Decadencia del capitalismo - 40 años de crisis abierta ponen de manifiesto que el capitalismo decadente no tiene cura

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El boom de posguerra llevó a muchos a pensar que el marxismo estaba anticuado, que el capitalismo había descubierto el secreto de la eterna juventud ([1]) y que en adelante la clase obrera ya no era el actor del cambio revolucionario. Pero una pequeña minoría de revolucionarios, trabajando muy a menudo en un aislamiento casi total, mantuvo sus convicciones en los principios fundamentales del marxismo. Uno de los más importantes de entre ellos fue Paul Mattick, en Estados Unidos. Mattick respondió a Marcuse, que pretendía haber descubierto un nuevo sujeto revolucionario, en su libro Los límites de la integración: el hombre unidimensional en la sociedad de clase (1972) ([2]), donde reafirmaba el potencial revolucionario de la clase obrera para derrocar el capitalismo. Pero su contribución más duradera fue probablemente su libro Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, publicado en inglés por primera vez en 1969 pero basado en estudios y análisis realizados a partir de los años cincuenta.

Aunque ya a finales de los años sesenta empezaron a aparecer los primeros signos de una nueva fase de crisis económica abierta (con la devaluación de la libra esterlina en 1967 por ejemplo), defender la idea de que el capitalismo seguía siendo un sistema minado por una profunda crisis estructural, era entonces ir, sin lugar a dudas, a contracorriente. Pero Mattick siguió haciéndolo más de 30 años después de haber resumido y desarrollado la teoría de Henryk Grossman sobre el hundimiento del capitalismo en su principal trabajo, La crisis permanente (1934) ([3]), y manteniendo que el capitalismo era ya un sistema social en regresión, y que las contradicciones subyacentes al proceso de acumulación no se habían exorcizado sino que tendían a resurgir. Centrándose en la utilización del Estado por la burguesía con el fin de controlar el proceso de acumulación, ya sea en la forma keynesiana de “economía mixta” en Occidente o en su versión estalinista en el Este, puso de manifiesto que la manipulación de la ley del valor no era el signo de la superación de las contradicciones del sistema (como por ejemplo defendía Paul Cardan/Cornelius Castoriadis, especialmente en El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno, 1979) sino, precisamente lo contrario, la expresión de su decadencia:

A pesar de la larga duración coyuntural de la llamada prosperidad que los países industriales avanzados vivieron, nada permite suponer que la producción de capital puede superar, gracias a la intervención del Estado, las contradicciones que le son inherentes. Al contrario, el incremento de dicha intervención lo que indica es la persistencia de la crisis de producción de capital, mientras que el crecimiento del sector controlado por el Estado pone de manifiesto la decadencia cada vez más acentuada del sistema de empresa privada” ([4]).

Como puede verse las soluciones keynesianas eran artificiales, aptas para diferir pero no para hacer desa­parecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal y como Marx los había predicho” ([5]).

Mattick mantenía pues que … el capitalismo –al contrario de lo que aparenta - se ha convertido hoy en un sistema regresivo y destructivo” ([6]).

Y al principio del capítulo XIX, “El imperativo imperialista”, Mattick afirma que el capitalismo no puede evitar su tendencia a la guerra ya que es el resultado lógico del bloqueo del proceso de acumulación. Pero escribiendo al mismo tiempo que … se puede suponer que, por medio de la guerra, [la producción para el derroche] se producirán transformaciones estructurales de la economía mundial y la relación de fuerzas políticas que permitirán a las potencias victoriosas beneficiarse de una nueva fase de expansión” ([7]), y añade que eso no debe tranquilizar a la burguesía porque Esta clase de optimismo ya no tiene sentido vista la capacidad de destrucción de las armas modernas, especialmente las atómicas([8]).

Además, para el capitalismo, saber que la guerra puede conducir a un suicidio general (...) no debilita de ningún modo la tendencia hacia una nueva guerra mundial” ([9]).

La perspectiva que anuncia en la última frase de su libro sigue siendo válida, y es la misma que los revolucionarios ya habían enunciado en la época de la Primera Guerra mundial: “socialismo o barbarie”.

Sin embargo, hay algunos defectos en el análisis que hace Mattick de la decadencia del capitalismo en su libro Marx y Keynes. Por una parte, ve la tendencia a la distorsión de la ley del valor como una expresión de la decadencia; pero, por otra, afirma que los países del bloque del Este, enteramente estatalizados, no están sujetos a la ley del valor y por tanto tampoco a la tendencia a las crisis. Defiende incluso que, desde el punto de vista del capital privado, estos regímenes pueden “definirse como un socialismo de Estado, por el mero hecho de que el capital allí está centralizado por el Estado” ([10]), aunque desde el punto de vista de la clase obrera, hay que definirlos como capitalismo de Estado. En cualquier caso, el capitalismo de Estado no está afectado por la contradicción entre producción rentable y producción no rentable, una contradicción que sí sufre el sistema rival (….) el capitalismo de Estado puede producir de manera rentable o no, sin caer en el estancamiento([11]).

Desarrolla la idea de que los Estados estalinistas son, en cierto modo, un sistema diferente, profundamente antagónico a las formas occidentales de capitalismo –y es en este antagonismo donde parece situar la fuerza motriz de la Guerra fría, puesto que escribe con respecto al imperialismo contemporáneo que: contrariamente al imperialismo y al colonialismo de tiempos del liberalismo, se trata esta vez no sólo de una lucha por fuentes de materias primas, mercados privilegiados y campos de exportación del capital, sino también de una lucha contra nuevas formas de producción de capital que escapan a las relaciones de valor y a los mecanismos competitivos del mercado y en consecuencia, en este sentido, de una lucha por la supervivencia del sistema de propiedad privada” ([12]).

Esta interpretación se realiza al mismo tiempo que su argumento según el cual los países del bloque del Este no tienen, estrictamente hablando, una dinámica imperialista propia.

El grupo Internationalism en Estados Unidos –que iba a convertirse más tarde en una sección de la CCI– destacó esta debilidad en el artículo que publicó en el no 2 de su revista a principios de los años setenta, “El Capitalismo de Estado y ley del valor, una respuesta a Marx y Keynes”. El artículo pone de manifiesto que el análisis que hace Mattick de los regímenes estalinistas mina el concepto de decadencia que él, por otra parte, defiende: ya que si el capitalismo de Estado no es propenso a las crisis; sí es en realidad, como lo defiende Mattick, más favorable a la “cibernetización” y al desarrollo de las fuerzas productivas; si el sistema estalinista no estuviera empujado a seguir sus tendencias imperialistas, los fundamentos materiales de la revolución comunista desaparecerían y la alternativa histórica planteada por el periodo de decadencia se hace también incomprensible:

“Cuando Mattick emplea el término capitalismo de Estado lo hace de forma inapropiada. El capitalismo de Estado o “socialismo de Estado”, que Mattick describe como un método de producción explotador pero no capitalista, se asemeja mucho a la descripción hecha por Bruno Rizzi y Max Shachtman del “colectivismo burocrático”, en los años anteriores a la guerra. El hundimiento económico del capitalismo, de un modo de producción basado en la ley del valor que Mattick considera inevitable, no sitúa la alternativa histórica en los términos de socialismo o barbarie, sino en la disyuntiva entre socialismo o barbarie o “socialismo de Estado”.”

La realidad dio la razón al artículo de Internationalism. De manera general, es cierto que la crisis en los países del Este no tomó la misma forma que en el Oeste. Esencialmente se manifestó como subproducción y no como sobreproducción, especialmente en lo que se refiere a los bienes de consumo. Pero el desarrollo de la inflación que devastó esas economías durante décadas, y a menudo fue la chispa que encendió los movimientos más importantes de la lucha de clases, fue la señal de que la burocracia no había conjurado en modo alguno el impacto de la ley del valor. Sobre todo, el hundimiento del bloque del Este ilustró no solo el callejón sin salida en que se había metido en lo social y lo militar. Sobre todo, puso de manifiesto que la ley del valor se “tomó su revancha” con los regímenes que habían pretendido esquivarla. Por eso, al igual que el keynesianismo, el estalinismo se reveló una “solución artificial”, apta para diferir momentáneamente, pero no para hacer desaparecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal como Marx los habían predicho([13]).

El espíritu de Mattick fue creciendo en arrojo gracias a la experiencia directa de la revolución alemana y la defensa de las posiciones de clase contra la contrarrevolución triunfante en los años 1930 y 1940. Otro “superviviente” de la Izquierda Comunista, Marc Chirik, también siguió militando durante el período de reacción y guerra imperialista. Marc Chirik fue un miembro fundamental en el seno de la Izquierda Comunista de Francia (ICF) cuya contribución ya examinamos en el artículo anterior de esta serie. Durante los años 1950 residió en Venezuela y, temporalmente, estuvo desvinculado de toda actividad política organizada. Pero a principios de los años 1960, consiguió agrupar a un círculo de jóvenes militantes que formaron el grupo Internacionalismo, fundado sobre la base de los mismos principios políticos que desarrolló la Izquierda Comunista en Francia, incluyendo explícitamente el concepto de Decadencia del capitalismo. Pero mientras que la ICF había luchado por mantenerse viva políticamente en un período oscuro y difícil en la historia del movimiento obrero, el grupo surgido en Venezuela fue una expresión organizada que expresaba los cambios que se estaban produciendo en la conciencia de la clase obrera a nivel mundial. Reconoció con una claridad sorprendente que las dificultades financieras que comenzaban a corroer el organismo, aparentemente sano, del capitalismo significaban realmente el principio de una nueva manifestación de su crisis histórica que encontraría ante sí a una generación no derrotada de la clase obrera. Internacionalismo escribió en enero de 1968:

No somos profetas y no pretendemos tampoco predecir cuándo y cómo se desarrollarán los acontecimientos en el futuro. Pero lo que sí es evidente y cierto es que el proceso en el cual comienza hoy a hundirse el capitalismo no puede detenerse y conduce directamente a la crisis. Igualmente, somos conscientes de que el desarrollo de la combatividad de clase del que empezamos a ser testigos hoy conducirá el proletariado a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.

Este grupo fue uno del los más lúcidos en la interpretación de los movimientos sociales masivos en Francia en mayo de 1968 y en Italia y otros lugares el año siguiente, al calificarlos como las expresiones del fin del período de la contrarrevolución.

Para Internacionalismo, esos movimientos de clase eran una respuesta del proletariado a los primeros efectos de la crisis económica mundial que ya había producido un incremento del desempleo y las tentativas por controlar los aumentos de salario. Para otros, aquellos acontecimientos históricos sólo eran una manifestación mecánica de un marxismo caduco y anticuado: Mayo de 1968 expresaba sobre todo, la rebelión directa del proletariado contra la alienación en el seno de una sociedad capitalista que funcionaba a pleno rendimiento. Tal era el punto de vista de los llamados Situacionistas que consideraban que toda tentativa de relacionar el desarrollo de la crisis con la lucha de clase era expresión de la visión de sectas de la época de los dinosaurios:

Por lo que se refiere a las ruinas del viejo ultra-izquierdismo no trotskista, necesitan encontrar al menos una crisis económica abierta para aplicar sus esquemas. Supeditan todo movimiento revolucionario a la vuelta de esa crisis y, no ven nada más allá. Ahora que reconocen una crisis revolucionaria en Mayo, deben probar que esta crisis económica “invisible” ya estaba allí en la primavera de 1968. Sin miedo al ridículo que protagonizan, en eso trabajan hoy, produciendo esquemas sobre la subida del desempleo y la inflación. Para ellos, la crisis económica no es una realidad objetiva terriblemente visible como la que se vivió en 1929, sino la presencia eucarística en que se apoya su religión” ([14]).

Como hemos demostrado anteriormente, la opinión de Internacionalismo sobre las relaciones entre la crisis y la lucha de clases no se modificó retrospectivamente; al contrario, su fidelidad al método marxista le permitió prever, en base a algunos hechos significativos aunque no espectaculares, el estallido de movimientos como Mayo de 1968. La agudización de la crisis a partir de 1973 de una forma mucho más visible, clarificó rápidamente el hecho de que era la Internacional Situacionista (que había adoptado más o menos la teoría de Cardan de que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas), la que tenía una visión anclada en una idea de la vida del capitalismo que se había acabado definitivamente.

La hipótesis de que Mayo de 1968 expresaba una reaparición significativa de la clase obrera fue confirmada por la proliferación internacional de grupos y círculos que intentaron desarrollar una crítica auténticamente revolucionaria del capitalismo. Naturalmente, después de un período tan largo de reflujo debido a la contrarrevolución, este nuevo movimiento político proletario era muy heterogéneo e inexperimentado. Reaccionando contra los horrores del estalinismo, estaba muy generalizada la desconfianza en su seno hacia el concepto de organización política y, en general, estaba dominado por una reacción visceral hacia todo lo que se suponía que representaba el “leninismo” y la supuesta rigidez del marxismo. Algunos de aquellos grupos se perdieron en un activismo frenético y, en ausencia de un análisis a largo plazo, no sobrevivieron al final de la primera ola internacional de luchas obreras iniciada en 1968. Otros grupos no negaban la relación entre luchas obreras y crisis, pero la comprendían desde un punto de vista completamente diferente a Internacionalismo. Pensaban que era básicamente la combatividad obrera la que había producido la crisis al defender sus reivindicaciones de aumentos salariales sin restricciones y negándose a someterse a los niveles de reestructuración capitalistas que exigía la profundización de la crisis económica. Este punto de vista fue defendido en Francia, en particular por el Groupe de Liaison pour l’Action des Travailleurs (Grupo de Enlace por la Acción de los Trabajadores, uno de los numerosos herederos de Socialismo o Barbarie) y en Italia por la corriente de la autonomía obrera, que consideraba el marxismo “tradicional” como desesperadamente “objetivista” (volveremos sobre esta visión en un próximo artículo) en su comprensión de las relaciones entre la crisis y la lucha de clases. Sin embargo, esta nueva generación descubriría también los trabajos de la Izquierda Comunista y que la defensa de la teoría de la Decadencia del capitalismo formaba parte de ese patrimonio histórico. Marc Chirik y algunos jóvenes camaradas del grupo Internacionalismo decidieron trasladarse a Francia y, en el fuego de los acontecimientos de 1968, participaron muy activamente en la formación del primer núcleo del grupo llamado Révolution Internationale. Desde sus inicios, Révolution Internationale puso el concepto de decadencia en el centro de su planteamiento político y consiguió convencer a una serie de grupos e individuos de corrientes consejistas y libertarias de que sus posiciones de oposición a los sindicatos, a las liberaciones nacionales y a la democracia capitalista no podían defenderse correctamente sin un marco histórico coherente. En los primeros números de Révolution Internationale, se publicaron una serie de artículos sobre “La decadencia del capitalismo” que posteriormente se publicarían en forma de folleto firmado por la Corriente Comunista Internacional (CCI). Este texto está disponible en nuestra web ([15]) y contiene los principales fundamentos históricos del método político de la CCI, basados en un amplio recorrido histórico que va del comunismo primitivo, los diferentes modos de producción que han precedido al capitalismo y un examen muy exhaustivo del ascenso y la decadencia del propio capitalismo.

Como los artículos de esta serie, dicho folleto se basa en el concepto de Marx de las “épocas de las revoluciones sociales”, poniendo de relieve los elementos clave y las características comunes a todas las sociedades de clases en los períodos en que se convirtieron en obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad: la intensificación de las luchas entre fracciones de la clase dominante, el papel creciente del Estado, la descomposición de las justificaciones ideológicas, las luchas crecientes de las clases oprimidas y explotadas. Aplicando este planteamiento general a las especificidades de la sociedad capitalista, intenta mostrar cómo el capitalismo, desde el principio del siglo xx, pasa de ser una “forma de desarrollo” para transformarse en un “obstáculo” histórico para el desarrollo de las fuerzas productivas. Este hecho, se plasma especial y brutalmente en el advenimiento de las guerras mundiales, los numerosísimos conflictos imperialistas que las han acompañado, las luchas revolucionarias que estallaron a partir de 1917, el enorme aumento del papel del Estado y el increíble derroche de trabajo humano en el desarrollo de la economía de guerra y otras formas de gastos improductivos.

Esta visión general, presentada en una época en la que las primeras manifestaciones de una nueva crisis económica se hacían cada vez más visibles, convenció a una serie de grupos de otros países de que la teoría de la decadencia constituía un punto de partida fundamental para las posiciones comunistas de izquierda. De hecho, no solo estaba en el centro de la Plataforma política de la CCI, también fue adoptada por otras tendencias como Revolutionary Perspectives y, más tarde, por la Communist Workers Organisation (CWO) en Gran Bretaña. Sin embargo, hubo importantes desacuerdos sobre las causas de la decadencia del capitalismo: el folleto de la CCI adoptaba, en líneas generales, el análisis de Rosa Luxemburg, aunque el análisis del boom de posguerra (que veía la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra como una especie de nuevo mercado) fue más tarde objeto de debates en seno de la CCI, y hubo siempre, en el interior de la CCI, otras opiniones sobre la cuestión, en particular por parte de camaradas que han defendido la teoría de Grossman-Mattick, compartida también por la CWO y otros grupos. Pero en este período de reemergencia del movimiento revolucionario de nuestra época, “la teoría de la decadencia” alcanzó adquisiciones significativas.

Balance de un sistema moribundo

En nuestra contribución al trabajo para recoger y presentar de forma histórica y sistemática los esfuerzos que varias generaciones de revolucionarios dedicaron a comprender el período de decadencia del capitalismo, llegamos ahora a los años 1970 y 1980. Pero antes de examinar la evolución –y las numerosas regresiones– que hubo en lo teórico durante esas décadas hasta hoy, nos parece útil recordar y poner al día el balance que publicamos en el primer artículo de esta serie ([16]), ya que desde principios de 2008 (fecha de su publicación) se han producido acontecimientos espectaculares a nivel económico.

1. En lo económico

En los años 1970 y 1980, la primera oleada de lucha de clases a nivel internacional conoció una serie de avances y retrocesos, pero la crisis económica avanzaba inexorablemente invalidando la tesis de los “autonomistas” que afirmaban que las dificultades económicas se debían al desarrollo de las luchas obreras. La Gran Depresión de los años 1930, que se desarrolló en un contexto histórico marcado por una profunda y brutal derrota de la clase obrera a escala mundial, ya había desmentido ampliamente la citada tesis de los llamados autonomistas. Es más, la aparición y evolución visible de la quiebra económica tanto a mediados de los años 1970, como a principios de los años 1980 y a lo largo de los 1990, años todos ellos que conocieron momentos de retrocesos y desaparición de la lucha de la clase obrera, volvió a poner de manifiesto que la profundización de la crisis económica era un proceso “objetivo”, dinámico y complejo que no estaba determinado en lo esencial por el grado de resistencia que la clase obrera fuera capaz de oponer.

Ese período mostró igualmente que el curso y el ritmo de la crisis económica se escapaba a una voluntad de control eficaz por parte la burguesía. El abandono de las políticas keynesianas que habían acompañado los años de auge de posguerra supuso el retorno de una inflación galopante. Ante esta situación, la burguesía en los años 1980 intentó “equilibrar las cuentas” por medio de políticas económicas que causaron una marea de desempleo masivo y una desindustrialización de gran calado en la mayoría de los países centrales del capitalismo. Durante los años siguientes, hubo nuevas tentativas para estimular el crecimiento económico utilizando como recurso principal, y a una escala desconocida hasta entonces, el endeudamiento masivo. Esta política económica permitió la existencia de “bonanzas económicas” de corta duración pero causó también una acumulación subyacente de profundas tensiones que estallaron y aparecieron a la luz del día con la quiebra de 2007-08.

Una panorámica general e histórica de la evolución de la economía capitalista mundial desde 1914 no muestra, ni mucho menos, el escenario propio de un modo de producción ascendente. Muy al contrario, muestra de forma evidente y dramática la realidad de un sistema incapaz de evitar el callejón sin salida que vive en su declive, cualesquiera que sean las técnicas que haya intentado utilizar:

 1914-1923: Primera Guerra mundial y primera oleada internacional de revoluciones proletarias. La Internacional Comunista define la situación histórica como la “época de las guerras y las revoluciones”;

 1924-1929: breve reanudación que no disipa el estancamiento de posguerra de las “viejas” economías y de los “viejos” imperios; el “boom” se limita a los Estados Unidos;

 1929: la expansión exuberante del capital norteamericano acaba en una quiebra espectacular, precipitando al capitalismo en la depresión más profunda y generalizada de su historia. No hay revitalización espontánea de la producción como era el caso en las crisis cíclicas del siglo xix. Se utilizan medidas de capitalismo de Estado para reactivar la economía, medidas que forman parte de una dinámica que desemboca imparablemente hacia la Segunda Guerra mundial;

 1945-1967: Desarrollo muy importante de los gastos del Estado (medidas keynesianas) financiados esencialmente por medio del endeudamiento y que se basan en ganancias de productividad inéditas, que crean las condiciones de un período de crecimiento y prosperidad sin precedentes, aunque una gran parte del llamado “Tercer Mundo” se queda casi totalmente excluida;

 1967-2008: 40 años de crisis abierta, evidenciada en particular por la inflación galopante de los años 1960 y el desempleo masivo de los años 1980. Durante los años 1990 y a principios de los años 2000, esta gravedad histórica de la crisis se manifiesta más “abierta y claramente” en momentos concretos y, de forma más evidente en algunas partes del globo que en otras. La eliminación de las restricciones al movimiento de capitales y la especulación financiera a escala mundial, toda una serie de deslocalizaciones industriales hacia países y zonas del planeta donde la mano de obra es mucho más barata, el desarrollo de nuevas tecnologías, y, sobre todo, el recurso casi ilimitado al crédito por parte de los Estados, las empresas y los hogares: todo esto crea una burbuja de “crecimiento” en la cual pequeñas élites acumulan enormes beneficios, países como China conocen un crecimiento industrial frenético y, el crédito al consumo alcanza cotas sin precedentes en los países capitalistas centrales. Sin embargo, las señales de alarma y de la gravedad de lo que va a llegar años después subyacen claramente a lo largo de este período: recesiones abiertas suceden sistemáticamente a los momentos de crecimiento (por ejemplo las de 1974-75, 1980-82, 1990-93, 2001-2002, la quiebra bursátil de 1987, y un largo etc.). Tras cada recesión, las nuevas opciones de crecimiento para el capital se van estrechando. Contrariamente a los “hundimientos” del período ascendente cuando existía siempre la posibilidad de una extensión exterior hacia regiones geográficas y económicas hasta entonces fuera del circuito capitalista, en el período histórico que analizamos esta opción se ha reducido a su mínima expresión. Al no disponer ya del recurso a esa salida, la clase capitalista está cada vez más obligada a intentar “engañar” a la ley del valor que condena su sistema al hundimiento. Esa voluntad de intentar saltarse, esquivar o manipular la ley del valor, es aplicable tanto a las políticas abiertamente de capitalismo de Estado (en sus versiones keynesianas y/o estalinistas), que apuestan por frenar los efectos de la crisis financiando los déficits y manteniendo sectores económicos no rentables con el fin de apoyar la producción, como a las políticas acuñadas como “neoliberales” que aparentemente se convirtieron en la “solución definitiva por fin encontrada” a la crisis, y que podemos reconocer personificadas en las figuras e ideologías de Thatcher y Reagan. En realidad son todas ellas emanaciones de la política de los Estados capitalistas y de su uso y abuso del recurso al crédito ilimitado y a la especulación para intentar hacer frente a la debacle económica. Lo que queda claro es que esas políticas, no se basan, en absoluto, en un respeto a las leyes clásicas de la producción capitalista de valor.

En ese sentido, uno de los acontecimientos más significativos que precedieron el derrumbe económico actual fue el hundimiento en 1997 de los “Tigres” y de los “Dragones” en Extremo Oriente. Si repasamos la historia podremos comprobar que tras una fase de crecimiento frenético alimentado por deudas se topó repentina y frontalmente contra un muro infranqueable: la obligación de comenzar a reembolsar y devolver todo lo prestado. Era una señal precursora del futuro que se perfilaba en el horizonte, aunque este fiasco brutal no se reveló con toda su crudeza y gravedad de manera inmediata, puesto que China e India tomaron el relevo asignándose el papel de “locomotoras” que se había reservado otrora a otras economías de Extremo Oriente. En el mismo sentido “la revolución tecnológica”, en particular en la esfera de la informática, a la que se dio gran importancia y cobertura en los años 1990 y también a principios del siglo XXI, tampoco salvó al capitalismo de sus contradicciones internas: aumentó la composición orgánica del capital y en consecuencia se redujo la cuota o tasa de ganancia, hecho que no pudo ser compensado con una verdadera expansión del mercado mundial. En realidad, tendió a empeorar el problema de la sobreproducción vertiendo cada vez más mercancías al mismo tiempo que las cifras de desempleo alcanzaban nuevos récords.

 2008 -…: la crisis del capitalismo mundial alcanza una situación cualitativamente nueva en la cual las “soluciones” aplicadas por los Estados capitalistas durante las cuatro décadas anteriores, especialmente el recurso masivo e ilimitado al crédito, estallan en la cara del mundo político, financiero y burocrático que las había utilizado asiduamente con una confianza obstinada y ciega durante el período anterior. Actualmente la crisis ha vuelto como un boomerang para instalarse en los países centrales del capitalismo mundial –Estados Unidos y la zona Euro– y todos los esfuerzos y políticas utilizados para mantener la confianza en las posibilidades de una extensión económica constante no han tenido efecto alguno. La creación de un mercado artificial utilizando, una vez más, la droga del crédito comienza a mostrar abiertamente sus límites históricos y amenaza con destruir el valor de la moneda y con generar una inflación galopante. Al mismo tiempo, el control del crédito y las tentativas de los Estados de reducir sus gastos con el fin de comenzar a reembolsar sus deudas no hacen más que limitar y reducir aún más el mercado. El resultado neto, es que el capitalismo entra ahora en una depresión que es básicamente más profunda y más insoluble que la de los años treinta del siglo pasado. Y mientras la depresión se extiende por Occidente, la gran esperanza de que un país como China soporte el conjunto de la economía sobre sus hombros es pura quimera: el crecimiento industrial de China se basa en su capacidad para vender mercancías baratas al Oeste, y si este mercado se contrae, China se enfrentará a una quiebra económica sin remedio.

Conclusión: mientras que en su fase ascendente, el capitalismo superó un ciclo de crisis que eran expresión a la vez de sus contradicciones internas y un momento indispensable de su expansión global, en los siglos xx y xxi, la crisis del capitalismo, como Paul Mattick defendió desde los años 1930, es permanente. El capitalismo ha llegado a un momento histórico en el que los paliativos y trampas que ha utilizado para mantenerse en vida se han convertido en un factor suplementario, de enorme importancia, de su enfermedad mortal.

2. En lo militar

La dinámica hacia la guerra imperialista expresa igualmente el callejón sin salida histórico de la economía capitalista mundial:

“Cuanto más se estrecha el mercado, más áspera se vuelve la lucha por la posesión de las fuentes de materias primas y el control del mercado mundial. La lucha económica entre distintos grupos capitalistas se concentra cada vez más, tomando la forma más acabada de las luchas entre Estados. La lucha económica exasperada entre Estados no puede finalmente solucionarse más que por la fuerza militar. La guerra se convierte en el único medio no de solución a la crisis internacional, sino el único medio por el cual cada imperialismo nacional tiende a hacer frente a las dificultades con las que se encuentra, a costa de los Estados imperialistas rivales. Las soluciones momentáneas de cada imperialismo particular, ya sea por victorias militares o económicas, tienen como consecuencia no solo la agravación de las situaciones en los países imperialistas perdedores, además implican necesariamente la agravación de la crisis mundial y la destrucción de enormes cantidades de valor acumuladas por decenas y cientos de años de trabajo social. La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio que es construido destruyendo los pilares y pisos inferiores para edificar las plantas superiores. Cuanto más frenética es la construcción en altura, más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es la apariencia de la cumbre más frágil es la base que lo sustenta, puesto que cada día es más endeble y movediza. El capitalismo, obligado a socavar sus propios pilares y fundamentos se convierte en un monstruo que con rabia acelera el hundimiento de la economía mundial, precipitando a la sociedad humana hacia la catástrofe y el abismo” ([17]).

Las guerras imperialistas, ya sean locales, regionales o mundiales, son la expresión más pura de la tendencia del capitalismo a su autodestrucción, ya sea por la destrucción física de capital, la masacre de poblaciones enteras o la inmensa esterilización de valor que representa la producción militar que no se limita únicamente a las fases de guerra abierta. La comprensión por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) de la naturaleza esencialmente irracional de la guerra en el período de decadencia fue obscurecida hasta cierto punto por la reorganización y la reconstrucción global de la economía que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Pero el auge económico de posguerra fue un fenómeno excepcional que no podrá repetirse nunca más. Sea cual fuese el método de organización internacional que adoptó el sistema capitalista en esa época, la guerra fue un fenómeno permanente. Después de 1945, cuando el mundo se dividió en dos enormes bloques imperialistas, el conflicto militar tomó, generalmente, la forma de guerras de “liberación nacional” a repetición a través de las cuales las dos superpotencias competían por conquistar la soberanía estratégica a escala mundial. Después de 1989, tras el hundimiento del bloque ruso, el más débil en realidad, lejos de reducirse la tendencia a la guerra, se reforzó abiertamente la implicación directa de la superpotencia restante, los Estados Unidos, en varios episodios bélicos: la Guerra del Golfo de 1991, en las guerras de los Balcanes al final de los años 1990, y en Afganistán e Irak después de 2001. Estas intervenciones de Estados Unidos tenían en gran parte por objeto –y como se ha visto fue un esfuerzo inútil– frenar las tendencias centrífugas en el plano imperialista que habían encontrado un espacio tras la disolución del antiguo sistema de bloques imperialistas. La realidad es que se produjo una agravación y proliferación de las rivalidades locales, concretadas en los conflictos atroces que devastaron África (de Ruanda al Congo, o de Etiopía a Somalia), en las tensiones exacerbadas en torno al problema entre Israel y Palestina, hasta la amenaza de un potencial choque nuclear entre la India y Pakistán.

La Primera y Segunda Guerras Mundiales en el siglo xx supusieron una modificación profunda en la relación de fuerzas entre los principales países capitalistas, esencialmente en beneficio de Estados Unidos. De hecho, la soberanía aplastante de Estados Unidos a partir de 1945 fue un factor clave de la prosperidad económica de posguerra. Pero contrariamente a lo que proclamaba uno de los lemas favoritos en los años 1960 la guerra no era “la salud del Estado”. De la misma forma que la enorme hipertrofia de su sector militar causó el hundimiento del bloque del Este, el compromiso y el esfuerzo desarrollado por los Estados Unidos para mantenerse como gendarme mundial también se han convertido en el factor de su propia decadencia como imperio. Las enormes sumas de dinero invertidas en las guerras de Afganistán e Irak no han sido compensadas ni mucho menos con los beneficios rápidos de Halliburton u cualquier otro de sus acólitos capitalistas. Al contrario, eso contribuyó a transformar a Estados Unidos en uno de los principales deudores del mundo, cuando antes era el principal acreedor mundial.

Algunas organizaciones revolucionarias, como la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI), defienden la idea de que la guerra, y sobre todo la Guerra Mundial, son eminentemente racionales desde el punto de vista del capital. Defienden la idea de que, al destruir la masa hipertrofiada de capital constante que es la causa de la reducción de la tasa de ganancia, la guerra en la decadencia del capitalismo tiene como efecto la restauración de dicha tasa y el lanzamiento de un nuevo ciclo de acumulación. No entraremos aquí en este debate pero, aunque tal análisis fuera justo, no podría ser una solución para el capital. En primer lugar, porque nada permite decir que las condiciones de una tercera guerra mundial –que requiere, entre otras cosas, la formación de bloques imperialistas estables– estén reunidas en un mundo donde la norma es cada vez más la de “cada uno a la suya”. Y aunque una tercera guerra mundial estuviera al orden del día, no iniciaría ni mucho menos un nuevo ciclo de acumulación, sino que, con toda certeza, lo que sí conseguiría es la desaparición del capitalismo y, probablemente, de la humanidad ([18]). Sería la demostración final de la irracionalidad del capitalismo, pero no quedaría ya nadie para decir aquello de “ya os había avisado”.

3. En lo ecológico

Desde los años 1970, los revolucionarios se han visto obligados a tener en cuenta una nueva dimensión del diagnóstico según el cual el capitalismo no aporta nada positivo y se ha convertido en un sistema orientado hacia la destrucción: la devastación creciente del medio ambiente natural que amenaza actualmente con convertirse en un desastre a escala planetaria. La contaminación y la destrucción del mundo natural son inherentes a la producción capitalista desde el principio pero, durante el siglo xx y, en particular, desde el final de la Segunda Guerra mundial, se extendieron y se han incrementado porque el capitalismo ha ido ocupando sin cesar todos los recovecos del planeta hasta su último rincón. Al mismo tiempo, y como consecuencia del callejón sin salida histórico en el que está metido el capitalismo, la alteración de la atmósfera, el saqueo y la contaminación de la tierra, mares, ríos y bosques se han incrementado a causa de la mayor violencia en una competencia salvaje entre naciones por dominar los recursos naturales, la mano de obra barata y nuevos mercados. La catástrofe ecológica, en particular, bajo la forma del recalentamiento climático, se ha convertido en un nuevo jinete del Apocalipsis capitalista. Todas y cada una de las cumbres internacionales habidas y por haber han demostrado la incapacidad y la falta de voluntad de la burguesía para tomar las medidas más elementales para evitarlo. Una ilustración reciente: el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), organismo que nunca no se había distinguido por realizar predicciones alarmistas, advierte a los gobiernos del mundo que tienen tan solo cinco años para invertir el curso del cambio climático antes de que sea demasiado tarde. Según la AIE y una serie de instituciones científicas, es vital garantizar que la subida de las temperaturas no supere 2 grados.

Para mantener las emisiones por debajo de este objetivo, la civilización no podría seguir actuando como hasta ahora. No se podrán agotar por adelantado el importe total de las emisiones permitidas. Por ello, si se quieren lograr los objetivos de recalentamiento, todas las nuevas infraestructuras construidas a partir de 2017 no deberían producir ninguna emisión más” ([19]).

Un mes después de la publicación de este informe en noviembre de 2011, la Cumbre Internacional de Durban se presentaba como un paso adelante ya que, por primera vez, los Estados parecían haberse puesto de acuerdo sobre la necesidad de limitar legalmente las emisiones de gas carbónico. Pero sería en 2015 cuando esos niveles deberían fijarse para ser efectivos en 2020, demasiado tarde según las previsiones de la AIE y de muchos organismos medioambientales asociados a la Conferencia. Keith Allot, responsable del seguimiento del “cambio climático” en el WWF-Reino Unido (World Wide Fund: Fondo Mundial para la Naturaleza), declaró:

“Los Gobiernos han dejado una vía abierta para las negociaciones, pero no debemos hacernos ninguna ilusión: los resultados de Durban nos presentan la perspectiva de límites legales de 4° de recalentamiento. Sería una catástrofe para las poblaciones y la naturaleza. Los gobiernos se han pasado el tiempo, en un momento tan crucial, negociando en torno a algunas palabras en un texto, y han prestado poca atención a las advertencias repetidas de la comunidad científica que decía que era imprescindible y urgente una acción más vigorosa para reducir las emisiones” ([20]).

El problema de fondo de las ideas reformistas de los ecologistas, es que son incapaces de ver que el capitalismo vive estrangulado por sus propias contradicciones y por sus luchas cada vez más desesperadas por sobrevivir. En medio de la terrible crisis histórica que sufre, el capitalismo no puede convertirse en menos competitivo, más cooperativo, más racional. A todos los niveles, se lanza más y más a una competencia extrema, sobre todo en la competencia entre Estados nacionales que se asemejan a gladiadores que se pelean la arena por la menor posibilidad de supervivencia inmediata frente a sus contrarios. Por ello, están absolutamente obligados a conseguir beneficios a corto plazo, a sacrificarlo todo por el dios “del crecimiento económico”, es decir, por la acumulación del capital, aunque sea sobre la base de un crecimiento ficticio basado en unas deudas podridas como en las últimas décadas. Ninguna economía nacional puede permitirse el más pequeño impulso de sentimentalismo cuando se trata de explotar su “propiedad” nacional natural hasta el límite más absoluto. No puede existir tampoco, en la economía capitalista mundial, estructura legal ni de gobernanza internacionales capaz de supeditar los estrechos intereses nacionales a los intereses globales del planeta. Cualquiera que sea el verdadero plazo y resultados del recalentamiento climático, la cuestión ecológica en su conjunto es una nueva prueba de que la perpetuación de la soberanía de la burguesía y del modo de producción capitalista, son un peligro cada vez más terrible y real para la supervivencia de la humanidad. Examinemos una ilustración edificante de todo eso, una ilustración que muestra también que el peligro ecológico, al igual que con la crisis económica, no puede separarse de la amenaza de conflicto militar.

Durante los últimos meses, las compañías petrolíferas comenzaron a hacer cola para obtener derechos de exploración en el mar de Baffin (región de la costa occidental de la Groenlandia rica en hidrocarburos que, hasta ahora, estaba demasiado bloqueada por los hielos para que se pueda perforar). Diplomáticos americanos y canadienses abrieron de nuevo una polémica sobre los derechos de navegación por una ruta marítima que cruza el Canadá ártico y que permitiría reducir el tiempo de transporte y los costes de los petroleros. Incluso la propiedad del Polo Norte se ha vuelto objeto de discordia, Rusia y Dinamarca pretenden ambas poseer la propiedad de los fondos oceánicos con la esperanza de reservarse el acceso a todos sus recursos, desde la pesca a los yacimientos de gas natural. La intensa rivalidad en torno al desarrollo del Ártico se reveló con la publicación de documentos diplomáticos editados la semana pasada por el sitio web “antisecreto” Wikileaks. Unos mensajes entre diplomáticos norteamericanos muestran cómo las naciones del Norte, incluidos Estados Unidos y Rusia, hacen maniobras con el fin de garantizar el acceso a las vías marítimas y a los yacimientos submarinos de petróleo y gas que se evalúan en 25 % de las reservas mundiales por explotar.

“En sus mensajes, los oficiales estadounidenses temen que las reyertas en torno a los recursos acaben llevando a la militarización del Ártico. “Aunque la paz y la estabilidad reinan por el momento en el Ártico, no se puede excluir que se verifique en el futuro una redistribución de poder e incluso una intervención armada”, se dice en un cable del Departamento de Estado en 2009, citando a un embajador ruso” ([21]).

O sea que una de las manifestaciones más graves del recalentamiento climático, el derretimiento de los hielos en los polos (que conlleva la posibilidad de inundaciones de dimensiones cataclísmicas y de un círculo vicioso de recalentamiento cuando los hielos polares, que rechazan el calor del sol fuera de la atmósfera terrestre, hayan desaparecido), se considera inmediatamente como una inmensa ocasión económica para la cual los Estados nacionales hacen cola (con la consecuencia subsiguiente de consumir más energías fósiles, viniendo a añadirse al efecto invernadero). Y al mismo tiempo, la lucha por los recursos naturales que se reducen (ya sean el petróleo o el gas, pero también el agua y las tierras fértiles) puede producir un “miniconflicto” imperialista entre cuatro o cinco naciones (de hecho Gran Bretaña también está implicada en ese tipo de disputas en algunas regiones del mundo). Esta terrible realidad es otra expresión del círculo vicioso de la locura creciente del capitalismo. Un artículo del Washington Post, pretendía dar “la buena noticia” de un modesto Tratado firmado entre algunos de los protagonistas de la cumbre del Consejo Ártico en Nuuk (Groenlandia). Ya sabemos hasta qué punto se puede confiar en los Tratados diplomáticos cuando se trata de prevenir la tendencia inherente del capitalismo hacia el conflicto imperialista. El desastre global que el capitalismo prepara no puede ser evitado más que mediante una revolución global.

4. En lo social

¿Cuál es el balance de la decadencia del capitalismo a un nivel social y, en particular, para la principal clase productora de riquezas en la sociedad actual, la clase obrera? Cuando, en 1919, La Internacional Comunista declaró que el capitalismo había entrado en la época de su desintegración interna, también hizo borrón y cuenta nueva sobre el período de la socialdemocracia durante el cual la lucha por reformas duraderas había sido posible y necesaria. La revolución mundial se había vuelto necesaria porque, en adelante, el capitalismo no podría sino aumentar sus ataques contra el nivel de vida de la clase obrera. Como hemos demostrado ampliamente en los anteriores artículos de esta serie, este análisis ha sido confirmado varias veces durante las dos décadas que siguieron a la hasta ahora mayor depresión de la historia del capitalismo (1930) y los horrores de la Segunda Guerra mundial.

Pero esa terrible realidad se puso en entredicho, incluso entre los revolucionarios, durante el boom de los años 1950 y 1960, cuando la clase obrera de los países capitalistas centrales conoció aumentos de salarios sin precedentes, una reducción importante del desempleo y una serie de ventajas sociales financiadas por el Estado: seguros de enfermedad, vacaciones pagadas, acceso a la educación, servicios de salud, etc.

La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿estas mejoras de una época muy concreta, invalidan la idea mantenida por los revolucionarios que defendían la tesis según la cual el capitalismo estaba global e históricamente en declive y que las reformas duraderas ya no eran posibles? La cuestión planteada aquí no consiste en saber si esas mejoras fueron “reales” o significativas. Lo fueron y eso debe explicarse. Es una de las razones por las cuales la CCI, por ejemplo, abrió un debate sobre las causas de la prosperidad de posguerra, en su seno y, luego públicamente. Lo que es necesario comprender ante todo, es el contexto histórico en el cual aquellas “conquistas” tuvieron lugar. Solo así podrá comprenderse a nivel histórico que las mejoras de este período concreto del siglo xx, tienen muy poco que ver con la mejora regular del nivel de vida de la clase obrera a lo largo del siglo xix, mejoras que fueron permitidas, en su mayor parte, gracias a la buena salud del capitalismo así como a la organización y a la lucha del movimiento obrero.

• Si bien es cierto que se aplicaron muchas “reformas” en la posguerra para garantizar que la guerra no provocara una ola de luchas proletarias del tipo de las habidas entre 1917-23, en cambio, la iniciativa de medidas como el seguro enfermedad o para conseguir el pleno empleo vino directamente del aparato de Estado capitalista, y de su ala izquierda en particular. El efecto de tales medidas fue aumentar la confianza de la clase obrera en el Estado y disminuir su confianza en sus propias luchas.

• Incluso durante los años del boom, la prosperidad económica tenía límites importantes. Quedaban excluidas de estas ventajas gran parte de la clase obrera, en particular en el Tercer Mundo pero, también, partes importantes de la clase obrera de los países centrales (por ejemplo, los obreros negros y los blancos pobres en Estados Unidos). En todo el “Tercer Mundo”, la incapacidad del capital para integrar a millones de campesinos y personas de otras capas, arruinados, en el trabajo productivo, creó las bases para el desarrollo de los barrios de chabolas hipertrofiados actuales, de la desnutrición y la pobreza mundiales. Y estas masas fueron también las primeras víctimas de las rivalidades entre los bloques imperialistas, intermediarias en batallas sangrientas en una serie de países subdesarrollados (Corea, Vietnam, Oriente Medio, África del Sur y del Oeste, por ejemplo).

• Otra prueba de la verdadera incapacidad del capitalismo para mejorar la calidad de vida de la clase obrera se puede ver en la duración de las jornadas de trabajo. Uno de los signos de “progreso” en el siglo xix fue la disminución continua de la jornada de trabajo, de más de 18 horas al principio del siglo a la de 8 horas que era una de las principales exigencias del movimiento obrero al final del siglo y que formalmente se concedió en los años 1900 y en los años 1930. Pero, desde entonces –y eso incluye también el boom de posguerra– la duración de la jornada de trabajo siguió siendo más o menos la misma mientras que el desarrollo tecnológico, lejos liberar a los obreros del trabajo, los llevó a la pérdida de cualificación, al incremento del desempleo masivo y a una explotación más intensiva de los que trabajan, con tiempos de transporte cada vez más largos para llegar al puesto de trabajo y con el desarrollo del trabajo continuo fuera del lugar de trabajo gracias a los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles o el uso continuo de Internet.

• Cualesquiera que hayan sido las mejoras aportadas durante el boom de posguerra, se han ido recortando más o menos continuamente durante los últimos 40 años y, con la depresión inminente, son ahora el objeto de ataques masivos y sin perspectiva de detenerse. Durante las cuatro últimas décadas de crisis, el capitalismo fue relativamente prudente en su manera de bajar los salarios, de imponer un desempleo masivo y de desmontar los subsidios sociales del llamado “Estado del bienestar”. Las violentas medidas de austeridad que se imponen hoy en un país como Grecia son un preludio brutal de lo que espera a los obreros en todas las partes del mundo.

A nivel social más amplio, el hecho de que el capitalismo haya estado en declive durante tan largo período de tiempo es una enorme amenaza para la capacidad de la clase obrera de convertirse y actuar como “clase para sí”. Cuando la clase obrera reanudó sus luchas a finales de los años 1960, su capacidad para desarrollar una conciencia revolucionaria estaba obstaculizada en gran parte por los traumatismos de la contrarrevolución que había vivido, una contrarrevolución que había sido presentada en gran parte con un ropaje “proletario”, el del estalinismo, y que por ello supuso que varias generaciones de obreros desconfiaran enormemente de sus propias tradiciones y sus propias organizaciones políticas. La identificación fraudulenta entre estalinismo y comunismo se promovió y se llevó al extremo cuando los regímenes estalinistas se hundieron a finales de los años 1980, minando aún más la confianza de la clase obrera en sí misma y en su capacidad para aportar una alternativa política al capitalismo. Y así, un producto de la decadencia capitalista –el capitalismo de Estado estalinista– fue utilizado por todas las fracciones de la burguesía para alterar la conciencia de clase del proletariado.

Durante los años 1980 y 1990, la evolución de la crisis económica hizo que las concentraciones industriales y las comunidades de la clase obrera en los países centrales se destruyeran, y se transfirió una gran parte de la industria a regiones del mundo donde las tradiciones políticas de la clase obrera no están prácticamente desarrolladas o acaso muy débilmente. La creación de extensas zonas de marginación donde el desempleo alcanza cotas brutales, en especial entre los jóvenes, en muchos países desarrollados, ha supuesto un debilitamiento de la identidad de clase y, más generalmente, la disolución de los vínculos sociales cuya contrapartida es la búsqueda de falsas comunidades que no son neutras ni mucho menos y que, al contrario, tienen efectos terriblemente destructores. Por ejemplo, sectores de la juventud blanca excluidos de la sociedad sufren la atracción de bandas de extrema derecha como el English Defence League en Gran Bretaña; otro, el de la juventud musulmana, que se encuentra en la misma situación material, con grupos atraídos por las políticas fundamentalistas islamistas y yihadistas.

De manera más general, se pueden ver los efectos corrosivos de la cultura de las bandas en casi todos los centros urbanos de los países industrializados, aunque sus manifestaciones conocen un impacto más espectacular en los países de la periferia, como por ejemplo en México, donde muchas regiones del país están sumidas en una especie de guerra civil casi permanente animada por bandas de narcotraficantes, algunas de las cuales están directamente vinculadas a fracciones del Estado central no menos corrupto.

Estos fenómenos –la pérdida espantosa de toda perspectiva de futuro, el incremento de una violencia nihilista– son un veneno ideológico que penetra lentamente en las venas de los explotados del mundo entero y obstaculiza enormemente su capacidad para considerarse como una única clase, una clase cuya esencia y principal alimento es la solidaridad internacional. Al final de los años 1980, se desarrollo en el seno de la CCI la idea de que las oleadas de luchas obreras de los años 1970 y 1980 avanzarían de forma más o menos lineal hacia una conciencia revolucionaria masiva de la clase obrera. Esa tendencia fue criticada abierta y profundamente por nuestro camarada Marc Chirik quien, basándose en un análisis de los atentados terroristas en Francia y de la implosión súbita del bloque del Este, fue el primero en desarrollar la idea de que estábamos entrando en una nueva fase de la decadencia del capitalismo a la que definimos como fase de descomposición. Esta nueva fase vendría a estar determinada básicamente por la idea de que nos encontramos en una especie de punto muerto, una situación donde ni la clase dominante, ni la clase explotada son capaces de aportar su propia alternativa para el futuro de la sociedad: la guerra mundial para la burguesía, la revolución mundial para la clase obrera. Pero como el capitalismo no es un modo de producción estático no puede permanecer nunca inmóvil y su crisis económica prolongada no va a detenerse en su caída hacia el abismo, en ausencia de toda perspectiva política clara, la sociedad se condena a descomponerse sobre sus propias raíces, aportando a su vez nuevos obstáculos al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado.

Que se esté o no de acuerdo con el concepto de descomposición defendido por la CCI, no es en sí mismo lo más importante o esencial; lo fundamental es comprender que estamos en la fase terminal de la decadencia del capitalismo. Las pruebas de esta realidad histórica, el hecho de que estamos asistiendo a las últimas etapas de la decadencia del sistema, a su agonía mortal, se han multiplicado continuamente durante las últimas décadas hasta el punto de que el sentimiento general de “Apocalipsis” –reconocer que estamos al borde del abismo– se extiende cada vez más ([22]). Y con todo, en el movimiento político proletario, la teoría de la decadencia dista mucho de ser unánime. Examinaremos algunos de los argumentos contra este concepto en el próximo artículo.

Gerrard


[1]) Ver en el número 147 de la Revista Internacional el artículo “Decadencia del capitalismo : le boom de postguerra no invierte el declive del capitalismo”,

https://fr.internationalism.org/rint147/decadence_du_capitalisme_le_boom_d_apres_guerre_n_a_pas_renverse_le_cours_du_declin_du_capitalisme.html

[2]) En respuesta al ensayo de Marcuse El hombre unidimensional – Ensayo sobre la ideología de la sociedad avanzada, 1964.

[4]) Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, p. 188, capitulo XIV “La economía mixta”. Trad. de la versión francesa.

[5]) Ídem, p. 200.

[6]) Ídem, p. 315, capitulo XIX, “El imperativo imperialista”.

[7]) Ídem, p. 329.

[8]) Ídem, p. 330.

[9]) Ibidem.

[10]) Ídem, capitulo XXII, p. 383, “Valor y socialismo”.

[11]) Ídem, capitulo XX, p. 350, “Capitalismo de Estado y economía mixta”.

[12]) Ídem, capitulo XIX, p. 318, “El imperativo imperialista”.

[13]) Ídem, p. 200. Otro problema del libro Marx y Keynes es el desprecio que tiene Mattick a Rosa Luxemburg y al problema que ella planteó sobre la realización de la plusvalía. En su libro solo hay una referencia directa a Luxemburg: “Y, a principios del siglo actual, la marxista Rosa Luxemburg veía en ese mismo problema [la realización de la plusvalía] la razón objetiva de las crisis y de las guerras así como la desaparición final del capitalismo. Todo eso tiene poco que ver con Marx, el cual, aún estimando evidentemente que el mundo capitalista real era, al mismo tiempo, proceso de producción y proceso de circulación, defendía, sin embargo que nada puede circular si antes no ha sido producido, y por eso daba la prioridad a los problemas de la producción. Desde el momento en que únicamente la creación de plusvalía permite una expansión acelerada del capital, ¿qué necesidad hay de suponer que el capitalismo se verá sacudido en la esfera de la circulación?” (p. 116, cap. IX, “La crisis del capitalismo”).

A partir de la tautología “nada puede circular si antes no ha sido producido” y de la idea marxista de “que una creación adecuada de plusvalía permite una expansión acelerada del capital”, Mattick hace una deducción abusiva pretendiendo que la plusvalía en cuestión deberá necesariamente realizarse en el mercado. Ese mismo tipo de razonamiento lo encontramos también en un pasaje anterior: “La producción mercantil crea su propio mercado en la medida en que es capaz de convertir la plusvalía en capital adicional. Esa demanda concierne tanto a los bienes de consumo como a los de capital. Pero solo estos últimos son acumulables mientras que los productos de consumo están, por definición, destinados a desaparecer. Y sólo el crecimiento del capital en su forma material permite realizar la plusvalía fuera de las relaciones de intercambio capital-trabajo. En tanto en cuanto existe una demanda adecuada y continua de bienes de capital no hay nada que se oponga a que las mercancías que se ofrecen en el mercado se vendan” (p. 97, capítulo VIII, “La realización de la plusvalía”). Esto es contradictorio con el punto de vista de Marx de que “el capital constante no es producido nunca para sí mismo sino para su empleo creciente en las esferas de producción en las que los objetos entran en el consumo individual”  (El Capital, Libro III). O dicho de otro modo, la demanda de medios de consumo es la que tira de la demanda de medios de producción, y no al contrario. El propio Mattick reconoce esta contradicción entre su propia concepción y ciertas formulaciones de Marx, como la precedente, y lo hace en el libro Crisis y Teorías de las crisis.

Peor no vamos a entrar aquí en ese debate. La cuestión principal es que a pesar de que Mattick considera que Rosa Luxemburg es una verdadera marxista y una autentica revolucionaria, tiende a creer que el problema que plantea Rosa respecto al proceso de acumulación es un sinsentido ajeno al marco de base del marxismo. Como hemos mostrado ese no era el caso de todos los críticos a Rosa, como por ejemplo Roman Rosdolsky (como puede verse en nuestro artículo de la Revista Internacional nº 142 “Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo”.

https://es.internationalism.org/rint142-rosa)

[14]) L’Internationale situationiste no 12.

[16]) Ver en la Revista Internacional no 132, “Decadencia del capitalismo – La revolución es necesaria y posible desde hace un siglo” (2008), /revista-internacional/200807/2192/decadencia-del-capitalismo-i-la-revolucion-es-necesaria-y-posible-. Para más detalles y estadísticas sobre la evolución global de la crisis histórica, su impacto sobre la actividad productiva, el nivel de vida de los trabajadores, etc., leer el artículo en este misma revista: “¿Es el capitalismo un modo de producción decadente y, si lo es, por qué?”.

[17]) “Informe sobre la situación internacional”, julio de 1945, Izquierda Comunista de Francia (GCF), publicado parcialmente en la Revista Internacional no 59 (1989).

[18]) Eso no quiere decir que la humanidad esté más segura en un sistema imperialista que se vuelve cada vez más caótico. Al contrario, sin la disciplina que imponía el antiguo sistema de bloques, vemos cómo las guerras locales y regionales son aún más devastadoras y destructivas, al tiempo que se multiplican, y cuyo potencial de destrucción crece de manera exponencial con la proliferación de armas nucleares. Al mismo tiempo, habida cuenta que podrían estallar en zonas alejadas de los centros capitalistas, son menos dependientes de otro factor que ha frenado la marcha hacia la guerra mundial desde el inicio de la crisis a finales de los años1960: la dificultad para movilizar a la clase obrera de los países centrales del capitalismo en un enfrentamiento imperialista directo.

[22]) Ver por ejemplo The Guardian, "The news is terrible. Is the world really doomed?", A. Beckett, 18/12/2011.

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