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Rivalidades imperialistas
Los «humanitarios» al servicio de la guerra
Durante estas últimas semanas, el intenso tira y afloja diplomático y las declaraciones contradictorias que se han multiplicado en torno a la «fuerza de ayuda a los refugiados» de la región de los Grandes Lagos, ha acabado en farsa macabra: ¿se desplegará?, ¿se efectuarán lanzamientos de víveres? ¿quedarán todavía refugiados?. Esa comedia hipócrita y repugnante sobre la «ayuda humanitaria» no sirve, una vez más, sino de cortina de humo con la que ocultar las intervenciones de las grandes potencias en la defensa de sus sórdidos intereses imperialistas y ajustar sus cuentas sobre los cuerpos de las poblaciones locales. Las atrocidades en el este de Zaire no tienen nada de «exóticas», nada tienen que ver con no se sabe qué costumbres tribales, como tampoco los bombardeos y las matanzas a repetición en Oriente Medio son «algo típico» de la región. No son más que otras ilustraciones de un mundo capitalista que se agrieta por todas partes. Desde Oriente Medio a África, desde la ex Yugoslavia a la ex URSS, el «nuevo orden mundial» tan cacareado hace seis años por los «grandes» no es sino el terreno de maniobras de la lucha a muerte entre potencias imperialistas y un gigantesco depósito de cadáveres para partes cada vez mayores de la población mundial.
Varios artículos en la Revista internacional (por ejemplo, las nº 85 y 87) han descrito ya ampliamente el triunfo creciente de las tendencias centrífugas («cada uno para sí»), aún subrayando los intentos cada vez más brutales del padrino estadounidense por preservar su dominación y enderezar la situación allí donde esté comprometida. El marco adecuado para comprender el estallido de las rivalidades entre tiburones imperialistas y la crisis ineluctable del liderazgo americano, por muchas reacciones en contra que tenga el gendarme mundial, lo recordábamos el la «Resolución sobre la situación internacional del XIIº congreso de Révolution internationale»: «Estas amenazas [sobre el liderazgo de Estados Unidos] provienen fundamentalmente (...) de las tendencias centrífugas («cada uno para sí»), del hecho de que hoy falta la condición principal para una verdadera solidez y estabilidad de las alianzas entre Estados burgueses en la arena imperialista, o sea, que no existe un enemigo común que amenace su seguridad. Puede que las diferentes potencias del ex bloque occidental se vean obligadas a someterse, golpe a golpe, a los dictados de Washington, pero lo que descartan es mantener una fidelidad duradera. Al contrario, todas las ocasiones son buenas para sabotear, en cuanto pueden, las orientaciones y las disposiciones impuestas por EEUU» (Revista internacional, nº 86).
Desde la interminable guerra civil entre fracciones afganas «patrocinadas» por las diferentes potencias imperialistas hasta las sordas tensiones que se intensifican en la antigua Yugoslavia, a pesar de la «pax americana» de Dayton, los acontecimientos recientes confirman plenamente la validez de ese análisis. Vamos a desarrollar más en particular, aquí, la situación en Oriente Medio y la de la región de los Grandes Lagos pues ilustran muy claramente cómo esas rivalidades provocan una extensión aterradora de la descomposición y del caos en zonas cada día más amplias del planeta.
Oriente Medio: tendencias centrífugas
y crisis del liderazgo estadounidense
La elección de Netanyahu fue ya un serio revés para Estados Unidos en una región de la mayor importancia estratégica y desde hace años «coto de caza» de EEUU. Esa elección pone también de relieve, incluso en un país tan dependiente de Estados Unidos como lo es Israel, las fuerzas centrífugas y las veleidades de hacer políticas independientes contra toda política de estabilización regional, incluso bajo la batuta del gendarme mundial.
Desde entonces, las provocaciones del gobierno de Netanyahu, con su secuela de enfrentamientos entre colonos judíos y policía de la nueva «autoridad palestina», los muertos de Gaza y Cisjordania, todo ello ha permitido justificar el endurecimiento brusco de las posturas israelíes en todas las negociaciones, llegando incluso, en nombre de la seguridad de Israel, a poner en cuestión los ya mínimos acuerdos firmados por Peres y Arafat en Oslo. En frente, las mismas tendencias centrífugas triunfan en las capitales árabes de la región: los «enemigos hereditarios» de Israel, sirios y palestinos a la cabeza, se han reconciliado, mientras que Egipto y Arabia Saudí, hasta ahora sólidos aliados de EEUU, acentúan su política de cuestionamiento abierto del imperialismo americano. El hecho de que Egipto, partícipe del acuerdo histórico de Camp David, se haya negado en redondo a participar en la cumbre de Washington convocada por Clinton para intentar arreglar las cosas, da una idea de la pérdida acelerada de control de la situación en Oriente Medio por Estados Unidos. Lo que todo eso significa es que el dominio de este país sobre toda la región, construido pacientemente durante los veinte últimos años, puede acabar desmoronándose.
El declive de la influencia de Estados Unidos hoy es necesariamente paralelo al incremento de la influencia de sus rivales imperialistas. Las ambiciones de éstos aumentan en la misma proporción que los reveses norteamericanos. El gran beneficiario de los recientes acontecimientos en Oriente Medio es, sin lugar a dudas, Francia, la cual se ha puesto inmediatamente a reunir tras ella a todos los descontentos de la zona, presentándose como portavoz de todas las quejas antiamericanas y antiisralíes, como lo demostró la gira de Chirac por la región en octubre. Éste se dedicó, por todas partes, a ser el promotor del «copadrinazgo del proceso de paz», dando claramente a entender la intención de Francia de echar leña al fuego y sabotear por todos los medios la política de Washington. De lo que se trata, más que de «paz», es de inspirar abiertamente una unión sagrada de Estados árabes contra el enemigo común israelí y... americano, o, dicho de otra manera, animar a más guerra y más caos.
La primera potencia militar del mundo, cuyo liderazgo se ve zarandeado en el ruedo internacional por las tendencias centrífugas, está obligada a replicar ante las amenazas a su mando; y esas réplicas son cada vez menos «pacíficas», como lo demostró ya la advertencia de los misiles lanzados sobre Irak (ver Revista internacional nº 87). De hecho, Estados Unidos quiere mostrar su determinación para mantenerse en su postura de dueños militares del mundo y, a la vez, sembrar cizaña entre las grandes potencias europeas manipulando sus intereses divergentes. En este contexto, no es de extrañar que los golpes de EEUU vayan en primer término dirigidos contra el imperialismo francés que pretende imponerse como dirigente de la cruzada antiamericana ([1]). El que para esto, EEUU tenga que recurrir cada vez más a la fuerza bruta y extender la barbarie y el caos con ganancias cada vez más limitadas y temporales da idea de su declive histórico.
Zaire: ofensiva estadounidense contra el imperialismo francés
Lo que está verdaderamente en juego en las matanzas de la región de los Grandes Lagos no es, contrariamente a lo que dice la prensa, la lucha por el poder entre hutus y tutsis, sino entre EEUU y Francia por el control de la región. Aquí, la que lleva la batuta es la burguesía americana y puede decirse que ha logrado, hasta ahora, debilitar considerablemente las posiciones de su rival francesa en África gracias a una hábil estrategia de desestabilización.
Tras haber puesto en el poder a la camarilla proamericana del Frente patriótico ruandés (FPR) en Kigali en 1994, EEUU ha seguido adelantando sus peones en la región de los Grandes Lagos. Primero consolidaron el FPR gracias a un apoyo económico y militar incrementado. Después, remataron su táctica de asedio a las posiciones francesas, ejerciendo la mayor presión sobre Burundi, mediante un embargo impuesto a ese país por todos sus vecinos anglófonos proamericanos, tras el golpe de Estado profrancés de Buyoya. Esta táctica ha dado sus frutos, pues el gobierno burundés se ha asociado sin mayores problemas a la alianza antifrancesa con Ruanda y Uganda en cuanto empezaron los enfrentamientos en Kivu. Y, por fin, con el pretexto de acabar con las incursiones de las antiguas Fuerzas armadas ruandesas (FAR) agrupadas solapadamente por Francia en los campos de refugiados (frontera entre Zaire y Ruanda), Estados Unidos ha llevado la guerra más lejos, a Zaire, fomentando la «revuelta» de los benyamunlenge (tutsis de Zaire) de Kivu, con el éxito que hoy conocemos.
La ofensiva de Washington ha conseguido efectivamente aislar cada día más al imperialismo francés, poniéndolo en una situación de extrema debilidad. El Zaire de Mobutu, en el que Francia se ve obligada a apoyarse, es una ruina en lo militar, en lo político y en lo económico. Tras haber sido un eslabón primordial de la zona en el dispositivo de defensa antisoviética del bloque occidental en la época de la confrontación Este-Oeste, Zaire es hoy una de las zonas estratégicas del mundo más frágiles y un foco de descomposición de lo más avanzado. Y precisamente EEUU ha sacado partido del marasmo que allí reina, agravado por la enfermedad de Mobutu y de las luchas intestinas resultantes, con un ejército hecho una ruina, dando un último toque a su operación estratégica actual en la región. Y así, EEUU ha podido adelantarse al imperialismo francés, el cual tenía la intención en la cumbre franco-africana de Uagadugu, a la que habían sido invitadas por primera vez Uganda y Tanzania, de presionar a Ruanda mediante una propuesta de conferencia sobre la región de los Grandes Lagos.
Pero las dificultades de la burguesía francesa no se quedan ahí, pues su adversario estadounidense está ganando la partida en varios planos. Clinton ha frenado brutalmente las pretensiones de Francia de ponerse a la cabeza de una cruzada antiamericana, rebajando su prestigio ante las demás grandes potencias. Los llamamientos desesperados del imperialismo francés, reiterados con fuerza por su candidato a la ONU, Butros-Ghali, para que los «aliados» europeos e incluso sus tradicionales aliados africanos intervinieran «urgentemente» sólo han obtenido respuestas evasivas. En primer lugar, porque ninguno de esos defensores del «humanitarismo» tiene la menor gana de meterse en ese barrizal por darle gusto a Francia, pero además porque la presión americana en Africa es un claro mensaje de amenaza dirigido a todos los países del mundo. Excepto España, que expresó un apoyo menos reservado a las peticiones francesas, Italia, Bélgica y Alemania encontraron todos los pretextos para abstenerse. Pero fue sobre todo la actitud británica la que ha sido significativa del debilitamiento de la alianza franco-británica en Africa, alianza que parecía, sin embargo, reforzarse en estos últimos meses. A pesar del acuerdo «de principio» para intervenir, el gobierno de Major mantuvo la mayor ambigüedad en sus compromisos concretos, o sea una respuesta negativa a Francia, que se encuentra en este caso sola frente a una superpotencia norteamericana con mejores bazas en la mano.
Rechazada y denunciada por Ruanda y por los «rebeldes zaireños», víctimas de sus aventuras imperialistas, Francia tuvo que acabar proponiendo una intervención estadounidense en la que ella ocuparía el lugar que le corresponde. La burguesía americana utilizó esta situación de fuerza para hacer pasar por el aro a Francia. Se puso a dar largas al asunto, diciendo que sí que estaba dispuesta a intervenir a condición de que se tratase de verdad de una operación «humanitaria» y no militar, de que nadie se involucrara en un conflicto local (lo cual no era un problema para Estados Unidos, al ser sus secuaces quienes, por ahora, han salido victoriosos) y diciendo cínicamente que «Estados Unidos no es el Ejército de Salvación». Además, la Casa Blanca se da el lujo de señalar con el dedo al imperialismo francés, acusándolo de ser el primer responsable del caos imperante en los Grandes Lagos. Los focos de la campaña orquestada sobre la venta de armas por parte de varios países a Ruanda durante el genocida de 1994, dirigida sobre todo contra el Estado francés, se han centrado en el papel sórdido desempeñado por Francia. El Big Boss ha sacado así a la luz la mezquindad y la codicia de un gobierno francés que «apoyaba a regímenes decadentes» y «que ya no es capaz de imponerse» (declaraciones de Daniel Simpson, embajador USA en Kinshasa) y que sólo pide ayuda a la llamada comunidad internacional para defender sus intereses imperialistas particulares.
Así, el imperialismo francés ha perdido posiciones frente a una ofensiva minuciosamente preparada por los estrategas del Pentágono. Se ve excluido de Africa del Este, empujado hacia el oeste, en una posición cada día más débil, con un «coto de caza» cada vez más reducido. Esta situación va a atizar las rivalidades, pues Francia intentará reaccionar como lo demuestra ya su intento de «recuperación» de Burundi durante la cumbre franco-africana, pidiendo que se levantara el embargo, a la vez que el caos que reinaba ya en la región de los Grandes Lagos se va ahora propagando hacia un Zaire ya tan gangrenado por la descomposición general. Su situación geográfica central en Africa, su enorme tamaño, así como sus impresionantes riquezas mineras hacen de Zaire una presa de primera categoría para los apetitos imperialistas. La perspectiva de su hundimiento acelerado y su dislocación, consecuencia del actual desplazamiento hacia ese país de las tensiones guerreras, conlleva la amenaza de una nueva explosión del caos, no ya sólo en ese país sino en todos sus vecinos, especialmente los del norte (Congo, República Centroafricana, Sudán) y los más cercanos como Gabón o Camerún, pertenecientes todos ellos al «coto privado» de Francia, lo cual nos da idea de la gran inquietud que hoy alberga la burguesía francesa en cuanto a la posibilidad de mantener sus prebendas africanas. Y este nuevo avance del caos imperialista no hará sino agravar en extensión y en profundidad la pavorosa miseria y la barbarie que ya imperan en la mayor parte del continente africano.
Todos estos hechos hacen aparecer claramente que la hipócrita «ayuda humanitaria» y los «discursos de paz» sólo sirven para que los tiburones imperialistas puedan ocultar sus nuevas aventuras guerreras; sólo sirven, pues, para acentuar el caos y la barbarie. Con un cinismo abominable, todas las burguesías nacionales echan lágrimas de cocodrilo sobre el trágico destino de las poblaciones locales o de los refugiados, cuando, en realidad, éstos y aquéllas, reducidos al estado de rehenes impotentes, son fríamente utilizados como arma de guerra en los enfrentamientos imperialistas entre las grandes potencias. Esta inmensa y cínica puesta en escena es montada con el concurso cómplice, sean o no conscientes de ello, de las asociaciones humanitarias, esas ONG, que han sido quienes han pedido ayuda a los gobiernos, exigiendo a voz en grito su intervención militar.
Esa constatación no es nueva. ¡Recordemos todas las «intervenciones por la paz» precedentes!. En 1992, en Somalia, la operación «humanitaria» ni acabó con las hambres crónicas ni con la guerra de clanes. En Bosnia, el envío entre 1993 y 1994 de todos los «soldados de la paz» franceses, ingleses o americanos, bajo las banderas de la ONU o de la OTAN, sólo sirvió para justificar cínicamente la presencia militar de las potencias imperialistas in situ y para «proteger» así, apoyando cada una a facciones particulares, los desmanes de los beligerantes. En 1994, en Ruanda, las grandes potencias fueron ya directamente responsables del desencadenamiento de las matanzas. Con la excusa de una intervención militar para «poner fin al genocidio», provocaron un éxodo masivo de poblaciones, creando precarios campos de refugiados. Después, apostaron por una degradación de la situación, presentada hoy como resultado de la fatalidad, para tramar nuevas intrigas asesinas.
En la escalada de sus rivalidades y en el cumplimiento de su rastrera labor por preservar o ganar posiciones en el terreno, todos esos gángsteres imperialistas, lejos de «restablecer el orden», lo único que hacen es incrementar el caos. Expresión de un capitalismo agonizante, precipitan en su barbarie guerrera a zonas cada vez más amplias del planeta, arrastran cada día más poblaciones hacia la muerte, en un ciclo infernal de matanzas, éxodos, hambres y epidemias.
Jos, 12/12/1996.
[1] En numerosos textos, ya hemos puesto de relieve que, en última instancia, el principal rival imperialista de Estados Unidos es Alemania, única potencia capaz de encabezar un posible nuevo bloque opuesto al que encabezaría aquél país. Sin embargo, y es ésa una de las características del caos actual, estamos muy lejos de semejante «ordenación» de los antagonismos imperialistas, lo cual deja cancha abierta a todo tipo de situaciones en las que los «segundones» como Francia intentan hacer su propio juego.