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El 20 de abril pasado Lucio Gutiérrez fue depuesto como presidente de Ecuador (puesto que había asumido el 15 de enero de 2003) en medio de convulsiones sociales y una severa crisis económica, su “relevo”, Alfredo Palacio vive ahora las “amenazas” de un posible retorno del Coronel Gutiérrez después de su reciente visita a Washington a principios de junio. Por su lado, Bolivia esta siendo sacudida por una tremenda inestabilidad social, manifestaciones y bloqueos, en menos de tres años Bolivia ya lleva tres presidentes: Gonzalo Sánchez de Lozada (14 meses), Carlos Mesa (20 meses) y el recién nombrado Eduardo Rodríguez tendrá que llamar a elecciones en 150 días (de por sí este año era ya un año de elecciones “forzadas”). A la situación en Bolivia hay que agregar la fuerte campaña a favor de “la nacionalización de los hidrocarburos” en la cual los mineros, obreros y demás masas explotadas están siendo arrastradas tras una bandera que no es la de ellos.
Los acontecimientos se precipitan con rapidez y no podemos, so pena de ser superficiales y de sólo describir los hechos, correr detrás de cada acontecimiento. Es por ello que volvemos a insistir sobre un cuadro de análisis, unas posiciones de fondo y unas perspectivas que sirvan para orientar la reflexión en la clase obrera.
Los atolladeros de un capitalismo en descomposición
En nuestro número anterior recordábamos el marco político bajo el cual analizamos el supuesto “giro a la izquierda” de América Latina con sus alianzas y coaliciones como el producto “de un fragmentado aparato electoral con fronteras ideológicas entre partidos muy borrosas (…) que busca desesperadamente unificar a la burguesía (…) fortalecer su débil estructura democrática, de crear una real alternancia en el poder sin crear huidas de capitales e inversiones, de recuperar la mistificación democrática que está cada vez más desprestigiada” (RM núm. 86). Así pues, la inestabilidad reinante en la región de Sudamérica no es el producto de la “arremetida” de los explotados (como pretenden algunos trasnochados apologistas de “todo lo que se mueva”), el proletariado está por ahora sumergido en la confusión y mezclado en la masa amorfa de los “movimientos sociales”. Lo que aparece como “luchas” que “derriban y cambian” gobernantes son en realidad masas que son arrastradas por algunas fracciones de la burguesía en su lucha intestina contra sus rivales. Es muy ilustrativa la situación de Bolivia: los “bloqueos” iban en aumento, los mineros fueron presentados como vanguardia para pedir nada menos que una “Asamblea constituyente”, las masas se enfrentaban con las fuerzas del orden capitalista y todo esa enorme “presión del pueblo” se evaporó en cuanto el congreso boliviano nombró un nuevo presidente y se decidió la tregua para “darle tiempo” al nuevo mandatario, Eduardo Rodríguez: “Hay que entender que es un nuevo presidente y que tiene voluntad para atender nuestras demandas. Su elección baja la tensión y vamos a aceptar una tregua” (Infosel Financiero, 10-06-05), estas palabras las dijo Evo Morales, diputado de “Movimiento al Socialismo” y principal promotor de la revuelta contra Mesa. La situación de Bolivia es un claro ejemplo de cómo la clase obrera y demás explotados pueden ser arrastrados y sacrificados en aras de intereses que no son los suyos sino los de su enemigo de clase, la burguesía. Evo Morales no representa al proletariado, representa a la fracción radical nacionalista de la burguesía boliviana que demanda una mayor tajada del pastel y que además no niega sus aspiraciones de pequeño tiburón imperialista al lado de Fidel Castro y Hugo Chávez.
La burguesía de la región, de una región de la periferia del capitalismo, está condenada a sufrir en primera línea los estragos de un capitalismo que se hunde, de un capitalismo que es incapaz de ofrecer la menor perspectiva a la humanidad y ello provoca reyertas y enfrentamientos cada vez más violentos al seno de la misma clase burguesa. Argentina vive una “calma chicha”, la burguesía brasileña a pesar de haber encontrado en Lula un buen respiro y una cohesión no deja de ser una situación sujeta a los avances de la descomposición de la decadencia capitalista (ya van dos escándalos que muestran fracturas en el aparato político brasileño en los últimos meses: acusaciones contra el PT y la renuncia de un miembro del gabinete); Colombia se vuelve a sacudir, Venezuela y su “paladín antiyanqui” no parecen estabilizarse, y Bolivia, Ecuador y Perú vienen a sumarse a las agitadas aguas de la región. Insistimos, esta situación no es el producto de un movimiento proletario que estaría poniendo en jaque a la burguesía, esta inestabilidad es el producto directo del avance de la decadencia del capitalismo, de la acentuación de su descomposición y de la debilidad del aparato político incapaz de enfrentar una tal situación. Consecuencia: un desgarramiento social, un enfrentamiento entre fracciones del capital y el peligro de que la clase obrera tome partido en esas pugnas en detrimento de su independencia de clase, es decir, en detrimento de su proyecto histórico.
Nacionalización: una demanda de la burguesía no del proletariado
La bancarrota del capitalismo deja cada vez menos ganancias a repartirse entre las burguesías de la periferia. Si hoy la burguesía local boliviana demanda la “nacionalización” de los hidrocarburos no se debe al hipócrita deseo de pasar a “manos del pueblo los recursos naturales”, se trata simplemente del terreno donde la burguesía local está dirimiendo sus diputas con la burguesía mundial (Rapsol, por ejemplo), como no pueden hacer la competencia directa, se cobijan en la “nacionalización” para garantizar así una parte segura de las ganancias en una especie de “proteccionismo a ultranza”. Pero para ello, deben arrastrar a las masas trabajadores pintándoles la ilusión de que el gas y el petróleo son de ellos. La clase obrera mexicana sabe muy bien el significado de la nacionalización y del slogan que reza: “el petróleo es nuestro”. Las nacionalizaciones de ramas de la producción se han convertido en un terreno donde la burguesía manipula a los explotados con el cuento de “hacerlos propietarios” de los recursos que ella explotará. Estas demandas son, por tanto, un terreno predilecto de toda clase de izquierdistas a sueldo del capital (como Evo Morales, del PRD en México, de los trostkistas, etc.) ya que no cuestionan en absoluto la dominación del capitalismo y ofrecen en cambio una “noble bandera”.
Los comunistas debemos advertir al proletariado: La nacionalización no es socialismo. “La naturaleza del capitalismo ‘no está determinada por la posesión privada de los medios de producción, sino por la separación existente entre los medios de producción y el productor (…) Para que exista producción capitalista, es completamente indiferente que haya propiedad privada o colectiva de los medios de producción. Lo que determina el carácter capitalista de la producción es la existencia de capital, es decir, de trabajo acumulado en manos de unos, que impone el traspaso de trabajo vivo de otros para la producción de plusvalía’” (RM núm. 10. 1992). Si bien es cierto que ya la burguesía no tiene la arrogancia para equiparar las nacionalizaciones a medidas directamente “socialistas”, sí siguen presentándolas como una “aspiración de los oprimidos” (en Bolivia, México, Venezuela, etc.). Tenemos que recordar que las nacionalizaciones no van en contra de los fundamentos de la existencia del capitalismo, mientras los obreros asalariados sigan siendo explotados, poco importa la “forma jurídica” que asuma la propiedad de los medios de producción. En la antigua URSS, falso ejemplo del comunismo, todas las ramas de la producción estaban nacionalizadas pero los obreros seguían siendo explotados y, por tanto, generando plusvalía y el capitalismo pintado de “rojo” seguía vivito y coleando.
Las estatizaciones son un fenómeno que se manifiesta más en la periferia del capitalismo, los países donde el capitalismo está desarrollado no tienen necesidad de violentas “expropiaciones” de capitalistas privados para pasar a la estatización de rama de la producción, es a través de mecanismos del Estado (como la Reserva Federal en los EUA) como la burguesía controla, dirige y gestiona las relaciones de producción. La estatización (nacionalización) es una expresión de penuria de capital, de un capital que llegó tarde al mercado mundial.
Nacionalizar una rama de la producción no va a traer beneficios a los trabajadores (¡los obreros mexicanos recuerdan la nacionalización de la banca, del petróleo, de la energía eléctrica!). Los explotados seguirán siendo explotados…lo único que “cambia” es el patrón. Es por ello que lo que pasa hoy en Bolivia es ante todo la expresión de las pugnas entre fracciones de la burguesía. Es verdad que siempre que los explotados alzan la cabeza sentimos simpatías por su combatividad, sin embargo, tenemos que ser claros en que no basta con “salir a las calles”, una lucha auténticamente proletaria es aquélla donde los medios y los fines coinciden. Para empezar, el fin de la nacionalización va en contra del programa proletario ya que se trata de una demanda que va en la dirección de fortalecer la economía capitalista, no de destruirla. En segundo lugar, los métodos empleados en la lucha deben apuntar hacia un combate masivo y conciente. En este sentido los “bloqueos” son una expresión de la división geográfica y política de la clase obrera; el proletariado no puede luchar como “un sector” más de la población, debe aglutinar y encabezar la lucha de todos los explotados al plantearles el programa de la revolución comunista mundial como única solución al dilema histórico actual. Nacionalizar los hidrocarburos en Bolivia no hará avanzar un ápice la conciencia de la necesidad de destruir la nación capitalista y menos aún, la necesidad de que el proletariado se ponga a la cabeza de todos los explotados y marginados del planeta.
DAN. /10-06-05