Desde su creación, la CCI subrayó siempre la importancia decisiva de una organización internacional de revolucionarios en el resurgir de un nuevo curso de la lucha de clases a escala mundial. Con su intervención en la lucha, aunque todavía sea a escala modesta, con sus perseverantes trabajos para la creación de un lugar verdadero de discusiones entre grupos de revolucionarios, la CCI ha demostrado en la práctica que su existencia no era ni superflua ni imaginaria. Convencida de que su función respondía a una necesidad profunda de la clase, ha combatido tanto el diletantismo como la megalomanía de un medio revolucionario todavía marcado por los estigmas de la irresponsabilidad y la inmadurez. Esta convicción no se apoya en una existencia religiosa, sino en un método de análisis, la teoría marxista. Las razones del resurgir de la organización revolucionaria no podrían ser comprendidas fuera de esa teoría, sin la cual no podría haber movimiento revolucionario auténtico.
Las escisiones recientes que acaba de soportar la CCI no deben ser comprendidas como crisis fatal. Traducen esencialmente una incomprensión sobre las condiciones y la marcha del movimiento de la clase que segrega la organización revolucionaria:
La incomprensión de la función de la organización de revolucionarios ha abocado siempre en la negación de su necesidad:
Ayer como hoy, la organización de revolucionarios sigue siendo una necesidad que no contradice ni la contrarrevolución (para rechazarla), ni la amplitud de una lucha de clases en la que no habría fracción revolucionaria organizada (como en Polonia 1980):
desde la formación del proletariado como clase, en el siglo XIX, el agrupamiento de revolucionarios fue, ha sido y seguirá siendo una necesidad vital. Toda clase histórica portadora de conmoción social se da una visión clara del objetivo y de los medios de la lucha que la llevará al triunfo de sus metas históricas;
la finalidad comunista del proletariado engendra una organización política que, en la teoría (el programa) y en la práctica (la actividad) defiende las metas generales del conjunto del proletariado;
generada en permanencia por la clase, la organización revolucionaria supera, y por lo tanto niega, cualquier división natural (geográfica e histórica) y artificial (categorías profesionales, lugares de producción). Expresa la tendencia permanente al resurgir de una conciencia unitaria de clase, afirmándose y oponiéndose a toda división inmediata;
dado el trabajo sistemático de la burguesía para desviar y quebrar la conciencia del proletariado, la organización revolucionaria es un arma decisiva para combatir los efectos perniciosos de la ideología burguesa. Su teoría (el programa comunista) y su acción militante en la clase son un poderoso antiveneno contra la pus de la propaganda capitalista.
El programa comunista y el principio de acción militante que de él precede son las bases de toda organización revolucionaria digna de tal nombre. Sin teoría revolucionaria, no puede haber función revolucionaria, o sea organización para la realización de ese programa. Por esto, el marxismo ha rechazado siempre cualquier desviación inmediatista o economicista, tendentes a desnaturalizar y a negar el papel histórico de la organización comunista.
La organización revolucionaria es un órgano de la clase. Y quien dice órgano dice miembro vivo de un cuerpo vivo. Sin ese órgano, la vida de la clase se vería privada de una de sus funciones vitales y momentáneamente disminuida y mutilada. Por eso renace de manera constante esa función, crece y florece creando necesariamente el órgano que necesita.
Ese órgano no es un simple apéndice fisiológico de la clase que se contenta y limita a obedecer sus pulsiones inmediatas. La organización revolucionaria es una parte de la clase. Ni está separada ni se confunde (es idéntica) con la clase. No es ni una mediación entre el ser y la conciencia de la clase, ni la totalidad de la conciencia de la clase. Es una forma particular de ésta, la parte más consciente. No agrupa, por lo tanto, a toda la clase, sino a su fracción más consciente y más activa. Lo mismo que el partido no es la clase, la clase no es el partido.
Al ser parte de la clase, la organización de revolucionarios no es la suma de sus partes (los militantes), ni una asociación de capas sociológicas (obreros, empleados, intelectuales). Se desarrolla como totalidad viva cuyas diferentes células tienen la función de asegurar su mejor funcionamiento. No privilegia ni a individuos ni a categorías particulares. A imagen de la clase, la organización surge como un cuerpo colectivo.
Las condiciones para un pleno florecer de la organización revolucionaria son las mismas que las que permitieron y permiten el auge de la clase proletaria:
Como memoria de la irreemplazable experiencia del movimiento obrero pasado, es la expresión más consciente de las metas generales e históricas del proletariado mundial.
Son esas condiciones las que dan tanto a la clase como a su organización política su forma unitaria.
La actividad de la organización revolucionaria no puede entenderse mas que como conjunto unitario cuyos componentes no están separados sino que son interdependientes:
Muchas incomprensiones políticas y organizativas aparecidas en nuestra corriente surgieron del olvido del marco teórico con que la CCI se dotó desde su nacimiento. Tienen como origen la mala asimilación de la teoría de la decadencia del capitalismo y de las implicaciones prácticas de esa teoría en nuestra intervención.
Si, en su esencia, la organización de revolucionarios no ha cambiado de naturaleza, los atributos de su función se han modificado cualitativamente entre la fase ascendente y la decadente del capitalismo. Los trastornos revolucionarios de la primera posguerra volvieron caducas algunas formas de existir de la organización revolucionaria, desarrollando otras que en el siglo XIX sólo habían aparecido embrionariamente.
El ciclo ascendente del capitalismo les dio una forma singular, y por lo tanto transitoria, a las organizaciones políticas revolucionarias:
La posibilidad de reformas inmediatas, tanto económicas como políticas, desplazaba el terreno de acción de la organización socialista. La lucha inmediata, gradualista, tenía primacía sobre la vasta perspectiva del comunismo que había sido afirmada en el Manifiesto.
La inmadurez de las condiciones objetivas de la revolución desembocó en una especialización de tareas ligadas orgánicamente a una atomización de la función de la organización:
La inmadurez del proletariado, cuyas grandes masas procedían del campo o de talleres artesanos, el desarrollo del capitalismo en el marco de naciones apenas formadas, oscurecieron la función real de la organización de revolucionarios:
Las características pasajeras de ese período histórico falsearon las relaciones entre partido y clase: el papel de los revolucionarios aparecía como dirigista (estado mayor). A la clase se le exigían virtudes de disciplina militar, sumisión a sus jefes. Como cualquier ejército, la clase no existía sin "jefes", a los cuales ella dejaba el encargo de cumplir sus metas (sustitucionismo) e incluso de sus medios (sindicalismo); el partido era el partido del "pueblo entero" ganado a la "democracia socialista". La función clasista del partido se empantanaba en el democratismo.
Fue contra esa degeneración de la función del partido contra lo que lucharon las izquierdas en la Segunda Internacional y en la Tercera Internacional del principio. El que la Internacional Comunista hubiera vuelto a recoger ciertos conceptos de la antigua Internacional fallida (como lo de los partidos de masas, el frentismo, el sustitucionismo, etc...) es una realidad que no tiene por qué servir de ejemplo para los revolucionarios de hoy día. La ruptura con las deformaciones de la función de la organización es una necesidad vital que se ha impuesto con la era histórica de la decadencia.
El período histórico abierto con la Primera Guerra Mundial implicó un cambio profundo, irreversible, de la función de los revolucionarios:
La organización revolucionaria es pues inmediatamente unitaria, aunque no sea la organización unitaria de la clase, los Consejos obreros. Es una unidad de una unidad más vasta, el proletariado mundial que la ha engendrado:
La maduración de las condiciones objetivas de la revolución (concentración del proletariado, mayor homogeneización de la conciencia de una clase más unificada, más cualificada, de nivel intelectual y madurez superiores a los de siglos pasados) ha modificado profundamente no sólo la forma sino también los objetivos de la organización de revolucionarios:
a) por su forma:
b) por sus fines:
El triunfo de la contrarrevolución, la dominación totalitaria del estado, han vuelto más difícil la existencia misma de la organización revolucionaria, reduciendo la extensión misma de su intervención. En ese período de hondo retroceso, su función teórica prevaleció sobre su función de intervención, revelándose como algo vital para la conservación de los principios revolucionarios. El período de contrarrevolución demostró:
El final del período de contrarrevolución ha modificado las condiciones de existencia de los grupos revolucionarios. Se ha abierto un nuevo período, favorable al reagrupamiento de los revolucionarios. Sin embargo, este nuevo período de florecimiento es todavía un período "bisagra" en el cual las condiciones necesarias para el resurgir del partido no están aún presentes para ser suficientes, gracias a un verdadero salto cualitativo.
Por ello, durante cierto lapso de tiempo, florecerán grupos revolucionarios que, gracias al mutuo careo, a acciones comunes incluso, y a su fusión al final, plasmarán esa tendencia hacia la constitución del partido mundial. La realización de ésta depende no sólo de la apertura del curso a la revolución, sino también de la propia conciencia de los revolucionarios.
Si bien se han adelantado etapas desde 1.968, si ya ha habido una selección en el medio revolucionario, debe quedar claro que el surgimiento del partido no es ni automático ni voluntarista, teniendo en cuenta el desarrollo lento de la lucha de clases y el carácter aún inmaduro y a menudo irresponsable del medio revolucionario.
Efectivamente, tras el resurgir histórico del proletariado en 1.968, el medio revolucionario se encontró muy flaco e inmaduro, para enfrentarse al nuevo período. La desaparición o la esclerosis de las antiguas izquierdas comunistas, que habían luchado contra la corriente durante todo el período de contrarrevolución, fue un factor contrario en la maduración de las organizaciones revolucionarias. Más que lo teórico de las izquierdas (redescubierto y asimilado poco a poco) fue lo adquirido organizativamente (la continuidad orgánica) lo que se echaba en falta y sin lo cual la teoría queda como letra muerta. La función de la organización, su necesidad incluso, fueron muy a menudo incomprendidas, cuando no eran tratadas de broma.
A falta de una continuidad orgánica, los elementos surgidos del ambiente de después de Mayo del 68 soportaron la aplastante presión del movimiento estudiantil y "contestatario":
A pesar de la confirmación arrolladora, sobre todo tras lo de Polonia, de que la crisis abría un curso de explosiones de clase cada vez más generalizadas, las organizaciones revolucionarias (y entre ellas la CCI) no se han liberado de otro peligro, peligro no menos pernicioso que el academicismo y el modernismo, el inmediatismo, cuyos hermanos son el individualismo y el diletantismo. Contra esas plagas, tiene hoy que resistir la organización revolucionaria y liquidarlas de una vez por todas si quiere mantenerse en vida.
La CCI, en estos últimos años, ha aguantado los efectos desastrosos del inmediatismo, forma típica de la impaciencia pequeñoburguesa y última secuela de la confusión del 68. Las formas más patentes del inmediatismo han sido:
La marcha de cierta cantidad de compañeros demuestra que el inmediatismo es una enfermedad que deja gravísimas secuelas, desembocando sin remedio en la negación de la función política de la organización, en tanto que cuerpo teórico y programático.
Todas esas desviaciones, de tipo izquierdista, no son el fruto de una insuficiencia teórica de la Plataforma de la organización. Son expresión de una mala asimilación del marco teórico, y, en particular, de la teoría de la decadencia del capitalismo, decadencia que modifica profundamente las formas de actividad y de intervención de la organización de revolucionarios.
Por todo ello, la CCI debe combatir con vigor contra cualquier abandono del marco programático, abandono que desemboca fatalmente en el inmediatismo en el análisis político. La CCI tiene que luchar con decisión:
Para preservar lo adquirido tanto teórica como organizativamente, hay que liquidar sin falta las secuelas del diletantismo, forma infantil del individualismo:
La organización no está al servicio de los militantes en su vida cotidiana. Al revés, los militantes luchan cotidianamente para insertarse en el amplio trabajo de la organización.
La comprensión clara de la función de la organización en período de decadencia es la condición necesaria para nuestro propio auge en el período decisivo de estos años ochenta
Aunque la revolución no es un problema de organización, sí que tiene problemas organizativos que resolver, incomprensiones que superar, para que la minoría de revolucionarios pueda existir como organismo de la clase.
La existencia de la CCI viene garantizada por la reapropiación del método marxista, que es la brújula más segura para entender lo que acontece y para intervenir en ello. Sólo a largo plazo puede entenderse y desarrollarse cualquier trabajo de organización. Sin método, sin ánimo colectivo, sin esfuerzo permanente del conjunto de los militantes, sin ánimo perseverante que elimine la impaciencia inmediatista, no podrá exisitr verdadera organización revolucionaria. El proletariado mundial ha confiado a la CCI un órgano cuya existencia es un factor necesario en los combates futuros.
La tarea de la organización revolucionaria es, mucho más que en el siglo pasado, algo difícil. Exige más de cada cual. Tiene que aguantar todavía los últimos efectos de la contrarrevolución y los contragolpes de una lucha de clases marcada todavía por avances y retrocesos. Aunque ya no tiene que soportar la agobiante y destructiva atmósfera de la larga noche de la contrarrevolución triunfante, aunque hoy despliega su actividad en un período favorable para la eclosión de la lucha de clases y la apertura de un curso hacia explosiones generalizadas a nivel mundial. La organización debe saber retroceder en orden cuando la lucha recae y la clase retrocede momentáneamente.
Por eso es por lo que hasta la revolución, la organización revolucionaria deberá saber luchar resueltamente contra el ambiente de incertidumbres y hasta de desmoralización en la clase. La defensa de la integridad de la organización en sus principios y en su función es primordial. Saber resistir sin flaquezas ni aislacionismos, es para los revolucionarios saber preparar las condiciones de la victoria futura. Para ello, la lucha teórica más encarnizada contra las desviaciones inmediatistas es vital para que la teoría revolucionaria pueda ser un día de las masas.
Al liberarse de las secuelas del inmediatismo, al volverse a apropiar de la tradición viva del marxismo, preservada y enriquecida por las izquierdas comunistas, la organización demostrará en la práctica que es el instrumento insustituible que el proletariado ha delegado para poder estar a la altura de sus tareas históricas.
En los períodos de luchas generalizadas y de movimientos revolucionarios es cuando la actividad de los revolucionarios tendrá un impacto directo, decisivo incluso, puesto que:
Desde hoy, la existencia de la CCI y la realización de sus tareas actuales son ya un trabajo de preparación indispensable para estar a la altura de las tareas venideras. La capacidad de los revolucionarios para cumplir con su papel en los períodos de lucha generalizada está condicionada por su actividad actual.
Esa capacidad no nace espontáneamente sino que se desarrolla mediante un proceso de aprendizaje político y organizativo. Las posiciones coherentes y formuladas claramente, así como la capacidad organizativa para defenderlas, difundirlas y profundizarlas, no es algo que cae de los cielos sino que exigen, desde ahora, una preparación. La historia nos muestra como la capacidad de los bolcheviques para desarrollar sus posiciones teniendo en cuenta la experiencia de la clase (1905, la guerra) y para reforzar la organización les permitió, al contrario de los revolucionarios en Alemania por ejemplo, desempeñar un papel decisivo en los combates revolucionarios de la clase.
En ese marco, uno de los objetivos esenciales de un grupo comunista debe ser la superación del nivel artesano de sus actividades y de su organización que es la marca típica de sus primeros pasos en la lucha política. El desarrollo, la sistematización, el cumplimiento regular y sin bruscos altibajos de sus tareas de intervención, publicación, difusión, discusión y correspondencia con elementos cercanos, debe ser algo central en sus preocupaciones. Ello supone que la organización se desarrolla mediante reglas de funcionamiento y órganos específicos que le permiten actuar no como un montón de células dispersas, sino como cuerpo único dotado de un metabolismo equilibrado.
Desde hoy ya, la organización de revolucionarios es también un polo de agrupamiento político internacional coherente para los grupos políticos, círculos de discusión y grupos obreros dispersos que surgen y van a surgir por el mundo con el desarrollo de las luchas. La existencia de una organización internacional comunista con prensa e intervención les da a esos grupos la posibilidad, mediante la confrontación de posiciones y experiencias, de ubicarse y desarrollar la coherencia revolucionaria de sus posiciones y si es caso, unirse a la organización comunista internacional. Las posibilidades de desaparición, de desánimo, de degeneración (por activismo, localismo o corporativismo por ejemplo) serían tanto más grandes de no existir ese polo. Con el desarrollo de las luchas y la aproximación del período de enfrentamiento revolucionario, ese papel tendrá cada vez más importancia con respecto a los elementos que surgen directamente de la clase en lucha.
Cada día más y más, la clase obrera se verá cara a cara con su enemigo mortal. Aunque el derrocamiento del poder burgués no sea inmediatamente realizable, los choques serán violentos y pueden ser decisivos para la continuación de la lucha. Por eso, los revolucionarios deben intervenir ya, conforme a sus medios, en el seno de la lucha de su clase:
Enero 1982