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Hipocresía y complicidades en la barbarie capitalista
Las guerras suceden a otras guerras. Después de Kosovo, vino Timor. Después de Timor, Chechenia. Un concurso macabro de horror y matanzas. El conflicto entre el ejército ruso y las milicias chechenas es especialmente sangriento y trágico para la población chechena. «El último balance checheno es de 15.000 muertos; 38.000 heridos; 22.000 refugiados; 14 pueblos totalmente destruidos; a los que hay que añadir 280 pueblos destruidos en 80 %. Se dice que hay 14.500 niños mutilados y 20.000 huérfanos» (The Guardian, 20/12/99) ([1]).
El país está arrasado y destruido; la población, hambrienta, exiliada, dispersada, aterrorizada, desesperada. Para medir la amplitud de la catástrofe «humanitaria», en proporción con la población, es como si hubiera 2 millones de muertos, 5 millones de heridos y mutilados, 28 millones de refugiados en un país como Estados Unidos. Y desde diciembre estas espeluznantes cifras no han cesado de aumentar.
A ellas, hay que añadir las pérdidas rusas, que serían, según el Comité de madre de soldados, de al menos 1.000 muertos y 3.000 heridos (Moscow Times, 24/12/99).
Los supervivientes de la población civil o están enterrados en los sótanos de Grozni, capital arrasada por los bombardeos, sin agua, alimentos, viviendo como ratas aterrorizadas; o se han refugiado en las ciudades y las aldeas devastadas, sometidos a la tenaza de las múltiples bandas mafiosas chechenas o de la soldadesca rusa, también ella aterrorizada, borrachos de alcohol, pillajes y asesinatos; o están encerrados en campos de concentración en las repúblicas vecinas, sin abastecimientos, ni ciudados, sin calefacción, en tiendas a veces sin siquiera un jergón. La situación en esos campos es dramática. Como lo era en los campos de refugiados kosovares en donde la «ayuda internacional» llegaba por cuenta de gotas, en gran parte desviada por las mafias albanesas y el Ejército de Liberación de Kosovo (UĢK), mientras las grandes potencias de la OTAN ([2]) tiraban millones de dólares en bombas sobre Serbia y Kosovo. Hoy, cuando otras decenas de millones de dólares del FMI sirven para financiar a fondo perdido al Estado ruso y su guerra, las grandes potencias dejan que la población chechena se pudra en los campos. «Los enfermos y los ancianos no tienen asistencia médica. Para alimentarse, los residentes buscan en los basureros, esperando encontrar patatas podridas para la sopa. El agua, extraída de un depósito para incendios, es marrón y está llena de insectos e incluso después de ser hervida sigue oliendo mal» (Moscow Times, 24/12/99). En los campos, los refugiados siguen sufriendo terror de los militares rusos, después de haber sido esquilmados, agredidos y ametrallados en su éxodo. Como titula The Guardian (18/12/99), «los refugiados de la guerra en Chechenia no encuentran ningún refugio en unos campos [de los que nadie] puede salir sin una autorización diaria que permite traspasar unas puertas guardadas por vigilantes armados».
Entre 200 y 200 mil refugiados han huido de los combates y de los bombardeos. En realidad es un verdadero asesinato colectivo lo que está viviendo la población chechena. Los bombardeos masivos de pueblos y ciudades, el terror ejercido por las tropas rusas contra la población, el ametrallamiento de la caravanas de refugiados en los pasillos abiertos por el ejército ruso, ha llevado a los chechenos a huir. Esta limpieza étnica sangrienta sucede a la llevada a cabo en 1996 por... las fuerzas chechenas tras su victoria sobre el ejército de Moscú, con 400.000 residentes rusos que tuvieron que abandonar precipitadamente la región. Igual que la limpieza étnica de las milicias serbias contra los kosovares, a la que le sucedió la de los civiles serbios de Kosovo por las milicias del UĢK.
Esto es lo que, en gran parte, no pueden hoy decir la televisión y la prensa. Podría sorprender la amplitud de la campaña mediática en los países occidentales que denuncia la intervención rusa después de haber apoyado, y con qué celo, los bombardeos masivos contra Serbia y Kosovo. Pero es ésta una campaña de lo más hipócrita con la que se intenta ocultar la doblez de las grandes potencias occidentales. Pues lo que no dicen es que las condiciones, los medios y las consecuencias de esta guerra, como de otras, son cada vez más trágicos, bestiales y que lo único que enuncian y preparan es todavía más conflictos, más amplios y más dramáticos.
Hoy, las guerras imperialistas son una expresión de la descomposición del capitalismo
La limpieza étnica, que era algo limitado a algunos países muy atrasados hace tan sólo diez años, se ha convertido en la norma de las guerras imperialistas a lo largo de los años 90, tanto en África como en Asia y en Europa. Los millones de refugiados del mundo de hoy no volverán a ver nunca más sus casas. Estarán encerrados para siempre en campos. La situación de los palestinos se está imponiendo como norma para todos y en todos los continentes.
Excepcional y limitada hasta finales de los 80, se ha ido multiplicando la afirmación de cantidad de nacionalismos minoritarios –lo que la prensa llama «la explosión de los nacionalismos»– provocando un aumento permanente de conflictos nacionales con la aparición de unos Estados a cada cual más mafioso y corrupto. El poder y las luchas de mafias rivales se han vuelto la norma. El tráfico de drogas, de armas de todo calibre, el bandidaje, el rapto ([3]), son y serán los principales recursos de esas «nuevas naciones» y su forma de existencia. La situación afgana –o africana o colombiana– se está convirtiendo en norma general. O sea que la norma es un caos y se extiende y generaliza por todos los continentes.
En cambio, los bombardeos masivos para aterrorizar a la población civil no es algo nuevo. Es una de las características de todos los conflictos imperialistas, locales y generalizados, típicas del período de decadencia del capitalismo desde la Primera Guerra Mundial de 1914. El estado de destrucción de Europa y de Japón en 1945 no tendría nada que envidiar al de Chechenia el año 200. Lo que sí es, en cambio, nuevo, es que a cualquier parte adonde lleguen la guerra y sus calamidades, ni hay ni habrá reconstrucción contrariamente a lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial. Ni prístina, en Kosovo, ni Kabul en Afganistán, ni Brazzaville en El Congo, ni Grozni después de 1996, han sido ni serán nunca reconstruidos. Las economías arrasadas por la guerra no volverán a levantarse. No habrá, ni puede haber, planes Marshall ([4]). Ésa es la realidad de la situación en Bosnia, Serbia, Kosovo, Afganistán, Irak, la mayoría de los países africanos, ahora de Timor, países que, todos ellos, han vivido las destrucciones de la guerra «moderna», de las guerras de los años 90.
La permanencia, la acumulación, la multiplicación, la conjunción de todas esas características de las guerras imperialistas típicas del período de decadencia del capitalismo, a lo largo de todo el siglo XX, son una expresión de la quiebra histórica de ese sistema. Son la expresión de su descomposición.
Hemos dicho hipocresía y doblez para denunciar las campañas mediáticas actuales sobre la guerra en Chechenia. Con esas campañas se quiere dar la impresión de denunciar la intervención rusa. En realidad todos son cómplices: los gobiernos, los políticos, los periodistas, «filósofos» y demás intelectuales, para justificar la barbarie capitalista y el terror del Estado. No criticar, no ir contra los crímenes de masas en Chechenia haría a todo el aparato democrático de los Estados occidentales, especialmente los media, abiertamente cómplice no sólo del terror del Estado ruso, sino también del apoyo de todas las grandes potencias occidentales a las matanzas.
«Ya sea en África, en Europa central o en cualquier otro sitio, si alguien quiere cometer crímenes de masas contra una población civil inocente, debe saber que, en la medida de nuestras posibilidades, se lo impediremos» cacareó Clinton tras la guerra de Kosovo. No dar hoy la impresión de denunciar lo que sirvió de pretexto a la intervención militar de ayer haría añicos las campañas sobre el derecho de injerencia humanitaria. Y, sobre todo, reduciría las futuras capacidades guerreras para intervenir. Dar la impresión de que se denuncia, en cambio, permite seguir la campaña ideológica e incluso darle otra mano de pintura.
¿Qué está en juego, qué intereses en la guerra de Chechenia?
¿Sólo habrá, sin embargo, un interés propagandístico en esas campañas mediáticas antirusas? ¿No evidenciarán una oposición entre las potencias occidentales y Rusia? ¿No habrá conflictos de intereses económicos, políticos, estratégicos, en resumen, imperialistas, especialmente en el Cáucaso? ¿Acaso Estados Unidos está a favor, no patrocina proyectos de oleoductos que esquiven el territorio ruso, pasando por Georgia o por Turquía? ¿No existe acaso la voluntad de las diferentes potencias de controlar el petróleo del Cáucaso e incluso de echar mano de los beneficios financieros de su explotación?
Es cierto que existen intereses antagónicos entre las grandes potencias también en el Cáucaso. Y es, junto con la descomposición primero de la URSS y después de Rusia, otro de los factores que hacen correr sangre en el Cáucaso, en realidad en la totalidad de las antiguas repúblicas «soviéticas» de Asia. Esa es la razón de la presencia activa de las diferentes potencias locales, y en primer término Turquía e Irán, y de las potencias mundiales, europeas y norteamericana (Alemania y EE.UU. Que se disputan la influencia en Turquía). ¿Qué se debe entender, sin embargo, por intereses imperialistas? ¿Es sencillamente la apetencia de la «renta petrolera» y de los beneficios que de ella se pueden sacar?
¿Por la «renta petrolera»?
¿Cuál es la realidad del petróleo del Cáucaso? «La producción de petróleo en esa región no es un factor primordial [...] Esta industrial, unida al mantenimiento de la actividad de refinado, es sin lugar a dudas una fuente de financiación para los clanes que dominan en el plano local, pero no es en modo alguno una baza a escala federal [es decir de Rusia entera]» ([5]).
¿Qué «interés vital» directamente económico para Estados Unidos va a ser el controlar una tan pequeña producción cuando controlan sin la menor dificultad la mayor parte de la producción mundial del petróleo, la suya propia evidentemente, la de Oriente Medio y las latinoamericanas de México y Venezuela? En sí, Estados Unidos no espera sacar ningún beneficio directo financiero. ¿Por qué entonces su presencia activa? ¿Es para controlar los ejes de transporte del petróleo?
«Si el Cáucaso sigue siendo objeto de enfrentamientos geopolíticos importantes, es desde otro punto de vista: el de los ejes de tráfico para los hidrocarburos del mar Caspio, incluso si el volumen real parece haber sido revisado a la baja. Y, a ese respecto, la relación de fuerza que hay entre ambos lados de la cordillera [que separa a las repúblicas caucásicas del norte que pertenecen a la Federación de Rusia y las repúblicas caucásicas exsoviéticas del Sur] se ha agudizado desde hace un año. Rusia ha defendido siempre la idea de que la mayor parte del petróleo debía pasar por su territorio, como en la época soviética, utilizando el oleoducto Bakú-Novorissisk [...] Pero el 17 de abril de 1999, se abrió oficialmente un oleoducto que une Bakú a Supsa, puerto georgiano a orillas del mar Negro, integrado prácticamente en el sistema de seguridad de la Alianza Atlántica [...] Y los presidentes azerí y turco confirmaron, a mediados de octubre, que se iba a construir un oleoducto que unirá Bakú al puerto turco mediterráneo de Ceyban: todo el petróleo del sur del Caspio evitaría así a Rusia» ([6]).
¿Se trataría pues de echar mano de los beneficios económicos de todo el petróleo del mar Caspio y de su transporte? Las ganancias de ese control son, sin lugar a dudas, nada desdeñables para las repúblicas de la exURSS de la región, empezando por las propias Rusia y Turquía. ¿Y para Estados Unidos?
«Pero que el trazado [del proyecto de oleoducto por Turquía] adoptado la semana pasada –que es estratégicamente ventajoso para Estados Unidos, pero costoso para las compañías petroleras– pueda ser inmediatamente provechoso sigue siendo un gran interrogante. Al igual que la naturaleza de la extensión de las consecuencias políticas con Rusia, que es la perdedora en el asunto» ([7]).
El verdadero interés, el objetivo real, de Estados Unidos no es económico sino estratégico, y es, sin la mejor duda, el Estado norteamericano quien manda, a pesar del parecer contrario de las compañías petroleras en este caso, y quien dirige las orientaciones estratégicas y económicas del capitalismo estadounidense ([8]). En el período de decadencia del capitalismo, los intereses y los conflictos están determinados por la geopolítica; los intereses directamente económicos que, a pesar de todo, siempre están presentes, se ponen al servicio de grandes orientaciones estratégicas: «Para la administración Clinton, la primera preocupación es estratégica: garantizar que todos los oleoductos eviten Rusia e Irán y, por lo tanto, privar a estas dos naciones del control de nuevas reservas de energías para el Oeste» ([9]).
Por intereses estratégicos
Ése es el verdadero objetivo de Estados Unidos: no es tanto el asegurarse la «renta petrolera», sino privar a Rusia y a Irán del control de las vías de salida del oro negro para así asegurarse su control contra... sus grandes rivales europeos, especialmente Alemania. Es como en los deportes profesionales, el fútbol por ejemplo, en donde los clubes más ricos se compran los mejores jugadores, muchos más de los que necesitan para jugar, para que no se los lleven los equipos rivales. Lo que está en juego tiene, en realidad, un contenido estratégico en una zona en la que se oponen, de manera por ahora solapada, pero muy real y profunda, las grandes potencias occidentales. Una Rusia inestable, dispuesta a venderse a cualquiera, un Irán antiamericano y proeuropeo, proalemán más bien, que controlaran las vías de salida del petróleo de la región, sería un peligro estratégico para EE. UU. Los constantes mimos a Turquía, potencia de una influencia imperialista bastante extensa en toda una región de lengua turca, por parte de EE. UU. Y de Europa, aquél prometiendo oleoductos, ésta la entrada en la Unión Europea, da buena idea de lo que se está jugando y de las líneas de fractura entre las grandes potencias imperialistas. Para la burguesía de EE. UU., asegurarse el petróleo de la zona le permitiría privar de él, llegado el caso, a los europeos, lo cual sería un medio de presión suplementario y un paso significativo en la relación de fuerzas imperialistas. Apoderarse del petróleo de la región no daría a EE. UU. Ventajas financieras (incluso podría salirle caro), pero sí una importante ventaja estratégica.
Las potencias occidentales apoyan a Rusia en Chechenia
Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas de la prensa occidental sobre la guerra de Chechenia, no se integran directamente en esos conflictos geoestratégicos. La prensa europea es, por cierto, mucho más virulenta que la norteamericana en la denuncia de la intervención rusa, cuando podría ser dirigida más bien contra los avances estadounidenses. La guerra en Chechenia, aunque relacionada con esos antagonismos imperialistas, sobre todo desde el punto de vista ruso, no forma parte directamente de ellos. O, más exactamente, Chechenia no es objeto de las apetencias occidentales, como lo es el Cáucaso del sur (Georgia, Armenia, Azerbaiyán), cuyo control se disputan las potencias imperialistas. «Nosotros aceptamos que Moscú proteja su territorio» ha afirmado Javier Solana, Coordinador de la política exterior de la Unión Europea ([10]), añadiendo, para el auditorio, «pero no de esta manera, lo que es de una extrema delicadeza por parte del ex Secretario general de la OTAN, el mismo que, en marzo pasado, dio la orden de arrasar a Serbia y hacerla «retroceder 50 años. […] Su objetivo [de los rusos], su objetivo legítimo, es vencer a los rebeldes chechenos y acabar con el terrorismo en Rusia, acabar con la invasión de las provincias vencidas como Daghestán» ([11]). A lo que se añaden las declaraciones de los principales dirigentes americanos y europeos, como el expacifista ecologista alemán, hoy ministro de Asuntos exteriores en el gobierno de izquierda de Schröder: «Nadie cuestiona el derecho de Rusia a combatir el terrorismo [...], pero las acciones preventivas rusas están a menudo en contradicción con el derecho internacional» ([12]), el colmo en boca de uno de los más fervientes defensores de la intervención militar occidental en Serbia..., todavía más ilegal desde el punto del derecho internacional y de los organismos como la ONU con que se ha dotado la burguesía para, dicen, dirimir sus diferentes conflictos internacionales.
¿Por qué esa unanimidad? ¿Por qué, por muchos guantes que se pongan, ese apoyo a Rusia dándole carta blanca para arrasar Chechenia? ¿No estará eso en contradicción con la dinámica misma de los apetitos imperialistas actuales?
La contradicción de las potencias occidentales: luchar contra el caos en Rusia o defender sus intereses imperialistas
«No es sólo la URSS la que se está desintegrando, sino incluso su mayor república, Rusia, amenazada ahora de explosión sin poseer los medios, si no es con auténticos baños de sangre de incierto fin, para hacer respetar el orden» ([13]). Desde 1991, esa tendencia a la descomposición de la exURSS y de Rusia se ha realizado con creces, una tendencia que afecta a todos los Estados del mundo capitalista, sobre todo a los más frágiles de la periferia, en todos los planos: político, social, económico, ecológico. Rusia es, sin lugar a dudas, u concentrado de esos fenómenos.
La situación catastrófica y caótica de Rusia es una causa de inquietud para las grandes potencias occidentales. Las condiciones de la intervención militar rusa en Chechenia no han venido a tranquilizarlas ni mucho menos. «Los generales han amenazado con dimitir masivamente e incluso con una mayor guerra civil si los políticos se inmiscuyen en su campaña, una nueva nota inquietante en la desintegración del poder civil ruso, y eso que existía una tradición entre los militares de quedarse al margen de la política. El temor que Rusia está inspirando ahora, una década después de la caída del Muro de Berlín, es la de su debilidad irracional [...] Podría ser éste el cambio de rumbo de la evolución poscomunista de Rusia que sería el del fracaso de la lucha por la democracia, daría rienda suelta al caos y, eventualmente, a un poder militar. Por eso los gobiernos dudan tanto en si reaccionar o no» ([14]).
Esa inquietud y vacilación la comparten las principales grandes potencias occidentales, a pesar de sus antagonismos imperialistas. E incluso si los americanos están más bien a favor de la camarilla de Yeltsin, mientras que los europeos, hoy por hoy, apoyarían más bien a la de Primakov, parecen estar todos de acuerdo en no echar más leña al fuego, procurando así evitar en lo más posible, que el caos se agrave. En este sentido, el triunfo electoral del clan de Yeltsin en las elecciones legislativas de diciembre fue algo más bien inquietante para la estabilidad política del país, a causa de la reelección de una cuadrilla de inútiles (excepto para llenarse los bolsillos) muy desprestigiada y cuyo éxito sólo se ha debido a las sangrientas victorias militares en Chechenia. Con la demisión de Yeltin, de la que acabamos de enterarnos, y su sustitución por el primer ministro Putin, se intenta claramente precipitar las elecciones presidenciales y garantizar a la corrupta familia de Yeltsin que podrán disfrutar, sin temor a la justicia, de sus múltiples malversaciones. La toma de control del poder por parte de un primer ministro, hoy presidente, que aparece como alguien «mano de hierro», y por el ejército, parecen ser hoy un freno al desmoronamiento del Estado ruso, al menos momentáneamente, y en caso de que se confirmen los primeros éxitos militares en Chechenia, lo que no es evidente ni mucho menos, a pesar de la enorme superioridad de medios de los rusos.
Pero la agravación ineluctable de la situación económica de Rusia y las tendencias centrífugas en una Federación que la arrastran hacia su estallido, no sólo son amenazantes para el país mismo sino para el mundo capitalista entero. Por muy oxidados que estén, los misiles y los submarinos nucleares de la exURSS son todavía más peligrosos en un país en plena anarquía e inestabilidad política. Y las amenazas de Yelsin cuando afirmaba que Clinton (al criticar éste, para la foto, los excesos de la intervención militar rusa), «se había olvidado durante un minuto de que Rusia posee un arsenal completo de armas nucleares» ([15]) no sólo deben interpretarse como las payasadas de un anciano alcohólico. El simple hecho de que ese mamarracho corrupto, empapado de vodka, que pellizcaba las secretarias ante las cámaras de TV del mundo entero, haya podido estar al mando de Rusia durante diez años, ya da una idea del estado de descomposición del aparato político de la burguesía rusa. Las grandes potencias imperialistas se encuentran en una situación contradictoria: por un lado, la lógica implacable de la competencia imperialista las lleva a aprovecharse de todas las oportunidades para adelantarse de todas las oportunidades para adelantarse a sus rivales y, así, agravar todavía más el caos y la descomposición de la sociedad y, muy especialmente, de países como Rusia; por otro lado, son relativamente conscientes de esa dinámica de caos y descomposición, calibran sus peligros, intentan a veces acabar con ellos. Pero seamos claros, sería ilusorio pensar que el mundo capitalista pueda invertir la tendencia hacia su propia descomposición, al igual que sería ilusorio creer que la lógica infernal de la competición imperialista pudiera cesar y no, como es el caso, volver a aumentar el caos, las guerras y las matanzas. La voluntad común de no hundir más a Rusia es temporal y la lógica imparable de los intereses imperialistas incrementará el caos y la descomposición en el Cáucaso, como en todas las demás regiones del mundo.
Las potencias occidentales apoyan a Rusia para limitar el caos
Frente a la amenaza de una Rusia en total descontrol, existe entre los Estados occidentales un acuerdo tácito para no disputarle el Cáucaso norte, que forma parte de la Federación de Rusia; pero con la advertencia tácita también de que no se la va a dejar meterse en la zona sur del Cáucaso, zona que se disputan las grandes potencias. Este acuerdo se ha plasmado en el apoyo concreto, en la «autorización», según la prensa rusa, que las grandes potencias han dado a Rusia para que intervenga, confirmando su «derecho legítimo» a anegar en sangre a Chechenia. «En el marco del Tratado sobre las armas convencionales, la cumbre [de la OSCE] de Estambul, acaba de autorizarnos para disponer, en el sector militar del Cáucaso Norte, de muchos más hombres y material que en 1995 (600 carros en lugar de 350, 2200 vehículos blindados en vez de 290, 1000 piezas de artillería en lugar de 640). Es, claro está, en Chechenia donde Rusia va a concentrar esa potencia militar» ([16]).
Digamos que, en eso, la prensa rusa tiene el mérito de no andar con rodeos; y de reproducir fielmente las intenciones de las potencias occidentales, algo así como «Les dejamos el Cáucaso Norte, y nos otorgamos el derecho de pelearnos por el Cáucaso Sur». El martirio de las poblaciones caucásicas no ha hecho más que empezar. Esta región del mundo ha entrado a su vez en una barbarie en la que ya nunca habrá paz; y nunca habrá reconstrucciones para restañar los destrozos que la han afectado y seguirán afectándola.
La democracia burguesa equivale a guerra y a miseria
Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas occidentales no están hechas para atenuar, menos todavía para luchar contra la barbarie guerrera del capitalismo. Se dirigen, ante todo, a las poblaciones occidentales, y en primer término, a la clase obrera de cada país, para ocultar a toda costa la relación estrecha que hay entre las guerras imperialistas y la quiebra económica del sistema, para encubrir la dinámica infernal a la que la humanidad es arrastrada. Denuncian la guerra en Chechenia con el rollo ese del «derecho de injerencia humanitaria» para justificar mejor así la guerra de Kosovo. Critican la inacción de los gobiernos occidentales para así ponderar mejor la democracia burguesa, cuando los principales actores de las guerras recientes, Kosovo, Timor y ahora Chechenia, son Estados democráticos con gobiernos democráticamente elegidos. «La democracia no es una garantía contra las cosas repugnantes» ([17]), dicen esos media para hacer de esa democracia una meta, una lucha, con la que todo el mundo debería identificarse: «Necesitamos volver a encontrar una meta en los asuntos mundiales que sea moral intelectual y políticamente irresistible. La visión democrática conserva una vitalidad enorme. Nuestro deber es ayudar a definir el siglo XXI como el siglo democrático [...] La democracia es de manera evidente ahora un valor universal» ([18]).
En pleno delirio de mentiras, las campañas actuales quieren hacer creer que es la falta de democracia lo que provoca guerras y miserias. Creer que «el reto fundamental al que nos confrontamos es el reconocimiento de que la lucha política se plantea siempre en el modo de vida democrático y la negación de la libertad humana y política» ([19]), adherirse, aunque sea lo mínimo, en la lógica de la defensa de la democracia burguesa, «por más democracia», como nos lo machacaron cuando la gigantesca puesta en escena mediática con ocasión de las manifestaciones antiOMC en Seattle, identificarse a su Estado nacional, colocarse tras su burguesía nacional, todo eso es entramparse en un callejón sin salida. Toda adhesión masiva de las poblaciones, y en primer término de la clase obrera internacional, a los «ideales» de la democracia burguesa no va a hacer cesar, ni mucho menos, la caída en los infiernos; al contrario, lo que haría es acelerar todavía más el curso del mundo hacia la barbarie. ¿No es ésa precisamente la desgraciada experiencia que ha vivido el mundo desde el final del bloque imperialista del Este y el acceso de esos países a la democracia burguesa de tipo occidental? ¿No es precisamente eso lo que intentan ocultar las campañas mediáticas a repetición sobre lo buena que es la democracia? El caos en Rusia y la guerra en Chechenia son también el producto de la democracia capitalista.
Apoyo a los internacionalistas en Rusia
Salvar a la humanidad de la barbarie capitalista pasa por otra vía. Esta vía los media de la burguesía no la evocarán nunca, nunca mencionarán ninguna de sus expresiones. Y, sin embargo, existen y encontrarán un eco significativo si no estuvieran ahogadas, anegadas, perdidas y fueran apenas audibles bajo el diluvio de las campañas ideológicas permanentes. La vía del rechazo a los sacrificios y a las guerras existe y se expresa. Fiel al principio internacionalista del movimiento obrero, el conjunto de grupos de la izquierda comunista intervino para denunciar la guerra imperialista en Yugoslavia ([20]). Esta vía también ha aparecido en Rusia misma. En medio de una hostilidad generalizada, de una severa represión, con graves riesgos personales, en medio de la histeria nacionalista, saludamos a los militantes que han sabido erguirse contra la intervención imperialista rusa en Chechenia, que han sabido defender la única vía realista que pueda frenar primero y oponerse después a la barbarie guerrera.
“¡ABAJO LA GUERRA!
“¡No nos toméis por imbéciles!
“Los Yeltsin, Masjadov, Putin, Bassaiev... ¡Son todos de la misma camarilla!
“Son ellos quienes han organizado el terror en Moscú, en Vogodonsk, en Daghestán, en Chechenia. Es su negocio, es su guerra. La necesitan para fortalecer su poder. La necesitan pata defender su petróleo. ¿Por qué deberían morir nuestros hijos por sus intereses? ¡Que se maten mutuamente los oligarcas!
“No os creáis los discursos imbéciles y nacionalistas: no hay que acusar a un pueblo entero de haber cometido unos crímenes realizados por no se sabe quién, pero que sólo benefician a los gobernantes y a los amos de todas las naciones.
“¡No vayáis a esta guerra, ni dejéis que vayan vuestros hijos! ¡Resistid a esta guerra tanto como podáis! ¡Haced huelga contra la guerra y sus promotores!
“Internacionalistas de Moscú” ([21])
Oponerse a la burguesía y rechazar todo tipo de nacionalismo, oponerse al Estado sea o no democrático, rechazar la guerra del capital y llamar a la clase obrera a luchar, a defender sus condiciones de vida y a levantarse contra el capitalismo, ésa es la vía. Esa vía es por la que debe encaminarse la clase obrera de todos los países. Esta vía es la de la lucha de la clase obrera, la de la lucha contra la explotación capitalista, contra la miseria y los sacrificios. Esa vía es la de la destrucción del capitalismo, de ese sistema que siembra la muerte y la miseria, cada día un poco más, por todas partes en el mundo. Esa vía es la de la revolución comunista.
Las guerras se multiplican. La crisis económica provoca estragos. Las catástrofes suceden a otras catástrofes, a causa de una producción capitalista desbocada que lo destruye todo. La vida en el planeta se está volviendo cada día más insoportable. A todos esos males trágicos que lleva en sí el capitalismo, y que no hará sino incrementar, únicamente la clase obrera internacional puede dar una respuesta. Únicamente el proletariado mundial puede ofrecer una perspectiva y una salida a la humanidad.
RL 1/1/2000
[1] Hemos traducido nosotros los artículos de la prensa en inglés y en francés.
[2] Ya entonces denunciamos a esos bomberos pirómanos que habían provocado la represión serbia y el éxodo de los kosovares (ver Revista Internacional no. 98, la prensa territorial de la CCI y nuestra hoja internacional de denuncia de la guerra). Las grandes potencias occidentales pudieron entonces justificar la intervención militar ante su propia «opinión» utilizando con el mayor descaro a los miles de refugiados provocados por los bombardeos de la OTAN. La política de provocación, intransigencia y manipulación de las grandes potencias, especialmente por parte de EE. UU., para declarar la guerra a Yugoslavia, sacrificando deliberadamente a las poblaciones civiles kosovares y serbias, ha sido desde entonces confirmada en varias ocasiones en periódicos más especializados o en artículos discretos, no destinados al «gran público». Últimamente, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) decía en un informe del 6 de diciembre que: «contrariamente a lo que afirman muchos países durante la guerra de Kosovo [...] las ejecuciones sumarísimas y arbitrarias [de las fuerzas serbias] se generalizaron con el inicio de la campaña aérea de la OTAN contra la República Federal de Yugoslavia en la noche del 24 al 25 de marzo [...] Hasta esa fecha, la preocupación de las fuerzas militares y paramilitares serbias estaba centrada en las zonas de Kosovo por donde circulaban las fuerzas de la UĢK y donde éste tenía sus bases» (Le Monde, 7/12/99).
[3] En una correspondencia que hemos recibido de Rusia, un lector nos ha informado de la existencia de un auténtico tráfico de rehenes del que son cómplices oficiales rusos y jefezuelos de bandas chechenos. Esto ha sido confirmado por la prensa misma, especialmente la venta y entrega por parte de oficiales rusos a pandillas chechenas de... ¡sus propios soldados! Estos sirven, después, para chantajear a sus familias y son devueltos tras pago de rescate que se reparten unos y otros.
[4] A pesar de 1948, se puso en marcha el plan Marshall para reconstruir Europa occidental bajo la dirección de Estados Unidos. El objetivo de la «ayuda» de EE. UU., que no tenía nada de desinteresada, fue asegurarse el dominio de Europa occidental por parte de EE. UU. Contra las pretensiones imperialistas de la URSS. 1947 fue el principio de la Guerra Fría entre los dos imperialismos de entonces.
[5] Le Monde diplomatique, noviembre de 1999.
[6] Ídem.
[7] International Herald Tribune, 22/1/99.
[8] La decisión del Estado americano de imponer la construcción del oleoducto por Turquía es uno de los muchos ejemplos del papel engañador que tienen las campañas contra el liberalismo y la pretendida impotencia de los Estados frente a las grandes multinacionales financieras y económicas. En realidad, la política de liberalización desarrollada a partir de los años 80 lo que ha hecho es reforzar y hacer más eficaz, más flexible y sobre todo más totalitario todavía el dominio del Estado sobre todos los aspectos de la vida social. Lejos de debilitarse con el «liberalismo» de Reagan o Thatcher, el capitalismo de Estado no ha sido nunca tan fuerte como hoy. Las campañas internacionales antiOMC (las manifestaciones durante la conferencia de Seattle, por ejemplo), llamando a una verdadera «democracia ciudadana» no tienen más finalidad que la de presentar, a nivel internacional, una alternativa democrática y de izquierdas, una falsa alternativa para así evitar que se ponga en entredicho al capitalismo como tal.
[9] International Herald Tribune, op. cit.
[10] International Herald Tribune, 20/12/99.
[11] Clinton, Internacional Herald Tribune, 10/12/99.
[12] J. Fischer, Internacional Herald Tribune, 18/12/99.
[13] Revista Internacional no. 68, diciembre de 1991.
[14] International Herald Tribune, 13/12/99.
[15] International Herald Tribune, 10/12/99.
[16] Obshchaia Gazieta, seminario ruso, recogido en Courrier international, 16/12/99.
[17] International Herald Tribune, 22/12/99.
[18] Max M. Kampelman, antiguo diplomático norteamericano, International Herald Tribune 18/12/99.
[19] Ídem.
[20] Cf. Revista Internacional nos 98 y 99.
[21] Esta toma de posición internacionalista ha sido pegada en las paradas de autobús y del metro y no difundida en la forma de panfleto a causa de la represión y de la histeria nacionalista que hoy por hoy campea en Rusia. ¿Cuál es la causa inmediata de ese clima patriotero y racista? Son los atentados sangrientos atribuidos a islamistas chechenos y que, sin duda, han sido una provocación montada por los servicios secretos rusos.