La crisis más grave de la historia del capitalismo - La confirmación evidente del marxismo.

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Ahora que el capitalismo está viviendo la crisis económica más grave de su historia, los defensores del orden establecido no cesan de proclamar que el marxismo ha muerto, que habría muerto la única teoría que permite comprender la realidad de esta crisis, la única que ha sido capaz de preverla. La burguesía, manejando hasta el empacho la vieja y desvergonzada mentira que identifica marxismo y estalinismo, revolución y contrarrevolución, quiere hacer pasar la quiebra del capitalismo de Estado al modo estalinista como si fuera el hundimiento del comunismo y de su teoría, el marxismo. Es uno de los más virulentos ataques que ha tenido que soportar, en su conciencia, la clase obrera desde hace décadas. Pero esos exorcismos histéricos de la clase dominante no pueden cambiar en nada la dura realidad: las teorías burguesas aparecen como lo que son, incapaces de explicar el desastre actual de la economía, mientras que el análisis marxista de las crisis del capitalismo se confirma plenamente.

La impotencia de las “teorías “ de la burguesía

Resulta sorprendente ver a los más lúcidos “pensadores y comentaristas“ de la clase dominante, comprobar la amplitud del desastre que está trastornando el planeta, sin que por ello puedan dar el más mínimo principio de explicación coherente de lo que está pasando. Y se pasan horas y horas echando peroratas en la televisión, llenan páginas de periódicos sobre los estragos de la miseria y de las enfermedades en África, sobre la anarquía destructora que amenaza de hambre al antiguo imperio “soviético“, sobre los devastadores desastres ecológicos del planeta que ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, los estragos de la droga cuyo tráfico se ha hecho un comercio tan importante como el del petróleo, sobre lo absurdo de hacer baldías tierras cultivables en Europa mientras se multiplican las hambrunas en el mundo, sobre la desesperanza y la descomposición que corroen los suburbios de las grandes metrópolis, sobre la falta de perspectivas que invade toda la sociedad mundial...; podrán multiplicar los estudios “sociológicos“ y “económicos“ en todos los dominios y desde todos los enfoques, no por eso dejará de ser para ellos un misterio el porqué de lo que está ocurriendo.

Los menos mentecatos se dan un poco de cuenta de que en la base de todo hay un problema económico. Aunque no lo dicen, o quizás no lo saben, se rinden ante el tan antiguo descubrimiento del marxismo que dice que, hasta ahora, la economía es la clave de la vida social. Pero eso no hace sino aumentar su perplejidad. Pues, en el caldo espeso que les sirve de marco teórico, el bloqueo de la economía mundial sigue siendo para ellos el misterio de los misterios.

La ideología dominante se enraíza en el mito de la eternidad de las relaciones de producción capitalistas. Pensar un solo instante que esas relaciones, el salariado, las ganancias, las naciones, la competencia, no serían el único modo de organización posible, comprender que esas relaciones se han convertido en una calamidad, fuente de todos las plagas que hoy se abaten sobre la humanidad, sería como echar por los suelos los pocos tabiques que le quedan a su edificio filosófico.

Los economistas no han cesado de proponer desde hace dos décadas, en una jerga cada vez más incomprensible, “explicaciones“ que tienen, todas, dos características comunes : la defensa del capitalismo como único sistema posible y el hecho que de que todas, una tras otra, han quedado meridianamente ridiculizadas por la realidad poco tiempo después de haber sido formuladas. Recordémoslas.

A finales de los 60, cuando la “prosperidad“, que había acompañado la reconstrucción de la posguerra, empezó a agotarse, hubo dos recesiones: en 1967 y en 1970. Comparadas con los terremotos que hemos conocido desde entonces, esas recesiones pueden hoy parecer muy insignificantes[1]. Pero en aquel entonces, eran un fenómeno relativamente nuevo. El espectro de la crisis económica, que se creía enterrado definitivamente desde la depresión de los años 30, volvía a espantar las almas de los economistas burgueses[2]. La realidad hablaba por sí misma: una vez terminada la reconstrucción, el capitalismo se hundía de nuevo en la crisis económica. El ciclo de vida del capitalismo decadente desde 1914 se confirmaba: crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis. Los “expertos “nos explicaron que de eso nada. El capitalismo estaba sencillamente en el inicio de una nueva juventud y que sólo se trataba de una crisis de crecimiento. Esas sacudidas se debían ni más ni menos que a “la rigidez del sistema monetario heredado de la Segunda Guerra mundial“, los famosos acuerdos de Bretton-Woods que se basaban en un dólar que servía de referencia y un sistema de tipos de cambio entre las monedas. Así que crearon una nueva moneda internacional, los Derechos de Tirada Especiales (DTS) del FMI y decidieron que los tipos de cambio flotarían libremente.

Pero, uno cuantos años después, dos nuevas recesiones, mucho más profundas, largas y extensas geográficamente golpearon de nuevo el capitalismo mundial, en 1974-75 y luego en 1980-82. Los “expertos“ encontraron entonces una nueva explicación: la penuria de fuentes de energía. A esas nuevas convulsiones las bautizaron “crisis petroleras“. Otras dos ocasiones en las que nos explicaron que el sistema no tenía nada que ver con esas dificultades, que todo se debía a la codicia de unos cuantos jeques de Arabia, o, incluso, a la venganza de algunos países subdesarrollados productores de petróleo. Y, para convencerse mejor de la eterna vitalidad del sistema, la “reanudación“ de los años 80 se hizo en nombre del retorno a un “capitalismo puro“. La economía de Reagan, llamada “reaganomics“, al volver a entregar a los empresarios privados unos poderes y una libertad que los Estados supuestamente les habría confiscado, iban a hacer estallar por fin toda la potencia creadora del sistema. Privatizaciones, eliminación despiadada de las empresas deficitarias, generalización del empleo precario para permitir un mejor juego del mercado en lo que a fuerza de trabajo se refiere, la afirmación del “capitalismo salvaje“ que debía demostrar hasta qué punto los cimientos del capitalismo seguían siendo sanos y ofrecían la única salida posible. Sin embargo, ya a principios de los 80, las economías de los países del llamado Tercer mundo se hundían. A mitad de los años 80, la URSS y los países de Europa del Este se meten en una vía “liberal“, intentando salirse de las formas más rígidas de su capitalismo de Estado ultra estatalizado. La década se termina con una nueva agravación del desastre: el antiguo bloque soviético se hunde en un caos sin precedentes.

En un primer tiempo, los ideólogos de las democracias occidentales presentaron esos hechos como la corroboración de su evangelio: la URSS y los países de Europa del Este se hunden porque todavía no han logrado convertirse en totalmente capitalistas; los países del tercer mundo porque gestionan mal el capitalismo. Pero, a principios de los 90, se confirma que la crisis económica golpea a los países más poderosos del planeta, el corazón del capitalismo “puro y duro“. En vanguardia de esa nueva caída están precisamente los campeones del nuevo liberalismo, los países que por lo visto tenían que dar el ejemplo de los milagros que puede realizar “la economía de mercado“, Estados Unidos y Gran Bretaña.

A principios de este año 1992, la flor y nata del capitalismo occidental, las empresas mejor gestionadas de la Tierra, anuncian que sus beneficios se desmoronan y que van a suprimir decenas de miles de empleos: IBM, primer constructor de ordenadores del mundo, modelo de los modelos, que desde su fundación desconocía las pérdidas; General Motors, primera empresa industrial del mundo, cuya potencia queda resumida en la famosa frase de “lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos“; United Technologies, uno de los primeros y más modernos grupos industriales americanos; Ford; Mercedes Benz, símbolo de la potencia del capital alemán, que alardeaba de ser el único constructor de coches que incrementó sus empleos durante los años 80; Sony, campeón del dinamismo y de la eficacia del capital japonés...

En cuanto al sector bancario y financiero mundial, el que ha conocido la mayor “prosperidad“ durante los años 80, beneficiario directo de este período marcado por las mayores especulaciones y las deudas más demenciales de la historia, ha recibido de lleno el latigazo de la crisis y corre el riesgo de desplomarse por sus propios abusos. “Abusos“ que algunos economistas parecen descubrir hoy, pero que han sido desde hace dos décadas el salvavidas de la economía mundial: la huida ciega en el crédito. La “máquina de dejar los problemas para otros tiempos“ se hace añicos, aplastada por el peso de las deudas acumuladas durante años y años[3].

¿Qué queda de las explicaciones de la crisis por “la excesiva rigidez del sistema monetario“ ahora que la anarquía de las tipos de cambio se ha convertido en factor de la inestabilidad económica mundial? ¿Qué queda del discurso imbécil sobre las “crisis del petróleo“ ahora que el precio del crudo se hunde en la sobreproducción? ¿Qué queda de las patrañas sobre “el liberalismo“ y “los milagros de la economía de mercado“ ahora que el desplome de la economía está ocurriendo en medio de la más salvaje de las guerras comerciales por un mercado mundial que se está encogiendo a velocidades de vértigo? ¿Y de qué sirven ahora las explicaciones basadas en el tardío descubrimiento de los peligros de la deuda cuando se ignora que ese endeudamiento suicida era el único medio de prolongar la supervivencia de una economía agonizante?

Esos sacerdotes del absurdo en que se han convertido los economistas en el capitalismo decadente, son tan incapaces de comprender el porqué de la crisis económica como de diseñar la más mínima perspectiva seria para el porvenir, a medio o corto plazo[4]. Su oficio de defensores del sistema capitalista les impide, por muy listos que sean, comprender la más elemental de las realidades: el problema de la economía mundial no estriba en saber si es éste o el otro país o si es ésta o la otra manera de gestionar el sistema capitalista. El sistema mundial, el capitalismo mismo, es el problema. Sus “razonamientos“, sus “pensamientos“ pasarán sin duda a la historia, pero como uno de los ejemplos más siniestros de la ceguera y de la necedad del pensamiento de una clase decadente.

El marxismo, primera concepción coherente de la historia

Antes de Marx, la historia humana aparecía generalmente como una concatenación de acontecimientos más o menos disparatados, que evolucionaban a golpe de batallas militares o de convicciones ideológicas o religiosas de tal o cual potencia de este mundo. En última instancia, la única lógica que podía servir de hilo conductor a esa manera de ver la historia tenía que ser buscada fuera del mundo material, en las esferas etéreas de la divina Providencia o, en el mejor de los casos, en el desarrollo de la Idea Absoluta de la Historia en Hegel[5]. Hoy, los economistas y demás “pensadores“ de la clase dominante se han quedado en el mismo punto, al que hay que añadir el retraso. Tras el hundimiento de lo que ellos consideran que era “el comunismo“, los hay incluso que, transformando en caricatura el pensamiento de Hegel, están anunciando el “fin de la historia“: puesto que todos los países están alcanzando la forma más acabada del capitalismo (“el liberalismo democrático“), puesto que no puede haber nada más allá del capitalismo, estaríamos al final del camino. Con semejantes ideas, el caos actual, el bloqueo económico de la sociedad, su disgregación acelerada sólo como misterios podrán considerarse, misterios... de la Providencia. Para quien cree que más allá del capitalismo nada puede existir, la aterradora comprobación de la quiebra, tras tantos siglos de dominación capitalista, sólo puede producir estupor, un estupor de pérdida de confianza en la humanidad.

Para el marxismo, en cambio, se trata de la confirmación más patente de las leyes históricas que esa teoría descubrió y ha ido formulando. Desde el punto de vista del proletariado revolucionario, el capitalismo no es eterno como tampoco lo fueron los antiguos modos de explotación, el feudalismo o la esclavitud antigua por ejemplo. El marxismo se distingue precisamente de las teorías comunistas que lo precedieron por el hecho de que funda el proyecto comunista en una compresión dinámica de la historia: el comunismo se vuelve posible históricamente porque el capitalismo crea simultáneamente las condiciones materiales que permiten acceder a una verdadera sociedad de abundancia y crea la clase capaz de emprender la revolución comunista, el proletariado. El comunismo se vuelve necesidad histórica porque el capitalismo lleva a un atolladero.

Ese atolladero capitalista desconcierta a los burgueses y a sus economistas lo mismo que confirma a los marxistas en sus convicciones revolucionarias.

¿Y cómo explican los marxistas esta situación de atasco histórico? ¿Por qué no puede el capitalismo desarrollarse infinitamente? Una frase del Manifiesto comunista de Marx y Engels resume la respuesta: “Las instituciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“.

¿Qué significa esa fórmula? ¿Queda confirmada por la realidad actual?

“Las instituciones burguesas“

Una de las trampas de la ideología burguesa, cuyas primeras víctimas son los economistas mismos, consiste en creer que las relaciones capitalistas serían relaciones “naturales“. El egoísmo, la rapacidad, la hipocresía y la cínica crueldad de la explotación capitalista no serían otra cosa sino la forma más refinada alcanzada por una eterna y siempre “malvada“ “naturaleza humana“.

Cualquiera que eche un simple vistazo a la historia se da cuenta de que esos son cuentos. Las relaciones sociales actuales dominan la sociedad desde hace unos 500 años, si situamos, como lo hace Marx, el inicio de este dominio en el siglo xvi, cuando el descubrimiento de América y la explosión del comercio mundial que siguió a ese descubrimiento permitieron a los mercaderes capitalistas empezar a imponer definitivamente su poder en la vida económica del planeta. Antes, la humanidad había conocido otras sociedades de clase, como el feudalismo y el sistema de esclavitud antiguo, y antes de eso, había vivido durante milenios en diferentes formas de “comunismo primitivo“, o sea, en sociedades sin clase ni explotación.

“En la producción social de su existencia, - explica Marx[6] - los hombres traban relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de esas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta un edificio jurídico y político y al que corresponden formas determinadas de la conciencia social.“

Las instituciones burguesas, las relaciones de producción capitalista y su “edificio jurídico y político“, lejos de ser realidades eternas, no son sino una forma particular, momentánea, de la organización social que corresponde a “un grado determinado de las fuerzas productivas“. Marx ponía el ejemplo de que un molino de mano correspondía al sistema antiguo de esclavitud, el molino de agua al feudalismo, el molino de vapor al capitalismo.

¿En qué consisten esas relaciones? En la mitología que identifica estalinismo y comunismo, es común definir las relaciones capitalistas como las opuestas a las que predominaban en los países pretendidamente comunistas como la ex URSS. La cuestión de la propiedad de los medios de producción por capitalistas individuales o por el Estado sería el criterio determinante. Pero, como lo demostraron ya Marx y Engels en su lucha contra el socialismo estatal de Lassalle, el que el Estado capitalista posea los medios de producción no significa otra cosa que la de dar a ese Estado el estatuto de “capitalista colectivo ideal“.

Rosa Luxemburgo, una de los principales marxistas después de Marx, insiste en dos criterios principales, dos aspectos de la organización social para determinar lo específico de un modo de producción con relación a los demás: el objetivo de la producción y la relación que liga al explotado con sus explotadores. Estos criterios, definidos mucho antes de la revolución rusa y de la destrucción de ésta, no pueden dejar la menor duda en cuanto a la naturaleza capitalista de las economías estalinistas[7].

El objetivo de la producción

Rosa Luxemburg resume lo específico de la meta de la producción capitalista de la manera siguiente: “el amo de esclavos los compraba para su comodidad y su lujo, el señor feudal exigía prestaciones y sacaba rentas a los siervos con el mismo fin: para vivir a sus anchas con su parentela. El empresario moderno no hace producir a los trabajadores ni víveres, ni ropa, ni objetos de lujo para su consumo. Les hace producir mercancías para venderlas y sacar dinero de ellas“[8].

El objetivo de la producción capitalista es la acumulación del capital, hasta el punto de que los despilfarros en lujos a que se dedicaban los miembros de la clase explotadora eran, en los tiempos radicales del capitalismo naciente, condenados por el puritanismo burgués. Marx habla de ellos como de un “robo de capital“.

Los burgueses-burócratas pretenden que en sus regímenes no se proponían objetivos capitalistas y que la renta de los “responsables“ tenía forma de “salario“. Pero el que la renta sea distribuida en forma de renta fija (falsamente llamada en ese caso “salario“) y en ventajas por función, en lugar de serlo en forma de rentas por acciones o inversiones individuales, todo eso no es en absoluto significativo cuando se trata de determinar si es o no es un modo de producción capitalista[9]. La renta de los grandes burócratas del Estado también es el fruto de la sangre y el sudor de los proletarios. La “planificación“ estalinista de la producción no se proponía objetivos diferentes de los de los inversores de Wall Street: se trata de alimentar al dios Capital nacional con el sobre trabajo extraído a los explotados, incrementar la potencia del capital y asegurar su defensa frente a otros capitales nacionales. El estilo “espartano“ de que alardeaban, hipócritamente, las burocracias estalinistas, sobre todo cuando acababan de hacerse con el poder, no es sino una caricatura degenerada del puritanismo de la acumulación primitiva del capital, una caricatura deformada por las lepras del capitalismo decadente : la lepra burocrática y la lepra del militarismo.

El lazo explotado-explotador

Lo específico del capitalismo, en lo que a la relación entre el explotado y su explotador se refiere, no es menos importante ni está menos presente en el capitalismo de Estado estalinista.

En la esclavitud antigua, el esclavo estaba alimentado ni más ni menos que como los animales del amo. Recibía de su explotador lo mínimo indispensable para vivir y reproducirse. Esto era relativamente independiente del trabajo que ejecutaba. Aunque no hubiera trabajado, aunque la cosecha quedara destruida, el amo tenía que alimentarlo, a riesgo de perderlo, como se pierde un caballo al que se ha dejado de alimentar.

En la servidumbre feudal, el siervo tenía en común con el esclavo, aunque con formas más distendidas y emancipadas, su condición de objetor personalmente unido a su explotador o a una explotación: se cedía un castillo con sus tierras, sus animales y sus siervos. Sin embargo, la renta del ciervo ya no era algo independiente del trabajo que efectuaba. Su derecho a sacar parte de la producción se definía en porcentaje de la producción realizada.

En el capitalismo, el explotado es “libre“. “Libertad“, de la que tanto alardea la propaganda burguesa, que se resume en que el explotado no tiene ningún lazo personal con su explotador. El obrero no pertenece a nadie, no está atado a ninguna tierra o propiedad. Su lazo con su explotador se reduce a una operación comercial: no se vende a sí mismo, vende su fuerza de trabajo. Su “libertad“ es la de haber sido separado de sus medios de producción. Es la libertad del capital para explotarlo en cualquier lugar, para hacerle producir lo que le parezca oportuno. La parte que el proletario tiene derecho a sacar del producto social (y eso cuando existe ese derecho) es independiente del producto de su trabajo. Esa parte equivale al precio de la única mercancía importante que él posee y reproduce: su fuerza de trabajo.

“Como cualquier otra mercancía, la mercancía “fuerza de trabajo” tiene su valor determinado. El valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. Para producir la mercancía “fuerza de trabajo”, una cantidad determinada de trabajo es igualmente necesaria, el trabajo que produce los alimentos, la ropa, etc., para el trabajador. La fuerza de trabajo de un hombre vale lo que se necesita para mantenerlo en estado de trabajar, para mantener su fuerza de trabajo.“[10]

Eso es el salariado

Los estalinistas pretenden que sus regímenes no practicaban esa forma de explotación puesto que no había desempleo. Es cierto que de manera general, en los regímenes estalinistas “hacían trabajar a los desempleados“. En esos países, el mercado del trabajo se ha caracterizado por una situación de monopolio del Estado, el cual compraba prácticamente todo lo que se encuentra en el mercado a cambio de salarios de miseria. Pero el Estado, ese “capitalista colectivo “no deja de ser menos comprador ni menos explotador. El proletario, la garantía del empleo, la tiene que pagar con la prohibición absoluta de la menor reivindicación y con la aceptación de las condiciones de vida más miserables. El estalinismo no ha sido la negación del salariado, sino la forma más totalitaria de éste.

Hoy, las economías de los países estalinistas no se están volviendo capitalistas; lo único que están haciendo es intentar abandonar las formas más rígidamente estatales del capitalismo decadente que las caracterizaban.

Producción con el objetivo exclusivo de vender para la acumulación del capital, remuneración de los trabajadores mediante el salariado, esto no define claro está todas las instituciones burguesas, pero sí es lo más específico de ellas. Es lo que permite comprender por qué el capitalismo está abocado a un callejón sin salida.

“La riqueza que han creado...“

Al salir de la sociedad feudal, las relaciones de producción capitalistas, las “instituciones burguesas “, hicieron dar un salto gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad. En la época en que el trabajo de un hombre le daba apenas para comer a él y a otra persona, cuando la sociedad estaba dividida en una multitud de feudos casi autónomos entre sí, el desarrollo de la “ libertad “ del salariado y de la unificación de la economía mediante el comercio fue un poderoso factor de desarrollo.

“La burguesía... ha demostrado lo que es capaz de realizar la actividad humana. Ha realizado maravillas mucho más ingentes que las pirámides egipcias, los acueductos romanos, las catedrales góticas... Durante su dominación de clase apenas secular, la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que las que hicieron en el pasado todas las generaciones juntas.“[11]

Contrariamente a las teorías comunistas pre marxistas, que decían que el comunismo era posible en todo momento de la historia, el marxismo reconoce que únicamente el capitalismo ha creado los medios materiales para una sociedad comunista. Antes de volverse “demasiado estrechas para contener la riqueza que han creado“, las instituciones burguesas eran lo suficientemente amplias para aportar, “en el fango y en la sangre“, dos realidades indispensables a la instauración de una verdadera sociedad comunista: la creación de una red productiva mundial (el mercado mundial) y un desarrollo suficiente de la productividad del trabajo. Dos realidades que, como veremos, acabarán por transformarse en una pesadilla para la supervivencia del capitalismo.

“La gran industria ha hecho surgir el mercado mundial, que había preparado el descubrimiento de América..., dice El Manifiesto comunista. Empujada por la necesidad de salidas mercantiles cada día más amplias para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del globo. Por todas partes tiene que incrustarse, por todas partes necesita construir, por todas partes establece relaciones... Obliga a todas las naciones, so pena de perderse, a adoptar el modo de producción burgués; las obliga a importar lo que se ha dado en llamar civilización, o sea, que las transforma en naciones de burgueses. En una palabra, la burguesía crea un mundo a su imagen.“[12]

Estimulante y a la vez fruto de esa unificación de la economía mundial, la productividad del trabajo hizo los progresos más importantes de la historia. La naturaleza misma de las relaciones capitalistas, la competencia a muerte en que viven las diferentes fracciones del capital, tanto a nivel nacional como internacional, obliga a esas fracciones a una carrera permanente por la productividad. Bajar los costes de producción, para ser más competitivos, es una condición de supervivencia en el mercado[13].

A pesar del lastre destructor de la economía de guerra, que se ha hecho casi permanente desde la Primera Guerra mundial, a pesar de los aspectos irracionales debidos a un funcionamiento cada vez más militarizado, difícil y contradictorio desde que se constituyó definitivamente el mercado mundial a principios de siglo[14], el capitalismo ha mantenido el desarrollo de la productividad técnica del trabajo. Se calcula[15] que, hacia 1700, un obrero agrícola en Francia podía alimentar a 1,7 personas, o sea que se alimentaba a sí mismo y producía las tres cuartas partes de la alimentación de otra persona; en 1975, un trabajador agrícola en Estados Unidos podía, con su trabajo, alimentar a 74 personas además de a sí mismo. La producción de un quintal de trigo exigía 253 horas de trabajo en 1708 en Francia; en 1984, 4 horas. En el plano industrial, los progresos no han sido menos espectaculares: para fabricar una bicicleta en la Francia de 1891 se necesitaban 1500 horas de trabajo; en 1975, se necesitaban 15 en EEUU. El tiempo de trabajo necesario para producir una bombilla eléctrica en Francia se ha dividido por 50 entre 1925 y 1982, el de un aparato de radio, ¡por 200! Durante la última década, marcada por la agudización desenfrenada de la guerra comercial, que desde el desmoronamiento del bloque del Este se ha acentuado todavía más entre las principales potencias occidentales[16], el desarrollo de la informática y el incremento de los robots en la producción han dado un nuevo acelerón al desarrollo de esa productividad[17].

Pero esas condiciones, que ya harían posible la organización consciente, en función de las necesidades humanas, de la producción a nivel mundial, que permitirían en pocos años eliminar definitivamente el hambre y la miseria del planeta con la eclosión de la ciencia y de las demás fuerzas productivas, en resumen, esas condiciones materiales, que hacen posible el comunismo, se transforman para la burguesía en una auténtica obsesión. Y la pervivencia de las relaciones burguesas se está volviendo para la humanidad una auténtica pesadilla.

“Instituciones demasiado estrechas...“

“En determinado grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con el marco de relaciones de propiedad, que son su expresión jurídica, en el que se habían movido hasta entonces. Esas condiciones, que hasta ayer habían sido formas para el desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en pesadas trabas“ [18]

En el caso de las sociedades de explotación pre capitalistas, como en  el del capitalismo, esa “colisión“ entre “el desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad“ y “las relaciones de propiedad“ se concreta en una situación de penuria, de escasez. Sin embargo, cuando las relaciones de producción de la antigua esclavitud o del feudalismo se volvieron “demasiado estrechas“, la sociedad se encontró ante la imposibilidad material de producir más, de extraer los bienes y los alimentos suficientes a partir de la tierra y del trabajo. Mientras que en el capitalismo, asistimos a un bloqueo de tipo particular: la “sobreproducción”.

“La sociedad retrocede a un estado de barbarie momentáneo; se diría que un hambre, una guerra de destrucción universal le han cortado los víveres; la industria, el comercio parecen aniquilados. ¿Cómo ha sido así?, pues porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio“ (Manifiesto comunista).

Lo que Marx y Engels describían a mediados del siglo xix, al analizar las crisis comerciales del capitalismo históricamente ascendente, se ha convertido en situación crónica o poco menos en el capitalismo decadente. Desde la Primera Guerra mundial la “sobreproducción“ de armamento se ha transformado en enfermedad permanente del sistema; el  hambre se han incrementado en los países subdesarrollados al mismo tiempo en que el capital norteamericano y el capital “soviético“ rivalizaban en el espacio a base de técnicas costosísimas e hipersofisticadas. Desde la crisis de 1929, el gobierno estadounidense ha dedicado, casi cada año, una parte de sus subvenciones agrícolas para que los agricultores no cultiven una parte de sus tierras[19]. A finales de los años 80, a la vez que el secretario general de la ONU anunciaba que habría más de 30 millones de muertos en África a causa del hambre, en EEUU casi la mitad de la cosecha de naranjas era quemada voluntariamente. A principios de los 90, la CEE ha iniciado un gigantesco plan de congelación de tierras de cultivo (15 % de las tierras dedicadas a cereales). La nueva recesión abierta, que no es otra cosa sino una dura agravación de la crisis con la que se las ve el sistema desde finales de los 60, golpea a todos los sectores de la economía, y, en el mundo entero, el cierre de minas y de fábricas sigue los pasos a la esterilización de las tierras.

Entre las necesidades de la humanidad y los medios materiales para satisfacerlas se yergue una “mano invisible“ que obliga a los capitalistas a dejar de producir, a efectuar despidos, y a los explotados a pudrirse en la miseria. Esa “mano invisible“ es la “milagrosa economía de mercado“, las relaciones capitalistas de producción que se han vuelto “demasiado estrechas”.

Por muy cínica y desalmada que sea la burguesía, no por eso engendra voluntariamente una situación así. Ella preferiría hacer funcionar a plena producción su industria y su agricultura, extirpar una masa siempre mayor de sobre trabajo a los explotados, vender sin límites y acumular ganancias hasta el infinito. Si no lo hace es porque las relaciones capitalistas que ella encarna, se lo prohíben. Como ya hemos visto, el capital no produce para satisfacer las necesidades humanas, ni siquiera las de la clase dominante; produce para vender. Ahora bien, el capitalismo, al basarse en el salariado, es incapaz de entregar a sus propios trabajadores, y menos todavía a los que no explota, los medios para comprar toda la producción que es capaz de realizar.

Como ya hemos visto también, la parte de la producción que le toca al proletariado está determinada, no por lo que produce, sino por el valor de su fuerza de trabajo, y ese valor, el trabajo necesario para alimentarlo, vestirlo, etc., va disminuyendo al mismo ritmo que se incrementa la productividad general del trabajo.

El aumento de la productividad, al bajar el valor de las mercancías, permite a un capitalista echar mano de los mercados de otro o impedir que otro eche mano de los suyos. Pero la productividad no crea nuevos mercados. Al contrario. Reduce el mercado que los productores mismos forman.

(...) la capacidad de consumo de los obreros se halla limitada en parte por las leyes del salario y en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista. La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.“[20]

Esa es la contradicción fundamental que arrastra al capitalismo hacia el callejón sin salida[21].

Esa contradicción, esa incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles, la lleva en sí en capitalismo desde su nacimiento. En sus inicios, la superó vendiendo a los amplios sectores feudales o semifeudales, y después, mediante la conquista de mercados coloniales. La burguesía ha “invadido el planeta entero“ precisamente porque buscaba esas salidas. Y esa búsqueda, en cuanto el mercado mundial quedó constituido y repartido entre las potencias principales, a principios de este siglo, fue lo que llevó a la Primera, y después a la Segunda Guerra mundial.

Hace 20 años que terminó el “respiro“ de la reconstrucción tras las destrucciones masivas de la Segunda Guerra y ahora, tras 20 años de huida ciega, retrasando los plazos mediante créditos que se han ido superponiendo a otros créditos, el capitalismo vuelve a enfrentarse a la misma, antigua e inevitable contradicción, a una deuda equivalente... ¡a año y medio de producción mundial!

La estrechez de las instituciones burguesas ha acabado por hacer de la vida económica mundial un monstruo en el que ¡menos del 10 % de la población produce más del 70 % de las riquezas! Contrariamente a todos los cantos de alabanzas a los futuros “milagritos de la economía de mercado“ que hoy está entonando la burguesía sobre las ruinas del estalinismo, la realidad hace aparecer con la mayor crueldad la plaga que es para la humanidad el mantenimiento de las relaciones capitalistas de producción. Más que nunca, la supervivencia misma de la humanidad exige el advenimiento de una nueva sociedad. Una sociedad que para superar el atolladero capitalista, deberá basarse en dos principios esenciales:

  • a producción exclusivamente dedicada a las necesidades humanas;
  • la eliminación del salariado y la organización de la distribución en función primero de las riquezas existentes y, después, cuando se haya alcanzado por fin la abundancia material a nivel mundial, en función de las necesidades de cada uno.

Más que nunca, la lucha por una sociedad basada en el viejo principio comunista: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades“ puede abrir la única vía a la humanidad.

El apego de los economistas al modo de explotación capitalista los ciega y les impide ver y comprender su quiebra. Al contrario, la revuelta contra la explotación exige al proletariado la mayor lucidez histórica. Situándose desde el enfoque de la clase proletaria, Marx, los marxistas, los de verdad, pudieron ponerse a la altura de una visión histórica coherente. Una visión que es capaz no sólo de comprender lo que es específico del capitalismo en relación con los demás tipos de sociedades pasadas, pero también comprender las contradicciones que hacen que ese sistema sea un modo de producción tan transitorio como los del pasado. El marxismo funda la posibilidad y la necesidad del comunismo en una base material científica. Por eso, lejos de estar muerto y enterrado como lo desean y pretenden los defensores del orden establecido, sigue siendo más actual que nunca.

RV, 6/3/92   


[1] En 1967 fue sobre todo Alemania la más golpeada. Por primera vez desde la guerra su producto interior dejó de aumentar. El « milagro alemán » dejaba el sitio a un retroceso de - 0,1 % del PIB. En 1970 le tocó el turno a la primera potencia mundial, EEUU, con una baja de la producción de - 0,3 %.

[2] En 1929, la revista económica francesa l'Expansion se pregunta en primera plana: “¿Podría volver 1929? “.

[3] Algunas estimaciones estiman el endeudamiento mundial en 30 Billones (30 millones de millones) de dólares (Le Monde diplomatique, febrero del 92). Eso equivale a siete veces el producto anual de los EEUU, o de la CEE, o, también, cerca de un año y medio de trabajo (en las condiciones actuales) de toda la humanidad!

[4] En diciembre del 91, la OCDE, una de las principales organizaciones de previsión económica occidentales, presentaba sus Perspectivas económicas a la prensa : anunciaban una reanudación económica inminente, animada, entre otras cosas, por la baja de los tipos de interés alemanes. El mismo día, el Bundesbank decidió una importante subida de su tipo de interés y unos cuantos días después, la misma OCDE revisaba a la baja sus previsiones, insistiendo... en las incertidumbres que planean en nuestros tiempos...

[5] Véase en este número el artículo “Cómo el proletariado ganó a Marx para el comunismo “.

[6] “ Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[7] A los economistas les cuesta comprender que sólo desde un enfoque marxista se pueda entender realmente la naturaleza capitalista de esas economías.

[8] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política, cap. 5, “El trabajo asalariado “.

[9] Esta diferencia es, en cambio, importante para comprender la diferencia de eficacia entre el capitalismo de Estado estalinista y llamado “liberal “. El que la renta de los burócratas no tenga que ver con el resultado de la producción de la que son teóricamente responsables, los transforma en paradigma de la irresponsabilidad, de la corrupción y de la ineficacia (ver “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este “, Revista Internacional, nº 60).

[10] Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política.

[11] Manifiesto comunista, “Burgueses y proletarios“.

[12] Ídem.

[13] En el caso de un país como la URSS, en donde la competencia interna del país era casi inexistente a causa del monopolio estatal, la presión para el incremento de la productividad se ejercía en el plano de la competencia militar internacional.

[14] Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo.

[15] Los datos sobre la productividad están sacados de diferentes obras de Jean Fourastié : La productivité (ed. PUF, 1987, París), Pourquoi les prix baissent (Por qué bajan los precios)(ed. Hachette, 1984, París), Pouvoir d'achat, prix et salaires (Poder adquisitivo, precios y salarios) (ed. Gallimard, 1977, París).

[16] Ver en este número el artículo “Guerra comercial, engranaje infernal de la competencia capitalista “.

[17] Puede uno hacerse una idea de lo importante que ha sido el aumento de la productividad en el trabajo fijándose en la evolución de la cantidad de personas “improductivas “ mantenidas por el trabajo realmente productivo (en el sentido general del término, es decir, útiles a la subsistencia de la gente). Los agricultores, los trabajadores de la industria, de los servicios o de la construcción que producen bienes o servicios destinados a la producción de bienes de consumo, permiten a una cantidad cada vez mayor de personas vivir sin ejercer un trabajo realmente productivo : militares, policías, trabajadores de todas las industrias productoras de armas y pertrechos militares, una buena parte de la burocracia estatal, los trabajadores de los servicios financieros y bancarios, del marketing y de la publicidad, etc. La parte del trabajo generalmente productivo en la sociedad capitalista decadente no ha cesado de disminuir en provecho de actividades, indispensables para la supervivencia de cada capital nacional, pero inútiles, cuando no son destructoras, desde el punto de vista de las necesidades de la humanidad.

[18] “Prefacio “ a la Crítica de la economía política.

[19] Desde un simple punto de vista técnico, Estados Unidos sería capaz de alimentar al planeta entero.

[20] El Capital, vol. III, pág. 455. F.C.E., México.

[21] El análisis marxista no sólo ha evidenciado esa contradicción en las relaciones de producción capitalistas : la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la contradicción entre la necesidad de recurrir a inversiones cada día más importantes y la exigencia de la rotatividad del capital, la contradicción entre el carácter mundial del proceso de producción capitalista y el carácter nacional de la apropiación del capital, etc., el marxismo ha descubierto otras contradicciones esenciales que son a la vez motor y colapso en la vida del capital. Pero todas estas otras contradicciones no se transforman en trabas efectivas para el crecimiento del capital más que en cuanto éste se enfrenta a la “razón última“ de sus crisis: su incapacidad para crear sus propias salidas mercantiles.