El desarrollo de la lucha de clases es la única alternativa al sombrío atolladero del capitalismo

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Durante el período reciente, los hechos más señalados de la actualidad mundial han ilustrado lo que hoy está históricamente en juego para la humanidad. Por un lado, el sistema capitalista que domina el mundo ha dado pruebas suplementarias del siniestro y criminal atolladero al que condena a la sociedad entera. Por otro lado, asistimos a la confirmación del desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado, única fuerza en la sociedad capaz de darle un futuro.

La alternativa proletaria no es todavía perceptible para el conjunto de la clase obrera, ni siquiera para los sectores que han entrado en lucha recientemente. En una sociedad en la que “las ideas dominantes son las de la clase dominante” (Marx), solo unas pequeñas minorías comunistas pueden, por ahora, ser conscientes de lo que de verdad está en juego en la situación actual de la sociedad humana. Es por eso por lo que incumbe a los revolucionarios hacer resaltar esos retos, denunciando, en particular, todos los intentos de la clase dominante por ocultarlos.

La barbarie capitalista se agravará

Lejos queda el tiempo en que el dirigente principal del mundo, el presidente de EEUU, George Bush padre, anunciaba, con el fin de la “guerra fría” y después de la guerra del Golfo de 1991, la apertura de un “período de paz y prosperidad”. Cada día que ha pasado lo único que nos ha traído es una nueva atrocidad guerrera. África sigue siendo el ruedo de conflictos sangrientos y de gran mortandad, no solo a causa de las armas sino también por epidemias y las hambrunas que provocan. Cuando parece que una guerra se termina en un lado, vuelve a empezar en otro con más brutalidad todavía, como hemos podido ver últimamente en Somalia donde los “tribunales islámicos” han llevado a cabo una ofensiva contra los “señores de la guerra” (Alianza por las restauración de la paz y contra el terrorismo – ARPCT) aliados de Estados Unidos. La intervención de este país a principios de los años 90 se remató con un punzante revés en 1993 y lo único para lo que sirvió fue para desestabilizar todavía más la situación, e incluso si hoy los “tribunales islámicos” parecen dispuestos a colaborar con la potencia estadounidense, está claro que en Somalia, como en muchos otros países el retorno de la paz será de corta duración. Y la voluntad de la Administración norteamericana de hacer de “la lucha contra el terrorismo uno de los pilares de la política de Estados Unidos para el Cuerno de África” (declaración de la subsecretaria de Estado para asuntos africanos, el 29 de junio) no será, desde luego, la garantía de una posible estabilización futura de la situación en el Cuerno de África.

Una buena proporción de las guerras de hoy se justifican precisamente, si no son su origen, por esa pretendida “lucha contra el terrorismo”. Es el caso de dos de los conflictos más importantes que hoy afectan a Oriente Medio: la guerra en Irak y la guerra entre Israel y las camarillas armadas de Palestina.

En Irak, ya son decenas de miles los muertos con que la población ha pagado el “fin de la guerra” proclamado el Primero de mayo de 2003 por Georges W. Bush desde el portaviones Abraham Lincoln. Y ya son más de 2500 los jóvenes soldados americanos muertos en Irak desde que su gobierno les ha encargado de “asegurar la paz”. Todos los días sin excepción, las calles de Bagdad y otras ciudades iraquíes son el escenario de matanzas a mansalva. Y esa violencia no va dirigida especialmente contra las tropas de ocupación, sino sobre todo contra la gente de a pie para la cual el haber alcanzado la “democracia” es sinónimo de un terror permanente y de una miseria que no tienen nada que envidiar a las sufridas bajo Sadam Husein. La invasión de Irak se hizo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, en nombre de la lucha contra dos amenazas:

  la del terrorismo de Al Qaeda, a quien pretendidamente habría estado vinculado el régimen de Sadam Husein;

  la de las “armas de destrucción masiva” de que dispondría el dictador iraquí.

En lo que a armas de “destrucción masiva” se refiere, ha quedado establecido que las únicas actualmente en Irak son las que allí han llevado las fuerzas de la “coalición” dirigida por Estados Unidos. En cuanto a la lucha contra el terrorismo, nueva cruzada oficial de la primera potencia mundial, puede comprobarse su ineficacia total, peor todavía, la presencia de tropas de EEUU son, sin lugar a dudas, el mejor acicate para suscitar vocaciones de kamikaze entre jóvenes completamente desesperados y fanatizados por los sermones islamistas. Y eso no es solo verdad en ese país, sino por todas las partes del mundo, incluidos los países más desarrollados: nadie puede desmentir que, un año justo después de los atentados del Metro de Londres, la existencia y desarrollo, en el seno de las metrópolis del capitalismo, de grupos terroristas que se reivindican de la “guerra santa” ([1]).

El otro gran conflicto de Oriente Próximo, el conflicto palestino, no cesa de hundirse más y más en el pozo sin fondo de la guerra, desmintiendo todas las esperanzas de “paz” que celebraron los sectores dominantes de la burguesía mundial tras los acuerdos de Oslo en 1992. Por un lado, un aparato de Estado fantasma, la Autoridad palestina, que expone sus divisiones abiertamente y en la calle con ajustes de cuentas cotidianos entre las diferentes camarillas armadas (sobre todo las de Hamás y de Al Fatah), que por eso es incapaz de hacer reinar el orden frente a los pequeños grupos que han decidido proseguir las acciones terroristas, mostrando así su incapacidad de ofrecer la menor perspectiva a una población abrumada por la miseria, el desempleo y el terror. Por el otro lado, un Estado armado hasta los dientes, Israel, cuya política consiste esencialmente, como puede hoy comprobarse, en desplegar y dar rienda suelta a su poderío militar frente a las acciones terroristas, una potencia militar cuyas víctimas no son tanto los grupos que originan esas acciones, sino la población civil, lo cual no hace sino alimentar nuevas vocaciones para la yihad, o “guerra santa”, y más voluntarios para los atentados kamikaze. De hecho, el estado de Israel practica a su pequeña escala una política parecida a la de su gran hermano americano, una política que no sólo es incapaz de restablecer la paz, sino que echa más leña al fuego ([2]). Desde que se desmoronaron el bloque del Este y la URSS, a finales de los años 80, derrumbe cuya inevitable consecuencia fue la desaparición del bloque occidental, Estados Unidos se otorgó el papel de supergendarme del mundo, encargado de hacer reinar “el orden y la paz”. Era el objetivo declarado por George Bush senior, en su guerra contra Irak de 1991 y que nosotros analizábamos así en vísperas de dicha guerra:

“Lo que hoy demuestra la guerra del Golfo es que, frente a la tendencia al caos generalizado propia de la fase de descomposición, y a la que el hundimiento del bloque del Este ha dado un considerable acelerón, no le queda otra salida al capitalismo, en su intento por mantener en su sitio a las diferentes partes de un cuerpo con tendencia a desmembrarse, que la de imponer la mano de hierro de la fuerza de las armas. Y los medios mismos que está utilizando para contener un caos cada vez más sangriento son un factor de agravación considerable de la barbarie guerrera en la que se ha hundido el capitalismo”.

“En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo lo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario en el que el gendarme americano intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo cada vez más masivo y brutal de su potencial militar”.

Sin embargo, hay mucha distancia entre los discursos de los dirigentes de este mundo (por muy sinceros que a veces parezcan) y la realidad de un sistema que se niega obstinadamente a doblegarse a su voluntad:

“En el período actual, en el cual, mucho más que en las décadas pasadas, la barbarie guerrera (mal que les pese a los señores Bush, Mitterrand y compañía y sus profecías sobre el “nuevo orden de paz”) será un dato permanente y omnipresente de la situación mundial, que implicará de manera creciente a los países desarrollados” (“Militarismo y descomposición”, Revista internacional n° 64, 1er trimestre de 1991)

Desde hace 15 años, la situación mundial no hace más que confirmar de manera trágica aquella previsión de los revolucionarios. Los enfrentamientos bélicos no han cesado de agobiar a la población de muchas partes del mundo, la inestabilidad y las tensiones en las relaciones entre los países no han conocido ni un respiro y hoy tienden a agravarse más todavía, especialmente con las ambiciones de Estados como Irán y Corea del Norte que quieren seguir el camino de otros países de la región, como India y Pakistán, y dotarse del arma atómica, equipándose de misiles capaces de lanzar esas armas contra un enemigo lejano. El lanzamiento de varios misiles “Taepodong” el 4 de julio por Corea del Norte, y la impotencia de la llamada “comunidad internacional” para reaccionar ante lo que aparece como una auténtica provocación, subrayan la inestabilidad creciente en la situación mundial. Corea del Norte no es, claro está, una amenaza real para la potencia de EE.UU, por mucho que sus misiles pudieran alcanzar las costas de Alaska. Pero sus provocaciones dan una idea de la incapacidad del gendarme norteamericano, empantanado en el barrizal iraquí, para hacer reinar su “orden”.

Los planes militares de Corea del Norte aparecen como un absurdo total, consecuencia para algunos de la “enfermedad mental” de su jefe supremo, Kim Jong-il, que condena a la población a la hambruna y dilapida los escasos recursos del país en programas militares absurdos y, en fin de cuentas, suicidas. En realidad, la política llevada por Corea del Norte no es sino la caricatura de la realizada por todos los Estados del mundo, empezando por el más poderoso de ellos, el Estado norteamericano cuya aventura iraquí también ha sido atribuida a la estupidez de George W. Bush junior, ese otro “hijo de su padre” como Kim Jong-il. En realidad, por muy locos, paranoicos o megalómanos que sean algunos dirigentes (cierto en el caso de Hitler, de Bokassa “emperador” de África Central, y tantos otros, no parece, sin embargo, que ese sea el caso de George W., aunque tampoco sea una lumbrera), la política “de locura” que tienen que llevar a cabo no es sino la expresión de las convulsiones de un sistema que sí que se ha vuelto “loco”, debido a las propias convulsiones que sacuden sus bases económicas.

Éste es el mundo, el futuro que nos ofrece la burguesía: inseguridad, guerra, hambres y, de guinda, la promesa de una degradación irreversible del medio ambiente cuyas consecuencias empiezan ya a manifestarse con unos desajustes climáticos cuyas consecuencias futuras serán sin duda mucho más catastróficas que las de hoy (tempestades, huracanes, inundaciones mortíferas, etc.). Y una de las cosas más indignantes es que todos los sectores de la clase dominante tienen la cara de presentarnos las atropellos y los crímenes de los que son responsables como si fueran acciones inspiradas por la voluntad de llevar a la práctica unos grandes principios humanos: la prosperidad, la libertad, la seguridad, la solidaridad, la lucha contra la opresión…

En nombre de la “prosperidad y del bienestar” la economía capitalista, cuyo único motor es la búsqueda de beneficios, hunde a miles de millones de seres humanos en la miseria, el desempleo y el desaliento, a la vez que va destruyendo sistemáticamente el entorno. En nombre de la “libertad” y de la “seguridad” realiza sus operaciones militares tanto la potencia estadounidense como las demás. En nombre de la “solidaridad entre naciones civilizadas” o de la “solidaridad nacional” ante la amenaza terrorista o de otro tipo, se van tejiendo los taparrabos ideológicos de esas operaciones. En nombre de la lucha de los oprimidos contra el “Satán americano” y sus cómplices, las pandillas terroristas realizan sus acciones contra civiles perfectamente inocentes de preferencia.

No será la clase dominante ni sus clónicos terroristas de quienes se podrá esperar que defiendan esos valores, sino de la clase explotada por definición, el proletariado.

Las luchas obreras anuncian y preparan el porvenir

En medio de la cruenta barbarie que caracteriza el mundo actual, la única esperanza para la humanidad es la reanudación de los combates de la clase obrera a escala mundial habidos sobre todo desde hace un año. La crisis económica se extiende a nivel mundial, no evita ningún país, ninguna región del mundo; por eso, la lucha del proletariado contra el capitalismo tiende también a desarrollarse a escala universal, llevando en sus entrañas la perspectiva futura de la destrucción del capitalismo. El carácter simultáneo de los combates de clase de estos últimos meses tanto en los estados más industrializados como el los países del “Tercer mundo” son significativos de la reanudación actual de la lucha de clases: tras las huelgas que paralizaron el aeropuerto de Heathrow en Londres y los transportes de Nueva York en 2005, fueron los trabajadores de Seat en Barcelona, luego los estudiantes en Francia que llevaron a cabo una lucha masiva en la primavera pasada. Los metalúrgicos de Vigo, en España, les siguieron los pasos. Al mismo tiempo, en los Emiratos Árabes Unidos, en Dubai, una oleada de luchas estalló entre los obreros inmigrados que trabajan en la construcción. Ante la represión, los trabajadores del aeropuerto de Dubai se pusieron espontáneamente en huelga de solidaridad con los trabajadores de la construcción. En Bengladesh, han sido cerca de dos millones de obreros textiles de la región de Dhaka que iniciaron una serie de huelgas salvajes masivas a finales de mayo y principios de junio para protestar contra unos sueldos miserables y las condiciones de vida insoportables que les impone el capitalismo ([3]). Por todas partes, tanto en los países más desarrollados como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y, anteriormente, Alemania o Suecia, o en los menos desarrollados como Bengladesh, la clase obrera está levantando la cabeza, desarrollando sus luchas. La enorme combatividad que ha caracterizado las recientes luchas revela que, por todas partes, la clase explotada se niega hoy a someterse a lo inaceptable y a la lógica inhumana de la explotación capitalista.

Frente a esa práctica propia de todas las camarillas burguesas de “cada uno a la suya” y de “guerra de todos contra todos” que invade el mundo, la clase obrera empieza a oponer su propia perspectiva: la de la unidad y la solidaridad contra los ataques incesantes del capitalismo. Es la solidaridad la que ha marcado todas las luchas obreras desde hace un año y eso es un avance considerable en al conciencia de clase del proletariado. Ante el atolladero del capitalismo, al desempleo, los despidos y el “no future” que este sistema ofrece a los obreros y, en especial, a las nuevas generaciones, la clase explotada está tomando conciencia de que su única fuerza está en su capacidad para oponer un frente masivo para afrontar el Moloch capitalista.

Son dos mundos los que se enfrentan: el mundo de la burguesía y el mundo obrero. Aquélla, tras haber encarnado frente al feudalismo, el progreso de la humanidad, se ha vuelto hoy la defensora de toda la barbarie, la bestialidad, la desesperación que abruman a la especie humana. En cambio, aunque no tenga plena conciencia de ello todavía, la clase obrera representa el futuro, un futuro definitivamente librado de la miseria y de la guerra. Un futuro en el que uno de los principios más valiosos de la especie humana, la solidaridad, volverá a ser la regla universal. Una solidaridad que las luchas obreras recientes han demostrado que no estaba enterrada definitivamente en una sociedad a la deriva, sino que lleva en sí el futuro de la lucha.

Fabienne (8/07/2006)

 

[1]) Eso no excluye, ni mucho menos, que los gobiernos de los países “democráticos” se dediquen, en algunas circunstancias, a desarrollar o favorecer la actividad de ese tipo de grupos para así justificar sus operaciones bélicas o el reforzamiento de la represión. El ejemplo más evidente de esa política es la llevada a cabo por el Estado norteamericano antes y después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que solo los ilusos pueden creer que no fueron deliberadamente previstos, alentados e incluso organizados en parte por los órganos especializados de dicha Administración (leer al respecto: “Pearl Harbor 1941, “Torres Gemelas” 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108).

[2]) Esos son los temores que se están expresando ya en algunos sectores de la burguesía israelí frente a la ofensiva del ejército en la franja de Gaza justificada por la búsqueda de un soldado israelí capturado por un grupo terrorista.

[3]) Ver nuestro artículo “Dubai, Bangla Desh: la clase obrera se rebela contra la explotación capitalista” en Acción proletaria nº 190, julio-septiembre de 2006 (ver sitio Internet para otros idiomas).