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Hambrunas, inflación y miseria…
¡Eso es el capitalismo!
La crisis capitalista, pese a los discursos y declaraciones de funcionarios y personeros del capital, se acelera cada día y al hacerlo la clase dominante, para aliviar en algo a sus ganancias, aplica medidas tan fieras que la vida de los trabajadores y demás explotados se degrada a niveles impensables. Es facil para Felipe Calderón decir que “con acciones firmes y contundentes sí es posible resolver la crisis financiera en el mundo y estimular el crecimiento económico global…”, mientras la magnitud de la crisis ensancha la pauperización de las masas de explotados. A mediados del año 2011 el ex secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, sin un viso de vergüenza decía que “hace mucho tiempo que México dejó de ser pobre…” Por eso, teniendo esa percepción tan mistificada de la realidad, la burguesía califica a la hambruna que sufren los grupos de indigenas Raramuris (habitantes de la sierra de Chihuahua) como un accidente causado por efectos climáticos; aquellos sectores de la misma clase en el poder que desean mostrarse más “radicales” afirman que se trata de la ejemplificación de una falla del modelo económico, o bien lo minimizan diciendo que es un problema marginal, por ser apenas poco más de 54 mil los Raramuris censados. Pero todos estos argumentos son para negar lo que la realidad hace ver, es decir, que las causas de la miseria y la hambruna general o de algunos grupos poblacionales, es por la existencia del capitalismo.
El hambre y la miseria se generalizan
Los discursos que la burguesía realiza para deslindar al capitalismo de la miseria y las hambrunas, se acompañan de campañas “humanitarias”, como lo viene haciendo ante la hambruna de los Raramuris. Más hipócrita se ve esta medida, cuando se sabe que la situación de hambre y de despojo que vive este grupo es continua. Es cierto que las poblaciones de indígenas, por su condición de campesinos despojados de forma continua y arrojados a la depauperación viven en una dolorosa condición de miseria, no obstante el problema del hambre y la miseria creciente no se concentra solo en ellos, en las ciudades y en los campos de labor, los asalariados viven de forma directa esa realidad. Por eso las acciones “humanitarias” de los gobiernos federal y estatal no solucionan nada, porque el hambre se va convirtiendo en un problema generalizado.
Los propios datos oficiales, por más maquillaje que se les quiera poner, dan cuenta de cómo los bajos salarios y la precariedad en los trabajos se han acentuado desde 2008. Por eso no es fortuito que la alimentación de los trabajadores mexicanos haya tomado como base a las calorías más baratas: azúcar y cereal… de manera que gran parte de su energía proviene del alto consumo de gaseosas, provocando, como consecuencia, que ahora México sea el país con la mayor población adulta con problemas de obesidad y por tanto con mayores enfermedades crónicas (como la diabetes e hipertensión) lo cual marca la degradación de la vida de los millones de explotados. El problema de la obesidad y el crecimiento del hambre y la miseria no son problemas con origen diferente, todos ellos son expresión de la degradación de la vida que crea el capitalismo.
Incluso los hijos de los trabajadores sufren de forma directa los ataques de la burguesía: la degradación de los salarios ha llegado a tales extremos, que cada vez hay un número mayor de niños entre 12 y 17 años que se ven obligados a laborar (según la CEPAL, 25 % en las zonas rurales y 15 % en las ciudades). Y para las jóvenes generaciones de proletarios las dificultades que enfrenta para lograr un empleo son crecientes, y como ejemplo está la situación vivida por los estudiantes normalistas que (en el pasado mes de diciembre) se manifestaban (entre otros aspectos) en demanda de plazas laborales para los egresados de esa escuela y lo que reciben son balas de la policía que terminan asesinando a dos de los estudiantes.
Los técnicos de la burguesía nos dirán que no podemos hablar de hambruna generalizada porque no hay por efecto del hambre una tasa de mortalidad diaria de más de dos adultos, ni está el 30 % de los infantes en desnutrición aguda. Y efectivamente la situación no se ajusta a esos parámetros, pero la dificultad para obtener el alimento, que es la necesidad inmediata de los trabajadores crece cada día y afecta a todas las generaciones del proletariado y demás explotados.
Todo sube, menos los salarios
Otro de los grandes discursos de la burguesía es que a través de sus medidas ha logrado contener la inflación y por ese medio crea una protección a la capacidad adquisitiva de los salarios. En cada momento nos muestran sus cifras para confirmar que las contracciones monetarias han tenido éxito, pero si esas mismas cifras son analizadas, encontramos que el índice con el que miden la inflación representa diversas mercancías y solo una parte de ellos forman parte de las consumidas por trabajadores (a la que ellos mismos denominan como canasta básica), de manera que la burguesía puede mantener un dato de inflación general que expresa una contención de precios generales, con lo que esconde el incremento de los precios de las mercancías de consumo obrero.
De manera que la estrategia de la burguesía es aplastar los salarios y elevar precios de los alimentos y demás mercancías de subsistencia, y de esa manera se apropia del fondo destinado para consumo de los obreros, elevando así los niveles de explotación y llevando por este medio una carga mayor de la crisis sobre los hombres de los asalariados. Si analizamos las cífras de 2002 a enero de 2012, notamos que mientras el índice general de precios se eleva en 44 %, los salarios lo hacen en 43 % (en promedio), lo cual muestra un desfase pequeño, tal vez poco significativo, pero si vemos el comportamiento de los precios de los bienes que forman la “canasta obrera”, este se ha incrementado, en el mismo período, en 82 %.
Pero si el hambre crece y el incremento de los precios es una medida que la burguesía puede usar para ampliar la explotación, también existe la fuerza de los trabajadores para oponerse a ese accionar.
Los trabajadores asalariados no son una clase pasiva que solo ven pasar la historia lamentándose por su calamitosa vida, el proletariado es una clase capaz de tomar conciencia de su condición social y mostrar su rechazo a las leyes económicas del capitalismo a través de la unidad y la movilización masiva. La demanda de salario es el aspecto que debe permitir unificar el descontento de los explotados, pero también debe ser premisa para la reflexión de que una sociedad diferente sin explotación y sin hambre es necesaria.
Tatlin, febrero del 2012