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Crisis Económica
Crisis del crédito, relanzamiento económico imposible y una recesión cada vez más profunda
La economía americana sigue hundiéndose en el infierno de la recesión arrastrando con ella al resto de la producción mundial. El optimismo del que alardeaban los dirigentes americanos desde la primavera del 1991 no ha durado más allá del verano. Desde Septiembre las cifras se encargan de tirar por tierra toda clase de ilusiones. La confianza en la perspectiva siempre renovada del capitalismo que, como el ave fénix, renacería eternamente de sus cenizas y la idea de que será siempre capaz, tras una recesión pasajera, de volver a encontrar el camino hacia un crecimiento sin límite, es algo que ya no se sostiene en pie. La dura realidad de la crisis económica hace trizas las declaraciones triunfales de aquellos que, hace apenas dos años, al hundirse el “modelo” estalinista de capitalismo, saludaban la victoria del capitalismo liberal como la única forma viable para la sobrevivencia de la humanidad (véase cuadro).
Enfangados en la recesión
La economía americana patina desde hace dos años en su propio estiércol, incapaz de salir del marasmo económico en el que se halla. Desde que llegó Bush a la presidencia el “crecimiento“medio del PNB ha sido del 0,3 %.
El que después de tres trimestres de recesión del PNB haya habido una mejora en el tercer trimestre de este año con un 2,4 % de crecimiento, según cifras oficiales, es algo que no tranquiliza a ningún capitalista. Los responsables económicos esperaban un resultado bastante mejor, de un 3 a un 3,5 %. La publicación al mismo tiempo de las cifras mensuales de la producción industrial en el mes de Setiembre: 0,1 % en descenso regular desde junio, reforzaba el siniestro ambiente que existía entre los altos responsables de la burguesía.
La economía americana ve como avanza ante sí la perspectiva de un hundimiento aun más profundo en la recesión, estremeciéndose al mismo tiempo los pilares mismos de la economía mundial.
Junto con los índices de todo tipo que se publican diariamente en el mundo entero, cada día que pasa trae consigo un raudal de malas noticias.
La cifra “optimista” de un 2,4 % de crecimiento para el tercer trimestre de 1991 no significa una mejora para las empresas, al contrario, la competencia se exacerba y la guerra de precios se pone al rojo vivo a la vez que los márgenes de beneficio se derriten como hielo al sol. En consecuencia, no son solamente los beneficios los que caen en picado sino que además las pérdidas acumuladas son enormes. Todos los sectores están afectados. Citemos, entre otros muchos ejemplos que no cabrían en esta publicación, algunos de los resultados más sonados y espectaculares de la economía americana durante este período.
Para encarrilar estos desastrosos balances, los “planes de reconversión” suceden a los “planes de reestructuración”, lo que se ha concretado en cierres de empresas y en consecuencia, en despidos y en ataques contra los salarios. Las empresas más débiles suspenden pagos y sus empleados, tirados a la calle sin contemplaciones, acaban incrementando la creciente cohorte de parados y miserables.
Mientras pudo, Reagan se jactaba de haber enterrado el paro aunque fue, claro está, a costa de recurrir sobre todo al desarrollo de “pequeños negocios” precarios y mal remunerados y manipulando vergonzosamente las modalidades de cálculo del número de parados. Con todo aparecían cifras que mostraban un crecimiento regular del número de parados que iba desde un 5,3 % de la población activa a finales de 1988 hasta un 6,8 % en Octubre de 1991. Conviene no perder de vista que un aumento del 0,1 %, aparentemente una cantidad insignificante en esas tasas, significa alrededor de 130 000 parados más. Todo esto además según las cifras que difunde el gobierno que, como bien se sabe, suelen subestimar la realidad. La tendencia es a la aceleración: solamente en el mes de Octubre de 1991 se han perdido 132 000 empleos en la industria manufacturera, 47 000 en el sector de la venta al público y 29 000 en el de la construcción. No obstante lo peor está por venir... decenas de miles de despidos anunciados pero que aún no se han contabilizado, entre otros en el sector informático: 20 000 en la IBM, 18 000 en la NCR, 10 000 en Digital Equipment, etc.
El potencial de la primera economía del mundo, de la súper-liberal, del símbolo del capitalismo triunfante, de la superpotencia imperialista que tras el hundimiento económico de su gran rival “soviético”, domina con mucho la escena internacional, está minado interiormente por los destrozos de la crisis económica que afecta al capital en el mundo entero. La locomotora que tiró a la economía mundial durante decenios se ha averiado. Con la caída de la economía americana en la recesión toda la economía mundial se ralentiza y se hunde tras sus pasos.
En todos los países las tasas de crecimiento son revisadas a la baja incluso en las “estrellas “de la economía mundial como Alemania y Japón. En aquellos que están ya inmersos en la recesión, como Canadá y Gran Bretaña, las ilusiones de recuperar los índices de crecimiento pasados se esfuman con las de los EEUU.
El corazón industrial del mundo capitalista está en vías de sumergirse aún más en la catástrofe económica. El derrumbe de la economía capitalista en los países más desarrollados da al traste con las ilusorias esperanzas acerca de una posible reconstrucción económica en los países surgidos tras el estallido del bloque ruso o de cualquier salida en los países de África, de América del Sur o de Asia, para la horrible miseria en la que les tiene embarrancados la recesión desde los inicios de los años ochenta.
En esa dinámica de hundimiento en que se halla la economía mundial, la perspectiva hacia la que se precipita el conjunto del mundo industrial es la misma que hoy podemos ver ya claramente expresada en el caos económico que reina en los países subdesarrollados.
Un nuevo “relanzamiento” es imposible
Las previsiones de los revolucionarios sobre la irremediable y catastrófica perspectiva de la crisis económica mundial resultado de las contradicciones insuperables del sistema capitalista, se ven, hoy más que nunca, confirmadas.
La clase dominante no puede aceptar la constatación del implacable fracaso de la economía capitalista, pues eso significaría la aceptación de su propia desaparición. Por esa razón, todas sus hermosas frases sobre la futura “reactivación” de la economía lo que revelan es la necesidad que tiene la burguesía tanto de calmar las inquietudes de las masas, como de persuadirse a sí misma de la eternidad de su sistema. Aunque bien es verdad que la capacidad que tuvo el capitalismo en el pasado de eludir y enmascarar los efectos más brutales de la crisis le ayudan hoy a reforzar esa ilusión.
Las medidas para “reactivar” la economía están gastadas y agravan la situación.
Desde finales de los años sesenta, con el retorno de la crisis abierta del capitalismo que acaba con los años de crecimiento de la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, la economía americana y, a renglón seguido la economía mundial, se han visto metidas en sucesivos periodos recesivos : 1967, 1969-70, 1974-75, 1981-82. En cada uno de ellos los capitalistas creían haber vencido definitivamente al espectro del retroceso de la producción. Se felicitaban por haber encontrado el remedio eficaz para arrojar al basurero de la historia las previsiones de los marxistas. Pero los hechos eran tercos en cada nuevo período los efectos de la crisis volvían a reproducirse y cada vez de manera mucho más extensa, más dura y más profunda.
Los famosos remedios, presentados como innovaciones decisivas (no hace mucho los economistas enfatizaban en sus discursos a los “reaganomics” para saludar las “cruciales aportaciones” de Reagan a la ciencia económica), no son, de hecho, otra cosa que las medidas preconizadas y teorizadas por Keynes y que fueron aplicadas a partir de los años treinta. Son pura y simplemente una política de capitalismo de Estado caracterizado por: la reducción de los tipos de interés de los bancos centrales, el recurso al déficit presupuestario, la intervención masiva, cada vez más restrictiva y agobiante, del Estado en todos los sectores de la economía y añadido a esto la puesta en práctica generalizada de la economía de guerra. No es, ni más ni menos, que una imitación de la economía de capitalismo de Estado empleada por Hitler, o sea, la aplicación práctica de las teorías keynesianas. Estas genialidades económicas se fundamentan, sencillamente, en el recurso, ad infinitum, al crédito y en el endeudamiento creciente.
La crisis económica del capitalismo es una crisis de sobreproducción generalizada, ocasionada por la incapacidad para encontrar, a escala planetaria, los mercados solventes que sean capaces de absorber la producción. En esta situación el desarrollo del crédito es el medio óptimo para ampliar artificialmente los limitados mercados existentes aplazando los pagos para el futuro (incierto además). Sin embargo esta política de endeudamiento generalizado encontró límites a su desarrollo. Durante los años setenta el relanzamiento conseguido a base de créditos fáciles se hizo a costa de un endeudamiento que cayó como una losa sobre los países subdesarrollados, pero que permitió al conjunto de la economía mundial superar las fases de recesión de este período. Algo seguía fallando, la “recuperación triunfal” de la economía que siguió a la recesión de 1981-82 empezaba a mostrar los límites de esa política. Aplastados por el peso de una deuda de casi 120 000 millones de dólares, los países subdesarrollados se veían definitivamente incapaces de hacer frente a los vencimientos de su deuda y a partir de ese momento no podrán absorber el sobrante de la producción de los países industrializados. Los países del Este, a pesar de la creciente cantidad de préstamos concedidos por Occidente a lo largo de los ochenta, se acaban hundiendo en un marasmo económico que será la causa de la implosión del bloque imperialista que formaban.
Únicamente se han mantenido a flote las economías de los países más desarrollados gracias sobre todo a la política de endeudamiento de los Estados Unidos, una política, como hemos visto, de auténtica huída hacia adelante. Los USA absorben excedentes de la producción mundial que no pueden venderse en el “tercer mundo” metiéndose en deudas comerciales gigantescas que sirven sobre todo para financiar la producción de armamentos. El desarrollo de una especulación desenfrenada en mercados inmobiliarios y bursátiles permite atraer a los EE.UU. capitales del mundo entero con lo que se van a inflar artificialmente los balances de las empresas y crear la peligrosa impresión de una intensa actividad económica.
A finales de los ochenta el capital americano flotaba en un fenomenal océano de deudas tanto más difíciles de cuantificar si se tiene en cuenta que al estar el dólar impuesto como la moneda internacional utilizada en todo el planeta, no era, en consecuencia, realmente posible distinguir la deuda externa de la interna. Si la deuda externa USA se puede estimar hoy, aproximadamente, en 900 000 millones de dólares, batiendo así todos los records, la deuda interior alcanza los 10 billones de dólares, dos veces el PNB anual de los Estados Unidos. Es decir que para recuperarla sería necesario que todos los trabajadores norteamericanos trabajaran durante dos años seguidos ¡sin cobrar un solo duro!
Esta huída de los USA hacia el endeudamiento no sólo no ha permitido relanzar el conjunto de la economía mundial durante los años ochenta, sino que tampoco ha podido impedir que poco a poco los signos de la crisis abierta y de la recesión surjan con mayor fuerza al final del decenio. El derrumbe continuado de la especulación bursátil a partir de 1987, el declive acelerado de la especulación inmobiliaria desde 1988 y que provocó bancarrotas en serie, han sido los indicadores de la caída de la producción que determinó la recesión abierta, oficialmente reconocida desde finales de 1990.
El crédito a punto de ahogarse
En estas condiciones una nueva caída en la recesión, comenzada con el decenio, no traduce únicamente la incapacidad fundamental del capitalismo para encontrar mercados solventes en los que colocar su producción, sino también el desgaste de los instrumentos económicos que hasta ahora ha utilizado para paliar esta insuperable contradicción de su sistema. Las distintas “recuperaciones” acometidas durante 20 años han acabado en crisis crediticia y en el corazón de esta crisis, la primera potencia mundial: los EEUU.
Mientras que en los inicios de los ochenta es la deuda de los países subdesarrollados lo que hace estremecerse al sistema financiero internacional, en los principios de los noventa es la deuda de los Estados Unidos lo que hace temblar las bases mismas del sistema financiero mundial. Esta simple constatación muestra suficientemente que lejos de ser años de prosperidad, los ochenta fueron tiempos de agravación cualitativa de la crisis. La poción mágica del crédito se mostró como el remedio a medias que es y sobre todo como algo ilusorio ya que una vez se habían quedado atrás las oportunidades para que pudiera causar efectos positivos, lo que hizo fue agravar aún más los problemas y llevar las contradicciones más allá de cualquier solución posible. Si bien es verdad que el crédito ha sido tradicionalmente necesario para el buen funcionamiento y el desarrollo del capital, empleado en dosis abusivas, como fue el caso de los años veinte, se convierte en un veneno mortífero.
Desde el mismo momento en que el capitalismo occidental festejaba su victoria sobre su rival del Este y expresaba su contento con toda una sarta de declaraciones triunfales acerca de la “superioridad del capitalismo liberal”, capaz de sobreponerse a todas las crisis y acerca de la infalibilidad de la ley del mercado que barrería de un plumazo todas las brutales y caricaturescas fullerías del capitalismo de Estado de estilo estalinista, esta misma ley del mercado comenzaba rápidamente a tomarse la revancha poniendo al desnudo todas las mentiras vertidas en el Oeste. Si durante dos años el Banco Federal americano hizo bajar diecinueve veces consecutivas sus tipos de interés, medida clásica de todo capitalismo de Estado que se precie, la economía real no fue capaz de responder a este estímulo. No sólo la oferta de nuevos créditos no ha bastado para relanzar ni las inversiones, ni el consumo interior, ni por lo tanto, la producción; sino además, lo que es peor, los bancos se resisten, cada vez más, a prestar capitales, a sabiendas de que no los recuperarán jamás; lo que por otro lado también forma parte de la lógica del mercado capitalista.
Tras las debacles bursátiles de 1987 y 1989, Wall Street, el 15 de noviembre de 1991, registra la quinta bajada más fuerte de su historia. Este rebrote de debilidad, a pesar de que se tomaron, a partir de 1989, toda una serie de medidas draconianas de control, es el reflejo de las contradicciones de fondo entre el desarrollo desenfrenado de la especulación, que alcanzó su cenit pasado 1989 y la realidad económica, prácticamente en números rojos.
El factor coyuntural, la chispa, que desencadenó en USA esta nueva caída en las cotizaciones de bolsa es también significativa: fue el descontento de los bancos ante la voluntad del gobierno de imponer por decreto la bajada de los tipos de interés de los títulos bancarios. Mientras los bancos acumulan deudas crediticias y son obligados a cubrir fondos perdidos cada vez más grandes, los altos intereses sobre los créditos concedidos para obtener bienes de consumo, –un 19 %–, son el único medio del que disponen para restablecer sus deficitarias arcas. Ante las protestas de los banqueros Bush se ha visto forzado a dar marcha atrás para tranquilizar al mercado financiero y ha tenido que tragarse que el Congreso aplazara su primer proyecto de reforma del sistema bancario que habría supuesto la quiebra en cascada de los bancos más frágiles de todo el país. Todo el sistema crediticio estadounidense está al borde de la asfixia, justo en un momento, además, en que el Estado necesita cada día más esos préstamos para intentar financiar el relanzamiento. Ya se entrevén quiebras estrepitosas a no muy largo plazo y a las que el Congreso ha empezado a plantar cara, votando una asignación de setenta mil millones de dólares para el FDIC, el Fondo de Garantía Federal para la Banca. No obstante, esta suma, que parece enorme así de golpe, será, como veremos, del todo insuficiente para cubrir las pérdidas que se anuncian. Para hacerse una idea sobre ese futuro basta con acordarse de 1989: el socavón que abrió el derrumbe de cientos de Cajas de Ahorros cuando se vino abajo el mercado inmobiliario fue de un billón de dólares.
El hecho de que el Estado socorra a bancos en quiebra, no resuelve en absoluto las cosas. Al contrario, lo que hace es situar el problema en un nivel de mayor dificultad. Estas repetidas sangrías a los presupuestos y a expensas del Estado, agotan aún más las arcas de éste en un momento en que disminuyen los ingresos fiscales debido al freno de la actividad económica. Para 1991, ciertas estimaciones cuentan con un nuevo record en el déficit presupuestario: alrededor de 400 000 millones de dólares. Para tapar ese hoyo que se ahonda año tras año, el Estado norteamericano necesita recurrir a capitales del mundo entero, colocando en el mercado mundial sus bonos del Tesoro.
Ya no quedan “locomotoras” para la economía mundial
Los EEUU, en su huída hacia adelante en el endeudamiento, tropiezan ya con los límites de esa “solución“. Los inversores del mundo entero empiezan a desconfiar, y mucho, de la economía norteamericana. No sólo el fabuloso endeudamiento del capital estadounidense plantea la duda de su capacidad para devolver lo que se le prestó, sino que además, la situación de recesión en que se halla, hace temer lo peor. Y no solamente los bajos tipos de interés ofertados, forzados por la exigencia de la recuperación, hacen poco atrayente la inversión, sino que además el conjunto del planeta está enfrentado a una escasez enorme de créditos. Veamos: los principales abastecedores de fondos capitalistas del decenio precedente no están hoy tan disponibles: Alemania necesita también dinero para financiar la integración de la ex-RDA y el Japón, que ha prestado al mundo entero y que no ve sus créditos reembolsados, comienza a mostrar signos de debilidad: el hundimiento de la especulación inmobiliaria local y la caída de la bolsa de Tokio colocan a los bancos japoneses en una posición delicada. La crisis de confianza que afecta a EE.UU. se ve concretamente en la caída en picado del porcentaje de inversiones extranjeras en ese país: alrededor de un setenta por ciento menos durante el primer semestre de 1991, con relación al mismo semestre del año precedente. En cuanto a las inversiones japonesas, que fueron las más importantes durante los años 80, han caído en ese mismo período desde 12 300 a 800 millones de dólares.
En el mundo entero, la demanda de nuevos créditos aumenta mientras que la oferta disminuye. La URSS, cuyos días están contados, pide insistentemente nuevos créditos, simplemente para poder pasar el invierno sin hambre. Kuwait necesita capitales para reconstruir. Los países subdesarrollados necesitan nuevos créditos para poder devolver los anteriores, etc. Mientras la economía cae en la recesión, todos los países corren frenéticos a la búsqueda de esa droga que los enganchó y los sumió durante años en el sueño ilusorio de una salida a la crisis. Por todas partes son iguales los signos que anuncian una gran crisis financiera, un seísmo cuyo epicentro es la principal moneda del mundo, el dólar.
Los capitalistas del mundo entero aguardan angustiados el fatídico momento en que los USA dejen de colocar sus bonos del Tesoro en los mercados internacionales, momento que se aproxima ineludiblemente y que va a estremecer todo el sistema financiero, bancario y monetario internacional, precipitando la economía en la sima insondable de una crisis generalizada que tendrá efectos explosivos en todos los aspectos.
Cualesquiera que sean las fluctuaciones inmediatas de la economía americana, que centran la atención diaria de los capitalistas del mundo entero, la dinámica hacia la caída está ya trazada y un sobresalto del crecimiento en estas condiciones (1), no haría sino prolongar algunos meses el sueño ilusorio de la recuperación del enfermo, sin que en realidad se resuelva la enfermedad. Frente a tal situación, los economistas de todo el planeta buscan desesperadamente el remedio pero todas las medidas dirigidas a manipularla, se enfrentan a la terca realidad de los hechos y son, en cualquier caso, ilusorias o catastróficas, impotentes para regular la crisis.
Una recesión inevitable y el retorno de la inflación
El método de purga brutal que puso en práctica Reagan tras su llegada a la presidencia en 1980, elevando los tipos de interés y que provocó la recesión mundial que comenzó en 1981, no consiguió otro resultado que acelerar inmediata y dramáticamente la recesión que ya estaba presente. Ésta desestabilizó violentamente el conjunto de la economía mundial abriendo una verdadera “caja de Pandora” de fenómenos completamente caóticos e incontrolables a escala planetaria, uno de cuyos ejemplos lo tenemos en lo que queda de la URSS.
Recordemos lo que pasó : Reagan mismo cortó rápidamente con esa política de rigor que implicaba un alto riesgo, sustituyéndola inmediatamente por su inversa lo que permitió al capitalismo americano mantener una relativa estabilidad en los países más industrializados, y con ello la defensa de sus intereses capitalistas.
Es ese segundo elemento de la política reaganiana, el del “relanzamiento”, el que está dando, hoy ya, las últimas bocanadas. Relanzar el consumo a base de bajar los impuestos se hace cada vez más difícil, y más cuando el déficit presupuestario ha alcanzado una profundidad abismal. En cuanto al relanzamiento por medio del recurso al crédito, como se ha visto ya, choca con los límites del mercado de capitales, prácticamente seco de tanto préstamo como se le ha sacado al Estado norteamericano al cabo de años. El dinero fresco que EE.UU. necesita para hacer carburar su máquina económica y que no puede encontrar en el mercado mundial no tiene más remedio que sacarlo haciendo girar la “máquina de billetes”. El resultado de esa política es obvio: la vuelta de la inflación. Esta “solución” por así decirlo, de “mal menor”, frenará, por poco tiempo, el hundimiento en la recesión.
Esta política de “soluciones” de ese tipo, además de acabar definitivamente con el dogma de la lucha contra la inflación, caballo de batalla de la clase dominante, durante años, para justificar los sacrificios exigidos a los proletarios, también será el origen del caos creciente de la economía capitalista, y sobre todo del sistema monetario internacional.
La política que ha seguido la administración USA es típicamente inflacionista, lo que se traduce en una fuerte caída de la cotización del dólar. Si la inflación ha podido ser controlada, hasta el presente, tanto en EEUU como en los otros países desarrollados, ha sido esencialmente por el desarrollo de la competencia frente a un mercado que se reduce día a día provocando la caída de la cotización de las materias primas, empujando a las empresas a recortar sus márgenes de beneficio y atacando a fondo las condiciones de vida de la clase obrera con lo que se logra hacer bajar el “precio de la fuerza de trabajo”.
Estos aspectos, típicos de los efectos de la recesión, van, a la larga, a darse de bruces con sus propios límites. Las condiciones para una nueva hoguera inflacionista están a punto de reunirse. De entrada no hay que olvidar que fuera de los países más industrializados, la inflación sigue asentada y arruinando la economía de los países subdesarrollados y que está cerca el momento de instalarse con fuerza en los países del viejo bloque del Este.
Nunca en toda la historia del capitalismo la perspectiva ha sido tan sombría para su economía. Lo que las frías cifras y los índices abstractos de sus economistas anuncian es pura y simplemente la catástrofe en la que el mundo está a punto de hundirse.
El corazón del capitalismo, los países más desarrollados, donde se concentran los principales bastiones del proletariado mundial, está ahora en el ojo del huracán. La gran manta de miseria que arropa a los explotados del “tercer mundo” y de los países del ex-bloque del Este desde hace años, va a extender su sombra sobre los obreros de los países “ricos”. La certeza de que el capitalismo lleva a la humanidad al estancamiento absoluto, de que la perspectiva de ese sistema es un porvenir de miseria y de muerte vuelve a plantear a toda la especie humana la necesidad de buscar la única salida válida para hacer frente a esa tragedia, de volver a poner a la orden del día la verdadera perspectiva comunista. Los proletarios y los explotados del mundo entero van a tener que aprender y comprender esa exigencia en el dolor de una amputación tan brutal y tan dramática de sus condiciones de vida como jamás la habían conocido hasta ahora.
JJ, 28-11-91
Esta mentira de la prosperidad económica capitalista, ha sido denunciada constantemente por la CCI en su prensa.
La presente recesión abierta, con todas sus características, no supone ninguna sorpresa, sino que es la escandalosa confirmación de la naturaleza irremediable y catastrófica de la economía capitalista. Esto, que ha sido puesto en evidencia por los marxistas durante generaciones, lo ha defendido la CCI a lo largo de toda su historia. Para comprobarlo basta consultar los artículos de la rúbrica: “¿Por dónde va la crisis económica?” de nuestra Revista Internacional que recomendamos a los lectores interesados:
“No está descartada la perspectiva de una recesión, al contrario”, No. 54, 2o trimestre 1988.
“El crédito no es una solución eterna”, No 56, 1er trimestre 1989.
“Balance económico de los años ochentas, la bárbara agonía del capitalismo decadente”, No 57, 2o trimestre 1989.
“Tras el Este, el Oeste”, No 60, 1er trimestre 1990.
“La crisis del capitalismo de Estado, la economía mundial se hunde en el caos” No 61, 2o trimestre 1990.
“La economía mundial al borde del abismo”, No 64, 1er trimestre 1991.
“La reactivación... de la caída de la economía mundial”, No. 66, 3er trimestre 1991.