaia en Italia, las huelgas obreras en Polonia, el movimiento asambleario español. Estos movimientos son derrotados, la autonomía obrera es derrotada.»
Es verdad que la oleada revolucionaria mundial fue derrotada y se abrió la más terrible contra-revolución de toda la historia humana. Es igualmente verdad que el impulso inicial de las luchas abiertas en 1968 se fue diluyendo hasta que en 1989 se produjo un fuerte retroceso de la conciencia y la combatividad obreras4.
Ahora bien, ¿por qué de esos dos fracasos deduce PITI el fin del carácter revolucionario de la clase obrera? Aporta como explicación dos factores: por una parte, el capitalismo ha sufrido un cambio de tal naturaleza que estaríamos ante un nuevo “paradigma económico” y, este nuevo paradigma económico significaría tales cambios sociales que habrían sellado el fin de la clase obrera como clase revolucionaria. «Aquí es cuando comienzan los cambios, en los años ochenta. Los sindicatos, como instrumentos de integración de la clase obrera, actúan directamente al servicio de sus intereses negociando con la patronal y el Estado, aceptando a rajatabla las políticas de recortes sociales, plantillas. Esto rompe a una generación rebelde, una comunidad de rebeldes heredada de la etapa anterior, su conciencia. La clase obrera es estratificada de las fabricas, se producen reconversiones industriales, la terciarización de la economía (cambio de paradigma económico), y la deslocalización de empresas en busca de mano de obra barata y esclava (...) La tecnología juega un papel fundamental, se produce una revolución tecnológica que produce que muchos obreros tengan que pasar por cursos de formación. Hay una mundialización de la economía gracias a la tecnología, que favorece también a la automatización. Sin embargo, estas nuevas condiciones permiten elevar el nivel de bienestar material de una minoría de trabajadores. Aparecen cuadros técnicos, obreros-propietarios, pequeños empresarios etc. (...) La actual época es única y no hay vuelta atrás en el sistema productivo, donde volvamos a la identidad fabrica ».
¿Un nuevo paradigma económico?
A lo largo de su historia, el capitalismo ha sufrido numerosos cambios tecnológicos, organizativos, sociológicos... El capitalismo es un modo de producción dinámico que se ve forzado a cambiar continuamente la organización, los métodos y las herramientas de producción... El Manifiesto Comunista reconoce que « la burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. Al contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes ».
Pero ¿ese dinamismo significa un cambio de naturaleza del capitalismo, una modificación de los fundamentos mismos de su sistema de explotación?
El capitalismo ha pasado por numerosas etapas: manufacturas, maquinismo, gran industria, capital monopolista, imperialismo, capitalismo de Estado etc. El régimen de propiedad capitalista se ha modificado de manera incesante (mercaderes, propiedad individual de los capitanes de la industria; propiedad colectiva a través de las sociedades por acciones; propiedad estatal bien sea completa –como en los mal llamados países “socialistas”- o mixta; propiedad multinacional...); las tecnologías han sufrido cambios espectaculares (maquinismo, ferrocarriles, barcos de vapor, aviación, telecomunicación, informática, energía petrolífera o nuclear etc.); la organización del trabajo ha pasado por muy diferentes estadios (trabajo extensivo, trabajo intensivo, organización científica del trabajo y taylorismo, industrias gigantes, descentralización, deslocalización, subcontratación etc.); el régimen de trabajo tiene muchas formas (trabajo domiciliario, trabajo de mujeres y niños, trabajo fijo, trabajo forzado, jornaleros, precariedad, trabajo a destajo, por piezas etc.). Sin embargo, un hilo conductor, un telón de fondo, atraviesa como núcleo de hierro esa multiplicidad siempre cambiante:
1º Expropiación de los productores de tal forma que campesinos o artesanos son separados de sus medios de producción y vida, convertidos en obreros y obligados a pasar por las horcas caudinas del trabajo asalariado para obtener su sustento;
2º Explotación de la fuerza de trabajo del obrero cuyo salario tiende a cubrir su reproducción individual y la de su familia, produciendo una plusvalía que sirve a la acumulación de capital;
3º Acumulación de capital. El fin de la producción no es tanto satisfacer el consumo de la clase dominante sino la reinversión de la plusvalía constituyendo un nuevo capital.
Cuando PITI invoca la mundialización como gran cambio fundamental que se produce a lo largo de los años 80 debemos decirle que ha descubierto algo que se produjo más o menos un siglo antes: « La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita (...) Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal (...) La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza». Este pasaje no procede de ningún mundialista iluminado, sino del Manifiesto Comunista ¡escrito en 1848!5.
¿Revolución tecnológica? Es cierto que se han desarrollado las telecomunicaciones, la informática y las redes telemáticas, que se habla de biotecnología o de células madre; es verdad que vastas tierras agrícolas sucumben a los encantos de la especulación inmobiliaria concretada en imponentes rascacielos, en edificios inteligentes y toda una mansalva interminable de viviendas ...vacías. Pero esos cambios “fascinantes” no suponen ningún verdadero desarrollo sino que más bien se asemejan a los estertores de una sociedad enferma6. Por otro lado, ninguno de esos cambios, puede compararse a las transformaciones radicales que se produjeron en la época ascendente del capitalismo: « En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?» (Manifiesto Comunista).
El modo de producción capitalista no se define esencialmente por las tecnologías, las formas de organización empresarial o la organización del trabajo... Estas pueden dar vueltas como un tiovivo, pero no son sino la epidermis que recubre un mecanismo cuya base son las relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado y la extracción de plusvalía. Esos mecanismos básicos no han cambiado en absoluto. Siguen siendo los pilares que sostienen todo su edificio. PITI, que tanto critica la sociedad del espectáculo, está siendo víctima de un efecto óptico típico del capitalismo: frente al rígido inmovilismo de las sociedades que le precedieron, el capitalismo se presenta como un espectáculo incesante de cambios que sin embargo dejan intactos sus fundamentos.
Por otro lado, esas formas tampoco determinan la dinámica real del capitalismo. Este busca desesperadamente una masa más grande de plusvalía y un mercado más amplio a la medida de sus necesidades de acumulación. Cuando el capitalismo forma el mercado mundial a principios del siglo XX esta dinámica inexorable le hace entrar en la época histórica de decadencia y degeneración que se prolonga hasta la actualidad adonde vemos la sociedad consumirse en guerras, barbarie sin fin, crisis y convulsiones económicas, descomposición ideológica, pudrimiento moral, totalitarismo estatal etc. Se habla mucho del espejismo de unos cambios superficiales (tecnología, finanzas, sector servicios) pero se olvida totalmente ese “cambio” mil veces más significativo y determinante para las vidas cotidianas de enormes masas humanas. Ese cambio entre el periodo ascendente del capitalismo y su etapa decadente que se arrastra a lo largo del siglo XX nos permite comprender el terrible sufrimiento, el profundo desamparo, que sufren millones de seres humanos, nos ayuda a ver la realidad de una sociedad en agonía, nos da fuerzas y conciencia para luchar por la nueva sociedad. En cambio, la otra visión, la de los cambios ficticios, nos ciega con una “modernidad” y un “progreso” que esconden el terrible infierno sobre el que reposa la vida de la gran mayoría de la humanidad.
Los muertos que vos matáis gozan de buena salud
PITI no es el primero ni será el último en negar el pan y la sal a la clase obrera. La lucha de la clase obrera jamás ha seguido un curso regular, progresivo, franqueando escalones sucesivos. Al contrario, su lucha procede por saltos bruscos y repentinos, pasa por los largos periodos de apatía y desesperante inactividad. Comparando la línea de evolución que siguen las revoluciones burguesas y las revoluciones proletarias, Marx describe magistralmente la dinámica de la lucha obrera: «Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su periodo impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a si mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban al adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta».
La lucha obrera es así porque corresponde al movimiento de una clase que es explotada y revolucionaria a la vez. Esto determina una contradicción que marca su forma de luchar. Por un lado, está sometida al peso agobiante de la ideología burguesa y sufre en sus carnes los rigores de la competencia y la división. En tiempos “normales” los obreros están atomizados y los instintos de solidaridad, compañerismo y acción independiente se ven reprimidos por instintos anti-sociales de pasividad, individualismo, ilusiones de promoción profesional... Ese conflicto, esa división, que agobia el alma de los obreros, solo se resuelve tras una larga y difícil maduración de la conciencia y la solidaridad–en la que intervienen los grupos revolucionarios- que acaba cristalizando, no sin enormes dificultades, en luchas más o menos amplias. «Un periodo revolucionario resuelve esta dificultad, en apariencia insoluble, desencadenando en la masa una suma de idealismo que la vuelve insensible a los sufrimientos más agudos (...) En la tempestad revolucionaria, el proletario, el padre de familia prudente, se transforma en un “revolucionario romántico” para el cual el bien supremo mismo –la vida- y con mayor razón el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de lucha» (Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos).
La mayor parte del tiempo, los obreros aparecen como “padres de familia prudentes”, solo en periodos donde su combate madura en luchas masivas se muestran como “revolucionarios románticos”. No podemos ver la lucha de la clase obrera como se mira un álbum de fotos. En la mayoría de las fotos aparecerá con el rictus triste del desánimo o con el rostro inexpresivo de la pasividad o la desorientación. Solo en unas pocas se nos mostrará con la sonrisa radiante de la convicción revolucionaria.
Hablando de la lucha de astilleros, PITI pregunta: « ¿El ejemplo de Astilleros..acaso supuso formas autoorganizativas de construir nuevas formas de poder, de cuestionamiento de la mundialización, del trabajo asalariado, por ejemplo, o si una lucha puramente interés sectorial, cuyo objetivo era sobre todo unas prejubilaciones millonarias?».
Es un vulgar prejuicio acusar a los obreros de astilleros de “luchar por prejubilaciones millonarias”7. Es también un error confundir la lucha reivindicativa de la clase obrera con el planteamiento sindical destinado a ahogarla. Pero dejemos de lado esas cuestiones. Lo que nos interesa es comprender el método con el que PITI enjuicia las luchas obreras. Les exige superar un listón que no lo pasa ni el más afamado saltador olímpico: pide a cada lucha que ponga en cuestión el sistema, la mundialización, el trabajo asalariado, las formas de vida y de consumo... Es evidente que ninguna lucha obrera del pasado, del presente y del porvenir, cumplirá tales requisitos. Lo esencial en la lucha del proletariado no reside en cada uno de sus múltiples escaramuzas contra la explotación capitalista sino en la dinámica y la dirección del conjunto de sus combates.
Las luchas obreras avanzan muy lentamente y sufren continuas marchas atrás, son muy modestas en sus objetivos inmediatos de tal forma que su coherencia revolucionaria solo aparece en su dinámica de conjunto. PITI argumenta que la clase obrera ha sufrido dos fracasos históricos (1917 y 1968) y que eso la incapacita irrevocablemente como sujeto revolucionario. Mientras la lucha revolucionaria de la burguesía se caracteriza por una sucesión de éxitos y victorias hasta culminar con el desalojo más o menos completo de la antigua clase feudal, la lucha del proletariado se caracteriza por una sucesión de intentos que, en su mayoría, se saldan con derrotas y fracasos amargos. Para el proletariado «tan gigantescos como sus problemas son sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica es su único maestro, su Vía Dolorosa hacia la libertad está jalonada no sólo de sufrimientos inenarrables sino también de incontables errores» (Rosa Luxemburgo: La Crisis de la Socialdemocracia).
PITI cree ver 3 razones objetivas que saldarían el fin de la clase obrera como sujeto revolucionario:
1º «La clase obrera esta estratificada, ya no hay la comunidad fabrica (...) la nueva organización del trabajo se les aislado, segmentado, y no se puede volver atrás, volver al antiguo sistema productivo que aglutinaba a los asalariados en fabrica»
2º «La clase obrera como la clase burguesa dominante se pirra por los objetos de consumo de ultima hora, por tener 2 coches o un 2ª lugar de residencia (...)Burgueses y obreros desean el bienestarismo mercantil y un estatus y posición en la jerarquía social (...)La nueva época nos ha sometido a un hedonismo mercantil que superas las clases»
3º «El sistema ha institucionalizado el conflicto obrero y lo reordena (en esto tiene gran protagonismo las burocracias sindicales). Esto es una realidad, y el que no lo quiera entender sujetándose a ciertos dogmas ideológicos, no hace más que prevalecer su ideología sobre lo que debe ser un análisis coherente, crítico de la realidad social»
Empecemos por la primera: la desaparición del “obrero-fábrica”. Es cierto que con el desarrollo de la crisis capitalista y el consiguiente aumento del desempleo muchas fábricas gigantescas han desaparecido. Es cierto, que este aglutinamiento de los trabajadores en grandes centros de producción facilitaba la identificación de sus intereses de clase y la confianza en su fuerza como clase. Es innegable que muchas luchas de los años 70 partieron de fábricas-faro que irradiaban sobre el resto de la clase: en España están los casos de SEAT en Barcelona, la Standard en Madrid o la Naval en Bilbao... Es verdad que la producción se ha fragmentado, deslocalizado, subcontratado. Los procesos de producción engloban una multitud de unidades dispersas que convergen en un punto central. La vieja fábrica de automóviles que concentraba en una unidad productiva gigante todos los procesos productivos ha sido reemplazada por una multitud de talleres que suministran a una fábrica núcleo muy reducida y altamente automatizada. A menudo, en esa fábrica núcleo trabajan obreros pertenecientes a una multitud de pequeñas empresas a las que se ha subcontratados operaciones concretas. Piezas, motores etc., se fabrican en factorías situadas en China, Chequia, Hungría...
Sin embargo, nada de eso ha cambiado la identidad de la clase obrera pues esta no está ligada a la unidad de producción sino a las relaciones de producción, es decir, al régimen de trabajo asalariado y al trabajo cooperativo que la hace productora colectiva de las principales riquezas sociales. Todo eso no ha cambiado e incluso se ha reforzado pues la división del trabajo, la cooperación por encima de la empresa se han acentuado con la mayor integración del proceso productivo. La relación social que determina el ser de la clase obrera no cambia con los diferentes estatus del obrero: a lo largo de su vida el obrero puede ser aprendiz o estudiante, empleado de un gran fábrica, desempleado, emigrante, subcontratado, incluso autónomo... Pero no por eso deja de ser obrero aunque en fases determinadas de su vida –o incluso en toda su vida- no tenga conciencia de ello.
Veamos ahora la segunda razón, el consumismo. Poseer una vivienda, tener un coche y hacerse con una segunda residencia sería para PITI algo que produciría tal bienestar y placer hasta el extremo de “superar las clases” (¡!).Es difícil saber cómo se puede encontrar “hedonismo” en una jaula de 70-90 metros cuadrados (gracias a la “socialista” Trujillo quieren reducir el espacio vital a 30 metros2) situada en un barrio del extrarradio de la gran ciudad, máxime cuando todos los meses pende sobre la cuenta bancaria de la familia los plazos a pagar de la hipoteca. Es más un tormento que un placer8.
Poseer un coche sería un lujo maravilloso. Dejemos de lado el pago de los plazos y de las numerosas reparaciones que conlleva. El capitalismo actual impone una determinada organización del transporte al trabajo y de muchas actividades de la vida cotidiana que hacen imposible prescindir del coche por lo que este no es ningún lujo sino una necesidad imperiosa. Y, una vez más, el placer que proporciona es sólo apto para masoquistas: todos los días los automovilistas se ven atrapados en descomunales atascos para ir a su trabajo alargando en más de un hora la ya de por sí larga jornada de trabajo. ¡Y cuando tienes puente o vacaciones lo que te espera son atascos no menos monumentales!9
Lo de la segunda residencia, una lata de sardinas en una playa sobresaturada o un chalet en el quinto pino, resulta sencillamente patético. En el mejor de los casos es una suerte de escapatoria efímera de la vida alineada y la atmósfera irrespirable de la gran ciudad. Algo así como tomar una bocanada de aire fresco para aceptar mejor el aire asfixiante de todos los días.
La raíz del capitalismo no está en el consumo sino en las relaciones sociales de producción. El consumo es consecuencia de ellas. Marx decía que no es la misma hambre la que se sacia comiendo con los dedos que con cuchara y tenedor. Las diferentes formas de consumo corresponden a grandes rasgos a diferentes modos de producción y dentro del capitalismo a la historia, la posición, las tradiciones, de los distintos países. Esos fabulosos bienes que constituirían la base del consumismo no constituyen ningún regalo ni ningún lujo sino que son los elementos imprescindibles para la reproducción de los obreros en función de una explotación intensiva y alienante de su fuerza de trabajo.
PITI insiste en la necesidad de superar esquemas anquilosados y reconocer la realidad tal cual es. Pues la amarga realidad para una creciente mayoría de obreros no es el aumento de su capacidad de consumo sino una constante y amenazante disminución. ¡Y esa es una tendencia claramente definida desde los años 80! Recorte en las pensiones, recorte en las prestaciones sanitarias y educativas, caída de los salarios, aumento de los precios, desempleo y precariedad... Esas realidades que golpean a la clase obrera de carne y hueso configuran un “consumismo” que consiste para la inmensa mayoría en apañarse año tras año con-su-mismo pantalón, con-su-mismo vestido, con-su-mismo coche... PITI es víctima de la sociedad del espectáculo. Probablemente se ha creído que lo que refleja la “nueva realidad” son esos anuncios publicitarios adonde cualquiera consigue un coche veloz y último modelo y una chica de ensueño en el mismo paquete...
Abordemos en fin, la tercera razón, la “institucionalización del conflicto obrero” a través de los sindicatos. Aquí PITI confunde a los verdugos con las víctimas. Los sindicatos son órganos del capital encargados de dividir, desmovilizar, atomizar, derrotar, las tentativas obreras de lucha. El Estado capitalista del siglo XX cuenta para enfrentar las luchas obreras con dos policías. Por un lado, la policía uniformada armada con porras y mangueras de agua –y en la recámara balas de verdad-, por otro lado, una policía sin uniforme, disfrazada con el mono de trabajo y que es tanto más eficaz por cuanto en sus orígenes fue una creación de la clase obrera. Que los grandes sindicatos sean un órgano institucionalizado10 no quiere decir ni mucho menos que la lucha obrera se haya institucionalizado e integrado. Hasta la primera guerra mundial, los sindicatos y la clase obrera formaban una unidad, pero desde entonces, al apoyar los sindicatos la defensa de la Patria y por tanto la matanza en la guerra imperialista, cada uno milita en campos opuestos: los sindicatos han sido absorbidos por los engranajes del Estado capitalista11.
Un viaje atrás por el túnel del tiempo
Hemos podido demostrar que los argumentos que PITI sostiene carecen de la más mínima consistencia. Pero analicemos ahora si la alternativa que ofrece en positivo lleva a algún sitio.
¿Quién es el nuevo sujeto revolucionario? «El individuo es el sujeto revolucionario y en la lucha es necesario juntarse para la formación de una nueva comunidad de rebeldes: el proletariado. Esto desmiente las acusaciones de radical-burgueses y o anarquistas-stirnerianos, porque no somos individuos egoístas y menos aun intelectuales auto-ilustrados, sino revolucionarios que creemos comprender la nueva época (...) Nos queda el individuo para formar una nueva comunidad de rebeldes, que haga frente al mundo del mercado. No propugnamos el fin de la revuelta, sino que la reinventamos».
PITI insiste mucho en que no hay que quedarse anclados en el pasado, en que el “sistema de luchas” basado en la “centralidad obrera” está desfasado y alucina cuando gente como nosotros sigue apoyándose en ese trasnochado sistema de lucha. ¿Y qué grandísima novedad nos propone? ¡Pues nada menos que la vuelta al individuo!. Es revolucionario y pasa a formar parte del “proletariado” todo individuo que decide incorporarse a la “comunidad de rebeldes” que preconiza PITI: « No planteamos la subjetividad única contra el mundo (existencialismo), ni la unión de egoístas, sino la comunidad de rebeldes, sin que esto suponga cercenar la libertad individual de cada individuo "único e irrepetible"».
Cualquiera puede pertenecer a ella, sea obrero, estudiante, burgués o intelectual.¿Deformamos su pensamiento? «El proletariado es el conjunto de individuos que independientemente de su estatus social-clase obrera, clase media, inmigrante, obrero social, estudiante etc hace frente a sus condiciones, a su existencia (...) Para mi proletario es el individuo explotado que lo sabe y lo hace frente, independientemente que tenga un status burgués familiar (por ejemplo) o sea obrero fabrica», nos dice.
PITI vuelve a las viejas tesis que oponen la unión de los individuos frente a las clases. De hecho, PITI repite varias veces que está por “la superación de la luchas de clases” y “la lucha contra las clases y todo tipo de poder jerárquico”. Por mucho que proteste PITI esto es interclasismo puro y duro. Bajo el concepto de “proletariado”, PITI vuelve a reproducir el viejo interclasismo de siempre, aderezado con dos exigencias: para pertenecer a la comunidad de rebeldes, pide que se sea “autoconsciente” y se pertenezca a la categoría del « individuo desposeído de su espacio-tiempo social por las nuevas formas de las relaciones capitalistas». Esta fórmula situacionista es lo suficientemente ambigua para que en ella quepa todo el mundo. ¡Hasta el burgués más existoso padece el mal de estar desposeído de su espacio-tiempo!
¿Qué nuevo sistema de luchas nos propone PITI que insiste en la necesidad de “reinventar” la revuelta y -¡como no!- en abandonar viejos esquemas?
«Planteamos la insumisión cotidiana individual, la transformación individual; pero también la lucha siempre necesaria con otros». ¡Es lamentable que se nos presente como novedad novísima de la nueva época lo que propugnan los predicadores cristianos así como numerosos pensadores cívicos que nos dicen que si la gente no utilizara el coche, limpiara las cacas de los perros y gastara menos agua en la ducha se resolvería el problema del medio ambiente!.
Tomando como modelo la “experiencia argentina” «Los clubes de trueque, las asambleas, la economía social, las huertas colectivas, el trabajo libre y autogestionado, comedores populares, casas de cultura popular y libertaria, el don gratuito y la libertad creativa cultural han sido recuperados». ¡El trueque corresponde a los primitivos estadios del comercio capitalista! ¡Es lo propio de economía de pequeños colonos y artesanos que intercambian los productos mutuamente producidos! PITI nos propone como alternativa volver siglos atrás la rueda de la historia. En cuanto a la autogestión de fábricas, la economía social, el cooperativismo, son medios que suponen que los obreros organizan su propia explotación, es decir, se autoexplotan, se organizan ellos mismos para competir en el mercado mundial y con ello crean las condiciones para que en su propio seno emerja inevitable e inexorablemente una nueva casta de aspirantes a burócratas capitalistas12.
Se trata pues de las mistificaciones más viejas, con más de un siglo de consecuencias catastróficas para los obreros y para toda la población oprimida. Sus resultados han sido división, enfrentamiento, amargura, desmoralización... Han sido la fórmula “radical” y “alternativa” que ha preparado el terreno a la explotación y la deshumanizado capitalista de siempre. Este “reiventar la revuelta” se parece a la moda en esa sociedad del espectáculo que tanto critica PITI: los vestidos que nos presentan cada año como algo nunca visto no son sino el remiendo de vestidos que hace 20 años habían presentado como el último grito de la innovación.
Acción Proletaria 16-5-05
1 Ver en Acción Proletaria nº 181 Hablan de la autonomía obrera para colar mejor el mensaje del fin del proletariado
2 Uno de los compañeros que ha intervenido defendiendo una posición que él mismo la define como “neosituacionista”
3 Conviene precisar que –como el mismo Marx reconoce en una famosa carta a Wendermeyer- el marxismo no ha descubierto la lucha de clases. Mucho antes que Marx ya los materialistas burgueses del siglo XVIII la habían puesto en evidencia.
4 Es necesario precisar sin embargo que los dos movimientos no son comparables. 1917-23 fue una oleada revolucionaria mundial. El proletariado tomó momentáneamente el poder en Rusia y lo intentó en otros varios países (Alemania, Hungría, Austria, China, Bulgaria etc.). En cambio, en 1968, pese a las imponente huelgas masivas que sacudieron numerosos países, jamás se planteó la cuestión de la ofensiva revolucionaria y menos aún de la toma del poder.
5 Esta tendencia “mundializadora” ya se apuntaba claramente con la expansión del capitalismo en el siglo XIX. Por ello, Marx y Engels la evidencia claramente en el Manifiesto Comunista. Su culminación tiene lugar a fines del siglo XIX con la formación plena del mercado mundial. Los actuales partidarios y detractores de la “mundialización” descubren con un siglo de retraso lo que los revolucionarios veían con toda claridad hace 150 años. Sin embargo, ese “descubrimiento” lo utilizan para ocultar que el capitalismo está en total decadencia desde hace un siglo y dar a entender en cambio que sería un sistema en plena expansión. Por otro lado, su concepto de “mundialización” es meramente superficial basándose en constataciones sobre la eliminación de trabas aduaneras, privatizaciones o mecanismos financieros, cuya existencia o inexistencia no altera para nada la naturaleza mundial del mercado. Por otra parte, su mensaje más importante y más engañoso es la idea de que la mundialización surge a partir de 1989. El capitalismo se habría vuelto mundial porque sería el único sistema económico vigente sobre la tierra. Esta idea es totalmente mistificadora pues da a entender que antes habría dos sistemas sociales diferentes: el “comunista” de la URSS y demás satélites y el capitalista de Occidente. En realidad, lo que había en Rusia y demás, como hemos demostrado ampliamente, era capitalismo puro y duro. La propiedad estatal de los medios de producción no significa en forma alguna “socialismo” sino una forma particular de la tendencia general al capitalismo de Estado que predomina durante el siglo XX en todos los países, incluidos los llamados de “economía liberal”. Ver nuestros documentos aparecidos en REVISTA INTERNACIONAL números 60 y 61 sobre la naturaleza de los países del Este europeo y sobre las características de la propiedad estatal.
6 A los que se dejan deslumbrar por los “fabulosos” ingenios de la sociedad actual conviene recordarles que los cambios tecnológicos más espectaculares –aunque no necesariamente efectivos- y los monumentos más apabullantes del imperio romano se produjeron en su época de decadencia y agonía. Lo mismo puede decirse de la sociedad faraónica egipcia adonde las pirámides y otros monumentos espectaculares se produjeron, por regla general, en su etapa de decadencia.
7 Aclaremos que esas “prejubilaciones” no son ningún regalo sino que permiten, en el mejor de los casos, ingresos de 700-900 € mensuales. Además, los prejubiliados que tienen hijos en el paro o en la precariedad tienen que mantenerlos con unos ingresos inferiores a los que tenían cuando estaban trabajando
8 ¡No hablemos de las jóvenes generaciones obreras actuales para las cuales conseguir una vivienda se ha convertido en un lujo inaccesible viéndose obligadas a hacinarse junto con sus padres!. Ver nuestro artículo sobre el problema de la vivienda en Acción Proletaria nº 176.
9 Se podría argumentar que la solución estaría en ir andando al trabajo o en no utilizar en coche para vacaciones etc. Es lo que implícitamente reclama PITI al predicar la “revolución de la vida cotidiana”. Abordaremos este punto más adelante.
10 Los pequeños sindicatos o los sindicatos radicales de base no están tan institucionalizados y sin embargo sabotean la lucha obrera con tanto o más eficacia que sus rivales mayores.
11 Ver nuestro folleto Los Sindicatos contra la clase obrera.
12 Ver en nuestro libro ESPAÑA 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN A LOS TRABAJADORES el capítulo sobre las colectividades anarquistas.