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En el artículo 2º de esta serie señalamos cómo la CNT había dado lo mejor de sí misma en el periodo de 1914-1919 marcado por las pruebas decisivas de la guerra y la revolución. Pero, al mismo tiempo, habíamos insistido en que esa evolución no había permitido superar la contradicción que tiene desde la raíz el sindicalismo revolucionario al pretender conciliar dos términos que son antitéticos: sindicalismo y revolución.
En 1914, la gran mayoría de los sindicatos se habían puesto del lado del capital y habían participado activamente en la movilización de los obreros para la terrible carnicería que significó la Primera Guerra mundial. Esta traición fue ratificada cuando ante los movimientos revolucionarios del proletariado que estallaron a partir de 1917, los sindicatos volvieron a ponerse del lado del capital. Eso fue especialmente claro en Alemania donde, junto con el partido socialdemócrata, sostuvieron el Estado capitalista frente a la insurrección obrera en 1918-23.
La CNT fue junto a las IWW ([1]) una de las escasas organizaciones sindicales que en esa época se mantuvo fiel al proletariado. Sin embargo, en el periodo que vamos a tratar se vio claramente cómo su componente sindical tendía a dominar la acción de la organización y a acabar con la tendencia revolucionaria que existía en su seno.
Agosto 1917, el fiasco de la huelga general revolucionaria:
la CNT arrastrada al terreno de las “reformas” burguesas
Los sindicatos no son organismos creados para la lucha revolucionaria. Al contrario,
«luchan en el terreno del orden político burgués, del Estado de derecho liberal. Para poder desarrollarse, necesitan un derecho de coalición sin obstáculos, una igualdad de derechos aplicada estrictamente y nada más. Su ideal político, en tanto que sindicatos, no es el orden socialista, sino la libertad y la igualdad del Estado burgués» (Pannehoek, Las divergencias tácticas en el movimiento obrero, 1909, subrayado en el original).
Como hemos mostrado en esta serie ([2]), el sindicalismo revolucionario intenta escapar a esta contradicción asignándose una doble tarea: por una parte, la específicamente sindical de intentar mejorar dentro del capitalismo las condiciones de vida obrera; por otro lado, la de luchar por la revolución social. La entrada del capitalismo en su etapa de decadencia planteaba claramente que los sindicatos son incompatibles con la segunda tarea y sólo pueden sobrevivir aspirando a un puesto dentro del Estado burgués en unas condiciones de “libertad e igualdad” lo que les lleva igualmente a anular y hacer imposible su primera tarea. Esta realidad empezó a mostrarse con toda nitidez dentro de la CNT con el episodio de la huelga general de agosto de 1917.
La situación en España era de un enorme descontento social dadas las condiciones infames de explotación de los obreros, la brutal represión, a lo que se añadía una inflación galopante que devoraba los ya de por sí bajos salarios. En el terreno político el viejo régimen de la Restauración ([3]) entraba en una crisis terminal: la formación de “juntas” en el ejército, la actitud rebelde de los más significativos representantes de la burguesía catalana etc., provocaban convulsiones crecientes.
El PSOE –que en su gran mayoría había sostenido una postura aliadófila ([4])– creyó ver en esta situación la “oportunidad” de realizar la “revolución democrática burguesa” en unas condiciones históricas donde esto ya no era posible. Intentó utilizar el enorme descontento obrero como palanca para derribar el régimen de la Restauración y tejió una doble alianza: por el lado de la burguesía se comprometió con los republicanos, los reformistas del régimen y la burguesía catalanista. Por el lado proletario logró comprometer a la CNT.
El 27 de marzo de 1917, la UGT (en nombre del PSOE) llevó a cabo una reunión con la CNT (representada por Seguí, Pestaña y Lacort) en la que se acordó un manifiesto que, con fórmulas ambiguas y equívocas, proponía una “reforma” del Estado burgués de contenido muy moderado. El tenor del documento nos lo da este pasaje claramente nacionalista y que propone una defensa a ultranza del Estado burgués:
«los más llamados al sostenimiento de las cargas públicas siguen sustrayéndose al cumplimiento de su deber de ciudadanía: los beneficiados con los negocios de guerra, ni emplean sus ganancias en el fomento de la riqueza nacional, ni se avienen a entregar parte de sus beneficios al Estado» ([5]).
El manifiesto propone preparar la huelga general... «con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras». Es decir: se piden unas “reformas” del régimen burgués para tener “unos mínimos decorosos” (¡es lo que garantiza en términos generales el capitalismo en su funcionamiento “normal”!) y, como cosa “revolucionaria”, “permitir las actividades emancipadoras”.
Pese a las numerosas críticas que recibieron, los dirigentes confederales siguieron adelante en el apoyo al “movimiento”. Largo Caballero y otros dirigentes de la UGT se desplazaron a Barcelona para convencer a los militantes de la CNT más recalcitrantes. Sus dudas fueron vencidas con el espejismo de la “acción”. A pesar de que la “huelga general” se planteaba por objetivos claramente burgueses, se creía a pies juntillas (según el esquema del sindicalismo revolucionario) en que el solo hecho de producirse desencadenaría una “dinámica revolucionaria” ([6]).
En una situación social cada vez más agitada, con frecuentes huelgas, y con el estímulo de las noticias que llegaban de Rusia, estalló una huelga de ferroviarios y tranviarios en Valencia el 20 de julio que pronto se extendió a toda la provincia con la solidaridad masiva de todos los trabajadores. La patronal cedió el 24 de julio pero puso una condición provocadora: el despido de 36 huelguistas. El sindicato de ferroviarios de UGT anunció para el 10 de agosto la huelga general del sector en caso de que se produjera tal despido. El Gobierno, sabedor de los preparativos de huelga general nacional, forzó una postura intransigente de la compañía ferroviaria, con el fin de provocar prematuramente un movimiento que no estaba maduro.
A partir del 10 de agosto se declaró la huelga general ferroviaria y para el 13 se convocó –mediante un comité formado por miembros de la directiva del PSOE y de la UGT– la huelga general nacional. El manifiesto de convocatoria era vergonzoso: tras implicar a la CNT –«ha llegado el momento de poner en práctica, sin vacilación alguna, los propósitos anunciados por representantes de la UGT y la CNT, en el manifiesto suscrito en marzo último»– terminaba con la siguiente proclamación:
«Ciudadanos: no somos instrumentos de desorden, como en su impudicia nos llaman con frecuencia los gobernantes que padecemos. Aceptamos una misión de sacrificio por el bien de todos, por la salvación del pueblo español, y solicitamos vuestro concurso. ¡Viva España!» ([7]).
La huelga fue seguida de forma desigual en los diferentes sectores y regiones pero lo que se vio enseguida fue una notoria desorganización y el hecho de que los políticos burgueses que la habían alentado pusieron pies en polvorosa –se exiliaron a Francia – o la desautorizaron rotundamente como fue el caso del político catalanista Cambó (hablaremos posteriormente de este personaje). El gobierno sacó al ejército por todas partes, declaró el estado de sitio y dejó que la soldadesca protagonizara sus desmanes habituales ([8]). La represión fue salvaje: detenciones en masa, juicios sumarísimos… Unos 2000 militantes cenetistas fueron a la cárcel.
La “huelga general” de agosto supuso una sangría para los obreros que causó la desmoralización y el reflujo de partes de la clase que ya no volverían a levantar cabeza durante más de una década. Vemos aquí los resultados de uno de los planteamientos clásicos del sindicalismo revolucionario –la huelga general–. La mayoría de militantes cenetistas desconfiaba de los objetivos burgueses de la convocatoria pero soñaba con que la “huelga general” sería la ocasión para “desencadenar la revolución”. Suponían –según el esquema abstracto y arbitrario– que provocaría una especie de “gimnasia revolucionaria” que levantaría a las masas.
La realidad desmintió brutalmente tales especulaciones. Los obreros españoles estaban fuertemente movilizados desde el invierno de 1915 tanto en el plano de las luchas como en el plano de la toma de conciencia (como ya vimos en el artículo 2º de la serie, la Revolución en Rusia había despertado un gran entusiasmo). El plan de huelga general frenó fuertemente esa dinámica: el famoso manifiesto conjunto UGT-CNT de marzo 1917 había colocado a los obreros en una posición de expectativa, de ilusionarse con los burgueses “reformistas” y los militares “revolucionarios” de las Juntas, de confiar en los buenos oficios de los dirigentes socialistas y ugetistas.
1919, la huelga de La Canadiense:
el germen de la huelga de masas abortado por el planteamiento sindical
En 1919, la oleada revolucionaria mundial que había comenzado en Rusia, Alemania, Austria, Hungría etc. estaba en su punto álgido. La Revolución rusa había despertado un enorme entusiasmo que lanzó igualmente al combate al proletariado en España. Sin embargo éste se manifestó de forma dispersa. Las movilizaciones fueron muy fuertes en Cataluña pero apenas tuvieron eco en el resto de España ([9]). Su punto culminante lo constituyó la huelga de La Canadiense ([10]) que comenzó como una tentativa inspirada por la CNT para imponer su presencia a la patronal catalana; la empresa fue escogida deliberadamente por el impacto que podía tener en el tejido industrial en Barcelona. En enero de 1919, frente a la decisión de la patronal de disminuir los salarios de ciertas categorías de trabajadores, algunos de estos se dirigen a la empresa a protestar, y 8 son despedidos. La huelga comienza, en Febrero, y en 44 días, frente a la intransigencia de la patronal, animada por las autoridades ([11]), la huelga se generaliza a toda la ciudad de Barcelona y toma una magnitud que nunca antes se había visto en España (una auténtica huelga de masas tal y como la reconoció Rosa Luxemburgo en el movimiento ruso de 1905: en pocos días los obreros de todas las empresas y centros laborales de la gran urbe catalana se unen a la lucha sin convocatoria previa, pero de forma totalmente unánime como si una voluntad común los hubiera dominado a todos). Cuando las empresas intentaron publicar un comunicado amenazando a los obreros, el sindicato de impresores impuso la “censura roja” impidiendo su publicación.
Pese a la militarización, pese a que cerca de 3000 fueron encarcelados en el castillo de Montjuich, pese a que se declaró el estado de guerra, los trabajadores perseveraron en su lucha. Los locales de la CNT estaban clausurados pero los obreros se organizaron por sí mismos en Asambleas espontáneas como reconoce el sindicalista Pestaña:
«¿Cómo puede llevarse a cabo una huelga de esta clase si los Sindicatos estaban clausurados y los individuos que los componen se encontraban perseguidos?(…) nosotros, entendiendo que la verdadera soberanía reside en el pueblo, no tuvimos más que un poder consultivo; el Poder ejecutivo radicaba en la asamblea de todos los delegados de los Sindicatos de Barcelona, que se reunió a pesar del Estado de guerra y la persecución diaria, y cada día se tomaban acuerdos para el siguiente, y cada día se ordenaba qué fracciones o qué trabajos debían paralizarse al día siguiente» (Conferencia de Pestaña en Madrid, octubre de 1919 sobre la huelga de La Canadiense, tomado de: Trayectoria sindicalista, A. Pestaña, ed. Giner, Madrid, 1974, pag. 383).
Los líderes de la CNT catalana –todos ellos de tendencia sindicalista- quisieron terminar la huelga cuando el gobierno central, dirigido por Romanones ([12]), dio un viraje de 180 grados y envió a su secretario personal a negociar un acuerdo que concedía las principales reivindicaciones. Muchos obreros desconfiaban de este acuerdo y, en particular, veían que no había garantías de que se liberara a los numerosos compañeros encarcelados. Confusamente, aunque estimulados por las noticias de Rusia y otros países, querían proseguir en una perspectiva de ofensiva revolucionaria. El 19 de marzo en el Teatro del Bosque, la asamblea rechaza el acuerdo y los líderes sindicales convocan una reunión para el día siguiente en la plaza de toros de Las Arenas, a la que acuden 25000 trabajadores. Seguí (líder indiscutible de la tendencia sindicalista de la CNT, conocido como el mejor orador político del momento) después de una hora hablando plantea la disyuntiva de aceptar el acuerdo, o ir a Montjuich a liberar a los presos, desencadenando la revolución. Semejante planteamiento “maximalista” desorienta completamente a los obreros que aceptan la vuelta a trabajo.
Los temores de muchos obreros se vieron confirmados. Las autoridades se niegan a liberar a los presos y la indignación es muy grande, el 24 de marzo, se desencadena una nueva huelga general muy masiva que paraliza de nuevo toda Barcelona, desbordando la política oficial del sindicato. Sin embargo, la mayoría de los obreros están confusos. No hay una perspectiva revolucionaria clara. No se mueve el resto del proletariado español. En esas condiciones, pese a la combatividad y el heroísmo de los obreros de Barcelona, que llevaban meses sin cobrar, lo que mantiene la huelga es el activismo y la presión de los grupos de acción de la CNT, en los que confluyen viejos militantes y jóvenes radicales.
Los obreros acaban volviendo al trabajo muy desmoralizados, lo que es aprovechado por la patronal para imponer un lock out generalizado que lleva a las familias obreras al borde del hambre. La tendencia sindicalista no preconiza ninguna respuesta. Una proposición de Buenacasa (militante anarquista radical) de ocupar las fábricas es rechazada.
La huelga de La Canadiense –momento cumbre de la repercusión de la oleada revolucionaria mundial en España- permite extraer 3 lecciones:
1ª La lucha queda encerrada en Barcelona y toma la forma de un conflicto “industrial”. Aquí se ve claramente el peso del sindicalismo que impide a la lucha extenderse a escala territorial y tomar una dimensión política y social que plantee claramente el enfrentamiento con el Estado burgués ([13]). El sindicato es un órgano corporativo que no expresa una alternativa ante la sociedad sino únicamente una propuesta dentro del cuadro económico del capitalismo. Pese a que había una tendencia real a la politización, en la huelga de La Canadiense, no logró expresarse realmente y no fue percibida jamás por la sociedad española como una lucha de clases que planteara otra perspectiva a la sociedad.
2ª Las asambleas y los Consejos Obreros son órganos unitarios de la clase mientras que el sindicato es un órgano que no puede superar la división sectorial –la cual a su vez es la unidad básica de la producción capitalista-. En la lucha de La Canadiense había tentativas de asambleas directas de los obreros que se superponían a las estructuras sectoriales del sindicato pero éstas, en última instancia, tenían el poder de decisión y debilitaban y dispersaban a aquéllas ([14]).
Los Consejos obreros se levantan como un poder social que desafía más o menos conscientemente al Estado capitalista. Como tal poder es percibido por toda la sociedad y particularmente por las clases sociales no explotadoras que tienden a dirigirse a él para dirimir sus asuntos. En cambio, la organización sindical es vista –por muy poderosa que aparezca– como un órgano corporativo limitado a los “asuntos de la producción”. En última instancia, los demás trabajadores y las clases oprimidas los perciben como algo extraño y particular pero no como algo que afecte directa e inapelablemente a sus asuntos. Esto fue muy patente en la huelga de La Canadiense que no logró integrar en un movimiento unitario la fuerte agitación social del campo andaluz que entonces estaba en su punto álgido (el famoso Trienio bolchevique, 1917-20). Pese a que ambos movimientos se inspiraban en la Revolución rusa y a la simpatía real que existía entre sus protagonistas caminaron completamente en paralelo sin la más mínima tentativa de unificación ([15]).
La tendencia sindicalista domina la CNT
La tercera lección es la labor de sabotaje que realizó la tendencia sindicalista en el interior de la CNT y que copaba en la práctica su dirección (Seguí y Pestaña ([16]) eran sus principales representantes). En el momento más álgido de la lucha aceptó y logró imponer a la CNT la constitución de una Comisión mixta con la Patronal encargada de cerrar de forma “equitativa” los conflictos laborales. En la práctica se convirtió en un bombero volante que se dedicaba a aislar y desmovilizar los focos de lucha. Frente al contacto y la acción directa colectiva de los obreros, la Comisión mixta representaba la parálisis y el aislamiento de cada foco de lucha. Gómez Casas en su libro Historia del anarcosindicalismo español (2006) reconoce que:
«los obreros manifestaron su repulsa por la Comisión, que se disolvió. Había cundido el divorcio entre representantes obreros y representados y se produjo cierta desmoralización con quebranto de la unidad obrera» (página 152).
Pese a las buenas intenciones ([17]), la tendencia sindicalista dominaba cada vez más la CNT y era un factor de burocratización:
«Parece evidente que, en vísperas de la represión de 1919, estaba en proceso de formación algo similar a una burocracia sindicalista, a pesar de los obstáculos que significaban las actitudes y tradiciones cenetistas al proceso de burocratización, y especialmente porque no había agentes sindicales a sueldo en los sindicatos ni en los comités (…) Esta evolución desde la espontaneidad y el amateurismo anarquista a la burocracia sindical y al profesionalismo fue, en condiciones normales, la vía casi inevitable de las organizaciones obreras de masas –incluyendo las que arraigaban en el medio catalán– y la CGT francesa ya la había recorrido al norte de los Pirineos» (Meaker, The Revolutionnary Left in Spain, 1974, página169).
Buenacasa constata que:
«El sindicalismo, guiado ahora por hombres que han tirado por la borda los principios anarquistas, que se hacen llamar señores y dones [señoras], [que] despachan consultas y firman acuerdos en las oficinas del gobierno y en los ministerios, que viajan en automóviles y… en coche-cama… está evolucionando rápidamente a la forma europea y norteamericana, que permite a sus líderes convertirse en personajes oficiales» (citado por Meaker, pag. 188).
La tendencia sindicalista utilizaba el apoliticismo de la ideología anarquista y del sindicalismo revolucionario para encubrir un apoyo, apenas disimulado, a la política burguesa. Se declaraba “apolítico” frente a la Revolución rusa, frente a la lucha por la revolución mundial, en definitiva, frente a toda tentativa de política proletaria internacionalista. Sin embargo, ya vimos cómo, en agosto 1917, no desdeñó apoyar una tentativa política nacional. De la misma forma, apoyó sin disimulos la “liberación nacional” de Cataluña. En una famosa conferencia en Madrid a finales de 1919, Seguí afirmó:
«Nosotros, los trabajadores, como que con una Cataluña independiente, no perderíamos nada, sino que por el contrario ganaríamos mucho, la independencia de Cataluña no nos da miedo (…) Una Cataluña liberada del Estado español os aseguro, amigos madrileños, que sería una Cataluña amiga de todos los pueblos de la península hispánica» ([18]).
En el Congreso de Zaragoza 1922, la tendencia sindicalista propugnó la famosa Resolución “política”. Esta daba pie a la participación de la CNT en la política española (es decir, a su integración dentro de la política burguesa) y así lo interpretó alborozada la prensa burguesa ([19]). La redacción se hizo, no obstante, de forma muy retorcida para no contrariar a una mayoría que se resistía a pasar por el aro. Dos pasajes de la Resolución son especialmente significativos.
En el primero se afirma retóricamente que la CNT es «un organismo netamente revolucionario que rechaza, franca y expresamente, la acción parlamentaria y de colaboración con los partidos políticos».
Pero esto no es sino el agua fresca con la cual se quiere hacer tragar la píldora amarga de la necesidad de participar en el Estado capitalista, en el marco del capital nacional, lo cual se formula de una manera verdaderamente rebuscada... «su misión [la de la CNT] es la de conquistar sus derechos de revisión y fiscalización de todos los valores de solución de la vida nacional, y a tal fin su deber es la de ejercer una acción determinante por medio de la coacción derivada de las manifestaciones de fuerza y de dispositivos de la CNT» ([20])
Palabrejas como “valores de solución de la vida nacional” no son sino fórmulas alambicadas para colar a los combativos militantes cenetistas de entonces los pasos necesarios para integrarse en el Estado capitalista.
El segundo pasaje es aún más concluyente: aclara que la intervención política que reivindica la CNT es la de «elevar a planos superiores el nivel de la conciencia colectiva: educar a los individuos en el conocimiento de sus derechos; luchar contra el poder político; reclamar que sea reparada una injusticia; velar porque se guarde respeto a las libertades conquistadas y pedir una amnistía» (op.cit. página 499).
¡No se puede ser más claro en la voluntad de aceptar el marco del Estado democrático con todo su abanico de “derechos”, “libertades”, “justicia”, etc.!
La incapacidad de las tendencias revolucionarias de la CNT
para oponerse a la tendencia sindicalista
Contra la tendencia sindicalista se levantó una fuerte resistencia que fue animada fundamentalmente por 2 sectores: los militantes anarquistas y los partidarios de ingresar en la Internacional comunista.
Sin negar el mérito de ambas tendencias, hay que señalar su desunión ya que no fueron capaces ni de discutir mutuamente ni de colaborar contra la tendencia sindicalista. Por otro lado, ambas sufrían una fuerte debilidad teórica. La tendencia pro-bolchevique que constituyó unos Comités sindicalistas revolucionarios (CSR) –similares a los que Monatte y otros impulsaron dentro de la CGT francesa en 1917– no iba más allá de reclamar una vuelta a la CNT de preguerra sin intentar comprender las nuevas condiciones marcadas por el declive del capitalismo y la irrupción revolucionaria del proletariado. Por su parte, la tendencia anarquista lo fiaba todo a la acción, por lo que reaccionaba muy bien en momentos de lucha o ante posturas demasiado evidentes de la tendencia sindicalista pero no era capaz de llevar un debate ni una estrategia metódica de lucha.
Sin embargo, el factor decisivo de su debilidad era su adscripción incondicional al sindicalismo, defendían a ultranza que los sindicatos seguían siendo herramientas válidas para el proletariado.
La tendencia pro-bolchevique sufrió la degeneración de la IC que en el segundo congreso adoptó las “Tesis sobre los sindicatos” y en el tercer congreso preconizó el trabajo en los sindicatos reaccionarios. Al mismo tiempo fundó la Internacional sindical roja y propuso a la CNT integrarse en ella. Estos planteamientos no hacían otra cosa que reforzar a la tendencia sindicalista dentro de la CNT a la vez que espantaban a la tendencia anarquista que se refugiaba más y más en la acción “directa”.
La tendencia sindicalista argüía con razón que en cuestión de práctica y coherencia sindical ellos eran mucho más competentes que la ISR y los CSR puesto que estos proponían reivindicaciones y métodos de lucha totalmente irrealistas –en una coyuntura de reflujo creciente. Además, les reprochaban su “politización” para lo que criticaban la falsa politización que preconizaba la IC en degeneración: Frente único, Gobierno obrero, Frente sindical etc.
La poca discusión que había giraba sobre temas que llevaban por si mismos a la confusión: politización basada en el frentismo versus apoliticismo anarquista; ingreso en la ISR o formación de una “internacional” del sindicalismo revolucionario ([21]). Eran dos cuestiones que daban totalmente la espalda a la realidad sufrida en la época: en el convulso periodo de 1914-22 se había mostrado que los sindicatos habían ejercido el triple papel de sargentos reclutadores para la guerra (1914-18), verdugos de la revolución y saboteadores de la lucha obrera. La Izquierda comunista en Alemania había desarrollado una intensa reflexión sobre el papel de los sindicatos que llevó a decir a Bergmann ([22]) en el Tercer Congreso de la Internacional comunista que «la burguesía gobierna combinando la espada y la mentira. El ejército es la espada del Estado mientras que los sindicatos son los órganos de la mentira». Sin embargo, nada de esto repercutió en la CNT cuyas tendencias más consecuentes seguían prisioneras del planteamiento sindical.
La derrota del movimiento y la segunda desaparición de la CNT
Con el reflujo del movimiento huelguístico de La Canadiense (desde finales de 1919), la burguesía española con su fracción catalana al frente desarrolló un ataque despiadado contra los militantes de la CNT. Se organizaron bandas de pistoleros pagadas por la patronal y coordinadas por el Capitán General y el Gobernador militar de la región que perseguían a los sindicalistas y los asesinaban en el más puro estilo mafioso. Se llegó a alcanzar la cifra de 30 muertos diarios. Paralelamente, las detenciones se multiplicaban y policía y Guardia Civil restablecieron la práctica bárbara de la “cuerda de presos”: los sindicalistas detenidos eran conducidos a pie a centros de detención ubicados a cientos de kilómetros. Muchos morían en el camino víctimas del agotamiento, las palizas inflingidas o eran simplemente tiroteados. Apareció la práctica igualmente terrible de la “ley de fugas” que la burguesía española iba a hacer tristemente famosa: se soltaba al preso en la calle de noche o en un camino perdido y se le acribillaba sin piedad por haberse “evadido”.
Los organizadores de esa barbarie fueron los propios burgueses catalanes, “modernos” y “democráticos” que siempre habían reprochado a sus colegas aristócratas castellanos su brutalidad y su ausencia de “maneras”. Pero la burguesía catalana había visto la amenaza del proletariado y quería tomar una cumplida venganza. Por eso, su principal prohombre de entonces –Cambó, del cual hemos hablado antes– fue quien más impulsó la plaga de los pistoleros. El gobernador militar –Martínez Anido, vinculado a la rancia aristocracia castellana– y los burgueses catalanes “progresistas” se reconciliaban definitivamente en la persecución de los militantes proletarios. Era un símbolo de la nueva situación: ya no existían fracciones progresistas y fracciones reaccionarias dentro del espectro burgués, todas coincidían en la defensa reaccionaria de un orden social caduco y aniquilador.
Las matanzas duraron hasta 1923 con el golpe del general Primo de Rivera que instauró la dictadura con el apoyo sin disimulo del PSOE-UGT. Atrapada en una espiral terrible, en medio de una fuerte desmovilización de las masas obreras, la CNT respondió a los pistoleros con la organización de cuerpos de autodefensa que devolvían golpe por golpe y que lograron asesinar a políticos, cardenales y patronos señalados. Sin embargo, esta dinámica degeneró rápidamente en una cadena de muertos sin fin que aceleraron el cansancio y la desmoralización de los trabajadores. Por otro lado, colocada en un terreno donde era inevitablemente la más débil, la CNT sufrió una hemorragia interminable de militantes, asesinados, encarcelados, inválidos, huidos… Pero eran muchos más los que se retiraban, completamente desmoralizados y perplejos. En la última época, además, los cuerpos de autodefensa cenetistas se vieron infiltrados muy a su pesar por toda clase de elementos turbios y gangsteriles que no tenían más actividad que el asesinato y que no hacían sino desprestigiar a la CNT y aislarla políticamente.
En 1923 la CNT de nuevo ha sido aniquilada por una represión ignominiosa. Pero su segunda desaparición ya no tiene las mismas características que la primera:
– Entonces, en 1911-15, el sindicalismo todavía podía cumplir –aunque cada vez más atenuado- un papel favorable a la lucha obrera; ahora, en 1923, el sindicalismo ha perdido de forma prácticamente definitiva toda capacidad de contribuir a la lucha obrera.
– Entonces, la desaparición de la organización no llevó a una desaparición de la reflexión y la búsqueda de posiciones (lo que permitió la reconstitución de 1915 basada en la lucha contra la guerra imperialista y en la simpatía por la revolución mundial). Ahora, la desaparición da paso al fortalecimiento de 2 tendencias: la sindicalista y la anarquista que nada pueden aportar a la lucha y la conciencia proletaria.
– Entonces no desapareció el espíritu unitario y abierto, conviviendo anarquistas, sindicalistas revolucionarios, socialistas etc. Ahora, todas las tendencias marxistas o se han autoexcluido o han sido eliminadas, solo queda la combinación de dos tendencias fuertemente sectarias y encerradas en un apoliticismo extremo: la sindicalista y la anarquista.
Como veremos, en un próximo artículo, la nueva reconstitución de la CNT a fines de la década de los 20 se hará sobre unas bases totalmente diferentes a las de su nacimiento (1910) o su primera reconstitución (1915).
RR y C.Mir 19-6-07
[1] Ver los artículos de la Revista internacional nos 124 y 125 dentro de esta misma serie.
[2]) Ver en particular el primer artículo de la serie en Revista internacional nº 118.
[3]) Régimen de la Restauración (1874-1923): sistema de monarquía “liberal” que se dio la burguesía española basado en un turno de partidos dinásticos que excluía no solo a los obreros y campesinos sino a capas significativas de la pequeña burguesía e incluso de la propia burguesía.
[4]) Ver artículo 2o de esta serie en Revista internacional nº 129
[5]) Las citas del mencionado manifiesto están tomadas del libro Historia del movimiento obrero en España (tomo II página 100) de Tuñón de Lara.
[6]) Como lo cuenta Victor Serge (militante belga de origen ruso de orientación anarquista, que sin embargo colaboró con los bolcheviques) que en esos momentos estaba en Barcelona, «El Comité nacional de la CNT no se planteaba ninguna cuestión fundamental. Entraba en la batalla sin conocer la perspectiva ni evaluar las consecuencias de su acción».
[7]) Libro antes citado página 107.
[8]) Antes hemos hablado de las Juntas de militares que supuestamente eran muy “críticas”· con el régimen (aunque en realidad, contrariamente al papel progresista que, como señala Marx en sus escritos sobre España del New York Daily Tribune, desempeñó el ejército en la primera mitad del siglo xix, estas “juntas” sólo pedían… ”¡más salchichón!”). El PSOE alentó entre las masas obreras la ilusión de que los militares “revolucionarios” se pondrían de su parte. En Sabadell, un gran centro industrial de Cataluña, el regimiento de Vergara conducido por el líder de las Juntas –el Coronel Márquez– desencadenó una salvaje represión causando 32 muertos (según cifras oficiales).
[9]) «Pero si la burguesía llegaba, a través del ejército, a recomponer las partes desperdigadas de su economía y a mantener una centralización de las regiones más opuestas desde el punto de vista de su desarrollo, el proletariado por el contrario, bajo el impulso de las contradicciones de clase tendía a localizarse en sectores en los que dichas contradicciones se expresaban violentamente. El proletariado de Cataluña fue arrojado a la arena social, no en función de una modificación del conjunto social de la economía española, sino en función del desarrollo de Cataluña. El mismo fenómeno se desarrolló en otras regiones, incluidas las regiones agrarias» (Bilan nº 36, noviembre 1936, “La lección de los acontecimientos en España”)
[10]) Ebro Power and Irrigation, una empresa británico-canadiense popularmente conocida como La Canadiense. Suministraba electricidad a las empresas y las viviendas de Barcelona.
[11]) En un primer momento la empresa estaba dispuesta a negociar y fue el gobernador civil González Rothwos quien presionó para que no fuera así y envió a la policía a la fábrica
[12]) Conde de Romanones (1863-1950), político del partido liberal, varias veces Primer ministro.
[13]) Es la diferencia entre lo que Rosa Luxemburgo llamó la “huelga de masas” a partir de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905 y los métodos sindicales de lucha. Ver la serie sobre 1905 en Revista internacional números 120 a 122.
[14]) Por otra parte, es importante darse cuenta que, incluso con la mejor voluntad –como era el caso entonces– el sindicato tiende a secuestrar y anular la iniciativa y la capacidad de pensamiento y decisión de los obreros. La primera fase de la huelga había sido terminada como hemos visto antes no por una Asamblea General donde todos pueden aportar sus contribuciones y decidir colectivamente, sino por un mitin en la Plaza de Toros donde los grandes líderes hablan sin límites, manejan emocionalmente a las masas y les colocan en tesituras donde no pueden decidir conscientemente sino dejarse llevar por los consejos del líder de turno.
[15]) Se ha achacado esa dispersión al carácter fundamentalmente campesino del movimiento andaluz en contraposición al carácter obrero de la lucha en Barcelona. A este respecto es importante ver las diferencias con Rusia: aquí la agitación campesina toma una forma generalizada y se une consciente y fielmente a la lucha proletaria (a pesar de llevar su propio ritmo y presentar sus propias reivindicaciones algunas de ellas contradictorias con la lucha revolucionaria); los campesinos están fuertemente politizados (muchos de ellos son soldados movilizados para el frente) y tienden a formar Consejos campesinos solidarios con los Soviet; los bolcheviques tienen una presencia minoritaria pero importante en el campo. Muy diferente es la situación en España: la agitación campesina queda localizada en Andalucía y no va más allá de una suma de combates locales; los campesinos y jornaleros no se plantean cuestiones sobre el poder y la situación general, se concentran sobre la reforma agraria; los lazos con la CNT son más de simpatía y de relaciones familiares pero no hay una influencia política de esta última, cosa a lo cual tampoco aspira.
[16]) El primero (1890-1923), ya hemos hablado antes, fue el líder indiscutible de la CNT, entre 1917-23. Era partidario de la unión con la UGT a lo que le llevaba no tanto su “moderación” sino su posición sindicalista a ultranza. Fue asesinado por las bandas del Sindicato Libre (hablaremos después). Pestaña (1886-1937) acabó escindiéndose de la CNT en 1932 para fundar un “Partido sindicalista” inspirado en el laborismo británico.
[17]) Debemos reseñar que esta tendencia sintió en un principio una simpatía sincera por la revolución rusa (Seguí por ejemplo votó en el famoso Congreso de La Comedia, diciembre 1919, por la integración en la 3ª Internacional). Fueron, por un lado, la progresiva decepción ante la degeneración que sufría la Revolución en Rusia –y también la IC– y, sobre todo, la necesidad de asumir hasta las últimas consecuencias el planteamiento sindical, lo que hizo que esta tendencia acabara rechazando totalmente la Revolución rusa izando la bandera del apoliticismo
[18]) Del libro antes citado de Juan Gómez Casas.
[19]) Esta Resolución anuncia claramente la política de la CNT a partir de 1930: apoyo tácito al cambio político a favor de la República española, abstención selectiva, apoyo al Frente popular en 1936, etc.
[20]) Cita tomada del libro de Olaya, Historia del movimiento obrero en España, tomo II, página 496.
[21]) En 1922 se celebraría la conferencia de Berlín que resucitaría la AIT y pretendió dar una coherencia anarquista al sindicalismo revolucionario. Abordaremos esto en un próximo artículo.
[22]) Representante del KAPD en el Tercer Congreso de la IC (1921)