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Tensiones imperialistas
Tras los acuerdos de paz, la guerra de todos contra todos
Según la prensa, habría ganado por fin la razón: la acción de las grandes potencias, y en primera fila Estados Unidos, habría permitido que se inicie une solución real al conflicto más mortífero en Europa desde 1945. Los acuerdos de Dayton significarían la vuelta de la paz a la antigua Yugoslavia. Del mismo modo, todas las esperanzas quedarían abiertas en Oriente Próximo, pues el asesinato de Rabin no habría hecho sino reforzar el campo de las “palomas” y de su tutor norteamericano para llevar a término el “proceso de paz”. Último regalo de navidad de Washington: el conflicto más antiguo de Europa, el que opone a los republicanos de Irlanda del Norte a Gran Bretaña, estaría siendo superado.
Ante toda esa ristra de mentiras cínicas, los proletarios no deben olvidar lo que ya prometía la burguesía en 1989, después del hundimiento del bloque del Este: un “nuevo orden mundial”, una “nueva era de paz”. Sabemos muy bien lo que de verdad ocurrió: guerra del Golfo, guerra en la ex Yugoslavia, en Somalia, en Ruanda y un largo etcétera. No es la hora de la paz. Lo que de verdad define las relaciones entre las principales potencias imperialistas es, con mucha mayor gravedad que hace cinco años, el desencadenamiento de la guerra de todos contra todos.
La prensa y TV, a sueldo de la burguesía, nos presenta a las grandes potencias imperialistas del globo cual “palomitas” de la paz o como sacrificados bomberos empeñados en apagar cada incendio guerrero. En realidad, son ellas las incendiarias, desde la ex Yugoslavia a Ruanda, pasando por Argelia y Oriente Próximo. Por medio de bandas locales o países interpuestos, esas grandes potencias se hacen una guerra, por ahora todavía medio oculta, pero no por ello menos feroz. Los tan manidos acuerdos de Dayton no son más que un momento de la guerra que enfrenta a la primera potencia mundial a sus antiguos aliados del difunto bloque occidental.
Detrás de los acuerdos de Dayton,
el éxito de una contraofensiva de Estados Unidos
Con los acuerdos de Dayton, con el envío de 30 000 soldados bien pertrechados en armas y equipo a la antigua Yugoslavia, no son ni los croatas ni los serbios a quienes va dirigido el mensaje de EEUU, sino a sus antiguos aliados europeos que se han convertido en los mayores contestatarios de su supremacía mundial. Sobre quien quiere imponerse Estados Unidos es sobre Francia, Gran Bretaña y Alemania. Su objetivo no es la paz, sino la reafirmación de su hegemonía. Tampoco se trata, para las burguesías de esos tres países y sus envíos de tropas a la ex Yugoslavia, de imponer la paz a los beligerantes o defender a la población martirizada de Sarajevo; se trata para ellas de defender sus propios intereses imperialistas. Bajo la tapadera de la acción humanitaria y de las fuerzas “de paz” de la Unprofor, París, Londres y Bonn (más discreta esta capital, pero de una temible eficacia) no han cesado de atizar la guerra en favor de sus respectivos protegidos. Con la IFOR, Fuerza de interposición bajo la batuta de la OTAN, se va a perpetrar la misma acción criminal, pero a una escala todavía mayor, como así lo demuestra la importancia de las fuerzas alistadas, en hombres y en material. El territorio de la ex Yugoslavia va a seguir siendo el principal campo de batalla de las grandes potencias imperialistas en Europa.
La determinación americana en volver al primer plano del ruedo yugoslavo y volver a empuñar con firmeza el bastón de mando se corresponde con la importancia estratégica vital que ese país europeo, situado en el cruce entre Europa y Oriente Próximo. Pero más importante todavía es que se trata, como lo dijo claramente Clinton, con el apoyo de toda la burguesía estadounidense, en su discurso para explicar el envío de tropas norteamericanas, de “afirmar el liderazgo americano en el mundo”. Y para que nadie ponga en duda la determinación de Washington para cumplir ese objetivo, precisó que “asumía la entera responsabilidad de los perjuicios que pudieran sufrir los soldados americanos”.
Tal lenguaje, abiertamente guerrero, y tal firmeza, que contrastan con las vacilaciones anteriores sobre la antigua Yugoslavia por parte del poder norteamericano, se explican por la amplitud del cuestionamiento de su dominio por Alemania, Japón y Francia, y también, y eso es un cambio histórico, por su más antiguo y fiel aliado, Gran Bretaña. Reducido al papel de segundón en la ex Yugoslavia, Estados Unidos estaba obligado a dar un buen golpe para atajar la más grave puesta en entredicho de su superioridad mundial desde 1945.
En el nº 83 de esta Revista internacional ya explicamos en detalle la estrategia estadounidense en la ex Yugoslavia y, por lo tanto, no vamos a repetirlo aquí. Vamos a abordar los resultados de la contraofensiva de la primera potencia mundial, una contraofensiva que ha alcanzado con creces sus objetivos. Los imperialismos británico y francés estaban hasta hace poco casi solos en el terreno. Eso les proporcionaba un gran margen de maniobra frente a sus rivales imperialistas, lo cual culminó en la formación de la Fuerza de reacción rápida (FRR). Pero ahora deberán “coexistir” con un fuerte contingente norteamericano y se verán obligados a aceptar, de grado o por la fuerza, los dictados de Washington, al haber sido la ONU separada del mando en beneficio de la IFOR, bajo mando directo de la OTAN, o sea de Estados Unidos. El desarrollo mismo de las discusiones de Dayton queda perfectamente enmarcado en la relación de fuerzas que EEUU está imponiendo a sus “aliados” europeos. “Según una fuente francesa, esas discusiones se desarrollaron en un ambiente euro-americano “insoportable”. Esas tres semanas, según dicha fuente, no han sido sino una sucesión de humillaciones infligidas a los europeos por parte de los americanos, los cuales querían dirigir ellos solos el cotarro” ([1]). Al “grupo de contacto” de marras, dominado por el dúo franco-británico, les pusieron una miserable silla plegable y tuvo que aceptar, en lo esencial, las condiciones dictadas por Estados Unidos:
- relegación de la ONU al papel de simple observador con la desaparición de Unprofor, valiosa herramienta del eje París-Londres en la defensa de sus intereses imperialistas, sustituida por una IFOR dirigida y dominada por EEUU;
- disolución de la FFR;
- entrega de armas al ejército bosnio y su encuadramiento por EEUU.
El intento de Francia de utilizar las protestas de los rusos frente a la apisonadora estadounidense para proponer que las tropas rusas de la IFOR se pusieran bajo su control, para con ello meter una cuña en la alianza ruso-norteamericana, acabó en lamentable fracaso y aquellas tropas se han puesto bajo el mando de EEUU. Por si fuera poco, Washington ha hincado más aún el clavo insistiendo en que las verdaderas negociaciones se habían verificado en Dayton y que la conferencia prevista en París en diciembre no sería más que una confirmación de las decisiones tomadas en y por Estados Unidos.
Y así, gracias ante todo a su potencial militar en un mundo en el que la ley en vigor en la jungla imperialista es la ley del más fuerte, la primera potencia mundial no sólo ha logrado afianzar espectacularmente sus posiciones en la antigua Yugoslavia, sino que además les ha bajado los humos a todos aquellos que pretendían y se atrevían a cuestionar su omnipotencia, y, en primera fila, el tándem franco-británico. El golpe dado a las burguesías británica y francesa ha sido tanto más duro por cuanto éstas, con su presencia en Yugoslavia, lo que quieren es defender su estatuto de potencias militares mediterráneas de primer plano y, por lo tanto, su estatuto de potencias que, aunque medianas e históricamente en declive, entienden seguir desempeñando un papel de importancia mundial. Con el reforzamiento de la presencia de los ejércitos norteamericanos en el Mediterráneo, su rango imperialista está directamente amenazado. La amplia contraofensiva americana tiene, pues, como objetivo primero el de castigar a los revoltosos franco-británicos. Pero también a Alemania le afecta esa estrategia. Para el imperialismo alemán, lo esencial es, a través de la ex Yugoslavia, el acceso al Mediterráneo y a la ruta de Oriente Próximo. Gracias a las victorias de sus protegidos croatas, había empezado a hacer realidad ese objetivo. Pero la fuerte presencia americana, al limitar su margen de maniobra, va a entorpecerlo. El que Hungría, país vinculado a Alemania, acepte servir de base de retaguardia a las tropas USA es una amenaza directa para los intereses del imperialismo alemán. Todo con firma que la alianza de la primavera de 1995 entre EEUU y Alemania sólo fue momentánea. EEUU se apoyó en Alemania, a través de los croatas, para restablecer sus posiciones, pero una vez alcanzado ese objetivo, se acabó el dejar actuar libremente a su competidor más peligroso, la única de las grandes potencias con capacidad para convertirse en jefe de un nuevo bloque imperialista.
En esa zona estratégica vital que es el Mediterráneo, EEUU ha hecho la demostración patente de quién “corta el bacalao”, asestando un golpe muy serio a todos sus rivales en gangsterismo imperialista en la parte del mundo que sigue siendo más que nunca la baza decisiva entre los tahúres imperialistas, o sea, Europa. Y al recordar la burguesía americana que está bien decidida a utilizar su fuerza militar, es a escala mundial donde quieren llevar a cabo la contraofensiva, pues es a nivel mundial donde se planeta el problema de la defensa de una supremacía amenazada por la creciente tendencia a tirar cada uno por su lado y por el lento ascenso del imperialismo alemán. En Oriente Próximo, de Irak a Irán, pasando por Siria, por todas partes está Estados Unidos acentuando la presión para imponer el “orden americano”, aislando o desestabilizando a los Estados que se resisten a los dictados de Washington y se ponen a escuchar los cantos de sirena europeos o japoneses. EEUU está intentando expulsar al imperialismo francés de sus cotos de caza de África. Favorece la acción de los islamistas en Argelia, no vacila en fomentar bajo mano lo que hasta hoy parecía ser el arma de los imperialismos débiles, el terrorismo ([2]). No son sin duda ajenos a las revueltas que han afectado a Costa de Marfil y a Senegal y cuando París intenta estabilizar sus relaciones con la fracción en el poder en Ruanda, el primer resultado de la nueva misión del incombustible Jimmy Carter es una nueva degradación de las relaciones entre Kigali y París. En Asia, la primera potencia mundial alterna la zanahoria y el palo para meter en vereda a quienes ponen en entredicho su prepotencia, enfrentándose a un Japón que cada día soporta peor la tutela americana (como así ha quedado patente con las manifestaciones masivas contra las bases en Okinawa), y a China, la cual quiere aprovecharse del final de los bloques para afirmar sus pretensiones imperialistas, incluso cuando éstas se oponen a los intereses de Estados Unidos. Recientemente, EEUU ha conseguido imponer el mantenimiento de sus bases militares en Japón.
Pero sin duda ha sido el viaje triunfal que acaba de realizar Clinton en Irlanda lo que mejor ilustra la determinación de la burguesía estadounidense para castigar a “los traidores” y restablecer sus posiciones. Imponiendo a la burguesía británica la reanudación de las negociaciones con los nacionalistas irlandeses, haciendo clara ostentación de sus simpatías por Adams, jefe del Sinn Fein (rama política del IRA), Clinton dirige un mensaje a Gran Bretaña que nos permitimos transcribir, en términos menos diplomáticos, así: “si no te portas bien y no vuelves a mejores sentimientos hacia el amigo americano, has de saber que ni siquiera en tu propio suelo estás al abrigo de represalias”. Con ese viaje, Washington ejerce una fuerte presión sobre su ex aliado británico, una presión a la medida del divorcio ocurrido en la más antigua y firme alianza imperialista del siglo XX. Sin embargo, el hecho mismo de que los norteamericanos estén obligados a usar semejantes métodos para hacer volver al redil a la burguesía que le era más próxima, es testimonio también de los límites, a pesar de los innegables éxitos, de la contraofensiva estadounidense.
Los límites de la contraofensiva
Como los propios diplomáticos lo reconocen, los acuerdos de Dayton no han solucionado nada de fondo, tanto en lo que al futuro de Bosnia se refiere (dividida en dos e incluso en tres entidades) como sobre el antagonismo fundamental que enfrenta a Zagreb con Belgrado. Esta “paz” no es más que una tregua fuertemente armada, ante todo porque los acuerdos impuestos por Estados Unidos no son sino un momento más en la relación de fuerzas que enfrenta a Washington con las demás grandes potencias imperialistas. Por ahora, esa relación de fuerzas se inclina claramente a favor de EE UU, país que ha obligado a sus rivales a ceder, pero EE UU sólo ha ganado una batalla y, ni mucho menos, la guerra misma. La lenta erosión de su preponderancia mundial ha sido limitada, pero no por ello ha cesado.
Ninguna potencia imperialista puede pretender rivalizar en el terreno estrictamente militar con la primera potencia mundial, lo cual es para ésta una baza capital contra sus contrincantes, limitándoles así su margen de maniobra. Pero las leyes del imperialismo les obligan -aunque sólo sea para subsistir en el ruedo imperialista- a seguir intentando por todos los medios quitarse de encima la pesada tutela americana. Y al no poder oponerse directamente a EEUU, recurren a lo que podría llamarse una estrategia de “rodeo”.
Francia y Gran Bretaña han tenido que aceptar la retirada de la Unprofor y de la FRR para dejar paso a la IFOR, pero si participan en esta fuerza con un contingente que, sumando las tropas francesas a las británicas, es de una importancia casi equivalente a la de las tropas desplegadas por Clinton, eso significa que no van a doblegarse dócilmente ante el mando norteamericano. Con una fuerza así, el tándem franco-británico se da los medios necesarios para defender sus prerrogativas imperialistas y por lo tanto para intentar contrarrestar, a la primera ocasión, la acción que emprenda Washington. El sabotaje será más fácilmente realizable que en la guerra del Golfo, primero a causa de la naturaleza del terreno, segundo, porque esta vez Londres y París están en el mismo campo, el de los oponentes a la política americana y, tercero, porque el contingente de EEUU es mucho menos impresionante que el de la “Tempestad del desierto”. Si Francia y Gran Bretaña han aumentado más todavía su presencia militar en la ex Yugoslavia, es, pues, para mantener intacta su capacidad para poner la mayor cantidad de trabas posibles a Estados Unidos, a la vez que conservan los medios para intentar poner freno al avance del imperialismo alemán en la región.
También es significativa de esa estrategia de rodeo, la ruidosa preocupación de la burguesía francesa por los barrios serbios de Sarajevo; Chirac ha mandado una carta, sobre ese tema, a Clinton y los oficiales franceses de Unprofor en Sarajevo han expresado su apoyo a las manifestaciones nacionalistas serbias. Ante la firmeza de Washington, París retrocede, pretendiendo que no ha sido más que una torpeza de un general a quien relevan del mando. Pero no es más que diferir las cosas hasta la próxima ocasión. Otro ejemplo es la buena operación realizada por Francia con las elecciones en Argelia y la confortable elección del preferido de la burguesía francesa, el siniestro Zerual. Las maniobras de París en torno al pretendido “encuentro fallido” entre Chirac y Zerual en Nueva York permitieron a Francia hacer suya la reivindicación norteamericana de “elecciones libres” en Argelia. Estados Unidos se ha visto así en la imposibilidad de seguir criticando los resultados de una elección con una participación tan importante.
La reciente decisión francesa de acercarse a las estructuras de la OTAN, con la presencia desde ahora permanente del jefe de estado mayor del ejército francés, ilustra la misma estrategia. A sabiendas de que es incapaz de luchar en igualdad con la burguesía americana, la francesa hace, dentro de una OTAN dominada por EEUU, lo mismo que Gran Bretaña en una Unión Europea (UE) dominada por Alemania: integrarse en ella para sabotear su política.
Con la cumbre euromediterránea de Barcelona, Francia ha intentado también meterse en el terreno de EEUU. Por un lado intenta reforzar los vínculos de Europa con los principales protagonistas del conflicto de Oriente Próximo, Siria e Israel, cuando Estados Unidos ha dejado a Europa reducida al papel de simple espectador del “proceso de paz”. Por otro lado, Francia se opone a las maniobras de desestabilización de las que es víctima en el Magreb con una posible coordinación de las políticas de seguridad frente al terrorismo islamista. Si los resultados de esa cumbre son limitados, no hay que subestimarlos a la hora en que EE UU refuerza su presencia en el Mediterráneo y lo hace todo por imponer la “pax americana” en Oriente Próximo.
Pero donde mejor pueden verse los límites de la contraofensiva de EEUU es en el mantenimiento e incluso el reforzamiento de la alianza franco-británica. Esta se ha desarrollado en los últimos meses en aspectos tan esenciales como la cooperación militar, la intervención en la ex Yugoslavia y la coordinación de la lucha contra el terrorismo islamista. Después de haber hecho ostentación del apoyo a la reanudación de las pruebas nucleares francesas, la burguesía británica provoca directamente a Washington aceptando ayudar a París contra un terrorismo islamista teledirigido por EE UU. Esto pone de relieve la profundidad de la distancia tomada por Gran Bretaña respecto a Estados Unidos.
Todo eso es ilustración de la importancia de los obstáculos ante los que se encuentra EEUU para frenar y superar la crisis de su hegemonía. EEUU podrá marcar tantos importantes contra sus adversarios, obtener éxitos espectaculares, pero no podrá construir ni imponer en torno a sí un orden que se parezca un mínimo a lo que prevalecía en la época del bloque occidental regentado por él. La desaparición de los dos bloques imperialistas que impusieron su férreo dominio sobre el planeta durante más de cuarenta años, al acabar con el chantaje nuclear mediante el cual los dos jefes (EEUU y URSS) imponían sus dictados a todos los miembros de su bloque, ha dado rienda suelta a la tendencia de cada cual por su cuenta, tendencia que se ha hecho dominante en las “relaciones” imperialistas. En cuanto Estados Unidos saca pecho y hace alarde de su superioridad militar, todos sus rivales se achantan, pero el retroceso es táctico y momentáneo, y en modo alguno significa vasallaje y sumisión. Cuanto más se esfuerza EEUU en afirmar su predominio imperialista, recordando con brutalidad quién es el más fuerte, tanto más determinados se muestran los cuestionadores del orden americano en discutirlo, pues para éstos su capacidad para conservar su rango en el ruedo imperialista es cuestión de vida o muerte.
El éxito de EEUU durante la guerra del Golfo de 1991 fue efímero y vino seguido por una sensible agravación de la puesta en entredicho de la autoridad de ese país a escala mundial. Y de esto, el divorcio entre Gran Bretaña y Estados Unidos es la manifestación más patente. La operación montada por el poder norteamericano en la ex Yugoslavia, a pesar de su éxito actual, no es más que un pálido reflejo de la desplegada en Irak. Las ventajas ganadas desde el verano de 1995 por la primera potencia mundial no podrán cambiar fundamentalmente la tendencia al debilitamiento de su supremacía en el mundo, por mucha que sea su superioridad militar.
Cada uno para sí – Inestabilidad de las alianzas imperialistas
“Cada uno para sí”, eso es lo que define cada día más las relaciones imperialistas. Esa es la raíz del debilitamiento de la superpotencia norteamericana, pero no es ella la única en sufrir las consecuencias. Todas las alianzas imperialistas, incluso las más sólidas, se ven afectadas. Estados Unidos no puede resucitar un bloque imperialista a sus órdenes, pero a su contrincante más peligroso, el único país que podría esperar ser un día capaz de dirigir un bloque imperialista, Alemania, le ocurre otro tanto. El imperialismo alemán ha marcado muchos tantos en el escenario imperialista (en la ex Yugoslavia, donde se ha acercado a su objetivo de acceder al Mediterráneo y a Oriente Próximo a través de Croacia; en Europa del Este, en donde está sólidamente implantada; en África, en donde no vacila en sembrar la confusión en las zonas de influencia francesa; en Asia, en donde intenta desarrollar sus posiciones; en Oriente Próximo y Medio, don de desde ahora hay que contar con ella; sin olvidar Latinoamérica). Por todas partes, el imperialismo alemán tiende a afirmarse como potencia de primer orden frente a Estados Unidos a la defensiva y a los “suplentes” Francia y Gran Bretaña, utilizando a fondo su poderío económico, pero también cada día más, aunque discretamente, su fuerza militar. Con el arsenal de armas convencionales recuperadas de la antigua Alemania del Este, Alemania es ya hoy el segundo vendedor de armas del mundo, lejos por delante de Francia y Gran Bretaña reunidas. Y nunca antes, desde 1945, el ejército alemán había estado tan presente. Este avance corresponde a la tendencia embrionaria hacia un bloque alemán, pero conforme el imperialismo alemán va mostrando su potencia, van surgiendo ante él nuevos obstáculos. Cuantos más músculos enseña Alemania, más distancias toma Francia, su más fiel y sólido aliado, respecto a ese vecino tan poderoso. Desde la ex Yugoslavia hasta la reanudación de las pruebas nucleares francesas, cuyo mensaje va sobre todo dirigido a Alemania, pasando por el futuro de Europa, las fricciones se han ido acumulando entre ambos Estados, mientras que, al contrario se estrechaban excelentes lazos entre Gran Bretaña, viejo e irreducible enemigo de Alemania, y Francia. La multiplicación de los encuentros entre Chirac y Kohl y las declaraciones calmantes que les siguen no deben engañar a nadie. Son más el signo de la degradación que de la buena salud de las relaciones franco-alemanas. El conjunto de factores políticos, geográficos e históricos, en el marco de la tendencia dominante de cada cual para sí, está llevando a un enfriamiento de la alianza franco-alemana. Ésta se había forjado, por un lado, durante la guerra fría en el marco del “bloque occidental” y por otro lado servía, en la parte francesa, para contrarrestar la acción del caballo de Troya de Estados Unidos en la Comunidad europea, o sea, Gran Bretaña. Al haber desaparecido esos dos factores (con la desaparición del bloque del Oeste y la muy sensible distanciación de la burguesía británica respecto a su tutor americano), Francia, asustada por la potencia de su vecino Alemania, que la ha invadido en tres ocasiones desde 1870, es empujada a un acercamiento con Gran Bretaña, tanto para resistir mejor a la presión venida del otro lado del Atlántico como para protegerse de la tan poderosa Alemania. Francia y Gran Bretaña, imperialismos declinantes ambos, intentan poner en común lo que les queda de potencia común para defenderse frente a Washington y Berlín. Ésa es la raíz de la solidez del eje París-Londres en la antigua Yugoslavia, y más todavía porque esas dos potencias militares mediterráneas no pueden aceptar ver su estatuto desvalorizado por un avance alemán o una presencia americana demasiado fuerte.
Es cierto que no pueden quedar cortados todos los puentes entre Francia y Alemania a causa de sus estrechos vínculos y el largo pasado de relaciones entre ambos países, sobre todo en el plano económico. Pero la alianza franco-alemana se parece cada día más a un recuerdo, entorpeciéndose así considerablemente la tendencia a la formación de un futuro bloque imperialista en torno a Alemania.
La tendencia de “cada cual para sí”, engendrada por la descomposición del sistema capitalista, desencadenada por el final de los bloques imperialistas, corroe las alianzas imperialistas más sólidas, la de Gran Bretaña con Estados Unidos, o la de Francia con Alemania, aunque ésta no tuviera la misma solidez y antigüedad. Esto no significa que ya no habrá más alianzas imperialistas. Todo imperialismo, para sobrevivir debe establecer alianzas. Pero éstas son ahora más inestables, más frágiles y expuestas a inversiones. Algunas tendrán una solidez relativa, como la franco-británica actual, pero incomparable con la que desde hace un siglo vinculaba a Londres con Washington o, incluso, la de Bonn y París desde la Segunda Guerra mundial. Otras serán de geometría variable, unas veces con uno sobre tal problema, otras con otro en un frente diferente.
El único resultado de todo eso será el de un mundo todavía más inestable y peligroso si cabe, en el que la generalización de la guerra de todos contra todos entre las grandes potencias desembocará en nuevas guerras, sufrimientos y destrucciones para la gran mayoría de la humanidad. El uso de la fuerza bruta, a imagen de lo que hacen los grandes Estados pretendidamente civilizados en la ex Yugoslavia, no cesará de incrementarse. Ahora que el capitalismo mundial va a volver a vivir una nueva recesión abierta que empujará a la burguesía a asestar más y más golpes a la clase obrera, ésta debe recordar que capitalismo equivale a miseria, pero también a guerra y a su siniestro e indecible cortejo de barbarie. Y la clase obrera deberá también recordar que sólo ella, con su lucha, podrá ser capaz de poner fin a esa barbarie.
RN, 11 de diciembre de 1995