I - Los revolucionarios en Alemania durante la Ia Guerra mundial y la cuestión de la organización

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Cuando en agosto de 1914 se declara la Primera Guerra mundial, que habría de causar más de veinte millones de víctimas, el papel desempeñado por los sindicatos, y sobre todo por la socialdemocracia aparece evidente para todo el mundo.

En el Reichstag, parlamento alemán, el SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschland, Partido socialdemócrata alemán) decide por unanimidad votar a favor de los créditos de guerra. Al mismo tiempo, los sindicatos llaman a la Unión sagrada prohibiendo todo tipo de huelgas y pronunciándose a favor de la movilización de todas las fuerzas para la guerra.

Así justificaba la socialdemocracia el voto de los créditos de guerra por su grupo parlamentario: «En el momento del peligro, nosotros no abandonamos a nuestra patria. En esto estamos en acuerdo con la Internacional, la cual ha reconocido desde siempre el derecho de cada pueblo a la independencia nacional y a la autodefensa, del mismo modo que condenamos, en acuerdo con aquélla, toda guerra de conquista. Inspirándonos en esos principios, nosotros votamos los créditos de guerra pedidos». Patria en peligro, defensa nacional, guerra popular por la civilización y la libertad, ésos son los «principios» en los que se basa la representación parlamentaria de la socialdemocracia.

En la historia del movimiento obrero, ese acontecimiento fue la primera gran traición de un partido del proletariado. Como clase obrera, el proletariado es una clase internacional. Por eso es el internacionalismo el principio más básico para toda organización revolucionaria del proletariado; la traición de ese principio lleva sin remedio a la organización que la comete al campo del enemigo, el campo del capital.

El capital en Alemania nunca habría declarado la guerra si no hubiera estado seguro de contar con el apoyo de los sindicatos y de la dirección del SPD. La traición de aquéllos y ésta no fue ninguna sorpresa para la burguesía. En cambio, sí que provocó un enorme choque en las filas del movimiento obrero. Lenin, al principio, no podría creerse una noticia semejante de que el SPD había votado los créditos de guerra. A su entender, las primeras informaciones no podían ser más que mentiras para dividir al movimiento obrero ([1]).

En efecto, en vista de las tensiones imperialistas desde hacía años, la IIª Internacional había intervenido tempranamente contra los preparativos bélicos. En el congreso de Stuttgart de 1907 y en el de Basilea de 1912, incluso hasta los últimos días de julio de 1914, la Internacional se había pronunciado en contra de la propaganda y las acciones bélicas de la clase dominante; y eso, a pesar de la encarnizada resistencia del ala derechista, que ya era muy poderosa.

«En caso de que la guerra acabara estallando, el deber de la socialdemocracia es actuar para que cese de inmediato, y con todas sus fuerzas aprovecharse de la crisis económica y política creada por la guerra para agitar al pueblo, precipitando así la abolición de la dominación capitalista» (resolución adoptada en 1907 y confirmada en 1912).

«¡El peligro nos acecha, la guerra mundial amenaza!. Las clases dominantes que, en tiempos de paz, os estrangulan, os desprecian, os explotan, quieren ahora transformaros en carne de cañón. Por todas partes, debe resonar en los oídos de los déspotas: ¡Nosotros rechazamos la guerra!, ¡Abajo la guerra!, ¡Viva la confraternidad internacional de los pueblos! » (Llamamiento del comité director del SPD del 25 de julio de 1914, o sea diez días antes de la aprobación de la guerra el 4 de agosto de 1914).

Cuando los diputados del SPD votan en favor de la guerra, es en tanto que representantes del mayor partido obrero de Europa, partido cuya influencia va mucho más allá de las fronteras de Alemania, partido que es el fruto de años y años de trabajo y esfuerzo (a menudo en las peores condiciones, como ocurrió bajo la ley antisocialista que lo prohibió), partido que posee varias decenas de diarios y semanarios. En 1899, el SPD tenía 73 periódicos, con una tirada global de 400 000 ejemplares; 49 de entre los cuales salían seis veces por semana. En 1990, el partido se componía de más de 100 000 miembros.

Así, en el momento de la traición de la dirección del SPD, el movimiento revolucionario se encuentra ante un problema fundamental: ¿habrá que aceptar que la organización obrera de masas se pase al campo enemigo con armas y equipo?.

La dirección del SPD no fue, sin embargo, la única en traicionar. En Bélgica, el presidente de la Internacional, Vandervelde, es nombrado ministro del gobierno burgués, al igual que el socialista Jules Guesde en Francia. En este país, el Partido socialista va a decidirse por unanimidad a favor de la guerra. En Inglaterra, en donde el servicio militar no existía, el Partido laborista se encarga de organizar el reclutamiento. En Austria, aunque el Partido socialista no vota formalmente por la guerra, sí hace una propaganda desenfrenada en su favor. En Suecia, en Noruega, en Suiza, en Holanda, los dirigentes socialistas votan los créditos de guerra. En Polonia, el Partido socialista se pronuncia, en Galitzia-Silesia en apoyo de la guerra y, en cambio, en la Polonia bajo dominio ruso, votan en contra. Rusia da una imagen dividida: por un lado, los viejos dirigentes del movimiento obrero, como Plejánov y el líder de los anarquistas rusos, Kropotkin, pero también un puñado de miembros del Partido bolchevique de la emigración en Francia que llaman a la defensa contra el militarismo alemán. En Rusia, la fracción socialdemócrata de la Duma hace una declaración contra la guerra. Es la primera declaración oficial contra la guerra por parte de un grupo parlamentario de uno de los principales países beligerantes. El Partido socialista italiano toma, desde el principio, postura contra la guerra. En diciembre de 1914, el partido excluye de sus filas a un grupo de renegados, quienes, bajo la dirección de Benito Mussolini, se alinean con la burguesía favorable a la Entente y hacen propaganda por la participación de Italia en la guerra mundial. El Partido socialdemócrata obrero de Bulgaria (Tesniaks) adopta también una postura internacionalista consecuente.

La Internacional, orgullo de la clase obrera, se hunde en el fuego y la metralla de la guerra mundial. El SPD se ha convertido en un «cadáver hediondo». La Internacional se desintegra y se transforma, como dice Rosa Luxemburgo, en un «montón de fieras salvajes inyectadas de rabia nacionalista que se lanzan a mutuo degüello por la mayor gloria de la moral y del orden burgués». Sólo unos cuantos grupos en Alemania –Die Internationale, Lichtsrahlen, La Izquierda de Bremen–, el grupo de Trotski, Martov, una parte de sindicalistas franceses, el grupo De Tribune, con Gorter y Pannekoek, en Holanda, así como los Bolcheviques, defienden un planteamiento resueltamente internacionalista.

Paralelamente a esa traición decisiva de la mayoría de los partidos de la IIª Internacional, la clase obrera sufre inyecciones ideológicas con las que se logra acabar inoculándole la dosis fatal de veneno nacionalista. En agosto de 1914, no sólo es la mayor parte de la pequeña burguesía la que es alistada tras las pretensiones expansionistas de Alemania, sino también sectores enteros de la clase obrera, emborrachados por el nacionalismo. Además, la propaganda burguesa cultiva la ilusión de que «en unas cuantas semanas, a lo más tarde para Navidad», la guerra se habrá acabado y todo el mundo habrá vuelto a casa.

Los revolucionarios y su lucha contra la guerra

Mientras que la gran mayoría de la clase obrera permanece ebria de nacionalismo, en la noche del 4 de agosto de 1914 los principales representantes de la Izquierda de la socialdemocracia organizan una reunión en el domicilio de Rosa Luxemburg, en el que se encuentran, además de ésta, K. y H. Duncker, H. Eberlein, J. Marchlewski, F. Mehring, E.Meyer, W. Pieck. Aunque sean muy pocos esa noche, su acción va a tener una gran repercusión en los cuatro años siguientes.

Varios problemas esenciales están al orden del día de esa conferencia:
– la evaluación de la relación de fuerzas entre las clases,
– la evaluación de la relación de fuerzas en el SPD,
– los objetivos de la lucha contra la traición de la dirección del partido,
– las perspectivas y los medios de lucha.

La situación general, manifiestamente muy desfavorable, no es en absoluto motivo de resignación para los revolucionarios. Su actitud no es la de rechazar la organización, sino, al contrario, continuarla, desarrollar un combate en su seno, luchando con determinación para conservarle sus principios proletarios.

En el seno del grupo parlamentario socialdemócrata en el Reichstag se había producido, antes de la votación en favor de los créditos de guerra, un debate interno durante el cual 78 diputados se pronunciaron a favor y 14 en contra. Por disciplina de fracción, los 14 diputados, entre ellos Liebknecht, se sometieron a la mayoría votando los créditos de guerra. La dirección del SPD mantuvo secreto ese dato.

A nivel local en el partido, las cosas aparecen mucho menos unitarias. Inmediatamente, se alzan protestas contra la dirección en muchas secciones (Ortsvereine). El 6 de agosto, una mayoría aplastante de la sección local de Stuttgart expresa su desconfianza hacia la fracción parlamentaria. La izquierda consigue incluso excluir a la derecha del partido, quitándole de las manos el periódico local. Laufenberg y Wolfheim, en Hamburgo, reúnen a la oposición; en Bremen, el Bremer-Bürger-Zeitung interviene con determinación en contra de la guerra; el Braunschweiger Volksfreund, el Gothaer Volksblat, Der Kampf de Duisburg, otros periódicos de Nuremberg, Halle, Leipzig y Berlín alzan sus protestas contra la guerra, reflejando así la oposición de amplias partes del partido. En una asamblea de Stuttgart del 21 de septiembre de 1914, se dirige una crítica contra la actitud de Liebknecht. Él mismo diría más tarde que haber actuado como lo hizo, por disciplina de fracción, había sido un error desastroso. Como desde el inicio de la guerra, todos los periódicos están sometidos a censura, las expresiones de protesta se ven inmediatamente reducidas al silencio. La oposición en el SPD se apoya entonces en la posibilidad de hacer oír su voz en el extranjero. El Berner Tagwacht (periódico de Berna, Suiza) va a convertirse en el portavoz de la izquierda del SPD; de igual modo, los internacionalistas van a expresar su posición en la revista Lichstrahlen, editada por Borchart entre septiembre de 1913 y abril del 16.

Un examen de la situación en el seno del SPD muestra que si bien la dirección ha traicionado, el conjunto de la organización no se ha dejado alistar en la guerra. Por eso, aparece claramente esta perspectiva: para defender la organización, para no abandonarla en manos de los traidores, debe decidirse su expulsión rompiendo claramente con ellos.

Durante la conferencia en el domicilio de Rosa Luxemburg, se discute la cuestión: ¿debemos, en signo de protesta o de repulsa ante la traición abandonar el partido?. Se rechaza esta idea por unanimidad pues no debe abandonarse la organización, poniéndosela en bandeja, por así decirlo, a la clase dominante. No se puede en efecto, abandonar el partido, construido con tantos y tantos esfuerzos, como ratas que abandonan la nave. Luchar por la organización no significa, en ese momento, salir de ella, sino combatir por su reconquista.

Nadie piensa en ese momento en abandonar la organización. La relación de fuerzas no obliga a la minoría a hacerlo. Tampoco se trata, por ahora, de construir una nueva organización independiente. Rosa Luxemburgo y sus camaradas, por su actitud, forman parte de los defensores más consecuentes de la necesidad de la organización.

El hecho es que, bastante tiempo antes de que la clase obrera se haya librado de su embrutecimiento, los internacionalistas ya han entablado el combate. Como vanguardia que son, no se ponen a esperar las reacciones de la clase obrera en su conjunto sino que se ponen a la cabeza del combate de su clase. Cuando todavía el veneno nacionalista sigue afectando a la clase obrera, cuando ésta sigue todavía entregada ideológica y físicamente al fuego de la guerra imperialista, los revolucionarios, en las difíciles condiciones de la ilegalidad, ya han puesto al desnudo el carácter imperialista del conflicto. En esto también, en su labor contra la guerra, los revolucionarios no se ponen a esperar que el proceso de toma de conciencia de amplias partes de la clase obrera se haga solo. Los internacionalistas asumen sus responsabilidades de revolucionarios, como miembros que son de una organización política del proletariado. No pasa ni un solo día de guerra sin que se reúnan, en torno a los futuros espartaquistas, para inmediatamente emprender la defensa de la organización y poner las bases efectivas para la ruptura con los traidores. Esta manera de actuar está muy lejos del espontaneismo que a veces se aplica a los espartaquistas y a Rosa Luxemburg.

Los revolucionarios entran inmediatamente en contacto con internacionalistas de otros países. Así, Liebknecht es enviado al extranjero como representante más eminente. Toma contacto con los partidos socialistas de Bélgica y de Holanda.

La lucha contra la guerra es impulsada en dos planos: por un lado el campo parlamentario, en donde los espartaquistas pueden todavía utilizar la tribuna parlamentaria, y por otro lado, el más importante, el desarrollo de la resistencia en el plano local del partido y en contacto directo con la clase obrera.

Es así como, en Alemania, Liebknecht se convierte en abanderado de la lucha.

En el parlamento, Liebknecht logra atraer cada vez más diputados. Es evidente que al principio dominan el temor y las vacilaciones. Pero el 22 de octubre de 1914, cinco diputados del SPD abandonan la sala en señal de protesta. El 2 de diciembre, Liebknecht es el único en votar abiertamente contra los créditos de guerra; en marzo de 1915, durante una votación de nuevos créditos, alrededor de 30 diputados abandonan la sala y un año más tarde, el 19 de agosto de 1915, 36 diputados votan contra los créditos.

Pero el verdadero centro de gravedad se encuentra, naturalmente, en la actividad de la clase obrera misma, en la base de los partidos obreros, de un lado, y de otro, en las acciones de masa de la clase obrera en las fábricas y en la calle.

Inmediatamente después del estallido de la guerra, los revolucionarios habían tomado posición clara y enérgica sobre su naturaleza imperialista ([2]). En abril de 1915 se imprime el primer y único número de Die Internationale en 9000 ejemplares, de los cuales se venden 5000 en la primera noche. De ahí viene el nombre del grupo Die Internationale.

A partir del invierno de 1914-15, se difunden los primeros panfletos contra la guerra, con el más célebre de entre ellos: El Enemigo principal está en nuestro propio país.

El material de propaganda contra la guerra circula en numerosas asambleas locales de militantes. La negativa de Liebknecht a votar los créditos de guerra acaba haciéndose pública, haciendo de él el adversario más célebre de la guerra, primero en Alemania y después en los países vecinos. Los servicios de seguridad de la burguesía consideran naturalmente todas las tomas de posición de los revolucionarios como «muy peligrosas». En las asambleas locales de militantes, los representantes de los dirigentes traidores del partido denuncian a los militantes que reparten material de propaganda contra la guerra. Incluso son detenidos algunos de ellos. El SPD está dividido en lo más profundo de su ser.

Hugo Eberlein contará más tarde, en el momento de la fundación del KPD el 31 de diciembre de 1918, que existían enlaces entre más de 300 ciudades. Para acabar con el peligro creciente de la resistencia a la guerra en las filas del partido, la dirección decide en enero de 1915, en común acuerdo con el mando militar de la burguesía, hacer callar definitivamente a Liebknecht movilizándolo en el ejército. De este modo le queda prohibido tomar la palabra y no puede acudir a las asambleas de militantes. El 18 de febrero de 1915, Rosa Luxemburgo es encarcelada hasta febrero de 1916 y, exceptuando algunos meses entre febrero y julio de 1916, permanecerá en prisión hasta octubre de 1918. En septiembre de 1915, Ernst Meyer, Hugo Eberlein y, después, Franz Mehring, con 70 años de edad, y muchos más son también encarcelados.

A pesar de esas difíciles condiciones, van a proseguir su labor contra la guerra y hacer todo lo posible para seguir desarrollando el trabajo organizativo.

Mientras tanto, la realidad de la guerra empuja a cada vez más obreros a librarse de la borrachera nacionalista. La ofensiva alemana en Francia queda bloqueada y se inicia una larga guerra de posiciones. Ya a finales del año 14 han caído 800 000 soldados. La guerra de posiciones en Francia y en Bélgica cuesta, en la primavera del 15, cientos de miles de muertos. En la batalla del Somme, 60 000 soldados encuentran la muerte el mismo día. En el frente, cunde rápidamente el desánimo, pero sobre todo es en el «frente interior» en donde la clase obrera se ve hundida en la mayor miseria. Se moviliza a las mujeres en la producción de armas, el precio de los productos alimenticios se dispara, y acaban siendo racionados. El 18 de marzo de 1915 se produce la primera manifestación de mujeres contra la guerra. Del 15 al 18 de octubre se señalan enfrentamientos sangrientos entre policía y manifestantes contra la guerra en Chemnitz. En noviembre de 1915, entre diez y 15 000 manifestantes desfilan en Berlín contra la guerra. En otros países se producen igualmente movimientos en la clase obrera. En Austria, surgen multitud de «huelgas salvajes» en contra la voluntad de los sindicatos. En Gran Bretaña, 250 000 mineros en el sur del Pais de Gales hacen huelga; en Escocia, en el valle del Clyde, son los obreros de la construcción mecánica. En Francia se producen huelgas en el textil.

La clase obrera empieza lentamente a salir de los miasmas nacionalistas en los que se encuentra, expresando de nuevo su voluntad de defender sus intereses de clase explotada. La unión sagrada empieza a vacilar.

La reacción de los revolucionarios a nivel internacional

Con el estallido de la Iª Guerra mundial y la traición de los diferentes partidos de la IIª Internacional, una época se termina. La Internacional ha muerto, pues varios de sus partidos han dejado de tener una orientación internacionalista. Se han pasado al campo de sus burguesías nacionales respectivas. Una Internacional compuesta de diferentes partidos nacionales miembros de ella, no traiciona como tal; acaba muriendo y perdiendo su papel para la clase obrera. No podrá ser enderezada como tal Internacional.

La guerra ha permitido al menos que se clarifiquen las cosas en el seno del movimiento obrero internacional: por un lado los partidos que traicionaron, del otro lado, la izquierda revolucionaria que sigue defendiendo consecuente e inflexiblemente las posiciones de clase, aunque al principio sólo sea una pequeña minoría. Entre ambos lados hay una corriente centrista, que oscila entre los traidores y los internacionalistas, vacilando constantemente entre tomar posición sin ambigüedades y negándose a la ruptura clara con los socialpatriotas.

En Alemania misma, la oposición a la guerra está al principio dividida en varios agrupamientos:
– los vacilantes, cuya gran parte pertenece a la fracción parlamentaria socialdemócrata en el Reichstag: Haase, Ledebour son los más conocidos;
– el grupo en torno a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, Die Internationale, que adopta el nombre de Spartakusbund (Liga Espartaco) a partir de 1916;
– los grupos en torno a la Izquierda de Bremen (el Bremer Bürgerzeitung aparece a partir de julio de 1916), con J. Knief y K.Radek, el grupo de J. Borchardt (Lichtstrahlen), y otros de otras ciudades (en Hamburgo, en torno a Wolfheim y Laufenberg, en Dresde, en torno a O. Rühle). A finales de 1915, la Izquierda de Bremen y el grupo de Borchardt se fusionan tomando el nombre de Internationale Sozialisten Deutschlands (ISD).

Tras una primera fase de desorientación y de ruptura de contactos, a partir de la primavera de 1915, tienen lugar en Berna las conferencias internacionales de Mujeres socialistas (del 26 al 28 de marzo) y de Jóvenes socialistas (del 5 al 7 de abril). Y tras varios aplazamientos se reúnen en Zimmerwald (cerca de Berna), del 5 al 8 de septiembre, 37 delegados de 12 países europeos. La delegación más importante numéricamente es la de Alemania, son diez representantes mandatados por tres grupos de oposición: los Centristas, el grupo Die Internationale (E. Meyer, B. Thalheimer), los ISD (J. Borchardt). Mientras que los Centristas se pronuncian a favor de acabar con la guerra sin cambios en las relaciones sociales, para la Izquierda el vínculo entre guerra y revolución es un problema central. La conferencia de Zimmerwald, tras unas fuertes discusiones, se separa adoptando un Manifiesto en el que se llama a los obreros de todos los países a luchar por la emancipación de la clase obrera y por las metas del socialismo, mediante la lucha de clase proletaria más intransigente. En cambio, los Centristas se niegan a que conste la necesidad de la ruptura con el socialchovinismo y el llamamiento a acabar con el propio gobierno imperialista de cada país. El Manifiesto de Zimmerwald va a conocer pese a todo un eco enorme en la clase obrera y entre los soldados. Aunque sea más bien un compromiso, criticado por la izquierda, ya que los Centristas siguen dudando fuertemente ante una toma de postura zanjada, es sin embargo un paso decisivo hacia la unificación de las fuerzas revolucionarias.

En un artículo publicado en la Revista internacional, ya hemos hecho nosotros la crítica del grupo Die Internationale, el cual, al principio, vacilaba todavía en reconocer la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil.

La relación de fuerzas se altera

Los revolucionarios impulsan así el proceso hacia la unificación y su intervención encuentra un eco cada vez mayor.

El 1º de Mayo de 1916 en Berlín, unos 10000 obreros se manifiestan contra la guerra. Liebknecht toma la palabra y exclama «¡Abajo la guerra!, ¡Abajo el gobierno!». Es detenido inmediatamente, lo cual va a desatar una oleada de protestas. La valiente intervención de Liebknecht sirve en ese momento de estímulo y de orientación a los obreros. La determinación de los revolucionarios para luchar contra la corriente socialpatriota y para seguir con la defensa de los principios proletarios no los aísla más todavía, sino que produce un efecto de ánimo para el resto de la clase obrera en su entrada en lucha.

En mayo de 1916, los mineros del distrito de Beuthen se ponen en huelga por subidas de salarios. En Leipzig, Bruswick y Coblenza, se producen manifestaciones obreras contra el hambre y reuniones contra la carestía de la vida. Se decreta el estado de sitio en Leipzg. Las acciones de los revolucionarios, el que, a pesar de la censura y la prohibición de reunirse, se extienda la información sobre la respuesta creciente contra la guerra, va a dar un impulso suplementario a la combatividad de la clase obrera en su conjunto.

El 27 de mayo de 1916, 25 000 obreros se manifiestan en Berlín contra la detención de Liebknecht. Un día más tarde se produce la primera huelga política de masas contra su encarcelamiento, reuniendo a 55 000 obreros. En Brunswick, Bremen, Leipzig en otras muchas ciudades se producen también asambleas de solidaridad y manifestaciones contra el hambre. Hay reuniones obreras en una docena de ciudades. Tenemos aquí une plasmación patente de las relaciones existentes entre los revolucionarios y la clase obrera. Los revolucionarios no están fuera de la clase obrera, ni por encima de ella, sino que forman su parte más clarividente, la más decidida y unida en organizaciones políticas. Su influencia depende, sin embargo, de la «receptividad» de la clase obrera en su conjunto. Aunque la cantidad de personas organizadas en el movimiento espartaquista es todavía reducida, cientos de miles de obreros siguen sin embargo sus consignas. Son cada día más los portavoces del sentir de las masas.

Por eso, la burguesía va a intentarlo todo por aislar a los revolucionarios de la clase obrera desencadenando en esta fase una oleada de represión. Muchos miembros de la Liga espartaquista son puestos en arresto preventivo. Rosa Luxemburg y casi toda la Central de la Liga Espartaco son detenidas durante la segunda mitad de 1916. Cantidad de espartaquistas son denunciados por los funcionarios del SPD por haber distribuido octavillas en las reuniones del SPD; los calabozos de la policía se llenan de militantes espartaquistas.

Mientras las matanzas del frente del Oeste (Verdún) causan más y más víctimas, la burguesía exige más y más obreros en el «frente del interior», en las fábricas. Ninguna guerra puede realizarse si la clase obrera no está dispuesta a sacrificar su vida en aras del capital. Y, en ese momento, la clase dominante se enfrenta a una resistencia cada vez más fuerte.

Las protestas contra el hambre no cesan (¡la población sólo puede obtener la tercera parte de sus necesidades en calorías!). En el otoño de 1916 hay, casi todos los días, protestas o manifestaciones en las grandes ciudades, en septiembre en Kiel, en noviembre en Dresde, en enero de 1917, un movimiento de mineros del Ruhr. La relación de fuerzas entre capital y trabajo empieza a alterarse lentamente. En el seno del SPD, la dirección socialpatriota encuentra cada vez mayores dificultades. Aunque, gracias a una colaboración muy estrecha con la policía, hace detener y mandar al frente a todo obrero opositor, aunque en las votaciones dentro del partido, consigue mantener la mayoría en su favor gracias a manipulaciones de toda índole, no por ello consigue ya acallar la resistencia creciente contra su actitud. La minoría revolucionaria gana cada vez más influencia dentro del partido. A partir del otoño de 1916, hay más y más secciones locales (Ortsvereine) que deciden la huelga de las cuotas a entregar a la dirección.

La oposición tiende desde entonces, intentando unir sus fuerzas, a eliminar el comité director para tomar el partido en sus manos.

El comité director del SPD ve cómo la relación de fuerzas se va desarrollando en desventaja suya. Tras una reunión del 7 de enero de 1917 de una conferencia nacional de la oposición, el comité director decide entonces la exclusión de todos los oponentes. La escisión se está consumando. La ruptura organizativa es inevitable. Las actividades internacionalistas y la vida política de la clase obrera no pueden seguir desarrollándose en el seno del SPD, sino, desde ahora en adelante, únicamente fuera de él. Toda la vida proletaria que podía quedar en el SPD se ha extinguido al ser expulsadas sus minorías revolucionarias. Ha dejado de ser posible trabajar dentro del SPD; los revolucionarios deben organizarse fuera de él ([3]).

La oposición se encuentra enfrentada al problema: ¿qué organización construir?. Digamos por ahora que a partir de ese período de la primavera de 1917, las diferentes corrientes en el seno de la Izquierda en Alemania van a seguir por direcciones diferentes.

En un próximo artículo abordaremos más en profundidad cómo debe apreciarse el trabajo organizativo de ese momento.

La revolución rusa, principio de la oleada revolucionaria

En esos mismos momentos, a nivel internacional, la presión de la clase obrera está dando un paso decisivo.

En febrero (marzo en el calendario occidental), los obreros y los soldados, en Rusia, crean de nuevo, como en 1905 en su lucha contra la guerra, consejos obreros y de soldados. El zar es derrocado. Se desencadena en el país un proceso revolucionario, que va a tener un rápido eco en los países vecinos y en el mundo entero. El acontecimiento va hacer nacer una inmensa esperanza en las filas obreras. El desarrollo posterior de las luchas sólo puede comprenderse plenamente a la luz de la revolución en Rusia. Pues el hecho de que la clase obrera haya echado abajo a la clase dominante en un país, que haya comenzado a socavar los cimientos capitalistas, es como un faro que alumbra la dirección que debe seguirse. Y hacia esa dirección se dirigen las miradas de la clase obrera del mundo entero.

Las luchas de la clase obrera en Rusia tienen una enorme repercusión sobre todo en Alemania.

En el Ruhr se produce, entre el 16 y el 22 de febrero de 1917, una ola de huelgas. En muchas otras ciudades alemanas tienen lugar otras acciones de masas. Ya no ha de pasar una semana sin que haya importantes acciones de resistencia, exigiendo subidas de salario y un mejor abastecimiento. En casi todas las ciudades hay movimientos provocados por las dificultades de aprovisionamiento. Cuando se anuncia en abril une nueva reducción de las raciones alimenticias, se desborda la ira de la clase obrera. A partir del 16 de abril, se produce una gran ola de huelgas de masas en Berlín, Leipzig, Magdeburgo, Honnover, Brunswick, Dresde. Los jefes del ejército, los principales políticos burgueses, los dirigentes de los sindicatos y del SPD, Ebert y Scheidemann especialmente, se conciertan para intentar controlar el movimiento huelguístico.

Son más de 300 000 obreros, en más de 30fábricas, los que hacen huelga. Se trata de la segunda gran huelga de masas después de las luchas contra la detención de Liebknecht en julio de 1916.

«Se organizaron múltiples asambleas en salones o al aire libre, se pronunciaron discursos, se adoptaron resoluciones. De este modo, el estado de sitio fue quebrantado en un santiamén, quedando reducido a la nada en cuanto las masas se pusieron en movimiento y, decididas, tomaron posesión de la calle» (Spartakusbriefe, abril de 1917).

La clase obrera de Alemania seguía así los pasos a sus hermanos de Rusia, enfrentándose al capital en un inmenso combate revolucionario.

Luchan exactamente con los medios descritos por Rosa Luxemburg en su folleto Huelga de masas, escrito tras las luchas de 1905: asambleas masivas, manifestaciones, reuniones, discusiones y resoluciones comunes en las fábricas, asambleas generales, hasta la formación de los consejos obreros.

Desde que los sindicatos se integraron en el Estado, a partir de 1914, le sirven a éste de parapeto contra las reacciones obreras. Sabotean las luchas por todos los medios. El proletariado aprende que debe ponerse por sí mismo en actividad, organizarse por sí mismo, unificarse por sí mismo. Ninguna organización construida de antemano podrá hacer esas tareas en su lugar.

Los obreros de Alemania, del país industrial más desarrollado de entonces, demuestran su capacidad para organizarse por sí mismos. Contrariamente a los discursos que hoy día nos echan sin cesar, la clase obrera es perfectamente capaz de entrar masivamente en lucha y organizarse para ello.

Desde ahora, la lucha ya no podrá desarrollarse nunca más en el marco sindical reformista, o sea por ramos de actividad separados unos de otros. Desde ahora, la clase obrera muestra que es capaz de unificarse, por encima de los sectores profesionales y los ramos de actividad, y entrar en acción por reivindicaciones compartidas por todos: pan y paz, liberación de los militantes revolucionarios. Por todas partes resuena el grito por la liberación de Liebknecht. Las luchas ya no podrán ser preparadas cuidadosamente de antemano, al modo de un estado mayor como ocurría en el siglo anterior. La tarea de la organización política es la de asumir, en las luchas, el papel de dirección política y no la de organizar a los obreros.

En la ola de huelgas de 1917 en Alemania, los obreros se enfrentan directamente por vez primera a los sindicatos. Éstos, que en el siglo anterior habían sido creados por la clase obrera misma, desde el principio de la guerra se convirtieron en defensores del capital en las fábricas, siendo desde entonces un obstáculo para la lucha proletaria. Los obreros de Alemania son los primeros en hacer la experiencia de que, desde ahora en adelante, en la lucha no podrán avanzar si no se enfrentan a los sindicatos.

Los efectos del comienzo de la revolución en Rusia se propagan primero entre los soldados. Los acontecimientos revolucionarios son discutidos con gran entusiasmo; se producen frecuentes actos de confraternidad en el frente del Este entre soldados alemanes y rusos. Durante el verano de 1917 ocurren los primeros motines en la flota alemana: la represión sangrienta es una vez más capaz de apagar las primeras llamaradas, pero ya no es posible frenar la extensión de ímpetu revolucionario a largo plazo.

Los partidarios de Espartaco y los miembros de las Linksradicale de Bremen tienen una gran influencia entre los marinos.

En las ciudades industriales, la respuesta obrera sigue desarrollándose: de la región del Ruhr a la Alemania central, desde Berlín al Báltico, por todas partes, la clase obrera hace frente a la burguesía. El 16 de abril, los obreros de Leipzig publican un llamamiento a los obreros de otras ciudades para que se unan a ellos.

La intervención de los revolucionarios

Los espartaquistas se encuentran en las primeras filas de esos movimientos. Desde la primavera de 1917, al reconocer plenamente el significado del movimiento en Rusia, han echado puentes hacia la clase obrera rusa y han puesto de relieve la perspectiva de la extensión internacional de las luchas revolucionarias. En sus folletos, en sus octavillas, en las polémicas ante la clase obrera, intervienen sin cesar contra unos centristas vacilantes que evitan las tomas de postura claras; los espartaquistas contribuyen en la comprensión de la nueva situación, ponen al desnudo sin cesar la traición de los socialpatriotas y muestran a la clase obrera cómo volver a encontrar el camino de su terreno de clase.

Los espartaquistas insisten especialmente en:
– si la clase obrera desarrolla una relación de fuerzas suficiente, será capaz de poner fin a la guerra y provocar el derrocamiento de la clase capitalista;
– en esa perspectiva, es necesario recoger la antorcha revolucionaria encendida por la clase obrera en Rusia. El proletariado en Alemania ocupa, en efecto, un lugar central y decisivo.

«En Rusia los obreros y los campesinos (...) han echado abajo al viejo gobierno zarista y han tomado en manos propias su destino. Las huelgas y los paros de trabajo son de una tenacidad y de una unidad tales, que nos garantizan actualmente no sólo unos cuantos éxitos limitados, sino el final del genocidio, del gobierno alemán y de la dominación de los explotadores... La clase obrera no ha sido nunca tan fuerte durante la guerra como ahora cuando está unida y solidaria en su acción y su combate; la clase dominante, nunca tan mortal... únicamente la revolución alemana podrá aportar a todos los pueblos la paz ardientemente deseada y la libertad. La revolución rusa victoriosa, unida a la revolución alemana victoriosa son invencibles. A partir del día en que se derrumbe el gobierno alemán –incluído el militarismo alemán– sometido a los golpes revolucionarios del proletariado, una nueva era se abrirá: una era en la que las guerras, la explotación y la opresión capitalistas deberán desaparecer para siempre» (panfleto espartaquista de abril de 1917).

«Se trata de romper la dominación de la reacción y de las clases imperialistas en Alemania, si queremos acabar con el genocidio... Sólo mediante la lucha de las masas, mediante el levantamiento de las masas, con las huelgas de masas que paran toda actividad económica y el conjunto de la industria de guerra, sólo mediante la revolución y la conquista de la república popular en Alemania se podrá poner fin al genocidio e instaurarse la paz general. Y sólo así podrá ser también salvada la revolución rusa».

«La catástrofe internacional no puede sino dominar al proletariado internacional. Únicamente la revolución proletaria mundial puede acabar con la guerra imperialista mundial» (Carta de Spartakus nº 6, agosto de 1917).

La Izquierda radical es consciente de su responsabilidad y comprende plenamente todo lo que está en juego si la revolución en Rusia queda aislada: «... El destino de la revolución rusa: alcanzará su objetivo exclusivamente como prólogo de la revolución europea del proletariado. En cambio, si los obreros europeos, alemanes, siguen de espectadores de ese drama cautivante, si siguen de mirones, entonces el poder ruso de los soviets no podrá llegar más lejos que el destino de la Comuna de París» (Spartakus, enero de 1918).

Por eso, el proletariado en Alemania, que se encuentra en una posición clave para la extensión de la revolución, debe tomar conciencia de su papel histórico.

«El proletariado alemán es el aliado más fiel, el más seguro de la revolución rusa y de la revolución internacional proletaria» (Lenin).

Examinando la intervención de los espartaquistas en su contenido, podemos comprobar que es claramente internacionalista, que da una orientación justa al combate de los obreros: el derrocamiento del gobierno burgués y el derrocamiento mundial de la sociedad capitalista como perspectiva, la denuncia de la táctica de sabotaje de las fuerzas al servicio de la burguesía.

La extensión de la revolución  a los países centrales
del capitalismo:  una necesidad vital

Aunque el movimiento revolucionario en Rusia, a partir de febrero de 1917, está dirigido fundamentalmente contra la guerra, no tiene, sin embargo, por sí solo la fuerza suficiente para acabar con ella. Para ello es necesario que la clase obrera de los grandes bastiones industriales del capitalismo entre en escena. Y con la conciencia profunda de esta necesidad es como el proletariado de Rusia, en cuanto los soviets toman el poder en Octubre de 1917, lanza un llamamiento a todos los obreros de los países beligerantes:

«El gobierno de los obreros y campesinos creado por la revolución del 24 y 25 de octubre, apoyándose en los soviets obreros, de soldados y de campesinos, propone a todos los pueblos beligerantes y a sus gobiernos el inicio de negociaciones sobre una paz equitativa y democrática» (26 de noviembre de 1917).

La burguesía mundial, por su parte, es consciente del peligro que para su dominación contiene una situación así. Por eso, se trata para ella, en ese momento, de hacerlo todo para apagar la llamarada que se ha encendido en Rusia. Ésa es la razón por la que la burguesía alemana, con la bendición de todos, va a proseguir su ofensiva guerrera contra Rusia y eso después de haber firmado un acuerdo de paz con el gobierno de los soviets en Brest-Litovsk en enero de 1918. En su panfleto titulado La Hora decisiva, los espartaquistas advierten a los obreros:

«Para el proletariado alemán está sonando la hora decisiva. ¡Estad vigilantes! pues con esas negociaciones el gobierno alemán lo que precisamente intenta hacer es cegar al pueblo, prolongando y agravando la miseria y el abandono provocados por el genocidio. El gobierno y los imperialistas alemanes no hacen sino perseguir los mismos fines con nuevos medios. So pretexto del derecho a la autodeterminación de las naciones van a ser creados estados títeres en las provincias rusas ocupadas, estados condenados a una falsa existencia, dependientes económica y políticamente de los “liberadores” alemanes, los cuales se los comerán, claro está, a la primera ocasión que se les presente».

Sin embargo, habrá de pasar un año más antes de que la clase obrera de los centros industriales sea lo suficientemente fuerte para repeler el brazo asesino del imperialismo.

Pero ya desde 1917, el eco de la revolución victoriosa en Rusia, por un lado, y la intensificación de la guerra por los imperialistas, por otro, empujan cada día más a los obreros a poner fin a la guerra.

El fuego de la revolución se propaga, en efecto, por los demás países.

– En Finlandia, en enero de 1918, se crea un comité ejecutivo obrero, que prepara la toma del poder. Estas luchas van a ser derrotadas militarmente en marzo de 1918. El ejército alemán movilizará, sólo él, a más de 15 000 soldados. El balance de los obreros asesinados será de más de 25 000.

– El 15 de enero de 1918 se inicia en Viena una huelga de masas política que se va extendiendo a casi todo el imperio de los Habsburgos. En Brünn, Budapest, Graz, Praga, Viena y en otras ciudades se producen manifestaciones de gran amplitud a favor de la paz.

– Se forma un consejo obrero, que unifica las acciones de la clase obrera. El 1º de febrero de 1918, los marinos de la flota austro-húngara se sublevan en el puerto de guerra de Cattaro contra la continuación de la guerra y confraternizan con los obreros en huelga del arsenal.

– En el mismo período, hay huelgas en Inglaterra, en Francia y en Holanda (ver el artículo «Lecciones de la primera oleada revolucionaria del proletariado mundial (1917-23)» en la Revista internacional nº 80).

Las luchas de enero: el SPD, punta de lanza
de la burguesía contra la clase obrera

Tras la ofensiva alemana contra el recién estrenado poder obrero en Rusia, la cólera obrera se desborda. El 28 de enero, 400 000 obreros de Berlín entran en huelga, especialmente en las fábricas de armamento. El 29 de enero el número de huelguistas alcanza los 500 000. El movimiento se extiende a otras ciudades; en Munich una asamblea general de huelguistas lanza el siguiente llamamiento: «los obreros de Munich en huelga envían saludos fraternos a los obreros belgas, franceses, ingleses, italianos, rusos y americanos. Nos unimos a ellos en la determinación de luchar para poner fin de inmediato a la guerra mundial... Queremos imponer solidariamente la paz mundial... ¡Proletarios de todos los países uníos!» (citado por R. Müller, Pág. 148).

En este movimiento de masas, el más importante durante la guerra, los obreros forman un Consejo obrero en Berlín. Un panfleto de los espartaquistas hace el llamamiento siguiente: «Debemos crear una representación elegida libremente a imagen del modelo ruso y austriaco que tenga como objetivo dirigir esta lucha y las siguientes. Cada fábrica deberá elegir un hombre de confianza por cada 100 obreros». En total se reúnen más de 1800 delegados.

El mismo panfleto declara: «dirigentes sindicales, socialistas gubernamentales y cualquier otro pilar del esfuerzo de guerra no deberán ser elegidos bajo ningún concepto en las delegaciones... Esos hombres de paja, esos agentes voluntarios del gobierno, esos enemigos mortales de la huelga de masas no tienen nada que hacer entre los trabajadores en lucha (...) En la huelga de masas de abril de 1917 rompieron los cimientos de la huelga de masas explotando las confusiones de las masas obreras y orientado al movimiento hacia callejones sin salida (...) Esos lobos disfrazados de corderos amenazan el movimiento con un peligro mayor que el de la policía imperial prusiana».

En el centro de las reivindicaciones están: la paz, la presencia de representantes obreros de todos los países en las negociaciones de paz...La asamblea de los Consejos obreros, declara: «Llamamos a los proletarios de Alemania así como a los obreros de todos los países beligerantes a seguir el ejemplo triunfante de nuestros camaradas de Austria-Hungría, a realizar simultáneamente la huelga de masas, ya que solo la lucha de clases internacional solidaria nos aportará definitivamente la paz, la libertad y el pan».

Otro panfleto espartaquista afirma «Tendremos que hablar ruso a la reacción», llamando a manifestaciones de solidaridad en la calle.

Cuando ya más de un millón de obreros se han sumado a la lucha, la clase dominante opta por una táctica que después utilizaría sin cesar contra la clase obrera. Toma al SPD de punta de lanza para torpedear el movimiento desde el interior. Este partido traidor, sacando provecho de su influencia todavía importante en el movimiento obrero, consigue enviar al Comité de acción, a la dirección de la huelga, a tres representantes que van a dedicar toda su energía a quebrar el movimiento. Desempeñan, sin dudarlo un instante, el papel de saboteadores de la lucha desde el interior. Ebert lo reconoce abiertamente: «He entrado en la dirección de la huelga con la intención deliberada de acabar con ella rápidamente y librar al país de todo mal (...). El deber de todos los trabajadores era apoyar a sus hermanos y sus padres en el frente y proveerles de las mejores armas. Los trabajadores de Francia e Inglaterra no pierden ni una hora de trabajo con tal de ayudar a sus hermanos en el frente. La victoria debe ser el objetivo al que deben dedicarse todos los alemanes» (Ebert, 30 de enero de 1918). Los obreros pagarán muy caras sus ilusiones respecto a la socialdemocracia y sus dirigentes.

Tras haber movilizado a los trabajadores a la guerra en 1914, el SPD se opone en aquellos momentos, con todas sus fuerzas, a las huelgas. Este hecho demuestra la clarividencia y el instinto de supervivencia de la clase dominante, la conciencia del peligro que representa para ella la clase obrera. Los espartaquistas, por su parte, denuncian alto y fuerte el peligro mortal que representaba la socialdemocracia contra los trabajadores, poniendo en guardia al proletariado contra ella. A los pérfidos métodos de la socialdemocracia, la clase dominante añade las intervenciones directas y brutales contra los huelguistas, con la ayuda del Ejército. Son abatidos una docena de obreros y son alistados por la fuerza decenas de miles, aunque, eso sí, estos mismos obreros, meses después, habrán de contribuir con su agitación a la desestabilización del Ejército.

El 3 de febrero, las huelgas son finalmente saboteadas.

Podemos comprobar que la clase obrera en Alemania utiliza exactamente los mismos medios de lucha que en la Rusia revolucionaria: huelga de masas, consejos obreros, delegados elegidos y revocables, manifestaciones masivas en la calle; todos esos medios serán desde entonces las armas «clásicas» de la clase obrera.

Los espartaquistas desarrollan una orientación justa para el movimiento pero no disponen todavía de una influencia determinante. «Muchos de los nuestros eran delegados, pero estaban dispersos, no tenían un plan de acción y se perdían en la masa» (Barthel, Pág. 591).

Esta debilidad de los revolucionarios y el trabajo de sabotaje de la socialdemocracia van a ser los factores decisivos en el golpe mortal que sufre el movimiento en aquellos momentos.

«Si no hubiéramos entrado en los comités de huelga, estoy convencido de que la guerra y todo lo demás habrían sido barridos desde enero. Había el peligro de un hundimiento total y de la irrupción de una situación a la rusa. Gracias a nuestra acción la huelga se acabó y todo ha vuelto al orden» (Scheidemann).

El movimiento obrero en Alemania se enfrenta a un enemigo más fuerte que en Rusia. La clase capitalista de Alemania, ya ha sacado realmente todas las lecciones que le permitirán actuar con todos los medios a su alcance contra la clase obrera.

Ya en esta ocasión, el SPD da pruebas de su capacidad para entrampar a la clase obrera y quebrar el movimiento colocándose a la cabeza del mismo. En las luchas posteriores su capacidad será mucho más destructiva.

La derrota de enero de 1918 ofrece a las fuerzas del capital la posibilidad de continuar su guerra por algunos meses más. A lo largo de 1918, el Ejército lanza varias ofensivas. Estas acciones se saldan, sólo para Alemania y únicamente en 1918, con un balance de 550000 muertos y prácticamente con un millón de heridos.

Tras los acontecimientos de 1918 la combatividad obrera, a pesar de todo, no queda totalmente eliminada. Bajo la presión de la situación militar, que no hacia más que empeorar, un número creciente de soldados empiezan a desertar y el frente se va disgregando. A partir del verano, no sólo vuelve a crecer la disposición para la lucha en las fábricas, sino que además, los jefes del Ejército se ven obligados a reconocer abiertamente que no son capaces de mantener a los soldados en el frente. Para la burguesía el alto el fuego se convierte en una necesidad urgente.

La clase dominante vuelve a demostrar que ha sacado las lecciones de todo lo que había ocurrido en Rusia.

En abril de 1917, la burguesía alemana dejó que Lenin atravesara Alemania en un vagón blindado, con la esperanza de que la acción de los revolucionarios rusos contribuyera al desarrollo del caos en Rusia y facilitara, así, la consecución de los objetivos imperialistas alemanes. Pero el ejército alemán no podía imaginarse entonces que iba a producirse una revolución proletaria en Octubre de 1917. Se trata para ella ahora, en 1918, de evitar a toda costa, un proceso revolucionario idéntico al de Rusia.

El SPD entra entonces en el gobierno burgués formado recientemente, para servir de freno a tal posibilidad.

«Si negamos nuestra colaboración en estas circunstancias, habrá un peligro muy serio (...) de que el movimiento nos pase por encima y se instale momentáneamente un régimen bolchevique también en nuestro país» (G. Noske, 23/09, 1918).

A finales de 1918, las fábricas vuelven a estar en ebullición, las huelgas estallan sin cesar en diferentes lugares. Es simplemente cuestión de tiempo para que de nuevo la huelga de masas inunde todo el país. La combatividad aumenta alimentada por la acción de los soldados. En octubre, el Ejército ordena una nueva ofensiva de la marina de guerra, provocando motines de inmediato. Los marineros de Kiel y de otros puertos del Báltico se niegan a salir a la mar. El 3 de noviembre se desencadena una oleada de protestas y de huelgas contra la guerra. Por todas partes se crean consejos de obreros y soldados. En el espacio de una semana Alemania entera se ve «inundada» por una huelga de consejos de obreros y soldados.

En Rusia, después de febrero de 1917, la continuación de la guerra por el Gobierno de Kerensky dio un impulso decisivo al combate del proletariado, hasta el punto de que éste se hizo con el poder en octubre para poner fin a la guerra imperialista. Sin embargo en Alemania, la clase dominante, mejor armada que la burguesía rusa hace todo lo posible por defender su poder.

Así, el 11 de noviembre, apenas una semana después del desarrollo y extensión de las luchas obreras, tras la aparición de los consejos obreros, firma el armisticio. Aplicando las lecciones sacadas de la experiencia rusa, la burguesía alemana no comete el error de provocar una radicalización fatal de la oleada obrera a causa de la continuación de la guerra a toda costa. Al parar la guerra, intenta segar la hierba bajo los pies al movimiento, para que no se produzca la extensión de la revolución. Además, pone entonces en plena acción a su principal pieza de artillería, el SPD, y junto a éste, a los sindicatos.

«El socialismo de gobierno, con su entrada en los ministerios, se muestra como un defensor del capitalismo y un obstáculo para el camino de la revolución proletaria. La revolución proletaria pasara por encima de su cadáver» (Spartakusbrief nº 12, octubre de 1918).

A finales del mes de diciembre, Rosa Luxemburg precisa lo siguiente: «En todas las revoluciones anteriores, los combatientes se enfrentaban abiertamente, clase contra clase, sable contra escudo... En la revolución actual las tropas que defienden el viejo orden se muestran no con su propia bandera y con el uniforme de la clase dominante... sino bajo la bandera de la revolución. El partido socialista se ha convertido en el principal instrumento de la contrarrevolución burguesa».

En un próximo artículo, trataremos sobre el papel contrarrevolucionario del SPD frente al posterior desarrollo de las luchas.

El fin de la guerra logrado gracias a la acción de los revolucionarios

La clase obrera en Alemania no habría sido capaz jamás de poner fin a la guerra si no hubiera contado con la participación y la intervención constante de los revolucionarios en su seno. El paso de la situación de histeria nacionalista en 1914, al levantamiento de 1918, que puso fin a la guerra, fue posible gracias a la actividad incansable de los revolucionarios. No fue ni mucho menos el pacifismo el que puso fin a las matanzas sino el levantamiento revolucionario del proletariado.

Si los internacionalistas no hubieran denunciado abierta y valientemente, desde el principio, la traición de los socialpatriotas, si no hubieran hecho oír su voz alta y fuerte en las asambleas, en las fábricas, en la calle, si no hubieran desenmascarado con determinación a los saboteadores de la lucha de clases, la respuesta obrera no se hubiera desarrollado, y mucho menos habría conseguido sus objetivos.

Observando de forma lúcida este período de la historia del movimiento obrero, y sacando el balance de la intervención de los revolucionarios en esos momentos, podemos sacar lecciones fundamentales para hoy en día.

El puñado de revolucionarios que continuó defendiendo los principios internacionalistas en agosto de 1914 no se dejó intimidar o desmoralizar por el reducido número de sus fuerzas y la enormidad de la tarea que debían acometer. Siguieron manteniendo su confianza en la clase y continuaron interviniendo decididamente, a pesar de inmensas dificultades, para intentar invertir la correlación de fuerzas, particularmente desfavorable en aquellos momentos. En las secciones del Partido, en la base, los revolucionarios reagruparon lo más rápidamente posible sus fuerzas sin renunciar jamás a sus responsabilidades.

Defendieron ante los trabajadores las orientaciones políticas centrales, basadas en un análisis justo del imperialismo y de la relación de fuerzas entre las clases. Señalaron, con la mayor claridad, la verdadera perspectiva. Fueron, en definitiva, la brújula política para su clase.

Su defensa de la organización política de proletariado fue igualmente consecuente. Tanto cuando había que seguir combatiendo en el seno del SPD para no abandonarlo en manos de los traidores, como cuando se planteó la necesidad de construir una nueva organización. Abordaremos también en el próximo artículo, los elementos esenciales de ese combate.

Los revolucionarios intervinieron desde el principio de la guerra defendiendo el internacionalismo proletario y la unificación internacional de los revolucionarios (Zimmerwald y Kienthal), así como la de la clase obrera en su conjunto.

Declarando que el fin de la guerra no podía conseguirse por medios pacíficos, que sólo podría lograrse mediante la guerra de clases, la guerra civil, los revolucionarios intervinieron concretamente para demostrar que era necesario acabar con el capitalismo para poner fin a la barbarie.

Esa labor política no hubiera sido posible sin la clarificación teórica y programática efectuada antes de la guerra. El combate de los revolucionarios, y al frente de ellos Rosa Luxemburgo y Lenin, se hizo en continuidad con las posiciones de la Izquierda de la IIª Internacional.

Debemos señalar, que aunque la cantidad de revolucionarios y su influencia eran muy reducidos al comienzo de la guerra (el espacio del apartamento de Rosa Luxemburg era suficiente para alojar a los principales militantes de la Izquierda el 4 de agosto y todos los delegados de Zimmerwald cabían en tres taxis), su labor acabaría siendo determinante. A pesar de que sus publicaciones no circulaban más que en número muy reducido, sus tomas de posición y orientaciones fueron esenciales para el desarrollo posterior de la conciencia y del combate de la clase obrera.

Todo ello debe servirnos de ejemplo y abrirnos los ojos sobre la importancia del trabajo de los revolucionarios. En 1914, la clase obrera necesitó cuatro años para recuperarse de su derrota y oponerse masivamente a la guerra. Hoy, los trabajadores de los grandes centros industriales no se enfrentan en una carnicería imperialista pero deben defenderse contra las condiciones de vida, cada vez más miserables, que le hace soportar el capitalismo en crisis.

De igual modo que a principios de siglo el proletariado no hubiera sido jamás capaz de poner fin a la guerra sin la contribución determinante de los revolucionarios en sus filas, actualmente la clase obrera necesita a las organizaciones revolucionarias, necesita su intervención para asumir sus responsabilidades como clase revolucionaria. Este aspecto es el que desarrollaremos concretamente en próximos artículos.

DV

 


[1] . «¡Es una mentira! ¡Es una falsificación de esos señores imperialistas!, ¡el verdadero Vorwärts estará sin duda secuestrado!» (Zinoviev a propósito de Lenin).

[2] A. Pannekoek: El Socialismo y la gran guerra europea; F. Mehring: Sobre la naturaleza de la guerra; Lenin: El Hundimiento de la IIª Internacional, El Socialismo y la guerra, Las Tareas de la Socialdemocracia revolucionaria en la guerra europea; C. Zetkin y K. Duncker: Tesis sobre la guerra; R. Luxemburg: La Crisis de la socialdemocracia(Folleto de Junius); K.Liebknecht: El Enemigo principal está en nuestro país.

[3] De 1914 a 1917, el número de militantes del SPD cayó de un millón a unos 200 000.

 

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