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A principios de siglo apenas había en el mundo 40 Estados independientes, hoy son 169, a los que deben añadirse los casi 20 surgidos últimamente de la explosión de la URSS y Yugoslavia. El fracaso inapelable del rosario de «nuevas naciones» constituidas a lo largo del siglo XX, la ruina segura de las creadas últimamente, constituyen la demostración más evidente de la quiebra del capitalismo. Para los revolucionarios, desde principios del siglo XX lo que está a la orden del día no es la constitución de nuevas fronteras sino su destrucción por la Revolución Proletaria Mundial. Este es el eje central de la presente serie de balance de 70 años de luchas de “liberación nacional”. En el primer artículo de la serie, vimos de qué modo la “liberación nacional” había sido un veneno mortal para la oleada revolucionaria internacional de 1917-23; en la segunda parte demostramos que las guerras de “liberación nacional” y los nuevos Estados constituyen engranajes inseparables del imperialismo y la guerra imperialista. En esta tercera queremos mostrar el trágico descalabro económico y social que ha significado la existencia de esas 150 “nuevas naciones” creadas en el siglo XX.
La realidad ha hecho polvo los discursos sobre los “países en vías de desarrollo” que iban a ser los nuevos polos dinámicos del desarrollo económico. Las charlataneadas sobre las “nuevas revoluciones burguesas”, que iban a hacer estallar la prosperidad a partir de las riquezas naturales que existían en las antiguas colonias, anunciaban en realidad un gigantesco fracaso: el del capitalismo, la de su incapacidad para valorar dos tercios del planeta, para integrar dentro de la producción mundial a los miles de millones de campesinos que ha arruinado.
El ambiente donde nacen las “nuevas naciones” es la decadencia del capitalismo
El criterio determinante para juzgar si el proletariado debe o no apoyar la formación de nuevas naciones es saber cuál es el momento histórico-mundial del capitalismo. Si es de expansión y desarrollo, como en el siglo xix, entonces tiene sentido ese apoyo, sólo para ciertos países que representan de verdad ese impulso de expansión, y a condición de mantener siempre la autonomía de clase del proletariado. Pero ese apoyo ya no tiene validez y debe ser tajantemente rechazado cuando el capitalismo entra, con la Primera Guerra mundial, en su época de decadencia mortal.
“El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en los grandes Estados de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es cierto que se ha mantenido la fase nacional pero su verdadero contenido, su función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino el manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate de las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas”[1].
A este criterio global e histórico se opone el criterio basado en especulaciones abstractas y en visiones parciales o contingentes. Así, estalinistas, trotskistas y hasta grupos proletarios han aducido en apoyo de la “independencia nacional” de los países de África, Asia, etc., el argumento de que esos países presentan importantes supervivencias feudales y pre capitalistas de lo que deducen que en ellos lo que está a la orden del día es la “revolución burguesa” y no la Revolución Proletaria.
Lo que estos señores niegan es que la integración en el mercado mundial de todos los territorios esenciales del planeta, cierra las posibilidades de expansión del capitalismo, lo llevan a una crisis sin salida, y esta situación preside y domina la vida de todos los países : “Sobreviviendo, la antigua formación continúa siendo dueña de los destinos de la sociedad, continúa actuando y guiándola no hacia la abertura de campos libres para el desarrollo de las fuerzas productivas, sino, de acuerdo con su nueva naturaleza convertida en reaccionaria, la mueve hacia la destrucción”[2].
Otro argumento en favor de la constitución de nuevas naciones es que éstas poseen inmensos recursos naturales que podrían y deberían desarrollar, liberándose de la tutela extranjera. Este argumento vuelve a caer en lo mismo, en una visión abstracta y localista. Cierto, esas enormes potencialidades existen pero no pueden desarrollarse precisamente por el medio ambiente mundial de crisis crónica y decadencia que determina la vida de todas las naciones.
Desde sus orígenes, el capitalismo se ha basado en la competencia más feroz, tanto a nivel de empresas como de naciones. Ello ha producido un desarrollo desigual de la producción según los países, sin embargo, mientras “la ley del desarrollo desigual del capitalismo se manifiesta en el período ascendente del capitalismo por un empuje imperioso de los países retrasados hacia la recuperación o incluso la superación del nivel de los más desarrollados, este fenómeno tiende a invertirse a medida que el sistema, como un todo, se aproxima a sus límites históricos objetivos y es incapaz de extender el mercado mundial al nivel de las necesidades impuestas por el desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber alcanzado sus límites históricos, el sistema en declive no ofrece más posibilidades de igualación en el desarrollo sino, al contrario, su tendencia es al estancamiento de todo desarrollo, el despilfarro de fuerzas productivas y la destrucción. La única “recuperación” de la que se puede hablar es la que conduce a los países más desarrollados a la situación existente en los más atrasados en cuanto a las convulsiones económicas, la miseria y las medidas del capitalismo de Estado. Si en el siglo xix el país más avanzado, Inglaterra, marcaba el porvenir a los demás, hoy son los países del “tercer mundo” los que indican, en cierto modo, el porvenir a los más desarrollados.
“Sin embargo, incluso en estas condiciones, no podría existir una real “igualación” de la situación de los distintos países que componen el mundo. Aunque no perdona a ningún país, la crisis mundial ejerce sus efectos devastadores no en los más desarrollados, los más poderosos, sino en los que han llegado demasiado tarde al ruedo económico mundial y a los cuales la vía hacia el desarrollo ha quedado definitivamente cerrada por las potencias más antiguas”[3].
Todo ello se concreta en que “la ley de la oferta y la demanda va en contra de cualquier desarrollo de nuevos países. En un mundo donde los mercados se hallan saturados, la oferta supera a la demanda y los precios están determinados por los costes de producción más bajos. Por esto, los países que tienen los costes de producción más elevados se ven obligados a vender sus mercancías con beneficios reducidos cuando no lo hacen con pérdidas. Esto reduce su tasa de acumulación a un nivel bajísimo y, aún con una mano de obra muy barata, no consiguen realizar las inversiones necesarias para la adquisición masiva de una tecnología moderna, lo que por consiguiente ensancha aún más la zanja que separa a esos países de las grandes potencias industriales”[4].
Por ello “el período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la imposibilidad de cualquier surgimiento de nuevas naciones industrializadas. Los países que no han logrado su despegue industrial antes de la Primera Guerra mundial se ven condenados a quedarse estancados en el subdesarrollo total o a mantenerse en un estado de atraso crónico respecto de los países que tienen la sartén por el mango” (ídem). En ese marco, “las políticas proteccionistas conocen en el siglo xx un fracaso total. Lejos de ser una posibilidad de respiro para las economías menos desarrolladas llevan a la asfixia de la economía nacional”[5].
La guerra y el imperialismo agravan el atraso y el subdesarrollo
En estas condiciones económicas globales, la guerra y el imperialismo, rasgos inseparables del capitalismo decadente, se imponen como una ley implacable a todos los países y pesan como una losa sobre la economía de las nuevas naciones. En la situación de marasmo que reina en la economía mundial, cada capital nacional solo puede sobrevivir si se arma hasta los dientes. Como consecuencia, cada Estado nacional se ve obligado a alteraciones de su propia economía (creación de una industria pesada, emplazamiento de industrias en zonas estratégicas pero que resultan muy gravosas para la producción global, supeditación de infraestructuras y comunicaciones a la actividad militar, enormes gastos de “defensa”, etc.). Todo esto acarrea graves repercusiones sobre el conjunto de la economía nacional de países cuyo tejido social está subdesarrollado a todos los niveles (económico, cultural etc.):
- se insertan artificialmente actividades tecnológicamente muy avanzadas, provocando un fuete despilfarro de recursos y el desequilibrio más y más agudizado de la actividad económica y social;
- de otra parte, fuerza el endeudamiento y el incremento permanente de la presión fiscal para hacer frente a una espiral de gastos que jamás se pueden saldar: “El Estado capitalista, bajo la imperiosa necesidad de establecer una economía de guerra, es el gran consumidor insaciable que crea su poder de compra por medio de préstamos gigantescos que drenan todo el ahorro nacional bajo el control y el concurso retribuido del capital financiero, y que paga con letras que hipotecan las rentas futuras del proletariado y los pequeños campesinos”[6]
En Omán, el presupuesto de defensa absorbe el 46% del gasto público, en Corea del Norte nada menos que el 24% del PIB. En Tailandia mientras cae la producción, la agricultura solo crece un 1% en 1991 y se reduce el presupuesto de educación, “los militares han expresado su voluntad de acercarse a Europa y Estados Unidos en la modernización de su Ejército, alineándose más claramente en el campo occidental proyectando comprar un portahelicópteros alemán, varios Linx franco británicos, una escuadrilla (12 aviones) de cazabombarderos F16 y 500 tanques M60 A1 y M48 A5 americanos”.[7] En Birmania, con una tasa de mortalidad infantil del 64,5 por mil (9 por mil en USA), una esperanza de vida de 61 años (75,9 en USA) y sólo 673libros publicados (para 41 millones de habitantes), “de 1988 a 1990 el ejército birmano aumentó de 170 mil a 230 mil hombres. También mejoró su armamento. Así, en octubre de 1990 encargó 6 aviones G4 a Yugoslavia y 20 helicópteros a Polonia. En noviembre realizó un contrato de 1200 millones de dólares (la deuda exterior es de 4 171 millones de $) con China para adquirir, entre otros, 12 aviones F7, 12 F6 y 60 acorazados”[8].
Un caso particularmente grave es la India. El enorme esfuerzo guerrero de este país es en gran medida responsable de que “entre 1961 y 1970, el porcentaje de la población rural que vive por debajo del mínimo fisiológico haya pasado del 52 al 70%. Mientras en 1880 cada hindú podía disponer de 270 kilos de cereales y legumbres secas, este porcentaje ha disminuido a 134 kilos en 1966.” [9]
“El presupuesto militar equivalía al 2% de su PNB en 1960, o sea, 600 millones de dólares. Para renovar el arsenal y el parque militar, las fábricas de armamentos se multiplican, aumentando y diversificando su producción. Un decenio más tarde, el presupuesto militar se eleva a 1600 millones de dólares, o sea, 3,5% del PNB. A todo ello se une un refuerzo de la infraestructura, en particular rutas estratégicas, bases navales. El tercer programa militar, que cubre 1974-79, va a absorber 2500 millones de dólares anuales”[10]. Desde 1973, India posee la bomba atómica y ha desarrollado un programa de investigación nuclear, centrales para fusión de plutonio, que ha hecho que su porcentaje dedicado a “investigación científica” sea uno de los más altos del mundo: 0,9% del PIB.
El militarismo agrava la desventaja de los nuevos países respecto a los países más avanzados. Así, los 16 países más grandes del “tercer mundo” (India, China, Brasil, Turquía, Vietnam, Sudáfrica, etc.) pasaron de tener 7 millones de soldados en 1970 a 9 millones en 1990, es decir, un incremento del 32%. En cambio, los 4 países más industrializados (USA, Japón, Alemania y Francia) pasaron de 4,392 millones de soldados en 1970 a 3,264 en 1990, lo que representa una reducción del 26% [11] No es que éstos relajaran el esfuerzo militar, sino que éste fue mucho más productivo permitiendo ahorrar en hombres. En los países menos desarrollados, lo que domina, y de lejos, es la tendencia inversa: además de aumentar las inversiones en armas sofisticadas y tecnología, tuvieron que incrementar las realizadas en hombres.
Esa necesidad de dar prioridad al esfuerzo guerrero tiene graves consecuencias políticas que agravan aún más la debilidad y caos económico y social de esas naciones: impone la alianza inevitable y forzada con todos los restos de sectores feudales o simplemente retardatarios, pues es más importante mantener la cohesión nacional, frente a la jungla imperialista mundial, que la propia “modernización” de la economía que pasa a ser un objetivo secundario y, en general, utópico, ante la magnitud de los imperativos imperialistas.
Estas supervivencias feudales o pre capitalistas expresan la carga del pasado colonial o semicolonial que les lega una economía especializada en la producción de materias primas agrícolas o mineras lo que la deforma monstruosamente : “de ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista destruyendo sistemáticamente todas las formas pre capitalistas, pero frenando a la vez el desarrollo del capital indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana y apoyándose en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. En las colonias y semicolonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana, sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de los jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados a salto de mata para que sirvieran intereses foráneos, con burguesías débiles y ya viejas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político”[12].
Agravando los problemas, las antiguas metrópolis (Francia, Gran Bretaña, etc.), junto a otras concurrentes(USA, la antigua URSS, Alemania), han creado alrededor de las “nuevas naciones” una tupida telaraña de inversiones, créditos, ocupación de enclaves estratégicos, rematados por todo el tinglado de “tratados de asistencia, cooperación y defensa mutuas”, integración en organismos internacionales de defensa, comercio, etc., que los atan de pies y manos y constituyen un hándicap prácticamente insuperable.
Esta realidad es calificada por trotskistas, maoístas y toda clase de “tercermundistas” como “neocolonialismo”. Este término es una cortina de humo pues oculta lo esencial: la decadencia de todo el capitalismo mundial y la imposibilidad de desarrollo de nuevas naciones. Los problemas de las naciones del ”tercer mundo” los resumen en la “dominación extranjera”. Es cierto que la dominación extranjera obstaculiza el desarrollo de las nuevas naciones, pero no es el único factor y sobre todo sólo puede comprenderse como parte, elemento constituyente, de las condiciones globales del capitalismo decadente, dominadas por el militarismo, la guerra y el estancamiento productivo.
Para terminarlo de arreglar, las nuevas naciones surgen con un pecado original: son territorios incoherentes, formados por un caótico agregado de retales étnicos, religiosos, económicos, culturales; sus fronteras son a menudo artificiales e incluyen minorías pertenecientes a países limítrofes; todo lo cual no puede llevar sino a la disgregación y el choque permanentes.
Un ejemplo revelador es la gigantesca anarquía de razas, religiones, nacionalidades que coexisten en una región estratégica vital como Oriente Medio: junto a las 3 religiones más importantes: judaísmo, cristianismo y islamismo. Cada una está dividida a su vez en múltiples sectas enfrentadas entre sí: la cristiana tiene minorías maronitas, caldeas, ortodoxas, coptas; la musulmana alauitas, zaidies, sunnitas y chiítas). “Existen, además, minorías étnico-lingüísticas. En Afganistán se oponen persáfonos (pashtunes, tadyicos) y turcófonos (uzbecos, turmenos), así como otros grupos particulares (nuristaníes, pachais). Las turbulencias políticas del siglo xx han hecho de esas minorías “pueblos sin Estado”. Así, los 22 millones de kurdos: 11millones en Turquía (20% de la población), 6 en Irán (12%), 4,5 en Irak (25%), 1 en Siria (9%), sin olvidar la existencia de una diáspora kurda en Líbano. También existe una diáspora armenia en Líbano y Siria. Y, por último, los palestinos constituyen otro “pueblo sin Estado”. Son 5 millones repartidos entre Israel (2,6 millones), Jordania (1,5millones), Líbano (400 000), Kuwait (350 000), Siria (250 000)”[13].
En tales condiciones, los nuevos Estados expresan de manera caricaturesca la tendencia general al capitalismo de Estado, la cual no constituye una superación de las contradicciones agónicas del capitalismo decadente, sino una pesada traba que agudiza mucho más los problemas. “En los países atrasados, la confusión entre aparato político y económico permite y engendra el desarrollo de una burocracia totalmente parásita, cuya única preocupación es llenarse la faltriquera, chupar del bote y saquear sistemáticamente la economía nacional para acumular fortunas colosales: los ejemplos de Batista, Marcos, Duvalier, Mobutu ya son conocidos, pero no son los únicos. El saqueo, la corrupción y el bandidaje son fenómenos generalizados en los países subdesarrollados que afectan a todos los niveles del Estado y de la economía. Esta situación es evidentemente un lastre suplementario para esas economías, empujándolas todavía más hacia el abismo”[14].
Un balance catastrófico
Así pues, todo nuevo Estado nacional, lejos de reproducir el desarrollo de los jóvenes capitalismos del siglo xix, tropieza desde el principio con la imposibilidad de una real acumulación y se hunde en el marasmo económico, el despilfarro y la anarquía burocrática. Lejos de aportar un marco donde el proletariado podría mejorar su situación, éste encuentra, en cambio, una situación de empobrecimiento constante, amenaza del hambre, militarización del trabajo, trabajos forzados, prohibición de las huelgas, etc.
Durante los años 60-70 políticos, expertos, banqueros, repitieron hasta la náusea el tópico del “desarrollo” de los países del “tercer mundo”. De “países subdesarrollados” se convirtieron en “países en vías de desarrollo”. Una de las palancas de este supuesto “desarrollo” fue la concesión de créditos masivos que se aceleró sobre todo tras la recesión de 1974-75. Las grandes metrópolis industriales concedieron créditos a manos llenas a los países nuevos con los cuales estos compraron los bienes de equipo, instalaciones “llave en mano” que aquellas no podían vender víctimas de la sobreproducción generalizada.
Esto no produjo, como hoy se ha demostrado ampliamente, el más mínimo desarrollo sino un gravísimo endeudamiento de los países nuevos que los ha hundido definitivamente en una crisis sin salida como se ha visto a lo largo de la década de los 80.
Nuestras publicaciones han puesto en evidencia este descalabro generalizado, bástenos recordar algunos datos: en América Latina el PIB per cápita había caído en 1989 al nivel de 1977. En Perú el ingreso per cápita era en 1990 ¡el de 1957! Brasil, presentado en los 70 como el país del “milagro económico”, sufre en 1990 una baja del PNB del 4,5% y una inflación del 1657%. La producción industrial de Argentina ha caído en 1990 al nivel de 1975 [15].
Esto lo ha sufrido duramente la población y especialmente la clase obrera. En África, el 60% de la población vivía por debajo del mínimo vital en 1983 y para 1995, el Banco Mundial calcula que será un 80%. En América Latina hay ya 44% de pobres. En Perú 12 millones de habitantes (sobre una población total de 21) son pobres de solemnidad. En Venezuela un tercio de la población carece de ingresos suficientes para comprar los productos básicos.
La clase obrera se ha visto cruelmente atacada: en 1991, el gobierno de Pakistán ha cerrado o privatizado empresas públicas, echando 250 000 obreros a la calle. En Uganda, un tercio de los empleados públicos han sido despedidos en 1990. En Kenia, “el gobierno decidió en 1990 no cubrir el 40% de los puestos vacantes en la función pública, así como que los servicios sociales los sufragaran directamente los usuarios”[16]. En Argentina, la parte de los asalariados en la renta nacional bajó de un 49% en 1975 al 30% en 1983.
La manifestación más evidente del fracaso total del capitalismo mundial es el desastre agrícola que padecen la inmensa mayoría de las naciones independizadas en el siglo xx: “La decadencia del capitalismo ha llevado a su extremo el problema campesino y agrario. No es, si se toma un punto de vista mundial, el desarrollo de la agricultura lo que se ha realizado, sino su subdesarrollo. El campesinado, como hace un siglo, sigue constituyendo la mayoría de la población mundial” [17]
Los nuevos países, a través del Estado que crea una telaraña burocrática de organismos de “desarrollo rural”, extienden las relaciones de producción capitalistas al campo, destruyendo las viejas formas de agricultura de subsistencia. Pero esto no produce el menor desarrollo sino el desastre total. Esas mafias del “desarrollo”, a las que se unen los caciques, terratenientes y usureros rurales, arruinan a los campesinos obligándoles a introducir cultivos de exportación que les compran a precios de risa mientras que les venden semillas, maquinaria a precios abusivos.
Con la desaparición de los cultivos de subsistencia, “las amenazas de hambre resultan hoy en día tan reales como lo eran en las economías anteriores: la producción agrícola por habitante es inferior al nivel de 1940. Señal de la anarquía total del sistema capitalista, la mayoría de los antiguos países agrícolas productores del “tercer mundo” se han convertido desde la Segunda Guerra mundial en importadores: Irán, por ejemplo, importa el 40% de los productos alimenticios que consume”[18].
Un país como Brasil, el de mayor potencial agrícola del mundo, ve como “a partir de febrero de 1991 es constatable la escasez de carne, arroz, judías, productos lácteos y aceite de soja” [19]. Egipto, granero de imperios a lo largo de la historia, importa hoy el 60% de los alimentos básicos. Senegal sólo produce el 30% de su consumo de cereales. En África, la producción alimenticia apenas llega a 100kilos por habitante mientras que el mínimo vital es de 145.
No obstante, la canalización de la producción hacia monocultivos de exportación tropieza con la caída general de los precios de las materias primas, tendencia que se agrava con la agudización de la recesión económica. En Costa de Marfil, los ingresos por ventas de cacao y café han caído un 55% entre 1986 y 1989. El precio del azúcar bajó en los países del África Occidental un 80% entre 1960 y 1985. En Senegal, un productor de cacahuete gana en 1984 menos que en 1919. En Uganda, la producción de café pasó de 186 000 toneladas en 1989 a 138 000 en 1990[20].
El resultado es la aniquilación creciente de la agricultura, tanto la de subsistencia como la de exportación basada en los cultivos industriales.
En ese contexto, forzados por la caída del precio de las materias primas y obligados por el fenomenal endeudamiento en que están atrapados desde mediados de los años 70, la mayoría de países de África, Asia, América han extendido todavía más los cultivos industriales y de exportación, han talado bosques, han realizado faraónicos pantanos y costosísimas obras de irrigación, con rendimientos cada vez más bajos y la esquilmación casi definitiva de los suelos. El desierto ha avanzado. Los recursos naturales tan generosos han sido aniquilados.
La catástrofe es de incalculables dimensiones: el río Senegal, que en 1960 tenía un caudal de 24 000 millones de metros cúbicos en 1983, había bajado a sólo 7000. La cobertura vegetal del territorio mauritano era del 15% en 1960 para caer al 5% en 1986. En Costa de Marfil (exportador de maderas valiosas), la superficie de bosques ha caído de 15 millones de hectáreas en 1950 a sólo 2 millones en 1986. En Níger, 30% de los suelos cultivables han sido abandonados y el rendimiento por hectárea de los cultivos cerealistas ha pasado de 600 kilos en 1962 a 350 en 1986. La ONU cifraba en 1983 el avance del desierto sahariano hacia el Sur en 150 km anuales[21].
Los campesinos son expulsados de sus lugares de origen y se amontonan en las grandes ciudades en horribles campos de chabolas. “Lima, que fue la ciudad jardín de los años 40, ha visto secarse sus aguas subterráneas e está invadida por el desierto. De 1940 a 1981 su población se multiplicó por 7. Ahora, con 400 kilómetros cuadrados de superficie y una tercera parte de la población peruana, ha cubierto el oasis de basurales y cemento y avanza sobre arenales. En el basurero del Callao niños descalzos y familias enteras trabajan en medio de un infierno donde el hedor es insoportable y millones de moscas pululan”[22].
“El capital ama a sus clientes pre capitalistas como el ogro a los niños: devorándolos. El trabajador de las economías pre capitalistas que ha tenido la desgracia de verse afectado por el comercio con los capitalistas sabe que, tarde o temprano, acabará en el mejor de los casos proletarizado, y en el peor - y es cada día lo más frecuente desde que el capitalismo entró en decadencia - en la miseria y la indigencia, en campos estériles o marginales, en las chabolas del extrarradio o de una aglomeración”[23].
Esa incapacidad para integrar a las masas campesinas en el trabajo productivo es la manifestación más evidente de la quiebra del capitalismo mundial. Su esencia es la generalización del trabajo asalariado, arrancando a los campesinos y los artesanos de sus viejas formas de trabajo pre capitalista, transformándolos en obreros asalariados. Esta capacidad de creación de nuevos empleos se estanca y retrocede a escala mundial a lo largo del siglo xx. Este fenómeno se manifiesta de manera aplastante en los nuevos países: mientras en el siglo xx la media de desempleo era en Europa del 4 al 6% y podía absorberse tras las crisis cíclicas, en los países del “tercer mundo” asciende al 20-30% y se convierte en un fenómeno permanente y estructural.
Las primeras víctimas de la descomposición mundial del capitalismo
Con la entrada del capitalismo desde fines de los años 70 en su etapa terminal de descomposición mundial, las primeras víctimas han sido toda la cadena de “jóvenes naciones” que, en los años 60-70, nos fueron presentadas por los adalides del orden burgués, desde “liberales” a estalinistas, como las “naciones del futuro”.
El hundimiento de los regímenes estalinistas desde mediados de 1989 ha dejado en un segundo plano la situación espantosa en la que se hunden esas “naciones del futuro”. Los países bajo la bota estalinista pertenecen al pelotón de países llegados demasiado tarde al mercado mundial y manifiestan todos los rasgos de los “nuevos países” del siglo xx, aunque sus especificidades[24] han hecho mucho más grave y caótico su hundimiento y le han dado una repercusión de una importancia histórico-mundial incalculablemente superior, especialmente a nivel de la agravación del caos imperialista[25].
Sin embargo, sin subestimar las particularidades de los países estalinistas, los demás países subdesarrollados presentan hoy las mismas características de base en cuanto a caos, anarquía y descomposición generalizada.
Explosión de Estados en mil pedazos
En Somalia, los jefes tribales del Norte anuncian el 24 de abril de 1991 la partición del país y la creación del Estado de “Somalilandia”. Etiopía se desmembra: el 28 de mayo, Eritrea se declaraba “soberana”; el Tigre, los Oromos, el Ogadén han escapado totalmente al control de la autoridad central. Afganistán se halla dividido en 4 gobiernos diferentes, cada cual controlando sus propios territorios: el de Kabul, el Islámico radical, el Islámico moderado y el Chiíta. Casi dos terceras partes del territorio peruano están en poder de mafias de narcotraficantes o de las mafias guerrilleras de Sendero Luminoso o Tupac Amaru. La guerra en Liberia ha provocado 15 000 muertos y la huida de más de un millón de personas (para una población total de 2,5 millones). Argelia, con el enfrentamiento abierto entre el FLN y el FIS (que recubre una pugna imperialista entre Francia y USA) se sumerge en el caos.
Derrumbe del Ejército
Las revueltas de soldados en Zaire, la explosión del ejército ugandés en múltiples bandas que aterrorizan a la población, la gangsterización generalizada de las policías de Asia, África, Sudamérica, expresan la misma tendencia, aunque de manera menos espectacular, que la actual explosión del Ejército de la ex-URSS.
Parálisis general del aparato económico
Los abastecimientos, los transportes, los servicios, se colapsan totalmente y la actividad económica se reduce a la mínima expresión: en la República Centroafricana, Bangui - la capital- “ha quedado totalmente aislada del resto del país, la ex-metrópoli colonial vive de los subsidios que llegan de Francia y del tráfico de diamantes “[26].
En estas condiciones el hambre, la miseria, la muerte, se generalizan. La vida no vale nada. En Lima, los hombres y mujeres más gruesos son secuestrados por bandas que los asesinan y venden su grasa a las empresas farmacéuticas y cosméticas de Estados Unidos. En Argentina, medio millón de personas sobreviven de la venta de hígados, riñones y otras vísceras. En El Cairo (Egipto), un millón de personas tienen como vivienda las tumbas del cementerio copto. Los niños son secuestrados en Perú o en Colombia para ser enviados a minas o explotaciones agrícolas donde trabajan en condiciones de esclavitud y mueren como moscas. La caída en el mercado mundial del precio de las materias primas lleva al capitalismo local a esas atroces prácticas para compensar la baja de sus ganancias. En Brasil, la imposibilidad de integrar a las nuevas generaciones en el trabajo asalariado dicta el salvajismo de bandas de policías y matones que se dedican al asesinato pagado de niños de las calles alistados en bandas mafiosas traficantes de todo tipo. Tailandia se ha convertido en el mayor prostíbulo del mundo, el SIDA se ha generalizado: 300 000 afectados en 1990, se prevén más de 2 millones para el año 2000.
La oleada de emigración que se ha acelerado desde 1986 proveniente de América Latina, África, Asia sanciona la quiebra histórica de esas naciones y, a través de ella, la quiebra del capitalismo.
La desintegración de unas estructuras sociales, nacidas como células degeneradas de un cuerpo mortalmente enfermo, el capitalismo decadente, vomitan literalmente masas humanas que huyen del desastre hacia las viejas naciones industriales, las cuales, confirmando su estancamiento económico, hace tiempo que han puesto el cartel de “cerrado” y sólo tienen frente a esas masas hambrientas el lenguaje de la represión, las matanzas, la deportación.
La humanidad no necesita nuevas fronteras sino abolir todas las fronteras
Las nuevas naciones del siglo xx no han engrosado el ejército proletario sino, lo que es más comprometedor para la perspectiva revolucionaria, han situado al proletariado de esas “nuevas naciones” en condiciones de una extrema fragilidad y debilidad.
El proletariado es una minoría en la inmensa mayoría de los países subdesarrollados: apenas constituye el 10-15% de la población (por más de 50% en los grandes países industrializados); está muy disperso en centros de producción a menudo alejados de los centros neurálgicos del poder político y económico; vive inmerso en una masa gigantesca de marginados y lumpen muy vulnerables a las ideologías más reaccionarias y que le influyen muy negativamente.
De otro lado, la forma en que se manifiesta el derrumbe del capitalismo en esos países, hace más difícil la toma de conciencia del proletariado:
- dominación arrolladora de las grandes potencias imperialistas, lo que favorece la influencia del nacionalismo;
- corrupción generalizada y despilfarro increíble de recursos económicos, lo que oscurece la comprensión de las verdaderas raíces de la quiebra del capitalismo;
- dominación abiertamente terrorista del Estado capitalista, incluso cuando se dota de una fachada “democrática”, lo que da más peso a las mistificaciones democráticas y sindicales;
- formas especialmente bárbaras y arcaicas de explotación del trabajo, lo que facilita la influencia del sindicalismo y el reformismo.
Comprender esta situación no significa negar que también en ellos, como parte inseparable de la lucha del proletariado mundial[27], los obreros tienen la fuerza y el potencial necesarios para luchar por la destrucción del Estado Capitalista y el poder internacional de los Consejos obreros: “la fuerza del proletariado en un país capitalista es infinitamente mayor que su proporción numérica dentro de la población. Y esto es así porque el proletariado ocupa una posición clave en el corazón de la economía capitalista y también porque el proletariado expresa, en el dominio económico y político, los intereses reales de la inmensa mayoría de la población laboriosa bajo la dominación capitalista” (Lenin).
La verdadera lección es que la existencia de esas nuevas naciones en vez de aportar algo a la causa del socialismo lo que ha hecho ha sido justo lo contrario: oponer nuevos obstáculos, nuevas dificultades, a la lucha revolucionaria del proletariado.
“No se puede sostener, como lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista seguiría abierta incluso aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión. El capitalismo representa una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo en la medida en que consigue desarrollar suficientemente las condiciones objetivas.
"Pero, de la misma forma que en el estadio actual se convierte en un freno respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, igualmente la prolongación del capitalismo, más allá de este estadio, podría arrastrar la desaparición de las condiciones del socialismo. En ese sentido se plantea hoy la alternativa histórica: Socialismo o Barbarie”[28].
Las nuevas naciones no favorecen ni el desarrollo de las fuerzas productivas, ni la tarea histórica del proletariado, ni la dinámica hacia la unificación de la humanidad. Al contrario, son, como expresión orgánica de la agonía del capitalismo, una fuerza ciega que empuja hacia la destrucción de fuerzas productivas, las dificultades y la dispersión del proletariado, la división y atomización de la humanidad.
Adalen, 8/2/1992
[1] Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, parte VII.
[2] Ídem, parte VII.
[3] Revista internacional, no.31, “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.
[4] Revista internacional, no.23, “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”.
[5] Ídem.
[6] Bilan, no.11, “Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante”.
[7] El estado del mundo, 1992.
[8] Ídem.
[9] “La India: cementerio a cielo abierto”, Revolución internationale, no.10.
[10] Ídem.
[11] Los datos han sido tomados de las estadísticas sobre ejércitos del mencionado anuario El estado del mundo, 1992. La selección de países y el cálculo de las medias han sido hechos por nosotros.
[12] “Acerca del imperialismo”, Revista internacional, no. 19.
[13] El estado del mundo.
[14] “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este”, Revista internacional, no. 60.
[15] El estado del mundo, 1992.
[16] Ídem.
[17] Revista Internacional, no.24, “Notas sobre la cuestión agraria y campesina”.
[18] Ídem.
[19] El estado del mundo, 1992.
[20] Datos tomados del libro de R. Dumont Pour l'Afrique, j'accuse.
[21] Ídem.
[22] Del artículo “El cólera de los pobres”, publicado en El País del 27 de mayo de 1991.
[23] Revista internacional, no.30: “Crítica de Bujarin”, 2ª parte.
[24] Ver las “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este” en Revista internacional, no.60.
[25] Por otro lado, la identificación estalinismo = comunismo que tanto emplea hoy la burguesía para convencer a los proletarios de que no hay alternativa al orden capitalista, se hace más persuasiva sí se amplifican los fenómenos en el Este y se relativiza o se trivializa lo que sucede en las otras naciones del “tercer mundo”.
[26] El estado del Mundo, 1992.
[27] El centro de la lucha revolucionaria del proletariado lo constituyen las grandes concentraciones obreras de los países industrializados: ver en Revista Internacional, no.31 “El proletariado de Europa Occidental en el centro de la generalización de la lucha de clases”.
[28] “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, en Internationalisme, no.45.