Resolución sobre la situación internacional 1993

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Resolución sobre la situación internacional

Desde hace cerca de diez años, la descomposición se cierne sobre toda la sociedad. El marco de la descomposición es, cada día más, la única manera de comprender lo que está ocurriendo en el mundo. Pero, además, la fase de descomposición forma parte del período de decadencia del capitalismo y las tendencias propias al conjunto de este período no desparecen, ni mucho menos. Por ello, cuando se examina la situación mundial, importa distinguir entre los fenómenos producto de la decadencia y los que pertenecen a su fase última, la descomposición, en la medida en que sus impactos respectivos en la clase obrera no son idénticos, pudiendo incluso actuar en sentido opuesto. Y esto es cierto tanto en el plano de los conflictos imperialistas como en el de la crisis económica, elementos esenciales que determinan el desarrollo de las luchas de la clase obrera y de su conciencia.

La evolución de los conflictos imperialistas

1. Raras veces desde la IIª Guerra mundial, el mundo había conocido tal multiplicación e intensificación de los conflictos militares como la que hoy estamos viviendo. Con la guerra del Golfo, de principios del 91, se pretendía instaurar un «nuevo orden mundial» basado en el «Derecho». Desde entonces, no ha parado de incrementarse y agudizarse el incesante pugilato iniciado tras el final del reparto del mundo entre dos mastodontes imperialistas. África y Asia del Sureste, canchas tradicionales de la pugna imperialista han seguido hundiéndose en guerras y convulsiones. Liberia, Rwanda, Angola, Somalia, Afganistán, Camboya: todos esos países siguen siendo sinónimo de choques armados y de desolación, a pesar de todos los «acuerdos de paz» y de todas las intervenciones de la «comunidad internacional» que organiza directa o indirectamente la ONU. Y a esas zonas de «turbulencias» han venido a añadírseles el Caucazo y Asia central, regiones que están pagando la desaparición de la URSS al alto precio de las matanzas interétnicas. En fin, el paraíso de estabilidad que había sido Europa desde la IIª Guerra mundial se ha enfangado en uno de los conflictos más asesinos y bestiales que imaginarse pueda. Esos enfrentamientos expresan trágicamente las características del mundo capitalista en descomposición. Son en gran parte el resultado de la situación creada por lo que hasta hoy ha sido la expresión más patente de tal descomposición, o sea, el desmoronamiento de los regímenes estalinistas y del bloque del Este entero. Pero, al mismo tiempo, los conflictos se han agravado más todavía a causa de la característica más general y básica de la decadencia, que es el antagonismo entre las diferentes potencias imperialistas. La pretendida «ayuda humanitaria» a Somalia no es más que un pretexto y un instrumento del enfrentamiento de las dos principales potencias que se oponen hoy en África: los Estados Unidos y Francia. Detrás de la ofensiva de los Jemeres rojos está China. Detrás de las diferentes pandillas que se pelean por el poder en Kabul se perfilan los intereses de potencias regionales como Pakistán, India, Irán, Turquía, Arabia Saudí, potencias que a su vez integran sus intereses y sus antagonismos dentro de los que oponen a los «grandes» como Estados Unidos o Alemania. Y, en fin, las convulsiones que han puesto a sangre y fuego a la ex Yugoslavia, a unos cientos de kilómetros de la Europa «desarrollada», también son expresión de los antagonismos que hoy dividen al planeta.

2. La antigua Yugoslavia es hoy la baza principal de lo que está en juego en las rivalidades entre las grandes potencias del mundo. Es posible que los enfrentamientos y las matanzas que allí están teniendo lugar desde hace dos años hayan encontrado un terreno favorable en los ancestrales antagonismos étnicos que el régimen de cuño estalinista había mantenido sujetos y que volvieron a surgir al hundirse dicho régimen. Pero lo que de verdad ha sido el factor determinante en la agudización de esos antagonismos han sido los sucios cálculos de las grandes potencias. Lo que de verdad abrió la caja de Pandora yugoslava fue el indefectible apoyo dado por Alemania a la secesión de las repúblicas del norte, Eslovenia y Croacia, con la intención de aquel país de abrirse camino hacia el Mediterráneo. Y lo que ha animado directa o indirectamente a Serbia y a sus milicias a dar rienda suelta a la «purificación étnica», en nombre de la «defensa de las minorías», no es otra cosa sino la oposición de los demás Estados europeos así como la de Estados Unidos a dicha ofensiva alemana. La ex Yugoslavia es de hecho una especie de resumen, una ilustración patente y trágica del conjunto de la situación mundial en lo que a conflictos imperialistas se refiere.

3. En primer lugar, los enfrentamientos que están hoy asolando esta parte del mundo son una nueva confirmación de la irracionalidad económica total de la guerra imperialista. Desde hace tiempo, y siguiendo los pasos a la Izquierda comunista de Francia, la Corriente comunista internacional ha puesto de relieve la diferencia fundamental que existe entre las guerras del período ascendente del capitalismo, que tenían una racionalidad real para el desarrollo del sistema, y las del período de decadencia, las cuales lo único que expresan es la absurdez económica total de un modo de producción en la agonía. La agravación de los antagonismos imperialistas se debe en última instancia a una huida ciega de cada burguesía nacional ante la situación totalmente bloqueada de la economía capitalista. Y los conflictos militares no van a aportar la más mínima «solución» a la crisis, ni a la economía mundial en general ni a la de ningún país en particular. Como ya lo decía Internationalisme en 1945, ya no es la guerra la que está al servicio de la economía, sino la economía la que se ha puesto al servicio de la guerra y de sus preparativos.

Este fenómeno no ha hecho más que intensificarse. En el caso de la ex Yugoslavia, ninguno de los protagonistas podrá esperar el menor beneficio económico de su participación en el conflicto. Eso es evidente para todas las repúblicas enfrentadas hoy en la guerra: las destrucciones masivas de medios de producción y de fuerza de trabajo, la parálisis de los transportes y de la actividad productiva, la enorme punción que son las armas en la economía local no van a beneficiar a ninguno de los Estados en presencia. Asimismo, contrariamente a la idea que incluso ha circulado en el medio político proletario, la economía ex Yugoslava totalmente destrozada no podrá transformarse ni mucho menos en mercado solvente para la producción excedentaria de los países industrializados. No son mercados lo que se disputan las grandes potencias en la ex Yugoslavia, sino posiciones estratégicas destinadas a preparar lo que ya es desde hace tiempo la principal actividad del capitalismo decadente: la guerra imperialista en una escala siempre más amplia.

4. La situación en la ex Yugoslavia también confirma un punto que la CCI ya puso de relieve hace tiempo: la fragilidad del edificio europeo. Con sus diferentes instituciones (Organización europea de cooperación económica, la encargada del plan Marshall, la Unión de la Europa occidental fundada en 1949, la Comunidad europea del carbón y del acero que entró en actividad en 1952 y que acabaría convirtiéndose, cinco años más tarde, en Mercado común europeo) el edificio europeo se fue construyendo como instrumento del bloque americano frente a la amenaza del bloque ruso. Ese interés común de los diferentes Estados de Europa occidental frente a esa amenaza (lo cual tampoco impidió los intentos por parte de algunos, como la Francia de De Gaulle, de limitar la hegemonía norteamericana) fue un factor muy poderoso para estimular la cooperación, la económica especialmente, entre esos Estados. Esta cooperación no podía, sin embargo, suprimir las rivalidades económicas entre ellos, pues eso es imposible bajo el capitalismo, pero sí permitió que reinara cierta «solidaridad» frente a la competencia comercial de Japón y de EE.UU. Con el hundimiento del bloque del Este, los cimientos del edificio europeo se han visto sacudidos. Desde entonces, la Unión europea, que el tratado de Maastricht de finales de 1991 declaraba sucesora de la Comunidad económica europea, ya no puede ser considerada instrumento de un bloque occidental que también ha desaparecido. Al contrario, esa estructura se ha convertido en cancha cerrada de los antagonismos imperialistas que hoy han aparecido o se han puesto en primer plano a causa de la desaparición de la antigua configuración del mundo. Eso es lo que han evidenciado los enfrentamientos en Yugoslavia cuando pudimos ver la profunda división entre los Estados europeos, incapaces de construir la más mínima política común frente a un conflicto que empezaba a desarrollarse a sus puertas. La Unión europea podrá quizás servir a sus participantes de muralla contra la competencia comercial de Japón o de EEUU, o de instrumento contra la emigración y contra los combates de la clase obrera. Pero lo que importa es que su componente diplomática y militar es ya objeto de una disputa que va a irse agudizando. Una disputa entre, por un lado, quienes (especialmente Francia y Alemania) quieren que la Unión europea sirva de estructura capaz de rivalizar con la potencia norteamericana (poniendo así las bases de un futuro bloque imperialista) y, por otro, los aliados de Estados Unidos (esencialmente Gran Bretaña y Holanda), los cuales conciben su presencia en las instancias de decisión como medio para frenar tal tendencia([1]).

5. La evolución del conflicto balcánico ha venido a ilustrar también otra de las características de la situación mundial: las dificultades para que se forme un nuevo sistema de bloques imperialistas. La tendencia hacia ese nuevo sistema ha aparecido desde que se desmoronó el bloque del Este, como la CCI lo ha venido afirmando desde entonces. La aparición de un candidato a la dirección de un nuevo bloque imperialista, rival del dirigido por EE.UU., se confirmó rápidamente con el avance por parte de Alemania de sus posiciones en Europa central y en los Balcanes, aun cuando su libertad de maniobra militar y diplomática está limitada por la herencia de la derrota en la IIª Guerra mundial. El ascenso de Alemania se ha apoyado ampliamente en su poder económico y financiero, pero también ha podido beneficiarse del apoyo de su viejo cómplice en la CEE, Francia (acción concertada respecto a la Unión europea, creación de un cuerpo de ejército común, etc). Yugoslavia ha puesto, sin embargo, de relieve la cantidad de contradicciones que dividen a ese tándem: mientras que Alemania ha otorgado un apoyo sin falla a Eslovenia y a Croacia, Francia ha mantenido durante largo tiempo una política pro serbia, alineándose en un principio con la postura de Gran Bretaña y de EEUU, lo que ha permitido a esta potencia meter una cuña en la alianza privilegiada entre los dos principales países europeos. Francia y Alemania han hecho todo lo posible para que el sangriento embrollo yugoslavo no acabe comprometiendo su cooperación como se ha visto con el apoyo del Bundesbank al franco francés cada vez que éste ha sufrido ataques especulativos. Pero resulta cada vez más evidente que Alemania y Francia no ponen las mismas esperanzas en su alianza. Alemania, por su potencia económica y su posición geográfica, aspira al liderazgo de una «Gran Europa», que sería el eje central de un nuevo bloque imperialista. La burguesía francesa, aunque esté de acuerdo para que la estructura europea desempeñe ese papel, no quiere contentarse con la plaza de segundón que en fin de cuentas le propone en su alianza su poderoso vecino del Este, cuya potencia ha podido comprobar desde el año 1870. Por eso Francia no está interesada en un desarrollo demasiado importante de la potencia militar de Alemania (acceso al Mediterráneo, adquisición del arma nuclear, en especial). Si Alemania siguiera aumentando su poderío militar, las bazas que Francia posee todavía para intentar mantener cierta igualdad con su vecina para dirigir Europa y atribuirse el mando de la oposición a la hegemonía norteamericana, perderían su valor. La reunión de París presidida por Mitterrand de marzo del 93 entre Vance, Owen y Milosevic ha ilustrado una vez más esta realidad. En resumen, el crecimiento significativo de las capacidades militares de Alemania es una de las condiciones para que vuelva a hacerse un nuevo reparto del mundo entre dos bloques imperialistas. Y esto significaría una seria amenaza de dificultades entre los dos países europeos candidatos al liderazgo de un nuevo bloque. El conflicto en lo que fue Yugoslavia ha venido a confirmar que la tendencia hacia la reconstitución de un nuevo bloque, que la desaparición del bloque del Este puso al orden del día en 1989, no es algo que pueda llegar a realizarse con toda seguridad: la situación geopolítica específica de las dos burguesías que pretenden ser los principales protagonistas de esa reconstitución viene a añadirse a las dificultades generales propias de este período de descomposición social, en el cual se agudizan las tendencias a «cada uno para sí» de cada Estado.

6. Y el conflicto en la ex Yugoslavia ha venido a confirmar otra de las características principales de la situación mundial: la eficacia limitada de la operación «Tempestad del desierto» de 1991, destinada a afirmar el liderazgo de los Estados Unidos sobre el mundo entero. Como la CCI lo afirmó en aquel entonces, el principal objetivo de esa operación de gran envergadura no era el régimen de Sadam Husein ni tampoco otros países de la periferia que hubieran tenido la tentación de imitar a Irak. Para EEUU se trataba ante todo de afianzar y recordar su papel de «gendarme del mundo» ante las convulsiones resultantes del hundimiento del bloque ruso y obtener la obediencia de las demás potencias occidentales, a las cuales, una vez desaparecida la amenaza del Este, se les subían los humos. Pocos meses después de la guerra del Golfo, el inicio de las hostilidades en Yugoslavia ha venido a ilustrar el hecho de que esas mismas potencias, especialmente Alemania, estaban decididas a hacer prevalecer sus intereses imperialistas a expensas de los de Estados Unidos. Este país ha conseguido, desde entonces, poner en evidencia la impotencia de la Unión europea en una situación que es incumbencia de ella, y el desconcierto que impera en sus filas, incluso entre los mejores aliados, Francia y Alemania. Pero no por ello, EEUU ha logrado contener realmente los avances de los demás imperialismos, especialmente el de Alemania, la cual ha alcanzado más o menos los fines que se había propuesto en la ex Yugoslavia. Este fracaso de Estados Unidos es, desde luego, muy grave para la primera potencia mundial, pues no hará sino animar a numerosos países, en todos los continentes, a aprovecharse de la nueva situación para soltar algo las amarras con las que los ha tenido sujetos el Tío Sam desde hace décadas. Por eso no ha cesado el activismo estadounidense en torno a Bosnia después de haber hecho alarde de su fuerza militar con su masivo y espectacular despliegue «humanitario» en Somalia y la prohibición del espacio aéreo del sur irakí.

7. Esa última operación militar ha venido a confirmar también una serie de realidades que la CCI ha puesto de relieve anteriormente. Ha ilustrado el hecho de que el verdadero objetivo de EEUU en esa parte del mundo no es ni mucho menos Irak, por la sencilla razón de que lo que los Estados Unidos han hecho es reforzar el régimen de Sadam tanto dentro como fuera del país. El verdadero objetivo de esa reciente operación en el sur irakí son los «aliados» de EEUU, a quienes ha intentado arrastrar una vez más en la aventura con mucho menos éxito que en 1991 (el tercer compinche de la «coalición», Francia, se ha limitado esta vez a mandar aviones de reconocimiento). Esa operación ha sido, además, un mensaje dirigido a Irán cuya potencia militar en ascenso viene acompañada de un estrechamiento de lazos con algunos países europeos, Francia especialmente. Y como Kuwait ya no tenía nada que ver en el asunto esta vez, la operación ha venido a confirmar también que la guerra del Golfo no se debió a un problema de precio de petróleo o de salvaguarda para EEUU de su «renta petrolera» como lo afirmaban los izquierdistas e incluso, en un momento dado, ciertos grupos del medio proletario. Si la potencia norteamericana está interesada en conservar y reforzar su imperio sobre Oriente Medio y sus campos petrolíferos no es fundamentalmente por razones comerciales o puramente económicas. Es ante todo para estar capacitado, por si acaso, para privar a sus rivales japonés y europeos de sus abastecimientos en una materia prima esencial para la economía desarrollada y más todavía para cualquier iniciativa militar (materia prima de la que, dicho sea de paso, dispone en abundancia el principal aliado de Estados Unidos, Gran Bretaña).

8. Y es así como los acontecimientos recientes han confirmado que, frente a un caos y una tendencia a «cada uno para sí» cada vez más agudos y al fortalecimiento de sus nuevos rivales imperialistas, la primera potencia mundial deberá echar mano cada día más de la fuerza militar para guardar su supremacía. No faltan los terrenos potenciales de enfrentamiento y se irán multiplicando. Ya hoy, el subcontinente indio, dominado por el antagonismo entre India y Pakistán, es cada día más uno de esos terrenos. De ello son testimonio los incesantes enfrentamientos entre comunidades religiosas en India, brutales choques que aunque son también testimonio de la descomposición, son azuzados por aquel antagonismo. De igual modo, Extremo Oriente es hoy escenario de maniobras imperialistas de amplitud como el acercamiento entre China y Japón (sellada por la visita del emperador a Pekín por primera vez en la historia). Es más que probable que esta tendencia se confirmará:
– al no existir ya contencioso alguno entre China y Japón;
porque ambos países tienen un contencioso con Rusia: trazado de la frontera ruso-china y el problema de las islas Kuriles;
porque esta incrementándose la rivalidad entre EEUU y Japón en torno al Sureste de Asia y el Pacífico;
por estar «condenada» Rusia, por mucho que eso avive las resistencias de los «conservadores» contra Yeltsin, a la alianza con EEUU a causa precisamente de la importancia de su armamento atómico, cuyo paso al servicio de otra alianza, Estados Unidos no toleraría.

Los antagonismos que enfrentan la primera potencia mundial a sus ex aliados ni siquiera dejan de lado al resto de las Américas. El objetivo de las repetidas intentonas golpistas contra Carlos Andrés Pérez en Venezuela, al igual que la creación de la ANALC (o NAFTA, Asociación norteamericana de libre cambio entre EEUU, México y Canadá), más allá de sus causas o implicaciones económicas y sociales, ha sido el de poner coto a las pretensiones de incremento de influencia de ciertos estados europeos. La perspectiva mundial está caracterizada por lo tanto, en el plano de las tensiones imperialistas, por un incremento ineluctable de éstas con el uso creciente de la fuerza militar por parte de EEUU. Y no será la reciente elección del demócrata Clinton lo que vaya a cambiar esa tendencia, sino todo lo contrario. Hasta ahora, las tensiones se han desarrollado esencialmente como consecuencia del desmoronamiento del antiguo bloque del Este. Pero cada día más se verán agravadas por la caída catastrófica en la crisis mortal de la economía capitalista.

La evolución de la crisis económica

9. El año 1992 se ha caracterizado por una agravación considerable de la situación económica mundial. En especial, la recesión abierta se ha ido generalizando hasta alcanzar a los países que la habían evitado en un primer tiempo, como Francia y entre los más sólidos como Alemania e incluso Japón. Si ya, como decíamos, la elección de Clinton significa continuación, e incluso acentuación, de la política de la primera potencia mundial en el ruedo imperialista, también es signo de que se ha acabado todo un período en la evolución de la crisis y de las políticas de la burguesía para encararla. La elección de Clinton rubrica la quiebra definitiva de las «reaganomics» que tan alocadas esperanzas había provocado en las filas de la clase dominante y bastantes ilusiones entre los proletarios. Hoy, en los discursos burgueses, ha desparecido la menor referencia a las míticas virtudes de la «desregulación» y del «menos Estado». Incluso hombres políticos pertenecientes a fuerzas políticas que habían sido las misioneras del catecismo «reaganomics», como Major en Gran Bretaña, admiten hoy, frente a la acumulación de dificultades de la economía, la necesidad de «más Estado» en ella.

10. Los «años Reagan», con la prórroga de los «años Bush» nunca significaron que se hubiera invertido de verdad la tendencia histórica propia de la decadencia del capitalismo, que es el reforzamiento del capitalismo de Estado. Durante todo ese período, medidas como el aumento masivo de los gastos militares, el rescate del sistema de cajas de ahorro por el Estado federal (que costó 1 billón de $ del presupuesto) o la baja voluntarista de los tipos de interés por debajo de la tasa de inflación no fueron ni más ni menos que un incremento significativo de la intervención del Estado en la economía de la primera potencia mundial. En realidad, sean cuales sean los temas ideológicos empleados o la manera de emplearlos, la burguesía no podrá nunca renunciar, en este período de decadencia, a echar mano del Estado para reunir los trozos de una economía que tiende a hacerse añicos por todas partes, para intentar hacer trampa con las propias leyes capitalistas, siendo además el Estado la única instancia que pueda hacerlo, especialmente mediante la máquina de billetes. Sin embargo, a causa de:
la agravación de la crisis económica mundial;
el nivel crítico alcanzado por el desmoronamiento de ciertos sectores cruciales de la economía norteamericana (sistemas de salud y de educación, infraestructuras y equipamiento, investigación...) favorecido por la política «liberal» a ultranza de Reagan y compañía;
la explosión inverosímil de la especulación en detrimento de las inversiones productivas, animada también por las «reaganomics»;

el Estado federal está obligado a intervenir más abiertamente y sin tapujos, en la economía. Por eso, el significado de la llegada al poder ejecutivo estadounidense del demócrata Clinton no puede limitarse a puros imperativos ideológicos. Estos imperativos no son nada desdeñables, especialmente para favorecer una mayor adhesión de la población de Estados Unidos a la política imperialista de la burguesía. Pero, mucho más fundamentalmente, el «New Deal» clintoniano procede de la necesidad de reorientar significativamente la política de la burguesía del país, una reorientación que Bush, demasiado relacionado con la política anterior, tenía dificultades para llevarla a cabo.

11. Esa reorientación política, contrariamente a las promesas del candidato Clinton, no va a frenar, ni mucho menos, la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera, a la cual las necesidades de la propaganda califica de «clase media». Los cientos de millones de dólares de economías que Clinton anunció a finales de febrero, son un aumento considerable de la austeridad destinada a aliviar el déficit federal colosal y a mejorar la competitividad de la producción norteamericana en el mercado mundial. Esta política se enfrenta, sin embargo, a límites infranqueables. La reducción del déficit presupuestario, y eso en caso de que consigan realizarla, no hará más que acentuar las tendencias al freno de una economía drogada por ese mismo déficit durante casi diez años. Ese freno, al reducir las entradas fiscales (a pesar del aumento previsto de impuestos) acabará agravando todavía más el déficit. Y así, sean cuales sean las medidas aplicadas, la burguesía estadounidense se ve ante un atolladero: en lugar de un relanzamiento de la economía y una reducción de la deuda (sobre todo la del Estado), está condenada, en un plazo que no podrá ser muy lejano, a un nuevo freno de la economía y a una agravación irreversible de su endeudamiento.

12. El callejón sin salida en que está metida la economía americana no es sino la expresión del que se encuentra el conjunto de la economía mundial. Todos los países están cada día más atenazados entre la caída de la producción, por un lado, y la explosión de la deuda por otro (especialmente la del Estado). Esa es la expresión más patente de la crisis de sobreproducción irreversible en la que se está hundiendo el modo de producción capitalista desde hace dos décadas. Sucesivamente, la explosión de la deuda del Tercer mundo, tras la recesión de 1973-74, luego la de la deuda norteamericana (tanto interna como externa) tras la recesión de 1981-82, permitieron que la economía mundial limitara las manifestaciones directas, y sobre todo ocultara las evidencias, de la sobreproducción. Hoy, las medidas draconianas que se dispone a aplicar la burguesía USA significan la entrada en vía muerta de la «locomotora» norteamericana que había arrastrado a la economía mundial en los años 80. El mercado interno de Estados Unidos se está cerrando cada día más y de modo irreversible. Y si no es gracias a una mejor competitividad de las mercancías made in USA, el cierre se hará mediante un incremento sin precedentes del proteccionismo, del que Clinton, en cuanto subió al poder, ya ha dado alguna idea (aumento de aranceles para los productos agrícolas, el acero, los aviones, bloqueo de los mercados públicos...). Por lo tanto, la única perspectiva que tiene ante sí el mercado mundial es la de un estrechamiento creciente e irremediable. Y eso tanto más porque está enfrentado a una crisis catastrófica del crédito, crisis plasmada en las quiebras bancarias cada día más numerosas: a fuerza de abusar hasta el delirio del endeudamiento, el sistema financiero internacional está al borde de la explosión, la cual acabaría precipitando, en una auténtica Apocalipsis, el desplome de los mercados y de la producción.

13. Otro factor que viene a agravar el estado de la economía mundial es el caos creciente que está cundiendo en las relaciones internacionales. Cuando el mundo vivía bajo la campana de los dos gigantes imperialistas, la necesaria disciplina que debían respetar los aliados dentro de cada bloque no sólo se plasmaba en lo militar y diplomático, sino también en lo económico. En el caso del bloque occidental, mediante estructuras como la OCDE, el FMI, el G7, los aliados, que eran además los principales países avanzados, habían establecido, bajo la batuta del jefe americano, una coordinación de sus políticas económicas y un modus vivendi para contener sus rivalidades comerciales. Hoy, la desaparición del bloque occidental, consecuencia del desmoronamiento del oriental, ha asestado un golpe decisivo a esa coordinación, por mucho que sigan existiendo las antiguas estructuras, dejando cancha libre a la agudización del «cada uno por su cuenta» en las relaciones económicas. Concretando, las guerras comerciales van a seguir desencadenándose con mayor violencia, de modo que agravarán todavía más las dificultades y la inestabilidad de la economía mundial que las habían originado. Eso es lo que plasma la parálisis actual en las negociaciones del GATT. Éstas debían oficialmente servir para limitar el proteccionismo entre los «socios» favoreciendo así los intercambios mundiales y, por ende, la producción de las economías nacionales. El que esas negociaciones se hayan convertido en una merienda de hienas, en las que los antagonismos imperialistas se superponen a las simples rivalidades comerciales, acabará provocando el resultado inverso: mayor desorganización en los intercambios, incremento de las dificultades de las economías nacionales.

14. Así, la gravedad de la crisis ha alcanzado, en este inicio de la última década del milenio, un grado cualitativamente superior a todo lo que el capitalismo había conocido hasta hoy. El sistema financiero mundial camina al borde del abismo con el riesgo permanente de precipitarse en él. La guerra comercial se va a desatar a escalas nunca antes vistas. Y el capitalismo no va a encontrar nuevas «locomotoras» para sustituir la norteamericana hoy pura chatarra. En especial, los miríficos mercados que según parece iban a ser los países antiguamente dirigidos por regímenes estalinistas no habrán existido más que en la imaginación calenturienta de algunos sectores de la clase dominante (y también, hay que decirlo, de algunos grupos del medio proletario). El destartalamiento sin esperanzas de esas economías, la sima insondable que son para cualquier intento de inversión que se proponga enderezarlas, las convulsiones políticas que agitan a la clase dominante y que intensifican más la catástrofe económica, todos esos elementos indican que están hundiéndose en una situación parecida a la del Tercer mundo, de modo que, lejos de llegar a ser un balón de oxigeno para las economías más desarrolladas, acabarán siendo un fardo cada día más pesado para ellas. Y en fin, aunque en dichas economías desarrolladas la inflación pueda ser contenida como hasta ahora está ocurriendo, eso no es expresión ni mucho menos de que hayan superado las dificultades económicas que la originan. Es, al contrario, la expresión de la reducción dramática de los mercados que ejerce una poderosa presión a la baja en el precio de las mercancías. Las expectativas de la economía mundial son pues la de una caída creciente de la producción con el abandono en el trastero de una parte cada vez más importante del capital invertido (quiebras en cadena, desertización industrial, etc.) y una reducción drástica del capital variable, lo cual significa, para la clase obrera, además de los ataques en aumento contra todos los aspectos del salario, despidos masivos, un aumento sin precedentes del desempleo.

Las perspectivas del combate de clase

15. Los ataques capitalistas de toda índole que hoy se desencadenan, y no harán sino acentuarse, están golpeando a un proletariado sensiblemente debilitado durante los tres últimos años, un debilitamiento que ha afectado tanto a su conciencia como a su combatividad.

Fue el hundimiento de lo regímenes estalinistas de Europa y la dislocación de todo el bloque del Este a finales de 1989 lo que ha sido el factor esencial del retroceso de la conciencia en el proletariado. La identificación, por todos los sectores de la burguesía, durante medio siglo, de esos regímenes con el «socialismo», el que esos regímenes no hayan caído bajo los golpes de la lucha de la clase obrera, sino como consecuencia de la implosión de su economía, ha permitido que se haya dado rienda suelta a unas campañas masivas sobre la «muerte del comunismo», sobre la «victoria definitiva de la economía liberal» y de la «democracia», sobre la perspectiva de un «nuevo orden mundial» hecho de paz, prosperidad y respeto del «Derecho». Cierto es que la gran mayoría de los proletarios de las grandes concentraciones industriales hacía ya mucho tiempo que habían dejado de hacerse ilusiones sobre los pretendidos «paraísos socialistas». Pero la estrepitosa y vergonzante desaparición de los regímenes estalinistas ha asestado, sin embargo, un duro golpe a la idea de que pueda existir en este mundo otra cosa que el sistema capitalista, y que la acción del proletariado pueda conducir a una alternativa a este sistema. Y ese golpe a la conciencia en la clase obrera se ha agravado con la explosión de la URSS tras el golpe fallido de agosto de 1991, una explosión que ha afectado al país que había sido escenario de la revolución proletaria de principios de siglo.

Por otro lado, la crisis del Golfo a partir del verano del 90, la operación «Tempestad del desierto» a principios del 91, engendraron un profundo sentimiento de impotencia entre los proletarios, los cuales se veían totalmente incapaces de actuar o influenciar en unos acontecimientos de cuya gravedad eran conscientes, pero que parecían ser de la incumbencia exclusiva de «los de arriba». Este sentimiento ha contribuido poderosamente en el debilitamiento de la combatividad obrera en un contexto en el que tal combatividad había quedado alterada, aunque en menor grado, por los acontecimientos del Este del año anterior. Y ese debilitamiento de la combatividad se ha visto agravado por la explosión de la URSS como también por el desarrollo en el mismo momento de los enfrentamientos en lo que fuera Yugoslavia.

16. Los acontecimientos que se han precipitado tras el desmoronamiento del bloque del Este, aportando, sobre una serie de temas, un mentís a las campañas burguesas de 1989, han minado una parte de las mentiras con las que se había abrumado a la clase obrera. La crisis y la guerra del Golfo empezaron ya desmintiendo decisivamente las ilusiones sobre la «era de paz» que se iba a instaurar y que Bush había proclamado cuando se desplomó su rival imperialista del Este. Además, el comportamiento criminal de la «gran democracia» americana y de sus secuaces, las matanzas perpetradas sobre soldados irakíes y la población civil le han quitado la careta a las mentiras sobre la «superioridad» de la «democracia», sobre la victoria del «derecho de las naciones» y los «derechos humanos». En fin, la agravación catastrófica de la crisis, la recesión abierta, las quiebras, las pérdidas registradas por empresas consideradas más prósperas, los despidos masivos en todos los sectores y especialmente en dichas empresas, la inexorable subida del desempleo, expresiones todas de las contradicciones insuperables con que tropieza la economía capitalista, están desmintiendo una tras otra todas las patrañas sobre la «prosperidad» del sistema capitalista, sobre su capacidad para superar las mismas dificultades que provocaron el desplome de su rival pretendidamente «socialista». La clase obrera no ha digerido todavía todos los golpes que recibió en su conciencia en el período precedente. En especial, la idea de que pueda existir una alternativa al capitalismo no se desprende automáticamente de la comprobación creciente de la quiebra del sistema, pudiendo muy bien desembocar en desesperanza. En el seno de la clase, sin embargo, se están desarrollando las condiciones de un rechazo de las mentiras de la burguesía y de un cuestionamiento en profundidad.

17. La reflexión en la clase obrera está produciéndose en un momento en el que se acumulan los ataques capitalistas y en el que la brutalidad de éstos la obligan a despertarse de la somnolencia que la ha invadido en los últimos años. Una tras otra, ha habido:
– la explosión de combatividad obrera en Italia durante el otoño de 1992, una combatividad que no se ha apagado desde entonces;
en un menor grado, pero significativo, las manifestaciones masivas de obreros ingleses durante el mismo período ante el anuncio del cierre de la mayoría de las minas;
la combatividad expresada por los proletarios de Alemania al final de este invierno, consecuencia de los despidos masivos, sobre todo en lo que ha sido uno de los símbolos de la industria capitalista, el Rhur;
otras manifestaciones de combatividad obrera, de menor envergadura pero que se han multiplicado en varios países de Europa, particularmente en España, frente a planes de austeridad cada vez más draconianos;

esas expresiones de la combatividad han evidenciado que el proletariado está soltándose de las amarras que lo tenían agarrotado desde hace cuatro años, que se está liberando de la parálisis que le hizo soportar sin reaccionar los ataques de la burguesía. Es así como la situación actual se distingue fundamentalmente de la que habíamos descrito en nuestro anterior congreso en el cual teníamos que hacer constar que: «... los aparatos de izquierda de la burguesía han intentado desde hace varios meses lanzar movimientos de lucha prematuras para entorpecer la reflexión (en el seno del proletariado) y sembrar más confusión en las filas obreras». El ambiente de impotencia que ha imperado en la mayoría de los proletarios y que ha favorecido las maniobras de la burguesía de provocar luchas minoritarias abocadas al aislamiento está dejando el sitio a la voluntad de enfrentarse a la burguesía y responder con determinación a sus ataques.

18. Así, desde ahora ya, el proletariado de los principales países industriales está levantando cabeza confirmándose así lo que la CCI no ha dejado de decir: «El proletariado mundial sigue teniendo en sus manos las llaves del futuro» y anunciaba con confianza: «Y es precisamente porque el curso histórico no ha sido trastornado, y la burguesía no ha logrado con sus múltiples campañas y maniobras asestar una derrota decisiva al proletariado de los países avanzados y encuadrarlo tras sus banderas, por lo que el retroceso sufrido por éste, tanto en su conciencia como en su combatividad, será necesariamente superado.». Sin embargo, la reanudación del combate de clase se anuncia difícil. Las primeras tentativas del proletariado desde el atoño del 92 evidencian que todavía está sufriendo el peso del retroceso. En gran parte, la experiencia, las lecciones adquiridas durante las luchas de mediados de los años 80 no han sido repropiadas por la mayoría de los obreros. La burguesía, en cambio, sí que ha dado pruebas ya de que había sacado las lecciones de los combates anteriores:
montando, desde hace ya tiempo, una serie de campañas para que los obreros pierdan confianza en su identidad de clase, especialmente las campañas antifascistas y antiracistas así como otras campañas cuyo objetivo es saturarles el cerebro con el nacionalismo;
anticipándose con celeridad, gracias a los sindicatos, a las expresiones de combatividad;
radicalizando el lenguaje de esos órganos de encuadramiento de la clase obrera;
dando de entrada, cuando y donde sea necesario como en Italia, un papel de primer plano al sindicalismo de base;
organizando o preparando, en cierto número de países, la salida del gobierno de los partidos «socialistas» para que éstos hagan mejor el papel en la oposición;
procurando evitar, mediante una planificación internacional de sus ataques, un desarrollo simultáneo de luchas obreras en diferentes países;
organizando un black-out sistemático de éstas.

Además, la burguesía ha sido capaz de utilizar el retroceso de la conciencia en la clase para introducir falsos objetivos y reivindicaciones en las luchas obreras (reparto del trabajo, «derechos sindicales», defensa de la empresa, etc.)

19. Pero, más en general, al proletariado le espera un largo camino que recorrer antes de ser capaz de afirmar su perspectiva revolucionaria. Tendrá que desmontar todas las clásicas trampas que, en su andadura, le tenderán sistemáticamente todas las fuerzas de la burguesía. Y al mismo tiempo tendrá que enfrentarse a todo ese veneno que la descomposición está inoculando en las filas obreras, veneno que utilizará cínicamente una clase dominante cuya capacidad de maniobra contra su enemigo mortal no se verá afectada por las dificultades políticas debidas a la descomposición:
– la atomización, el «arreglárselas» individualmente, el «cada cual a lo suyo», todo lo que tiende a minar la solidaridad y la identidad de clase y que, incluso en momentos de combatividad, favorecerá el corporativismo;
la desesperanza, la ausencia de perspectiva que va a seguir pesando, aunque a la burguesía ya no se le presente una ocasión como la del desplome del estalinismo;
el proceso de lumpenización causado por el ambiente en el que el paro masivo y de larga duración tiende a separar a una parte importante de desempleados, especialmente los más jóvenes, del resto de su clase;
el incremento de la xenofobia, incluso en sectores obreros de cierta importancia, que, además, tendrá como consecuencia el retorno de las campañas antiracistas y antifascistas, destinadas no sólo a dividir a la clase obrera, sino también a arrastrarla tras la defensa del Estado democrático;
las revueltas urbanas, ya sean espontáneas o provocadas por la burguesía (como así ocurrió con las de Los Ángeles en la primavera del 92), que serán utilizadas por la clase dominante para sacar al proletariado de su terreno de clase;
las diferentes manifestaciones de la putrefacción de la clase dominante, la corrupción y la gansterización de su aparato político, lo cual, aunque sí hacen tambalear su crédito ante los obreros, también sirven para montar campañas de diversión a favor de un Estado «limpio» o «verde»;
el espectáculo de la barbarie inmensa en la que se hunde no sólo el Tercer mundo sino incluso una parte de Europa, como la ex Yugoslavia, lo cual es campo abonado para todo tipo de campañas «humanitarias» cuyo objetivo es, primero, culpabilizar a los obreros, hacerles aceptar la degradación de sus propias condiciones de vida, pero también, justificándolas, tapar con tupido y púdico velo las acciones imperialistas de las grandes potencias.

20. Este último aspecto de la situación actual pone de relieve la complejidad de la cuestión de la guerra como factor en la concientización del proletariado. Esta complejidad ya ha sido analizada por las organizaciones comunistas en el pasado, y en particular por la CCI. En lo esencial, la complejidad estriba en que, aunque es cierto que la guerra es una de las expresiones de mayor importancia de la decadencia del capitalismo, símbolo de lo absurdo de un sistema agonizante e indicador de la necesidad de derrocarlo, su impacto en la conciencia en la clase obrera depende estrechamente de las circunstancias en las que se desencadena. La guerra del Golfo de hace dos años, por ejemplo, fue una contribución importante para que los obreros de los países avanzados (implicados casi todos ellos en dicha guerra, directa o indirectamente) superaran las ilusiones sembradas por la burguesía el año anterior, lo cual sirvió para esclarecer la conciencia de los proletarios. La guerra en la ex Yugoslavia, en cambio, no ha contribuido en nada para esclarecer la conciencia en el proletariado, y eso lo confirma el que la burguesía ni siquiera se ha sentido obligada a organizar manifestaciones pacifistas, y eso que varios países avanzados, Francia y Gran Bretaña por ejemplo, ya han mandado allá miles de hombres. Lo mismo ocurre con la intervención masiva del gendarme USA en Somalia. Aparece así evidente que cuando el juego sucio del imperialismo puede ocultarse tras cortinas «humanitarias», o sea mientras puede presentar sus intervenciones guerreras como algo destinado a aliviar a la humanidad de las calamidades resultantes de la descomposición capitalista, entonces resulta imposible que las grandes masas obreras puedan aprovecharse de la ocasión, en el período actual, para reforzar su conciencia y su determinación de clase. No podrá la burguesía, sin embargo, ocultar, en todas las circunstancias, el rostro criminal de su guerra imperialista con la careta de las «buenas obras». La inevitable agravación de los antagonismos entre las grandes potencias las obligará con o sin pretexto «humanitario» (como se vio en la guerra del Golfo) a intervenir de modo cada vez más directo, masivo y asesino, lo cual es, en fin de cuentas, una de las principales características de todo el período de decadencia del capitalismo. Y esto acabará abriéndoles los ojos a los proletarios sobre lo que de verdad hoy está en juego. Con la guerra ocurre como con las demás expresiones del atolladero capitalista: cuando se deben específicamente a la descomposición del sistema, aparecen hoy como un obstáculo a la toma de conciencia en la clase; sólo cuando son una manifestación general de la decadencia del capitalismo pueden ser un factor positivo en dicha concientización. Esta posibilidad se irá haciendo cada día más realizable a medida que la gravedad de la crisis y de los ataques burgueses, al igual que el desarrollo de las luchas obreras, permitan a las masas proletarias identificar la estrecha relación que hay entre el atolladero en que se encuentra la economía capitalista y su caída en la mayor de las barbaries guerreras.

21. Es así como la evidencia de la crisis mortal del modo de producción capitalista, expresión primera de su decadencia, las terribles consecuencias que acarreará para todos los sectores de la clase obrera, la necesidad para ésta de entablar su lucha contra esas consecuencias (lucha que, por cierto, ya ha iniciado), todo ello va a ser un poderoso factor de toma de conciencia. La agravación de la crisis hará aparecer con mayor claridad que la tal crisis no se debe a una «mala gestión» y que los burgueses «virtuosos» y los Estados «limpios» son tan incapaces como los otros para superarla, pues la crisis es la expresión del mortal callejón sin salida en que está metido el capitalismo entero. El despliegue masivo de los combates obreros va a ser un eficaz antídoto contra los miasmas de la descomposición, permitiendo superar progresivamente, mediante la solidaridad de clase que esos combates llevan en sí, la atomización, el «cada uno para sí» y todas las divisiones que lastran al proletariado entre categorías, gremios, ramos, entre emigrantes y «del país», entre desempleados y quienes tienen un empleo. A causa de los efectos de la descomposición, los obreros en paro no pudieron, con pocas excepciones, entrar en lucha durante la década pasada, contrariamente a lo que sucedió en los años 30. Y contrariamente a lo podía preverse, tampoco podrán en el futuro desempeñar un papel de vanguardia comparable al de los soldados en la Rusia de 1917. Pero el desarrollo masivo de las luchas proletarias sí permitirá que los obreros en paro, sobre todo en las manifestaciones callejeras, se unan al combate general de su clase. Y esto será tanto más posible porque, entre ellos, la proporción de quienes ya han tenido una experiencia de trabajo asociado y de lucha en el lugar de trabajo será cada día mayor. Más en general, el desempleo ya no es un problema «particular» de quienes carecen de trabajo, sino que es algo que está afectando y que concierne a la clase obrera entera pues aparece ya como la trágica expresión de la evidencia cotidiana que es la bancarrota histórica del capitalismo. Por eso, los combates venideros permitirán al proletariado como un todo tomar plena conciencia de esa bancarrota.

22. Y también, y sobre todo, gracias a esos combates contra los ataques incesantes a sus condiciones de vida, el proletariado deberá superar las secuelas del hundimiento del estalinismo, pues este acontecimiento ha significado un golpe de una extrema violencia contra la comprensión misma de su perspectiva, contra la conciencia de que pueda existir una alternativa revolucionaria a la sociedad capitalista moribunda. Esos futuros combates «volverán a dar confianza a la clase obrera, le recordarán que ella es, ya desde ahora, una fuerza considerable en la sociedad y permitirán a una masa cada día mayor de obreros volver a encarar la perspectiva del derrocamiento del capitalismo.» («Resolución sobre la situación internacional», Revista internacional nº 70, marzo de 1992). Cuanto más presente esté esa perspectiva en la conciencia obrera, tantas más posibilidades tendrá la clase para desmontar las trampas de la burguesía, para desarrollar con plenitud sus luchas, para apropiarse de ellas en sus manos, para extenderlas, para generalizarlas. Para desarrollar esa perspectiva, la clase obrera no sólo tiene ante sí la obligación de recuperarse de la desorientación sufrida en el período reciente y volver a hacer suyas las lecciones de sus combates de los años 80; tendrá que reanudar el hilo histórico de sus tradiciones comunistas. La importancia primordial de ese desarrollo de su conciencia no hace sino subrayar la enorme responsabilidad que incumbe a la minoría revolucionaria en el período actual. Los comunistas deben ser parte activa de todos los combates de clase, para impulsar sus potencialidades, favorecer lo mejor posible la recuperación de la conciencia del proletariado corroída por el hundimiento del estalinismo, contribuir en el retorno de la confianza en sí mismo y poner en evidencia la perspectiva revolucionaria que esos combates contienen implícitamente. Eso debe acompañarse de la denuncia de la barbarie militarista del capitalismo decadente y, más globalmente, de la permanente advertencia contra la amenaza que este sistema en descomposición hace planear sobre la supervivencia misma de la humanidad. La intervención decidida de la vanguardia comunista es la condición indispensable para el éxito definitivo del combate de la clase proletaria.

CCI

 

[1] Se comprueba así una vez más que los antagonismos imperialistas no recubren automáticamente las rivalidades comerciales. Es cierto que, tras el hundimiento del bloque del Este, el mapa imperialista mundial está hoy en mayor correspondencia con las rivalidades comerciales, lo cual permite a un país como EEUU utilizar, en las negociaciones del GATT por ejemplo, su potencia económica y comercial como instrumento de chantaje contra sus ex aliados. La CEE podía ser un instrumento del bloque imperialista dominado por la potencia norteamericana y favorecer a la vez la competencia comercial de sus miembros contra esa potencia. De igual modo, países como Gran Bretaña y Holanda pueden perfectamente apoyarse hoy en la Unión europea para hacer valer sus intereses comerciales frente a Estados Unidos aún siendo los representantes de los intereses imperialistas de EEUU en Europa.

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