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Hace 90 años se produjo uno de los acontecimientos más significativos de la revolución rusa y de la historia del movimiento obrero en general: el 3 de julio de 1917 los obreros y los soldados de Petrogrado se sublevaron de manera masiva y espontánea reivindicando “la consigna de las masas: todo el poder a los soviets” (Trosky); al siguiente día, miles de manifestantes exigían al soviet de la ciudad que tomara el poder, para luego volver a casa atendiendo las orientaciones de los bolcheviques; a continuación, el 5 de julio, las tropas contrarrevolucionarias se apoderaron de la capital del país desatando una bestial represión antibolchevique y contra los obreros más concientes y combativos.
Este enfrentamiento de tan sólo tres días de duración representa una de las batallas históricas más importantes que han librado la burguesía y el proletariado, un enfrentamiento que se saldó con una derrota parcial y momentánea de este último; un episodio que forma parte de un periodo de luchas del proletariado contra la primera guerra imperialista mundial que estalló en 1914. Es la aceleración de la lucha de la clase que ya había producido en febrero del mismo año un alzamiento revolucionario y que provocó la sustitución del Zar por un gobierno provisional “democrático burgués” y el inmediato establecimiento de los consejos obreros como centro de poder dual. Un combate que no había cesado después sino que se acentuaba contra la continuación de la guerra imperialista ahora legitimada por los demócratas pequeñoburgueses, los mencheviques y los socialrevolucionarios (eseristas) quienes, de febrero a julio, buscaban justificar el asesinato o mutilación de millones de soldados y jóvenes de la clase obrera, “para conseguir de una vez por todas una paz justa y sin anexiones”. Pero esta jornada de combate llevado a cabo por el proletariado ruso, no son simples anécdotas, son experiencias de las que es preciso recobrar las lecciones, en particular reconocer la capacidad de la clase obrera para organizarse de manera autónoma, resaltando el papel que jugaron los soviets y el Partido Bolchevique, estos últimos, haciendo una lectura firme de los sucesos, asumen una actitud que los hace ser poco “populares”, en tanto que ante el empuje de las masas a tomar el poder ellos llaman a no hacerlo en ese momento.
La provocación de la burguesía y la actuación firme de los bolcheviques
Los bolcheviques estaban claros que de intentar la toma del poder en julio del 17, se aseguraba una derrota, primero porque si es cierto que las masas obreras reclamaban la toma del poder para el soviet de la capital, éste tenía una influencia mayoritaria de los mencheviques y eseristas, pero además porque la misma clase dominante va preparando trampas[1] para adelantar la revolución, provocando una revuelta prematura en Petrogrado, calculando que sería fácil devastar en la ciudad a la clase obrera y a su vanguardia para luego culpar del fracaso de la ofensiva militar al sabotaje del proletariado y los bolcheviques de la capital contra los que peleaban en el frente. para que las masas obreras se insurreccionaran en un momento no propicio.
Para esta sucia labor contaba con los mencheviques y eseristas quienes gozaban aún de una gran influencia dentro de los soviets tanto en Petrogrado como en provincia; además, aún si contaba con la radicalización de los soldados, todavía existía una cantidad considerable de regimientos leales al gobierno provisional. Pero además como complemento de esto, está la campaña de desprestigio de los bolcheviques y Lenin a quienes acusarán de ser agentes del gobierno alemán.
El papel indispensable del partido comunista
El cálculo era frío y perverso, si los bolcheviques mordían el anzuelo secundando a las masas en sus afanes de tomar el poder en ese momento, se desprestigiarían ante el conjunto de su clase como un partido de aventureros, pues, parafraseando a Trosky, no hubieran podido mantener el poder debido a que esta cuestión no hubiera podido ser resuelta en Petrogrado dado que los obreros de provincia estaban retrasados con relación al movimiento de la capital, los del frente no hubieran comprendido ni aceptado la revolución, los campesinos tenían muchas ilusiones con respecto a los social revolucionarios que estaban en pleno proceso de tránsito hacia el terreno de la burguesía, los medios de comunicación estratégicos se hubieran puesto al servicio de los conciliadores contra los bolcheviques, Petrogrado se hubiera visto bloqueado y se hubiera iniciado ahí la desmoralización poniendo inermes a los obreros frente a la soldadesca… en suma, una osadía prematura que se hubiera saldado con un aplastamiento sangriento y trágico. Frente a esta colosal maniobra, el partido en lugar de lavarse “las manos en el agua de las reflexiones estratégicas”,como dijera Trosky, negándose a participar junto a su clase bajo el pretexto pedante de haber comprendido la trampa, permaneció con las masas e incluso las dirigió aunque no compartía ni sus objetivos inmediatos ni sus ilusiones, dando un revés a las pretensiones de la burguesía quien tampoco consiguió aislar al partido de las masas.
Los argumentos de los bolcheviques que ya hemos comentado se sumaban a la apreciación de que el mejor momento para una insurrección contundente sería cuando la mayoría de los trabajadores y la población se enterara del fracaso en el frente, cuando la maduración de la conciencia de la clase obrera se extendiera masivamente, lo que mostraba la comprensión científica de los bolcheviques del significado y el riesgo de los acontecimientos, como ya lo había patentizado desde la gigantesca manifestación del 18 de junio cuando advertían contra una acción prematura; entonces, el partido decidió dirigir las enormes manifestaciones del 4 de julio pero para garantizar su “carácter pacífico y organizado” dado que aún el nivel de conciencia de las masas era insuficiente; es en este momento cuando el partido comunista logra que las masas retornen a casa convencidos por los razonamientos de su partido de que el tiempo de la revolución no había llegado pero que estaba cerca.
“El mes de la gran calumnia” y los pogromos
Al no tener éxito con su provocación de una insurrección prematura, la burguesía desplegó otra trampa, la de calumniar mediante documentos apócrifos, a Lenin y a los bolcheviques de ser espías y estar al servicio del gobierno alemán quien les surtiría de los recursos necesarios para actuar en contra de Rusia. Una bomba que surtió el efecto de poner a los soldados que simpatizaban con los bolcheviques, e incluso a los neutrales, contra estos. Trosky catalogó a julio de 1917 como “el mes de la calumnia más gigantesca de la historia de la humanidad”, pero esta campaña difamante era apenas el anuncio para desatar una persecución.
La mañana del 5 de julio se desató la caza de los bolcheviques, se confiscaron sus recursos, se desarmaron, se culpó de terrorismo a los obreros y se incitó a los pogromos. Lenin y otros bolcheviques fueron obligados a esconderse, Trosky y varios de sus camaradas fueron arrestados. Esto obligó a los bolcheviques a trabajar en la semiclandestinidad poniendo en juego sus grandes capacidades en la defensa de la organización que impediría entonces que la burguesía desarticulara al partido y más aún lo decapitara poniendo en riesgo el triunfo de la revolución que se avecinaba.
Un balance muy positivo para la lucha del proletariado.
El balance de esta gesta histórica del proletariado ruso y de su vanguardia comunista actuando en su seno destaca sendas lecciones que la clase obrera debe tomar en cuenta en sus luchas actuales y futuras. El gigantesco potencial que porta la clase proletaria como la clase revolucionaria que sólo podrá ser capaz de destruir al capitalismo y de edificar la sociedad comunista si es capaz de actuar como una clase autónoma con intereses de clase bien definidos. Esta capacidad la demostró en esos tres días dramáticos durante los cuales pasó de un estado inicial de confusión e inmediatismo, acicateada sobre todo por los anarquistas y soldados quienes en realidad fueron los que incitaron a dar una respuesta a la provocación, a la posición mesurada y precavida, en espera del mejor momento del golpe, influenciada por su vanguardia bolchevique. También, se destaca el papel indispensable del partido de clase del proletariado, su liderazgo frente a las tácticas recurrentes de la burguesía de provocar enfrentamientos prematuros. En efecto, tanto su inteligencia política, pero sobre todo su confianza en la clase obrera y en el método marxista que expresan el futuro de la humanidad lo que lo capacita para evitar las tentaciones inmediatistas características de la pequeña burguesía, como también la profunda confianza del proletariado ruso en su propio partido de clase, permitió esta imbricación entre partido y clase impidiendo a la burguesía ir más lejos en sus provocaciones.
El balance que Trotsky hace de estas jornadas apunta justamente sobre esos elementos: “En los días de la revolución de febrero se puso de manifiesto toda la labor realizada anteriormente por los bolcheviques, durante muchos años, y hallaron un sitio en la lucha los obreros avanzados educados por el partido; pero no hubo aún una dirección por parte de este último. En los acontecimientos de abril, las consignas del partido pusieron de manifiesto su fuerza dinámica, pero el movimiento se desarrolló espontáneamente. En junio, se exteriorizó la inmensa influencia del partido, pero las masas entraban en acción todavía dentro del marco de una manifestación organizada oficialmente por los adversarios. Hasta julio, el partido bolchevique, impulsado por la fuerza de presión de las masas, se lanza a la calle contra todos los partidos y define el carácter fundamental del movimiento, no sólo con sus consignas, sino también con su dirección organizada. La importancia de una vanguardia compacta aparece por primera vez con toda su fuerza durante las jornadas de julio, cuando el partido evita, a un precio muy elevado, la derrota del proletariado y garantiza el porvenir de la revolución y el propio.” (Historia de la revolución rusa, tomo II).
La provocación de julio buscaba detener la maduración de la conciencia de las masas que se encontraba en proceso y en perspectiva a la revolución mundial y sus artífices no fue sólo la burguesía rusa sino la burguesía mundial y en particular las democracias aliadas en la guerra, a saber: Francia e Inglaterra.
Las jornadas de julio de 1917 aportaron en ese mismo momento un cúmulo de experiencias políticas insustituibles, en particular, posibilita que los obreros, campesinos y soldados se desprendieran de sus ilusiones que tenían en los mencheviques y eseristas que disfrazados como defensores de los intereses de los trabajadores actuaban sistemáticamente en contra de la revolución proletaria.
Emulando a los bolcheviques, los revolucionarios de hoy deben empeñarse en estudiar la naturaleza, las estrategias y las tácticas de la clase capitalista para desarrollar la capacidad de intervenir de manera eficaz en cada momento de la lucha de clases, para poder alertar a su clase contra las trampas que le tiende su clase enemiga, particularmente a través de los partidos del ala de izquierda del capital que invariablemente presentan estas trampas como grandiosas jornadas de lucha.
RR/junio-2007
[1] La retirada del partido Kadete (de los capitalistas industriales y terratenientes) del gobierno provisional, la presión de la Entente sobre el gobierno provisional para que masacrara a las masas, la amenaza de trasladar al frente a los regimientos de la capital (a los soldados más proclives a la revolución).