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Captura de Sadam Husein, discusiones por la paz en Palestina...
No habrá paz en Oriente Medio
A pesar de la súper mediatizada captura del “tirano sanguinario” Sadam Husein, con una puesta en escena que parece haberse calcado de un western de serie B, el evidente atolladero en que se ha metido Estados Unidos (EE.UU.) en Irak, así como su incapacidad para imponer la llamada “hoja de ruta” en Oriente Medio dan prueba del debilitamiento de la primera potencia imperialista mundial.
El proyecto básico del gobierno norteamericano al intervenir en Irak era proseguir y afianzar el cerco estratégico a Europa para atajar el menor intento de avance de sus rivales imperialistas principales, sobre todo Alemania, hacia el Este y el Mediterráneo. El objetivo de la cruzada en nombre del antiterrorismo, la defensa de la democracia y la lucha contra Estados presuntamente poseedores de armas de destrucción masiva fue servir de tapadera ideológica a la guerra en Afganistán e Irak, y a las amenazas de intervención contra Irán. Antes de intervenir en tierras iraquíes, la burguesía de EE.UU. dudó durante largo tiempo, no sobre la decisión de la guerra misma, sino sobre cómo llevarla a cabo. ¿Debían aceptar los Estados Unidos la dinámica que los empuja a actuar cada vez más aisladamente o debían procurar mantener a su alrededor sin maltratar a una serie de aliados, por nula que sea hoy estabilidad de esas alianzas? Finalmente se adoptó la estrategia de Bush: intervenir prácticamente solos y contra todos.
A pesar de la demostración de fuerza de EE.UU., que aplastó a Irak en tres semanas, el liderazgo estadounidense nunca había sido tan cuestionado. Seis meses después de la “victoria” oficial, la estrategia es un fracaso total. La incapacidad de EE.UU. para hacer segura la región es patente. El mundo entero asiste desde entonces a un atasco cada vez más resbaladizo de los ejércitos norteamericanos de ocupación en el barrizal iraquí. No pasa un día sin que los ejércitos de la coalición sean blanco de comandos terroristas. Se han sucedido a un ritmo regular atentados cada vez más mortíferos, que incluso se han extendido más allá de Irak, alcanzando progresivamente toda la región (Arabia Saudí, Turquía, etc.), con víctimas iraquíes o miembros de la llamada “comunidad internacional”. Del lado americano, la ocupación actual ha provocado ya más muertos (225) que el primer año de guerra en Vietnam (147 en 1964). El clima de inseguridad de las tropas y la llegada a EE.UU. de los body bags (bolsas con cadáveres) han ido enfriando los ardores patrióticos (muy relativos ya) de la población, incluso en plena “América profunda”.
El estancamiento de EE.UU.
en Irak les obliga a modificar su orientación
Cuando la guerra de Vietnam, la burguesía norteamericana acabó abandonando deliberadamente ese país, pero ganó en el cambio, pues se llevó a China al bloque occidental. Nada compensaría en Irak una retirada estadounidense. Además, una retirada multiplicaría las ambiciones de todos los adversarios y rivales de EE.UU., grandes o pequeños. Y además, el caos que EE.UU. ha provocado y que dejaría tras él, causaría sin la menor duda, el incendio en la región, desprestigiándolo definitivamente en su papel de gendarme del planeta. Lo que se juega es muy importante. Una retirada norteamericana sin más explicaciones sería equivalente a una humillante derrota.
La burguesía de EE.UU. está pues obligada a mantenerse militarmente en Irak, a la vez que va acondicionando las modalidades de su presencia. La Casa Blanca ya ha anunciado una retirada parcial y progresiva a la vez que participa en la instalación de un gobierno iraquí “autónomo” y “democrático” para la primavera de 2004, cuando lo que estaba previsto, en un principio, era 2007. También llama ahora a que otros países occidentales participen en mantener el orden y dar seguridad al territorio, cuando antes se había opuesto tajantemente a toda injerencia de los gobiernos opuestos a la intervención norteamericana en los asuntos iraquíes. Estados Unidos quiere ahora obligar a sus principales adversarios imperialistas a que paguen también ellos el precio financiero y humano de la guerra en Irak. Sin embargo, para ello, no les queda otro remedio que volver a dejar entrar el lobo en el redil, o sea aceptar que entren en Irak por la puerta pequeña unas empresas y unos ejércitos de Alemania y Francia a los que se les había cerrado la puerta grande. Para EE.UU., eso es reconocer su situación de debilidad.
En paralelo a esa reorientación, los Estados Unidos están intentando recuperar la iniciativa internacional: envío de 3000 hombres a Afganistán para una operación masiva contra los rebeldes; en Georgia, sustitución del presidente Shevardnadze por el proamericano Saakashvili, un abogado que ejerció durante bastante tiempo en EE.UU. Fue en ese contexto en el que se organizó minuciosamente la captura, promocionada a ultranza, de Sadam Husein.
Con esa detención, y en su reparto el papel estelar de Estados Unidos, Bush podrá saborear un desquite inmediato. La línea “dura” de la administración de Bush, personificada en Rumsfeld y Wolfowitz podrá salvar la cara. Le permitirá también retomar la iniciativa en materia diplomática. El gobierno de Bush estará durante algún tiempo en una postura más favorable para hacer que Estados como Francia acepten anular la deuda iraquí. Podrá imponer más fácilmente condiciones para una posible participación de empresas alemanas o francesas en la reconstrucción de Irak. Incluso el Consejo de Gobierno iraquí, controlado en gran parte por EE.UU., resultará revalorizado ante la opinión pública internacional.
La detención de Sadam Husein se produjo justo después de un fin de semana marcado por desacuerdos entre naciones europeas. En las discusiones sobre la Constitución para la Unión ampliada, Francia y Alemania tuvieron que enfrentarse a España y Polonia, para las cuales, al ser ambas aliadas de EE.UU. en Irak, alguna migaja de notoriedad caerá tras la captura de Sadam. Estos dos países han sacado partido del peso que les da su apoyo a Estados Unidos para afirmar sus propios intereses en Europa, poniendo trabas a la alianza franco-alemana.
Otra pequeña victoria ha venido como anillo al dedo para fortalecer la propaganda americana. Solo cinco días después de la captura de Sadam y, tras largas discusiones, la Libia de Gaddafi anunciaba su decisión de destruir sus armas de destrucción masiva y cesar toda investigación sobre ellas. Estados Unidos ha hecho saber así al planeta entero que su perseverancia, presión y determinación dan resultados.
La detención de Sadam Husein, sin duda alguna, ha permitido a EE.UU. marcar tantos legitimando en parte su intervención en Irak. Pero los efectos benéficos de todas esas pequeñas victorias serán de muy corta duración.
La victoria estadounidense es relativa y efímera
Las imágenes de la captura del Rais tienen doble filo. Paralelamente al alarde de fuerza norteamericano, la humillación infligida al dictador ha suscitado la indignación y la cólera en las poblaciones árabes. Además las mismas imágenes muestran que Sadam Husein no era ese dictador en la sombra que gobernaba en secreto la resistencia iraquí. Al contrario, se le ve escondido en un agujero, sin ningún medio de comunicación y apoyado únicamente por unos cuantos fieles de su aldea. Por consiguiente, su detención no cambia nada en la normalización de Irak. Y los cincuenta muertos habidos en los dos días siguientes son la prueba más patente.
Francia y Alemania contraatacaron de inmediato. Tras haber felicitado por sus éxitos a la Casa Blanca, con la mayor y más típica de las hipocresías, los media de esos dos países se dedicaron a deslucir la imagen de EE.UU. Se hizo la mayor publicidad a los atentados del día siguiente. Las imágenes humillantes del Rais, difundidas en continuo, se adobaron con ásperos comentarios, más o menos insidiosos, dando a entender que esas imágenes eran una provocación a todas las naciones árabes. Se insistió mucho en que era imposible que Sadam pudiera dirigir la guerrilla desde su agujero. Francia y Alemania no han cesado de criticar al gobierno de Bush por la presión ejercida por éste ante el futuro tribunal iraquí, exigiendo la pena de muerte para el ex dictador, diciendo aquellos países que era ilegal, fuera del derecho internacional, a la vez que no cesaban de difundir masivamente las imágenes del campo de prisioneros de Guantánamo, mostrando así la barbarie y la perversidad de la justicia norteamericana.
La detención de Sadam Husein no cambia nada. Los atentados van a seguir. Y el antiamericanismo va a seguir alimentándose. El actual fortalecimiento momentáneo de la posición de EE.UU. acabará sin duda volviéndose en su contra. En efecto, el caos que EE.UU. será incapaz de atajar ya no podrá ponerse a cuenta de un Sadam Husein que actuaría en la sombra. Aparecerá entonces con más evidencia que es el resultado de la intervención americana, de lo que no dejarán de sacar provecho las burguesías rivales de EE.UU. En todo caso, sea cual sea la forma que acabe tomando la presencia militar de EE.UU. en Irak, sea cual sea la implicación militar de las potencias europeas en una eventual fuerza de “mantenimiento de la paz”, los retos y las tensiones bélicas entre Estados Unidos y sus rivales se incrementarán dramáticamente en la región. La población iraquí no va a sacar el menor beneficio indirecto de una eventual reconstrucción. Esta será muy limitada, sin duda solo alcanzará a las infraestructuras estatales y viarias, así como al funcionamiento de los pozos de petróleo. Va a seguir la guerra y los atentados se van a multiplicar.
A pesar de esos éxitos puntuales, la burguesía estadounidense no puede atajar el desgaste histórico de su liderazgo. La contestación antiamericana no va a cesar. Al contrario, cada avance norteamericano es una motivación suplementaria para que aumente el antiamericanismo. Como escribíamos en el número anterior de esta Revista: “En realidad, la burguesía estadounidense está en un atolladero resultado de una situación mundial bloqueada que no puede resolverse, a causa de las circunstancias históricas actuales, con la marcha hacia una nueva guerra mundial. Al no poder realizarse esa “salida” radical burguesa a la crisis mundial actual, que significaría sin duda la desaparición de la humanidad, ésta última se hunde progresivamente en el caos y la barbarie que caracterizan la fase actual, la postrera, de descomposición del capitalismo” (Revista internacional n° 115, “El proletariado frente a la dramática agravación de todas las contradicciones del capitalismo”)
En Irak, como en el resto del mundo, el capitalismo lo único que puede hacer es arrastrar a la humanidad a un caos mayor y a una barbarie sin fin.
La estabilidad y la paz no son posibles en esta sociedad. La burguesía quisiera convencernos de lo contrario. Ése es el objeto del despliegue de campañas ideológicas como la lanzada en Ginebra sobre Oriente Medio el 1º de diciembre de 2003. La “iniciativa” allí presentada, una solución “completa” al problema de Oriente Medio, opuesta a los métodos del “paso a paso” y de la “hoja de ruta”, aunque no sea oficial, ha sido propuesta por personalidades de primer plano, tanto del lado palestino como del israelí. Recibió un apoyo entusiasta de varios premios Nobel de la Paz, especialmente de Carter y del ex presidente polaco, antiguo sindicalista, Lech Walesa. Kofi Anan, Jacques Chirac, Tony Blair y hasta Colin Powell, un poco más tímidamente éste, saludaron también tal iniciativa.
El mensaje que debe entrar en las mentes proletarias, ahora que hay más guerras imperialistas que nunca, ni nunca habían sido tan violentas y a escala del planeta entero, es claro: la paz en la sociedad capitalista es realizable. Para ello basta con agrupar a todas las personas de buena voluntad y presionar en los Estados capitalistas y en las instancias internacionales.
Lo que a toda costa quiere la burguesía que quede oculto a los ojos de los obreros es que las guerras capitalistas son guerras imperialistas que se imponen tanto al capitalismo moribundo como a su clase dominante. Arrastrado por su propia lógica, el capitalismo en descomposición arrastraría sin remedio a toda la humanidad a una generalización de la barbarie y de las guerras.
W.