Guerra en Líbano, Oriente Medio, Irak - Sí, hay una alternativa a la barbarie capitalista

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La posición de los revolucionarios ante la guerra que arruina permanentemente Oriente Medio o el conflicto que recientemente acaba de ensangrentar Líbano e Israel no puede dejar lugar a la ambigüedad. Por eso apoyamos plenamente las pocas voces internacionalistas y revolucionarias que se hacen oír en esas regiones, como la del grupo “Enternasyonalist Komunist Sol” de Turquía. En su toma de posición sobre la situación en Líbano y Palestina que hemos publicado en varios órganos de nuestra prensa territorial y en nuestra página WEB, ese grupo rechaza con firmeza cualquier tipo de apoyo a las camarillas y facciones burguesas rivales que se están enfrentando y cuyas víctimas directas son millones de proletarios, sean de origen palestino, judío, chií, suní, kurdo, druso y demás. Con razón ese grupo afirma que “el imperialismo es la política natural de cualquier Estado nacional o cualquier organización que funciona como un Estado nacional”. También denuncia que “en Turquía como en el resto del mundo, la mayor parte de los izquierdistas han apoyado totalmente a la OLP o a Hamás. En la última guerra, se han expresado como un solo hombre para decir que “todos somos Hizbolá”. Siguiendo esa lógica que dice que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, han apoyado plenamente a esa organización violenta que precipita a la clase obrera en una guerra nacionalista desastrosa. El apoyo de los izquierdistas al nacionalismo nos indica por qué no tienen nada que decir diferente de los que afirma el MPH [Partido de la acción nacionalista, o “Lobos grises” fascistas] (…) La guerra entre Hizbolá e Israel y la guerra en Palestina son guerras interimperialistas y todos los campos en liza utilizan el nacionalismo para alistar a la clase obrera de su región. Cuanto más sean aspirados los obreros hacia el nacionalismo más perderán su capacidad para actuar como clase. Por ello ni Israel, ni Hizbolá, ni la OLP ni Hamás han de ser apoyados, sean cuales fuesen las circunstancias”. Esto demuestra que la perspectiva proletaria vive y sigue afirmándose, no solo a causa el desarrollo de las luchas de la clase obrera en el mundo entero, Europa, Estados Unidos, América Latina, India o Bangladés, sino también porque están apareciendo en varios países grupos y elementos politizados que intentan defender las posiciones internacionalistas que son el signo distintivo de la política proletaria.

La guerra en Líbano del verano pasado es una etapa más en la ruina de Oriente Medio y el hundimiento del planeta en un caos cada día más incontrolable, una guerra en la que contribuyen todas las potencias imperialistas de la pretendida “comunidad internacional”, desde las mayores hasta las más pequeñas. Siete mil bombardeos aéreos en el territorio libanés sin contar los innumerables tiros de misiles en el norte de Israel, más de 1200 muertos en Líbano e Israel (entre ellos más de 300 niños de menos de 12 años), más de 1500 heridos, un millón de civiles que huían de las bombas y las zonas de combate. Los más pobres ni pudieron huir, escondiéndose como podían, con el miedo en las entrañas… Barrios y pueblos destrozados y en ruinas, hospitales abarrotados, ese es el terrible balance de un mes de guerra en Líbano y en Israel tras la ofensiva de Tsahal, el ejército israelí, para reducir la influencia creciente de Hizbolá, en respuesta a varios ataques sangrientos de las milicias islamistas más allá de la frontera israelí-libanesa. Las destrucciones rondan los 6 mil millones de euros, y eso sin los costes militares de la guerra misma.

El Estado israelí ha librado una verdadera política de tierra quemada con una violencia, un salvajismo y una saña increíbles contra las poblaciones civiles de los pueblos del Líbano meridional, expulsadas sin miramientos de sus casas, reducidas a morirse de hambre, sin agua potable, expuestas a las peores epidemias y calamidades. También son 90 puentes y un número incalculable de vías de comunicación sistemáticamente cortadas (carreteras, autopistas…), tres centrales eléctricas y miles de viviendas destruidas, una contaminación sin límites y bombardeos incesantes. El gobierno israelí y su ejército no han cesado de proclamar su voluntad de “no castigar a los civiles”, declarando que matanzas como la de Caná han sido “accidentes lamentables” (del estilo de los famosos “daños colaterales” de las guerras del Golfo y de los Balcanes). Y sin embargo, han sido las poblaciones civiles las que han sufrido la gran mayoría de víctimas, ¡90 % de los muertos!

En cuanto a Hizbolá, a pesar de sus posibilidades más limitadas y por consiguiente menos espectaculares, ha tenido exactamente la misma política mortífera y sanguinaria de bombardeos  a mansalva, atacando con sus misiles las poblaciones civiles del norte de Israel (dicho sea de paso, ¡75 % de los muertos lo han sido entre las poblaciones árabes que pretenden defender!).

Todos son instigadores de guerra

El atolladero de la situación en Oriente Medio ya se había concretado en la subida al poder de Hamás en los territorios palestinos (que la intransigencia del gobierno israelí ayudó a realizar al “haber radicalizado” a una mayoría de la población palestina) y en la grieta abierta entre fracciones de la burguesía palestina, principalmente entre Al Fatah y Hamás, que impide en adelante cualquier solución negociada. Ante ese callejón sin salida, la reacción de Israel ha sido la que parece tener más éxito hoy en todos los Estados: la huida ciega. Para reafirmar su autoridad, Israel ha querido acabar con la influencia creciente en el Sur de Líbano de un Hizbolá ayudado, financiado y armado por el régimen iraní. El pretexto invocado por Israel para desencadenar la guerra fue liberar a dos soldados israelíes prisioneros del Hizbolá: cuatro meses tras su secuestro, siguen detenidos por las milicias chiíes. El otro motivo invocado era el de “neutralizar” y desarmar a Hizbolá cuyos ataques e incursiones en Israel desde el Sur de Líbano eran una amenaza permanente para la seguridad del Estado hebreo.

En fin de cuentas, la operación bélica aparece como un revés doloroso que pone un punto final al mito de la invencibilidad, de la invulnerabilidad del ejército israelí. Civiles como militares en el propio seno de la burguesía israelí se responsabilizan mutuamente de la desastrosa preparación de la guerra. Inversamente, Hizbolá sale fortalecido del conflicto y ha ganado una legitimidad en las poblaciones árabes por su lucha de resistencia. En su origen, Hizbolá, como Hamás, no era sino una de las tantas milicias islámicas que se crearon contra el Estado de Israel. Nació cuando la ofensiva israelí en el Sur Líbano en 1982. Gracias a su componente chií, pudo crecer gracias al apoyo financiero abundante del régimen de los ayatolás y los mulás iraníes. Siria también lo utilizó aportándole una ayuda logística importante, utilizándolo como base de retaguardia cuando estuvo obligada en 2005 a retirarse de Líbano. Esa banda de sicarios sanguinarios también ha sabido establecer pacientemente una poderosa red de reclutadores con la tapadera de la ayuda médica, sanitaria y social alimentada por los importantes fondos sacados del maná petrolero del Estado iraní. Esos fondos también le permiten financiar las reparaciones de las casas destruidas por las bombas y los misiles y así alistar a la población civil en sus filas. Los reportajes han mostrado que en ese “ejército de la sombra” también hay muchos críos entre 10 y 15 años que sirven de carne de cañón en esos sangrientos ajustes de cuentas.

Siria e Irán forman momentáneamente el bloque más homogéneo en torno a Hamás o a Hizbolá. Irán, en particular, afirma claramente sus ambiciones de ser la principal potencia imperialista de la región. El arma atómica le garantizaría efectivamente ese papel. Esa es precisamente una de las mayores inquietudes de la potencia norteamericana, pues la “Republica islámica” cultiva una hostilidad permanente hacia EE.UU. desde su fundación en 1979.

 Ha sido pues con la bendición de EE.UU. si Israel lanzó su ofensiva contra Líbano. Hundidos hasta las orejas en el cenagal de la guerra en Irak y en Afganistán, tras el fracaso de su “plan de paz” para arreglar la cuestión palestina, Estados Unidos no puede sino constatar el evidente fracaso de su estrategia para instaurar una “Pax americana” en Oriente Próximo y Medio. La presencia norteamericana en Irak se ha plasmado en estos tres últimos años en un caos sangriento, una verdadera y espantosa guerra civil entre facciones rivales, atentados cotidianos que golpean ciegamente a la población a la cadencia infernal de 80 a 100 muertos diarios.

En ese contexto, ni hablar para Estados Unidos de intervenir directamente cuando su objetivo en la región es la de meter en cintura a los estados a los que acusa de “terroristas” y encarnación del “eje del mal”, Siria e Irán, que apoyan directamente a Hizbolá. La ofensiva israelí, que debía ser una advertencia a esos estados, muestra la total convergencia de intereses entre la Casa Blanca y la burguesía israelí. El fracaso de Israel también significa por consiguiente un paso atrás suplementario de Estados Unidos y la continuación en el debilitamiento del liderazgo norteamericano.

El cinismo y la hipocresía de todas las grandes potencias

El colmo del cinismo y de la hipocresía lo alcanzó la ONU, organismo que no dejó, durante toda la guerra en Líbano, de proclamar su “voluntad de paz” sin dejar de hacer alarde de… su “impotencia” ([1]). Es una mentira asquerosa. Esa “cueva de ladrones” (según los términos empleados por Lenin para hablar de la Sociedad de las naciones, precursora de la ONU) es el cenagal en el que retozan los cocodrilos mas voraces del planeta. Los cinco miembros permanentes del Consejo de seguridad son los estados más depredadores de la Tierra:

  Estados Unidos cuya hegemonía se basa en los ejércitos más poderosos del mundo y cuyos crímenes bélicos desde la proclamación en 1990 de una “era de paz y de prosperidad” por Bush padre (las dos guerras del Golfo, la intervención en los Balcanes, la ocupación de Irak, la guerra en Afganistán…) son evidentes.

  Rusia, responsable de las peores atrocidades durante las dos guerras de Chechenia, tiene mal digerida la implosión de la URSS, masculla sus ganas de revancha, ostenta hoy nuevas pretensiones imperialistas aprovechándose del debilitamiento de EE.UU. Por ello apoya hoy a Irán y más discretamente a Hizbolá.

  China, aprovechándose de su creciente influencia económica, sueña con lograr nuevas zonas de influencia fuera de Asia del Sureste. Ya está echando miradas cariñosas a Irán, socio económico privilegiado que le dispensa petróleo a precio muy ventajoso. Cada una por su lado, esas dos potencias no han parado de intentar sabotear las resoluciones de la ONU en las que participaban.

  Gran Bretaña hasta ahora ha acompañado las principales expediciones de castigo norteamericanas, defendiendo sus intereses propios. Pretende reconquistar de esta forma la zona de influencia que tuvo con su protectorado en esa región (en particular Irán e Irak).

  La burguesía francesa tiene nostalgia de la época en la que se repartía con Gran Bretaña las zonas de influencia en Oriente Medio. Por ello se ha incorporado al plan norteamericano sobre Líbano en torno a la famosa resolución 1201 de la ONU, urdiendo incluso el plan de despliegue de la FINUL. Por ello también ha aceptado aumentar su compromiso militar en el Sur de Líbano, pasando de 400 a 2000 soldados en su participación en la FINUL.

Otras potencias también han entrado en liza, como Italia que asumirá el mando supremo de las fuerzas de la FINUL en Líbano tras febrero del 2007, proporcionando para ello el mayor contingente de fuerzas a la ONU. Pocos meses después de haber retirado las tropas italianas de Irak, tras haber criticado duramente la incorporación del gobierno de Berlusconi en ese conflicto, Prodi hace lo mismo en Líbano, confirmando las ambiciones de Italia de tener su asiento en la mesa de los grandes, a riesgo de salir desplumada. Todas las potencias están implicadas en la guerra.

Oriente Medio es hoy un concentrado del carácter irracional de la guerra, en donde cada imperialismo se hunde cada día más para defender sus intereses propios a costa de más y más conflictos, cada día más amplios y mortíferos, unos conflictos que implican cada vez a más estados.

La extensión de las zonas de enfrentamientos bélicos en el mundo es una manifestación del carácter ineluctable de la barbarie guerrera del capitalismo. Guerra y militarismo son sin lugar a dudas el modo de vida permanente del capitalismo decadente en plena descomposición. Es una de las características esenciales de bloqueo trágico de un sistema que no tiene nada que ofrecer a la humanidad sino miseria y muerte.

La burguesía norteamericana está metida en un callejón sin salida

El gendarme responsable de preservar el “orden mundial” es hoy en día un poderoso factor de aceleración del caos. ¿Cómo se explica que el primer ejército del mundo, dotado de los medios tecnológicos más modernos, de los servicios de información más potentes, de armas tan sofisticadas que son capaces de apuntar y hacer blanco a miles de kilómetros de distancia, esté metido en semejante cenagal? ¿Cómo se explica que Estados Unidos, país mas poderoso del mundo, tenga a su cabeza a un medio tonto rodeado de una banda de activistas tan poco conformes a la imagen tradicional de una “gran democracia” burguesa responsable? Bush Junior, descrito por el escritor Norman Mailer como “el peor presidente de la historia de EE.UU.: ignorante, arrogante y totalmente estúpido” se ha rodeado de un equipo de “cabezas pensantes” particularmente perturbadas que le dictan su política, desde el vicepresidente Dick Cheney al secretario de Defensa Donald ­Rumsfeld, pasando por su gurú-mánager, Kart Rove, y por el “teórico” Paul Wolfowitz. Desde principios de los 90, éste fue el portavoz mas consecuente de una “doctrina” qua anunciaba claramente que “la misión política y militar esencial de Norteamérica una vez terminada la guerra fría, será hacerlo todo para que ninguna superpotencia rival pueda emerger en Europa del Oeste, Asia o cualquier otro territorio de lo que fue la Unión Soviética”. Esa “doctrina” se dio a conocer en marzo del 92, cuando la burguesía norteamericana todavía tenía ilusiones sobre el éxito de su estrategia, tras el hundimiento de la URSS y la reunificación de Alemania. Fue con ese objetivo con el que esa gente declaraba hace unos años que para movilizar a la nación, imponer los valores democráticos de Estados Unidos e impedir las rivalidades imperialistas, “seria necesario un nuevo Pearl Harbor”. Recordemos aquí que el ataque de las fuerzas navales norteamericanas por parte de Japón en diciembre del 41, que costó unos 4500 muertos o heridos a Estados Unidos, favoreció la entrada en guerra de este país junto a los Aliados, invirtiendo la posición de la opinión publica hasta aquel entonces muy reticente. Las más altas autoridades norteamericanas estaban enteradas de ese ataque, dejando sencillamente que se realizara. Desde que Cheney y compañía llegaron al poder gracias a la victoria de Bush junior en el 2000, han realizado lo que habían previsto: los atentados del 11 de septiembre fueron el nuevo “Pearl Harbor”: en nombre de la nueva cruzada contra el terrorismo justificaron la invasión de Afganistán y de Irak, así como los nuevos programas militares, especialmente costosos, sin olvidar el reforzamiento sin precedentes del control policial sobre la población. El que Estados Unidos se haya dado semejantes dirigentes que juegan con el destino del planeta como aprendices de brujo, obedece a la misma lógica del capitalismo decadente en crisis que en otros tiempos llevó al poder a un Hitler en Alemania. No es tal o cual individuo en la cumbre del Estado el que hace evolucionar el capitalismo en tal o cual sentido, sino que, al contrario, es el sistema en total decadencia el que permite llegar al poder a tal o cual individuo representativo de esa evolución y capaz de llevarla a la práctica. Es una expresión clara del atolladero histórico en el que el capitalismo está metiendo a la humanidad.

El balance de esa política es abrumador: 3000 soldados muertos desde que empezó la guerra en Irak hace tres años (más de 2800 norteamericanos), 655  000 iraquíes han fallecido entre marzo del 2003 y julio del 2006, y ya es sabido que los atentados mortíferos entre fracciones chiíes y suníes no cesan de intensificarse. Hay 160 000 soldados de ocupación bajo mando norteamericano presentes hoy en suelo iraquí, incapaces de “asegurar el mantenimiento del orden” en un país al borde de la guerra civil y de la fragmentación. En el Sur, las milicias chiíes intentan imponer su ley multiplicando las demostraciones de fuerza, en el Norte los activistas suníes reivindican con orgullo sus vínculos con Al Qaeda y acaban de autoproclamar una “república islámica” mientras que en el centro, en la región de Bagdad, la población está expuesta a bandas de saqueadores, a atentados con coches bomba y cualquier patrulla aislada de las tropas norteamericanas se expone a caer en una emboscada.

Las guerras en Irak y Afganistán tragan además cantidades colosales de dinero, que ahondan siempre más el déficit presupuestario y precipitan a EE.UU. en un endeudamiento descomunal. La situación en Afganistán también es catastrófica. El interminable  rastreo para dar con Al Qaeda y, también aquí, la presencia de un ejército de ocupación favorecen a los talibanes que fueron expulsados del poder en 2002 pero que hoy, rearmados por Irán y mas discretamente por China, multiplican las emboscadas y los atentados. Los “demonios terroristas”, Bin Laden o el régimen de los talibanes, son ambos, además, engendros creados por Estados Unidos para acorralar a la URSS en la época de los bloques imperialistas, cuando la invasión de Afganistán por las tropas rusas. El primero es un ex espía reclutado por la CIA en 1979; tras haber servido en Estambul de intermediario financiero en un tráfico de armas de Arabia Saudita y EE.UU. hacia la guerrilla de Afganistán, evolucionó “naturalmente”, en cuanto empezó la intervención rusa, para servir de intermediario a los norteamericanos en el reparto de la financiación entre la resistencia afgana. Los talibanes, por su parte, fueron armados y financiados por Estados Unidos y se hicieron con el poder con la bendición del Tío Sam.

También es patente que la gran cruzada contra el terrorismo, lejos de erradicarlo, lo único que ha conseguido es centuplicar las acciones terroristas y los atentados kamikaze cuyo único objetivo es hacer cuantas más víctimas, mejor. La Casa Blanca hoy es impotente ante las burlas más humillantes que le hace el Estado iraní. Esta impotencia da alas a potencias de cuarto o quinto orden como Corea del Norte que se ha permitido el lujo de proceder el 8 de octubre a una prueba atómica que la sitúa en octava posición de los países poseedores del arma atómica. Ese enorme reto pone en peligro a toda Asia del Sureste, fortaleciendo a su vez las aspiraciones de nuevos pretendientes al arma nuclear. Justifica la remilitarización y el rearme rápido de Japón, así como su orientación hacia la producción de armas nucleares para hacer frente a su vecino inmediato. Es un peligro importante que ilustra el “efecto dominó” de la huida ciega en el militarismo y en la tendencia a tirar “cada uno por su cuenta”.

También se ha de evocar la situación de caos espantoso en Oriente Medio, en particular en la Franja de Gaza. Tras la victoria electoral de Hamás a finales de enero fue suspendida la ayuda internacional directa y el gobierno israelí organizó el bloqueo de las transferencias de fondos por ingresos fiscales y aduaneros a la Autoridad Palestina. Ya van siete meses que 165  000 funcionarios no cobran su sueldo, pero su rabia, como la de toda una población de la que un 70 % vive por debajo del umbral de pobreza, con un nivel de desempleo de 44 %, es fácilmente recuperada en enfrentamientos callejeros que oponen de nuevo regularmente desde el 10 de octubre las milicias de Hamás y las de Al Fatah. Los intentos de gobierno de unión nacional abortan uno tras otro. Mientras se iba retirando del Sur de Líbano, Tsahal ha vuelto a cercar las zonas fronterizas con Egipto junto a la Franja de Gaza y a bombardear con misiles el pueblo de Rafá, so pretexto de acorralar a los activistas de Hamás. Los controles de quienes siguen teniendo trabajo son permanentes. La población vive en un clima de terror y de permanente inseguridad. Desde el 25 de junio han sido contabilizados 300 muertos en esa zona.

El descalabro de la política norteamericana es patente. Por eso asistimos a un amplio cuestionamiento de la administración Bush hasta en su propio campo, el de los republicanos. Las ceremonias del quinto aniversario del 11 de septiembre fueron la ocasión de un verdadero chaparrón de críticas contra Bush, retransmitidas por los medios norteamericanos. Hace cinco años, a la CCI se la acusaba de tener una visión maquiavélica de la historia cuando demostraba la hipótesis de que la Casa Blanca había dejado que se perpetraran los atentados con conocimiento de causa para justificar las aventuras militares en preparación [2]. Hoy, es un numero incalculable de libros, documentales, artículos en Internet que no solo cuestionan la versión oficial del 11 de septiembre, sino que gran parte de ellos avanzan teorías mucho mas fuertes, denunciando un complot y una manipulación de la camarilla de Bush. Según los sondeos más recientes, más de una tercera parte de los norteamericanos y casi la mitad de la población neoyorquina piensan que hubo manipulación de los atentados, que el 11 de septiembre fue un inside job (una labor interna).

Y el 60 % de la población norteamericana piensa que la guerra en Irak es una “mal asunto”; la mayor parte de ella ya no cree en la tesis de la posesión de armas nucleares ni en los lazos entre Sadam y Al Qaeda, considerando que no fue sino un pretexto para justificar la intervención  en Irak. Media docena de libros recientes (entre ellos el del famoso periodista Bob Woodward que en tiempos de Nixon denunció el escándalo del Watergate) acusan sin ambages, denunciando esa “mentira” de Estado, exigiendo que se retiren las tropas de Irak. Ello no significa que la política militarista de EE.UU. se autoinmole voluntariamente, sino que el gobierno está forzado a tenerlo en cuenta y exponer sus propias contradicciones para intentar adaptarse.

La pretendida última pifia de Bush, admitiendo el paralelo con la guerra de Vietnam, la hizo al mismo tiempo que el propio James Baker organizaba las “filtraciones” de unas entrevistas que le hicieron. El plan del antiguo jefe del Estado mayor de la era Reagan, que también fue secretario de Estado en la época de Bush Senior, preconiza la apertura del dialogo con Siria e Irán, y sobre todo una retirada parcial de las tropas en Irak.  Ese intento de retirada limitada pone de relieve el nivel de debilitamiento de la burguesía norteamericana para la cual la  simple retirada de Irak sería la mayor humillación de su historia, algo que no puede permitirse. El paralelo con Vietnam es, a decir verdad, una subestimación engañosa. En aquel entonces, la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam permitió a EE.UU. reorientar su estrategia de alianzas, llevándose a China a su propio campo contra la URSS. La retirada de hoy de las tropas norteamericanas de Irak sería pura y rotundamente una capitulación sin contrapartida, que provocaría un desprestigio total de la potencia norteamericana. Ocasionaría la fragmentación de un país, provocando un aumento considerable del caos en toda la región. Esas contradicciones son  la expresión patente de la crisis y del debilitamiento del liderazgo estadounidense, y del avance del desorden creciente en las relaciones internacionales. Y un cambio de mayoría en las elecciones “intermedias” de noviembre para el próximo congreso o la elección posible de un presidente demócrata dentro de dos años no tendrá otro resultado que seguir las mismas huellas de las aventuras bélicas por el mismo camino que lleva al atolladero. El clan de  exaltados que gobierna en Washington ya ha dado la prueba de un nivel de incompetencia pocas veces alcanzado por una administración norteamericana. Pero sean los que sean los equipos que tomen el relevo, hay un dato fundamental que no podrán cambiar: ante un sistema capitalista que se está hundiendo en su crisis mortal, la clase dominante no es capaz de responder sino es siguiendo la senda de la barbarie guerrera. Y la primera burguesía mundial lo hará todo por mantener su rango en ese plano.

La lucha de clases es la única alternativa a la barbarie capitalista

En Estados Unidos, el peso de la patriotería  alimentada tras el 11 de septiembre ha desaparecido en gran parte a causa de la experiencia del doble fracaso de la lucha antiterrorista y del hundimiento en el barrizal de la guerra en Irak. Las campañas de reclutamiento del ejército tienen enormes dificultades para encontrar candidatos dispuestos a jugarse la vida en Irak y la desmoralización está alcanzando a la tropa. A pesar de los riesgos, hay miles de deserciones. Ya se cuentan más de mil desertores en Canadá.

Esta situación no solo refleja el callejón sin salida de la burguesía sino que anuncia otra alternativa. El peso más y más insoportable de la guerra y de la barbarie en la sociedad es una dimensión indispensable de la toma de conciencia por parte de los proletarios de la quiebra irremediable del sistema capitalista. La única respuesta que la clase obrera pueda oponer a la guerra imperialista, la única solidaridad que pueda manifestar a sus hermanos de clase expuestos a las peores masacres, es la de movilizarse en su terreno de clase contra sus explotadores. Es la de luchar y desarrollar sus combates en el terreno social contra sus propias burguesías nacionales. La clase obrera ya empezó a concretarlo durante la huelga de solidaridad de los empleados del aeropuerto de Heathrow en agosto del 2005, en plena campaña antiterrorista, con los obreros pakistaníes despedidos por la empresa Gate Gourmet. También lo ha hecho en la movilización de los futuros proletarios contra el CPE en Francia y de los metalúrgicos en Vigo en España. En Estados Unidos, también lo hicieron los 18  000 mecánicos de Boeing en septiembre de 2005, que se opusieron a la disminución de las pensiones de jubilación y también a la discriminación de los regímenes entre obreros jóvenes y veteranos. Los obreros del Metro y de transportes públicos en la huelga en Nueva York  en vísperas de Navidad de 2005, contra un ataque a las jubilaciones que explícitamente sólo iba a afectar a los futuros empleados, afirmaron su toma de conciencia de que luchar por el porvenir de sus hijos forma parte del propio combate. Esas luchas siguen siendo muy débiles todavía y el camino que conduce a los enfrentamientos decisivos entre proletariado y burguesía será largo y difícil, pero son la manifestación de una reanudación de los combates de clase a escala internacional. Son el único rayo de esperanza de un porvenir diferente, de una alternativa para la humanidad frente a la barbarie capitalista.

W (21 octubre)

 

[1]) Ese cinismo y esa hipocresía se revelaron en el terreno mismo, durante un episodio de los últimos días de guerra: un convoy compuesto por una parte de la población de un pueblo libanés, con muchas mujeres y niños que intentaban huir de la zona de combates, tuvo una avería y fue ametrallado por el ejército israelí. Los miembros del convoy buscaron entonces la protección en un campo cercano a un puesto de la ONU. Se les contestó que era imposible protegerlos, que la ONU no tenia mandato para ello. La mayoría (58 personas) de entre ellos murieron bajo la metralla del ejército israelí ante la mirada pasiva  de la FINUL (según un testimonio de una familia superviviente).

[2]) Léase nuestro artículo « Pearl Harbor 1941, las “Twin Towers” 2001 », el maquiavelismo de la burguesía, Revista internacional no 108.

 

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