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¿Democratizar el capitalismo?
¡No! ¡Destruirlo!
Una pancarta de los Ocupa de Londres ante la Catedral de San Pablo decía: “Democratizar el capitalismo”. La voluntad de cambiar el sistema capitalista se afirmó y se extendió rápidamente en los últimos meses en el mundo, especialmente en la juventud, a través del movimiento de los indignados y de los Ocupa. Este movimiento de protesta, de dimensión internacional, está marcado al rojo vivo por la violencia de la crisis económica y la brutal degradación de las condiciones de vida. En España, en Grecia, Portugal, Israel, Chile, en los Estados Unidos, en Gran Bretaña… en las cuatro esquinas del mundo una misma angustia sobre el futuro atraviesa todas las discusiones. Pero más que el desempleo o la precariedad, lo que causa tanta preocupación es la ausencia de alternativa. ¿Qué hacer?, ¿cómo luchar?, ¿contra quién?, ¿las finanzas?, ¿el derecho?, ¿los dirigentes? Y lo más importante, ¿es posible otro mundo?
Hoy, una de las respuestas que emerge es la necesidad de reformar, de “democratizar” el capitalismo. En particular, los medios de comunicación, los intelectuales y la izquierda hacen una gran publicidad a esta “lucha por la democracia”. El movimiento que partió de España se denomina “Indignados” en referencia al breve folleto de Stéphane Hessel ¡Indígnense! quien se apresuró a publicar una segunda parte ¡Comprométanse ! con el fin de encauzar el descontento hacia las urnas y por lo tanto lejos de la calle. Las organizaciones altermundialistas han impulsado también el movimiento hacia la lucha por “más democracia”. La representación oficial del movimiento de los Indignados está a cargo de DRY, ¡Democracia real Ya!. Esta batalla democrática realmente ha tenido un cierto éxito. A principios de enero, los Ocupa del campamento de San Pablo en Londres han esgrimido una enorme pancarta pidiendo la democratización del capitalismo.
¿Por qué la consigna de “un capitalismo más democrático” tiene este éxito? Durante la “primavera árabe”, se reveló a los ojos de todos que las camarillas en el poder en Egipto, Túnez, Siria, Libia… que espolean a las poblaciones desde hacía décadas, mantenían su dominación por el miedo y la represión. La protesta, estimulada por el aumento de la miseria, ha logrado levantar la placa de plomo y ha sido un gran estímulo para los explotados del mundo. En Europa, es decir en la cuna de la democracia occidental, el descontento también se centró sobre una “élite dirigente” incapaz, deshonesta… pero rica. En Francia, la camarilla del Presidente Sarkozy ha sido denunciada por muchos libros, como El Presidente de los ricos y otros libros recientes como La Oligarquía de los incapaces, escritos por periodistas, investigadores e intelectuales, muestran cómo la burguesía francesa se hizo de clanes que arruinan toda la sociedad privilegiando sus intereses particulares. En México para nadie es extraño que los políticos se enriquecen descaradamente, que cada equipo de gobierno solo está preocupado por llenarse los bolsillos a costa de la inmensa mayoría. Esta moral burguesa sólo causa indignación y repugnancia. De Bush a Berlusconi, la misma constatación fue hecha. Pero ha sido en España donde el rechazo de las élites tomó el giro más político. Al principio del movimiento de los Indignados, un hecho fue particularmente impactante: en plena campaña electoral, periodo tradicionalmente deprimido y pasivo para la lucha, un amplio movimiento de protesta se desarrolló. Mientras que todos los políticos y medios de comunicación centraban su atención en el poder de las urnas, las calles estaban efervescentes. Había Asambleas Generales y discusiones de todo tipo. Una idea fue especialmente extendida: “derecha y izquierda, la misma mierda”. Al mismo tiempo retumbaba la consigna de “¡todo el poder a las Asambleas!”.
¿Qué significa esto? Que la idea creció, en todo el mundo, que todos los gobiernos son realmente “la misma mierda”. ¿Qué cambiaron las elecciones democráticas en Egipto, así como en España? ¡Nada! ¿Qué cambió en Grecia o Italia con las salidas de Berlusconi o Papandreou? ¡Nada! En México el cambio del PRI por el PAN en los últimos 11 años… ¿sirvió de algo?, los cambios en varios países de América Latina a gobiernos de “izquierda” ¿ha traído una mejora a las masas empobrecidas? ¡No! Los planes de austeridad se han reforzado y ahora se han vuelto aún más insoportables. Con o sin elecciones, la sociedad es dirigida por una minoría dominante que mantiene sus privilegios sobre las espaldas de la mayoría. Este es el sentido profundo de la famosa consigna del “1 % y 99 %” presentada por el movimiento de los Ocupa en Estados Unidos. De hecho, básicamente, hay una voluntad creciente por no dejar hacer, por tomar las cosas en nuestras manos… la idea de que las masas deben organizar la sociedad… A partir de “¡todo el poder a las AG!”, hay una real aspiración para construir una sociedad donde ya no sea una minoría la que dicte nuestras vidas.
Pero la cuestión es: ¿esta nueva sociedad pasa realmente por una lucha por “democratizar el capitalismo”?
Capitalismo, dictatorial o democrático,
sigue siendo un sistema de explotación
Sí, estar dirigidos por una minoría de privilegiados es insoportable. Sí, es hora de que “tomemos” en nuestras manos nuestras vidas ¿Pero qué es ese “nosotros”? En la respuesta dada mayoritariamente por movimientos actuales, el “nosotros” es “todo mundo”. “Todo mundo” debe conducir a la sociedad actual, es decir, el capitalismo, hacia una verdadera democracia. Pero allí aparecen los verdaderos problemas: el capitalismo… ¿no pertenece… a los capitalistas? ¿Este sistema de explotación no es la esencia misma del capitalismo? Si la democracia, tal como existe hoy en día, es la gestión del mundo por una élite, ¿no es porque este mundo y esta democracia pertenecen a esta misma elite? Reflexionemos más a fondo, imaginemos por un momento una sociedad capitalista animada por una democracia perfecta e ideal donde “todo el mundo” decida todo colectivamente. Aún en esos modelos de “democracia participativa” gestionar una sociedad de explotación no significa eliminar esa explotación... En los 80s, conocimos varios intentos autogestionarios donde los obreros tomaron a cargo las empresas para gestionarlas (la refresquera Pascual Boing en México es un ejemplo incuestionable): colectivamente han administrado y de manera igualitaria “su” empresa. Pero siguiendo las leyes infranqueables del capitalismo, han tenido que aceptar la lógica del mercado… el autodespido y los bajos salarios toman una forma muy “libre” y muy “democrática”. Hoy en día vemos, en el capitalismo, que aún la democracia más cercana a la perfección no cambiaría nada para construir una nueva sociedad. La democracia, en el capitalismo, no es un órgano para la conquista del poder por el proletariado ni para la abolición del capitalismo… ¡es un modo de gestión política del capitalismo! Para poner fin a la explotación solo existe una solución, la revolución.
¿Quién pueden cambiar el mundo?
¿Quién puede hacer la revolución?
Cada vez somos más los que soñamos con una sociedad donde la humanidad tome su vida en sus manos, donde tome sus propias decisiones, donde no sea dividida entre explotadores y explotados, sino unida e igualitaria… Pero la pregunta es ¿quién puede construir ese mundo? ¿Quién podría permitir que la humanidad tome mañana en sus manos la sociedad?, ¿”Todos”?, ¡no! Porque “todos” no tienen ningún interés en poner fin al capitalismo. La gran burguesía luchará siempre con uñas y dientes para mantener su sistema y su posición dominante sobre la humanidad, así sea al precio de sangre a raudales, ello incluye evidentemente a las “grandes democracias”. Y en ese “todo el mundo”, también hay artesanos, intelectuales, propietarios de tierras…, en definitiva la pequeña burguesía, que o bien trata de mantener el tren de vida que ofrece la sociedad y en ese sentido es conservadora, o bien (cuando la proletarización la amenaza), se vuelve presa de la nostalgia de un pasado idealizado. Poner fin a la propiedad privada no es ciertamente parte de sus proyectos.
Para convertirse en dueña de su propio destino, la humanidad debe salir del capitalismo. Sin embargo, sólo el proletariado puede derrocar este sistema. La clase trabajadora incluye a asalariados de fábricas y oficinas, privadas y públicas, a jubilados y jóvenes trabajadores, a los desempleados y eventuales. Este proletariado forma la primera clase en la historia a la vez explotada y revolucionaria. Anteriormente, fueron los nobles los que dirigieron la lucha revolucionaria contra el esclavismo, después fueron los burgueses contra el feudalismo. En cada ocasión un sistema de explotación ha sido derrocado y reemplazado por… un nuevo sistema de explotación. Ahora, finalmente, son los mismos explotados, a través de la clase trabajadora, los que pueden derribar el sistema dominante y así construir un mundo sin fronteras y sin clases. Sin fronteras porque nuestra clase es internacional; en todas partes es el mismo yugo capitalista, en todo el mundo tiene los mismos intereses. Desde 1848, nuestra clase se ha dotado de este grito de combate: “¡Los proletarios no tienen patria! ¡Proletarios de todos los países, únanse!”. Todos los movimientos de los últimos meses, en el Medio Oriente, los Indignados, los Ocupa... se reclaman unos y otros de ello, de un país a otro, de un continente a otro, mostrando nuevamente que no hay fronteras para la lucha de los explotados y oprimidos. Pero estos movimientos de protestas también tienen una gran debilidad : la fuerza de los explotados, la clase obrera, todavía no tiene conciencia de sí misma, de su existencia, de su fuerza, de su capacidad para organizarse como clase… de hecho, hoy se ahoga en el “todos” y sigue siendo víctima de la trampa ideológica que proclama “un capitalismo más democrático”.
Para hacer triunfar la revolución internacional y construir una nueva sociedad, es necesario que nuestra clase desarrolle su lucha, su unidad, su solidaridad y sobre todo su conciencia de clase. Para ello se requiere que pueda organizar en su seno el debate, amplias discusiones, lo más vivas posible, las más efervescentes posible para desarrollar su comprensión del mundo, de este sistema, de la naturaleza de su combate. Los debates deben ser libres y abiertos a todos aquéllos que quieran intentar responder a las numerosas cuestiones que se plantean a los explotados: ¿Cómo desarrollar la lucha?, ¿cómo organizarnos?, ¿cómo enfrentar la represión? Y deben ser muy firmes contra quienes vienen a ser los portavoces del orden establecido. ¡No se trata ciertamente de salvar o reformar este mundo agonizante y bárbaro! Es de cierta manera un espejo de la democracia ateniense, su imagen invertida: en la Grecia antigua, en Atenas, la democracia era un privilegio de los dueños de esclavos, de los ciudadanos varones, las otras capas de la sociedad estaban excluidas. Ahora bien, en la lucha revolucionaria del proletariado, la más grande libertad existe en su seno pero excluye a aquéllos que tienen como interés mantener la explotación capitalista.
Los movimientos de los Indignados y los Ocupa llevan la marca característica de esta disposición para debatir, esta efervescencia increíble, esa creatividad de las masas en acción que caracterizan a nuestra clase cuando lucha ([1]). Pero su fuerza creativa está ahora diluida, incluso paralizada, por su incapacidad para excluir de su lucha y de sus debates a aquéllos que realmente trabajan en cuerpo y alma por la supervivencia del sistema actual. Si realmente queremos enviar un día al basurero de la historia las palabras como ganancia, explotación, represión y finalmente ser los dueños de nuestras propias vidas, el camino a seguir deberá necesariamente separarse de los llamados ilusorios para “democratizar el capitalismo” y de todos los cantos sobre un “capitalismo más humano”.
CCI, 28 -01-12
[1]) En México, el movimiento de los Indignados del Monumento a la Revolución fue copando rápidamente todo intento genuino por debatir y reflexionar. Los simpatizantes o partidarios de “Democracia Real Ya” han llevado todo a las “medidas concretas” y a las decisiones de comisiones fuera del control de las asambleas.