China 1928-1949 (I) - Eslabón de la guerra imperialista

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Según la historia oficial, en China habría triunfado una «revolución popular» en 1949. Esta idea, difundida tanto por la democracia occidental como por el maoísmo, forma parte de la monstruosa mistificación levantada con la contrarrevolución estalinista, sobre la supuesta creación de los «Estados socialistas». Es cierto que China vivió, en el período entre 1919 y 1927, un imponente movimiento de la clase obrera, integrado plenamente a la oleada revolucionaria internacional que sacudía al mundo capitalista en esa época, sin embargo ese movimiento se saldó en un aplastamiento de la clase obrera. Lo que los ideólogos de la burguesía presentan, en cambio, como «triunfo de la revolución china», es sólo la instauración de un régimen de capitalismo de Estado en su variante maoísta, la culminación del período de pugnas imperialistas en territorio chino que se abre a partir de 1928, después de la derrota de la revolución proletaria.

En la primera parte de este artículo expondremos las condiciones en que surgió la revolución proletaria en China, rescatando algunas de sus principales lecciones. Dedicaremos una próxima segunda parte al período de las pugnas imperialistas, período en el que surgió el maoísmo, denunciando simultáneamente los aspectos fundamentales de esta modalidad de la ideología burguesa.

La IIIª Internacional y la revolución en China

La evolución de la Internacional comunista (IC) y su actuación en China fueron cruciales en el curso de la revolución en este país. La IC representa el mayor esfuerzo realizado hasta ahora por la clase obrera para dotarse de un partido mundial que guíe su lucha revolucionaria. Sin embargo, su formación tardía, durante la oleada revolucionaria mundial, sin haber tenido el tiempo suficiente para consolidarse orgánica y políticamente, la condujo, a pesar de la resistencia de sus fracciones de izquierda ([1]), hacia una deriva oportunista. Esto ocurrió cuando, ante el retroceso de la revolución y el aislamiento de la Rusia soviética, el partido bolchevique, el más influyente de la Internacional, empezó a vacilar entre la necesidad de sentar las bases para un futuro nuevo ascenso de la revolución, aún a costa de sacrificar el triunfo en Rusia, o bien defender el Estado ruso que había surgido de la revolución pero a costa de pactar acuerdos o alianzas con las burguesías nacionales. Todo ello representó una enorme fuente de confusión para el proletariado internacional, contribuyendo a acelerar su derrota en cantidad de países. El abandono de los intereses históricos de la clase obrera a cambio de promesas de colaboración entre las clases condujo a la Internacional a una progresiva degeneración que culminó en 1928, con el abandono del internacionalismo proletario en aras de la llamada «defensa del socialismo en un sólo país» ([2]).

La pérdida de confianza en la clase obrera llevó progresivamente a la Internacional, convertida cada vez más en un instrumento del gobierno ruso, a intentar crear una barrera de protección contra la penetración de las grandes potencias imperialistas, mediante el apoyo a las burguesías de los «países oprimidos» de Europa Oriental, y de Oriente Medio y Lejano. Esta política resultó desastrosa para la clase obrera internacional, pues mientras la IC y el gobierno ruso apoyaban política y materialmente a las burguesías supuestamente «nacionalistas» y «revolucionarias» de Turquía, Persia, Palestina, Afganistán... y finalmente China, estas mismas burguesías, quienes hipócritamente aceptaban la ayuda soviética sin romper sus lazos ni con las potencias imperialistas ni con la nobleza terrateniente que supuestamente combatían, aplastaban las luchas obreras y aniquilaban las organizaciones comunistas con las mismas armas que Rusia les proporcionaba.

Ideológicamente, este abandono de las posiciones proletarias fue justificado con las tesis sobre la cuestión nacional y colonial del segundo congreso de la Tercera Internacional (en cuya redacción habían tenido un papel central Lenin y Roy). Estas tesis contenían ciertamente una ambigüedad teórica de principio, al distinguir erróneamente entre burguesías «imperialistas» y «antiimperialistas», lo que abriría las puertas a los mayores errores políticos, pues en esa época la burguesía, aún la de los países oprimidos, había dejado ya de ser revolucionaria y adquiría en todas partes un carácter «imperialista». No sólo porque ésta última estuviera vinculada de mil maneras a una u otra de las grandes potencias imperialistas, sino además porque, a partir de la toma del poder por la clase obrera en Rusia, la burguesía internacional formaría un frente común contra todo movimiento revolucionario de masas. El capitalismo había entrado en su fase de decadencia, y la apertura de la época de la revolución proletaria había clausurado definitivamente la época de las revoluciones burguesas.

A pesar de este error, esas tesis eran todavía capaces de prevenir contra algunos oportunismos, los cuales desgraciadamente se generalizarían poco tiempo después. El informe de la discusión presentado por Lenin reconocía que en la nueva época un cierto acercamiento se opera entre la burguesía de los países explotadores y la de los países coloniales, de tal manera que, muy frecuentemente, la burguesía de los países oprimidos, aunque apoye los movimientos nacionales, está al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir lucha junto con ella, contra los movimientos revolucionarios ([3]). Por ello, las tesis apelaban a apoyarse principalmente en los campesinos y, ante todo, insistían en la necesidad de que las organizaciones comunistas mantuvieran su independencia orgánica y de principios frente a la burguesía. «La Internacional comunista apoya los movimientos revolucionarios en las colonias y países atrasados sólo a condición de que los elementos de los más puros partidos comunistas –comunistas de hecho– estén agrupados e instruidos de sus tareas particulares, es decir de su misión de combatir el movimiento burgués y democrático... conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario aún en su forma embrionaria» ([4]). Pero el apoyo incondicional, ignominioso, de la Internacional al Kuomingtang en China fue el olvido de todo ello: de que la burguesía nacional ya no era revolucionaria y se hallaba vinculada estrechamente a las potencias imperialistas, de la necesidad de forjar un partido comunista capaz de luchar contra la democracia burguesa y de la indispensable independencia del movimiento de la clase obrera.

La «Revolución» de 1911 y el Kuomingtang

El crecimiento de la burguesía china y su movimiento político durante las primeras décadas del siglo veinte, más que mostrar los aspectos supuestamente «revolucionarios» que ésta tenía, es más bien una ilustración de la extinción del carácter revolucionario de la burguesía y de la transformación del ideal nacional y democrático en una mera mistificación, cuando el capitalismo entraba en su fase de decadencia. El recuerdo de los acontecimientos nos muestran no a una clase revolucionaria, sino a una clase conservadora, acomodaticia, cuyo movimiento político no buscaba, ni arrancar de raíz a la nobleza, ni expulsar a los «imperialistas», sino más bien encontrar un lugar junto a ellos. Los historiadores suelen subrayar las diferencias de intereses que existirían entre las fracciones de la burguesía china. Así, es común identificar a la fracción especuladora-comerciante como aliada de la nobleza y los «imperialistas», mientras la burguesía industrial y la intelectualidad formarían la fracción «nacionalista», «moderna», «revolucionaria». En la realidad, esas diferencias no eran tan marcadas. No sólo porque todas las fracciones estaban íntimamente ligadas por razones de negocios o lazos familiares sino, sobre todo, porque la actitud tanto de la fracción comerciante como la de la industrial y la intelectualidad no se diferenciaba gran cosa, pues buscaban constantemente el apoyo de los «señores de la guerra» ligados a la nobleza terrateniente, así como la de los gobiernos de las grandes potencias.

Hacia 1911 la dinastía manchú estaba ya completamente podrida y a punto de caer. Esto no era el producto de alguna acción revolucionaria de la burguesía nacional, sino la consecuencia de la repartición de China a manos de las grandes potencias imperialistas, que había conducido al despedazamiento del viejo Imperio. China tendía cada vez más a quedar dividida en regiones controladas por militaristas, dueños de ejércitos mercenarios más o menos grandes, dispuestos siempre a venderse al mejor postor y detrás de los cuales solía estar una u otra gran potencia. La burguesía china, por su cuenta, se sentía llamada a ocupar el lugar de la dinastía, como elemento unificador del país, aunque no con el fin de quebrantar el régimen de producción en el que se mezclaban los intereses de los terratenientes y de los «imperialistas» con los suyos propios, sino más bien para mantenerlos. En este marco se sucedieron los acontecimientos que van desde la llamada Revolución de 1911 hasta el «Movimiento del 4 de mayo de 1919».

La «Revolución de 1911» se inició con una conjura de militaristas conservadores apoyados por la organización burguesa nacionalista de Sun Yat-sen, la Tung Meng-hui. Los militaristas desconocieron al emperador y proclamaron un nuevo régimen en Wuchang. Sun Yat-sen, que se encontraba en Estados Unidos buscando apoyo financiero para su organización, fue llamado a ocupar la presidencia de un nuevo gobierno. Se entablaron negociaciones entre ambos gobiernos y a las pocas semanas, se acordó el retiro tanto del emperador como de Sun Yat-sen, a cambio de un gobierno unificado a cuyo frente quedó Yuan Shih-kai quien era jefe de las tropas imperiales, el verdadero hombre fuerte de la dinastía. El significado de todo esto es que la burguesía dejaba de lado sus pretensiones «revolucionarias» y «antiimperialistas», a cambio de mantener la unidad del país.

A fines de 1912 se formó el Kuomingtang (KMT), la nueva organización de Sun Yat-sen que representaba a esa burguesía. En 1913 el Kuomingtang participó en unas elecciones presidenciales, restringidas a las clases sociales propietarias, en las cuales resultó vencedor. Sin embargo el flamante presidente Sun Chiao-yen fue asesinado. Entonces un Yat-sen, aliándose con algunos militaristas secesionistas del Centro-Sur del país intentó formar un nuevo gobierno, pero fue derrotado por las fuerzas de Pekín.

Como puede verse, las veleidades «nacionalistas» de la burguesía china estaban sometidas al juego de los «señores de la guerra» y en consecuencia al de las grandes potencias. El estallido de la Primera Guerra mundial, supeditó aún más el movimiento político de la burguesía china al juego de los intereses imperialistas. Para 1915 varias provincias se «independizaron», el país se dividió entre los «señores de la guerra», respaldados por una u otra potencia. En el norte el gobierno de Anfú –apoyado por Japón– disputaba el predominio con el de Chili –respaldado por Gran Bretaña y Estados Unidos. Por su parte, la Rusia zarista intentaba convertir a Mongolia en un protectorado suyo. El sur también era disputado, Sun Yat-sen realizó nuevas alianzas con algunos «señores de la guerra». La muerte del hombre fuerte de Pekín agudizó aún más la lucha entre los militaristas.

Fue en ese contexto, al término de la guerra en Europa, en el que ocurrió en China el «movimiento del 4 de mayo de 1919», tan ensalzado por los ideólogos como un «verdadero movimiento antiimperialista». Este movimiento de la pequeña burguesía en realidad no estaba dirigido contra el «imperialismo» en general, sino específicamente contra Japón, que había logrado sacar como premio la provincia china de Shantung en la Conferencia de Versalles (la conferencia donde los países vencedores se repartieron al mundo), a lo cual se oponían los estudiantes chinos. Sin embargo, hay que notar que el objetivo de no ceder territorio chino a Japón estaba en el interés de otra potencia rival: Estados Unidos, país que fue el que finalmente logró «liberar» la provincia de Shantung del exclusivo dominio japonés en 1922. Es decir, independientemente de la ideología «radical» del movimiento del 4 de mayo, éste quedó enmarcado igualmente en las pugnas imperialistas. Y ya no podía ser de otra manera.

En cambio, hay que destacar que durante el movimiento del 4 de mayo, en un sentido diferente, hizo su aparición por primera vez en las manifestaciones la clase obrera, enarbolando no sólo las demandas «nacionalistas» del movimiento, sino también sus propias reivindicaciones.

El final de la guerra en Europa no pondrá término en China ni a las guerras entre los militaristas ni a las pugnas entre las potencias por el reparto del país. Poco a poco, sin embargo, se irán perfilando dos gobiernos más o menos inestables. Uno en el Norte, con sede en Pekín, al mando del militarista Wu Pei-fu; otro en el Sur, con sede en Cantón, a cuyo frente se encontrará Sun Yat-sen y el Kuomingtang. La historia oficial presenta al gobierno del Norte como representante de las fuerzas «reaccionarias», de la nobleza y los imperialistas, y al gobierno del Sur como el representante de las fuerzas «revolucionarias» y «nacionalistas», de la burguesía, la pequeña burguesía y los trabajadores. Se trata de una patraña escandalosa.

En realidad, Sun Yat-sen y el KMT estuvieron siempre respaldados por los señores de la guerra del Sur: en 1920 Sun fue invitado por el militarista Chen Chiung-ming, quien había ocupado Cantón, a formar otro gobierno. En 1922 siguiendo la tendencia de los militaristas del Sur intentó avanzar por primera vez hacia el Norte, siendo derrotado y expulsado del gobierno, pero en 1923 volvió a Cantón apoyado por los militaristas. Por otra parte, se habla mucho de la alianza del Kuomingtang con la URSS. En verdad, la URSS realizaba tratos y alianzas con todos los gobiernos proclamados de China, incluso con los del Norte. Fue la inclinación definitiva del Norte hacia Japón lo que obligó a la URSS a privilegiar su relación con el gobierno del Sun Yat-sen, quien por lo demás nunca abandonó su juego de pedir ayuda a diferentes potencias imperialistas. Así en 1925, poco antes de su muerte, cuando se dirigía a negociar con el Norte, Sun todavía pasó por Japón, solicitando apoyo para su gobierno.

Es ese partido, el Kuomingtang, representante de una burguesía nacional (comercial, industrial e intelectual) integrada en el juego de las grandes potencias imperialistas y de los «señores de la guerra», el que llegará a ser declarado «partido simpatizante» por la Internacional comunista. Es este partido al que tendrán que someterse una y otra vez los comunistas en China, en aras de la supuesta «revolución nacional», al que tendrán que servir como «coolíes» (peones de carga) ([5]).

EL Partido comunista de China, en la encrucijada

Para la historia oficial el surgimiento del Partido comunista en China sería un subproducto del movimiento de la intelectualidad burguesa de principios de siglo. El marxismo habría sido importado de Europa entre otras tantas «filosofías» occidentales más, y la fundación del Partido comunista formaría parte del surgimiento de otras muchas organizaciones literarias, filosóficas y políticas de esa época. Con ideas de ese tipo los historiadores inventan un puente entre el movimiento político de la burguesía y el de la clase obrera y le dan a la formación del Partido comunista un significado específicamente nacional. La verdad es que el surgimiento del Partido comunista en China -como en muchos otros países en la época- está ligado fundamentalmente, no al crecimiento de la intelectualidad china sino a la marcha del movimiento revolucionario internacional de la clase obrera.

El Partido comunista de China (PCCh) fue creado entre 1920 y 1921 a partir de pequeños grupos marxistas, anarquistas y socialistas que simpatizaban con la Rusia soviética. Como muchos otros partidos, el PCCh nació directamente como integrante de la IC y su crecimiento estuvo vinculado al desarrollo de las luchas obreras que también surgían siguiendo el ejemplo de los movimientos insurreccionales en Rusia y Europa Occidental. Es así que, de unas decenas de militantes en 1921, el partido crece en pocos años a unos mil, durante las oleada huelguística de 1925 llega a tener 4000 miembros y para el período insurreccional de 1927 tenía cerca de 60 000. Este rápido crecimiento numérico expresa, por un lado, la voluntad revolucionaria que animaba a la clase obrera china en el período desde 1919 hasta 1927 (la mayoría de los militantes en esta época son obreros de las grandes ciudades industriales). Sin embargo, hay que decir que el crecimiento numérico no expresaba una fortaleza equivalente del partido. La admisión apresurada de militantes contradecía la tradición del Partido bolchevique, de formar una organización firme, templada, de la vanguardia de la clase obrera, más que un organismo de masas. Pero lo peor de todo fue la adopción a partir de su 2º congreso de una política oportunista, de la cual nunca lograría desprenderse.

A mediados de 1922, a instancias del Ejecutivo de la Internacional, el PCCh lanza la desdichada consigna del «frente único antiimperialista con el Kuomingtang» y de adhesión individual de los comunistas a este último. Esta política de colaboración de clases, (que empezó a extenderse por Asia a partir de la «Conferencia de los trabajadores de Oriente» de enero de 1922), era el resultado de las negociaciones entabladas en secreto entre la URSS y el Kuomingtang. Ya en junio de 1923 (IIIer Congreso del PCCh) se vota la adhesión de los miembros del partido al Kuomingtang. El propio Kuomingtang es aceptado en la IC en 1926 como organización simpatizante, participando en el 7º Pleno de la IC mientras que la oposición unificada (Trotski, Zinoviev) ni siquiera es autorizada a participar en él. Para 1926, en tanto el KMT preparaba el golpe final contra la clase obrera, en Moscú se elaboraba la infame «teoría» de que el Kuomingtang era un «bloque antiimperialista de cuatro clases» (el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía).

Esta política tuvo las más funestas consecuencias en el movimiento de la clase obrera en China. Mientras el movimiento huelguístico y las manifestaciones ascendían espontánea e impetuosamente, el Partido comunista, confundido dentro del Kuomingtang, era incapaz de orientar a la clase obrera, de mostrar una política de clase clara e independiente, a pesar del heroísmo incontestable de los militantes comunistas y de que estos se encontraban frecuentemente al frente de las luchas obreras. La clase obrera, carente además de organizaciones unitarias para su lucha política del tipo de los consejos, a instancias del propio PCCh depositó erróneamente su confianza en el Kuomingtang, es decir en la burguesía.

Sin embargo, es cierto que la política oportunista de supeditación al Kuomingtang encontró desde el principio constantes resistencias en el seno de PCCh (como fue el caso de la corriente representada por Chen Tu-hsiu). Ya desde el 2º congreso del PCCh hubo oposición a las tesis defendidas por el delegado de la Internacional (Sneevliet) según las cuales el KMT no sería un partido burgués, sino un frente de clases al cual debería sumarse el PCCh. Durante todo el período de unión con el Kuomingtang no dejaron de alzarse voces dentro del Partido comunista denunciando los preparativos antiproletarios de Chiang Kai-shek; pidiendo, por ejemplo, que las armas proporcionadas por la URSS se destinaran al armamento de los obreros y los campesinos y no al fortalecimiento del ejército de Chiang Kai-shek como sucedía, planteando, en fin, la urgencia de salirse de la ratonera que el KMT constituía para la clase obrera: «La revolución china tiene dos vías: una es la que el proletariado puede trazar y por la que podremos alcanzar nuestros objetivos revolucionarios; la otra es la de la burguesía y esta última traicionará a la revolución en el curso de su desarrollo» ([6]).

Sin embargo, para un partido joven y sin experiencia resultó imposible saltar por encima de las directrices erróneas y oportunistas del Ejecutivo de la Internacional y cayó en las mismas. El resultado fue que, mientras el proletariado se empeñaba en un combate contra las fracciones de las clases poseedoras adversas al Kuomingtang, éste le preparaba ya una puñalada por la espalda que la clase obrera no fue capaz de detener porque su partido no le previno de ella. Y si bien la revolución en China tenía pocas oportunidades de triunfar, porque a escala internacional la columna vertebral de la revolución mundial –el proletariado en Alemania– estaba ya quebrada desde 1919, el oportunismo de la Tercera Internacional no hizo sino precipitar la derrota.

La clase obrera se levanta

El maoísmo ha insistido en la debilidad de la clase obrera en China como argumento para justificar el desplazamiento hacia el campo del PCCh a partir de 1927. Ciertamente, la clase obrera en China a principios de siglo era numéricamente minúscula en relación con el campesinado (en proporción de 2 a 100), pero su peso político no guardaba la misma proporción. Por una parte, había ya alrededor de 2 millones de obreros urbanos (sin contar a los 10 millones de artesanos más o menos proletarizados que pululaban en las ciudades) altamente concentrados en la cuenca del río Yangtsé, con la ciudad costera de Shangai y la zona industrial de Wuhan (la triple ciudad Hankow-Wuchang-Hanyang); en el complejo Cantón-Hong Kong, y en las minas de la provincia de Junán. Esta concentración le daba a la clase obrera la extraordinaria fuerza potencial de paralizar y tomar en sus manos los centros vitales de la producción capitalista. Además, existía en las provincias del Sur (sobre todo en Kuangtung) un campesinado ligado estrechamente a los obreros, pues proveía de fuerza de trabajo a las ciudades industriales, que podía constituir una fuerza de apoyo para el proletariado urbano.

Por otra parte, sería un error considerar la fuerza de la clase obrera en China exclusivamente a partir de su número en relación a las otras clases del país. El proletariado es una clase histórica, que saca su fuerza de su existencia mundial. El ejemplo de la revolución en China lo demuestra de manera concreta. El movimiento huelguístico, no tenía su epicentro en China, sino en Europa, era una manifestación de la onda expansiva de la revolución mundial. Los obreros de China, como los de otras partes por todo el mundo, se ponían en pie de lucha ante el eco de la revolución triunfante en Rusia y de las tentativas insurreccionales en Alemania y otros países de Europa.

Al principio, como la mayoría de las fábricas de China eran de origen extranjero, las huelgas tienen un tinte «antiextranjero» y la burguesía nacional piensa utilizarlas como un instrumento de presión. Sin embargo, el movimiento huelguístico irá tomando cada vez más un claro carácter de clase, contra la burguesía en general, sin importar si es «nacional» o «extranjera». Las huelgas reivindicativas se suceden a partir de 1919 en forma creciente, a pesar de la represión (ocurrió incluso que algunos obreros fueran decapitados o quemados en lo hornos de las locomotoras). A mediados de 1921, estalla la huelga en los textiles de Hunán. A principios de 1922, una huelga de los marinos de Hong-kong dura tres meses hasta la obtención de sus reivindicaciones. En los primeros meses de 1923 estalla una oleada de unas 100 huelgas, en las que participan más de 300 000 trabajadores; en febrero el militarista Wu Pei-fu ordena la represión de la huelga de los ferrocarriles en la que caen asesinados 35obreros y hay multitud de heridos. En junio de 1924 estalla una huelga general en Cantón/Hong-Kong, que dura tres meses. En febrero de 1925 los obreros algodoneros de Shangai se lanzan a la huelga. Ésta fue el preludio del gigantesco movimiento huelguístico que recorrió a toda China en el verano de 1925.

El movimiento del 30 de mayo

En 1925 Rusia apoyaba decididamente al gobierno de Cantón del Kuomingtang. Ya desde 1923 se había declarado abiertamente la alianza entre la URSS y el Kuomingtang, una delegación militar del KMT encabezada por Chiang Kai-shek había viajado a Moscú, y simultáneamente una delegación de la Internacional dotaba al Kuomingtang de estatutos y de una estructura organizativa y militar. En 1924 el primer congreso oficial del KMT sancionó la alianza y en mayo se estableció la Academia militar de Whampoa con armas y consejeros militares soviéticos, dirigida por Chiang Kai-shek. De hecho, lo que hacía el gobierno ruso era formar un ejército moderno, al servicio de la fracción de la burguesía agrupada en el Kuomingtang, del cual hasta ese entonces ésta había carecido. En marzo de 1925 Sun Yat-sen viaja a Pekín (con cuyo gobierno la URSS seguía manteniendo también relaciones) para tratar de formar una alianza que unificara al país, pero muere de enfermedad antes de alcanzar su propósito.

Es en este marco de idílica alianza en el que irrumpió con toda su fuerza el movimiento obrero, recordando la existencia de lucha de clases a la burguesía del Kuomingtang y a los oportunistas de la Internacional.

A principios de 1925 subía la oleada de agitación y huelgas. El 30 de mayo la policía inglesa de Shangai disparó contra una manifestación de estudiantes y obreros. Doce manifestantes resultaron muertos. Este fue el detonante de una huelga general en Shangai la cual empezó a extenderse rápidamente a los principales puertos comerciales del país. El 19 de junio estalló también la huelga general en Cantón. Cuatro días más tarde las tropas británicas de la concesión británica de Shameen (cercana a Cantón) abrieron fuego contra otra manifestación. Como respuesta, los obreros de Hong-Kong se lanzaron a la huelga. El movimiento se extendió, llegando hasta el lejano Pekín en donde el 30 de julio hubo una manifestación de unos 200 000 trabajadores, y agudizando la agitación campesina en la provincia de Kuangtung.

En Shangai las huelgas duraron tres meses, en Cantón/Hong-kong se declaró una huelga-boicot que duró hasta octubre del año siguiente. Aquí, empezaron a crearse milicias obreras. Miles de obreros se sumaron a las filas del Partido comunista. La clase obrera en China se mostraba por primera vez como una fuerza verdaderamente capaz de amenazar al régimen capitalista en su conjunto.

A pesar de que una consecuencia directa del «movimiento del 30 de mayo» fue la consolidación y extensión hacia el sur del poder del gobierno de Cantón, este mismo movimiento sacudió el instinto de clase de la burguesía «nacionalista» agrupada en el Kuomingtang, que hasta allí había «dejado hacer» a los huelguistas, mientras estos enfocaban sus luchas principalmente contra las fábricas y las concesiones extranjeras. Las huelgas del verano de 1925 habían asumido un carácter antiburgués en general, sin «respetar» siquiera a los capitalistas nacionales. Así, la burguesía «revolucionaria» y «nacionalista», con el Kuomingtang al frente, (respaldado por las grandes potencias y con el apoyo ciego de Moscú), se lanzó rabiosamente a enfrentar, antes que nada, a su reconocido enemigo de clase mortal: el proletariado.

El golpe de mano y la expedición al Norte de Chiang Kai-shek

Entre los últimos meses de 1925 y los primeros de 1926 ocurre lo que los historiadores han dado en llamar la «polarización entre la izquierda y la derecha del Kuomingtang», la que según ellos incluiría el fraccionamiento de la burguesía en dos, una parte manteniéndose fiel al «nacionalismo», y otra girando hacia una alianza con el «imperialismo». Sin embargo, ya hemos visto que aún las fracciones de la burguesía más «antiimperialistas» nunca dejaron de tratar con los «imperialistas». Lo que sucedía en realidad no era que la burguesía se fraccionara, sino que ésta se preparaba para enfrentar a la clase obrera, desprendiéndose de los elementos estorbosos dentro del Kuomingtang (los militantes comunistas, una parte de la pequeña burguesía y de algunos generales fieles a la URSS). Es decir, el Kuomingtang sintiéndose con la suficiente fuerza política y militar se quitaba la careta de «bloque de clases» y aparecía como lo que realmente había sido siempre: el partido de la burguesía.

A finales de 1925 fue asesinado el jefe de la «izquierda» Liao Ching-hai y empezó el hostigamiento contra los comunistas. Este fue el preludio del golpe de mano de Chiang Kai-shek, convertido en el hombre fuerte del Kuomingtang, que inició la reacción de la burguesía contra el proletariado. El 20 de marzo, Chiang, al frente de los cadetes de la academia de Whampoa proclama la ley marcial en Cantón, clausura los locales de las organizaciones obreras, desarma los piquetes de huelga y arresta a muchos militantes comunistas. En los meses siguientes, los comunistas serán desplazados de todos los puestos de responsabilidad del KMT.

El Ejecutivo de la Internacional, a las órdenes de Bujarin y de Stalin, se muestra «ciego» ante la reacción del Kuomingtang, y a pesar de la insistencia en contra de gran parte del PCCh, ordena mantener la alianza, ocultando los acontecimientos a los miembros de los Partidos comunistas ([7]). Envalentonado, Chiang Kai-shek impone a la URSS que le apoye militarmente para su expedición hacia el Norte, iniciada en julio de 1926.

Como tantas otras acciones de la burguesía, la expedición al Norte es presentada falsamente por la historia oficial como un acontecimiento «revolucionario», como el intento de extender el régimen «revolucionario» y unificar China. Pero las pretensiones del Kuomingtang de Chiang Kai-shek no eran tan altruistas. Su sueño acariciado (como el de otros militaristas) era posesionarse del puerto de Shangai y obtener de las grandes potencias la administración de la rica aduana. Para ello contaba con un importantísimo elemento de chantaje: su capacidad de contener y someter al movimiento obrero.

Al iniciarse la expedición militar del Kuomingtang, se decreta la ley marcial en las regiones que éste ya controlaba. Así, al tiempo que los trabajadores en el Norte preparaban ilusionados el apoyo a las fuerzas del KMT, éste prohibía terminantemente las huelgas obreras en el Sur. En septiembre una fuerza «de izquierda» del Kuomingtang toma Hankou, pero Chiang Kai-shek se niega a apoyarla y se establece en Nanchang. En octubre se ordena a los comunistas frenar el movimiento campesino en el Sur y el ejército pone fin a la huelga-boicot de Cantón/Hong-kong. Esta fue la señal más clara para las potencias (Inglaterra en primer lugar) de que el avance hacia el Norte del KMT no tenía pretensión «antiimperialista» alguna y poco tiempo después iniciarían negociaciones secretas con Chiang.

Para finales de 1926 la cuenca industrial del río Yangtse hervía de agitación. En octubre el militarista Sia-Chao (que acababa de pasarse al Kuomingtang) avanzó sobre Shangai, pero se detuvo a unos kilómetros de la ciudad, permitiendo que las tropas «enemigas» del Norte (al mando de Sun Chuan-fang) entraran primero a la ciudad sofocando así un inminente levantamiento. En enero de 1927, las masas trabajadoras ocuparon, mediante acciones espontáneas, las concesiones británicas de Hankow (en la triple ciudad de Wuhán) y de Jiujiang. Entonces, el ejército del Kuomingtang aminoró su avance para, en la más pura tradición de los ejércitos reaccionarios, permitir que los señores de la guerra locales reprimieran los movimientos obreros y campesinos. Al mismo tiempo Chiang Kai-shek se lanzó a atacar públicamente a los comunistas y el movimiento campesino de Kwangtung (en el sur) es sofocado. Tal era el escenario en que tuvo lugar el movimiento insurreccional de Shangai.

La insurrección de Shangai

El movimiento insurreccional de Shangai, culmina una década de luchas constantes y ascendentes de la clase obrera. Es el punto más alto que alcanza la revolución en China. Sin embargo, las condiciones en que se gestó no podían ser más desfavorables para la clase obrera. El Partido comunista se hallaba completamente atado de manos, desarticulado, golpeado y supeditado por el Kuomingtang. La clase obrera, engañada por la ilusión del «bloque de las cuatro clases» no se había dotado tampoco de organismos unitarios que centralizaran efectivamente su lucha, del tipo de los consejos ([8]). En tanto, las cañoneras de las potencias imperialistas apuntaban contra la ciudad, y el propio Kuomingtang se acercaba a Shangai enarbolando supuestamente la bandera de la «revolución antiimperialista», pero con el objetivo real de aplastar a los obreros. Sólo la voluntad revolucionaria y el heroísmo de la clase obrera pueden explicar su capacidad de haber tomado en esas condiciones, así fuera sólo por unos días, la ciudad que representaba el corazón del capitalismo en China.

En febrero de 1927, el Kuomingtang reanudó su avance. Para el día 18, el ejército nacionalista se encuentra en Jiaxing, a 60 kilómetros de Shangai. Entonces, ante la inminente derrota de Sun Chuan-fang, estalló la huelga general en Shangai: «... el movimiento del proletariado de Shangai, del 19 al 24 de febrero era objetivamente una tentativa del proletariado de Shangai de asegurar su hegemonía. A las primeras noticias de la derrota de Sun Chuan-fan en Zhejiang, la atmósfera de Shangai se calentó al rojo vivo y en el lapso de dos días, estalló con la potencia de una fuerza elemental una huelga de 300 000 trabajadores que, irresistiblemente, se transformó en insurrección armada para enseguida terminar en nada, a falta de una dirección...»([9]).

El Partido comunista, tomado por sorpresa, vacilaba en lanzar la consigna de la insurrección, mientras ésta se desarrollaba en las calles. El día 20, Chiang Kai-shek ordenó nuevamente la suspensión del ataque sobre Shangai. Esta fue la señal para que las fuerzas de Sun Chan-fang destaren la represión, en las que decenas de obreros fueron asesinados, que logró contener momentáneamente al movimiento.

En las semanas siguientes, Chiang Kai-shek maniobraría hábilmente, para evitar ser relevado del mando del ejército y para acallar los rumores sobre su alianza con la «derecha» y las potencias y sus preparativos antiobreros.

Por fin, el 21 de marzo de 1927, estalla la tentativa insurreccional definitiva. Ese día, se proclama la huelga general, en la cual participan prácticamente todos los trabajadores de Shangai: 800 000 obreros. «Todo el proletariado estaba en huelga, así como la mayor parte de la pequeña burguesía (tenderos, artesanos, etc.) (...) en una decenas de minutos, toda la policía fue desarmada. A las dos, los insurgentes poseían ya 1500 fusiles aproximadamente. Inmediatamente después las fuerzas insurgentes fueron dirigidas contra los principales edificios gubernamentales y se dedicaron a desarmar a las tropas. Se entablaron serios combates en el barrio obrero de Chapei... Finalmente, a la cuatro de la tarde, el segundo día de la insurrección, el enemigo (3000 soldados aproximadamente) era definitivamente derrotado. Rota esta muralla, todo Shangai (a excepción de las concesiones y del barrio internacional) se encontraba en manos de los insurgentes» ([10]). Esta acción, después de la revolución en Rusia y de las tentativas insurreccionales en Alemania y otros países europeos, constituyó una nueva sacudida al orden capitalista mundial. Mostró todo el potencial revolucionario de la clase obrera. Sin embargo, la maquinaria represiva de la burguesía estaba ya en marcha, y el proletariado no se hallaba en condiciones de enfrentarla.

La burguesía «revolucionaria» aplasta al proletariado

Los obreros tomaron Shangai... sólo para abrirle las puertas al ejército nacional «revolucionario» del Kuomingtang que, al fin entró a la ciudad. No bien acababa de instalarse en Shangai, cuando Chiang Kai-shek empezó a preparar la represión, en pleno acuerdo con la burguesía especuladora y las bandas mafiosas de la ciudad. Asimismo empezó un acercamiento abierto con los representantes de las grandes potencias y con los señores de la guerra del norte. El 6 de abril Chang Tso-lin (en acuerdo con Chiang), atacó la embajada rusa en Pekín y detuvo a militantes del Partido comunista que posteriormente fueron asesinados.

El 12 de abril se desató en Shangai la represión masiva y sangrienta preparada por Chiang. Las bandas del lumpenproletariado de las sociedades secretas que siempre habían hecho papeles de rompehuelgas fueron lanzadas contra los obreros. Las tropas del Kuomingtang –supuestamente «aliadas» de los obreros– fueron empleadas directamente para desarmar y prender las milicias proletarias. Al día siguiente el proletariado trató de reaccionar declarando la huelga, pero los contingentes de manifestantes fueron interceptados por las tropas ocasionando numerosas víctimas. Inmediatamente se aplicó la ley marcial y se prohibió toda organización obrera. En pocos días cinco mil obreros fueron asesinados, entre ellos muchos militantes del Partido comunista. Las redadas y asesinatos continuarían durante meses.

Simultáneamente, en una maniobra coordinada, los militares del Kuomingtang que habían permanecido en Cantón desataron otra matanza, exterminando a otros miles más de obreros.

Con la revolución proletaria ahogada en la sangre de los obreros de Shangai y Cantón, aún resistía precariamente en Wuhan. Sin embargo, nuevamente el Kuomingtang, y más específicamente su «ala izquierda», se quitó la careta «revolucionaria» y en julio se pasó al lado de Chiang desatándose aquí también la represión. Asimismo, las hordas militares fueron libradas a la destrucción y la masacre en el campo de las provincias centrales y del sur. Los trabajadores asesinados por toda China se contaron por decenas de miles.

El Ejecutivo de la Internacional, intentando echar tierra sobre su nefasta y criminal política de colaboración de clases, descargó toda la responsabilidad sobre el PCCh y sus órganos centrales, y más específicamente sobre la corriente que justamente se había opuesto a esa política (la de Chen Tu-hsiu). Para rematar, ordenó al ya debilitado y desmoralizado Partido comunista de China embarcarse en una política aventurera que terminó con la llamada «insurrección de Cantón». Esta tentativa absurda de golpe «planificado» no fue secundada por el proletariado de Cantón y sólo ocasionó que éste fuera hundido aún más en la represión. Esto marcó prácticamente el final del movimiento obrero en China, del cual no se volvería a presenciar una expresión significativa en los siguientes cuarenta años.

La política de la Internacional frente a China fue uno de los ejes de denuncia contra el estalinismo ascendente que estuvieron en el origen de la «Oposición de izquierda», la corriente encarnada por Trotski (a la cual terminó por incorporarse el mismo Chen Tu-hsiu). Esta corriente de oposición confusa y tardía a la degeneración de la IIIª Internacional, aún manteniéndose en un terreno de clase proletario respecto a China, al denunciar la supeditación del PCCh al Kuomingtang como causa de la derrota de la revolución, no logró nunca superar el marco falso de las tesis del Segundo Congreso de la Internacional sobre la cuestión nacional lo que, a su vez, sería uno de los factores que le llevarían por una deriva oportunista (irónicamente Trotski apoyaría el nuevo frente de clases surgido en China de las pugnas imperialistas a partir de los años 30), hasta su paso al campo de la contrarrevolución durante la Segunda Guerra mundial ([11]). De cualquier modo, todo lo que quedó de internacionalista revolucionario en China fue llamado en adelante «trotskismo» (años después Mao Tse-tung perseguirá como «trotskistas agentes del imperialismo japonés» a los pocos internacionalistas que aún se opondrán a su política contrarrevolucionaria).

En cuanto al Partido comunista de China, éste fue literalmente aniquilado, luego de ser asesinados a manos del Kuomingtang alrededor de 25 000 de sus militantes y los demás encarcelados o perseguidos. Ciertamente, restos del Partido comunista, junto con algunos destacamentos del Kuomingtang se refugiaron en el campo. Pero a este desplazamiento geográfico correspondió un todavía más profundo desplazamiento político: en los años siguientes el partido adoptó una ideología burguesa, su base social –dirigida por la pequeña burguesía y la burguesía– se hizo predominantemente campesina y participó en las campañas guerreras imperialistas. A pesar de haber conservado el nombre, el Partido comunista de China dejó de ser un partido de la clase obrera y se convirtió en una organización de la burguesía. Pero esto ya es otra historia, objeto de la segunda parte de este artículo.

Señalemos, a manera de conclusión, algunas de las enseñanzas que se desprenden del movimiento revolucionario en China:

  • La burguesía china no dejó de ser revolucionaria sólo cuando se lanzó contra el proletariado, en 1927. Ya desde la «revolución de 1911» la burguesía «nacionalista» había mostrado su disposición a compartir el poder con la nobleza, aliarse con los militaristas y supeditarse a las potencias imperialistas. Sus aspiraciones «democráticas», «antiimperialistas» y hasta «revolucionarias» no eran sino la tapadera que ocultaba sus intereses reaccionarios, los cuales se pusieron al descubierto cuando el proletariado comenzó a representar una amenaza. En la época de la decadencia del capitalismo las burguesías de los países débiles son tan reaccionarias e imperialistas como las de las grandes potencias.
  • La lucha de clase del proletariado en China de 1919 a 1927 no puede ser explicada en un contexto puramente nacional. Es un eslabón de la oleada de la revolución mundial que sacudió al capitalismo a principios de siglo. La fuerza elemental con que se levantó el movimiento obrero en China, de un sector del proletariado mundial considerado en ese tiempo como «débil», hasta ser capaz de tomar espontáneamente en sus manos grandes ciudades, muestra el potencial que la clase obrera tiene para derrocar a la burguesía, aunque para ello requiere de conciencia y organización revolucionarias.
  • El proletariado no puede hacer nunca más una alianza con ninguna fracción de la burguesía. En cambio, puede llevar tras de sí, en su movimiento revolucionario, a sectores de la pequeña burguesía urbana y rural (como lo demostraron la insurrección de Shangai y el movimiento campesino de Kuangtung). Sin embargo, el proletariado no debe fusionarse orgánicamente con estos sectores, en algo así como un «frente», sino que, por el contrario, debe mantener en todo momento su autonomía de clase.
  • El proletariado requiere, para vencer, tanto de un partido político que le oriente en los momentos determinantes, como de una organización del tipo de los consejos que cemente su unidad. En particular, la clase obrera tiene que dotarse de su Partido comunista mundial, firme en los principios y templado en la lucha, con tiempo suficiente, antes del estallido de la próxima oleada revolucionaria internacional. El oportunismo, como la política que en aras de resultados «inmediatos» sacrifica el porvenir de la revolución y conduce a la colaboración de clases, debe ser combatido permanentemente en las filas de la organización revolucionaria.

Leonardo


[1] En el marco de este artículo no podemos referirnos a la lucha sostenida por las fracciones de izquierda de la Internacional contra el oportunismo y la degeneración de ésta, lucha que se dio en la misma época que los acontecimientos en China que relatamos aquí. Al respecto, recomendamos nuestros libros: la Izquierda holandesa y la Izquierda comunista de Italia.

[2] Esta degeneración corría paralela con la del Estado que había surgido de la revolución, la que llevó a la reconstitución del Estado capitalista en su forma estalinista. Ver Manifiesto del 9º Congreso de la CCI.

[3] Lenin, «Informe de la Comisión nacional y colonial» para el Segundo congreso de la Internacional comunista, 26 julio de 1920. Tomado de La Question chinoise dans l’Internationale communiste, compilación y presentación de Pierre Broué, EDI Paris, 1976.

[4] «Thèses et additions sur la question nationale et coloniale», IIº Congreso, Les Quatre premiers congrès mondiaux de l’Internationale communiste, 1919-23, Editorial Maspéro, París.

[5] Expresión de Borodin, delegado de la Internacional en China, en 1926. E.H. Carr, el Socialismo en un sólo país, Vol. 3, segunda parte, p. 797.

[6] Chen Tu-hsiu. Citado por él mismo en su “Carta a todos los miembros del PCCh” Dic. 1929. Tomado de La Question chinoise... obra ya citada, p. 446.

[7] Sólo unas semanas antes, Chiang Kai-shek había sido nombrado “miembro honorario” y el Kuomingtang “partido simpatizante” de la Internacional. Aún después del golpe, los consejeros rusos se niegan a proporcionar 5000 fusiles a los obreros y campesinos del Sur y los reservan para el ejército de Chiang.

[8] Mucho se habla del papel organizador jugado por los sindicatos en el movimiento revolucionario en China. Es cierto que en este periodo los sindicatos surgen y crecen en la misma proporción en que se desarrolla el movimiento huelguístico. Sin embargo, en la medida en que estos no intentan contener el movimiento en el marco de las demandas económicas gremiales, su política estará supeditada al Kuomingtang (incluso, obviamente, los sindicatos influidos por el PCCh). Así, el movimiento de Shangai tendrá como objetivo declarado abrir el paso al ejército “nacionalista”. En diciembre de 1927 los sindicatos del Kuomingtang llegarán incluso a participar en la represión de los obreros. El que los obreros tuvieran como único medio de organización masiva a los sindicatos no constituía una ventaja, sino una debilidad.

[9] Carta de Shangai de tres miembros de la misión de la IC en China, fechada marzo 17, 1927. Tomado de La Question chinoise..., obra ya citada.

[10] Neuberg A., La Insurrección armada México. Ediciones de Cultura popular, 1973. Este libro, escrito alrededor de 1929 (después del VIº Congreso de la Internacional) contiene alguna información valiosa sobre los acontecimientos de la época, sin embargo tiende a ver la insurrección como un golpe de mano, además de hacer una tosca apología del estalinismo. Por otra parte, no debe extrañar que la tentativa insurreccional de Shangai, a pesar de su magnitud, y de su sangriento aplastamiento, apenas si sea mencionada (si no es que ocultada completamente), tanto en los textos de historia -ya sean “prooccidentales” o “promaoístas”-, como en los manuales maoístas. Es sobre la base de este ocultamiento que se ha podido mantener el mito según el cual lo que estaba en juego en los años 20 era una “revolución burguesa”.

[11] Para un conocimiento completo de nuestra posición sobre Trotski y el trotskismo puede leerse nuestro folleto El trotskismo contra la clase obrera.

 

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