El callejón sin salida del identitarismo racial

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Publicamos aquí un artículo escrito por el grupo comunista estadounidense Workers Offensive (Ofensiva Obrera; www.workersoffensive.org) que ofrece una oportuna crítica a las ''políticas de identidad'' que están ganando terreno por todo el mundo, y que, como examinamos en otro artículo sobre la cuestión, estuvieron detrás de la reciente escisión de la Anarchist Federation británica[1]. Basándose sólidamente en un punto de vista de clase y en los análisis de revolucionarios como los de Rosa Luxemburgo, el texto muestra como las ideas identitaristas sirven para canalizar un descontento real, provocado por una exacerbada opresión racial, hacia objetivos e instituciones políticas de la burguesía, y argumenta que sólo la expansión y la profundización de la lucha de clase puede superar las muchas divisiones que la sociedad y las relaciones sociales capitalistas han impuesto sobre los explotados

World Revolution, sección en Gran Bretaña de la CCI

 

Texto de Ofensiva Proletaria

Las políticas de identidad racial en los EEUU han asumido, históricamente, una de estas dos formas: el “integracionismo” y el nacionalismo negro. La visión de los integracionistas fue elocuentemente expuesta, en su mayoría, por Frederick Douglass[2], que buscaba eliminar las barreras raciales a la movilidad social ascendente reformando las instituciones políticas, sociales y económicas dominantes dentro del marco del capitalismo, para que fueran inclusivas de cara a los negocios negros y sus élites profesionales. La perspectiva del nacionalismo negro, cuyo exponente más famoso fue Marcus Garvey[3], era bastante más escéptica con respecto a la capacidad de Norteamérica para incluir la diversidad racial en las filas de la clase dominante. Sus partidarios defendían que los negros debían levantar sus propios enclaves económicos y políticos independientes dentro de las mismas ciudades americanas, muchos de ellos llamaban a los negros a volver a África[4].

Tanto la ideología integracionista como la nacionalista negra fueron predicadas en el marco y en términos de ''portavocía selecta'', que empujaban a los obreros negros a someterse  a la tutela de ''su'' clase capitalista. Este principio está encapsulado en la política de la ''representación simbólica'', en sus distintas versiones, según la cual la igualdad entre los distintos grupos de la sociedad se mide por el grado de representación selecta que tienen en los salones del poder[5]. Es un tipo de política que también ha sido definida como ''corretaje de élites''. En este marco, los intereses diversos y a veces conflictivos de los negros, que están determinados principalmente por la clase a la que pertenecen, son puestos como subtítulo bajo el membrete de los intereses raciales homogéneos, con los capitalistas negros, como se podía predecir, de portavoces de una empíricamente inexistente “comunidad negra”[6].

En resumen, a pesar de sus diferencias superficiales, tanto la perspectiva de los integracionistas como la de los separatistas raciales (es decir los nacionalistas) dan por sentado muchas cosas que son una apología del orden social capitalista existente. Será el objetivo de este texto probar lo inservible de la política de identidad para liberar a los negros estadounidenses de la opresión racial y para aportar, en un esquema general, una guía para su emancipación y la de todos los pueblos oprimidos.

La idea del derecho de las naciones a la autodeterminación entró en el discurso público formalmente cuando el entonces presidente de los EEUU, Woodrow Wilson, publicó sus Catorce Puntos ya al final de la Primera Guerra Mundial. Mucho antes de eso, sin embargo, la ''cuestión nacional'' había sido objeto de fervientes polémicas, no sólo entre los más ardientes defensores del capitalismo, sino también en el movimiento socialista internacional. Arraigada en parte en la experiencia de la revolución americana y de la francesa, pero también en las grandes convulsiones sociales que tuvieron lugar entre mediados del siglo. XIX y principios del XX, esta teoría sostiene que una nación, o un grupo de personas que comparten una identidad cultural, tiene el derecho de separarse de un cuerpo político que le es ajeno y de decidir por sí misma la forma en la que debe ser gobernada. Naturalmente, este postulado atraía a las débiles de entre las camarillas capitalistas. Subordinados económicamente con respecto a las facciones dominantes y excluidos en la práctica del poder político, veían aquí la oportunidad de mejorar su posición en el tablero capitalista para formarse su propio aparato de Estado. No obstante, también encontró un apoyo significativo entre los socialistas, que temían que sus movimientos de masas colapsasen bajo ellos y que los obreros acudiesen a los partidos capitalistas si no se postraban ante las ilusiones de las masas. Solo unos pocos en la Internacional Socialista mantuvieron sus principios contra el oportunismo descarado de la dirección en torno a la cuestión de las nacionalidades. El ala izquierda del movimiento socialista, cuya principal representante era Rosa Luxemburgo, rechazó el derecho de las naciones a la autodeterminación como un mito burgués y reafirmó la validez del concepto, nuclear en el marxismo, de la lucha de clases.

Las naciones, según Luxemburgo, son abstracciones cuya existencia no puede probarse con medios reales. No existen como entidades políticas internamente homogéneas, debido a los intereses contradictorios y relaciones antagónicas entre las clases sociales que las componen. Por tanto, como explica Luxemburgo: ''no hay literalmente un sólo ámbito social, desde las más toscas relaciones materiales a las más sutiles relaciones morales, en el que las clases poseedoras y el proletariado consciente mantengan una misma actitud, y en el que aparezcan como una 'entidad nacional' consolidada''[7]. Pero el nacionalismo no es simplemente un sistema ideológico artificial propagado por la clase dominante para mantener a las masas explotadas bajo su yugo. Más bien, como todas las demás ideologías y teorías políticas, está arraigada en realidades socioeconómicas y procesos históricos. Para ser más específicos, el nacionalismo fue la herramienta ideológica con la cual la burguesía europea en ascendencia puso de su lado al campesinado pobre y al proletariado en su lucha para derribar (¡y sustituir!) a la nobleza feudal. Lo mismo ocurrió con la raza, una categoría sin base científica alguna, ya que el grado actual de diversidad biológica de nuestra especie es de lejos demasiado superficial como para poder hablar de diferenciación en categorías raciales distintas, pero que sirvió igualmente como justificación ad hoc del tráfico transatlántico de esclavos y el colonialismo, ambos cruciales en la acumulación primitiva del capitalismo[8].

Por tanto, la función del concepto de raza en el contexto americano es bastante comparable a la del nacionalismo en la Europa del siglo XVIII. Como explica Adolph Reed, estas ideologías ''ayudan a estabilizar un orden social legitimando sus jerarquías de riqueza, poder y privilegio, incluyendo su división social del trabajo, como si fueran el orden natural de las cosas''[9].

La institucionalización de la división racial del trabajo en los Estados Unidos, que fue realmente profunda históricamente hablando y asumió la forma del esclavismo, la segregación racial y el racismo estructural ''post-racial'', sucesivamente, hacen del contexto americano algo único en más de un rasgo significativo. Por ejemplo, mientras que en otros países ha habido segmentos de la fuerza de trabajo, racial y étnicamente diferenciados, que se han incorporado históricamente al capitalismo como un sector particularmente vulnerable de la clase obrera que puede ser sometido a formas de explotación intensificadas (es decir, a una extracción de plusvalor intensificada), los trabajadores negros de los Estados Unidos sufren un impacto desproporcionado del desempleo estructural que produce naturalmente el capitalismo. Su estatus como población excedente o sobrante – 'sobrante' sólo en el sentido de que no pueden ser empleados rentablemente por el capital – puede atribuirse en buena parte a su exclusión histórica de la economía formal, y particularmente de aquellos sectores que experimentan mayor crecimiento, que algunos han identificado como el origen de su relativo subdesarrollo[10].

En lugar de eso, la mayoría de los obreros negros viven en un estado crónico de desempleo o subempleo, y se han visto más afectados que ninguna otra subsección de la clase obrera estadounidense por la tendencia a la precariedad laboral que ha florecido bajo el neoliberalismo. Es precisamente este lúgubre estado de cosas lo que el racismo pretende racionalizar. Así, el pensamiento racialista asume una doble función en el capitalismo de nuestros días: 1) ayuda a canalizar determinados grupos de personas hacia determinadas ocupaciones y permite el mantenimiento de un ejército de trabajadores de reserva, que puede ser desplegado durante periodos de expansión capitalista elevada; y 2) siembra la división en las filas de la clase obrera y la ata ideológicamente a 'su' clase explotadora[11].

Puesto que el racismo está ligado a la subestructura económica de la sociedad, se debe entender lógicamente que su abolición no la traerá la clase explotadora ni ningún movimiento político liderado por ella. Los autoproclamados líderes de la así llamada ''comunidad negra'', que pretenden ser los mediadores entre esta colectividad idealizada y el establishment mayoritariamente blanco, están profundamente incrustados en las relaciones de producción capitalistas y son por tanto cómplices en la reproducción del racismo. Estos ''brahmanes negros'', como Manning Marable definió ya popularmente a este estrato profesional-gerencial (una capa de la sociedad que incluye al clero, políticos y profesionales de clase media), son poco más que proxenetas profesionales de la pobreza, que se montan de forma oportunista sobre la ola del descontento proletario negro para conseguir prominencia política y lucrarse[12].

La manifestación más reciente de este fenómeno es una red activista norteamericana que se autodenomina como 'Black Lives Matter' [Traducido literalmente: Las vidas negras importan], que se ha convertido en sinónimo del movimiento contra la violencia racial policíaca, un ejemplo clarísimo de cómo los capitalistas y sus lacayos pueden cooptar la resistencia genuina de los obreros negros. Esta organización, cuyos lazos con el Partido Demócrata y el lobby de las ONG son ya evidentes a esta altura, intenta domar la espontaneidad explosiva del elemento proletario que hay en este tipo de movimientos, que a menudo toma la forma de disturbios y saqueos, para llevarla a alguna forma de compromiso con el sistema capitalista y que no interfiera de ninguna manera con sus beneficios[13]. No es sorprendente, visto lo visto, que su manifiesto parezca la plataforma del DNC [Comité Nacional Demócrata], pero añadiendo peticiones de reparación histórica e inversiones en negocios regentados por negros, lo que efectivamente significa pedir redistribución de la renta para capitalistas negros, algo nada casual. Los Black Lives Matter son partidarios modernos de Garvey, sólo que han cambiado la homofobia y misoginia explícita de éste por una retórica vacía de justicia social, con la que pretenden darle un barniz de radicalismo a su política esencialmente capitalista. 

Por razones en las que ya hemos indagado aquí, la clase capitalista y sus estratos aliados, los cuales tienen un interés material en la preservación del orden social existente, son incapaces de presentar una respuesta adecuada al racismo anti-negro en los Estados Unidos, mucho menos a la barbarie generalizada en nuestra sociedad. Por tanto, la solución a la profunda crisis económica, social y moral que presenta el capitalismo en esta coyuntura, se encuentra en ese amplio segmento de la humanidad que depende de la venta de su fuerza de trabajo. En el contexto norteamericano, la creación de un frente multi-género, multi-nacional y racial, etc. de la clase obrera, que una a todos los que, aún no igualmente desempoderados, comparten una misma relación fundamental con respecto a la economía, será lo preciso para abolir el capitalismo y las jerarquías que lo acompañan. Con este fin, todas las formas de política identitaria, que adoptan la colaboración entre explotadores y explotados, y por tanto comprometen el éxito de la lucha de los obreros por su emancipación, deben ser combatidas firmemente. Y sin embargo no es suficiente con oponerse a este tipo de ideas; los socialistas deben afrontar activamente las formas de opresión no-clasistas, destacando sus fundamentos capitalistas y explicando cómo podría abolirlas una sociedad socialista.  

Es cierto, por ejemplo, que, en los Estados Unidos, los negros son asesinados por la policía en una proporción más de dos veces mayor al porcentaje de su población con respecto a la población general, mientras que los blancos y latinos son asesinados en una proporción que apenas es proporcional a su segmento poblacional. Sin embargo, es importante hacer notar que la mitad de todos los asesinados por la policía son blancos. Además, en estados con poblaciones negras muy pequeñas, el porcentaje de negros asesinados por la policía es muchas veces menor que la media nacional, lo que sugiere que, aunque el racismo anti-negro es un factor importante en los asesinatos policiales, claramente, no es el principal. De hecho, en términos empíricos, el factor más determinante a la hora de estudiar la probabilidad de que alguien sea abatido por la policía no es su raza, sino su clase. Más del 95% de los asesinatos policiales están concentrados en barriadas en las que la media anual de ingresos familiares no llega a los 100.000$, mientras que la media de estos ingresos en la mayoría de los barrios en los que tienen lugar ejecuciones policiales está alrededor de los 52.000$[14]. Los asesinatos policiales no son, por tanto, un mecanismo para establecer y reproducir la supremacía blanca, sino que más bien la supremacía blanca es un sistema dedicado a mantener la dominación de los capitalistas sobre los obreros, sin importar la raza de ninguno. O como lo explica sucintamente Adolph Reed: ''el patrón en esos estados con altas tasas de homicidios policiales sugiere […] que éstos son producto de un enfoque político que emerge del imperativo de contener y suprimir las bolsas de poblaciones obreras sub-empleadas y económicamente marginales, producido por el revanchismo capitalista''[15].

Los acontecimientos recientes de la lucha de clases en Estados Unidos dan motivos para un prudente optimismo, ya que revelan una voluntad de organización por parte de algunos trabajadores a la hora de presionar por sus intereses de forma colectiva, frente a los jefes, independientemente de organizaciones institucionales (Partido Demócrata) o institucionalizadas (sindicatos), que tratan o bien de disuadirles activamente de obrar de esa manera, o bien de sofocar abiertamente sus tentativas. La oleada reciente de huelgas ilegales y no-sindicales (es decir, huelgas salvajes) de los trabajadores de las industrias logísticas y de servicios, muchas de las cuales han sido multi-raciales debido al desplazamiento en las últimas décadas de un gran sector de la población obrera a puestos de trabajo no cualificados y de bajos salarios, es un signo del potencial que puede estar fermentando bajo la superficie[16]. Con cada lucha victoriosa, los trabajadores estadounidenses aprenden por sí mismos que hay más de lo que los une que de lo que los separa. Desafortunadamente, esta ola emergente de militancia se ha visto confinada a un puñado de industrias y no se ha contagiado al resto de la clase. Aunque aún en su infancia, estas experiencias tienen un mayor potencial transformador que todo el proselitismo izquierdista 'concienciador' del mundo. Los imperativos materiales de la lucha de clases se imponen a la consciencia de los actores sociales como una barrera objetiva que impide todo progreso posterior. Asi, por ejemplo, si los obreros varones blancos creen que son inherentemente superiores a los obreros negros o las mujeres, no protagonizarán ningún esfuerzo de organización común con ellos, y su resistencia será aplastada por los jefes en cada ocasión. Es la lucha de clases la que desafía las creencias más profundas que tiene la gente con respecto al mundo y a los demás, la que traza las líneas de la pugna entre obreros y capitalistas en el lugar de trabajo. En otras palabras, el proceso mismo de levantar un movimiento de solidaridad – esto es, un movimiento social que une a todos los que son explotados bajo el capitalismo – también acaba socavando las ideologías variadas que emplea el sistema para fortalecerse y estabilizarse. 

E.S.

13 de octubre de 2017

 

[2] Escritor norteamericano del siglo XIX abolicionista y reformador social. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Frederick_Douglass

[3] Jamaicano, vivió entre 1887-1940, exponente de un nacionalismo negro. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Marcus_Garvey

[4]John Henryk Clarke, Marcus Garvey and the Vision of Africa (Baltimore: Black Classic Press, 2011), p. 207.

[5]Manning Marable, Beyond Black and White: Transforming African-American Politics (Brooklyn: Verso, 2009), p. 188.

[6]Adolph Reed, “Why Is There No Black Political Movement?”, en Class Notes: Posing as Politics and Other Thoughts on the American Scene, (New York City: The New Press, 2000), p. 4-5.

[7]Traducido libremente de Rosa Luxemburg, “The National Question and Autonomy,” en The National Question: Selected Writings (New York City: Monthly Review Press, 1976), p. 135-136.

[8]Karl Marx, Capital vol. 1 (London: Penguin Classics, 1990), p. 915.

[9]Adolph Reed. “Marx, Race, Neoliberalism,” New Labor Forum 22 (2013): p. 49.

[10]Manning Marable, How Capitalism Underdeveloped Black America (Boston: South End Press, 1983), p. 48-49.

[11]Marx, op. cit., 781-782.

[12]Marable, op. cit., p. 170-171.

[13]Janell Ross, “DeRay Mckesson is Running for Mayor. What Does That Mean for Black Lives Matter?”, Washington Post, 4 de febrero de 2016.
https://www.washingtonpost.com/news/the-fix/wp/2016/02/04/black-lives-matter-runs-for-mayor/?utm_term=.a86f31b8178f

[14]Aunque no sea un buen indicador de posicionamiento de clase, como lo entienden los marxistas (como la relación de una persona con respecto a la economía), podemos hacer generalizaciones significativas a partir de los datos que tienen en cuenta los ingresos

[15]Adolph Reed, “How Racial Disparity Does Not Help Make Sense of Patterns of Police Violence”, Nonsite, 16 de septiembre de 2016. https://nonsite.org/how-racial-disparity-does-not-help-make-sense-of-patterns-of-police-violence/

[16]Ver por ejemplo, la huelga de 4.000 estibadores en Newark, Nueva Jersey (https://www.nj.com/news/index.ssf/2016/01/surprise_walkout_by_ila_shuts_down_the_nj_and_ny_p.html) que no fue aprobada por la International Longshoremen's Association (sindicato oficial de trabajadores portuarios), la cual publicó una petición a sus miembros para que volvieran al trabajo ese mismo día, o la protesta de camioneros en Hialeah, Florida (https://www.cbsnews.com/miami/news/truck-drivers-protest-pay-rates-by-blocking-okeechobee-road/) que bloqueó el tráfico en la carretera de Okeechobee, una de las principales arterias del transporte de personas y mercancías que entran y salen de la ciudad, hasta que fueron obligados a dispersarse, violentamente, por la policía.

 

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