Después de la masacre de Marikana, Sudáfrica ha sido sacudida por huelgas masivas

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En dos artículos anteriores[1], analizamos el contexto en que tuvo lugar la masacre de mineros en huelga en Marikana por la policía sudafricana el 16 de agosto último. Mostramos cómo los sindicatos y el Gobierno tendieron una trampa mortal a los trabajadores para ahogar la dinámica de la lucha que golpea desde hace varios meses “la mayor democracia africana”. Mientras sus policías maltrataban  y asesinaban a los trabajadores impunemente, la burguesía esgrimía el tema de apartheid para adentrarlos en  el campo estéril de la llamada lucha de razas donde los trabajadores negros serían víctimas. Las huelgas parecían extenderse a otras minas, pero  no se ha podido determinar con certeza si realmente se  están desplazando hacia el terreno de los conflictos interraciales o continúan extendiéndose.

Desde la publicación de nuestro artículo, asistimos al movimiento más importante de huelga en Sudáfrica desde el fin del apartheid en 1994. Estas huelgas son doblemente significativas porque, no sólo demuestran –por si  fuera necesario– que detrás del llamado milagro económico “de los países emergentes”, se esconde, como en todas partes, una miseria creciente, sino que también destacan que los trabajadores del mundo, lejos de tener  intereses divergentes, están luchando en todas partes contra  las indignas condiciones de vida impuestas por el capitalismo. Por lo tanto, a pesar de las debilidades, sobre las cuales  luego volveremos, las huelgas que  han sacudido  Sudáfrica se inscriben en la  raíz de las luchas obreras alrededor del mundo.

Contra los mineros, el Estado  divide, agota y aterroriza

Tras la masacre del 16 de agosto, la lucha parecía flaquear, aplastada por el peso de las maniobras de la burguesía. De hecho, mientras la huelga se extendió a otras minas con idénticas reivindicaciones, se organizó una reunión de buitres entre los sindicatos de  Marikana y  la dirección del estado, todo bajo la santa mediación de los dignatarios religiosos. La maniobra fue diseñada para sofocar la extensión de las huelgas dividiendo a los trabajadores entre quienes, por un lado, se beneficiaban de las negociaciones y de toda la atención mediática y, por otro lado, los que se lanzaban a la huelga ante  la indiferencia general, con excepción de la atención de los policías (blancos y negros) que continuaban su campaña de terror, sus provocaciones y sus incursiones nocturnas.

Sobre el terreno, la AMCU, el sindicato que había aprovechado la huelga salvaje de Marikana el 10 de agosto para lanzar su munición en una guerra de territorio mortal contra su competidor del MUN, instó a los trabajadores a atacar físicamente a los mineros que habían vuelto a trabajar: "La policía no podrá protegerlos todo el tiempo, la policía no duerme con ellos en sus barracones. Si uno va a trabajar, debe saber que sufrirá las consecuencias". Debido al apagón mediático que golpeó brutalmente  esta lucha, no somos capaces de determinar si los trabajadores han cedido realmente a la violencia o si los sindicatos continuaron su ajuste de cuentas con el pretexto de las huelgas; ya  que se han perpetrado varios asesinatos y asaltos durante  el movimiento.

Aunque la propaganda alrededor de la "vuelta del apartheid " nunca fue tomada en serio por los trabajadores, en este contexto, la lucha retrocedía de hecho. Sin embargo, en este punto, el movimiento conocía un nuevo aliento.

La huelga se extiende

El 30 de agosto, la población supo, a través del diario de Johannesburgo, La estrella, que cuando la policía afirmó haber disparado a los mineros Marikana "en defensa propia", había mentido descaradamente como demostraron los  informes de la autopsia, ya que realmente dispararon a los mineros por la espalda mientras intentaban huir de sus torturadores. Según varios periodistas presentes en el acto, la policía perseguía incluso a los huelguistas para asesinarlos a sangre fría. Sin embargo, casi al mismo tiempo, el Tribunal de Pretoria anunció su intención de inculpar a los  doscientos setenta detenidos el 16 de agosto cuando la policía disparó... por el asesinato de sus compañeros (!), en virtud de una ley antidisturbios que prevé la acusación por asesinato de todos los detenidos en el lugar de un tiroteo policial. Es que, en “la mayor democracia africana”, no se andan con rodeos. Mientras ninguno de los policías que abatieron  a los mineros de Marikana fue molestado, el Estado inculpó a los supervivientes del tiroteo. Con un poco de imaginación, el tribunal de Pretoria ¡casi podría haber ejecutado por segunda vez a los muertos por su propio asesinato!

La consternación fue tal que, el 2 de septiembre, el tribunal se vio obligado a retirar los  cargos y  a anunciar la liberación de todos los presos. Sobre todo, el Estado se percató  inmediatamente de su error, ya que, sobre la base de  las mismas reivindicaciones, las huelgas  se  multiplicaron en la mayoría de las minas en el país. En efecto, el 31 de agosto, quince mil trabajadores de una mina de oro, operada por Golds Fields, cerca de Johannesburgo, lanzaron una huelga salvaje. El 3 de septiembre, los mineros de Morder Est, empleados por Golden One, entraron a su vez en  lucha. El 5 de septiembre, casi todos los mineros de Marikana se manifestaron  recibiendo los vítores de la población y se negaron, al día siguiente a aceptar el  lamentable acuerdo firmado entre los sindicatos y la administración de Lómin. A partir del 14 de septiembre, las compañías  Amplats, Aquarius y Xstrata, que operan cada una en varios sitios, anunciaron la suspensión de su actividad, mientras que la producción de casi todas las minas del país parecía detenerse. La ola de huelga incluso se había extendido a otros sectores, en particular a la de los transportistas motorizados.

Esta dinámica fue, en parte, alimentada por la conmoción causada por el testimonio de los huelguistas encarcelados: "ellos [la policía] nos han golpeado y apaleado,  nos han pisoteado los dedos con sus botas", "todavía no puedo entender lo que me pasó, ¡ésta es mi primera vez en la cárcel!" "Pedimos un aumento de sueldo y nos disparan, nos llevan a  la cárcel y nos golpean, incluso, ¡me han robado los 200 RAND [20 euro] que llevaba!".

Flujo lento de la lucha

El terror de la policía cayó también sobre los huelguistas en libertad a través de intervenciones muy violentas, resultando en detenciones por motivos incongruentes, con  muchos heridos y varios muertos[2]. Así, el 14 de septiembre, el portavoz del Gobierno dijo: "es necesario intervenir porque llegamos a un punto donde debemos tomar decisiones importantes". Después de este buen ejemplo de frase hueca de las que sólo los políticos tienen el secreto, el portavoz agregó, mucho menos lacónicamente: "Si permitimos que esta situación se  extienda, la economía sufrirá seriamente". Al día siguiente, se organizó una  irrupción brutal, alrededor de las 2 de la mañana, en los dormitorios de los trabajadores de Marikana y sus familias. La policía, apoyada por el ejército, hirió a muchas personas, incluyendo a varias mujeres. Por la mañana, estallaron disturbios y se levantaron barricadas en las carreteras. Poco más necesitó la policía para desatar la violencia sobre los trabajadores de todo el país en nombre de la "seguridad".

Mientras que sus policías aterrorizaban a la población, el Estado, con la complicidad de los sindicatos, asestó un gran golpe a la lucha, el 18 de septiembre, permitiendo un aumento del 11 a 22% sólo a los mineros de Marikana. Esta victoria engañosa fue claramente para  dividir a los trabajadores y evitar la movilización de los trabajadores que había estado en el centro  de la lucha. Claramente, la burguesía sacrificó ese 22% para los mineros de Marikana con el fin de sofocar el espíritu de lucha de los otros huelguistas, detener la extensión del combate y privar a  la mayor parte de de los trabajadores del aumento de sueldo reclamado.

Sin embargo, el 25 de septiembre, los 9 mil empleados de la mina Beatrix que a su vez entraban  en huelga, y los de Atlatsa se lanzaron a la lucha el 1 de octubre. La violencia policial  marcó una nueva muesca en su cinturón con un montón de brutales detenciones, palizas y asesinatos. El 5 de octubre, la compañía Amplats sacó la artillería gruesa al anunciar el despido de 12 mil mineros. En esta escalada varias compañías, apoyadas por los tribunales, amenazaron con despedir masivamente a través de un chantaje asqueroso: los trabajadores, o  aceptan aumentos miserables propuestos por la dirección, o bien son expulsados. Golden One finalmente tuvo que despedir a mil cuatrocientas personas, Golden Field a otras  mil quinientas, etc..

En el momento de escribir estas líneas, los últimos grupos de huelguistas regresan poco a poco al trabajo. Pero esta lucha y a pesar de las debilidades que la han caracterizado, expresa  cierto aumento de la conciencia de clase. Los trabajadores sudafricanos han sentido la necesidad de luchar colectivamente, han formulado reivindicaciones concretas y unitarias y han  buscado constantemente ampliar su lucha. En un contexto donde la crisis y la miseria serán inexorablemente más profundas, este movimiento es una firme experiencia para el desarrollo de la conciencia de todos los proletarios de la región y una lección para los proletarios de todo el mundo.

El Generico, 22 de octubre


[1] Lecciones de la experiencia sudafricana, ver https://es.internationalism.org/node/3468 y Matanza en Sudáfrica: la burguesía lanza a sus sindicatos y su policía contra los trabajadores, ver https://es.internationalism.org/node/3453

[2] Es imposible determinar el número de huelguistas asesinados por la policía sudafricana, pero la prensa informó de siete muertos en Rustenburg y al menos una muerte en las filas de los camioneros.

 

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