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Noviembre y diciembre trajeron diversos acontecimientos en Oaxaca, de los que debemos analizar y sacar las lecciones: Los maestros han regresado a sus clases, se desarrollaron provocaciones abiertas (incendios de edificios públicos y privados del centro de Oaxaca) con el fin de dar una «justificación» a la acción de la policía, la detención de los «líderes» de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) y luego terminar la escenografía democrática al dejar en libertad de los detenidos…
APPO: un instrumento para someter a los trabajadores
La naturaleza y la dinámica de una lucha proletaria se concentran en sus formas de lucha y en los objetivos que se plantean. En ambos casos la APPO significa un sometimiento del genuino descontento de los trabajadores[1]. Por su forma de organización no favoreció la independencia política del proletariado, todo lo contrario; agrupando a sindicatos, organizaciones «sociales» y populares se creó un enorme frente interclasista donde cualquier expresión que intentaba buscar la solidaridad en y por la lucha era ahogada en un mar de «líderes sindicales y sociales» donde pululan personajes que pertenecen al aparato de izquierda del capital.
Recordemos de paso que la APPO no surge con el movimiento de los maestros (principios de de mayo de este año) sino hasta el 23 de junio, después de la represión del Estado sobre los maestros el 14 de junio. La APPO surgió como el órgano cuya tarea fue la de conducir a un terreno inofensivo toda la solidaridad genuina que despertó entre los trabajadores y demás sectores explotados el hecho de ver cómo el Estado reprimía impunemente a los maestros. Es el remate que cierra las hojas de la tijera para terminar la agresión contra la protesta magisterial. A partir de su instalación los trabajadores quedaron completamente atados a una estructura que decidía y negociaba lejos de las demandas reales de los trabajadores, simulando que las decisiones se tomaban desde la «base». Pero en realidad era una forma de apresar, contener y controlar el enorme descontento que el capitalismo cultiva en esta particular región donde la pobreza campea y la marginación es el pan de cada día de miles de seres humanos.
La contención y control se realizó a través de la desviación de la lucha contra la miseria y la explotación a una «lucha» por la destitución del gobernador priísta Ulises Ruiz.
Si bien individuos como Ulises Ruiz como representantes del capital son dignos de desprecio ya que simbolizan la opresión y la dictadura de la burguesía, la remoción de su cargo no mejora la situación de los explotados, en todo caso, mejora el posicionamiento de alguna fracción de la misma burguesía que se oponía éste o aquél personaje. Recordemos que en Argentina en el 2001 cambiaron varios presidentes en un mes, en medio de enormes convulsiones sociales, lo mismo pasó en Ecuador; América Latina es rica en esas experiencias donde la caída de un mandatario sólo ha significado su sustitución por otro, mientras que la causa de la miseria, es decir, la subsistencia del capitalismo decadente, no se toca ni un ápice. El cambio de personajes en los gobiernos sólo engendra ilusiones en un sistema que hay que destruir; ata a los trabajadores a una de las peores cadenas de la ideología burguesa: pensar que la causa de la explotación del trabajo asalariado por el capital se debería a la mala gestión de algún pillo ambicioso. Es por ello que la consigna de la destitución de Ulises Ruiz es un objetivo que desvía las energías hacia un blanco errado y que representa, en el fondo, las ambiciones de alguna de las fracciones burguesas en pugna por el poder y que han sabido encauzar el descontento general hacia un objetivo ajeno a la causa del proletariado.
Las pugnas entre fracciones de la burguesía mexicana: dinámica que dominó y aprovechó el descontento de los trabajadores.
En nuestra prensa hemos venido denunciando cómo las pugnas entre fracciones de la burguesía en el marco de la descomposición del capitalismo se han agudizado y muestran una marcada tendencia a la pérdida de control. Los cacicazgos locales tienden a imponer sus intereses de miras cortas en detrimento de las orientaciones globales de la burguesía nacional que intenta hacerse un espacio en medio de la feroz competencia mundial. Las visiones retrógradas representadas por los restos de la estructura priísta no ceden el poder de manera «aterciopelada». Por su parte las fracciones «progresistas» que están presentes en todos los partidos, muestran una falta de homogeneidad tal que sólo atinan a poner obstáculos a los oponentes, pero no consiguen presentar una visión unida y en una misma dirección. El PRD acusa a Ulises Ruiz de haber ganado las elecciones con fraude, podemos adivinar que ello se realizó en detrimento de su candidato! El PAN y PRD también responsabilizan a Ulises Ruiz del desvío de fondos millonarios para la campaña de Roberto Madrazo (de filiación priísta y representante de una fracción importante de la burguesía mexicana).
Recientemente, justo antes de la toma de posesión del nuevo presidente el 1º de diciembre, la APPO ha difundido la consigna de «Si URO (Ulises Ruiz) no se va, Calderón no pasará!»…¡todo conducido hacia el terreno electorero y de los pleitos por ver qué fracción burguesa se hace cargo del Estado! Un elemento que no debemos perder de vista es que la imposición final del equipo de Calderón fue lo que realmente marcó el destino de los sucesos en Oaxaca. El frágil gobierno encabezado por Calderón se ve obligado a establecer alianzas con los cacicazgos locales, entre ellos el de Ulises Ruiz y el de Puebla (Calderón en su campaña prometió juzgar al «gober precioso», promesa que evidentemente cedió su lugar a las componendas), ello para poder afianzar, por este momento, su posicionamiento y afirmación como fracción dominante. El sindicato de maestros (SNTE), junto con su disidencia (CNTE[2]), organizaron la vuelta al trabajo. El gobernador Ulises Ruiz ha reacomodado su gabinete, se han destituido a ciertos jefes policíacos tomados como chivos expiatorios, la Policía Federal Preventiva (PFP) empieza su retirada de Oaxaca con el pretexto de ir a «luchar contra el narcotráfico» en Michoacán y algunos personajes de la APPO han sido metidos a la cárcel… Todo esto no es producto del empuje de los trabajadores, sino de su lamentable sometimiento a intereses que no son los suyos. La clase obrera no tiene ningún interés en «reformar el Estado» o en «mejorar la democracia», sus intereses están ligados a la destrucción de la dictadura del capital y de su taparrabos: la democracia.
Cómo ejerce el proletariado su violencia revolucionaria
La detención de «líderes» de la APPO (como Flavio Sosa de conocida trayectoria en el PRD) ha suscitado enormes discusiones sobre los «presos políticos» y el «qué hacer» frente a la represión.
Es verdad que la represión del Estado despierta la solidaridad de los oprimidos con todos aquéllos que son víctimas del aplastamiento por parte de los engranes represivos del Estado. Es verdad también que causa indignación el hecho de ver a la democracia y sus policías, hacer valer su superioridad «táctica y estratégica», aplastando a manifestantes y seres humanos que muy confusamente intentan luchar contra la injusticia, la explotación y la miseria. El problema no es si debemos reaccionar y «hacer algo». Estamos de acuerdo en hacer algo, lo que debemos discutir es qué hacer y cómo hacerlo.
La primera cuestión que salta a la luz de la historia es que el proletariado no tiene muchas posibilidades en la confrontación de la violencia contra la violencia. Las piedras y garrotes tienen poca eficacia frente a las tanquetas, armas de fuego y gases tóxicos de los cuerpos represivos. No es a ese nivel que la clase obrera pueda «competir». El factor esencial de la próxima revolución es la conciencia. La revolución proletaria mundial no es un problema de «a ver quien pega más duro», es su accionar masivo y conciente lo que le da una fuerza superior, para ello el proletariado deberá convencer a las capas no explotadoras y a los marginados de la necesidad de derribar al capitalismo, el proletariado. A la represión violenta del capitalismo el proletariado deberá oponer el arma de su movilización masiva y conciente.
Pedir «respeto» a las leyes burguesas a los mismos burgueses es una ilusión. Abogar en el terreno del respeto a la «libertad de expresión» es suponer ingenuamente que el capitalismo va a permitir libremente el fomento de las ideas que conducirán a su propia destrucción. La consiga de libertad a los «presos políticos» tuvo un gran auge en los 70 y 80, en las épocas de la guerrilla y de las dictaduras militares en América Latina, sin embargo, tal concepto esconde (por muy radical que se presente) la esperanza en las leyes e instituciones burguesas.
Los revolucionarios jamás juzgarán la voluntad, la honestidad y el valor de todos aquellos que, aún cuando actúan de forma voluntarista, se enfrentan al sistema pretendiendo con ello defender a los oprimidos. En realidad todos esos individuos se vieron apresados entre dos fuegos; por un lado, el izquierdismo que los azuzaba a «ir a la barricada», al «enfrentamiento» a la «violencia contra la violencia» y, por otro lado, el poder represivo del Estado que puso en marcha su maquinaria para demostrar que «contra el gobierno no se puede» y que las masas son impotentes ante la represión salvaje del totalitarismo estatal.
La suerte de millones de marginados depende históricamente de la capacidad del proletariado para abrir la vía de destrucción del capitalismo. Ya sea que estas víctimas estén bajo la amenaza de una muerte por hambre, en medio de una de tantas guerras que hoy corroen el planeta o simplemente padezcan la exclusión social. No existe una solución inmediata y sería inútil tratar de buscar hoy un paliativo a la miseria material de millones de seres humanos. Existen muchos ejemplos de cómo los que han intentado ayudar en lo inmediato no han rebasado el marco de la «caridad cristiana» y, peor aún, los problemas que intentaban resolver se van haciendo cada día más graves; tapan un agujero al tiempo que se destapan cinco. Es en este marco que debe abordarse el problema de la represión, víctimas hay por millares y mientras el capitalismo siga en pie ese flagelo lo acompañará. En el marco de la actual democracia que irónicamente está armada hasta los dientes, no podemos esperar un trato «civilizado». La democracia aplastará a todo aquel que plantee acabar con el capitalismo. Es por ello que no hay una lucha «particular» (por los presos, por las minorías, por las mujeres, etc.) sino una lucha central contra el capitalismo. Al plantearse la subversión de la dominación del capital, todas sus consecuencias serán eliminadas.
Sabemos que sacar de la cárcel a un camarada preso no es tanto un «asunto de leyes» o ruegos sino de una relación de fuerzas entre las clase. Si el proletariado es capaz de imponer una relación de fuerzas a su favor desarrollando luchas masivas, podrá entonces rescatar a sus hermanos de clase presos, de lo contrario las leyes se encargarán de «hacer justicia» salvaguardando siempre los intereses del capital. Claro que nos indigna la tortura y la represión, como nos indigna la alienación y la dictadura del capital, de ahí que nuestras esperanzas estén puestas en el desarrollo de luchas masivas por parte de la única clase revolucionaria de esta época: el proletariado.
Oaxaca nos ha mostrado que no basta con «tener ganas de luchar», falta unir estas ganas a una conciencia de quiénes son los enemigos a enfrentar; desde los sindicatos hasta la APPO. Identificar a los enemigos en un gran paso en la toma de conciencia. Y que ayudará a preparar los combates futuros.
Marsan/15-diciembre-06
Notas
[1] Ver nuestro suplemento de Revolución Mundial no. 95 fechado el 18 de noviembre de 2006.
[2] Su sector más «radical», el Coordinara Central de Lucha (CCL), aún cuando no se integran al paro e incluso realizan una critica a los métodos de la APPO y a la sección 22, se integran al escenario mediante una alianza con Esther Gordillo, estableciendo una nueva sección sindical.