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En pocos meses, el mundo ha sido escenario de toda una serie de acontecimientos particularmente significativos de lo que se está realmente jugando en el periodo histórico actual: los acontecimientos de China en primavera, las huelgas obreras en la URSS durante el verano, la situación en Oriente Medio, en donde se han visto hechos de apariencia «pacífica» como la nueva orientación de la política de Irán, pero también acontecimientos sangrientos y amenazantes como la destrucción sistemática de Beirut y las gesticulaciones belicosas de la flota francesa delante del Líbano. En fin, el último acontecimiento que se ha llevado la primera página de los diarios -la constitución en Polonia, por primera vez en un país de régimen estalinista, de un gobierno dirigido por una formación política que no es ni el partido «comunista», ni una de sus marionetas (como el «partido campesino» u otros)- da una idea de la situación nunca vista en la cual se encuentran los países de régimen estalinista.
Para los comentaristas burgueses, cada uno de esos acontecimientos tiene su explicación específica, sin lazo alguno con la de los demás. Y cuando se les ocurre relacionarlos y establecer un marco general en el cual incluir todos lo ocurrido, es para ponerlos al servicio de las campañas democráticas que se desatan actualmente. Así se puede leer y oír que:
- «las convulsiones que sacudieron a China están conectadas con el problema de la sucesión del viejo autócrata Deng Xiao Ping»;
- «las huelgas de los obreros en la URSS se explican por las dificultades económicas específicas que sufren;
- «el nuevo curso de la política iraní es la consecuencia de la desaparición del loco paranoico Jomeini;
- «los enfrentamientos sangrientos del Líbano y la expedición militar francesa se deben al apetito excesivo de Assad, el "Bismarck" de Oriente Medio»;
- «no se puede comprender la situación actual en Polonia más que partiendo de los particularismos de ese país »...
«Pero todos esos acontecimientos tienen un punto común: participan a la lucha universal entre "Democracia" y "totalitarismo", entre los defensores de los "Derechos humanos" y "los que no los respetan.»
Ante la visión del mundo de los burgueses que no ven más allá de sus narices y, sobre todo, ante las mentiras que repiten continuamente con la esperanza de que se conviertan en verdad para los proletarios, es deber de los revolucionarios el poner en evidencia lo que está verdaderamente en juego en los recientes acontecimientos y plantear el marco real en el cual se sitúan.
La base de la situación internacional actual es el desmoronamiento irreversible de los cimientos materiales del conjunto de la sociedad, la crisis mundial insuperable de la economía capitalista. Por más que la burguesía haya alabado estos dos últimos años como los de la «reactivación» y hasta los de la «salida de la crisis», por más que se haya extasiado ante las tasas de crecimiento «de un nivel nunca visto desde los años 60», nada puede contra la terquedad de los hechos: los «excelentes resultados» recientes de la economía mundial (en realidad, de la economía de los países más avanzados) fueron pagados recurriendo de nuevo a un endeudamiento generalizado que augura futuras convulsiones aun más dramáticas y brutales que las precedentes (1).[1] Desde ya, el retorno de una inflación galopante en la mayoría de los países y en particular en la Gran Bretaña de la Senora Thatcher, «modelo de virtud económica», comienza a sembrar inquietud... Todas las declaraciones eufóricas de la burguesía no darán más resultado que las brujerías de los hombres prehistóricos para hacer llover: el capitalismo está en un atolladero. Desde que entró en su periodo de decadencia a principios de siglo; la única perspectiva que le puede ofrecer a la humanidad, en una situación como ésta de crisis abierta, es una huida ciega que desemboca necesariamente en la guerra imperialista generalizada.
Líbano e Irán:
la guerra ayer, hoy, mañana
Eso es lo que confirman los últimos acontecimientos del Líbano. Ese país, al que antes llamaban «la Suiza de Oriente Medio», no ha conocido descanso desde hace más de quince años. Su capital, que ha gozado de la solicitud de numerosos «liberadores» y «protectores» (sirios, israelíes, norteamericanos, franceses, ingleses, italianos...) está a punto de ser borrada del mapa. Verdadero Cartago de los tiempos modernos, es objeto hoy de una destrucción sistemática, meticulosa, que, en medio de centenares de miles de proyectiles por semana, la transforma en un campo de minas y condena a sus habitantes sobrevivientes a vivir como ratas. Ahora no son como antes las dos grandes potencias las que se enfrentan en el Líbano: la URSS, que durante un tiempo respaldó a Siria, tuvo que tragarse sus ambiciones ante el despliegue de fuerzas del bloque occidental en 1982. Son los antagonismos entre los dos bloques imperialistas lo que determina en última instancia la fisonomía general de los enfrentamientos guerreros en el mundo actual, pero no son los únicos que ocupan el terreno militar; con la agravación catastrófica de la crisis capitalista, las exigencias particulares de pequeñas potencias tienden a exacerbarse, sobre todo cuando comprueban que han sido víctimas de engaño, como es el caso de Siria hoy. Después de 1983, Siria había acordado con el bloque americano su retirada de la alianza con la URSS a cambio de una parte del Líbano. Hasta se convirtió en «gendarme» de su zona de ocupación contra la OLP y los grupúsculos proiraníes. Pero en el 88, calculando que ya no tenía porqué temer el retorno a la región de un bloque ruso cada vez más acosado, el bloque americano decidió que ya no necesitaba respetar las cláusulas del mercado. Guiando a control remoto la ofensiva del general cristiano. Aun, el bloque occidental quiere que Siria regrese al interior de sus fronteras, o por lo menos reduzca sus pretensiones, para poder entregarle el control del Líbano a aliados más dignos de confianza -las milicias cristianas e Israel- y meter en cintura al mismo tiempo a las milicias musulmanas. El resultado es una matanza cuyas primeras víctimas son las poblaciones civiles de los ambos lados.
Se asiste una vez más aquí a una estudiada división del trabajo entre los países del bloque occidental: los EEUU fingen no tomar partido entre los dos campos beligerantes para salirse con la suya cuando la situación esté madura, mientras que Francia se implica directamente en el terreno enviando un portaviones y seis otros navíos de guerra, acerca de los cuales nadie puede tragarse, por mucha miel que le pongan, que están en «misión humanitaria», como lo cuenta Mitterrand. En Líbano, como en todas partes, las cruzadas sobre los «derechos humanos» y la «libertad» no son más que el disfraz de cálculos imperialistas de lo más sórdido.
Líbano es hoy un concentrado de la barbarie de que es capaz el capitalismo moribundo. Es un comprobante de que toda la palabrería de paz que tienen desde hace un año no es más que eso, palabrería. Aunque se hayan puesto en sordina algunos conflictos en estos últimos tiempos, no existe para el mundo ninguna perspectiva real de paz. Muy al contrario.
Es así como se debe comprender la evolución reciente de la situación en Irán. La nueva orientación del gobierno de ese país, dispuesto ahora a cooperar con el «Gran Satanás» norteamericano, no tiene como causa fundamental la desaparición de Jomeini. Es resultado esencialmente de la tremenda presión que ese mismo «Gran Satanás» ha ejercido durante años, junto con la totalidad de sus aliados más cercanos, para meter en cintura a ese país que intentó sustraerse al control del bloque occidental. Hace apenas dos años, al enviar al Golfo Pérsico a la más formidable armada que se haya visto desde la segunda guerra mundial, al mismo tiempo que intensificaba su apoyo a Irak en guerra con Irán desde ocho años, el bloque occidental le hizo entender claramente a Irán que «las cosas ya habían durado bastante». El resultado no se hizo esperar mucho tiempo: el año pasado Irán aceptaba firmar un armisticio con Irak y entablar negociaciones de paz con ese país. Fue un primer éxito de la ofensiva del bloque occidental, pero todavía insuficiente a su parecer. La dirección de Irán tenía que pasar a manos de fuerzas políticas capaces de comprender en donde se hallaba su «verdadero interés» y de acallar las camarillas religiosas fanáticas y completamente arcaicas que lo habían llevado a esa situación. Las declaraciones «Rushdicidas» del invierno pasado traducían una tentativa extrema de esas camarillas, reunidas alrededor de Jomeini, para volver a tomar el control de una situación que se les iba de las manos, pero la muerte del «descendiente del Profeta» puso fin a esas ambiciones. De hecho, Jomeini constituía, por la autoridad que aun conservaba, el último cerrojo que bloqueaba la evolución de la situación, como había sucedido ya en España a principios de los años 70, cuando Franco fue el último obstáculo a un proceso de «democratización» fuertemente anhelado por la burguesía nacional y la del bloque americano. La rapidez con la cual está evolucionando la situación política de Irán, en donde el nuevo presidente Rafsanyani se ha rodeado de un gobierno de «técnicos» excluyendo a todos los antiguos «políticos» (a parte de él mismo), comprueba que la situación estaba «madura» desde hace mucho tiempo, que las fuerzas serias de la burguesía nacional tenían prisa por acabar con un régimen cuyo saldo es la ruina total de la economía. El desencanto de esa burguesía no va a tardar mucho: en medio de la catástrofe actual de la economía mundial no hay cupo para el «restablecimiento» de un país subdesarrollado y además destruido y desangrado por ocho años de guerra. En cambio, para las grandes potencias del bloque occidental, el balance es netamente más positivo: el bloque ha logrado dar un paso más en el desarrollo de su estrategia de cerco a la URSS, un paso que se añade al que había dado al obtener la retirada de Afganistán de las tropas soviéticas. Sin embargo, la «Pax Americana» que está por restablecerse en esa parte del mundo, a precio de matanzas increíbles, no augura ninguna «pacificación» definitiva. Al atenazar cada vez más a la URSS, el bloque occidental no hace sino elevar a un nivel superior los antagonismos insuperables entre tos dos bloques imperialistas.
Por otra parte, los diferentes conflictos del Oriente Medio han puesto de relieve una de las características generales del periodo actual: la descomposición avanzada de la sociedad burguesa que se está pudriendo de raíz por la perpetuación y la agravación continua de la crisis desde hace más de veinte años. Más aun que Irán, Líbano es la plasmación ese fenómeno, con la ley que imponen sus bandas armadas rivales, con la eternización de una guerra que no ha sido nunca declarada, con los atentados terroristas cotidianos y con sus «capturadores de rehenes». Las guerras entre facciones de la burguesía no han sido nunca juegos de niños, pero en el pasado esa clase se había dotado de reglas para «organizar» sus luchas intestinas y sus matanzas. Hoy, como para confirmar el estado de descomposición de toda la sociedad, ni siquiera esas leyes respetan.
Pero la barbarie y la descomposición sociales actuales no se limitan a las guerras y a los medios que hoy emplean. Los acontecimientos de la primavera en China y los del verano en Polonia se deben comprender igualmente dentro del mismo mareo.
China y Polonia:
las convulsiones de los regímenes estalinistas
Esas dos series de acontecimientos, aparentemente diametralmente opuestos, revelan la misma situación de crisis profunda, el mismo fenómeno de descomposición, que afecta a los regímenes llamados «comunistas».
En China, el terror que se abatió en el país habla por sí mismo. Las matanzas de Junio, las detenciones en masa, las ejecuciones en serie, la delación y la intimidación cotidianas, revelan no la fuerza del régimen sino su extrema fragilidad, las convulsiones que amenazan con dislocarlo. De esa debilidad tuvimos una ilustración flagrante cuando Gorbachov fue a Pekin, el 15 de Mayo, y las manifestaciones estudiantiles obligaron - hecho increíble- a las autoridades a trastornar completamente el programa de la visita del inventor de la «Perestroika». De hecho, las luchas intestinas en el aparato del partido, entre la camarilla de los «conservadores» y la de los «reformadores» que utilizó a los estudiantes como masa de maniobra, no dependían únicamente de la lucha por la sucesión de Deng Xiaoping: revelaban también, y fundamentalmente, el nivel de la crisis política que sacude al aparato.
Las convulsiones de ese tipo no son cosa nueva en China. Por ejemplo, la llamada «Revolución cultural» correspondió a un periodo de disturbios y de enfrentamientos sangrientos. Sin embargo, durante una decena de años, después de la eliminación de la «pandilla de los cuatro», y bajo la dirección de Deng Xiaoping, la situación dio la impresión de haberse estabilizado un poco. En particular, la apertura a Occidente y la «liberalización» de la economía china habían permitido una pequeña modernización de ciertos sectores, creando la ilusión de un desarrollo por fin «pacífico» de China. Las convulsiones que sacudieron al país en la primavera pasada vinieron a poner un punto final a esas ilusiones. Detrás de la fachada de la «estabilidad», en realidad los conflictos se habían agudizado dentro del partido, entre los «conservadores» a quienes les parecía que ya había demasiada «liberalización» y los «reformadores» que consideraban que había que proseguir el movimiento en lo económico y hasta ampliarlo, eventualmente, al plano político. Los dos últimos secretarios generales del partido, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, eran partidarios de esta última línea. Al primero le quitaron el puesto en el 86, tras ser abandonado por Deng Xiaoping, que lo había consagrado. El segundo, que fue el principal instigador de las manifestaciones estudiantiles de la primavera, con las cuales contaba para imponer su línea y su camarilla, tuvo el mismo destino después de la terrible represión de Junio. Se acabó el mito de la «democratización de China» bajo la égida del nuevo timonel Deng. Fue por cierto la ocasión, para algunos «especialistas», de recordar que, en realidad, toda la carrera de ese individuo la hizo como organizador de la represión, haciendo uso de la más tremenda brutalidad contra sus adversarios. Lo que es necesario precisar, es que todos los dirigentes chinos han hecho ese tipo de carrera. La fuerza bruta, el terror, la represión, las matanzas, constituyen el método de gobierno casi exclusivo de un régimen que, sin esos medios, se desmoronaría en medio de sus contradicciones. Y cuando sucede, de vez en cuando, que un ex carnicero, un torturador reconvertido, se pone a entonar la copla de la «Democracia», pasmando de emoción a la pequeña burguesía intelectual del país y a las buenas voluntades mediáticas del mundo entero, no pasa mucho tiempo antes de que se vuelva a tragar sus fanfarronadas: o es suficientemente inteligente (como Deng Xiaoping) para cambiar a tiempo de disco, o desaparece.
En China, con los acontecimientos de la primavera y su siniestro epílogo, se manifestó de manera evidente una vez más la situación de crisis aguda que afecta al régimen de ese país. Pero ese tipo de situación no es una exclusiva china. No es resultado únicamente de su atraso económico considerable. Lo que sucede actualmente en Polonia demuestra de manera clara que son todos los regímenes de tipo estalinista que sufren hoy los rigores de esa crisis.
En Polonia, la constitución de un gobierno dirigido por Solidarnosc, es decir, por una formación que no es ni el partido estalinista, ni está controlado directamente por él (y que se encontraba, aun hace poco, en la clandestinidad), no es solamente una novedad histórica en el bloque soviético. Ese acontecimiento es igualmente significativo del nivel alcanzado por la crisis económica y política que golpea a esos países. En efecto, no se trata de una decisión prevista y preparada deliberadamente por la burguesía para reforzar su aparato político, sino del resultado de la debilitación del mismo, que a su vez lo va a debilitar aun más. De hecho, esos acontecimientos traducen por parte de la burguesía una pérdida del control de la situación política. Pertenecen a un proceso de desplome cuyas etapas y resultados no fueron deseados por ninguno de los participantes de la «mesa redonda» de principios del 89. En particular, ni el conjunto de la burguesía, ni ninguna de sus fuerzas en particular, pudo dominar el juego electoral y «semidemocrático» elaborado en esas negociaciones. Ya al día siguiente de las elecciones de Junio, apareció claramente que su resultado, la derrota humillante del partido estalinista y el «triunfo» de Solidarnosc, ponía en un aprieto tanto al primero como al segundo. La situación actual da cuenta de la gravedad real de la crisis y presagia claramente futuras convulsiones.
En efecto, tenemos actualmente en Polonia a un gobierno dirigido por un miembro de Solidarnosc, cuyos puestos clave (sobre todo para un régimen cuyo control en la sociedad se basa esencialmente en la fuerza) del Interior y de la Defensa están en manos de dos miembros del POUP (los mismos que antes, de hecho), es decir el partido que, hace sólo pocos meses, mantenía a Solidarnosc en la ilegalidad y que había enviado a sus dirigentes a la cárcel hace unos años. Aunque toda esa buena sociedad manifiesta la misma indefectible solidaridad anti-obrera (sobre eso puede dárseles entera confianza), la «cohabitación» entre los representantes de esas dos formaciones cuyos programas políticos y económicos son antinómicos, va a ser cualquier cosa menos armoniosa. Concretamente, es más que probable que las medidas económicas decididas por un equipo para el que el «liberalismo» y la «economía de mercado» lo son todo, provoquen una resistencia decidida por parte de un partido cuyo programa y cuya razón de ser no pueden acomodarse con esa perspectiva. Y esa resistencia no se va a manifestar solamente dentro del gobierno. Provendrá principalmente de todo el aparato del partido, de sus millares de funcionarios de la «Nomenklatura» cuyo poder, privilegios y prebendas provienen de la «gestión» (suponiendo que ese término quiera todavía decir algo, cuando se ve la desorganización actual) administrativa de la economía. En Polonia, como en la mayoría de los demás países del Este, se ha podido ver ya, en múltiples circunstancias, la dificultad de aplicación de ese tipo de reformas, aun cuando eran más tímidas que las que prevén los «expertos» de Solidarnosc y que eran fruto de decisiones de la dirección del partido. Si ya hoy se ve muy bien que la gestión de un gobierno inspirado por esos expertos significa para los obreros una nueva agravación de sus condiciones de existencia, lo que en cambio no se verá es cómo ese gobierno podría obtener otro resultado sino es una desorganización todavía mayor de la economía.
Pero las dificultades de ese nuevo gobierno no se paran ahí. Va a tener que enfrentarse permanentemente al gobierno bis, formado en torno a Jaruzelski y compuesto esencialmente por miembros del POUP. En realidad, es a éste último a quien obedecerá el conjunto del aparato administrativo y económico existente que, también, se confunde con el POUP. Así pues, desde su constitución, el gobierno Mazowiecki, saludado como una «victoria de la Democracia» por las campañas mediáticas occidentales, no tiene otra perspectiva que el desarrollo de un caos económico y político aun mayor que el que reina actualmente.
La creación en 1980 del sindicato independiente Solidarnosc, destinada a canalizar, desviar y derrotar la formidable combatividad obrera que se había expresado durante el verano, había engendrado al mismo tiempo una situación de crisis política que no se había resuelto más que con el golpe y la represión de Diciembre del 81. La prohibición del sindicato, una vez que hubo acabado su trabajo de sabotaje mostraba que los regímenes de tipo estalinista no podían soportar la existencia en su seno de un «cuerpo extraño», de una formación que no esté directamente bajo su control. La constitución hoy de un gobierno dirigido por ese mismo sindicato (el hecho, único en la historia, de que sea un sindicato quien se encuentre a la cabeza de un gobierno, ya de por sí dice mucho sobre lo aberrante de la situación que se ha creado en Polonia) no puede más que acarrear, a una escala aun mayor, ese tipo de contradicciones y de convulsiones. En ese sentido, la «solución» de Diciembre del 81, el empleo de la fuerza, una represión feroz, no se pueden excluir ni mucho menos. El ministro del Interior de la época del estado de guerra, Kiszczak, sigue, por cierto, en el mismo sitio.
Las convulsiones que sacuden actualmente a Polonia, por más que adquieran en ese país una forma caricaturesca, no deben ser consideradas como específicas de ese país. De hecho todos los países de régimen estalinista se encuentran en un atolladero. La crisis mundial del capitalismo se repercute con una brutalidad particular en su economía que es, no solamente atrasada, sino también incapaz de adaptarse en modo alguno a la agudización de la competencia entre capitales. La tentativa de introducir en esa economía normas «clásicas» de gestión capitalista para mejorar su competitividad, no hará más que provocar un desorden todavía mayor, como lo demuestra en la URSS el fracaso completo y rotundo de la «Perestroika». Ese desorden aumenta también en lo político cuando se introducen tentativas de «democratización» destinadas a desahogar y canalizar un poco el enorme descontento que existe desde hace años en la población y que no para de aumentar. La situación en Polonia lo ilustra bien, pero lo que está ocurriendo en URSS es otra manifestación de lo mismo: por ejemplo, la explosión actual de los nacionalismos, favorecida por el aflojamiento del control del poder central, es una amenaza creciente para ese país. La cohesión misma del conjunto del bloque del Este está hoy también afectada: las declaraciones histéricas de los partidos «hermanos» de Alemania del Este y de Checoslovaquia contra los «asesinos del marxismo» y los «revisionistas» que azotan a Polonia y a Hungría no son puro espectáculo; revelan las divisiones que se están desarrollando entre esos diferentes países.
La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una «democratización pacífica» ni la de un «enderezamiento» de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos.
Así, la mayor parte de los acontecimientos que se han desarrollado en este verano nos dan la imagen de un mundo que, en todas partes, se está hundiendo en la barbarie: enfrentamientos militares, matanzas, represiones, convulsiones económicas y políticas. Y sin embargo, al mismo tiempo se ha expresado de manera de lo más significativa la única fuerza que puede ofrecer otro porvenir a la sociedad: el proletariado. Y es justamente en la URSS en donde se manifestó masivamente.
URSS: la clase obrera afirma su lucha
Las luchas proletarias que, a partir de mitades de Julio y durante varias semanas paralizaron la mayor parte de las minas del Kusbas, del Donbas y del Norte siberiano, movilizando a más de 500 000 obreros, tienen una importancia histórica considerable. Han sido, y de lejos, el movimiento más masivo del proletariado en la URSS desde el período revolucionario de 1917. Pero sobre todo, en la medida misma en que fueron llevadas a cabo por el proletariado que había sufrido más dura y profundamente la terrible contrarrevolución, que duró cuarenta años, que se había desencadenado a escala mundial a finales de los años 20, son una confirmación luminosa del curso histórico actual: la perspectiva abierta por la crisis aguda del capitalismo no es la de una nueva guerra mundial sino la de enfrentamientos de clase.
Esas luchas no tuvieron la amplitud que tuvieron las luchas de Polonia en 1980, ni muchas de las que se han desarrollado en los países centrales del capitalismo desde 1968. Sin embargo, para un país como la URSS en donde, durante más de medio siglo, ante condiciones de vida inaguantables, los obreros no podían -excepto en raras excepciones- más que callar y tragarse su rabia, esas luchas abren una nueva perspectiva para el proletariado de ese país. Comprueban que hasta en la metrópolis del «socialismo real», ante la represión y también ante todos los venenos del nacionalismo y de las campañas democráticas, los obreros pueden expresarse en su terreno de clase.
Han dado así la muestra, como fue ya el caso en Polonia en el 80, de lo que es capaz el proletariado cuando no están presentes las fuerzas clásicas de encuadramiento de sus luchas, los sindicatos. La extensión rápida del movimiento de un centro minero a otro con el envío de delegaciones masivas, el control colectivo del combate por las asambleas generales, la organización de mítines y de manifestaciones de masa en la calle, superando la separación en empresas, la elección de comités de huelga por las asambleas y responsables ante ellas, esas son las formas elementales de lucha que se da espontáneamente la clase obrera cuando el terreno no está ocupado, o que está poco ocupado, por los profesionales del sabotaje.
Ante la amplitud y la dinámica del movimiento, y para evitar su extensión a otros sectores, las autoridades no tuvieron más remedio que aceptar, en lo inmediato, las reivindicaciones de los obreros. Claro está que esas reivindicaciones no serán nunca realmente satisfechas: la catástrofe económica en la que se está hundiendo la URSS no lo permite. Las únicas reivindicaciones que probablemente se respetarán son justamente las que revelan los límites del movimiento: la «autonomía» de las empresas que las autoriza a determinar el precio del carbón y vender en el mercado interior y mundial lo que no haya sido llevado por el Estado. Así como en 1980 la creación de un sindicato «libre» en Polonia fue una trampa en la que cayó la clase obrera, esa «conquista» -que sean las empresas quienes decidan el precio del carbón- se va a transformar muy rápidamente en un medio para reforzar la explotación de los mineros y provocar divisiones entre ellos y los demás sectores del proletariado que deberán pagar más caro el carbón de la calefacción. Así, los combates considerables de los obreros de las minas en la URSS han sido también, al igual que los de Polonia en el 80, una ilustración de la debilidad política del proletariado de los países del Este. En esa parte del mundo, a pesar de todo el valor y la combatividad que puede manifestar ante ataques sin precedentes, la clase obrera es aún de lo más vulnerable a las mistificaciones burguesas sindicalistas, democráticas, nacionalistas y hasta religiosas (si se tome el caso de Polonia). Encerrados durante décadas en el silencio del terror policiaco, los obreros de esos países están, cruelmente faltos de experiencia para defenderse de esas mistificaciones y trampas. Por eso las convulsiones políticas que regularmente sacuden a esos países, y que los seguirán sacudiendo cada vez más, son utilizadas contra sus luchas la mayoría de las veces, como se pudo ver en Polonia en donde la prohibición de Solidarnosc entre 1981 y 1989 sirvió para volver a darle el prestigio que había estado perdiendo con sus numerosas intervenciones de «bombero social».
Y también que las reivindicaciones «políticas» de los mineros en la URSS (demisión de los mandatarios locales del partido, nueva constitución, etc.), pudieron ser utilizadas por la política actual de Gorbachov.
Por esas razones las luchas que se llevaron a cabo este verano en URSS constituyen un llamado al conjunto del proletariado mundial, y particularmente al de las metrópolis del capitalismo en donde están concentrados sus batallones más fuertes y experimentados. Esas luchas manifiestan la profundidad, la fuerza y la importancia de los combates actuales de la clase. Al mismo tiempo ponen de relieve toda la responsabilidad del proletariado de esas metrópolis: sólo su enfrentamiento contra las trampas más sofisticadas que siembra en su camino la burguesía más fuerte y experimentada del mundo, sólo la denuncia de esas trampas por y en la lucha, permitirá a los obreros de los países del Este combatir victoriosamente contra esas mismas trampas. Los combates obreros que se desarrollaron este verano en los EEUU, en la primera potencia mundial, al mismo tiempo que los que hacían temblar a la segunda potencia, combates que movilizaron más de cien mil obreros en los hospitales, las telecomunicaciones y la electricidad, son la prueba de que el proletariado de los países centrales sigue por ese su camino. Asimismo, la muy fuerte combatividad obrera que se expresó durante varios meses en Gran Bretaña, en particular en los transportes y entre los estibadores, chocando contra el sabotaje sindical organizado por la burguesía más fuerte del inundó políticamente hablando, es otra etapa de ese camino.
FM (7/9/89)
[1] Sobre la crisis económica ver la «Resolución sobre la situación internacional» del VIIIº Congreso de la CCI así como su presentación en este número de la Revista.