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XIIIº Congreso de la CCI
Resolución sobre la situación internacional
El siglo XX ha visto la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, marcada ésta por la Primera Guerra mundial y por la primera tormenta revolucionaria internacional del proletariado que puso fin a dicha guerra y abrió el combate por una sociedad comunista. En esa época, el marxismo había anunciado ya la alternativa para la humanidad – socialismo o barbarie – y había predicho que, si la revolución fracasara, a la Primera Guerra mundial le habría de seguir una segunda, así como la más importante y peligrosa regresión de la cultura humana en la historia de la humanidad. Con el aislamiento y estrangulación de la Revolución de Octubre en Rusia – a consecuencia de la derrota de la revolución mundial – la más profunda contrarrevolución de la historia triunfó durante medio siglo, encabezada por el estalinismo. Pero en 1968 una nueva generación no derrotada de proletarios puso fin a esta contrarrevolución y frenó el curso del proceso inherente al capitalismo hacia una tercera guerra mundial que implicaría la probable destrucción de la humanidad. Veinte años más tarde, el estalinismo se hundiría – aunque no bajo los golpes del proletariado, sino por la entrada del capitalismo decadente en su fase final de descomposición.
Diez años después, el siglo termina tal como empezó, esto es, en medio de convulsiones económicas, conflictos imperialistas y desarrollo de las luchas de clase. El año 1999, en particular, ha quedado marcado ya por la agravación considerable de los conflictos imperialistas que representa la ofensiva militar de la OTAN desencadenada a finales de marzo contra Serbia.
Actualmente, el capitalismo agonizante se enfrenta a uno de los periodos más difíciles y peligrosos de la historia moderna, comparable por su gravedad a los de ambas guerras mundiales, al del surgimiento de la revolución proletaria en 1917-1919 o también al de la gran depresión que se inició en 1929. Sin embargo, hoy, ni la guerra mundial, ni la revolución mundial se hallan en gestación en un futuro previsible. Más exactamente, la gravedad de la situación está condicionada por la agudización de las contradicciones a todos los niveles que se expresa en:
– las tensiones imperialistas y el incremento del desorden mundial;
– un periodo muy avanzado y peligroso de la crisis del capitalismo;
– ataques sin precedente desde la última guerra mundial contra el proletariado internacional;
– una descomposición acelerada de la sociedad burguesa.
En esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-1918. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista.
La responsabilidad que pesa sobre el proletariado actualmente es enorme. Unicamente desarrollando su combatividad y su conciencia éste podrá impulsar la alternativa revolucionaria, la única que puede asegurar la supervivencia y el desarrollo continuo de la sociedad humana. Pero la responsabilidad más importante recae en las espaldas de la Izquierda comunista, las organizaciones actuales del campo proletario. Ellas son las únicas que pueden transmitir las lecciones teóricas e históricas así como el método político sin los cuales las minorías revolucionarias que emergen actualmente no podrán contribuir en la construcción del partido de clase del futuro. De cierta manera, la Izquierda comunista se encuentra actualmente en una situación similar a la de Bilan de los años 30, en el sentido en que está obligada a comprender una situación histórica nueva, sin precedentes. Tal situación requiere a la vez, tanto un profundo apego al enfoque teórico e histórico del marxismo, como audacia revolucionaria, para entender las situaciones que no están totalmente integradas en los esquemas del pasado. Con el fin de cumplir esta tarea, los debates abiertos entre las organizaciones actuales del medio proletario son indispensables. En este sentido, la discusión, la clarificación y el agrupamiento, la propaganda y la intervención de las pequeñas minorías revolucionarias son una parte esencial de la respuesta proletaria a la gravedad de la situación mundial en el umbral del próximo milenio.
Más aún, frente a la intensificación sin precedentes de la barbarie guerrera del capitalismo, la clase obrera espera de su vanguardia comunista que asuma plenamente sus responsabilidades en defensa del internacionalismo proletario. Actualmente los grupos de la Izquierda comunista son los únicos que defienden las posiciones clásicas del movimiento obrero frente a la guerra imperialista. Sólo los grupos que se apegan a esta corriente, la única que no traicionó durante la Segunda Guerra mundial, pueden aportar una respuesta de clase a las preguntas que no dejarán de plantearse en el seno de la clase obrera.
Los grupos revolucionarios deben responder de la manera más unida posible, expresando con ello la unidad indispensable del proletariado ante el desencadenamiento del patrioterismo y de los conflictos entre naciones. Con ello, los revolucionarios tomarán a su cargo la tradición del movimiento obrero representada particularmente por las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal y por la política de la izquierda en esas conferencias.
Los conflictos imperialistas
1. La nueva guerra que ha estallado en la antigua Yugoslavia con los bombardeos de la OTAN sobre Serbia, Kosovo y Montenegro, es el acontecimiento más importante en el ruedo imperialista desde el hundimiento del bloque del Este a finales de los años 1980. Esto es debido a que:
– esta guerra concierne no ya a un país de la periferia, como fue el caso de la guerra del Golfo en 1991, sino a un país europeo;
– es la primera vez desde la Segunda Guerra mundial que un país de Europa –y especialmente su capital– es bombardeado masivamente;
– es también la primera vez desde esa época que el principal país vencido en aquella guerra, Alemania, interviene directamente mediante las armas en un conflicto militar;
– esta guerra es un paso más, de gran amplitud, en el proceso de desestabilización de Europa y tiene un impacto de primer orden en la agravación del caos mundial.
Después de la dislocación de Yugoslavia, en 1991, es ahora Serbia, el principal componente de aquélla, la que se ve amenazada de dislocación, al mismo tiempo que se perfila la eventualidad de la desaparición de lo que quedaba de la antigua Federación yugoslava (Serbia y Montenegro). Más ampliamente, la guerra actual, sobre todo con la llegada masiva de refugiados a Macedonia, es portadora de una desestabilización de este país, y contiene la amenaza de una implicación de Bulgaria y Grecia que, con sus propias pretensiones, se consideran como sus “padrinos”. Además, con la posible injerencia de Turquía, a partir del momento en que Grecia esté implicada, la crisis actual contiene el riesgo de que el conflicto acabe incendiando a toda la región de los Balcanes y una buena parte del Mediterráneo.
Por otra parte, la guerra que ha estallado implica el riesgo de provocar muy serias dificultades en el seno de toda una serie de burguesías europeas.
En primer lugar, la intervención de la OTAN contra un aliado tradicional de Rusia, es para la burguesía de este país una verdadera provocación que sólo puede desestabilizarla todavía más. De una parte, está claro que Rusia no dispone ya de los medios para pesar en la situación imperialista mundial cuando las grandes potencias, y particularmente los Estados Unidos, están implicadas. Al mismo tiempo, toda una serie de sectores de la burguesía rusa se manifiestan contra la impotencia actual de Rusia, particularmente los sectores ex estalinistas y los ultra-nacionalistas, lo que va a desestabilizar todavía más el gobierno de ese país. Por otra parte la parálisis de la autoridad de Moscú es una incitación a la impugnación del gobierno central para diferentes repúblicas de la Federación rusa.
En segundo lugar, si bien en la burguesía alemana existe una real homogeneidad en favor de la intervención, otras burguesías como la francesa podrían verse afectadas por la contradicción entre su alianza tradicional con Serbia y la participación en la acción de la OTAN. Igualmente, algunas burguesías como la italiana pueden temer las repercusiones de la situación actual desde el punto de vista de la amenaza de un nuevo aflujo de refugiados.
2. Uno de los aspectos que subraya con mayor fuerza la extrema gravedad de la guerra que se desarrolla actualmente es justamente el hecho de que tiene lugar en el corazón mismo de los Balcanes, lugar que desde comienzos del siglo ha sido considerado como el polvorín de Europa.
Desde antes de la Primera Guerra mundial, hubo ya dos “guerras balcánicas”, las cuales fueron unas de las premisas para la carnicería imperialista; sobre todo, la de que dicha guerra tuvo como punto de partida la cuestión de los Balcanes (la voluntad de Austria de someter a Serbia y la reacción de Rusia en favor de su aliado serbio). La formación del primer Estado yugoslavo después de la Primera Guerra mundial fue una de las expresiones de la derrota de Alemania y Austria. En este sentido quedó, con el conjunto de la paz de Versalles, como uno de los principales puntos de fricción que abrieron la puerta a la Segunda Guerra mundial. Mientras que durante la Segunda Guerra mundial los diferentes componentes de Yugoslavia se alinearon detrás de sus aliados tradicionales (Croacia del lado de Alemania, Serbia del lado de los Aliados), la reconstitución de Yugoslavia al término del segundo conflicto mundial basada aproximadamente en las fronteras del primer Estado yugoslavo, fue de nuevo la concreción de la derrota del bloque alemán y de la barrera que los aliados intentaban mantener frente a los apetitos imperialistas alemanes dirigidos hacia Oriente Medio.
En este sentido, la actitud a la ofensiva de Alemania en dirección a los Balcanes inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este, cuando la solidaridad contra Rusia no tenía ya razón de ser (ofensiva que estimuló el estallido de Yugoslavia con la constitución de dos Estados independientes: Eslovenia y Croacia) ponían en evidencia que esta región volvía a ser uno de los focos de los enfrentamientos entre las potencias imperialistas en Europa.
Ahora, un factor suplementario de la gravedad de la situación es que, contrariamente a la Primera Guerra mundial o incluso a la Segunda, los Estados Unidos afirman una presencia militar en esa región del mundo. La primera potencia mundial no podía estar ausente en uno de los teatros principales de los enfrentamientos imperialistas en Europa y el Mediterráneo, lo cual da idea de su determinación de estar presente en todas las zonas cruciales en que se enfrenten los diferentes intereses imperialistas.
3. Aunque los Balcanes son uno de los epicentros de las tensiones imperialistas, la forma actual de la guerra (el conjunto de los países de la OTAN contra Serbia) no corresponde exactamente a los verdaderos intereses antagónicos que existen entre los diferentes beligerantes. Pero antes de mostrar los verdaderos objetivos de los participantes en la guerra, hay que rechazar tanto las justificaciones como las falsas explicaciones que se dan.
La justificación oficial de los países de la OTAN, es decir, la de una operación humanitaria en favor de las poblaciones albanesas de Kosovo, queda radicalmente desmentida por el simple hecho de que esta población jamás había sufrido una represión tan brutal por parte de las fuerzas armadas serbias como desde el inicio de los bombardeos de la OTAN; y esto estaba ya previsto por la burguesía americana y el conjunto de las de la OTAN mucho antes del inicio de la operación (tal como, por lo demás, algunos sectores de la burguesía americana lo recuerdan ahora). La operación de la OTAN no es la primera intervención militar que se adorna con los oropeles de la acción humanitaria, pero es una de esas en la que la mentira es más patente.
Además, hay que descartar también toda idea de que la acción actual de la OTAN sería como una reconstitución del campo occidental contra la potencia rusa. El que la burguesía de Rusia esté gravemente afectada por la guerra actual no significa que los países de la OTAN buscaran ese objetivo. Estos países, y especialmente los Estados Unidos, no tienen ningún interés en agravar el caos que de por sí ya existe en Rusia.
En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) para interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa de controlar las materias primas de la región son una subestimación, por no decir una ceguera, ante el significado de lo que verdaderamente está en juego. Con la pretensión de ser materialista porque se da una explicación de la guerra por la búsqueda de intereses económicos inmediatos, esas explicaciones se alejan en realidad de una verdadera comprensión marxista de la situación actual.
La situación está determinada, en primer lugar, por la necesidad para la primera potencia mundial de afirmar y reafirmar permanentemente su supremacía militar, ya que desde el hundimiento del bloque del Este su autoridad sobre los antiguos aliados se ha desvanecido.
En segundo lugar, la presencia activa de Alemania por primera vez desde hace medio siglo en este conflicto expresa un nuevo paso dado por esta potencia con el objetivo de afirmar su condición de candidato a la dirección de un futuro bloque imperialista. Esta condición supone su reconocimiento como potencia militar de primer orden, capaz de desempeñar un papel directo en el terreno militar, y la cobertura que actualmente le ofrece la OTAN le permite eludir la prohibición implícita, que se le había impuesto desde su derrota en la Segunda Guerra mundial, de intervenir militarmente en los conflictos imperialistas.
Por otra parte, en la medida en que la operación actual ataca a Serbia, “enemigo tradicional” de Alemania en sus aspiraciones dirigidas hacia Oriente Medio, esta operación va en el sentido de los intereses del imperialismo alemán, sobre todo si llega hasta el desmembramiento de la Federación yugoslava y de Serbia misma – si es que ésta acaba perdiendo Kosovo.
Para las otras potencias implicadas en la guerra, especialmente Gran Bretaña y Francia, existe una contradicción, entre su alianza tradicional con Serbia (la que se manifestó de manera muy clara durante el periodo en que la extinta UNPROFOR estaba dirigida por esas potencias), y la operación actual. Para esos dos países, el no participar en la operación “Fuerza determinada” significaba quedar excluidos del juego en una región tan importante como la de los Balcanes; el papel que podrían desempeñar en una solución diplomática de la crisis yugoslava está condicionado por la importancia de su participación en las operaciones militares.
4. En este sentido, la participación de países como Francia o Gran Bretaña en la actual operación “Fuerza determinada” tiene similitudes con la participación militar directa (en el caso de Francia) o financiera (en los casos de Alemania y Japón) durante la operación “Tempestad del Desierto” de 1991. Sin embargo, más allá de estas similitudes, existen diferencias muy importantes entre la guerra actual y la de 1991.
Una de las principales características de la guerra del Golfo de 1991 fue la planificación, por parte de la burguesía americana, del conjunto del despliegue de la operación – desde la trampa tendida a Sadam Husein durante el verano de 1990 hasta el fin de las hostilidades plasmado en la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait. Ello fue la expresión de que, justo después del haberse hundido el bloque del Este, que a su vez acarreó la desaparición del bloque occidental, Estados Unidos conservaba todavía un liderazgo muy fuerte en la situación mundial, lo que le había permitido conducir sin el menor error las operaciones tanto militares como diplomáticas; y ello aún si la guerra del Golfo buscaba acallar las veleidades de cuestionamiento de la hegemonía americana que ya se habían manifestado por parte de Francia y Alemania. En esa época, los antiguos aliados de Estados Unidos aún no habían tenido la oportunidad de desarrollar sus propios objetivos imperialistas en contradicción con los de Estados Unidos.
En cambio, la guerra que se despliega actualmente no corresponde a un guión escrito de la primera a la última línea por la potencia americana. Desde 1991, el cuestionamiento de la autoridad de Estados Unidos se ha manifestado en numerosas ocasiones, incluso por países de segundo orden tales como Israel, pero también por los más fieles aliados de la guerra fría como Gran Bretaña. Precisamente, fue en Yugoslavia donde se manifestó ese acontecimiento histórico inédito que fue el divorcio de los dos mejores aliados del siglo XX, Gran Bretaña y Estados Unidos, cuando la primera, al lado de Francia, jugó su propia baza. Las dificultades de Estados Unidos para afirmar sus propios intereses imperialistas en Yugoslavia habían sido por otra parte una de las causas de la sustitución de Bush por Clinton.
Además, la victoria finalmente obtenida por Estados Unidos, a través de los acuerdos de Dayton en 1996, no fue una victoria definitiva en esta parte del mundo, ni un freno a la tendencia general de pérdida de su liderazgo como primera potencia mundial.
Actualmente, aún cuando Estados Unidos se halla al frente de la cruzada anti-Milosevic, tiene que tener en cuenta mucho más que por el pasado las intenciones específicas de las demás potencias –especialmente de Alemania– lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación.
No existía, en particular sobre esto, un único guión escrito de antemano por la burguesía americana, sino varios. El primer guión, el preferido por la burguesía americana, consistía en un retroceso de Milosevic ante las amenazas de ataques militares, como así había ocurrido antes de los acuerdos de Dayton. Ese guión es el que Estados Unidos ha tratado de realizar hasta el final, con el envío de Holbrooke, incluso tras el fracaso de la conferencia de París.
En este sentido, si bien la intervención militar masiva de Estados Unidos en 1991 era la única opción prevista por este país durante la crisis del Golfo (y actuó de tal manera que no hubiera otras, impidiendo cualquier solución diplomática), la opción militar, tal como se está verificando actualmente, es el resultado del fracaso de la opción diplomática (con el chantaje militar), fracaso plasmado en las conferencias de Rambouillet y de París.
La guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en el cual se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al “cada uno para sí” y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esta política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial.
Uno de los aspectos de este dilema se manifiesta en el caso presente, como por otra parte había sido el caso antes de Dayton cuando los Estados Unidos favorecieron las ambiciones croatas en Krajina, en el hecho de que su intervención militar le hace el juego, en cierto modo, a su rival principal en potencia, o sea Alemania. Sin embargo, la escala temporal en que se expresan los intereses imperialistas respectivos de Alemania y Estados Unidos es muy diferente. Alemania está obligada a prever a largo plazo su incorporación al rango de superpotencia, mientras que Estados Unidos ya ahora, y desde hace varios años, se enfrentan a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial.
5. Por tanto, un aspecto esencial del desorden mundial actual es la ausencia de bloques imperialistas. En efecto, en la lucha por la supervivencia de todos contra todos en el capitalismo decadente, la única forma que puede asumir un orden mundial más o menos estable es una organización bipolar en dos campos guerreros rivales. Sin embargo, ello no significa que la ausencia actual de bloques imperialistas sea la causa del caos contemporáneo puesto que el capitalismo decadente ha conocido ya un periodo en que no había bloques imperialistas, el de los años 20, sin que ello implicara un caos particular de la situación mundial.
En este sentido, la desaparición de los bloques en 1989, y la dislocación del orden mundial que le siguió, son signos de que hemos alcanzado una etapa mucho más avanzada en la decadencia del capitalismo que en 1914 o 1939. Es la etapa de la descomposición, la fase final de la decadencia del capitalismo.
En última instancia, esta fase es el producto del peso permanente de la crisis histórica, de la acumulación de todas las contradicciones de un modo de producción en declive durante un siglo entero. Pero el periodo de descomposición se inició por un factor específico: el bloqueo del camino hacia una guerra mundial durante dos décadas gracias a una generación no derrotada del proletariado. El bloque del Este en particular, más débil, se hundió finalmente bajo el peso de la crisis económica porque, en última instancia, fue incapaz de cumplir con su razón de ser: la marcha hacia la guerra generalizada.
Esto confirma una tesis fundamental del marxismo respecto al capitalismo del siglo XX según la cual la guerra se ha convertido en su modo de vida en el periodo de declive. Ello no quiere decir que la guerra sea una solución a la crisis del capitalismo, al contrario. Lo que significa es que la marcha hacia la guerra mundial – y por tanto, en fin de cuentas, hacia la destrucción de la humanidad – se ha convertido en el medio mediante el cual se mantiene el orden imperialista.
El movimiento hacia la guerra global obliga a los Estados imperialistas a reagruparse y a aceptar la disciplina de los líderes de bloque. Ese mismo factor permite al Estado-nación mantener un mínimo de unidad entre la burguesía misma, lo que ha permitido hasta hoy al sistema limitar la atomización total de la sociedad burguesa agonizante imponiéndole una disciplina de cuartel; este mismo factor ha contrarrestado el vacío ideológico de una sociedad sin porvenir creando una comunidad de campo de batalla.
Sin la perspectiva de una guerra mundial, queda libre la vía para el desarrollo más completo de la descomposición capitalista: un desarrollo que, aún sin guerra mundial, tiene potencial suficiente para destruir a la humanidad.
La perspectiva actual es la de una multiplicación y una omnipresencia de guerras locales e intervenciones de las grandes potencias, guerras que los Estados burgueses pueden desarrollar hasta cierto punto sin la adhesión del proletariado.
6. Nada nos permite excluir la posibilidad de la formación de nuevos bloques en el porvenir. La organización bipolar de la competencia imperialista, que es una tendencia “natural” del capitalismo en declive, apareció ya en germen, al comienzo de la nueva fase de la decadencia del capitalismo en 1989-90 con la unificación de Alemania y continúa afirmándose con el fortalecimiento de este país.
Sin embargo, aunque sigue siendo un factor importante en la situación internacional, la tendencia a la formación de bloques no puede realizarse en un futuro previsible: las tendencias contrarias que operan contra aquélla son más fuertes que nunca en lo que se refiere a la inestabilidad creciente, tanto de las alianzas, como de la situación interna de la mayor parte de las potencias capitalistas. De momento, la tendencia a los bloques tiene como efecto principal el fortalecimiento de la tendencia dominante “cada uno para sí”.
De hecho, el proceso de formación de nuevos bloques no es fortuito sino que requiere cierto guión y ciertas condiciones de desarrollo, como los bloques de las dos guerras mundiales y de la guerra fría lo han mostrado claramente. En ambos casos, los bloques imperialistas han agrupado, por un lado, a una cantidad de países “desprovistos” que cuestionan la división existente del mundo y por ello asumen el papel “ofensivo” de “promotores de disturbios”, y, por otro lado, un bloque de potencias “provistas”, beneficiarias principales y defensoras del status quo, y, por lo tanto, defensoras de éste. Para llegar a formarse, el bloque retador de los insatisfechos requiere un líder que sea en el plano militar lo suficientemente fuerte como para desafiar a las principales potencias del statu quo, un líder detrás del cual las demás naciones “desprovistas” pudieran alinearse.
Actualmente, no hay ninguna potencia capaz, ni siquiera un poco, de desafiar militarmente a Estados Unidos. Ni Alemania, ni Japón, los rivales más sólidos de Washington, disponen aún de armas atómicas, atributo esencial de una gran potencia moderna. En cuanto a Alemania, el líder “designado” de un eventual futuro bloque contra Estados Unidos a causa de su posición central en Europa, no forma parte hoy de los Estados “desprovistos”. En 1933, por ejemplo, Alemania era casi una caricatura de tal Estado: estaba cortada de sus zonas de influencia estratégica próximas en Europa central y del sureste desde el Tratado de Versalles, financieramente en bancarrota y desconectada del mercado mundial por la gran depresión y la autarquía económica de los imperios coloniales de sus rivales. Actualmente, por el contrario, el fortalecimiento de Alemania en sus zonas de influencia de antaño se muestra irresistible, es el corazón económico y financiero de la economía europea. Es por ello que Alemania, contrariamente a su actitud anterior a las dos guerras, pertenece actualmente a las potencias más “pacientes”, capaz de desarrollar su poderío determinada y agresivamente pero también metódica y, hasta ahora, discretamente.
En realidad, la manera en que el orden mundial de Yalta ha desaparecido – una implosión bajo la presión de la crisis económica y de la descomposición y no con una nueva división del mundo mediante la guerra – ha dado nacimiento a una situación en la cual no existen ya zonas de influencia de las diferentes potencias claramente definidas y reconocidas. Incluso aquellas zonas que, hace diez años, aparecían como el patio trasero de algunas potencias (América Latina o el Oriente Medio para Estados Unidos, la zona francófona de Africa para Francia) están cayendo en el torbellino de lo que hoy impera, la tendencia a “cada uno para sí”. En tal situación, resulta muy difícil apreciar cuáles potencias pertenecerán finalmente al grupo de los países “provistos” y cuáles terminarán con las manos vacías.
7. En realidad, no ha sido ni Alemania ni cualquiera de los otros retadores de la única superpotencia mundial, sino los Estados Unidos mismos los que, en los años 90, han desempeñado el papel de potencia agresiva y ofensiva militarmente. Esto es a su vez la más clara expresión de que se ha alcanzado una nueva etapa en el desarrollo de la irracionalidad de la guerra en el capitalismo decadente, relacionada directamente con la fase de su descomposición.
La irracionalidad de la guerra es el resultado de que los conflictos militares modernos (contrariamente a los de la ascendencia capitalista: guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) lo único que persiguen es un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, con las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no son un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista. Dado su carácter permanente, totalitario y destructivo, amenazan la existencia misma de los Estados modernos. En consecuencia, aunque la causa de las guerras capitalistas sigue siendo la misma (la rivalidad entre los Estados-nación), su objetivo ha cambiado. En lugar de guerras tras objetivos económicos, las guerras se han ido convirtiendo en guerras por ventajas estratégicas destinadas a asegurar la supervivencia de la nación en caso de una conflagración global. Mientras que en la ascendencia del capitalismo lo militar estaba al servicio de los intereses de la economía, en la decadencia es cada vez más la economía la que está al servicio de las necesidades de lo militar. La economía capitalista se transforma en economía de guerra. Como las demás expresiones principales de la descomposición, la irracionalidad de la guerra es por ello una tendencia general que se ha desplegado durante todo el capitalismo decadente; ya en 1915, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos de los principales protagonistas de la Primera Guerra mundial. Y a finales de la Segunda Guerra mundial, la Izquierda comunista de Francia formulaba ya la tesis de la irracionalidad de la guerra.
Pero en estas guerras y durante la guerra fría que vino a continuación, un resto de racionalidad económica se expresaba todavía en el hecho de que el papel ofensivo era asumido principalmente no por las potencias del statu quo que sacaban ventajas económicas de la división existente del mundo, sino por los que estaban ampliamente excluidos de dichas ventajas. Actualmente, en cambio, la guerra en la antigua Yugoslavia, de la cual ninguno de los países beligerantes podrá esperar la menor ventaja económica, confirma lo que se había manifestado ya con claridad durante la guerra del Golfo en 1991: la absoluta irracionalidad de la guerra desde un punto de vista económico.
8. El hecho de que la guerra haya perdido toda racionalidad económica, que sea únicamente sinónimo de caos, no significa en modo alguno que la burguesía enfrente esta situación de manera desordenada o empírica. Por el contrario: esta situación obliga a la clase dominante a encargarse de manera particularmente sistemática y a largo plazo de los preparativos guerreros. Esto se ha expresado en el último periodo en:
– el desarrollo de sistemas armamentísticos cada vez más sofisticados y costosos particularmente en Estados Unidos, Europa y Japón, armamentos que las grandes potencias exigen ante todo para eventuales conflictos futuros de unos contra otros;
– el aumento de los presupuestos de “defensa”, con los Estados Unidos al frente (100 mil millones de dólares suplementarios destinados a la modernización de las fuerzas armadas para los próximos seis años) que han invertido cierta tendencia hacia la disminución de los presupuestos militares que hubo a finales de la guerra fría (los pretendidos “dividendos de la paz”).
En los planos político e ideológico, se perciben signos de seria preparación para la guerra en:
– el desarrollo de toda una ideología “humanitaria” y de defensa de los “derechos humanos”, para justificar las intervenciones militares;
– la llegada al gobierno en la mayor parte de los grandes países industrializados de los partidos de izquierda, los que representan mejor esa propaganda belicista humanitaria (de importancia particular en Alemania, donde la coalición SPD-Verdes tiene el mandato de superar los obstáculos políticos para su intervención militar fuera de sus fronteras);
– la orquestación de ataques políticos sistemáticos contra las tradiciones internacionalistas del proletariado contra la guerra imperialista (denigración de Lenin como agente del imperialismo alemán durante la Primera Guerra mundial, Bordiga como colaborador del bloque fascista durante la Segunda Guerra mundial, de Rosa Luxemburg, recientemente en Alemania – como precursora del estalinismo, etc.). Cuanto más se dirija el capitalismo hacia la guerra, más la herencia y las organizaciones actuales de la Izquierda comunista serán el blanco privilegiado de la burguesía.
De hecho, esas campañas ideológicas de la burguesía no sólo tienen el objetivo de preparar el terreno político para la guerra. El objetivo principal que quiere alcanzar la clase dominante es desviar al proletariado de su propia perspectiva revolucionaria, una perspectiva que la agravación incesante de la crisis capitalista pondrá cada día más al orden del día.
La crisis económica
9. Aunque en la época de declive capitalista la crisis económica es permanente y crónica, es sobre todo al final de los periodos de reconstrucción que siguieron a las guerras mundiales cuando la crisis ha adquirido un carácter abiertamente catastrófico, con caídas brutales en la producción, en las ganancias y en las condiciones de vida de los obreros, así como en un aumento dramático y masivo del desempleo. Así fue desde 1929 hasta la Segunda Guerra mundial. Así es ahora.
Aunque desde finales de los años 60 la crisis se ha desarrollado de manera más lenta y menos espectacular que después del 29, la manera en que las contradicciones económicas de un modo de producción en decadencia se han ido acumulando durante tres décadas, es hoy cada vez más difícil de ocultar. Los años 90 en particular – a pesar de toda la propaganda sobre la “buena salud económica” y las “ganancias fantásticas” del capitalismo – han sido años de una aceleración enorme de la crisis económica, dominados por mercados tambaleantes, empresas en bancarrota y un desarrollo sin precedentes del desempleo y la pauperización.
Al inicio de la década, la burguesía ocultó este hecho presentando el hundimiento del bloque del Este como la victoria final del capitalismo sobre el comunismo. En realidad la quiebra del Este fue un momento clave en la profundización de la crisis capitalista mundial. Puso de relieve la bancarrota de un modelo burgués de gestión de la crisis: el estalinismo. A partir de entonces, un modelo económico tras otro ha ido mordiendo el polvo, comenzando por la segunda y tercera potencias industriales del mundo, Japón y Alemania. Después vendría el fracaso de los tigres y los dragones de Asia y las economías “emergentes” de América Latina. La bancarrota abierta de Rusia ha confirmado la incapacidad del “liberalismo occidental” para regenerar los países de Europa oriental.
Hasta ahora, la burguesía, a pesar de décadas de crisis crónica, ha estado convencida de que no podría haber convulsiones tan profundas como la de la “Gran depresión” que, a partir de 1929, sacudió los cimientos mismos del capitalismo. La propaganda burguesa intenta todavía presentar la catástrofe económica que ha engullido al Este y Sudeste asiáticos en 1997, a Rusia en 1998 y a Brasil a comienzos de 1999, como si fuera particularmente severa pero temporal, como una recesión coyuntural; pero lo que verdaderamente han sufrido estos países, es una depresión, en todos los aspectos tan brutal y devastadora como la de los años 30. El desempleo se ha triplicado, las caídas de la producción de 10 % o más en un año hablan por sí mismas. Además, otras regiones como la antigua URSS o Latinoamérica han sido golpeadas con una fuerza incomparablemente mayor que durante los años 30.
Cierto que los estragos a tal escala han quedado hasta ahora restringidos principalmente en la periferia del capitalismo. Pero esta “periferia” incluye no solamente a países productores agrícolas y de materias primas sino también a países industriales con decenas de millones de proletarios. Incluye a la octava y décima potencias económicas del mundo: Brasil y Corea del Sur. Incluye al país más grande de la Tierra, Rusia. Y pronto incluirá al país más poblado, China, donde, desde la declaración de insolvencia de la mayor compañía de inversiones (Gitic), la confianza de los inversores internacionales ha empezado a enfriarse.
Lo que muestran todas estas bancarrotas, es que el estado de salud de la economía mundial es mucho peor que en los años 1930. Contrariamente a 1929, en los últimos treinta años la burguesía no ha sido sorprendida ni ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente con el fin de controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter tan prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante. El carácter repentino, brutal e incontrolado de la crisis de 1929, por otra parte, se explica por el hecho de que la burguesía había desmantelado el control capitalista de Estado de la economía que se había visto obligada a introducir durante la Primera Guerra mundial, y que sólo volvió a introducir e imponer al iniciarse años 30. En otras palabras: la crisis golpeó tan brutalmente porque los instrumentos de la economía de guerra de los años 30 y la coordinación internacional de las economías occidentales establecida a partir de 1945 todavía no se habían desarrollado. En 1929 aún no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia, ni brigada internacional de bomberos para salvar a los países en dificultades. Entre 1997 y 1999, por el contrario, todas esas economías, de una importancia económica y política considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado. El Fondo monetario internacional, por ejemplo, apoyó a Brasil con una inyección considerable de fondos desde antes de la reciente crisis, en continuidad con su nueva estrategia de prevención de crisis. Había prometido defender la moneda brasileña “a toda costa”... y ha fracasado.
10. Aunque los países centrales del capitalismo han evitado por ahora esa situación, están ya enfrentándose a su peor recesión desde la guerra, empezando por Japón. Ahora, la burguesía quiere cargar la responsabilidad de las acrecentadas dificultades de las economías de los países centrales sobre las crisis “asiática”, “rusa”, “brasileña”, etc. pero la realidad es lo contrario: es el atolladero creciente de las economías centrales, debido al agotamiento de los mercados solventes, lo que ha provocado el sucesivo hundimiento de los “tigres” y “dragones”, Rusia, Brasil, etc.
La recesión en Japón pone de relieve hasta qué punto se ha reducido el margen de maniobra de los países centrales: una serie de programas coyunturales “keynesianos” masivos del gobierno (receta “descubierta” por la burguesía en los años 30), han fracasado en sacar a flote la economía e impedir la recesión:
– la última operación de salvamento (520 mil millones de dólares para salvar los bancos insolventes) no ha logrado restaurar la confianza en el sistema financiero;
– la tradicional política de mantenimiento del empleo en el país, mediante ofensivas de exportación en el mercado mundial ha llegado a sus límites: el desempleo aumenta rápidamente, la política de tasas de interés negativas, para suministrar liquidez suficiente y mantener un Yen débil que favorezca las exportaciones, está agotada. Ahora está claro que estos objetivos, así como una reducción de la deuda pública, sólo pueden obtenerse mediante el retorno a una política inflacionista como la de los años 70. Esta tendencia, que va a seguir en otros países industriales, significa el principio del fin de la famosa “victoria sobre la inflación” y nuevos peligros para el comercio mundial.
En Estados Unidos, el pretendido “boom” de estos últimos años se ha logrado a expensas del resto del mundo mediante una verdadera explosión de su balanza comercial, de sus déficits de pagos, y mediante un extraordinario endeudamiento de las familias (el ahorro en los Estados Unidos es ahora virtualmente inexistente). Los límites de esta política están a punto de ser alcanzados, con o sin la “gripe asiática”.
En cuanto al “Euroland”, el único “modelo” capitalista que queda junto al de Estados Unidos, la situación tampoco es brillante: en los principales países europeos occidentales la más corta y débil reanudación de posguerra está llegando a su fin con la caída de las tasas de crecimiento y el aumento del desempleo en Alemania en particular.
Será la recesión en los países centrales la que, a comienzos del nuevo siglo, revelará toda la amplitud de la agonía del modo de producción capitalista.
11. Pero, si bien históricamente el atolladero del capitalismo es mucho más flagrante que en los años 30, y si bien la fase actual representa la aceleración más importante de las últimas tres décadas, ello no significa que se deba esperar un hundimiento abrupto y catastrófico del capitalismo como en los años 30. Como lo que había pasado en Alemania entre 1929-1932 cuando –según las estadísticas de la época– la producción industrial cayó 50 %, los precios 30 %, los salarios 60 % y el desempleo subió de 2 a 8 millones en el lapso de tres años.
Hoy, por el contrario, aunque muy profunda y en aceleración continua, la crisis mantiene su carácter más o menos controlado y diferido en el tiempo. La burguesía demuestra su capacidad para evitar una repetición del krach de 1929. Esto lo ha logrado no sólo mediante el establecimiento de un régimen capitalista de Estado permanente desde los años 30, sino sobre todo mediante un manejo de la crisis coordinado a escala internacional en favor de las potencias más fuertes. Esto lo aprendió a partir de 1945 en el marco del bloque occidental, el cual puso a Norteamérica, Europa occidental y Asia oriental bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Desde 1989 ha demostrado su capacidad para mantener esa gestión de la crisis incluso tras la desaparición de los bloques imperialistas. Así, mientras que en el plano imperialista 1989 marcó el inicio de la ley de “cada uno para sí” y del caos mundial, en el plano económico no ha ocurrido todavía lo mismo.
Las dos consecuencias más dramáticas de la crisis de 1929 fueron:
– el colapso del comercio mundial bajo una avalancha de devaluaciones competitivas y medidas proteccionistas que condujeron a la autarquía de los años de preguerra;
– el hecho de que las dos naciones capitalistas más poderosas, Estados Unidos y Alemania, fueron las primeras y más afectadas por la depresión industrial y el desempleo masivo.
Los programas nacionales de capitalismo de Estado que fueron adoptados en los diferentes países – Plan quinquenal en la URSS, Plan cuadrienal en Alemania, el New Deal en EEUU, etc. – no alteraron de ningún modo la fragmentación del mercado mundial, sino que aceptaron este marco como punto de partida. Por el contrario, ante la crisis de los 70 y 80 la burguesía occidental actuó rigurosamente para prevenir un retorno al proteccionismo extremo de los años 30, ya que era una condición para asegurar que los países centrales no fueran las primeras víctimas como en el 29, sino las últimas en sufrir las consecuencias más brutales de la crisis. El resultado de este sistema ha sido que partes enteras de la economía mundial, Africa, la mayor parte de Europa oriental, de Asia y Latinoamérica han sido o están siendo eliminadas como actores de la escena mundial y están cayendo en una barbarie sin nombre.
En su lucha contra Stalin a mediados de los años 1920, Trotski demostraba que no solamente el socialismo, sino incluso un capitalismo altamente desarrollado es “imposible” en “un sólo país”. En tal sentido, la autarquía de los años 30 fue un gigantesco retroceso para el sistema capitalista. De hecho, fue posible únicamente porque el curso hacia la guerra estaba abierto, lo cual no es lo que está ocurriendo hoy.
12. La actual gestión capitalista de Estado a escala internacional de la crisis, impone ciertas reglas a la guerra comercial entre capitales nacionales – acuerdos comerciales, financieros, monetarios o de inversión –, reglas sin las cuales el comercio mundial en las actuales condiciones sería imposible.
Esta capacidad de las principales potencias (subestimada por la CCI a principios de los 90) no ha alcanzado sus límites. Esto queda demostrado por el proyecto de una moneda común europea, proyecto que nos muestra hasta qué punto la burguesía se ve obligada a tomar medidas cada vez más complicadas y audaces para protegerse ante el avance de la crisis. El euro es ante todo una gigantesca medida de capitalismo de Estado para contrarrestar uno de los puntos más débiles del sistema y de los más peligrosos en sus líneas de defensa: el que, de los dos centros del capitalismo mundial, Norteamérica y Europa occidental, ésta esté dividida en una serie de capitales nacionales, cada uno con su propia moneda. Dramáticas fluctuaciones entre las monedas, como la que zarandeó al Sistema monetario europeo (SME) a principios de los 90, o devaluaciones competitivas como en los años 30, amenazan con paralizar el comercio dentro de Europa. Así, lejos de representar un paso adelante hacia un bloque imperialista europeo, el proyecto del euro es apoyado por Estados Unidos, país que sería una de las principales víctimas en caso de que se hundiera el mercado europeo.
El euro, al igual que la Unión europea misma, ilustra asimismo cómo esa coordinación entre Estados no elimina, ni mucho menos, la guerra comercial entre ellos, sino que es un método para organizarla en favor del más poderoso. La moneda común es una agarradera para la estabilización de la economía europea, pero es al mismo tiempo un sistema diseñado para asegurar la supervivencia de las potencias más fuertes (ante todo, la del país que dictó las condiciones para su construcción, Alemania) a expensas de los participantes más débiles (por eso Gran Bretaña, debido a su fortaleza tradicional como potencia financiera mundial, puede aún darse el lujo de quedar fuera de la zona Euro).
Estamos frente a un sistema capitalista de Estado infinitamente más desarrollado que el de Stalin, Hitler o Roosevelt de los años 30, en el cual no sólo la competencia dentro de cada Estado-nación, sino, hasta cierto grado, el de los capitales nacionales en el mercado mundial tiene un carácter menos espontáneo, más regulado, de hecho más político. Es así como, tras el cataclismo de la “crisis asiática”, los líderes de los principales países industrializados insistieron que en adelante el FMI debía adoptar criterios más políticos al decidir qué países serían “rescatados” y a qué precio (e inversamente cuáles podrían ser eliminados del mercado mundial).
13. Debido a la aceleración de la crisis, la burguesía se ve obligada actualmente a modificar su política económica: este es uno de los significados del establecimiento de gobiernos de izquierda en Europa y Estados Unidos. En Inglaterra, Francia o Alemania, los nuevos gobiernos de izquierda han criticado la anterior política de “globalización” y “liberalización” lanzada en los años 80 bajo Reagan y Thatcher, y han llamado a una mayor intervención del Estado en la economía y a una regulación del flujo de capitales internacional. La burguesía se da cuenta de que hoy esa política ha alcanzado sus límites.
La “globalización”, mediante la disminución de las barreras al comercio y la inversión en favor de la circulación del capital, ha sido la respuesta de las potencias dominantes al peligro de un retorno al proteccionismo y la autarquía de los años 30: una medida capitalista de Estado para proteger a los competidores más fuertes a expensas de los más débiles. Sin embargo, actualmente esta medida requiere a su vez una mayor regulación estatal destinada, no a revocar, sino a controlar el movimiento “global” del capital.
La “mundialización” no es la causa de la demente especulación internacional de los años pasados, sino la que ha abierto las puertas de par en par a su incremento. El resultado es que, tras haber sido un refugio para el capital amenazado por la ausencia de verdaderas salidas de inversión rentable, la especulación se ha vuelto un enorme peligro para el capital. Si la burguesía reacciona actualmente, es no sólo porque ese incremento es capaz de dejar para el arrastre a la totalidad de la economía de naciones periféricas (Tailandia, Indonesia, Brasil, etc.) sino ante todo porque los principales grupos capitalistas de las grandes potencias podrían irse a la bancarrota. De hecho, el principal objetivo de los programas del FMI para estos diferentes países en los dos últimos años era salvar, no a los países directamente afectados, sino las inversiones especulativas de los capitalistas occidentales, cuya bancarrota habría desestabilizado las estructuras financieras internacionales mismas.
La “globalización” nunca ha sustituido la competencia entre las naciones-Estado por la de las empresas multinacionales, como la ideología burguesa lo ha pretendido, sino que ha sido la política de ciertos capitales nacionales. De igual modo, la política de “liberalización” nunca ha sido un debilitamiento del capitalismo de Estado, sino un recurso para hacerlo más eficaz, y en particular una excusa para justificar los enormes recortes en el presupuesto social. Sin embargo, la situación actual de agudización de la crisis, exige una intervención estatal mucho más directa y evidente (como la reciente nacionalización de los bancos japoneses ante su hundimiento, una medida solicitada públicamente por los Estados del G-7). Tales circunstancias no son ya compatibles con una ideología “liberal”.
Igualmente en este plano la izquierda del capital está en mejores condiciones para poner en marcha las nuevas “medidas correctivas” (cuestión que la resolución del X° Congreso de la CCI de 1993 había ya subrayado con la sustitución de Bush por Clinton en Estados Unidos):
– políticamente, porque la izquierda se halla históricamente menos ligada a la clientela de los intereses capitalistas privados que la derecha, y por ello tiene más capacidad para adoptar medidas contra grupos particulares a la vez que defiende al capital nacional como un todo.
– ideológicamente, porque la derecha había inventado y principalmente aplicado la política precedente que ahora se modifica.
Tal modificación no significa que la política económica llamada “neoliberal” será abandonada. De hecho, y como expresión de la gravedad de la situación, la burguesía se ve obligada a combinar las dos políticas, las cuales tienen efectos cada vez más graves sobre la evolución de la economía mundial. Tal combinación, de hecho un equilibrio en la cuerda floja entre las dos, a pesar de sus efectos positivos en lo inmediato si bien cada vez más débiles, a medio plazo no hará más que agravar la situación.
Esto no significa, sin embargo, que haya un “punto de imposible retorno” económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni que haya un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su propia existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia. Desde entonces, el capitalismo ha logrado sobrevivir solamente mediante una manipulación creciente de sus propias leyes, tarea que solamente el Estado puede llevar a cabo.
En realidad, los límites de la existencia del capitalismo no son económicos, sino fundamentalmente políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la evolución de la relación de fuerzas entre las clases:
– o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;
– o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva.
La lucha de clase
14. En respuesta a las primeras manifestaciones de la nueva crisis abierta a finales de los años 60, el retorno de la lucha de clases en 1968, que puso término a cuatro décadas de contrarrevolución, detuvo el curso hacia la guerra mundial y abrió de nuevo una perspectiva para la humanidad. Durante las primeras grandes luchas de finales de los años 60 y comienzos de los 70, una nueva generación de revolucionarios comenzó a surgir de la clase obrera, y la necesidad de la revolución proletaria fue debatida en las asambleas generales de la clase. Durante las diferentes oleadas de luchas obreras entre 1968 y 1989, una experiencia de lucha difícil pero importante fue adquirida, y la conciencia en la clase se desarrolló en la confrontación con la izquierda del capital, particularmente los sindicatos, a pesar de los obstáculos colocados en el camino del proletariado. El punto más álgido alcanzado en todo este periodo fue la huelga de masas de 1980 en Polonia, que demostró que tampoco en el bloque ruso –históricamente condenado por su débil posición a ser “el agresor” en una guerra– el proletariado estaba dispuesto a morir por el Estado burgués.
Sin embargo, si bien el proletariado detuvo el curso hacia la guerra, no ha sido capaz de dar pasos significativos hacia la respuesta a la crisis del capitalismo: la revolución proletaria. Es este bloqueo en la relación de fuerzas entre las clases, en la que ninguna de las dos principales clases de la sociedad moderna puede imponer su propia solución, lo que ha abierto el periodo de descomposición del capitalismo.
En cambio, el verdadero primer acontecimiento histórico de envergadura mundial de este período de descomposición –el hundimiento de los regímenes estalinistas (llamados “comunistas”) en 1989– puso fin al periodo iniciado en 1968 de desarrollo de luchas y de la conciencia. El resultado de ese terremoto histórico fue el más profundo retroceso en la combatividad y sobre todo en la conciencia del proletariado desde el fin de la contrarrevolución.
Este revés no representa una derrota histórica de la clase, como la CCI lo señaló en la época. Desde 1992, con las importantes luchas en Italia, la clase obrera había ya reanudado el camino de la lucha. Sin embargo durante los años 90, este camino se ha revelado más arduo de recorrer que en las dos décadas precedentes. A pesar de esas luchas, la burguesía en Francia en 1995, y poco después en Bélgica, Alemania y Estados Unidos pudo aprovechar la combatividad vacilante y la desorientación política de la clase, y organizó movimientos espectaculares con el objetivo específico de restaurar la credibilidad de los sindicatos, lo que debilitó todavía más la conciencia de clase de los obreros. Mediante tales acciones, los sindicatos alcanzaron su más alto nivel de popularidad desde hacía más de una década. Después de las maniobras sindicales masivas en noviembre y diciembre de 1995 en Francia, la resolución sobre la situación internacional del XII° Congreso de la sección de la CCI en Francia de 1996 señalaba:
“... en los principales países capitalistas, la clase obrera ha sido llevada de nuevo a una situación comparable a la de los años 1970 en lo que concierne sus relaciones con los sindicatos y el sindicalismo... la burguesía ha logrado temporalmente borrar de la conciencia de la clase obrera las lecciones aprendidas durante los años 1980, es decir las repetidas experiencias de enfrentamiento contra los sindicatos.”
Todo este desarrollo confirma que desde 1989, el camino hacia los enfrentamientos de clase decisivos se ha vuelto más largo y más difícil.
15. A pesar de estas enormes dificultades, los años 90 han sido una década de nuevo desarrollo de las luchas de clase. Esto era ya visible a mediados de los años 90 a través de la estrategia misma de la burguesía:
– las maniobras sindicales anunciadas con gran despliegue publicitario trataban de reforzar a los sindicatos antes de que una acumulación importante de la combatividad obrera transformara esas movilizaciones a gran escala en algo demasiado peligroso;
– los “movimientos de desempleados” que les siguieron, también artificialmente orquestados en Francia, Alemania y otros países en 1997-98, destinados a crear una división entre obreros en activo y desempleados – buscando culpabilizar a aquéllos, creando estructuras sindicales para encuadrar en el futuro a éstos – reveló la inquietud de la clase dominante respecto al potencial radical del desempleo y de los desempleados;
– las enormes e incesantes campañas ideológicas –que frecuentemente se basan en hechos relacionados con la descomposición tales como la del asunto Dutroux en Bélgica, el terrorismo de ETA en España, la extrema derecha en Francia, Austria o Alemania– llamando a la defensa de la democracia, se han multiplicado para sabotear la reflexión de los obreros, probando que la clase dominante misma estaba convencida del inevitable incremento de la combatividad obrera con la agravación de la crisis y los ataques. Hay que hacer notar que todas las acciones preventivas fueron coordinadas a escala internacional.
La justeza del instinto de clase de la burguesía se ha hecho evidente con el aumento en las luchas obreras a finales de esta década.
Una vez más, la manifestación más importante del desarrollo de la combatividad ha venido de Bélgica y Holanda, con huelgas en diferentes sectores en 1997 en Holanda, especialmente en el puerto más grande del mundo, Rotterdam. Esta importante señal habría de ser confirmada rápidamente en otro pequeño país de Europa occidental, aunque altamente desarrollado, Dinamarca, cuando casi un millón de trabajadores del sector privado (la cuarta parte de los asalariados del país) se fueron a la huelga durante casi dos semanas en mayo de 1998. Este movimiento puso de relieve:
– una tendencia a la masividad de las luchas;
– la obligación para los sindicatos de volver a sus prácticas de control, aislamiento y sabotaje los movimientos de lucha, de tal manera que los obreros no salieron eufóricos del movimiento (como en Francia en 1995), sino totalmente desilusionados;
– la necesidad de la burguesía de reanudar internacionalmente su política de minimizar o, cuando es posible, ocultar las luchas con el fin de que no se extienda el “mal ejemplo” de la resistencia obrera.
Desde entonces, esta ola de luchas ha continuado en dos direcciones:
– con acciones a gran escala organizadas por los sindicatos (Noruega, Grecia, Estados Unidos, Corea del Sur) bajo la presión de un creciente descontento obrero;
– con una multiplicación de pequeñas luchas no oficiales, algunas veces incluso espontáneas en las naciones capitalistas centrales de Europa – Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania – luchas de las que se acaparan los sindicatos para encuadrarlas y aislarlas.
Son significativos estos hechos:
– la creciente simultaneidad de las luchas a escala nacional e internacional, especialmente en Europa occidental;
– la irrupción del combate en respuesta a los diferentes aspectos de los ataques capitalistas: despidos y desempleo, baja de los salarios reales, recortes en el “salario social”, condiciones insoportables de explotación, reducción de vacaciones, etc.;
– el embrión de una reflexión en el seno de la clase acerca de las reivindicaciones y cómo luchar, e incluso sobre la situación actual de la sociedad;
– la obligación para la burguesía -aunque los sindicatos oficiales no estén todavía seriamente desprestigiados en los recientes movimientos- de desarrollar con tiempo la carta del “sindicalismo de combate” o “de base” con fuerte implicación del izquierdismo.
16. A pesar de esos pasos adelante, la evolución de la lucha de clase desde 1989 sigue siendo difícil y no sin retrocesos debido sobre todo:
– al peso de la descomposición, un factor que se impone cada vez más contra el desarrollo de una solidaridad colectiva y de una reflexión teórica, histórica y coherente de la clase;
– a la verdadera dimensión del retroceso que comenzó en 1989, que va a pesar negativamente en la conciencia de clase y durante largo tiempo, ya que ha sido la perspectiva misma del comunismo la atacada.
Lo que subraya este retroceso, que hizo retroceder la lucha proletaria más de diez años, es el hecho de que en esta época de descomposición, el tiempo ya no juega a favor del proletariado. Aunque una clase no vencida pueda cerrar el camino hacia una guerra mundial, no puede impedir la proliferación de todas las manifestaciones de putrefacción de un orden social en descomposición.
De hecho, este mismo retroceso es la expresión de un retraso de la lucha proletaria, frente a una aceleración general del declive del capitalismo. Por ejemplo, a pesar de todo lo que significó Polonia 1980 para la situación mundial, nueve años más tarde, no fue la lucha de clases internacional lo que hizo caer al estalinismo en Europa oriental, estando la clase obrera completamente ausente en el momento de su hundimiento.
Sin embargo, la debilidad central del proletariado entre 1968 y 1989 no consistía en un retraso general (pues, contrariamente al rápido desarrollo de la situación revolucionaria que surgió de la Primera Guerra mundial, la lenta evolución desde 1968 en respuesta a la crisis tiene numerosas ventajas), sino ante todo la dificultad para la politización de su combate.
Esta dificultad es el resultado del hecho de que la generación que en 1968 puso fin a la más larga contrarrevolución en la historia, estaba separada de la experiencia de las generaciones anteriores de su clase y reaccionó a los traumatismos infligidos por la socialdemocracia y el estalinismo con una tendencia a rechazar la “política”.
Así, el desarrollo de una “cultura política” se ha ido convirtiendo en el problema clave de las luchas venideras. De hecho, ese problema contiene la respuesta a otra pregunta: ¿Cómo compensar el terreno perdido en los años anteriores para superar la amnesia actual de la clase respecto a las lecciones de sus luchas anteriores a 1989?
Es evidente que no se trata de repetir los combates de las dos décadas precedentes: la historia no permite tales repeticiones, aún menos actualmente cuando lo que le falta a la humanidad es tiempo. Pero sobre todo, el proletariado es una clase histórica. Aún si las lecciones de 20 años están ausentes actualmente de su conciencia, en realidad el proceso de “politización” no es otro que el de volver a descubrir las lecciones del pasado en la trayectoria de una nuevas perspectivas de lucha.
17. Tenemos buenas razones para pensar que el periodo que viene, a largo plazo, será en muchos aspectos particularmente favorable para tal politización. Estos factores favorables incluyen:
– el avanzado estado de la crisis misma, que impulsa a la reflexión proletaria sobre la necesidad de enfrentar y superar el sistema;
– el carácter cada vez más masivo, simultáneo y generalizado de los ataques, que plantea la necesidad de una respuesta de clase generalizada. Ello incluye la cuestión cada vez más grave del desempleo, la reflexión sobre la quiebra del capitalismo y también el problema de la inflación que es un medio empleado por la burguesía para exprimir a la clase obrera y a otras capas de la sociedad;
– incluye también el problema de la represión del Estado, que impulsa cada vez más a hacer ilegal cualquier expresión genuina de la lucha proletaria;
– la omnipresencia de la guerra, que destruye las ilusiones sobre un posible capitalismo “pacífico”. La guerra actual en los Balcanes, una guerra en el centro del capitalismo, va a tener un impacto significativo sobre la conciencia de los obreros, por muchas excusas humanitarias que pongan. Cualquiera que sea el impacto que pueda tener en la evolución de las luchas inmediatas, va a expresar de manera acrecentada la perspectiva catastrófica que el capitalismo ofrece a la humanidad. Además la marcha acelerada hacia la guerra, va a exigir el aumento de los presupuestos militares, y como consecuencia, de sacrificios cada vez más extremos para el proletariado, obligándole a defender sus intereses contra los del capital nacional.
Entre otros factores favorables hay que señalar:
– El incremento de la combatividad de una clase no derrotada contra la degradación de sus condiciones de vida. Solamente volviendo al combate los obreros podrán recuperar la conciencia de que forman parte de una clase colectiva, volver a recobrar la confianza en sí mismos, comenzar a plantear los problemas de clase en un terreno de clase y volver a entablar combate contra el sindicalismo y el izquierdismo.
– La entrada en lucha de una segunda y nueva generación de obreros. La combatividad de esta generación está aún plenamente intacta. Nacida ya en un capitalismo en crisis, no alberga ya ninguna de aquellas ilusiones propias de la generación posterior a 1968. Sobre todo, contrariamente a los obreros de esa época, los jóvenes proletarios de la hoy pueden aprender de la generación precedente, la cual posee ya una considerable experiencia de lucha que transmitir. Así, las lecciones “perdidas” del pasado pueden ser recuperadas en la lucha gracias a la coexistencia de dos generaciones de proletarios: ése es el proceso normal de acumulación de la experiencia histórica que la contrarrevolución había interrumpido brutalmente.
– Esta experiencia de reflexión común acerca del pasado, ante la necesidad de un combate generalizado contra un sistema agonizante, va a dar nacimiento a círculos de discusión o núcleos de obreros avanzados que van a tratar de volver a hacer suyas las lecciones de la historia del movimiento obrero. En tal perspectiva, la responsabilidad de la Izquierda comunista será mucho más grande que en los años 30.
Ese potencial no es un deseo piadoso. Lo confirma ya la propia burguesía, plenamente consciente de ese peligro potencial, por lo que ya está reaccionado preventivamente, mediante la denigración incesante del pasado y el presente revolucionario de su enemigo de clase.
Sobre todo, ante la degradación de la situación mundial, la burguesía teme que la clase descubra los acontecimientos que muestran la potencia del proletariado, que ponen de relieve que es la clase que tiene en sus manos las llaves del futuro de la humanidad: la oleada revolucionaria de 1917-1923, el derrocamiento de la burguesía en Rusia, el fin de la Primera Guerra mundial gracias al movimiento revolucionario en Alemania.
18. Esta inquietud de la clase dominante a propósito del peligro proletario se refleja asimismo en la llegada al poder de la izquierda en 13 de los 15 países de la Unión europea.
El retorno de la izquierda al gobierno en tantos países importantes, comenzando por los Estados Unidos después de la guerra del Golfo, se ha hecho posible gracias al golpe sobre la conciencia proletaria sufrido con los acontecimientos de 1989, tal como la CCI lo había señalado en 1990:
“En particular es por ello que debemos actualizar el análisis de la CCI sobre la “izquierda en la oposición”. Esta era una carta necesaria para la burguesía a finales de los años 1970 y a todo lo largo de los años 1980 debido a la dinámica general de la clase hacia combates cada vez más determinados y conscientes y su rechazo creciente a las mistificaciones democráticas, electoralistas y sindicales... En contraste, el actual retroceso de la clase significa que durante un tiempo esta estrategia no será ya una prioridad para la burguesía. Ello no significa necesariamente que estos países verán el retorno de la izquierda al gobierno: como ya lo hemos dicho en varias ocasiones... es sólo absolutamente necesario en periodos de guerra o revolución. Pero no debemos sorprendernos si ello se produce, ni considerarlo como “accidentes” o “debilidades específicas” de la burguesía en tales países” (Revista internacional n° 61).
La resolución del XII° Congreso de la CCI en la primavera de 1997, después de haber previsto correctamente la victoria de los laboristas en las elecciones generales de mayo de 1997 en Gran Bretaña, añadía:
“... es importante subrayar el hecho de que la clase dominante no va a volver a los temas de los años 1970 cuando la “alternativa de izquierda” con su programa de medidas “sociales”, y aún de nacionalizaciones, se estableció para frenar el impulso de la ola de luchas que había comenzado en 1968, desviando el descontento y la militancia hacia el atolladero de las elecciones.”
La victoria electoral de Schröder-Fischer sobre Khol en Alemania en el otoño de 1998 ha confirmado:
– que el retorno de los gobiernos de izquierda no es de ninguna manera una vuelta a los años 70. El SPD no ha vuelto al poder a causa de grandes luchas, como así ocurrió con Brandt. No hizo antes ninguna promesa electoral irrealista, y mantiene una política muy “moderada” y “responsable” en el gobierno.
– que en la fase actual de la lucha de clases, no es un problema para la burguesía poner a la izquierda, en particular a los socialdemócratas, en el gobierno. En Alemania, habría sido más fácil que en otros países dejar a la derecha en el gobierno. Contrariamente a la mayor parte de las demás potencias occidentales, donde los partidos de derecha se encuentran, ya sea en un estado de confusión (Francia, Suecia), ya sea divididos respecto a la política exterior (Italia, Gran Bretaña), o abrumados por tendencias retrógradas irresponsables (Estados Unidos), en Alemania, la derecha, aunque un poco gastada por 16 años de gobierno, se mantiene en orden y es perfectamente capaz de ocuparse de los asuntos del Estado alemán.
Sin embargo, el hecho de que Alemania, el país que tiene actualmente el aparato político más ordenado y coherente (lo que refleja su estatuto de líder de bloque imperialista potencial), haya puesto al SPD en el poder, revela que la baza de la izquierda en el gobierno no sólo es posible actualmente, sino que se ha vuelto una necesidad relativa (como la de la izquierda en la oposición en los años 80), o sea que sería un error para la burguesía el no jugar ahora esa baza.
Ya hemos mostrado qué necesidades, en el plano de la política imperialista y de la gestión de la crisis, abrieron la vía del gobierno a la izquierda. Pero en el frente social también, hay sobre todo dos razones importantes para un gobierno así en el día de hoy:
– Tras largos años de gobierno de derechas en países clave como Gran Bretaña y Alemania, la mistificación electoral exige la alternativa democrática ahora, tanto más por cuanto en el porvenir será mucho más difícil mantener a la izquierda en el gobierno. Contra la oleada revolucionaria de 1917-1923 y más aún desde la caída del estalinismo, la democracia burguesa es la mistificación antiproletaria más importante de la clase dominante y por ello debe ser alimentada permanentemente.
– Aunque la izquierda no es necesariamente la más adaptada para llevar a cabo los ataques contra la clase obrera actualmente, tiene la ventaja sobre la derecha de atacar de manera más prudente y sobre todo menos provocadora que la derecha. Esta es una cualidad muy importante en los momentos actuales en que es vital para la burguesía evitar tanto como sea posible luchas importantes y masivas de su enemigo mortal, ya que tales luchas son la primera condición y contienen actualmente un importante potencial para el desarrollo de la confianza en sí y de la conciencia política del proletariado como un todo.
CCI – 7/4/99