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Desempleo
La burguesía toma sus precauciones contra una cólera obrera en aumento
En varias ocasiones, en este invierno, hemos podido presenciar en dos de los grandes países de Europa occidental movilizaciones sobre el problema del paro ([1]). En Francia, en varios meses se han ido sucediendo manifestaciones callejeras en las grandes ciudades del país así como ocupaciones de locales públicos (en particular los de los organismos encargados de los subsidios a los desempleados). En Alemania, el 5 de febrero hubo una serie de manifestaciones por todo el país, convocada por las organizaciones de parados y los sindicatos. La movilización no tuvo aquí la misma amplitud que en Francia pero sí fue ampliamente referida por los medios. ¿Habrá que ver en esas movilizaciones una manifestación auténtica de la combatividad obrera?. Veremos más adelante que no es así. La cuestión del paro es sin embargo fundamental para la clase obrera, puesto que ésta es una de las formas más importantes de los ataques que debe soportar del capital en crisis. Además, el incremento constante y la permanencia del desempleo es una de las mejores pruebas de la quiebra del sistema capitalista. Y es precisamente la importancia de esta cuestión lo que está en la base de las movilizaciones que hoy conocemos.
Antes de poder analizar el significado de estas movilizaciones, debemos situar la importancia del fenómeno del paro para la clase obrera mundial y las perspectivas de este fenómeno.
El desempleo hoy y mañana
El paro afecta hoy a amplísimos sectores de la clase obrera en la mayoría de los países del mundo. En el Tercer mundo, la proporción de la población sin empleo varía a menudo entre el 30 y el 50%. E incluso en un país como China, que en los últimos años los «expertos» presentaban como uno de los campeones del crecimiento, habrá como mínimo 200 millones de desempleados dentro de dos años ([2]). En los países de Europa del Este, los que pertenecieron al antiguo bloque ruso, el hundimiento económico ha echado a la calle a millones de trabajadores y aunque haya escasos países, como Polonia, en donde una tasa de crecimiento sostenida ha permitido, a costa de salarios de miseria, limitar los estragos, en la mayoría de ellos, especialmente en Rusia, a lo que se está asistiendo es a una transformación en pordioseros de masas enormes de obreros obligados para sobrevivir a hacer «chapuzas» sórdidas como vender bolsas de plástico en los pasillos del metro ([3]).
En los países más desarrollados, aunque la situación no es tan trágica como la de los mencionados, el desempleo masivo se ha convertido en llaga abierta de la sociedad. Así, para el conjunto de la Unión Europea, la tasa oficial de parados con relación a la población en edad de trabajar es del 11 % cuando era de 8 % en 1990, o sea cuando el presidente de EEUU, Bush prometía, con el hundimiento del bloque ruso, una «era de prosperidad».
Las siguientes cifras dan una idea de la importancia actual de la plaga que es el paro:
Tasa Tasa
País de finales de finales
de 1996 de 1997
Alemania 9,3 11,7
Francia 12,4 12,3
Italia 11,9 12,3
Reino Unido 7,5 5,0
España 21,6 20,5
Holanda 6,4 5,3
Bélgica 9,5
Suecia 10,6 8,4
Canadá 9,7 9,2
Estados Unidos 5,3 4,6
Fuentes OCDE y ONU.
Esas cifras exigen algunos comentarios.
Primero: se trata de cifras oficiales calculadas según criterios que ocultan una proporción considerable del desempleo. Entre otras cosas, no tienen en cuenta:
– a los jóvenes que prosiguen su escolaridad al no conseguir encontrar un empleo;
– a los desempleados a quienes se obliga a aceptar empleos infrapagados so pena de perder sus subsidios;
– a quienes se manda a capacitaciones y cursillos que deberían servirles para encontrar empleo, pero que, en realidad, no sirven para nada;
– a los trabajadores mayores, en jubilación anticipada a la edad legal de salida de la vida activa;
Tampoco esas cifras tienen en cuenta del paro parcial, o sea del de todos los trabajadores que no logran encontrar un empleo estable de plena jornada, por ejemplo los interinos cuya progresión en cifras es continua desde hace más de diez años.
Esa realidad, es, por cierto, bien conocida de los «expertos» de la OCDE, los cuales, en su revista para especialistas, se ven obligados a reconocer que «la tasa clásica de desempleo (...) no mide la totalidad del subempleo» ([4]).
Segundo: debe comprenderse el significado de las cifras relativas a los «primeros de la clase» que son Estados Unidos y Gran Bretaña. Para muchos expertos, esas cifras serían la prueba de la superioridad del «modelo anglosajón» sobre otros modelos de política económica. Por eso nos dan la tabarra con que en EEUU el paro estaría hoy en los niveles más bajos desde hace veinticinco años. Es cierto que la economía estadounidense conoce hoy una tasa de crecimiento de la producción superior a la de los demás países desarrollados y que ha creado durante los últimos cinco años 11 millones de empleos. Sin embargo, debe precisarse que la mayoría de ellos son empleos tipo «MacDonald», o sea toda clase de trabajillos precarios muy mal pagados, lo cual hace que la miseria se mantenga en niveles nunca antes vistos desde los años 30 con su séquito de cientos de miles de personas sin techo y millones de pobres sin la menor protección social.
Todo eso lo ha reconocido alguien de quien no puede uno sospechar de denigrar a EEUU, pues se trata del ministro de Trabajo del primer mandato de Clinton y amigo de siempre de éste: «Desde hace veinte años, gran parte de la población americana conoce el estancamiento o la reducción de salarios reales teniendo en cuenta la inflación. Para la mayoría de los trabajadores, la baja ha continuado a pesar de la recuperación. En 1996, el salario real medio estaba por debajo de su nivel de 1989, o sea antes de la última recesión. Entre mediados del 96 y mediados del 97, sólo aumentó en 0,3 % mientras que las rentas más bajas seguían cayendo. La proporción de americanos considerados pobres, según la definición y las estadísticas oficiales es hoy superior a la de 1989» ([5]).
Dicho esto, lo que los alabadores del «modelo» made in USA se olvidan de precisar también es que los 11 millones de empleos nuevos creados por la economía norteamericana corresponden a un aumento de 9 millones de la población en edad de trabajar. Así, una gran parte de los resultados «milagrosos» de esa economía en el desempleo procede del uso a gran escala de artificios, ya señalados, que permiten ocultarlo. En los propios Estados Unidos, por lo demás, ese hecho lo reconocen tanto las revistas económicas de mayor prestigio como las autoridades políticas: «La tasa de paro oficial en EEUU se ha hecho cada vez menos descriptiva de la verdadera situación que prevalece en el mercado de trabajo» ([6]). Este artículo demuestra que «en la población masculina de 16 a 55 años, la tasa de desempleo oficial consigue hacer constar como «desempleados» únicamente al 37 % de quienes están sin empleo; el 63 % restante, aún estando en la fuerza de la edad, son clasificados como «no empleo», «fuera de la población activa» ([7]).
Asimismo, la publicación oficial del ministerio de Trabajo de EEUU explicaba: «La tasa de paro oficial es cómoda y bien conocida; sin embargo, si nos concentramos demasiado en esa única medida, podremos obtener una visión deformada de la economía de los demás países comparada con la de Estados Unidos [...] Son necesarios otros indicadores si se quiere interpretar de manera inteligente las situaciones respectivas en los diferentes mercados de trabajo» ([8]).
En realidad, basándose en estudios que no tienen nada de «subversivos» puede considerarse que en EEUU una tasa de paro de 13% está más cerca de la verdad que la de menos del 5% de la que tanto se alardea como prueba del «milagro americano». ¡Cómo no va a ser así cuando sólo se considera como parados, según los criterios del BIT (Buró Internacional del Trabajo) a quienes:
– han trabajado menos de una hora durante la semana de referencia;
– han buscado activamente un empleo durante esa semana;
– están inmediatamente disponibles para un empleo!.
Así, en Estados Unidos, en donde la mayoría de los jóvenes tienen un pequeño «job», ya no será considerado como desempleado quien, por unos cuantos dólares, ha cortado el césped del vecino o le ha guardado los niños las semana anterior. Y lo mismo será para quienes acaban desanimados tras meses o años entre empleos hipotéticos y fracasos reales o de la madre soltera que no está «inmediatamente disponible» puesto que no existen prácticamente guarderías colectivas.
La «succes story» de la burguesía británica es todavía más falsa que la de su hermana mayor de ultramar. El observador ingenuo se ve ante una paradoja: entre 1990 y 1997, el nivel de empleo ha disminuido 4 % y, sin embargo, durante el mismo período, la tasa oficial de desempleo oficial ha pasado de 10 % a 5 %. En realidad, como lo reconoce en sordina una institución financiera internacional de lo más «seria»: «el retroceso del paro británico parece deberse en totalidad al incremento de la proporción de inactivos» ([9]).
Para comprender el misterio de esa transformación de los parados en «inactivos», puede leerse lo que dice un periodista de The Guardian, diario inglés que mal podría tildarse de revolucionario: «Cuando Margaret Thacher ganó su primera elección en 1979, el Reino Unido tenía 1,3 millones de desempleados oficiales. Si el método de cálculo no hubiera cambiado, habría hoy un poco más de 3 millones. Un informe de la Middland's Bank, publicado hace poco, estimaba incluso la cantidad en 4 millones, o sea 14 % de la población activa, más que en Francia o en Alemania.
[...] el gobierno británico ya no contabiliza a los subempleados, sino únicamente a los beneficiarios de un subsidio de paro cada vez más restringido. Después de haber cambiado 32 veces el método para hacer el censo de los parados, ha decidido excluir a cientos de miles de ellos de las estadísticas gracias a la nueva reglamentación del subsidio de paro, que suprime el derecho a él tras seis meses en lugar de doce.
La mayoría de los empleos creados son empleos a tiempo parcial y, para muchos de ellos, no escogidos. Según la Inspección de trabajo, 43 % de los empleos creados entre el invierno de 1992-93 y el otoño de 1996 serían de tiempo parcial. Casi una cuarta parte de los 28 millones de trabajadores son contratados para un empleo de ese tipo. La proporción es de un trabajador de cada seis en Francia y en Alemania» ([10]).
Las trampas a gran escala que permiten alardear a la burguesía de esos dos «campeones del empleo» anglosajones son cuidadosamente ocultadas por buena parte de los «especialistas», economistas y políticos de todos los signos, especialmente por los medios de comunicación de masas. Sólo en las publicaciones relativamente confidenciales se destapa la manipulación. La razón es muy sencilla: hay que meter en las mentes la idea de que las políticas practicadas en esos dos países en la última década, con una brutalidad sin descanso, para reducir los salarios y la protección social, para desarrollar la «flexibilidad», son eficaces para limitar los estragos del desempleo masivo. En otras palabras, hay que convencer a los obreros de que los sacrificios «rinden» y que es de su interés el aceptar los dictados del capital.
Y como la burguesía no se lo juega todo a la misma carta, como pretende, a pesar de todo, para sembrar más confusión todavía en las mentes obreras, darles algún consuelo diciéndoles que puede existir un «capitalismo de rostro humano», algunos de sus hombres de confianza se reivindican hoy del ejemplo holandés ([11]). Es pues conveniente decir algo sobre ese «buen alumno» de la clase europea que sería Holanda.
Tampoco en ese país las cifras oficiales de paro quieren decir nada. Como en Gran Bretaña, la baja de la tasa de desempleo ha venido acompañada de... una baja del empleo. Así, la tasa de empleo (porcentaje de la población en edad activa que ocupa un trabajo) ha pasado de 60 % en 1970 a 50,7 % en 1994.
El misterio desaparece cuando se comprueba que: «La parte de puestos a tiempo parcial en la cantidad total de empleos ha pasado en veinte años, de 15 % a 36 %. Y el fenómeno se está acelerando, pues [...] nueve de cada diez empleos creados desde hace diez años totalizan entre 12 y 36 horas por semana» ([12]). Por otra parte, una proporción considerable de la fuerza de trabajo excedentaria ha sido sacada de las cifras del paro para ser metidas en las de invalidez, más elevadas todavía. Eso es lo que constata la OCDE cuando escribe que: «Las estimaciones de ese componente “desempleo disfrazado” en la cantidad de personas inválidas varían enormemente, yendo de un poco más del 10 % al 50 %» ([13]).
Como lo dice el artículo de le Monde diplomatique citado arriba: «A no ser que hubiera una debilidad genética que afectara a la gente de aquí, y sólo a la de aquí, ¿cómo podrá explicarse que el país tenga más inadaptados para el trabajo que desempleados?». Evidentemente, un método así, que permite a los patronos «modernizar» con poco gasto sus empresas, echando a la calle a un personal maduro y poco «maleable», no ha podido aplicarse sino gracias a un sistema de seguro social entre los más «generosos» del mundo. Pero ahora que precisamente ese sistema se está poniendo en entredicho (como en el resto de los países avanzados), le será cada vez más difícil a la burguesía seguir disfrazando de esa manera el paro. Las nuevas leyes, por cierto, exigen que sean las empresas las que paguen durante cinco años las pensiones de invalidez, lo cual va a disuadirlas de declarar «inválidos» a los trabajadores que quieran echar a la calle. En realidad, desde ahora, el mito del «paraíso social» que sería Holanda está quedando malparado cuando se sabe que, según una encuesta europea (citada por The Guardian del 28 de abril de 1997), el 16% de los niños holandeses pertenecen a familias pobres, contra 12 % en Francia. En cuanto a Gran Bretaña, país del «milagro», esa cifra es de ¡32 %!.
No existe pues la menor excepción al incremento del desempleo masivo en los países más desarrollados. Desde ahora, en esos países, la tasa real de paro (que debe tener en cuenta, entre otras cosas, todos los tiempos parciales no deseados así como a quienes han renunciado a buscar trabajo) está entre el 13 y el 30 % de la población activa. Son cifras que se van acercando cada día más a las que conocieron los países avanzados cuando la gran depresión de los años 30. Durante este período, las tasas de desempleo alcanzaron cotas de 24 % en Estados Unidos, 17,5 en Alemania y 15 % en Gran Bretaña. Dejando aparte el caso de EEUU, se comprueba que los demás países no están lejos de alcanzar tan siniestros «récords». En algunos países, el nivel de paro ha superado incluso el de los años 30. Así ocurre con España, Suecia (8 % en 1933), Italia (7 % en 1933), Francia (5 % en 1936, cifra sin duda subestimada) ([14]).
En fin, tampoco hay que dejarse engañar por el ligero retroceso de las tasas de desempleo para 1997, hoy tan pregonado por la burguesía (ver cuadro más arriba). Como hemos visto, las cifras oficiales no significan gran cosa y, además, ese retroceso, que se explica gracias a la «recuperación» de la producción mundial de los últimos tiempos, va a cambiarse pronto en un nuevo incremento, en cuanto la economía mundial se vea de nuevo enfrentada a una nueva recesión abierta como la que conocimos en 1974, en 1978, a principios de los años 80 y a principios de los 90. Una recesión abierta inevitable, pues el modo de producción capitalista es totalmente incapaz de superar la causa de todas las convulsiones que conoce desde hace treinta años: la sobreproducción generalizada, su incapacidad histórica para encontrar mercados en cantidades suficientes para su producción ([15]).
El amigo de Clinton citado anteriormente lo deja muy claro: «La expansión es un fenómeno temporal. Estados Unidos se está beneficiando por ahora de un crecimiento muy elevado, que arrastra con él a buena parte de Europa. Pero las convulsiones ocurridas en Asia, al igual que el endeudamiento creciente de los consumidores americanos, dan a pensar que la vitalidad de esta fase del ciclo podría no durar mucho tiempo».
Efectivamente, ese «perito» señala, sin atreverse naturalmente a ir hasta el fondo de su razonamiento, los factores esenciales de la situación actual de la economía mundial:
– el capitalismo no ha podido proseguir su «expansión» desde hace treinta años más que a costa de una deuda cada vez más astronómica de todos los compradores posibles: las familias y las empresas, los países subdesarrollados en los años 70; los Estados, y especialmente el de Estados Unidos, durante los años 80; los «países emergentes» de Asia a principios de los años 90...;
– la quiebra de estos últimos, desde finales del verano de 1997, tiene un alcance que va mucho más allá de sus fronteras; es expresión de la quiebra del conjunto del sistema capitalista que a su vez ha venido a agravar.
Así, el paro masivo, resultado directo de la incapacidad del sistema para superar las contradicciones que le imponen sus propias leyes, ni podrá desaparecer, ni siquiera retroceder. Sólo podrá agravarse sin remedio, sean cuales sean los artificios que va a desplegar la burguesía para intentar ocultarlo. Va a seguir echando a masas cada vez mayores de proletarios a la miseria y a la más insoportable indigencia.
La clase obrera ante el problema del desempleo
El paro es una plaga para toda la clase obrera. No sólo afecta a quienes están sin empleo, sino a todos los obreros. Por un lado lleva al empobrecimiento radical de las familias obreras – cada vez más numerosas – que tienen un parado en su seno cuando no son más. Por otro lado, repercute en todos los salarios, con los aumentos de los descuentos para indemnizar a quienes están sin empleo. Y, en fin, los capitalistas lo utilizan para ejercer sobre los obreros un chantaje brutal sobre el salario y sobre sus condiciones de trabajo. De hecho, durante estas últimas décadas, desde que la crisis abierta acabó con la «prosperidad» ilusoria del capitalismo de los años que en algunos países llaman «los treinta gloriosos», ha sido sobre todo con el desempleo con lo que la burguesía de los países más desarrollados ha golpeado las condiciones de vida del proletariado. Sabía perfectamente, desde las grandes huelgas que sacudieron Europa y el mundo a partir de 1968, que las reducciones del salario directo provocarían inevitablemente reacciones violentas y masivas del proletariado. Así pues, ha concentrado sus ataques contra el salario indirecto que paga el llamado «Estado del bienestar», reduciendo cada día más todas las prestaciones sociales, a veces además en nombre de la «solidaridad con los desempleados», reduciendo radicalmente la masa salarial al echar a la calle a millones de obreros.
Pero el paro no es sólo la punta de lanza de los ataques que el capitalismo en crisis está obligado a asestar a quienes explota. En cuanto se instala de modo masivo y duradero y, sin remisión, expulsa de la situación asalariada a proporciones ingentes de la clase obrera, es el signo más evidente de la quiebra definitiva, del callejón sin salida de un modo de producción cuya tarea histórica había sido precisamente la de transformar una masa creciente de habitantes del planeta en asalariados. Por eso, aún cuando es para millones de proletarios una verdadera tragedia, en la que el desamparo económico se agrava con el moral en un mundo en el que el trabajo es el medio principal de integración y de reconocimiento social, el paro puede ser un poderoso factor de toma de conciencia para la clase obrera de la necesidad de derribar al capitalismo. Del mismo modo, aunque el desempleo priva a los proletarios de la posibilidad de usar la huelga como medio de lucha, no por eso están condenados a la impotencia. La lucha de clase del proletariado contra los ataques que le asesta el capitalismo en crisis es el medio esencial que le permite agrupar sus fuerzas y tomar conciencia para derribar el sistema. Y la lucha de clases puede usar otros medios además de la huelga. Las manifestaciones de calle en donde los proletarios se encuentran juntos por encima de sus empresas y sus divisiones sectoriales son otro de los más importantes, ampliamente utilizado en los períodos revolucionarios. Y ahí, los obreros en paro pueden ocupar plenamente su lugar. Y también pueden éstos, a condición de que sean capaces de agruparse fuera de los órganos que la burguesía posee para encuadrarlos, movilizarse en la calle para impedir expulsiones de domicilio o cortes de suministros, para ocupar alcaldías u otros espacios públicos, para exigir el pago de indemnizaciones de urgencia. Nosotros hemos escrito a menudo que «al perder la fábrica los parados ganan la calle» ([16]) y al hacer esto, pueden superar más fácilmente las categorías que la burguesía cultiva en el seno de la clase obrera, sobre todo gracias a los sindicatos. No se trata en absoluto aquí de elucubraciones abstractas, sino de experiencias ya vividas por la clase obrera, especialmente durante los años30 en Estados Unidos, en donde se formaron comités de desempleados fuera del control sindical.
Sin embargo, a pesar de la aparición de un paro masivo durante los años 80, en ninguna parte pudimos ver que surgieran comités de parados importantes (excepto algún que otro intento embrionario pronto vaciado de su contenido por los izquierdistas y que acabó en nada) y menos todavía movilizaciones de obreros en paro. Y eso que los 80 fueron años en los que hubo grandes luchas obreras que se iban haciendo cada día más capaces de quitarse de encima la garra sindical. La ausencia de verdadera movilización de obreros en paro, hasta hoy, contrariamente a lo vivido en los años 30, se explica por razones diferentes.
Por un lado, el incremento del desempleo a partir de los años 70 ha sido mucho más escalonado que cuando la «gran depresión». En los años 30, se asistió, con el desbarajuste típico de los inicios de la crisis, a una explosión nunca vista de la cantidad de parados (en EEUU, por ejemplo, la tasa de paro pasó del 3 % en 1929 al 24 % en 1932). En la crisis aguda actual, aunque asistamos a incrementos rápidos de esa plaga (especialmente a mediados de los años 80 y durante estos últimos años), la capacidad de la burguesía para aminorar el ritmo del hundimiento de su economía le ha permitido enfrentar el problema del desempleo más hábilmente que en el pasado. Por ejemplo, limitando los despidos «a secas», sustituidos por «planes sociales» que mandan durante algún tiempo a los obreros a una «reconversión» antes de mandarlos a la calle sin retorno, otorgándoles indemnizaciones temporales que les permitirán ir tirando al principio. La burguesía ha desactivado en buena parte la bomba del desempleo. Hoy, en la mayoría de los países industrializados, es sólo al cabo de seis meses o un año cuando el obrero que ha perdido su empleo se encuentra sin el menor recurso. En ese momento, tras haberse hundido en el aislamiento y la atomización, difícilmente podrá agruparse con sus hermanos de clase para llevar a cabo acciones colectivas. En fin, la incapacidad, a pesar de ser masivos, de los sectores de la clase obrera en paro para agruparse se debe al contexto general de descomposición de la sociedad capitalista que cultiva la tendencia de «cada uno para sí» y la desesperanza:
«Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso antes de que muchos hayan tenido ocasión, en lugares de producción, junto a los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en sí no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman en aspecto singular de la descomposición. Aunque, en general, sirve para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de «lumpenización» de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo» ([17]).
Cabe decir que la CCI no ha considerado en ningún momento que los desempleados no podrían integrarse nunca en el combate de su clase. En realidad, como ya lo escribíamos en 1993: «El despliegue masivo de los combates obreros va a ser un eficaz antídoto contra los miasmas de la descomposición, permitiendo superar progresivamente, mediante la solidaridad de clase que esos combates llevan en sí, la atomización, el “cada uno para sí” y todas las divisiones que lastran al proletariado entre categorías, gremios, ramos, entre emigrantes y “del país”, entre desempleados y quienes tienen un empleo. A causa de los efectos de la descomposición, los obreros en paro no pudieron, con pocas excepciones, entrar en lucha durante la década pasada, contrariamente a lo que sucedió en los años 30. Y contrariamente a lo podía preverse, tampoco podrán en el futuro desempeñar un papel de vanguardia comparable al de los soldados en la Rusia de 1917. Pero el desarrollo masivo de las luchas proletarias sí permitirá que los obreros en paro, sobre todo en las manifestaciones callejeras, se unan al combate general de su clase. Y esto será tanto más posible porque, entre ellos, la proporción de quienes ya han tenido una experiencia de trabajo asociado y de lucha en el lugar de trabajo será cada día mayor. Más en general, el desempleo ya no es un problema “particular” de quienes carecen de trabajo, sino que es algo que está afectando y que concierne a la clase obrera entera pues aparece como la trágica expresión de la evidencia cotidiana que es la bancarrota histórica del capitalismo. Por eso, los combates venideros permitirán al proletariado, como un todo, tomar plena conciencia de esa bancarrota» ([18]).
Y es precisamente porque la burguesía ha comprendido esa amenaza por lo que hoy está promocionando las movilizaciones de parados.
El verdadero significado de los « movimientos de desempleados »
Para entender lo que ha pasado en estos últimos meses, hay que decir de entrada algo que nos parece esencial: esos «movimientos» no han sido en absoluto la expresión de una auténtica movilización del proletariado en su terreno de clase. Para convencerse de ello, basta con comprobar cómo han tratado esas movilizaciones los media de la burguesía: un máximo de medios llegando incluso a inflar la importancia de aquellas. Y esto no sólo en el país en que ocurrían, sino también a escala internacional. Desde principios de los años 80, en particular cuando volvieron a reanudarse los combates de clase con la huelga del sector público en Bélgica en el otoño de 1983, la experiencia ha demostrado que cuando la clase obrera entra en lucha en su propio terreno de clase, o sea en combates que amenazan de verdad los intereses de la burguesía, ésta ejerce sobre ellos el silencio mediático total. Cuando se ve en los telediarios cuánto tiempo se ha dedicado a esas manifestaciones, cuando la televisión alemana muestra a parados franceses desfilando y la de Francia hace más o menos lo mismo con los alemanes, puede uno estar seguro de que la burguesía tiene interés en dar la mayor publicidad a esos acontecimientos. En realidad, hemos asistido durante este invierno a un pequeño «remake» de lo que ocurrió en Francia en el otoño de 1995 con las huelgas del sector público, las cuales también se beneficiaron de un amplio eco mediático en todos los rincones del mundo. Se trataba entonces de encarrilar una maniobra internacional con vistas a prestigiar a los sindicatos antes de que éstos tuvieran que intervenir de «bomberos sociales» en cuanto se desarrollen las luchas masivas de la clase. La realidad de la maniobra apareció rápidamente con la copia exacta de las huelgas del diciembre del 95 en Francia que los sindicatos belgas organizaron refiriéndose claramente al «ejemplo francés». Se confirmó unos meses después, en mayo-junio del 96 en Alemania, en donde los dirigentes sindicales también llamaron abiertamente, en el momento en que estaban preparando «la mayor manifestación de la posguerra» (15 de junio de 1996) a «hacer como en Francia» ([19]). Esta vez también, los sindicatos y organizaciones de desempleados de Alemania se han apoyado explícitamente en el «ejemplo francés» yendo a las manifestaciones del 6 de febrero de 1998 con... banderas tricolores.
Lo que se plantea no es saber si los movimientos de los desempleados habidos en Francia y Alemania corresponden a una verdadera movilización de la clase, sino cuál es el objetivo que busca la burguesía popularizándolos.
Pues es la burguesía quien está detrás de la organización de esos movimientos. ¿Una prueba? En Francia, uno de los principales organizadores de las manifestaciones es la CGT, central sindical dirigida por el Partido «comunista», el cual tiene tres ministros en el gobierno encargado de gestionar y defender los intereses del capital nacional. En Alemania, los sindicatos tradicionales, cuya colaboración con la patronal es abierta, también estaban en el asunto. A su lado había organizaciones más «radicales» como por ejemplo, en Francia, el movimiento AC (Action contre le chômage), controlada principalmente por la Ligue communiste révolutionnaire, organización trotskista que se presenta como oposición «leal» al gobierno socialista.
¿Cuál ha sido el objetivo de la clase dominante al patrocinar esos movimientos? ¿Se trataba de tomar la delantera frente a la amenaza inmediata de los obreros en paro? De hecho, como ya hemos visto, ese tipo de movilizaciones no están hoy al orden del día. En realidad, la burguesía tenía un doble objetivo.
Por un lado, frente a los obreros con empleo, cuyo descontento acabará manifestándose frente a los ataques cada vez más duros que deben soportar, se trataba de crear una diversión para culpabilizarlos ante los obreros «que no tienen la suerte de ocupar un trabajo». En el caso de Francia, esa agitación sobre el tema del desempleo ha sido un excelente medio para interesar a la clase obrera (que no acaba de creérselo) por los proyectos gubernamentales de las 35 horas por semana, que supuestamente habrían de crear cantidad de empleos, pero que sobre todo sí que permitirán congelar los salarios y aumentar la intensidad del trabajo.
Por otro lado, se trataba para la burguesía, como ya lo hizo en 1995, de tomar la delantera ante una situación que deberá enfrentar en el futuro. En efecto, aunque hoy no haya, como en los años 30, movilizaciones y luchas de obreros en paro, eso no significa que las condiciones del combate proletario sean menos favorables que entonces. Muy al contrario. Toda la combatividad expresada por la clase obrera en los años 30 (por ejemplo en mayo-junio de 1936 en Francia, en julio de 1936 en España) estaba en la imposibilidad de levantar la pesada losa de la contrarrevolución que se había abatido sobre el proletariado mundial. Esa combatividad estaba condenada a ser desviada al terreno del antifascismo y de la «defensa de la democracia» en que se estaba preparando la guerra mundial. Hoy, al contrario, el proletariado mundial ya salió de la contrarrevolución ([20]), y aunque haya sufrido tras el hundimiento de los pretendidos regímenes «comunistas», un retroceso político muy serio, la burguesía no ha logrado sin embargo infligirle una derrota decisiva que ponga en entredicho el curso histórico hacia enfrentamientos de clase.
Eso, la clase dominante lo sabe muy bien. Sabe que deberá encarar nuevos combates de clase en réplica a los ataques cada día más duros que deberá organizar contra los explotados. Y sabe que los futuros combates que van a entablar los obreros con empleo podrían arrastrar a los obreros desempleados. Y hasta ahora, este sector de la clase obrera está muy débilmente encuadrado por las organizaciones de tipo sindical. Es de suma importancia para la burguesía que cuando estos sectores entren en lucha, siguiendo los pasos de los sectores con empleo, en los movimientos sociales, no se salgan fuera del control de los órganos cuya función es encuadrar a la clase obrera y sabotear sus luchas, o sea, los sindicatos de todo pelaje, incluidos los «radicales».
Le importa, en particular, que el gran potencial de combatividad que albergan los sectores desempleados de la clase obrera, las pocas ilusiones que se hacen sobre el capitalismo (y que por ahora se plasma en un sentimiento de desesperación) no vengan a «contaminar» a los obreros con trabajo cuando éstos entren en lucha. Con las movilizaciones de este invierno, la burguesía ha empezado la política de desarrollo de su control sobre los desempleados por medio de los sindicatos y otras organizaciones más o menos nuevas.
Aunque sean el resultado de maniobras burguesas, esas movilizaciones son, sin embargo, un indicio suplementario no sólo de que la clase dominante misma no se hace la menor ilusión en cuanto a su capacidad para reducir el desempleo, menos todavía para superar su crisis, sino de que está anticipando combates cada día más fuertes de la clase obrera.
Fabienne
[1] «Paro» o «desempleo» es como «chômage» en francés o «unemployment» en inglés, la misma lacra del capitalismo con diferentes nombres. Sin entrar en disquisiciones de diccionario, nosotros usamos aquí indistintamente «desempleo» y «paro», «desempleado» y «parado», términos usados en los diferentes países de lengua castellana.
[2] «... la mano de obra sobrante en los campos oscila entre 100 y 150 millones de personas. En las ciudades entre 30 y 40 millones de personas están en paro, total o parcial. Sin contar, claro está, la muchedumbre de jóvenes que se preparan para entrar en el mercado de trabajo» («Paradójica modernización de China», le Monde diplomatique, marzo de 1997).
[3] Las estadísticas del desempleo en esos países no quieren decir nada en absoluto. Así, la cifra oficial era de 9,3 % en 1996 cuando entre 1986 y 1996, el PNB de Rusia habría retrocedido un 45 %. En realidad, muchos obreros se pasan la jornada en su lugar de trabajo sin hacer nada (por falta de pedidos a las empresas) a cambio de unos salarios misérrimos (comparativamente mucho más bajos que los subsidios por desempleo en los países occidentales) que les obligan a ocupar otro empleo clandestino para poder sobrevivir.
[4] Perspectivas del empleo, julio de 1993.
[5] Robert B. Reich, «Une économie ouverte peut-elle préserver la cohésion sociale ?», en Bilan du Monde, edición de 1998.
[6] «Unemployment and non-employement», American Economic Review, mayo de 1997.
[7] «Les sans emploi aux Etats-Unis», L'état du monde, 1998, Ediciones la Découverte, París.
[8] «International Comparisons of Unemployment Indicators», Monthly Labor Review, Washington, marzo de 1993.
[9] Banco de Pagos Internacionales, Informe anual, Basilea, junio de 1997.
[10] Seumas Milne, «Comment Londres manipule les statistiques», le Monde diplomatique, mayo de 1997.
[11] «Francia debería inspirarse del modelo económico holandés» (Jean-Claude Trichet, gobernador del Banco de Francia, citado por le Monde diplomatique de septiembre de 1997). «El ejemplo de Dinamarca y el de Holanda demuestran que es posible reducir el desempleo aún con salarios relativos estables» (Banco de Pagos Internacionales, Informe anual, Basilea, junio de 1997).
[12] «Miracle ou mirage aux Pays-Bas» (Milagro o espejismo en Holanda), le Monde diplomatique, julio de 1997.
[13] «Pays-Bas 1995-1996», Etudes économiques de l'OCDE, París, 1996.
[14] Fuentes: Encyclopaedia Universalis, artículo sobre las crisis económicas y Maddison, Economic growth in the West, 1981.
[15] Ver Revista internacional nº 92, «Informe sobre la crisis económica del XIIº congreso de la CCI».
[16] Ver nuestro suplemento El capitalismo no tiene solución al paro, mayo de 1994.
[17] «La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo», Revista internacional nº 62.
[18] «Resolución sobre la situación internacional del Xº congreso de la CCI», punto 21, Revista internacional nº 74, 3º trimestre de 1993.
[19] Ver al respecto nuestros artículos en los números 84, 85 y 86 de la Revista internacional.
[20] Ver el artículo sobre Mayo de 1968 en este mismo número.