Submitted by Revista Interna... on
Hace 90 años ocurrió uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. Mientras la Primera Guerra mundial todavía estaba devastando la mayor parte de los países avanzados, segando a generaciones enteras y hundiendo siglos de progreso de la civilización, el proletariado en Rusia reanimó con valentía las esperanzas de decenas de millones de seres humanos aplastados por la explotación y la barbarie bélica.
La matanza imperialista era testimonio de que, tras haber sido la condición del desarrollo de la civilización contra el sistema feudal, el capitalismo había pasado a la historia, no solo porque se había convertido en el obstáculo principal para cualquier desarrollo ulterior de la civilización, sino también porque era una amenaza para ésta. La Revolución de Octubre de 1917 demostró que el proletariado es efectivamente la clase capaz de derrocar la dominación capitalista y apoderarse de la dirección del planeta para conducirlo hacia una sociedad liberada de la explotación y de la guerra.
Cada sector de la clase dominante y de su aparato político va a celebrar ese aniversario según sus matices propios. Unos no lo recordarán para nada, lo ignorarán, prefiriendo hablar de cualquier tema espectacular como el drama de la pequeña Maddie McCann, la Copa del mundo de rugby o el porvenir de la monarquía en España. Otros lo evocarán, únicamente para repetir una vez más lo que nos han machacado hasta la náusea tras el hundimiento de la URSS y de su bloque, o sea que el estalinismo fue el hijo legítimo de la revolución, que cualquier intento por parte de los explotados de librarse de sus cadenas no puede engendrar sino terror y asesinatos en masa. Los demás, por fin, elogiarán la insurrección obrera del 17, a Lenin y a los bolcheviques que la encabezaron, para concluir que hoy en día la revolución ya no es necesaria o ya no es posible.
Los revolucionarios tienen la responsabilidad de luchar contra las mentiras que los defensores del orden capitalista derraman incansablemente para desviar a la clase obrera de su perspectiva revolucionaria. Eso es lo que hacemos nosotros en los artículos que publicamos a continuación. El primero tiene como objetivo esencial mostrar que la revolución no es un deseo piadoso, sino que es necesaria, posible y realizable. El segundo denuncia una de las mayores mentiras de la historia: la idea según la cual la sociedad existente en URSS sería una sociedad "socialista" puesto que abolió la propiedad individual de los medios de producción, mentira que compartieron de forma interesada tanto los sectores clásicos de la burguesía democrática como los estalinistas, y también los trotskistas, corriente política que se presenta como "revolucionaria", "comunista" y "antiestalinista".
Ese segundo artículo fue publicado por primera vez en 1946 en la revista Internationalisme por el grupo de la Izquierda comunista de Francia, precursor de la CCI, y lo volvimos a publicar en la Revista internacional no 61, en 1990. Es un artículo un poco difícil, lo que justificó la redacción de una presentación ([1]) que también publicamos. Añadimos también unas cuantas notas al artículo de 1946 en la medida en que hace referencia a hechos o a organizaciones que no podrán recordar muy bien las nuevas generaciones que hoy, sesenta años después, se interesan por la reflexión comunista. La CCI ha dedicado evidentemente varios artículos más a un acontecimiento tan importante como la Revolución de 1917, y esperamos que los artículos que aquí publicamos sean una incitación para leerlos ([2]).
Las masas obreras se apoderan de su destino
En las discusiones, hay jóvenes que nos dicen a menudo: "Es verdad que todo va muy mal, que cada vez hay más miseria y guerras, que nuestras condiciones de vida empeoran, que está amenazado el porvenir del planeta. Se ha de hacer algo, ¿pero qué? ¿Una revolución? Eso es imposible, es utópico". Esa es la gran diferencia entre mayo del 68 y hoy. En 1968, la idea de revolución estaba presente por todas partes y eso que la crisis solo empezaba a golpear. La quiebra del capitalismo es algo evidente, pero existe hoy un gran escepticismo en cuanto a la posibilidad de cambiar el mundo. Los conceptos de comunismo, de lucha de clases, suenan como un sueño de otros tiempos. Parece que estaría ya pasado de moda hablar de clase obrera y de burguesía.
Existe sin embargo en la historia una respuesta a esas dudas. Por su actuación, el proletariado ha dado la prueba hace noventa años de que se puede cambiar el mundo. La Revolución de Octubre en Rusia, la mayor acción de las masas explotadas hasta ahora, mostró que la revolución no solo es necesaria sino que ¡es posible!
La fuerza de Octubre del 17: el desarrollo de la conciencia...
Las mentiras que la clase dominante vuelca sobre ese acontecimiento no cesan. Obras como El Fin de una ilusión o el Libro negro del comunismo no hacen más que retomar por su cuenta una propaganda ya existente en aquellos tiempos: la revolución habría sido un mero golpe de los bolcheviques, Lenin un agente del imperialismo alemán, etc. Los burgueses consideran que las revoluciones obreras no son más que actos de locura colectiva, caos horrorosos que acaban espantosamente ([3]). La ideología burguesa no puede aceptar que los explotados puedan actuar por cuenta propia. La acción colectiva, solidaria y consciente de la mayoría trabajadora es una noción que para el pensamiento burgués es una utopía antinatural.
Sin embargo, mal que les pese a nuestros explotadores, la realidad muestra que en 1917, la clase obrera supo levantarse colectiva y conscientemente contra este sistema inhumano. Demostró que los obreros no son bestias de carga que solo valen para obedecer y trabajar. Muy al contrario, los acontecimientos revolucionarios revelaron las capacidades gigantescas y a menudo insospechadas del proletariado, liberando un río de energías creadoras y una prodigiosa dinámica de cambios colectivos de las conciencias. Así resume John Reed la efervescencia e intensidad de la vida de los proletarios durante el año 1917:
"Toda Rusia aprendía a leer y efectivamente leía libros de economía, de política, de historia, leía porque la gente quería saber (...) La sed de instrucción tanto tiempo frenada abrióse paso al mismo tiempo que la revolución con fuerza espontánea. En los primeros seis meses de la Revolución tan sólo del Instituto Smolny se enviaban a todos los confines del país toneladas, camiones y trenes de publicaciones. (...) Luego la palabra. Conferencias, controversias, discursos en los teatros, circos, escuelas, clubs, cuarteles, salas de los Soviets. Mítines en las trincheras del frente, en las plazuelas aldeanas, en los patios de las fábricas. ¡Qué asombroso espectáculo ofrece la fábrica Putilov cuando de sus muros salen en compacto torrente 40 000 obreros para oír a los socialdemócratas, eseristas, anarquistas, o quien sea, hable de lo que hable y por mucho tiempo que hable! Surgían discusiones y mítines espontáneos en los trenes, en los tranvías, en todas partes (...) Las tentativas de limitar el tiempo de los oradores fracasaban estrepitosamente en todos los mítines y cada cual tenía la plena posibilidad de expresar todos sus sentimientos e ideas" ([4]).
La "democracia" burguesa habla mucho de la "libertad de expresión", mientras la experiencia nos confirma que todo en ella es manipulación, teatro y lavado de cerebro. La auténtica libertad de expresión es la que conquistan las masas obreras en su acción revolucionaria:
"En cada fábrica, en cada taller, en cada compañía, en cada café, en cada cantón, incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor callada y molecular. Por doquier surgían intérpretes de los acontecimientos, obreros a los cuales podía preguntarse la verdad de lo sucedido y de quienes podía esperarse las consignas necesarias (...) Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa, de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna, inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento revolucionario como proceso consciente" ([5]).
Esa capacidad de la clase obrera a entrar colectiva y conscientemente en lucha no es un milagro repentino: es fruto de muchas luchas y de una larga reflexión subterránea. Marx y Engels hicieron la comparación entre la clase obrera y un topo que excava lentamente su camino para surgir de repente más lejos. En la insurrección de Octubre del 17 está el sello de las experiencias de la Comuna de París de 1871 y de la Revolución de 1905, de las batallas políticas de la Liga de los comunistas, de la Primera y de la Segunda internacionales, de la Izquierda de Zimmerwald, de los espartaquistas en Alemania y del Partido bolchevique en Rusia. La Revolución rusa es evidentemente una respuesta a la guerra, al hambre y a la barbarie del zarismo moribundo, pero también es una respuesta consciente, guiada por una continuidad histórica y mundial del movimiento obrero. Concretamente, los obreros rusos habían vivido antes de la insurrección victoriosa las grandes luchas de 1898, la Revolución de 1905 y las batallas de 1912-14.
"Era necesario contar no con una masa como otra cualquiera, sino con la masas de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que había pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que se asimilaran la perspectiva de la revolución, que meditaran docenas de veces acerca de la cuestión del ejército" ([6]).
Así Octubre de 1917 fue la cumbre de un proceso largo de toma de conciencia de las masas obreras que se concretó, en vísperas de la insurrección, en una atmósfera profundamente fraterna entre los obreros. Ese ambiente es perceptible, casi palpable, en esas líneas de Trotski:
"Las masas sentían la necesidad de hallarse juntas; cada cual quería someter a prueba sus juicios a través de los demás, y todos observaban, atenta e intensamente, cómo una misma idea giraba en su conciencia, con sus distintos rasgos y matices. (...) Aquellos meses de febril vida política habían educado a centenares y miles de trabajadores que estaban acostumbrados a observar la política desde abajo y no desde arriba... La masa ya no toleraba en sus filas a los vacilantes, a los neutrales; afanábase por atraer, por persuadir, por conquistar a todo el mundo. Fábricas y regimientos mandaban delegados al frente. Las trincheras se ponían en relación con los obreros y campesinos del frente interior inmediato. En las ciudades del frente se celebraban innumerables mítines y conferencias en que soldados y marinos coordinaban su acción con obreros y campesinos" ([7]).
Gracias a esa efervescencia de los debates, los obreros pudieron ganarse efectivamente soldados y campesinos. La Revolución del 17 corresponde al ser mismo de la clase obrera, clase explotada a la vez que revolucionaria que no puede emanciparse si no es capaz de actuar de forma colectiva y consciente. La lucha colectiva del proletariado es la única esperanza de liberación para todas las masas explotadas. La política burguesa siempre aprovecha a una minoría de la sociedad. Al contrario, la política del proletariado no busca un beneficio particular sino el del conjunto de la humanidad.
"El proletariado ya no puede emanciparse de la clase que le explota y oprime sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación" ([8]).
... y de la organización de la clase obrera
Esa efervescencia de discusión, esa sed de acción y de reflexión colectivas se materializaron muy concretamente en los soviets (o consejos obreros), permitiendo a los obreros organizarse y luchar como clase unida y solidaria.
La jornada del 22 de octubre convocada por el Soviet de Petrogrado selló definitivamente la insurrección: se organizaron mítines y asambleas en todos los barrios, en todas las fábricas y se tomó masivamente una decisión: "¡Abajo Kerenski!", "¡Todo el poder para los soviets!". Fue un acto grandioso en el que obreros, empleados, soldados, muchos cosacos, mujeres, niños, sellaron abiertamente su compromiso con la insurrección.
"La insurrección fue determinada, por decirlo así, para una fecha fija: el 25 de octubre. Y no fue fijada en una sesión secreta, sino abierta y públicamente, y la revolución triunfante se hizo precisamente el 25 de octubre (6 de noviembre), como había sido establecido de antemano. La historia universal conoce un gran número de revueltas y revoluciones: pero buscaríamos en ella otra insurrección de una clase oprimida que hubiera sido fijada anticipada y públicamente para una fecha señalada, y que hubiera sido realizada victoriosamente en el día indicado de antemano. En este sentido y en varios otros, la Revolución de Octubre es única e incomparable" ([9]).
El proletariado se dio los medios de tener la fuerza necesaria -armamento general de los obreros, formación del Comité militar revolucionario, insurrección- para que el Congreso de los soviets pudiera tomar efectivamente el poder.
En toda Rusia, mucho más allá que Petrogrado, una infinidad de soviets locales llamaban a la toma del poder o lo tomaban efectivamente, confirmando el triunfo de la insurrección. El Partido bolchevique sabía perfectamente que la revolución no era cosa ni del partido únicamente ni únicamente de los obreros de Petrogrado, sino del proletariado entero. Los acontecimientos fueron la prueba de que Lenin y Trotski habían tenido razón al considerar que los soviets, desde que surgieron espontáneamente durante las huelgas de masas de 1905, eran "la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado". En 1917, esa organización unitaria del conjunto de la clase en lucha desempeñó, a través de la generalización de asambleas soberanas y su centralización por delegados elegidos y revocables en cualquier momento, un papel político esencial y determinante en la toma de poder, cuando los sindicatos no tuvieron ninguno.
Al lado de los soviets hubo otra forma de organización que desempeñó un papel fundamental cuando no vital para el triunfo de la insurrección: el Partido bolchevique. Los soviets permitieron a toda la clase obrera luchar colectivamente, y el partido -que organizaba por su parte la fracción más consciente y determinada- tuvo la responsabilidad de participar activamente en la lucha favoreciendo el desarrollo más amplio y profundo de la conciencia y orientando de forma decisiva por sus consignas la actividad de la clase. Las masas son las que toman el poder, los soviets son los que lo organizan, pero el partido de clase sigue siendo un arma indispensable de la lucha. En julio del 17, fue el partido el que evitó una derrota a la clase ([10]). También fue él quien encaminó a la clase hacia la toma de poder en octubre. Sin embargo, la Revolución de Octubre demuestra concretamente que el partido ni puede ni debe sustituir a los soviets: por indispensable que sea la dirección política que asume, tanto durante la lucha por el poder como durante la dictadura del proletariado, su tarea no es, sin embargo, la toma del poder. El poder no ha de ser asumido por una minoría -por consciente que sea-, sino por el conjunto de la clase obrera a través del único organismo que la representa como un todo: los soviets. La Revolución rusa fue sobre este aspecto una experiencia dolorosa puesto que el partido fue ahogando poco a poco la vida y la efervescencia de los consejos obreros. Ni Lenin ni los demás bolcheviques, como tampoco los espartaquistas en Alemania, eran muy claros sobre esta cuestión en 1917, y tampoco podían serlo. No se ha de olvidar que Octubre de 1917 fue la primera experiencia para la clase obrera de una insurrección triunfante a nivel de un país entero.
La revolución internacional no es el pasado, sino el porvenir de la lucha de clases
"La Revolución rusa no es sino un destacamento del ejército socialista mundial, y el triunfo de la revolución que hemos realizado depende de la acción de ese ejército. Esto es algo que ninguno de nosotros olvida. (...) El proletariado ruso tiene conciencia de su aislamiento revolucionario, y sabe que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental: la intervención unida de los obreros del mundo entero" (Lenin, 23 de julio de 1918).
Quedaba claro para los bolcheviques que la Revolución rusa no era sino el primer acto de la revolución internacional. La insurrección de Octubre del 17 fue la avanzadilla de una oleada revolucionaria mundial, con un proletariado que llevó a cabo unas luchas formidables que casi echan abajo el capitalismo. En 1917, logró acabar con el poder burgués en Rusia. Entre 1918 y 1923, lo asaltó varias veces en el principal país europeo, Alemania. Esa oleada revolucionaria mundial tuvo repercusiones en el mundo entero. Allí en donde existía una clase obrera desarrollada, los obreros se levantaban y luchaban contra los explotadores, de Italia a Canadá, de Hungría hasta China.
Este impulso y esta unidad de la clase obrera a escala internacional no fueron una casualidad. Ese sentimiento común de pertenecer, por todas partes, a la misma clase y a la misma lucha corresponde al ser del proletariado. Sea cual sea el país, la clase obrera sufre el mismo yugo de la explotación, y enfrente tiene a la misma clase dominante y el mismo sistema de explotación. Esta clase de explotados forma una cadena que atraviesa los continentes, cada victoria y cada derrota de uno de sus eslabones afecta inevitablemente a los demás. Por ello la teoría comunista desde sus orígenes, puso en primera línea de sus principios el internacionalismo proletario y la solidaridad de todos los obreros del mundo. "Proletarios del mundo entero, ¡uníos!", fue la consigna del Manifiesto comunista redactado por Marx y Engels. Ese mismo Manifiesto afirma claramente que "los proletarios no tienen patria". La revolución del proletariado, única capaz de acabar con la explotación del hombre por el hombre, no puede realizarse sino a escala internacional. Esa es la realidad que se expresó fuertemente desde 1847:
"la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados (...) Ejercerá igualmente una influencia considerable en los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal" ([11]).
La dimensión internacional de la oleada revolucionaria de los años 1917-23 pone de manifiesto que el internacionalismo proletario no es un bello y gran principio abstracto, sino, al contrario, una realidad tangible. Frente al nacionalismo sanguinario de la burguesía revolcándose en la barbarie de la Primera Guerra mundial, la clase obrera fue capaz de oponer su lucha y su solidaridad internacional. "No hay socialismo fuera de la solidaridad internacional del proletariado", ese fue el mensaje fuerte y claro de las octavillas que se repartían en las fabricas en Alemania ([12]). La victoria de la insurrección de Octubre del 17, que contenía la amenaza de la extensión de la revolución a Alemania, obligó a la burguesía a acabar con ese ignominioso río de sangre que fue la Primera Guerra mundial, acallando los antagonismos imperialistas que la habían desgarrado durante cuatro años para oponer un frente unido y atajar la oleada revolucionaria.
La oleada revolucionaria del siglo pasado fue el punto culminante alcanzado por la humanidad hasta hoy. Contra el nacionalismo y la guerra, contra la explotación y la miseria del mundo capitalista, el proletariado supo ofrecer otra perspectiva, su perspectiva: la del internacionalismo y de la solidaridad entre todas las capas oprimidas. La Revolución de Octubre del 17 demostró la fuerza de la clase obrera. Por primera vez, una clase explotada tuvo la valentía y la capacidad de arrancar el poder de manos de los explotadores e inaugurar la revolución proletaria mundial. Aunque fue pronto derrotada, en Berlín, Budapest y Turín, y aunque el proletariado ruso pagase terriblemente esa derrota -los horrores de la contrarrevolución estalinista, una Segunda Guerra mundial y la barbarie que no ha cesado desde entonces-, la burguesía sigue sin ser capaz de borrar completamente de la memoria obrera el recuerdo exaltador y las lecciones de Octubre. La monstruosidad de las falsificaciones de la burguesía sobre ese acontecimiento es paralela al terror que éste le provocó. La memoria de Octubre sigue recordando al proletariado que el destino de la humanidad está en sus manos y que es capaz de cumplir esa gigantesca tarea. ¡La revolución internacional sigue siendo como nunca el porvenir!
Pascale
[1]) La presentación de ese segundo artículo la firmó MC, compañero que falleció a finales de ese mismo año. Fue el último artículo que firmó para nuestra Revista, y expresa el vigor de pensamiento que conservó hasta la muerte. El que el compañero, que fue el principal animador de la Izquierda comunista de Francia (GCF), haya vivido directamente la Revolución de 1917 en su ciudad natal de Kishinev, le da un valor particular a ese documento, cuando se conmemoran los 90 años de esa revolución (sobre MC, véase nuestro articulo "Marc", en los nos 65 y 66 de la Revista internacional).
[2]) Se trata esencialmente de nuestro folleto Octubre del 17, inicio de la revolución mundial y de los artículos publicados en la Revista internacional (nos 12, 13, 51, 89, 90 y 91).
[3]) Anastasia, película de dibujos animados de Don Bloth y Gary Goldman, que presenta la Revolución rusa como un golpe de Rasputín que habría hechizado al pueblo ruso, es una caricatura grosera, ¡pero muy reveladora!
[4]) J. Reed, Diez días que estremecieron al mundo.
[5]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[6]) Trotski, op. cit.
[7]) Trotski, op. cit.
[8]) Engels, "Prólogo" de 1883 al Manifiesto comunista.
[9]) Trotski, La Revolución de noviembre, 1919.
[10]) Léase nuestro articulo "Las Jornadas de julio: el papel indispensable del partido" en el sitio Web internationalism.org.
[11]) Engels, Principios del comunismo.
[12]) Fórmula de Rosa Luxemburg en la Crisis de la socialdemocracia, citada en muchas hojas espartaquistas.