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Crisis económica
Un hundimiento sin remedio en el abismo
La caída en una recesión abierta, que será más profunda que las anteriores (algunos hablan incluso de «depresión»), está haciendo callar la boca a todos esos «especialistas» que prometían un crecimiento económico duradero. Según ellos, el hundimiento en cascada de los países del Sudeste asiático desde el verano de 1997 no debería haber sido sino un tropiezo sin mayores consecuencias para la economía de los países desarrollados. Desde entonces ha sonado la hora de las «dolorosas revisiones», pues lo que está ya golpeando el centro mismo de las grandes potencias capitalistas es una marea de fondo.
Entre julio y diciembre de 1998, 3,5 billones de $ como mínimo se han hecho humo con los desplomes de las Bolsas, pérdida irremediable, la mitad para EEUU y el resto para Europa y Asia, equivalente al 12% de la producción anual mundial. En Japón, el Estado ha decidido inyectar 520 mil millones de $ «en sus bancos para salvarlos del naufragio y reanimar la segunda economía mundial». Por todas partes, «los analistas revisan repentinamente a la baja las previsiones de beneficios para las empresas, a la vez que se anuncian los primeros planes de despidos en masa». Las felicitaciones mutuas en torno al lanzamiento del Euro no logran ocultar la inquietud profunda de las burguesías de los países de Europa occidental, que ya no afirman con tanta convicción que Europa estaría «protegida» contra las turbulencias de la crisis mundial. Por todas partes «cabe preguntarse si el crecimiento de 2% para 1999, considerado como muy bajo al principio, no acabará siendo difícil de realizar».
Las perspectivas
para los países principales
PIB en volumen – Crecimiento anual en %
1997 1998 1999
OCDE 3,2 2,0 1,2
Estados Unidos 3,9 3,3 1,0
Japón 0,9 – 3,0 – 1,0
Alemania 2,3 2,6 1,5
Francia 2,2 2,8 2,0
Italia 1,5 1,4 2,0
Reino Unido 3,3 2,3 0,8
España 3,4 3,6 3,1
Holanda 3,3 3,3 2,4
Bélgica 2,7 2,7 1,9
Suiza 0,7 1,8 1,9
Todo eso podría ser una divertida farsa, si no fuera que los primeros en pagar las consecuencias de esa nueva y dramática aceleración de la crisis económica son millones de trabajadores, desempleados y sin trabajo que van a seguir cayendo en una miseria sin perspectivas. Después de África, prácticamente dejada en el abandono estragada por hambres, matanzas y guerras «locales» sin fin, les ha tocado ahora el turno a los países del Sureste asiático ser arrastrados unos tras los otros por la espiral de una descomposición social que lo asola todo a su paso. En EEUU, las pérdidas bursátiles golpean directamente a miles de obreros cuyos fondos de pensión han sido invertidos en la Bolsa. En los países desarrollados, detrás de los discursos tranquilizadores, la clase dominante ha reanudado los ataques contra las condiciones de existencia de la clase obrera: bajas de salarios y de toda clase de subsidios, «flexibilidad», despidos y «reducciones de plantillas», recortes en los presupuestos de salud, alojamiento y educación; la lista sería larga de las pócimas amargas que está fabricando la burguesía de todos los países «democráticos» para intentar salvar las ganancias frente a la tormenta financiera mundial.
Lo que está ocurriendo no es ni «una purga saludable», ni un «reajuste» frente a los excesos de una especulación que bastaría con regular para evitar la catástrofe. La especulación desenfrenada no es la causa, sino la consecuencia del atolladero en que se encuentra la economía mundial. Es resultado de la imposibilidad de contrarrestar el cada vez mayor estrechamiento del mercado mundial y la baja de las cuotas de ganancia. En una guerra comercial sin descanso entre capitalistas de todas partes, los capitales, que resulta imposible colocar en inversiones productivas sin arriesgarse a perder con seguridad a causa de la ausencia de mercados solventes, se refugian en inversiones financieras de lo más arriesgado, al no corresponder a ninguna producción en la economía real y que únicamente se basan en una deuda masiva y general. La ruidosa quiebra del Long Term Capital Management (fondo de pensiones americano) es una perfecta ilustración de lo dicho: «A pesar de que el fondo especulativo sólo poseía 4,7 mil millones de $ de capital, se había endeudado hasta los 100 mil millones y, según algunas estimaciones, sus compromisos con el marcado eran en total de más de 1,3 billón de $, o sea ¡ casi el valor del PIB de un país como Francia! Compromisos de vértigo en los estaban implicados todos los grandes de las finanzas mundiales». En este caso, sin duda, se trata de una especulación desenfrenada, pero lo que no dicen quienes ahora se insurgen contra «semejantes prácticas», es que es el funcionamiento «normal» del capitalismo de hoy. «Todos los grandes de la finanza mundial» – bancos, empresas, instituciones financieras públicas o privadas – actúan del mismo modo, siguiendo directivas de los Estados que fijan las reglas del juego y de los organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE y demás, con sus «analistas», «consejeros» en inversiones lucrativas, cuyos consejos pueden resumirse sobre todo en: comprimir, exprimir, reducir el precio de la fuerza de trabajo por todos los medios.
Con la catástrofe en el corazón mismo del mundo industrializado, los «expertos» parecen haber descubierto de repente los estragos del «menos Estado» y de la «globalización» que han sido desde hace unos veinte años los temas de propaganda de un capitalismo «libre, rico y próspero». La clase obrera ha aprendido durante esos mismos años, en carne propia, en qué consistía esa propaganda: una patraña para justificar los ataques contra las condiciones de existencia de los asalariados, al mismo tiempo que una multiplicación de las medidas destinadas a mantener la competitividad de cada capital nacional frente a sus competidores en la guerra económica. Además de su función antiobrera, la defensa del «menos Estado» y de la «globalización» ha sido, sobre todo, un arma de los países más poderosos contra los más débiles. El pretendido «menos Estado» y la denuncia del proteccionismo propugnados por la burguesía norteamericana no le ha impedido incrementar de 20 a 30% la parte de importaciones que EEUU somete a un control draconiano, en nombre de la «seguridad», de la «polución» o de cualquier otra excusa con la que justificar… su propio proteccionismo. Aunque el Estado se haya quitado de encima toda una serie de responsabilidades en la gestión de las empresas, mediante las privatizaciones, eso no significa, ni mucho menos, que haya abandonado sus prerrogativas de control político del capital nacional o que el marco de gestión económica haya superado las fronteras nacionales. Todo lo contrario, el «menos Estado» no ha sido otra cosa sino la necesaria adaptación para cada capital nacional al incremento de la guerra económica, guerra en la que el Estado se reserva el papel principal mano a mano con las grandes empresas; la «globalización» son las reglas del juego para la guerra económica impuestas por las más grandes potencias capitalistas para abrirse camino contra sus rivales en el campo de batalla del mercado mundial. Hoy, el «más Estado» está volviendo con fuerza en la propaganda de la burguesía, especialmente por parte de los gobiernos socialdemócratas instalados en Europa occidental, porque la nueva aceleración de la inexorable quiebra del capitalismo mundial está haciendo volver al primer plano las duras y elementales necesidades del capital: cerrar filas en torno a cada capital nacional para hacer frente a la competencia y atacar las condiciones de existencia de la clase obrera.
Después de treinta años de sumirse en el abismo de la crisis económica (cuyas características y etapas principales de los años 70 recordamos en el artículo siguiente) hoy «el orden económico mundial» se tambalea en el centro del capitalismo. Tras la solidaridad internacional que se manifestó para encarar la «crisis asiática», detrás de la voluntad común de «revisar el sistema monetario internacional» o «inventar un nuevo Bretton Woods», las burguesías de los principales países industrializados se ven cada día más arrastradas por tendencias de «cada cual para sí» cada vez más fuertes, y un reforzamiento del capitalismo de Estado como política de defensa determinada de cada capital nacional y de la que la clase obrera es la víctima principal en todos los países, una huida ciega en la guerra de todos contra todos como testimonia la intensificación de las tensiones imperialistas, que también abordamos en este número.
MG, 4 de enero de 1999
Fuentes de las citas y los datos de este artículo: le Monde de l’économie, «Comment réinventer Bretton-Woods», octubre de 1998; l’Expansion, (www.lexpansion.com) diciembre de 1998; Banco mundial (www.worldbank.org), diciembre de 1998; le Monde diplomatique, «Anatomie de la crise financière», nov.-dic. 1998.