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En la noche del 19 al 20 de marzo de 2003, se lanzaba una serie de bombardeos sobre Bagdad. Era el principio de la operación “Libertad en Irak”. La segunda guerra de Irak acababa de comenzar. Hace ya cuatro años que esta carnicería imperialista devasta el país. Desde entonces, las confrontaciones armadas, los atentados ciegos, las masacres de poblaciones civiles no hacen más que auamentar inexorablemente. En Bagdad, como en todo Irak, el horror se vive todos los días. La población iraquí está reducida a la peor miseria, atenazada entre el infierno que constituyen las distintas fracciones armadas: sunnitas, chiítas, kurdos, fuerzas gubernamentales o norteamericanas. Las muertes iraquíes se calculan en cientos de miles. En el país, se calculan dos millones de desplazados y otros tantos refugiados desde el principio de la guerra. El ejército norteamericano ha perdido por su parte más de 3 200 elementos, la gran mayoría de jóvenes soldados, contratados en este horror para escapars de la miseria y el desempleo en su propio país y con la esperanza de ganar algunos dólares. Pero ya, varios millares de estos jóvenes reclutas han abandonado o han desertado de este infierno permanente, pasándose a Canadá o a otros lugares. Estos cuatro años desembocan en un caos sangriento, sin que alguna perspectiva permita esperar una nueva estabilización del país y la región. Las protestas contra la guerra se multiplican: alrededor de 50 000 personas se han movilizado el 17 de marzo en Washington, bajo la bandera “Alto a la guerra en Irak, no a la guerra contra Irán”. Manifestaciones similares tuvieron lugar el mismo día en varias grandes ciudades americanas, en particular, en Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, encabezándolas millares de veteranos, para reclamar la retirada de las tropas de Irak. Al mismo tiempo, 400 000 personas se reunieron en Madrid, en conmemoración de las víctimas de los atentados fatales en la estación de Atocha y para reclamar el final de esta guerra. Otras manifestaciones similares han tenido lugar en el país, de Barcelona a Cádiz. Por todas partes del mundo, en particular en Turquía, Corea del Sur, Hungría, reuniones más o menos numerosas reclaman la retirada de los contingentes nacionales de Irak.
Hace algunos días, la primera visita del nuevo Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon fue una especie de bautismo de fuego: fue (aunque a pesar suyo se veía en todas las televisiones del mundo) la ilustración viva de que ninguna fuerza controla realmente la capital iraquí. En efecto, en una conferencia televisada, en presencia del nuevo Secretario General de la ONU que se tenía en una «zona verde», sector considerado como la más asegurada del país, estalló un obús de mortero a unos metros. Al mismo tiempo que el Presidente iraquí acabara de declarar que consideraba la visita de Ban Ki-moon como «un mensaje atinado del mundo, que confirma que Bagdad está de nuevo en condiciones de acoger personalidades mundiales importantes porque hizo importantes progresos en la vía de la estabilidad.
Un debilitamiento irreversible del imperialismo americano en Irak
Cuatro años después del inicio de la guerra, hundida en el mayor de los desconciertos, la administración norteamericana no sabe ya cómo salir del cenagal iraquí. Lo que sería aún totalmente impensable hace algunas semanas resulta hoy posible. Así pues, «la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, ha anunciado que el gobierno iraquí iba a reunir en una quincena una conferencia internacional sobre Irak a la cual Estados Unidos había decidido participar, aunque Irán y Siria estuvieran invitados.» (Le Monde, 1 de marzo de 2007). Esta conferencia, presentada por muchos comentaristas burgueses como una de las últimas oportunidades para la paz, sólo ha sido realmente un momento suplementario de confrontaciones entre las dos potencias que se enfrentan indirectamente en Irak: Irán y los Estados Unidos. Esta confrontación ha conocido, solamente algunos días después de la celebración de esta conferencia, una nueva manifestación que no deja ninguna duda sobre el nivel de tensión existente, entre los dos países. En efecto, 15 marinos y fusileros británicos que formaban parte de la coalición militar en Irak, bajo dirección americana, se hicieron tomar por la marina iraní, frente a la costa de Fao en Chatt - al-Arab, en la confluencia de los ríos Tigris y Eúfrates que marca la frontera entre Irak e Irán. Que esto sea en el propio Irak o en el Golfo Pérsico, y a pesar de la increíble armada marítima de las fuerzas de la coalición, nos indica queEstados Unidos no están ya en condiciones de garantizar la seguridad de las tropas de esta misma coalición. Esta prueba de pérdida de control de la situación indica el debilitamiento irreversible de la primera potencia imperialista del mundo, precisamente en una región que pretende «poner al paso» desde hace cuatro años.
La burguesía americana encerrada en una contradicción insoluble
No hay esperanza para Estados Unidos de retirarse de Oriente Medio sin una pérdida de credibilidad enorme. La burguesía americana está hoy así ante una contradicción insoluble. «Los Americanos mantienen con todo un doble lenguaje, lamentan el diario de Teherán (Kayhan).» Condoleezza Rice, Secretaria de Estado norteamericana, afirma por una parte que está dispuesta a entrevistarse directamente con Irán sobre los temas que se refieren a los dos países, y del otro, indica una firmeza incuestionable sobre los expedientes como el nuclear. Pero los norteamericanos tienen necesidad de Irán más que nunca. Esta actitud ambivalente muestra la confusión y la desesperación que reina en la administración Bush «(Correo internacional del 12 de marzo de 2007).» Estados Unidos están acorralados en hacer una elección entre dos «soluciones» de todas formas desastrosas: o hacen un compromiso humillante con Irán, u optan por una nueva huída belicosa hacia adelante. Irán, hoy en situación de fuerza en la región y apoyado en masa por las fracciones chiítas de Irak, coloca muy claramente los términos de este regateo sórdido entre estas dos naciones imperialistas. Una «ayuda» eventual de Irán para intentar restablecer el orden en Irak deberá pagarse a fuerte precio por la administración norteamericana, principalmente con la aceptación de hecho del programa nuclear iraní. Pero no debe tampoco excluirse que la ya muy desacreditada administración Bush, quiera jugar su última carta y ataque a Irán, tomando el riesgo absurdo de practicar la política de tierra quemada. Tal ofensiva significaría una formidable aceleración del caos regional y mundial, sin que Estados Unidos extraigan el menor beneficio imperialista.
La guerra en Irak (al término de estos cuatro años de hundimiento en un cenagal hecho de masacres y miseria galopante) ya habrá participado directamente en radicalizar y desarrollar el odio entre las comunidades chiítas, sunnitas y también kurdas, a tal punto que toda vuelta atrás parece en adelante completamente improbable. Este conflicto ha concretizado no sólo la incapacidad creciente de los Estados Unidos que deben solucionar el problema iraquí sino también, y bien más allá, el imponerse como gendarme del mundo. En efecto, las intervenciones repetidas y el aumento de las fuerzas militares de la primera potencia mundial, productos del engranaje de las relaciones de fuerza ínter imperialistas y de sus contradicciones, no hicieron más que desarrollar el terror y el caos no solamente en Irak sino en la mayor parte del mundo.
Esta guerra, ya llena de monstruosidades de toda clase, no se acaba, al contrario. Es portadora de las peores masacres para el futuro, lejos de las promesas hechas por todos sus pseudo “liberadores”.
Rossi, 26 de marzo de 2007