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La década que se extiende entre 1914 y 1923 es una de las más intensas de la historia de la humanidad. En ese corto lapso de tiempo se vivió una guerra terrible, la Primera Guerra mundial, que puso fin a 30 años de prosperidad y progreso ininterrumpido de la economía capitalista y del conjunto de la vida social; frente a dicha hecatombe se levantó el proletariado internacional encabezado por los obreros rusos en 1917 y hacia 1923 los ecos de aquella oleada revolucionaria empezaron a apagarse, aplastados por la reacción burguesa.
En 10 años se vivió la guerra mundial que abría la decadencia del capitalismo, la revolución en Rusia y las tentativas revolucionarias a escala mundial y finalmente el comienzo de una bárbara contrarrevolución burguesa. Decadencia del capitalismo, guerra mundial, revolución y contrarrevolución, hechos que han marcado la vida económica, social, cultural, psicológica, de la humanidad durante casi un siglo, se concentran apretada e intensamente en el corto lapso de 10 años.
Es vital para las generaciones actuales conocer aquella década, comprenderla, reflexionar sobre lo que representa, sacar las lecciones que aporta. Es vital, sobre todo, por el enorme desconocimiento que hoy existe de lo que significó realmente, producto tanto de la montaña de mentiras con el que la ideología dominante ha tratado de sepultarla como de la actitud que dicha ideología propicia - tanto deliberada como inconscientemente - de vivir atados a lo inmediato y lo presente olvidando el pasado y la perspectiva de futuro ([1]).
Esta atadura a lo inmediato y circunstancial, este "vivir el momento" sin reflexión, sin comprensión de sus raíces, sin inscribirlo en una perspectiva hacia el futuro, dificulta conocer los rasgos concretos de aquellos 10 años increíbles cuyo estudio crítico nos aportaría muchas luces sobre la situación actual.
Hoy apenas se conoce y se reflexiona sobre el enorme shock que significó para los contemporáneos el estallido de la Primera Guerra mundial y el salto cualitativo en la barbarie que constituyó ([2]). Hoy, a fuerza de haber vivido casi un siglo de guerras imperialistas con todo su lote de terror, destrucción y especialmente de la más terrible barbarie ideológica y moral, todo eso parece como "lo más normal del mundo", como algo que no nos sacudiría ni nos produciría indignación y rebeldía. ¡Pero esa no era ni mucho menos la actitud de los contemporáneos que se vieron profundamente sacudidos por una guerra cuyo salvajismo marcó un jalón jamás alcanzado hasta entonces!
Menos todavía se sabe que esa tremenda carnicería se terminó gracias a la rebelión generalizada del proletariado internacional con sus hermanos rusos a la cabeza ([3]). Apenas se conoce la enorme simpatía que la Revolución rusa suscitó entre los explotados del mundo entero ([4]). Sobre los numerosos episodios de solidaridad con los trabajadores rusos y sobre las tentativas de seguir su ejemplo extendiendo la revolución a nivel internacional, se cierne un espeso manto de silencio y deformación. Tampoco es del dominio del gran público las atrocidades que numerosos gobiernos democráticos, empezando por el alemán, cometieron para aplastar el ímpetu revolucionario de las masas.
La mayor y la peor deformación se la lleva la Revolución de Octubre 1917. Se la presenta sistemáticamente como un fenómeno ruso con lo cual aparece completamente aislada del marco histórico que acabamos de enunciar y partiendo de esas premisas se da rienda suelta a las peores mentiras y las más absurdas especulaciones: que si fue la obra -genial según el estalinismo, diabólica según sus adversarios- de Lenin y los bolcheviques, que si fue una revolución burguesa en respuesta al atraso zarista, que si allí la revolución socialista era imposible y solo el empeño fanático de los bolcheviques la llevó por un derrotero que no podía acabar sino donde terminó.
Desde esa premisa, la repercusión internacional de la revolución de octubre 1917 se ha reducido a verla como un modelo que se podría exportar a los demás países. Tal es la deformación más insistente del estalinismo. Este método del "modelo" es doblemente erróneo y pernicioso. En primer lugar, ve la revolución rusa como un fenómeno nacional y, en segundo lugar, la concibe como un "experimento social" que puede ser activado a voluntad por un grupo suficientemente decidido y entrenado.
Este procedimiento deforma escandalosamente la realidad de ese periodo histórico. La Revolución Rusa no fue un experimento de laboratorio que se produjo dentro de las cuatro paredes de su inmenso territorio. Fue un pedazo vivo y activo de un proceso mundial de respuesta proletaria desatado por la entrada en guerra del capitalismo y los tremendos sufrimientos que causó. Los bolcheviques no tenían la menor intención de imponer un modelo fanático en el que el pueblo ruso fuera el conejillo de indias. En una Resolución adoptada por el partido en abril de 1917 se dice: "Las condiciones objetivas de la revolución socialista, presentes sin duda en los países más avanzados antes de la guerra, han madurado todavía más y continúan madurando con extremada rapidez como consecuencia de la guerra. La Revolución Rusa es solo la primera etapa de la primera de las revoluciones proletarias que surgirán como consecuencia de la guerra, la acción común de los obreros de los diferentes países es la única vía para garantizar el desarrollo más regular y el éxito más seguro de la revolución socialista mundial" ([5]).
Es importante comprender que la historiografía burguesa subestima -cuando no deforma completamente- la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. En esto participa igualmente el estalinismo. Por ejemplo, en el pleno ampliado del Comité ejecutivo de la IC de 1925, es decir, cuando la estalinización comenzaba, se calificó a la revolución en Alemania como "revolución burguesa" echando al cubo de la basura todo lo que habían defendido los bolcheviques entre 1917-1923 ([6]).
Esta "opinión" que hoy preconizan masivamente tanto historiadores como políticos sobre aquella época no era ni mucho menos compartida por sus colegas de entonces. Lloyd George, un político británico, decía en 1919: "Europa entera rebosa de espíritu revolucionario. Existe un profundo sentimiento no solamente de descontento sino de cólera y revuelta de los trabajadores contra sus condiciones de vida tras la guerra. El conjunto del orden social existente, en sus aspectos políticos, sociales y económicos, es puesto en cuestión por las masas de la población de uno a otro extremo de Europa" ([7]).
La Revolución Rusa solo puede ser comprendida como parte de una tentativa revolucionaria mundial del conjunto del proletariado internacional, pero -simultáneamente- ello exige ver la época histórica en la que se produce: el estallido de la Primera Guerra mundial y comprender el significado profundo de ésta, que es el de la entrada del capitalismo en su declive histórico, su decadencia. De otra manera, los fundamentos de una comprensión se derrumban y todo carece de sentido. Pero, simultáneamente, la guerra mundial y toda la cadena de acontecimientos que le han seguido desde entonces, pierden toda su significación pues o bien aparecen como algo excepcional sin repercusiones posteriores o bien son el resultado de una coyuntura aciaga que hoy estaría superada de tal forma que los acontecimientos actuales no tendrían ninguna relación con lo que entonces ocurrió.
Nuestros artículos han polemizado ampliamente contra esas visiones. Han procurado ponerse desde el punto de vista histórico y mundial que es el propio del marxismo. Creemos que de esa manera se puede dar una explicación coherente de aquella época histórica que sirva de orientación y materia de comprensión para entender la época actual y contribuir a la causa de la liberación de la humanidad del yugo del capitalismo. De otra forma, tanto la situación de entonces como la situación actual carecen de sentido y perspectiva y la actividad de todos aquellos que quieren contribuir a un cambio revolucionario mundial se condena al empirismo más absoluto, a extenuarse dando palos de ciego.
La aportación que se propone esta rúbrica temática -en continuidad con la numerosa contribución que hemos hecho- es tratar de reconstruir aquella época mediante un estudio de los testimonios y relatos directos de los protagonistas de los hechos ([8]). Hemos dedicado muchas páginas a la Revolución en Rusia y en Alemania ([9]), por ello, publicaremos trabajos sobre experiencias menos conocidas de los diferentes países, todo ello, con el objetivo de dar una perspectiva mundial, pues cuando se conoce un poco aquella época resulta sorprendente la multitud de luchas, el eco tan amplio que tuvo la Revolución de 1917 ([10]). Esta estructura abierta la entendemos igualmente como una incitación al debate y a las aportaciones de compañeros y grupos revolucionarios.
La Revolución húngara de 1919 (1)
El ejemplo de Rusia 1917 inspira a los obreros húngaros
La tentativa revolucionaria del proletariado húngaro tuvo una fuerte motivación internacional. Fue el fruto de dos factores: la situación insostenible provocada por la guerra y el ejemplo arrebatador de la revolución de octubre de 1917.
Como decimos en la Introducción de esta serie, la primera guerra mundial fue una explosión de barbarie. Pero más tremenda fue la "paz" que se firmó a toda prisa por parte de las grandes potencias capitalistas cuando en noviembre de 1918 estalló la revolución en Alemania ([11]). No aportó el más mínimo alivio ni a los sufrimientos de las masas ni tampoco una disminución del caos y la desorganización de la vida social que habían provocado la guerra. El invierno de 1918 y la primavera de 1919 fueron de pesadilla: hambre, parálisis de los transportes, conflictos demenciales entre políticos, acciones de ocupación de los ejércitos sobre países vencidos, guerra contra la Rusia soviética, desorden extremo en todos los niveles de la vida social, estallido y propagación fulminante de una epidemia, la llamada "gripe española", que causó casi tantos muertos como la guerra... A los ojos de las poblaciones europeas la "paz" era peor incluso que la guerra.
La máquina económica había sido explotada al límite hasta el extremo de generarse un fenómeno insólito de subproducción como lo subraya Bela Szantò ([12]) respecto a Hungría: "A consecuencia del esfuerzo de trabajo de las industrias de guerra, estimulado por la búsqueda de sobrebeneficios, los medios de producción habían quedado completamente consumidos y la maquinaria echada a perder. Su reposición habría exigido enormes inversiones, mientras no hubiera probabilidad alguna de amortización. No había materias primas. Las fábricas estaban paradas. A consecuencia de la desmovilización pero también del cierre de fábricas, había un desempleo enorme" ([13]).
El Times de Londres afirmaba (19-7-19): "El espíritu de desorden reina en todo el mundo, desde la América occidental hasta la China, desde el mar Negro al Báltico; no hay ninguna sociedad, ninguna civilización tan sólida, ni ninguna constitución tan democrática que puedan sustraerse a este influjo maligno. En todas partes aparecen indicios de que los vínculos sociales más elementales se desgarran a causa de la prolongada tensión" ([14]).
Contra esta situación, el ejemplo ruso despertó una ola de entusiasmo y de esperanza en todo el proletariado mundial. Contra el virus mortal del capitalismo sumergido en el caos, los obreros tenían un antídoto liberador: la lucha revolucionaria mundial siguiendo el ejemplo de Octubre 1917.
La República democrática de octubre 1918
Hungría que todavía pertenecía al Imperio Austrohúngaro y figuraba dentro del bando perdedor de la guerra, padecía esa situación de forma extrema pero, al mismo tiempo, el proletariado, fuertemente concentrado en Budapest, que poseía la séptima parte de la población del país y casi el 80 % de su industria, se manifestó enormemente combativo.
Tras los motines de 1915, reprimidos con el apoyo descarado del partido socialdemócrata, se sucede una fase de apatía con tímidos movimientos en 1916 y 1917. Pero en enero 1918, la agitación social desemboca en lo que probablemente fue la primera huelga de masas internacional de la historia, que se extendió a numerosos países de la Europa central teniendo como epicentro Budapest y Viena. Comenzó en Budapest el 14, el 16 ganaba la Baja Austria y Estiria, el 17 Viena y el 23 las grandes fábricas de armamento de Berlín, teniendo numerosos ecos en Eslovenia, Checoslovaquia, Polonia y Croacia ([15]). La lucha se polarizó alrededor de 3 objetivos: contra la guerra, contra la penuria y en solidaridad con la revolución rusa. Dos gritos se repitieron en numerosos idiomas: "Abajo la guerra" y "Viva el proletariado ruso".
En Budapest la huelga estalló al margen de los dirigentes socialdemócratas y de los sindicatos y en numerosas fábricas, animadas por el ejemplo ruso, se habían votado resoluciones a favor de los Consejos obreros... sin llegar a constituirlos efectivamente. El movimiento no se dio ninguna organización, lo cual fue aprovechado por los sindicatos para ponerse a la cabeza e imponer reivindicaciones que no tenían nada que ver con las preocupaciones de las masas, en particular, la del sufragio universal. El Gobierno intentó aplastar la huelga mediante una exhibición de tropas armadas de cañones y ametralladoras. El poco éxito que tuvo la demostración y las dudas crecientes de los soldados que no querían ni luchar en el frente ni menos aún enfrentarse a los obreros, disuadió al gobierno que en 24 horas cambió de postura y "concedió" la reivindicación -que nadie había pedido excepto sindicatos y socialdemocracia- del sufragio universal.
Con esa baza en el bolsillo estos visitaron las fábricas para detener la huelga. Fueron recibidos muy fríamente. No obstante, el cansancio, la falta de noticias de Austria y de Alemania y la progresiva vuelta al trabajo de los sectores más débiles acabaron por mermar la moral de los trabajadores de las grandes empresas metalúrgicas que finalmente decidieron la vuelta al trabajo.
Fortalecida por ese triunfo, la socialdemocracia "llevó a cabo una campaña de represalias contra todos los que se esforzaban por despertar en las masas la lucha revolucionaria de clase. En Népszava -órgano central del partido- aparecieron artículos difamatorios e incluso de delación que dieron abundante material para las persecuciones políticas iniciadas por el gobierno reaccionario de Wkerle-Vászonyi" ([16]).
Pese a la represión, la agitación siguió su curso. En mayo, los soldados del regimiento de Ojvideck se amotinan contra su envío al frente. Se hacen dueños de la central telefónica y de la estación de tren. Los obreros de la ciudad les secundan. El gobierno envía dos regimientos especiales que necesitarán tres días de salvajes bombardeos para tomar la ciudad. La represión es inmisericorde: uno de cada diez soldados -fuera o no participante activo en el motín- es fusilado, miles de personas son encarceladas.
En junio, la gendarmería disparó contra los obreros en huelga de una fábrica metalúrgica de la capital ocasionando varios muertos y heridos. Los obreros se dirigieron rápidamente a las fábricas vecinas que detuvieron inmediatamente la producción, saliendo a su vez a la calle. En pocas horas, toda Budapest estaba paralizada. Al día siguiente, la huelga se extendió a todo el país. Asambleas improvisadas, en medio de una atmósfera revolucionaria, decidían las medidas. El gobierno detuvo a los delegados, envió al frente a los obreros más significados, los tranvías fueron puestos en funcionamiento mediante esquiroles escoltados por cuatro soldados con la bayoneta calada. Tras ocho días de lucha, la huelga acabó en derrota.
Sin embargo, en la clase se desarrollaba una toma de conciencia: "entre los más amplios círculos obreros poco a poco empezó a abrirse camino la convicción de que la política del partido socialdemócrata y la conducta de los dirigentes del partido no eran apropiados para asumir una orientación revolucionaria (...). Las fuerzas revolucionarias habían empezado a cohesionarse, los obreros de las grandes fábricas establecieron contactos directos entre ellos. Las reuniones y deliberaciones secretas se hicieron casi permanentes y empezaron a dibujarse los contornos de una política proletaria independiente" ([17]).
Estos círculos obreros empiezan a ser conocidos como el Grupo revolucionario.
Los motines de soldados se hacen cada vez más frecuentes pese a la represión. Las huelgas se vuelven cotidianas. El gobierno -incapaz de conducir una guerra perdida, con el ejército cada vez más descompuesto, la economía paralizada y un completo desabastecimiento- se desmorona. Para evitar tan peligroso vacío de poder, el Partido socialdemócrata, demostrando una vez más en qué bando militaba, decidió aglutinar los partidos burgueses democráticos en un Consejo nacional.
El 28 de octubre se había constituido el Consejo de soldados que se coordinó con el Grupo revolucionario, ambos convocaron una gran manifestación en Budapest que se propuso llegar hasta la Ciudadela con objeto de entregar una carta al delegado real. Delante había un enorme cordón de soldados y policías. Los primeros se hicieron a un lado y dejaron pasar a la muchedumbre pero la policía disparó causando numerosos muertos.
"La indignación de la masa contra la policía fue indescriptible. Al día siguiente los obreros de la fábrica de armas forzaron los depósitos y se armaron" ([18]).
La tentativa del Gobierno de enviar fuera de Budapest a los batallones militares que habían estado a la vanguardia de la formación del Consejo de soldados, provocó la indignación general: miles de trabajadores y soldados se congregaron en la calle Rácóczi -la principal de la ciudad- para impedir su salida. Una compañía de soldados que había recibido la orden de partir se negó y a la altura del hotel Astoria se unió a la multitud. Hacia la medianoche las dos centrales telefónicas fueron tomadas.
En la madrugada y durante el día siguiente edificios públicos, cuarteles, la estación ferroviaria central, los almacenes de suministros, son ocupados por batallones de soldados y obreros armados. Manifestaciones masivas van a las cárceles y liberan a los presos políticos. Los sindicatos -haciéndose portavoces de las masas- reclaman el poder para el Consejo nacional. El 31 de octubre a media mañana, el conde Hadik -jefe del gobierno- entrega el poder a otro conde, Károlyi, jefe del Partido de la independencia y presidente del Consejo nacional.
Sin haber movido un dedo, éste se encontraba con el poder total. No le pertenecía puesto que había sido resultado del impulso todavía desorganizado e inconsciente de las masas obreras. Por eso, lo primero que hizo fue rechazar semejante legitimidad revolucionaria e ir a buscarla en la monarquía húngara que a su vez pertenecía al fantasmal "Imperio austro-húngaro". Ausente el rey, los miembros del Consejo nacional, con la socialdemocracia a la cabeza, fueron a visitar al plenipotenciario del Emperador, el archiduque José, quien autorizó el nuevo gobierno.
La noticia indignó a muchos trabajadores. Se convocó una concentración en el Tisza Calman-Tér. Pese a una lluvia torrencial una gran multitud se reunió decidiendo ir a la sede del partido socialdemócrata para exigir la proclamación de la República.
La reivindicación de la República había sido durante el siglo xix una consigna del movimiento obrero que juzgaba esta forma de gobierno más abierta y favorable a sus intereses que la monarquía constitucional. Sin embargo, ante la nueva situación donde no había más alternativa que poder burgués o poder proletario, la República se erigía como el último recurso del capital. De hecho, la república nacía con la bendición de la monarquía y del alto clero, cuyo jefe -el príncipe arzobispo de Hungría- fue visitado por el Consejo nacional en pleno. El socialdemócrata Kunfi pronunció un celebrado discurso: "Me corresponde la agobiante obligación de decir, a mí, socialdemócrata convencido, que nosotros no queremos actuar con el método del odio de clase y de la lucha de clases. Y nosotros hacemos un llamamiento para que todos, eliminando los intereses de clase, colocando en segunda línea los puntos de vista confesionales, nos ayuden en las graves tareas que pesan sobre nosotros" ([19]).
Toda la Hungría burguesa se había agrupado en torno a su nuevo salvador: el Consejo nacional cuyo motor era el partido socialdemócrata. El 16 de noviembre la nueva República era solemnemente proclamada.
La constitución del Partido comunista
La clase obrera no puede culminar su tentativa revolucionaria si no crea en su seno la herramienta vital del Partido comunista. Pero a éste no le basta tener unas posiciones programáticas internacionalistas, es preciso hacerlas vivir en las propuestas concretas al proletariado, en la capacidad para analizar concienzudamente con un prisma amplio los acontecimientos y las líneas a seguir y ahí es decisivo que el Partido sea internacional y no una mera suma de partidos nacionales: para combatir el peso asfixiante y desorientador de lo inmediato y lo local, de los particularismos nacionales, pero también proporcionando solidaridad, debate común, visión global y en perspectiva.
El drama de las tentativas revolucionarias en Alemania y en Hungría fue la ausencia de la Internacional. Esta se formó demasiado tarde, en marzo de 1919, cuando ya la insurrección de Berlín había sido aplastada y la tentativa revolucionaria en Hungría apenas comenzaba ([20]).
El Partido comunista húngaro sufrió esa dificultad con particular crudeza. Ya vimos que uno de sus fundadores fue el Grupo revolucionario que se había formado entre delegados y elementos activos de los obreros de las grandes fábricas de Budapest ([21]), a éste se unieron los elementos venidos desde Rusia -en noviembre de 1918- y que habían formado el Grupo comunista, conducidos por Bela Kun, la Unión socialista revolucionaria de tendencia anarquista y los miembros de la Oposición socialista, núcleo formado dentro del Partido socialdemócrata húngaro desde el estallido de la Primera Guerra mundial.
Antes de la llegada de Bela Kun y sus compañeros, los miembros del Grupo revolucionario habían considerado la posibilidad de formar un Partido comunista. El debate sobre esta cuestión llevó a un bloqueo pues había dos tendencias que no lograron ponerse de acuerdo: por un lado, los partidarios de formar una Fracción Internacionalista en el interior del Partido socialdemócrata y, por otra parte, los que veían urgente la formación de un nuevo partido. Finalmente, para salir del atasco se decidió constituir una Unión que tomó el nombre de Ervin Szabó ([22]) y que decidió proseguir la discusión. La llegada de los militantes procedentes de Rusia cambió radicalmente la situación. El prestigio de la Revolución Rusa y la capacidad persuasiva de Bela Kun inclinaron la balanza del lado de la formación inmediata del Partido comunista. Se constituyó el 24 de noviembre. El documento programático adoptado contenía apreciaciones muy válidas ([23]):
"• así como el Partido socialdemócrata trataba de poner a la clase obrera al servicio de la reconstrucción del capitalismo, el nuevo partido tenía por tarea mostrar a los trabajadores cómo el capitalismo había sufrido ya una sacudida mortal y había llegado a una maduración, no sólo en el plano moral sino también en lo económico, que lo ponía al borde la ruina.
"• Huelga de masas e insurrección armada: he aquí los medios deseados por los comunistas para la conquista del poder. No aspiraban a una República burguesa (...) sino a la dictadura del proletariado organizado en Consejos".
Los medios que se daban eran:
"• mantener viva la consciencia del proletariado húngaro, apartarlo del anterior acoplamiento con la deshonesta, ignorante y corrompida clase dominante húngara (...) despertar en él el sentimiento de la solidaridad internacional, antes sistemáticamente sofocado", [ligar al proletariado húngaro] "a la dictadura rusa de los Consejos y potencialmente también con cualquier otro país en que pueda estallar revolución semejante".
Se creó un periódico -Vörös Ujsàg (Gaceta roja)- y el partido se lanzó a una febril agitación que, desde luego, era necesaria dado el carácter decisivo del momento que se estaba viviendo ([24]). Sin embargo, esta agitación no se vio respaldada por un debate programático profundo, por un análisis colectivo metódico de los acontecimientos. El Partido era en realidad demasiado joven e inexperto y estaba poco cohesionado, todo lo cual -como veremos en el próximo artículo- le llevó a cometer graves errores.
¿Sindicatos o Consejos obreros?
En el periodo histórico de 1914-23 se planteaba al proletariado una cuestión muy complicada. Por un lado, los sindicatos se habían comportado como sargentos reclutadores del capital durante la guerra imperialista y el surgimiento de las respuestas obreras se hizo fuera de su iniciativa. Pero, al mismo tiempo, estaban muy cerca los tiempos heroicos en los que las luchas obreras se habían organizado mediante los sindicatos, estos habían costado muchos esfuerzos económicos, mucha represión, muchas horas de reuniones colectivas. Los obreros todavía los veían como propios y aún confiaban en poder recuperarlos.
Simultáneamente, había un entusiasmo enorme por el ejemplo ruso de los Consejos obreros que habían tomado el poder en 1917. En Hungría y en Austria, en Alemania, las luchas tendían a la formación de Consejos obreros. Sin embargo, mientras en Rusia los obreros acumularon una gran experiencia sobre lo que son, cómo funcionan, qué obstáculos los debilitan, cómo intenta sabotearlos la clase enemiga, tanto en Hungría como en Alemania esa experiencia era muy limitada.
Ese conjunto de factores históricos producía una situación híbrida, que fue hábilmente aprovechada por el Partido socialdemócrata y los sindicatos para constituir el 2 de noviembre el Consejo obrero de Budapest formado por una extraña mezcla de jefes sindicales, líderes socialdemócratas junto con delegados elegidos en algunas grandes fábricas. En los días siguientes se multiplicaron todo tipo de "consejos" que no eran otra cosa que organizaciones sindicales y corporativas que se habían puesto la etiqueta de moda: Consejo de policías (formado el 2 de noviembre y completamente controlado por la socialdemocracia), Consejo de funcionarios, Consejo de estudiantes, ¡hasta se formó un Consejo de sacerdotes el 8 de noviembre!. Esta proliferación de "consejos" tenía como fin cortocircuitar su formación por los obreros.
La economía estaba paralizada. El Estado no podía recaudar gran cosa y como todo el mundo le pedía ayuda su única respuesta era la impresión de papel moneda para subvenciones, pago de los salarios de los empleados estatales, gastos corrientes... En diciembre de 1918 el ministro de Finanzas se reunió con los sindicatos para pedirles detener las reivindicaciones salariales, cooperar con el gobierno para relanzar la economía y tomar, si necesario fuera, las riendas de la gestión de las empresas. Los sindicatos se mostraron muy receptivos.
Pero esto provocó la indignación de los trabajadores. Volvieron a celebrarse reuniones masivas. El Partido comunista recién constituido encabezó la protesta. Había decidido participar dentro de los sindicatos y pronto obtuvo una mayoría en varias organizaciones de las grandes fábricas. En su programa estaba la formación de Consejos obreros pero los consideraba compatibles con los sindicatos ([25]). Esta situación producía un continuo vaivén. El Consejo obrero de Budapest, creado preventivamente por los socialdemócratas, se había convertido en un órgano sin vida. En ese momento, hubo algunos esfuerzos de organización y de toma de conciencia dentro del terreno cada vez más inservible de los sindicatos como por ejemplo la asamblea masiva del sindicato metalúrgico en respuesta a la planes del ministro que tras dos días de debate adoptó acuerdos muy profundos: "Desde el punto de vista de la clase trabajadora, el control estatal sobre la producción no puede desembocar en ningún resultado, ya que la república popular no es más que una forma modificada de la dominación capitalista, y el Estado, en ella, sigue siendo lo que era antes: simplemente el órgano colectivo de la clase detentadora de la propiedad para la opresión de la clase trabajadora" ([26]).
La radicalización de las luchas obreras
La desorganización y parálisis de la economía puso a los trabajadores y a la gran mayoría de la población al borde del hambre. En tales condiciones la asamblea decidió que: "en todas las grandes empresas deben organizarse Consejos de control de fábrica, que en calidad de órganos de poder obrero, controlen la producción de las fábricas, el suministro de materias primas y también el funcionamiento y toda la marcha de los negocios" (ídem).
Pero no se veían como organizaciones paritarias de cooperación con el Estado ni como órganos de "autogestión" sino como palancas y complementos de la lucha por el poder político: "el control obrero representa únicamente una fase de transición hacia el sistema de gestión obrera, para la cual es necesaria como condición previa la toma del poder político (...) En consideración a todo ello, la asamblea de delegados y de miembros de la organización condena cualquier suspensión, aunque sólo sea provisional, de la lucha de clase, cualquier adhesión a los principios constitucionales, y considera tarea inmediata de la clase trabajadora la organización de los Consejos de obreros, soldados y campesinos como factores de la dictadura del proletariado" (ídem).
El 17 de diciembre, el Consejo obrero de Szeged -segunda ciudad del país- decidió disolver la municipalidad y "tomar el poder". Fue un acto aislado que expresaba el nerviosismo ante el deterioro de la situación. El gobierno reaccionó con prudencia y estableció negociaciones que acabaron en un restablecimiento del ayuntamiento con "mayoría socialdemócrata". En la Navidad de 1918, los obreros de una fábrica de Budapest reclamaron una paga extra. Inmediatamente, sus compañeros de fábricas vecinas retomaron la misma demanda. En un par de días todo Budapest hacía suya la reivindicación que empezaba a extenderse a las provincias. Los empresarios no tuvieron más remedio que ceder ([27]).
A principios de enero, los mineros de Salgótarján formaron un Consejo obrero que decidió la toma del poder y la organización de una milicia. Esto asustó al gobierno central que envió inmediatamente tropas de élite que ocuparon militarmente el distrito y causaron 18 muertos y 50 heridos. Dos días después, los obreros del área de Sátoralja-Llihely toman la misma decisión con idéntica respuesta gubernamental que provoca un nuevo baño de sangre. En Kiskunfélegyhaza, las mujeres organizan una manifestación contra la carestía de alimentos y los precios caros, la policía dispara contra la multitud provocando 10 muertos y 30 heridos. Dos días más tarde, es el turno de los obreros de Pozsony cuyo Consejo proclama la dictadura del proletariado. El Gobierno, falto de fuerzas, pide al Gobierno checoslovaco que ocupe militarmente la ciudad (se trata de un área fronteriza) ([28]).
El problema campesino se agudiza. Los soldados desmovilizados volvían a sus aldeas y extendían la agitación. Se celebraban reuniones reclamando el reparto de tierras. En el Consejo obrero de Budapest ([29]) se manifestó una fuerte solidaridad con los campesinos que desembocó en la propuesta de celebrar una reunión para "imponer al gobierno una solución al problema agrario". La primera sesión no llegó a ningún acuerdo y hubo que celebrar una segunda en la cual acabó aceptando la propuesta socialdemócrata que preveía la formación de unas "explotaciones agrarias individuales con indemnización a los antiguos propietarios". Esta medida logró calmar momentáneamente la situación pero, como veremos en el próximo artículo, apenas duró unas semanas. De hecho, en Arad -cerca de Rumania- a finales de enero los campesinos ocupan las tierras y el gobierno tiene que acallarlos mediante un numeroso dispositivo de tropas que ejecuta la enésima matanza.
Febrero 1919: el ataque represivo contra los comunistas
En enero la Unión de periodistas se constituye en Consejo y pide la censura de todos los artículos hostiles a la revolución. Se multiplican las Asambleas de tipógrafos y otros sectores relacionados que se suman a esta medida. Los trabajadores de la metalurgia participan en esta actividad que desemboca en la toma del control por parte de los trabajadores de la mayoría de periódicos. Desde ese momento, la publicación de noticias y artículos es sometida a la decisión colectiva de los obreros.
Budapest se había convertido en una gigantesca escuela de debate ([30]). Todos los días, a todas horas, se celebraban discusiones sobre los temas más variados. Se ocupaban locales por doquier. Únicamente los generales y los grandes empresarios estaban privados del derecho de reunión pues cada vez que intentaban hacerlo eran dispersados por grupos de trabajadores metalúrgicos y de soldados que acabaron tomando sus lujosos locales.
En paralelo al desarrollo de los Consejos obreros y ante el problema antes planteado del caos y la desorganización en la producción, en las empresas se multiplica un segundo tipo de organismos -los Consejos de fábrica- que asumen el control de los abastecimientos y la producción de los bienes y servicios esenciales con objeto de evitar la carestía de los artículos más básicos. A finales de enero el Consejo obrero de Budapest decide una audaz iniciativa centralizadora: asumir el control de la fábrica de gas, de las manufacturas de armas, de las principales obras de construcción, del periódico Deli Hirlap y del hotel Hungaria.
Esta decisión supone un desafío al gobierno que es respondida por el socialista Garami proponiendo un proyecto de ley que reducía los Consejos de fábrica a meros colaboradores de los patronos a los que se restablecía la entera autoridad sobre los asuntos de producción, organización empresarial etc. Se multiplican las reuniones masivas protestando contra esta medida. En el Consejo obrero de Budapest la discusión es muy acalorada. El 20 de febrero, en la tercera sesión para tomar una decisión sobre el proyecto de ley, los socialistas dieron un espectacular golpe de efecto, sus delegados irrumpieron en la asamblea con una noticia sensacional: "Los comunistas han lanzado un ataque contra el Népszava. ¡La redacción ha sido asaltada con ráfagas de ametralladora! ¡Varios redactores han perecido ya! ¡La calle está cubierta de muertos y heridos!" ([31]).
Esto permitió aprobar por una apretada mayoría la disposición contra los Consejos de fábrica pero abrió una etapa crucial: la tentativa de aplastar por la fuerza al Partido comunista.
El asunto del asalto al Népszava pronto se demostraría que era una provocación montada por el Partido socialdemócrata. Esta operación, realizada en un momento especialmente delicado -con los Consejos obreros creciendo por doquier en todo el país y cada vez más soliviantados contra el gobierno-, venía a rematar una campaña -dirigida por el Partido socialdemócrata- contra el Partido comunista y organizada desde meses atrás.
Ya en diciembre 1918, el gobierno -a propuesta del Partido socialdemócrata- había prohibido el uso de todo tipo de papel de prensa con el objetivo de impedir la edición y difusión del Vörös Ujsàg. En enero 1919, el gobierno recurrió a la fuerza: "una mañana un destacamento de 160 policías armados con bombas de mano y ametralladoras, rodeó el Secretariado. Bajo pretexto de registro, los policías invadieron el local, devastaron todo el mobiliario y el equipo y se lo llevaron todo llenando ocho grandes coches" ([32]).
Szanto señala que: "el asesinato de Kart Liebchnecht y Rosa Luxemburg por obra de la contrarrevolución blanca en Alemania, fue considerada por los contrarrevolucionarios húngaros como señal de la lucha contra el bolchevismo" ([33]).
Un periodista burgués de gran influencia -Ladislao Fényes- inició una persistente campaña contra los comunistas. Decía que "había que quitarlos de en medio con las armas en la mano".
El Partido socialdemócrata repetía machaconamente que Rosa y Liebchneckt "se habían ganado la muerte por haber desafiado la unidad del movimiento obrero". Alejandro Garbai -que, posteriormente sería presidente de los Consejos obreros húngaros- declaraba que "los comunistas tienen que ser colocados ante la boca de los fusiles porque nadie puede dividir al partido socialdemócrata sin pagar por ello con la vida" ([34]). La unidad obrera que es un bien fundamental para el proletariado era utilizada fraudulentamente para apoyar y ampliar la ofensiva represiva de la burguesía ([35]).
La cuestión de la "amenaza a la unidad obrera" fue llevada al Consejo obrero de Budapest por el partido socialdemócrata. Los Consejos obreros que apenas empezaban a andar se vieron confrontados a una espinosa cuestión que acabó por paralizarlos: una y otra vez los socialdemócratas presentaban mociones pidiendo la exclusión de los comunistas de las reuniones por "haber roto la unidad obrera". No hacían sino reproducir la feroz campaña de sus compinches alemanes que desde noviembre 1918 habían hecho de la "unidad" su principal baza para arrinconar a los espartaquistas, propiciando una atmósfera de pogromo contra ellos.
En ese contexto se sitúa el asalto al Népszava. Mueren 7 policías. Durante la misma noche del 20 de febrero se produce una oleada de detenciones de militantes comunistas. Los policías, soliviantados por la muerte de 7 colegas, infligen torturas a los detenidos. El 21 de febrero, el Népszava difunde una declaración del partido socialdemócrata que tilda a los comunistas de "contrarrevolucionarios mercenarios de los capitalistas" y llama a la huelga general en señal de protesta. Propone una manifestación la misma tarde ante el parlamento.
La manifestación es gigantesca. Acuden muchos trabajadores que están indignados contra los comunistas por el asalto que se les atribuye, pero sobre todo el partido socialdemócrata moviliza a funcionarios, pequeños burgueses, oficiales del ejército, tenderos etc., que reclaman mano dura de la justicia burguesa contra los comunistas.
El 22 de febrero, la prensa da cuenta de las torturas infligidas a los detenidos. El Népszava sale en defensa de los policías: "Nos explicamos el rencor de la policía y compartimos de la manera más viva su dolor por los colegas caídos en defensa de la prensa obrera. Podemos congratularnos de que los policías hayan dado su adhesión a nuestro partido, que se hayan organizado y que tengas sentimientos solidarios con el proletariado" ([36]).
Estas repugnantes palabras son el santo y seña de una ofensiva en toda la regla dirigida por el partido socialdemócrata contra el proletariado que tiene dos etapas: la primera aplastar a los comunistas como vanguardia revolucionaria y la segunda derrotar a la propia masa proletaria, cada vez más radicalizada.
El 22 mismo, la moción de expulsión de los comunistas del Consejo obrero es aprobada. Los comunistas están completamente descabezados. Aparentemente, la contrarrevolución está triunfando.
En el próximo artículo veremos cómo esta ofensiva acabará fracasando gracias a una vigorosa respuesta del proletariado.
C.Mir 3-3-09
[1]) Un historiador que en algunos aspectos es razonablemente penetrante, Eric Hobsbawn, reconoce en Historia del siglo xx que "... la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo xx. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el que viven" (p. 13, edición española).
[2]) Un testimonio de cómo la guerra mundial conmovió a los contemporáneos es el artículo de Sigmund Freud aparecido en 1915 titulado "Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte", donde señala: "Arrastrados por el torbellino de esta época de guerra, sólo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya o empiezan a cumplirse y sin atisbo alguno del futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la valoración de los juicios que formamos. Quiere parecernos como si jamás acontecimiento alguno hubiera destruido tantos preciados bienes comunes a la Humanidad, trastornado tantas inteligencias, entre las más claras, y rebajado tan fundamentalmente las cosas más elevadas. ¡Hasta la ciencia misma ha perdido su imparcialidad desapasionada! Sus servidores, profundamente irritados, procuran extraer de ella armas con que contribuir a combatir al enemigo. El antropólogo declara inferior y degenerado al adversario, y el psiquiatra proclama el diagnóstico de su perturbación psíquica o mental."
[3]) Los manuales de historia hacen un estudio militar de la evolución de la guerra y cuando llegan a 1917 y 1918 intercalan de repente como si fueran acontecimientos procedentes de otro planeta la Revolución Rusa o el movimiento insurreccional alemán del 18. Véase, por ejemplo, el artículo sobre la primera guerra mundial de Wikipedia que tiene reputación de ser una enciclopedia alternativa: ver https://es.wikipedia.org/wiki/Primera_Guerra_Mundial.
[4]) Hoy, la inmensa mayoría de los ideólogos del anarquismo denigra la revolución de 1917 y colma con los peores insultos a los bolcheviques. Sin embargo, eso no era así en 1917-21. En el artículo "La CNT ante la guerra y la revolución" (Revista internacional no 129), mostramos cómo muchos anarquistas españoles -aún manteniendo su propio criterio y con espíritu crítico- apoyaron con entusiasmo la Revolución Rusa y en una editorial de Solidaridad, el periódico de la CNT, se decía: "Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega", por otra parte, Manuel Bonacasa, anarquista muy reputado, afirma en sus Memorias "¿Quién en España -siendo anarquista- desdeñó el motejarse a sí mismo de bolchevique?". Emma Goldman, una anarquista norteamericana, señala en su libro Viviendo mi vida: "La prensa americana, siempre incapaz de ir más allá de la superficie, denunció que el levantamiento de Octubre era propaganda alemana y sus protagonistas, [Lenin, Trotski y sus colaboradores, secuaces del Káiser. Durante meses, los escribas fabricaron historias fantásticas sobre la Rusia bolchevique. Su ignorancia de las fuerzas que habían conducido a la Revolución de Octubre era tan espantosa como sus pueriles intentos de interpretar el movimiento liderado por Lenin. Apenas si hubo un periódico que diera las menores muestras de comprender que el bolchevismo era una concepción social abrigada por brillantes mentes de hombres que poseían el fervor y el coraje de los mártires (...) Era, pues, de lo más urgente que los anarquistas y otros verdaderos revolucionarios dieran la cara por esos hombres vilipendiados y por sus intervenciones en los apresurados sucesos de Rusia]" (edición española tomo II página 154, los subrayados son nuestros). Queremos añadir un hecho muy revelador de cómo se manipula hoy lo que entonces se escribió. En la edición francesa el libro se titulo "La epopeya de una anarquista", publicada por Hachette en 1979 y republicada por ediciones Complexe en 1984 y 2002. Se trata de una traducción - adaptación cometida por Cathy Berheim y Annette Lévy-Willard que son bien conscientes de su traición cuando escriben: "Si nosotras la encontráramos hoy, ella echaría probablemente una mirada de desprecio a nuestra "adaptación" (...) Tal hubiera sido sin duda su apreciación sobre nuestro trabajo. Pero lo único que Emma Goldman, fanática de la libertad, no habría podido reprocharnos es haber hecho de sus memorias una adaptación libre". Como prueba de esta "traición libre", podemos señalar que el pasaje entre corchetes figura en el libro de estas damas más de una forma muy edulcorada.
[5]) Citado por E.H.Carr en La Revolución bolchevique, tomo I, p; 100, edición española.
[6]) En El Movimiento obrero internacional, tomo IV, producido por Ediciones Progreso de Moscú, en una nota se señala: "a raíz de la IIª Guerra mundial, como resultado de largas discusiones en la historiografía marxista se afirmó la característica de las revoluciones de 1918-19 en los países de Europa central como revoluciones democrático burguesas (o democrático nacionales)" (página 277, edición española).
[7]) Citado por E.H.Carr, op. cit., tomo III, página 142, edición española.
[8]) En la antes citada Historia de la Revolución Rusa de Trotski, éste reflexiona en el prólogo del libro sobre el método con el cual analizar los hechos históricos. Criticando un supuesto prisma "neutral y objetivo" preconizado por un historiador francés que afirma "el historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores", Trotski responde: "El lector serio y dotado de espíritu crítico no necesita de esa solapada imparcialidad que le brinda la copa de la conciliación llena de posos de veneno reaccionario, sino de la metódica escrupulosidad que va a buscar en los hechos honradamente investigados, apoyo manifiesto para sus simpatías o antipatías disfrazadas, al contraste de sus nexos reales, al descubrimiento de las leyes por que se rigen. Ésta es la única objetividad histórica que cabe, y con ella basta, pues se halla contrastada y confirmada, no por las buenas intenciones del historiador de que él mismo responde, sino por las leyes que rigen el proceso histórico y que él se limita a revelar".
[9]) Para conocer la revolución rusa hay dos libros que son un clásico en el movimiento obrero. Historia de la Revolución Rusa, Trotski, y el famoso libro de John Reed Diez días que estremecieron al mundo.
[10]) El libro antes mencionado de E.H. Carr (página 140) cita de nuevo una declaración de Lloyd George en 1919: "si se iniciase una acción militar contra los bolcheviques, Inglaterra se volvería bolchevique y habría un Soviet en Londres", a lo que añade "Lloyd George hablaba, como era su costumbre, para causar efecto, pero su mente perceptiva había diagnosticado correctamente los síntomas".
[11]) El armisticio generalizado se produjo el 11 de noviembre de 1918 apenas unos días después del estallido de la revolución en Kiel -norte de Alemania- y de la abdicación del káiser Guillermo, el emperador alemán. Ver la serie de artículos sobre la revolución alemana, el primer artículo.
[12]) Libro de Bela Szanto La República húngara de los Consejos, página 40, edición española.
[13]) Este fenómeno de subproducción generada por la movilización total y extrema de todos los recursos para el armamento y la guerra también lo constata un autor -Gerd Hardach, La Primera Guerra mundial, página 86 edición española- respecto a Alemania que desde 1917 muestra signos de hundimiento de todo el aparato económico, desabastecimiento y caos, lo cual acaba bloqueando la propia producción de guerra.
[14]) Citado por Kart Radek en el prólogo al libro antes citado, página 10, edición española.
[15]) El austriaco Franz Borkenau, antiguo militante comunista, dice de este acontecimiento en su obra Comunismo mundial (en inglés): "En más de un sentido esta huelga ha sido el mayor movimiento revolucionario de origen realmente proletario que el mundo entero jamás haya vivido (...) La coordinación internacional que la Comintern intentó realizar en reiteradas ocasiones se produjo aquí automáticamente, al interior de las fronteras de las potencias centrales, por la comunidad de interés en todos los países concernidos y por la preeminencia en todas partes de dos problemas principales, el pan y las negociaciones de Brest [se refiere a las negociaciones de paz entre el gobierno soviético y el imperio alemán en enero - marzo de 1918]. Por todas partes, las consignas reivindicaban la paz en Rusia sin anexiones ni compensaciones, raciones más grandes y democracia política" (página 92, versión inglesa, traducción nuestra).
[16]) Bela Szanto, La Revolución húngara de 1919, edición española, página 21.
[17]) Szanto, op cit., página 24.
[18]) Ídem, página 28.
[19]) Ídem, página 35.
[20]) Ver en Revista internacional no 135: 1918-19: "La formación del partido, la ausencia de la Internacional".
[21]) Muy similares a los Delegados revolucionarios en Alemania. En realidad, hay una coincidencia significativa en los componentes que convergen en la formación del Partido bolchevique en Rusia, en la del KPD en Alemania y en la del PC húngaro: "El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra" (artículo citado sobre la revolución alemana).
[22]) Militante de izquierdas de la socialdemocracia que en 1910 abandonó el partido y evolucionó hacia posturas anarquistas. Muerto en 1918 había combatido enérgicamente la guerra desde una posición internacionalista.
[23]) Citamos el resumen de sus principios realizado por Bela Szantó en el libro del que venimos hablando.
[24]) El partido demostró una gran eficacia en la agitación y la captación de militantes. En 4 meses pasó de 4000 a 70 000 militantes.
[25]) Esta misma posición prevaleció en el proletariado ruso y en los bolcheviques. Sin embargo, mientras en Rusia los sindicatos eran muy débiles, en Hungría y otros países su fuerza era mucho mayor.
[26]) Libro de Szanto página 43
[27]) Para compensarles, el ministro socialdemócrata Garami propuso concederles un crédito de 15 millones de coronas. Es decir, que la mejora que los trabajadores habían recibido se evaporaría en unos días con la inflación que semejante préstamo iría a provocar. La subvención fue aprobada incluso con la oposición de los ministros oficialmente burgueses del gabinete
[28]) Esta zona se mantendrá bajo dominio checoslovaco hasta el aplastamiento de la revolución en agosto de 1919
[29]) Desde enero había empezado a revivir en uno de esos vaivenes que hablábamos antes. Las grandes fábricas habían enviado delegados -muchos de ellos comunistas- los cuales habían exigido la reanudación de sus reuniones.
[30]) Esta fue igualmente una característica sobresaliente de la Revolución Rusa que subraya por ejemplo John Reed en su libro 10 días que conmovieron al mundo.
[31]) Szantò, página 60, op. cit.
[32]) Szanto, op. cit., página 51.
[33]) Ibidem.
[34]) Szantó, op. cit., página 52.
[35]) Veremos en un próximo artículo cómo la unidad fue el caballo de Troya que utilizaron los socialdemócratas para mantener el control de los Consejos obreros cuando estos tomaron el poder.
[36]) Citado por Szantò, op. cit, página 63.