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Como continuación de la serie sobre el sindicalismo revolucionario que venimos publicando desde la Revista internacional nº 118, iniciamos ahora un estudio de la experiencia de la CNT española. Actualmente, una nueva generación de obreros se va comprometiendo progresivamente en la lucha de clase contra el capitalismo. En el combate muchas preguntas se plantean. Una de las más recurrentes es la cuestión sindical. Si bien los grandes sindicatos provocan una desconfianza notoria, la idea de un “sindicalismo revolucionario” despierta una cierta atracción pues supondría, al menos en teoría, “organizarse fuera de los redes del Estado tratando de unificar la lucha inmediata y la lucha revolucionaria”. El estudio de las experiencias de la CGT francesa y de la IWW norteamericana ha mostrado que esa idea es tan imposible como utópica, pero el caso de la CNT, como vamos a ver a continuación, es todavía más elocuente.
Desde principios del siglo xx, la historia ha ido mostrando, a fuerza de experiencias repetidas, que Sindicalismo y Revolución son dos términos antitéticos que no pueden ir unidos.
Las condiciones del capitalismo español
y la influencia del anarquismo
Hoy, CNT y anarquismo son dos términos que se presentan como unidos e inseparables. El anarquismo, que estuvo ausente en los grandes movimientos obreros del siglo xix y xx ([1]), presenta a la CNT como la prueba de que puede crear alrededor de su ideología particular una gran organización de masas con un papel decisivo en las luchas obreras que tuvieron lugar en España desde 1919 hasta 1936. Sin embargo, no fue el anarquismo quien creó la CNT, los hechos históricos prueban, al contrario, que ésta se dio en sus inicios una orientación sindicalista revolucionario. Aunque, evidentemente, eso no significa que el anarquismo no estuviera presente en su fundación y no imprimiera su marca en su evolución ([2]).
Como ya hemos expuesto en otros artículos de esta serie –no vamos a repetirlo aquí– el sindicalismo revolucionario es una tentativa de respuesta a las nuevas condiciones que planteaban al movimiento obrero el fin del apogeo del capitalismo y la progresiva entrada en su periodo histórico de decadencia –manifestado claramente por la gigantesca hecatombe de la Primera Guerra mundial. Frente a esa realidad, sectores crecientes de la clase obrera constataban el oportunismo galopante de los partidos socialistas –corroídos por el cretinismo parlamentario y el reformismo– y la burocratización y el conservadurismo de los sindicatos. Aparecieron dos respuestas: por un lado, una tendencia revolucionaria dentro de los Partidos socialistas (la izquierda constituida por grupos cuyos militantes más destacados fueron Lenin, Rosa Luxemburgo, Pannekoek, etc.); la otra fue la del sindicalismo revolucionario.
En España se dan igualmente esas condiciones históricas generales, aunque deformadas por el atraso y las particulares contradicciones del capitalismo español. Dos de estas tuvieron un peso importante que contagió negativamente al proletariado de la época.
La primera era la ausencia evidente de unificación y centralización económica real de los diferentes territorios peninsulares que llevaban a la dispersión localista y regionalista, dando lugar a una proliferación de sublevaciones municipales cuya máxima expresión fue la insurrección republicana cantonalista de 1873. El anarquismo estaba predispuesto por su postura federalista a convertirse en el portavoz de estas condiciones históricas arcaicas: la autonomía de cada municipio o territorio que se declara soberano y que solo acepta la unión frágil y aleatoria del “pacto de solidaridad”. Como señala Peirats ([3]) en su libro La CNT en la revolución española, “Este programa [el de la Alianza de Bakunin] encajaba muy bien en el temperamento de los españoles desheredados. La versión federal introducida por los bakuninistas llovía sobre mojado puesto que avivaba reminiscencias de fueros locales, cartas pueblas y municipios medievales libres” ([4]).
Ante el atraso y las explosivas diferencias de desarrollo económico de las regiones, el Estado burgués, aunque formalmente constitucional, se había apoyado en la fuerza bruta del ejército para cohesionar la sociedad, provocando periódicas represiones dirigidas fundamentalmente contra el proletariado y, en menor medida, contra las capas medias urbanas. No sólo obreros y campesinos, sino también amplias capas de la pequeña burguesía se sentían completamente excluidos de un Estado teóricamente liberal pero violentamente represivo, autoritario y caciquil, lo que desprestigiaba totalmente la política y el sistema parlamentario. Esto provocaba un apoliticismo visceral expresado por el anarquismo pero muy extendido en el medio obrero. Estas condiciones generales marcaron, por un lado, la debilidad de la tradición marxista en España; por otro lado, la influencia considerable del anarquismo.
El grupo en torno a Pablo Iglesias ([5]) permaneció fiel a la corriente marxista en la AIT y formó en 1881 el Partido Socialista; sin embargo esta organización siempre adoleció de una debilidad política extrema, hasta el punto que Munis ([6]) decía que muchos de sus dirigentes nunca habían leído ninguna obra de Marx “Las obras más fundamentales e importantes del pensamiento teórico no habían sido traducidas. Y las pocas publicadas (Manifiesto comunista, AntiDhüring, Miseria de la filosofía, Socialismo utópico y científico) eran más leídas por los intelectuales burgueses que por los socialistas. Los escritos o discursos de Pablo Iglesias, como los de sus herederos, Besteiro, Fernando de los Ríos, Araquistáin, Prieto y Caballero, ignoran completamente el marxismo, cuando no lo contradicen deliberadamente” (Jalones de derrota, promesas de victoria) y por eso mismo, muy pronto tomó una deriva oportunista que lo convertiría en uno de los partidos más derechistas de toda la Internacional.
Por lo que concierne a la tendencia anarquista habría que dedicar un estudio detallado para comprender sus diferentes corrientes y las múltiples posiciones que adoptó, del mismo modo, sería necesario distinguir entre una mayoría de militantes generosamente entregados a la causa del proletariado y los que se hacían pasar por sus dirigentes que, salvo honrosas excepciones, contradecían a cada paso los “principios” que solemne y ruidosamente propagaban. Baste recordar la ignominiosa actuación de los secuaces directos de Bakunin en España cuando la insurrección cantonalista de 1873 que tan brillantemente denuncia Engels en su folleto Los bakuninistas en acción:
“esos mismos hombres que se dan el título de revolucionarios, autónomos, anárquicos, etc., se han lanzado en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política burguesa; no han trabajado para dar el Poder político a la clase proletaria, idea que ellos miran con horror, sino para ayudar a que conquistase el Gobierno una fracción de la burguesía, fracción compuesta de aventureros, postulantes y ambiciosos, que se denominan republicanos intransigentes” ([7]).
Tras este episodio, en medio del reflujo internacional de las luchas que siguió a la derrota de la Comuna de París, la burguesía en España desencadenaría una represión brutal que se prolongaría largo tiempo. En estas condiciones de terror estatal y confusión ideológica, la corriente anarquista sólo tenía dos certidumbres inamovibles: el federalismo y el apoliticismo. Más allá de ellas, se debatió constantemente entre el dilema: ¿llevar una acción pública para crear una organización de masas? O, ¿conducir una lucha minoritaria y clandestina basada en el lema anarquista de “la propaganda por el hecho”? Esto la sumió en la parálisis más completa. En Andalucía, esta oscilación pendular tomaba unas veces la forma de “huelga general” consistente en sublevaciones locales aisladas que eran fácilmente aplastadas por la guardia civil y a las que seguía una represión inmisericorde; mientras que otras veces, adoptaba la forma de “acciones ejemplares” (quemas de cosechas, asaltos a cortijos etc.) que eran aprovechadas por los gobiernos de turno para desencadenar nuevas oleadas represivas ([8]).
La década de 1900-1910: la tendencia a la huelga de masas
La CNT nació en Barcelona, principal concentración industrial de España, a partir de las condiciones históricas predominantes a escala mundial en la primera década del siglo xx. Como hemos visto en otros textos ([9]), la lucha obrera tendía a orientarse hacia la huelga de masas revolucionaria, de la que la Revolución rusa de 1905 constituye la manifestación más avanzada
En España igualmente, el cambio de periodo histórico se manifestó en las nuevas formas que tendieron a tomar las respuestas obreras. Dos episodios, que vamos a relatar aquí brevemente, expresan esta tendencia: la huelga de 1902 en Barcelona y la Semana trágica de 1909 también en Barcelona.
La primera partió de una huelga del sector metalúrgico en diciembre de 1901 reclamando la jornada de 8 horas. Ante la represión y la cerrazón patronal recabaron en las calles la solidaridad del proletariado barcelonés. Esta estalló de manera masiva y espontánea desde finales de enero de 1902 sin mediar la más mínima convocatoria de organizaciones sindicales o políticas. Durante varias jornadas tuvieron lugar reuniones masivas con la participación de obreros de todos los sectores. Sin embargo, dada la ausencia de eco en el resto del país, la huelga se irá debilitando progresivamente. A esta situación contribuyeron, por una parte, el sabotaje abierto por parte del Partido Socialista que llegó incluso a bloquear los fondos de solidaridad recogidos por las Trade Unions británicas y, por otra parte, la pasividad de las sociedades de tendencia anarquista ([10]). Por otra parte, la Federación de trabajadores de la región española, nuevamente reconstituida sobre la base de una orientación “apolítica” ([11]) no quiso participar dando como argumento que “los obreros de la industria metalúrgica de Barcelona no habían pertenecido jamás a ningún grupo político o social y no tenían ninguna mentalidad para asociarse” ([12]).
Esta experiencia sacudió profundamente las organizaciones obreras constituidas puesto que no había seguido los “esquemas” tradicionales de lucha: ni la huelga general concebida por los anarquistas ni las acciones de presión en un marco sectorial y estrictamente económico según la visión de los socialistas.
La Semana trágica de 1909 estalló como respuesta popular masiva contra el embarque de tropas para Marruecos ([13]), en ella vuelven a expresarse con fuerza la solidaridad activa de clase, la extensión de las luchas y la toma de la calle mediante manifestaciones callejeras, todo ello a partir de la iniciativa directa de los obreros sin ningún tipo de convocatoria o planificación previa. Se unen la lucha económica y la lucha política. Por un lado, la solidaridad de todos los sectores obreros con la huelga del textil, principal industria catalana; de otro lado, el rechazo a la guerra imperialista personificado en la movilización contra el embarque de soldados para la guerra de Marruecos. Bajo la influencia disolvente del republicanismo burgués –encabezado por el famoso demagogo Lerroux ([14])– el movimiento degenera en actos violentos estériles cuya expresión más espectacular es la quema de iglesias y conventos. Todo esto es aprovechado por el Gobierno para desencadenar otra de sus brutales oleadas de represión que adquirió formas especialmente bárbaras y sádicas.
En este medio ambiente nacerá Solidaridad obrera en 1907 (que 3 años más tarde se convertirá en la CNT). Solidaridad obrera unifica cinco tendencias existentes en el medio obrero:
– el sindicalismo “puro”, apolítico y corporativo, aunque fuertemente radicalizado;
– los socialistas catalanes, que actuaban por libre, al margen de las rígidas directrices y el esquematismo del centro madrileño;
– los sindicalistas revolucionarios, una tendencia incipiente, salida de las rangos de los sindicatos socialistas pero igualmente influida por el anarquismo ([15]).
– los anarquistas que eran, en Cataluña, partidarios de la acción sindical;
– y, finalmente, los adherentes al partido demagogo republicano de Lerroux de quien antes hemos hablado.
En esos años circulan ampliamente las tesis del sindicalismo revolucionario francés. Anselmo Lorenzo, destacado anarquista español, había traducido en 1904 la obra de Emile Pouget el Sindicato, José Prat tradujo y divulgó otras obras como la del citado Pouget, Pelloutier o Pataud ([16]). El propio Prat en su obra la Burguesía y el Proletariado (1908) condensa la esencia del sindicalismo revolucionario afirmando que éste...
“no acepta nada del orden actual; lo padece esperando tener la fuerza sindical para derribarlo. Con huelgas cada vez más generalizadas revoluciona progresivamente la clase obrera y la encamina hacia la huelga general. Sin perjuicio de arrancar a la burguesía patronal todas aquellas mejoras inmediatas que sean positivas, su objeto es la transformación completa de la sociedad actual en sociedad socialista, prescindiendo en su acción del agente político: revolucionarismo económico–social”.
La fundación de la CNT en el Congreso de 1910
Solidaridad obrera tenía previsto celebrar su Congreso en 1909 a finales de septiembre en Barcelona; sin embargo, debido a los sucesos de la Semana trágica y la represión que siguió, el congreso no pudo celebrarse, y en su lugar se produciría más tarde, en 1910 el primer Congreso de la CNT.
La organización que se ha presentado como modelo del anarcosindicalismo surgió sin embargo en base a posiciones del sindicalismo revolucionario:
“no aparece en ningún lugar la más mínima referencia al tema anarquista, ni como meta, ni como base de actuación, ni como principios, etc. Ni en el Congreso, a lo largo de sus discusiones, ni en sus acuerdos, o en los posteriores manifiestos de la Confederación hay la más mínima alusión al tema anárquico, que pudiera hacer pensar en un predominio de esta corriente política, o al menos, de su imposición en la nueva Confederación. Esta aparece como un organismo totalmente neutral, si es que por esto puede entenderse la práctica exclusiva del sindicalismo revolucionario; apolítico, en el sentido de que no participa en el juego político o proceso de gobierno de la sociedad, pero político en el sentido de que se propone sustituir al sistema actual de gobierno social por otro sistema diferente, basado en la propia organización sindical” (A. Bar, La CNT en los años rojos) ([17]).
Ahora bien, sería erróneo creer que no estaba influida por las posiciones anarquistas. El peso de éstas era evidente en los tres pilares del sindicalismo revolucionario que hemos analizado en anteriores artículos de la serie al valorar la experiencia de la CGT francesa y de los IWW norteamericanos: el apoliticismo, la acción directa y la centralización.
El apoliticismo
Como hemos visto en los artículos precedentes de esta serie, el sindicalismo revolucionario pretende sobre todo “bastarse a sí mismo”: el sindicato debe ofrecer a la clase obrera su organización unitaria de lucha, el medio de organización de la sociedad futura e igualmente el marco para la reflexión teórica, aunque la importancia de esta última es ampliamente subestimada. Las organizaciones políticas eran a menudo consideradas como inútiles más que nocivas. En Francia, esta corriente desarrolló al menos trabajos teóricos y reflexiones, a través de los que, por ejemplo, llegaron sus posiciones a España. Pero aquí, al contrario, el sindicalismo revolucionario tenía una vocación eminentemente “práctica”; no produjo apenas ningún trabajo teórico y se puede decir que sus documentos más importantes son las resoluciones de sus congresos, en los que el nivel de las discusiones era realmente limitado.
“El sindicalismo revolucionario español fue fiel a uno de los principios básicos del sindicalismo: ser un modo de acción, una práctica, y no una mera teoría; por lo que, al contrario de lo que ocurrió en Francia, es muy difícil encontrar trabajos teóricos del sindicalismo revolucionario español... Las manifestaciones más claras de sindicalismo revolucionario son precisamente los documentos de las organizaciones, los manifiestos y acuerdos, tanto de Solidaridad Obrera como de CNT. Ellos son los que demuestran la existencia de un sindicalismo revolucionario español y que no todo el sindicalismo español fue anarquista, fue anarcosindicalismo” (A. Bar, obra citada).
Llama la atención que el congreso no dedicara ninguna sesión a la situación internacional, ni al problema de la guerra. Aún más significativo que no se discutiera absolutamente nada de los recientes acontecimientos de la Semana Trágica que encerraban una multitud de problemas candentes (la guerra, la solidaridad directa en la lucha, el papel nefasto del republicanismo lerrouxista) ([18]). Ahí podemos ver la despreocupación por un análisis de las condiciones de la lucha de clases y del periodo histórico, la dificultad para la reflexión teórica y consecuentemente para sacar lecciones de las experiencias de luchas. En su lugar, toda una sesión se consagró a un debate embrollado e inacabable sobre cómo debía interpretarse la fórmula “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores” que se tradujo en la proclamación de que sólo los trabajadores manuales podían llevar esa lucha y que los trabajadores intelectuales debían ser apartados y aceptados únicamente como “colaboradores”.
La acción directa
Este punto era el que la mayoría de obreros consideraban que diferenciaba la práctica de la UGT socialista y la nueva organización, la CNT. De hecho podría decirse que está en la base misma de la constitución de la CNT como sindicato a escala nacional (no sólo en Cataluña como al principio):
“La iniciativa de convertir Solidaridad Obrera en Confederación española partió, no de esta misma Confederación, sino de muchas entidades fuera de Cataluña, que ávidas de solidarizarse con las sociedades que hoy no se hallan dentro de la Unión General de Trabajadores en cambio ven con simpatía los medios de la lucha directa» (José Negre, citado por A. Bar, op. cit.).
Numerosas agrupaciones obreras de otras regiones españolas estaban hartas del reformismo cretino, la rigidez burocrática y el “quietismo” –como reconocían muchos socialistas críticos– de la UGT. Por eso acogieron con entusiasmo la nueva central obrera que preconizaba la lucha directa de masas y una perspectiva revolucionaria aunque fuera ésta bastante indefinida. Sin embargo, conviene aclarar un malentendido: no es lo mismo acción directa que huelga de masas. Las luchas que estallan sin convocatoria previa como producto de una maduración subterránea, las asambleas generales donde los obreros piensan y deciden juntos, las acciones callejeras masivas, la organización directa de los obreros mismos sin esperar directrices de los dirigentes, los rasgos que van a caracterizar la lucha obrera en el periodo histórico de la decadencia del capitalismo no tienen nada que ver con la acción directa. Esta consiste en grupos espontáneos de afinidad que realizan acciones minoritarias de “expropiación” o de “propaganda por el hecho”. Los métodos de la huelga de masas emanan de la acción colectiva e independiente de los obreros; mientras que los métodos de la acción directa dependen de la “voluntad soberana” de pequeños grupos de individuos. Esta amalgama entre “acción directa” y los nuevos métodos de lucha desarrollados por la clase en Rusia 1905 o en las experiencias de Barcelona (1902 y 1909) que acabamos de mencionar, produjo una enorme confusión que arrastraría la CNT a lo largo de su historia.
Esta confusión se reflejó en un debate estéril entre adversarios y partidarios de la “huelga general”. Los miembros del PSOE se oponían a la huelga general viendo en ella el planteamiento abstracto y voluntarista del anarquismo consistente en arrojarse sobre tal o cual lucha para “transformarla arbitrariamente en revolución”. De la misma forma que sus correligionarios de otros partidos socialistas europeos, no alcanzaban a comprender que el cambio de condiciones históricas hacía que la Revolución dejara de ser un lejano ideal para convertirse en el eje alrededor del cual deben reunirse todos los esfuerzos de lucha y conciencia de la clase ([19]). Al rechazar la visión anarquista de la revolución “sublime, grande y majestuosa”, ignoraban y rechazaban también los cambios concretos en la situación histórica.
Frente a ellos, los sindicalistas revolucionarios englobaban en el odre viejo y completamente tributario del sindicalismo de la huelga general, su voluntad sincera de tomar la lucha a cargo, de desarrollar asambleas y luchas masivas. Las tesis de la “acción directa” y de la “huelga general”, tan radicales aparentemente, debía limitarse al terreno económico y aparecía así como un economicismo sindical más o menos radicalizado; no expresaba la profundidad de la lucha, sino sus limitaciones:
“La Confederación y las secciones que la integran lucharán siempre en el más puro terreno económico, o sea en el de la acción directa” (Estatutos).
La centralización
Una gran parte de la discusión se dedicó a la cuestión organizativa; ¿cómo debía estar estructurado orgánicamente un sindicato a nivel nacional?
El rechazo de la centralización y el federalismo más extremo hicieron que en este punto triunfaran las posiciones anarquistas. La CNT adoptará en su primera etapa (hasta el cambio que significó el congreso de 1919) una organización completamente anacrónica basada en la yuxtaposición de sociedades de oficios por un lado y federaciones locales de otro.
Mientras los soviet de 1905 en Rusia mostraban la unidad de la clase obrera como una fuerza social revolucionaria, que se organizaba de manera centralizada confluyendo en el soviet de Petersburgo, por encima de sectores y categorías, y abierto a la intervención de las organizaciones políticas revolucionarias, la CNT aprobaba proposiciones que iban desgraciadamente en sentido contrario.
Por un lado, influidos por el federalismo en respuesta a la miseria extrema y a la brutalidad odiosa del régimen capitalista, los grupos locales se lanzaban a insurrecciones periódicas que desembocaban en la proclamación del comunismo libertario en un municipio, a lo cual el poder burgués respondía con una salvaje represión. Esto se produjo con frecuencia en Andalucía en los 5 años que precedieron al estallido de la Primera Guerra mundial. Pero igualmente se daba en regiones de agricultura avanzada como en Valencia. Un ejemplo: en 1912, en Cullera, rica población agro-industrial, estalla un movimiento de jornaleros que toma el Ayuntamiento y proclama el “comunismo libertario” en la localidad. Totalmente aislados, los obreros sufrieron una salvaje represión de las fuerzas combinadas del ejército y la guardia civil.
Por otro lado, las agrupaciones obreras caían en el corporativismo ([20]). El método de este último es calcar la organización obrera sobre la base de las múltiples y complicadas subdivisiones de la organización capitalista de la producción lo cual propaga en los obreros una mentalidad estrecha de “zapatero a tus zapatos”. Para el corporativismo, la unidad no consiste en la reunión de todos los trabajadores, cualquiera que sea la categoría o la empresa a la que pertenezcan, en único colectivo, sino el establecimiento de un “pacto de solidaridad y defensa mutua” entre partes independientes y soberanas de la clase obrera. Esto queda consagrado por el Reglamento adoptado por el Congreso que admite incluso la existencia de dos sociedades del mismo oficio en una misma localidad.
Conclusión
El Congreso de 1910 se vio atravesado por un tema muy significativo. El mismo día de su comienzo, los obreros de Sabadell (localidad industrial próxima a Barcelona) estaban en huelga generalizada en solidaridad con sus compañeros de Seydoux golpeados por varios despidos disciplinarios. Los huelguistas enviaron delegados al Congreso pidiendo que se declarara la huelga general en solidaridad. El Congreso mostró un entusiasmo muy grande y una fuerte corriente de solidaridad. Sin embargo, adoptó una resolución basada en las más rancias concepciones sindicalistas cada vez más sobrepasadas por el viento fresco de la lucha obrera de masas:
“Proponemos al Congreso acuerde como medida de solidaridad a los huelguistas sabadellenses que todos los delegados presentes lleven al ánimo de sus respectivas entidades el deber ineludible que tienen de cumplir los acuerdos de las asambleas de delegados de Solidaridad obrera de Barcelona, de auxiliar materialmente a los huelguistas”.
Este acuerdo confuso y vacilante, supuso una ducha helada para los obreros sabadellenses que acabaron volviendo al trabajo completamente derrotados.
Este episodio simboliza la contradicción en la que se iba a mover la CNT en el periodo siguiente. De un lado, latía en su seno una vida obrera impetuosa deseosa de dar respuesta a la situación cada vez más explosiva en la que tendía a hundirse el capitalismo. Pero de otra parte, el método de respuesta, el sindicalismo revolucionario, se iría mostrando cada vez más inadecuado y contraproducente, cada vez más como un obstáculo y no como un estímulo.
Todo esto lo veremos en el próximo artículo donde analizaremos la acción de la CNT en el tormentoso periodo de 1914-1923: la CNT ante la guerra y la revolución.
RR y CMir 15 de junio de 2006
[1]) Su influencia fue muy limitada en la Comuna de París mientras que en 1905 y 1917 su presencia fue insignificante
[2]) El prólogo a un libro con las Actas del Congreso de Constitución de la CNT (Editorial Anagrama 1976), reconoce que la CNT “no era ni anarco-colectivista ni anarco-comunista ni siquiera plenamente sindicalista revolucionaria sino apolítica y federal”.
[3]) Entre los historiadores anarquistas es uno de los más conocidos y destacados por su rigor. La obra citada es considerada como uno de los puntos de referencia en le medio anarquista español.
[4]) Unas páginas más adelante, Peirats desarrolla la idea siguiente: «como contrapartida al espíritu unitario, reflejo este de una geografía unitaria –la de la meseta– los bordes peninsulares, con sus sistemas de montañas, sus vegas y sus valles, forman un círculo de compartimientos a los que corresponden variedades infinitas de tipos, lenguas y tradiciones. Cada zona o recodo de este quebrado paisaje representa una entidad soberana, celosa de sus instituciones, orgullosa de su libertad. He aquí la cuna del federalismo ibérico. Esta configuración geográfica fue siempre un semillero de autonomías lindantes, a veces, con el separatismo, réplica éste del absolutismo (…) Entre el separatismo y el absolutismo se yergue el federalismo. Se basa éste en la libre y voluntaria vinculación de todas las autonomías, desde la del individuo hasta la de las regiones naturales o afines, pasando por el municipio libre. La calurosa acogida que tuvieron en España ciertas influencias ideológicas procedentes del exterior, lejos de desmentir, afirman la existencia –apenas mitigada por siglos de extorsión- de un federalismo autóctono (…) Los emisarios bakuninistas sembraron su federalismo, el libertario, entre la clase obrera española» (ob. cit. página 18). La clase obrera, por su trabajo asociado a escala internacional, representa la unificación consciente –y por tanto libremente asumida- de toda la humanidad. Esto se opone radicalmente al federalismo que es una ideología que refleja la dispersión, la fragmentación, ligadas, por un lado, a la pequeña burguesía y, de otro lado, a formas de producción arcaicas que precedieron al capitalismo.
[5]) Pablo Iglesias (1850-1925) fundador y dirigente del PSOE hasta su muerte
[6]) Revolucionario español (1911-1989) procedente de la Oposición de izquierdas de Trotski. Rompió con dicha Oposición por la capitulación de ésta ante la Segunda Guerra mundial, defendiendo las posiciones de clase. Fundador del grupo FOR: Fomento obrero revolucionario. Ver en Revista internacional nº 58 nuestro artículo “En memoria de Munis, militante de la clase obrera”.
[7]) Ver archivo de autores marxistas: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873-bakun.htm.
[8]) En 1882-1883, el Estado desencadenó una feroz represión contra los jornaleros y los anarquistas, justificándola con la lucha contra una sociedad que organizaba atentados: la Mano negra. Nunca se ha probado que existiera tal sociedad.
[9]) Ver a partir de la Revista internacional nº 120 nuestra serie sobre 1905.
[10]) El historiador de tendencia abiertamente anarquista, Francisco Olaya Morales, en su libro Historia del movimiento obrero español (1900-1936) aporta el testimonio siguiente: «a finales de diciembre, el Comité de huelga contactó algunas sociedades de tendencia anarquista, pero éstas se negaron a unirse al comité invocando que éste había transgredido las reglas de la acción directa» (sic).
[11]) Volveremos ulteriormente sobre esta experiencia.
[12]) Ver el libro de Olaya citado en la nota 10.
[13]) El capital español, en defensa de sus propios intereses imperialistas –buscarse una serie de territorios coloniales aprovechando los desperdicios que no querían las grandes potencias- se había comprometido en una costosa guerra en Marruecos que requería un continuo envío de tropas que sangraba a obreros y campesinos: muchos jóvenes sabían que el destino marroquí iba a suponer su muerte o el verse inválidos para toda la vida, junto con las penurias de la vida cuartelaria.
[14]) Individuo turbio y aventurero (1864-1949), fundador del Partido radical, que tuvo un gran peso en la política española hasta los años 30.
[15]) A diferencia de la experiencia francesa (ver los artículos de esta serie en los números 118 y 120 de la Revista internacional) o de la experiencia de los IWW de Estados Unidos (ver los números 124 y 125), en España no hay obras ni siquiera artículos a través de los cuales se exprese una tendencia sindicalista revolucionaria diferenciada. Ésta se formará a partir de unas sociedades de oficios que habían roto con la UGT (sindicato socialista) y también por anarquistas más abiertos a las diferentes tendencias del movimiento obrero, como José Prat del que hablaremos a continuación.
[16]) Teóricos del sindicalismo revolucionario francés. Ver el artículo antes citado en la Revista internacional nº 120.
[17]) El historiador de tendencia anarquista, Francisco Olaya Morales, en su libro antes citado, cuando se refiere al periodo de fundación de la CNT deja claro (páginas 277 y siguientes) que los socialistas participaron en la fundación y en la primera etapa de la CNT. Cita a José Prat, autor anarquista aunque independiente, del que antes hemos hablado, que mostró una posición abierta y favorable a dicha participación
[18]) Sólo hubo una mención muy de pasada al problema doloroso de los numerosos presos.
[19]) Es el problema que captará por aquellos años Rosa Luxemburgo al examinar la gigantesca huelga de masas de 1905: “La guerra económica incesante que los obreros libran contra el capital mantiene despierta la energía combativa incluso en las horas de tranquilidad política; de alguna manera constituye una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre fuerzas frescas. Al mismo tiempo, el trabajo infatigable de corrosión reivindicativa desencadena aquí o allá conflictos agudos a partir de lo cual estallan bruscamente las batallas políticas. La lucha económica presenta una continuidad, es el hilo que vincula los diferentes núcleos políticos; la lucha política es una fecundación periódica que prepara el terreno a las luchas económicas. La causa y el efecto se suceden y alternan sin cesar y de este modo el factor económico y el factor político, lejos de distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente como lo pretende el esquema pedante, constituyen en un periodo de huelga de masas dos aspectos complementarios de las luchas de clases proletarias en Rusia” (Huelga de masas, partido y sindicatos).
[20]) Podemos citar un ejemplo del peso de este corporativismo: en 1915, el comité de Reus (pequeña aglomeración industrial de Cataluña) –dominado en este caso por los socialistas– firmó un acuerdo con la Patronal a espaldas de las obreras en huelga lo que llevó a una derrota de estas. Las peticiones que las obreras hicieron al Comité de hacer campaña por una huelga general de solidaridad cayeron en saco roto. El Comité, dominado por hombres, manifestó un desprecio hacia las reivindicaciones de las mujeres e hizo prevalecer los intereses del sector –la metalurgia– del cual era mayoritariamente emanación, en detrimento del interés fundamental de la clase obrera en su conjunto constituido por la necesaria solidaridad con las camaradas obreras en lucha.