Submitted by Revista Interna... on
La única alternativa al caos, la guerra y a la bancarrota económica
La lucha del proletariado para echar abajo el capitalismo
Una vez más, este verano ha estado marcado por el desencadenamiento de la barbarie bélica. Justo mientras cada nación estaba haciendo recuento de sus medallas en las Olimpiadas, los atentados terroristas no han dejado de multiplicarse en Oriente Medio, en Afganistán, en Líbano, en Argelia, en Turquía, en India. En menos de dos meses, se han encadenado 16 atentados al ritmo infernal de una danza macabra causando muertos y más muertos en poblaciones urbanas a la vez que en Afganistán e Irak, la guerra sigue recrudeciéndose.
Pero ha sido sobre todo en Georgia donde más se ha desencadenado la barbarie guerrera.
Una vez más, el Cáucaso está a sangre y fuego. Justo cuando Bush y Putin asistían a la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Pekín, supuestos símbolos de paz y reconciliación entre los pueblos, el Presidente georgiano Saakachvili, un protegido de la Casa Blanca, y la burguesía rusa mandaban a sus soldados a aplastar a las poblaciones.
Esa guerra entre Rusia y Georgia ha acarreado una verdadera purificación étnica en cada bando, produciendo varios miles de muertos sobre todo entre la población civil. Como ocurre cada vez que las poblaciones locales (sean rusa, oseta, abjasia o georgiana) son tomadas de rehenes por todas las fracciones nacionales de la clase dominante.
En ambos bandos se han visto las mismas escenas de horror y de matanzas. En toda Georgia, la cantidad de refugiados desprovistos de todo, alcanzó la cifra de 115 000 personas en una semana. Y como ocurre en todas las guerras, cada bando acusa al otro de ser responsable del estallido de las hostilidades.
Pero la responsabilidad de esta guerra y de esas matanzas no se limita a sus protagonistas más directos. Los demás Estados, hipócritas plañideras hoy sobre el destino de Georgia, también han estado involucradas en las peores atrocidades: Estados Unidos en Irak, Francia en el genocidio de Ruanda en 1994, Alemania también, país que al haber suscitado la secesión de Eslovenia y Croacia, fue una resuelta promotora de la terrible guerra de la antigua Yugoslavia en 1992.
Y si hoy EE.UU. manda buques de guerra a la zona del Cáucaso, so pretexto de ayuda "humanitaria", no será ni mucho menos por salvar vidas humanas, sino para defender sus intereses de buitre imperialista.
¿Vamos hacia una tercera guerra mundial?
Lo que caracteriza sobre todo el conflicto del Cáucaso, es el incremento de las tensiones imperialistas entre grandes potencias. Los dos antiguos jefes de bloque, Rusia y Estados Unidos, se encuentran hoy de nuevo frente a frente: los destructores de la Marina US que atracaron en las costas georgianas para "abastecer" Georgia fondean ahora a poca distancia de la base naval rusa de Gudauta en Abjasia o del puerto de Poti ocupado par tanques rusos.
Este frente a frente es muy inquietante y cabe plantearse una serie de preguntas: ¿Qué objetivo tiene esta guerra?, ¿Va a desencadenar una tercera guerra mundial?
Desde el desmoronamiento del bloque del Este, la región del Cáucaso ha tenido siempre un gran valor geoestratégico para las grandes potencias. El conflicto estaba pues incubándose desde hace tiempo. El presidente georgiano, partidario incondicional de Washington, heredaba, por lo demás, un Estado llevado en andas desde su creación en 1991 por Estados Unidos como cabeza de puente del "nuevo orden mundial" que anunció el Bush senior.
Putin le tendió una trampa a Saakhachvili, el cual cayó en ella a pies juntillas, aprovechando aquél la oportunidad para restablecer su autoridad en el Cáucaso. Así contesta Rusia al asedio, efectivo ya desde 1991, a que la han sometido las fuerzas de la OTAN.
En efecto, desde el hundimiento del bloque del Este en 1989, Rusia se ha encontrado cada vez más aislada, sobre todo desde que los antiguos países de su bloque (Polonia, sobre todo) ingresaron en la OTAN. Y ese cerco se ha vuelto insoportable para Moscú desde que Ucrania y Georgia pidieron también su adhesión a la OTAN.
Además, y sobre todo, Rusia no podía aceptar el proyecto de despliegue de un escudo antimisiles que se instalará en Polonia y en la República Checa. La burguesía rusa sabe perfectamente que ese programa, pretendidamente dirigido contra Irán, está dirigido, en realidad, contra Rusia.
La ofensiva rusa contra Georgia es, de hecho, una réplica de Moscú para intentar aflojar ese cerco. Rusia, algún tiempo después de haber restablecido con grandes dificultades su autoridad en las atroces y mortíferas guerras de Chechenia, se ha aprovechado ahora de que Estados Unidos (cuyas fuerzas armadas están empantanadas en Irak y Afganistán) no está para lanzar una contraofensiva militar en el Cáucaso.
Sin embargo, a pesar de la agravación de las tensiones bélicas entre Rusia y Estados Unidos, la perspectiva de una tercera guerra mundial no está al orden del día. No existen hoy dos bloques imperialistas constituidos, ni alianzas militares estables como así era cuando las dos guerras mundiales del siglo xx y durante la guerra fría. El enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia tampoco significa que hayamos entrado en una nueva guerra fría. No hay vuelta atrás posible y la historia no se repite nunca.
Contrariamente a la dinámica de las tensiones imperialistas entre las grandes potencias durante la guerra fría, este nuevo cara a cara entre Rusia y Estados Unidos lleva la marca de la tendencia de "cada uno a la suya", a la dislocación de toda alianza, características del período de descomposición del sistema capitalista.
Así, el "alto el fuego" en Georgia sólo sirve para rubricar el triunfo de los amos del Kremlin y la superioridad de Rusia en lo militar, y una práctica capitulación humillante para Georgia en las condiciones dictadas por Moscú.
Ha sido también un nuevo y espectacular revés el sufrido por el "padrino" de Georgia, Estados Unidos. Mientras que Georgia paga un pesado tributo por su sumisión a EEUU (un contingente de 2000 hombres enviados a Irak y Afganistán), a cambio de eso, el Tío Sam sólo ha podido aportar un apoyo moral a su aliado dispensando vagas condenas puramente verbales a Rusia, sin poder mover ni un dedo.
Pero lo más significativo de este debilitamiento del liderazgo americano es que la Casa Blanca haya tenido que avalar el "plan europeo" de alto el fuego, y lo que es peor, un plan, el europeo, dictado en realidad por Moscú. Si EEUU exhibe su impotencia, Europa ilustra en este conflicto el nivel alcanzado por la tendencia de "cada cual a la suya".. Ante la parálisis estadounidense, ha entrado en acción la diplomacia europea, dirigida por el presidente francés Sarkozy, el cual, una vez más, sólo se ha representado a sí mismo son sus aires de "aquí estoy yo", sin la menor coherencia, campeón de la navegación a corta distancia.
Europa ha aparecido una vez más como una jaula de grillos con las posiciones e intereses más diametralmente opuestos. No hay la más mínima unidad en sus filas entre, por un lado, Polonia y los estados bálticos, ardientes defensores de Georgia (por haber sufrido durante medio siglo la tutela de Rusia, temerosos, por encima de todo, de que este país fortalezca sus apetitos imperialistas) y, por otro, Alemania, que es de los oponentes más hostiles a la entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN, sobre todo para poner obstáculos a la influencia estadounidense en la región.
Pero la razón principal, fundamental, por la que las grandes potencias no pueden desencadenar una tercera guerra mundial es la relación de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad, la burguesía y el proletariado. Al contrario que el período precedente a las dos guerras mundiales, la clase obrera de los países principales del capitalismo, los de Europa y de América, no está dispuesta a servir de carne de cañón y sacrificar su vida por el capital.
Con el retorno de la crisis permanente del capitalismo a finales de los años 1960 y la reanudación histórica de la lucha del proletariado, se abrió un nuevo curso a los enfrentamientos de clase: en ninguno de los países determinantes del mundo capitalista, especialmente los de Europa y América del Norte, la clase dominante no puede hoy por hoy alistar masivamente a millones de proletarios tras sus banderas nacionales.
Sin embargo, aunque no estén reunidas las condiciones para que se desencadene una tercera guerra mundial, no por ello hay que subestimar la gravedad de la situación histórica actual. La guerra en Georgia incrementa los riesgos de extensión del incendio y de desestabilización a escala regional, pero además tendrá, en el futuro, consecuencias a nivel mundial en el equilibrio de las fuerzas imperialistas en el futuro. El "plan de paz" no es más que una cortina de humo. Concentra en realidad todos los ingredientes de una nueva escalada bélica, que amenaza con hacer saltar toda una cadena de focos candentes desde el Cáucaso hasta Oriente Medio.
Con el petróleo y el gas del mar Caspio o de los países de Asia Central, algunos de ellos turcóhablantes, están presentes los intereses de Turquía e Irán en esa región, pero, en realidad, es el mundo entero el interesado en el conflicto. Así, uno de los objetivos de Estados Unidos y de los países de Europa del Oeste al apoyar a una Georgia independiente de Moscú es que Rusia deje de poseer el monopolio del transporte hacia el Oeste del petróleo del Caspio, gracias al oleoducto BTC (por Bakú, en Azerbaiyán, Tiflis, capital de Georgia, y Ceyhan en Turquía). Son pues bazas estratégicas considerables las que están en juego en esa región del mundo. Y los grandes bandidos imperialistas pueden usar tanto más fácilmente carne de cañón en el Cáucaso por cuanto esta región es un ovillo multiétnico. Es fácil atizar el fuego bélico del nacionalismo en semejante entreverado territorio.
Por otro lado, el pasado dominador de Rusia sigue siendo un peso enorme y anuncia más tensiones imperialistas y más graves todavía. De ello son muestra la inquietud y la movilización de los Estados bálticos y sobre todo de Ucrania, potencia militar de otro calibre que Georgia, que dispone además de un arsenal nuclear.
O sea, aunque la perspectiva no sea la de una tercera guerra mundial, la dinámica de "cada cual a la suya" expresa la misma locura asesina del capitalismo: este sistema moribundo, podría, en su descomposición, acabar destruyendo la humanidad en medio de un caos atroz.
¿Qué alternativa ante la quiebra del capitalismo?
Ante el desencadenamiento del caos y de la barbarie militar, la alternativa histórica es hoy más que nunca: "socialismo o barbarie", "revolución comunista mundial o destrucción de la humanidad". La paz es imposible bajo el capitalismo; el capitalismo lleva en sí la guerra. Y la única perspectiva de porvenir para la humanidad es la lucha del proletariado por el derrocamiento del capitalismo.
Pero esta perspectiva sólo podrá concretarse si los proletarios se niegan a servir de carne de cañón para los intereses de sus explotadores, y si rechazan firmemente el nacionalismo.
Por todas partes la clase obrera debe hacer vivir en la práctica la vieja consigna del movimiento obrero: "Los proletarios no tienen patria. Proletarios de todos los países, ¡uníos!"
Ante las masacres de las poblaciones y el desencadenamiento de la barbarie guerrera, es evidente que el proletariado no puede quedarse indiferente. Debe expresar su solidaridad con sus hermanos de clase de los países en guerra, empezando por negarse a apoyar a un campo contra el otro. Desarrollando, después, sus luchas de manera solidaria y unida contra sus propios explotadores en todos los países. Es el único medio de luchar de verdad contra el capitalismo, de preparar el terreno para echarlo abajo y construir otra sociedad sin fronteras nacionales y sin guerras.
Esa perspectiva de derrocamiento del capitalismo no es ninguna utopía, pues por todas partes, el capitalismo ha dado la prueba de que es un sistema en quiebra.
Cuando se desmoronó el bloque del Este, el Bush padre y toda la burguesía occidental "democrática" nos prometieron que el "nuevo orden mundial" (instaurado bajo el mando de Estados Unidos) iba a abrir una era de "paz y prosperidad".
Toda la burguesía mundial desencadenó campañas sobre la pretendida" quiebra del comunismo" queriendo hacer creer a los proletarios que el único porvenir posible era el capitalismo a la manera occidental con su economía de mercado.
Hoy resulta cada día más evidente que es el capitalismo como un todo lo que está en quiebra, especialmente su primera potencia mundial que se ha convertido ahora en la locomotora, sí, pero del hundimiento de toda la economía capitalista (ver editorial en nuestra Revista internacional no 133).
Esa quiebra aparece día tras día en la degradación constante de las condiciones de vida de la clase obrera, no sólo en los países "pobres" sino también en los países más "ricos".
Poniendo ya sólo el ejemplo de Estados Unidos: el desempleo está aumentando a toda velocidad, el 6 % de la población está hoy sin empleo. Desde el inicio de la crisis de las hipotecas "basura" (las subprimes), 2 millones de trabajadores han sido expulsados de sus casas porque ya no pueden pagar sus hipotecas inmobiliarias (desde ahora, septiembre, hasta principios de 2009, habrá un millón más de familias que podrían verse en la calle).
Por no hablar de los países más pobres: el aumento de los precios de los alimentos básicos, las capas más desfavorecidas se enfrentan al espanto de la hambruna. Por eso han estallado revueltas del hambre este año en México, Bengladesh, Haití, Egipto, en Filipinas.
Ante la evidencia de los hechos, los portavoces de la burguesía no pueden ya seguir dando rodeos. En las librerías aparecen más y más libros con títulos alarmistas. Y, sobre todo, ya no pueden ocultar su inquietud en sus declaraciones los responsables de instituciones económicas o los analistas financieros:
"Estamos ante uno de los contextos económicos y de política monetaria más difíciles, nunca antes vistos" (Presidente de la Reserva federal de EEUU, o sea el Banco central US, la FED, 22 de agosto);
"Para la economía lo que se está acercando es un tsunami" (Jacques Attali, economista y político francés, en el diario le Monde del 8 de agosto);
"La coyuntura actual es la más difícil desde hace varias décadas" (HSBC, el mayor banco del mundo, citado en el diario francés Libération del 5 de agosto).
La perspectiva de desarrollo de los combates de la clase obrera
Lo que en realidad significó el desmoronamiento de los regímenes estalinistas no fue la quiebra del comunismo, sino, al contrario, su necesidad.
El hundiendo del capitalismo de Estado en la URSS fue, en realidad, la expresión más espectacular de la quiebra histórica del capitalismo mundial. Fue la primera sacudida de un sistema en su callejón sin salida. Hoy, la segunda sacudida zarandea violentamente a la primera potencia "democrática", Estados Unidos.
Estamos asistiendo, con la agravación de la crisis económica y de los conflictos bélicos, a una aceleración de la historia.
Pero esa aceleración se manifiesta también y sobre todo en el terreno de las luchas obreras, por mucho que lo que en ese terreno se desarrolla sea menos espectacular.
Con una visión fotográfica podría uno imaginarse que no pasa nada, que los obreros no se mueven. Las luchas obreras no parecen estar a la altura de la gravedad de lo que se está jugando en el mundo, y el futuro parece muy oscuro.
No hay que fiarse de las apariencias.
En la realidad, como ya hemos subrayado en diferentes ocasiones en nuestra prensa, las luchas del proletariado mundial han entrado en una nueva dinámica desde 2003 ([1]).
Ha habido luchas por todas las partes del mundo, marcadas en particular por la búsqueda de la solidaridad activa y la entrada de las generaciones jóvenes en el combate proletario (como pudo verse, en particular, en la lucha de los estudiantes de Francia contra el CPE en la primavera de 2006).
Esa dinámica muestra que la clase obrera mundial ha vuelto a encontrar el camino de su perspectiva histórica, un camino en el que las huellas quedaron momentáneamente borradas por las campañas sobre la "muerte del comunismo" tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas.
La agravación de la crisis y la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera empujarán a los proletarios a desarrollar sus luchas, a buscar la solidaridad, a unificarlas por todas las partes del mundo. El espectro de la inflación que ha vuelto a aparecérsele al capitalismo, con una subida imparable de los precios unida a una baja de los salarios y las pensiones contribuirá a unificar las luchas obreras.
Pero hay sobre todo dos cuestiones que van a ayudar a que el proletariado tome conciencia de la quiebra del sistema y la necesidad del comunismo. La primera es la de la hambruna y la generalización de la penuria alimentaria que muestran de una manera más que palmaria que le capitalismo es un sistema incapaz de alimentar a la humanidad y que hay que pasar a otro modo de producción. La segunda cuestión fundamental es la de la absurdez de la guerra, de la demencia asesina del capitalismo que destruye cada vez más vidas humanas en unas matanzas sin fin.
Cierto es que, en lo inmediato, la guerra lo que da es miedo y las clases dominantes lo hacen todo por paralizar a la clase obrera, inoculándole un sentimiento de impotencia, haciéndole creer que la guerra es una fatalidad contra la cual nada se puede hacer. Pero, al mismo tiempo, la entrada de las grandes potencias en los conflictos bélicos (Irak y Afganistán, en particular) provocan cada vez más descontento.
Ante el naufragio de Estados Unidos en el barrizal iraquí, los sentimientos anteguerra se afianzan cada vez más en la población norteamericana. Ese sentir antibélico se ha podido observar también en la "opinión pública" y los sondeos tras el homenaje que la burguesía francesa ha rendido a los 10 soldados franceses muertos en una emboscada, el 18 de agosto en Afganistán.
Y más allá del descontento entre la población en general, hay hoy también una reflexión que se abre camino en profundidad en la clase obrera. Los signos más claros de esa reflexión es el surgimiento de un nuevo medio político proletario que se ha ido desarrollando en base a la defensa de las posiciones internacionalistas contra la guerra (especialmente en Corea, Filipinas, Turquía, Rusia o Latinoamérica) ([2]).
La guerra no es una fatalidad ante la cual la humanidad sería impotente. El capitalismo no es un sistema eterno. No sólo lleva la guerra en sus entrañas. También lleva las condiciones de su superación, los gérmenes de una nueva sociedad sin fronteras nacionales y, por lo tanto, sin guerras.
Al haber creado una clase obrera mundial, el capitalismo parió a su propio enterrador. Por ser una clase explotada, contrariamente a la burguesía, y no tener intereses antagónicos que defender, es la única fuerza de la sociedad que pueda unificar la humanidad edificando un mundo por la solidaridad y la satisfacción de las necesidades humanas.
Largo es el camino antes de que el proletariado mundial pueda poner sus combates a la altura de los retos que la gravedad de la situación actual está planteando. Pero en el contexto de la aceleración de la crisis económica mundial, la dinámica actual de las luchas obreras, al igual que la entrada de las nuevas generaciones en el combate de clase, muestran que el proletariado va por buen camino.
Lo revolucionarios internacionalistas son hoy una pequeña minoría. Y tienen el deber de construir el debate para superar sus divergencias y hacer oír su voz lo más clara posible por todas partes donde puedan hacerlo. Si son capaces de hacer una intervención clara contra la barbarie guerrera podrán entonces agruparse y contribuir para que el proletariado tome conciencia de la necesidad de lanzarse al asalto de la fortaleza capitalista.
SW (12-09-08)
[1]) Ver al respecto los artículos siguientes: "Por el mundo entero, frente a los ataques del capitalismo en crisis: ¡una misma clase obrera, la misma lucha de clases!" en la Revista internacional no 132 ; "XVIIo Congreso de la CCI: resolución sobre la situación internacional" en la Revista internacional no 130.
[2]) Además de la "Resolución" del XVIIo Congreso de la CCI (ver nota precedente), puede también leerse en la Revista internacional no 130, el artículo, relativo a ese mismo congreso, "XVIIo Congreso de la CCI: un reforzamiento internacional del campo proletario".