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Guy Debord
La segunda muerte de la Internacional situacionista
Guy Debord se ha suicidado el 30 de noviembre de 1994. En Francia, en donde residía, toda la prensa ha hablado de ese suicidio, pues, aunque siempre haya limitado sus apariciones en público, Debord era un personaje conocido. Su fama no la debía a las «obras» producidas en el «oficio» que le atribuyeron los media, o sea cineasta, cuyas obras han tenido siempre una difusión limitada, sino en tanto que escritor (La sociedad del espectáculo, 1967) y sobre todo como fundador y principal animador de la Internacional situacionista (IS). En tanto que organización revolucionaria, lo que nos interesa es este último aspecto de la vida de Guy Debord, en la medida en que la IS, aunque haya desaparecido hace más de 20 años, tuvo en sus tiempos cierta influencia en grupos y elementos que se orientaban hacia posiciones de clase.
No vamos a exponer aquí una historia de la IS, ni hacer la exégesis de los 12 números de su revista publicada entre 1958 y 1969. Nos conformaremos con recordar que la IS no nació como verdadero movimiento político, sino como movimiento cultural que reunía a unos cuantos «artistas» (pintores, arquitectos, etc.) procedentes de diferentes tendencias (Internacional Letrista, Movimiento para un Bauhaus imaginista, Comité psicogeográfico de Londres, etc.) y que se proponían hacer una crítica «revolucionaria» del arte tal y como existe en la sociedad actual. Así es como, en el primer número de la revista de la IS (junio del 58), se reproduce un Llamamiento distribuido con ocasión de una asamblea general de críticos de arte internacionales en el cual se puede leer: «Disolveos, pedazos de críticos de arte, críticos de fragmentos de arte. Ahora, en donde se organiza la actividad artística unitaria del porvenir es en la Internacional situacionista . Nada os queda por decir. La Internacional situacionista os dejará sin lugar. Os reduciremos a morir de hambre».
Hay que notar que aunque la IS se reivindique de una revolución radical, piensa que es posible organizar en el seno mismo de la sociedad capitalista «la actividad artística del porvenir». Más aún: esta actividad se concibe como una especie de estribo hacia esa revolución, puesto que «elementos de una vida nueva deben estar ya gestándose entre nosotros -en el terreno de la cultura-, y nos incumbe servirnos de ellos para hacer apasionante el debate» («Los situacionistas y la automación», Asger Jorn, IS nº 1). El autor de estas líneas era un pintor danés relativamente célebre.
El tipo de preocupaciones qua animaba a los fundadores de la IS revelaba que no se trataba de una organización que expresara un esfuerzo de la clase obrera hacia su toma de conciencia, sino de una manifestación de la pequeña burguesía intelectual radicalizada. Por eso resultaban tan confusas las posiciones propiamente políticas de la IS por mucho que se reivindicaran del marxismo y rechazaran el estalinismo y el trotskismo. Y es así como, en el anexo del número 1 de la publicación, se puede leer una toma de posición sobre el golpe de Estado del 13 de mayo del 1958 en el cual el ejército francés basado en Argelia se levantó contra el poder del gobierno de París: se habla del «pueblo francés», de las «organizaciones obreras» para designar a los sindicatos y a los partidos de izquierdas, etc. Dos años más tarde, vuelve a encontrarse un tono tercermundista en el número 4 de la revista: «Saludamos en la emancipación de los pueblos colonizados y subdesarrollados, realizada por ellos mismos, la posibilidad de ahorrarse los estadios intermedios que se han recorrido en otras partes, tanto en la industrialización como en la cultura, y la posibilidad de disfrutar de una vida liberada por completo» («La caída de París», IS nº 4). Unos meses después, Debord es uno de los 121 firmantes (artistas e intelectuales, sobre todo) de la Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en la cual se puede leer: «La causa del pueblo argelino, que está contribuyendo de manera decisiva a desmoronar el sistema colonial es la causa de todos los hombres libres». La IS número 5 reivindica colectivamente este acto sin la menor crítica sobre las concesiones hacia la ideología democrática y nacionalista que contiene la Declaración.
Nuestro propósito, aquí, no es disparar sobre la ambulancia IS, o mejor dicho, echar más tierra sobre su ataúd. Pero es importante que quede claro, particularmente para quienes hayan sido influenciados por las posiciones de esta organización, que se exageró mucho su fama de «radicalismo», su intransigencia y su rechazo de cualquier compromiso. En realidad, le costó muchísimo a la IS liberarse de las aberraciones políticas de sus orígenes en particular de las concesiones hacia las concepciones izquierdistas o anarquistas. Progresivamente, va a ir acercándose a las posiciones comunistas de izquierda, de hecho las del consejismo, al mismo tiempo que las páginas de su publicación van dejando más espacio a las cuestiones políticas en detrimento de las divagaciones «artísticas». Será Debord, quien había estado durante algún tiempo estrechamente vinculado al grupo que publicaba Socialisme ou Barbarie (Socialismo o Barbarie, SoB), el que va a impulsar esa evolución. Así es como en julio de 1960, publica un documento, «Preliminares para una definición de la unidad del programa revolucionario», en compañía de P. Canjuers, miembro de SoB. Sin embargo, SoB, que durante un tiempo inspira la evolución de la IS, también representa una corriente política muy confusa. Procedente de una escisión tardía (1949) de la IVª Internacional trotskista, esta corriente jamás conseguirá romper el cordón umbilical con el trotskismo y acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista. Tras haber engendrado a su vez varias escisiones que harán surgir el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (Grupo de enlace para la acción de los trabajadores), la revista Information et Correspondance ouvrières (información y correspondencia obreras) y el grupo Pouvoir ouvrier (poder obrero), SoB acabará su trayectoria bajo al alta autoridad de Cornelius Castoriadis (quien a principios de los 80 apoyará las campañas reaganianas sobre la presunta «superioridad militar de la URSS») en un cenáculo de intelectuales que rechaza explícitamente el marxismo.
La gran confusión de las posiciones políticas de la IS se nota una vez más en el 66, cuando trata de tomar posición sobre el golpe de Estado militar de Bumedian en Argelia; lo único que consigue, es defender de manera «radical» la autogestión (es decir la vieja receta anarquista de origen prudhoniano que lleva a la participación de los obreros en su propia explotación): «el único programa de los elementos socialistas argelinos consiste en la defensa del sector autoadministrado, no solo tal como es ahora, sino como debe ser... La única manera de lanzarse al asalto revolucionario contra el régimen actual es basándose en la autogestión mantenida y radicalizada. La autogestión ha de ser la única solución frente a los misterios del poder en Argelia, y ha de saber que sólo ella es la solución» (IS nº 10, marzo del 66). E incluso en 1977, en el nº 11 de su revista, la cual contiene, sin embargo, las posiciones políticas más claras, la IS sigue cultivando la ambigüedad sobre ciertos puntos, en particular sobre las presuntas luchas de «liberación nacional». Se puede ver que junto a una vigorosa denuncia del tercermundismo y de los grupos izquierdistas que lo promueven, la IS acaba haciendo concesiones al mismo tercermundismo: «Está claro que hoy resulta imposible buscar una solución revolucionaria en la guerra del Vietnam. Se trata ante todo de acabar con la agresión norteamericana, para dejar que se desarrolle, de manera natural, la verdadera lucha social de Vietnam, es decir permitir que los obreros vietnamitas se enfrenten con sus enemigos del interior, la burocracia del Norte y todas las capas pudientes y dirigentes del Sur» (...).
«Solo un movimiento revolucionario árabe resueltamente internacionalista y antiestatalista, podrá a la vez disolver al Estado de Israel y tener a su lado a la masa de sus explotados. Solo así, con este mismo proceso, podrá disolver todos los Estados árabes existentes y crear la unificación árabe mediante el poder de los consejos» («Dos guerras locales», IS nº 11).
De hecho las ambigüedades que siempre arrastró la IS, especialmente sobre esa cuestión, permiten explicar el éxito que tuvo en una época en que las ilusiones tercermundistas eran muy fuertes en el seno de la clase obrera y sobre todo en el ámbito estudiantil e intelectual. No se trata de decir que la IS reclutó sus adeptos gracias a sus concesiones al tercermundismo, sino de considerar que si la IS hubiera sido perfectamente clara sobre la cuestión de las pretendidas «luchas de liberación nacional», probablemente muchos de sus admiradores de entonces se hubieran apartado de ella ([1]).
Otra razón del «éxito» de la IS en el medio de los intelectuales y de los estudiantes consiste, claro está, en que su crítica iba dirigida en prioridad contra los aspectos ideológicos y culturales del capitalismo. Para ella, la sociedad actual es la del «espectáculo», lo cual es un término nuevo para designar el capitalismo de Estado, es decir un fenómeno del período de decadencia del capitalismo ya analizado por los revolucionarios: la omnipresencia del Estado capitalista en todas las esferas del cuerpo social, incluida la esfera cultural. Igualmente, aunque la IS afirme muy claramente que sólo el proletariado constituye una fuerza revolucionaria en la sociedad actual, la definición que da de esta clase permite a la pequeña burguesía intelectual rebelde considerarse como parte de esa clase y por consiguiente considerarse como una fuerza «subversiva»: «Según la realidad que se está esbozando actualmente, se podrá considerar como proletarios a las personas que no tienen posibilidad alguna de modificar el espacio-tiempo social que la sociedad le asigna para consumir...» («Dominación de la naturaleza, ideología y clases», IS nº 8). Y la visión típicamente pequeñoburguesa de la IS sobre esta cuestión se ve confirmada por su análisis, próximo al de Bakunin, del «lumpen proletariado»; éste se vería destinado a constituir una fuerza para la revolución, puesto que «... el nuevo proletariado tiende a definirse negativamente como “Frente contra el trabajo forzado” en el cual se encuentran reunidos todos aquellos que resisten a la recuperación por el poder» («Trivialidades de base», IS nº 8).
Lo que más les gusta a los elementos rebeldes de la intelligentsia son los métodos empleados por la IS para su propaganda: el sabotaje espectacular de las manifestaciones culturales y artísticas o la reutilización de historietas y fotonovelas (por ejemplo a una pin-up desnuda se le hace decir el famoso lema del movimiento obrero «La emancipación será obra de los trabajadores mismos»). Igualmente, los lemas situacionistas tienen un gran éxito en esa capa social: «Vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas», «Exijamos lo imposible», «Tomemos nuestros deseos por realidades». La idea de aplicar de inmediato las tesis situacionistas sobre la «crítica de la vida cotidiana» no expresa sino el inmediatismo de una capa social sin porvenir, la pequeña burguesía. Para terminar, un folleto escrito por un situacionista en 1967, De la miseria en el medio estudiantil, en el cual se presenta a los estudiantes como los seres más despreciables del mundo junto con los curas y los militares, contribuye a la notoriedad de la IS en una capa de la población cuyo masoquismo va parejo a su ausencia de papel que desempeñar en la escena social e histórica.
Los acontecimientos de mayo del 68 en Francia, el país en donde la IS ha tenido mayor eco, fueron una especie de hito en el movimiento situacionista: las consignas situ cubren las paredes; en los media, el término «situacionista» es sinónimo de «revolucionario radical»; el primer comité de ocupación de la Sorbona se compone en buena parte de miembros o simpatizantes de la IS. Esto no ha de sorprender. Efectivamente, aquellos acontecimientos fueron a la vez las últimas hogueras de las revueltas estudiantiles que habían empezado en 1964 en California, y el inicio magistral de la reanudación histórica del proletariado tras cuatro décadas de contrarrevolución. La simultaneidad de ambos fenómenos y el hecho de que la represión del Estado contra la revuelta estudiantil fuera el fulminante del movimiento de huelgas masivo cuyas condiciones habían madurado con los primeros ataques de la crisis económica, permitió a los situacionistas expresar los aspectos más radicales de esa revuelta, a la vez que tenían cierto impacto sobre algunos sectores de la clase obrera que empezaban a rechazar las estructuras burguesas de encuadramiento o sea los sindicatos y los partidos de izquierdas e izquierdistas.
Sin embargo, la reanudación de la lucha de clases que provocó la aparición y el desarrollo de toda una serie de grupos revolucionarios, entre los cuales nuestra propia organización, firmó la sentencia de muerte de la IS. La IS fue incapaz de comprender el significado verdadero de los combates del 68. Convencida de que los obreros no se habían levantado contra los primeros ataques de una crisis abierta y sin salida de la economía capitalista, sino contra el «espectáculo», la IS escribe la grandiosa necedad de que: «la erupción revolucionaria no proviene de una crisis económica... Lo que se ha atacado de frente en Mayo, es la economía capitalista en buen funcionamiento» (Enragés et situationnistes dans le mouvement des occupations, libro escrito por el situacionista René Viénet) ([2]). Con semejante visión, no ha de extrañar que la IS haya acabado creyéndose, en pleno ataque de megalomanía, que: «La agitación desencadenada en enero del 68 en Nanterre por cuatro o cinco revolucionarios que iban a formar el grupo de los “Enragés” (influenciado por las ideas situacionistas), iba a provocar cinco meses después la práctica liquidación del Estado» (ídem). A partir de entonces, la IS va a entrar en un período de crisis que acabará desembocando en su propia liquidación en 1972.
Si la IS pudo tener un impacto antes y durante los acontecimientos del 68 sobre los elementos que se iban acercando hacia posiciones de clase, fue debido a la desaparición o la esclerosis de las corrientes comunistas del pasado, durante el período de contrarrevolución. En cuanto se formaron. gracias al impulso de 1968, organizaciones que se vinculaban a la experiencia de estas corrientes, y una vez enterrada la revuelta estudiantil, ya no quedó sitio para la IS. Su autodisolución era la conclusión lógica de su quiebra, de la trayectoria de un movimiento que al negarse a relacionarse firmemente con las fracciones comunistas del pasado, no podía tener porvenir alguno. El suicidio de Guy Debord ([3]), probablemente, forma parte de esa misma lógica.
Fabienne
[1] La mejor prueba de la falta de rigor (por no decir otra cosa) de la IS, la da la propia persona que a quien se le había encargado exponer las tesis sobre el tema (ver «Contribuciones para rectificar ante la opinión pública acerca de la revolución en los países subdesarrollados», IS nº 11), Mustafá Khayati, quien se alistó poco después en las filas del Frente Popular Democrático de Liberación de Palestina, sin que esto provocara su exclusión inmediata de la IS, puesto que él fue quien dimitió. En su Conferencia de Venecia, en septiembre del 69, la IS se contentó con aceptar esa dimisión, argumentando que no aceptaba la «doble pertenencia». En resumen, a la IS le daba igual que Khayati se hiciera miembro de un grupo consejista como ICO o que se alistara en un ejército burgués (¿y por qué no en la policía?).
[2] En una polémica contra nuestra publicación en Francia, la IS escribe: «en cuanto a los restos del viejo ultraizquierdismo no trotskista, necesitaban al menos una gran crisis económica. Esta era la condición necesaria para cualquier movimiento revolucionario, y no veían llegar nada. Ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, tienen que demostrar la existencia en la primavera del 68, de esa crisis económica “invisible”. Sin miedo al ridículo, publican esquemas sobre el aumento del desempleo y de los precios. Así pues, para ellos, la crisis económica ya no es esa realidad objetiva, terriblemente evidente, que fue tan vivida y descrita hasta 1929, sino una especie de presencia eucarística, que sostiene su religión» (IS no 12, p. 6). Si esa crisis resultaba «invisible» para la IS, no lo era para nuestra corriente, puesto que nuestra publicación en Venezuela (la única que existía entonces), Internacionalismo, le dedicó un artículo en enero del 68.
[3] Eso, en caso de que se haya suicidado. Podría también considerarse otra hipótesis, pues su amigo Gérard Lebovici fue asesinado en 1984.