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Estalinismo, democracia y represión
Toda la propaganda occidental está utilizando los acontecimientos para dar crédito a la idea de que sólo las dictaduras estalinistas o militares tendrían el monopolio de la represión; la democracia sería pacífica, no usaría semejantes armas. Nada es más falso. La historia ha demostrado con creces que las democracias occidentales nada tienen que envidiarles a las peores dictaduras en ese aspecto; la sangrienta masacre de las luchas obreras de Berlín en 1919 sigue siendo un ejemplo histórico que no se olvida. Y desde entonces, esas democracias han demostrado sus conocimientos de matarifes en las incontables represiones coloniales, en el envío de consejeros-peritos en torturas para mantener el orden de sus intereses imperialistas por todo el ancho mundo.
Deng Xiaoping, hoy en el banquillo de la buena conciencia democrática internacional, era, hasta hace pocos días, para el conjunto de la burguesía occidental, el símbolo de un post-maoísmo inteligente, símbolo de los «reformadores», hombre de la apertura hacia Occidente, interlocutor privilegiado. Y ahora ¿van a cambiar las cosas? ¡Ni mucho menos! Una vez que la pesada losa esté bien colocada, salga quien salga de vencedor, nuestras bonitas democracias, hoy tan indignadas, se secarán sus lagrimitas hipócritas para procurar granjearse las simpatías de los nuevos dirigentes.
No existe el menor antagonismo entre democracia y represión; son, al contrario, las dos caras indisociables de la dominación capitalista. El terror policíaco-militar y la mentira democrática se completan, reforzándose mutuamente. Los «demócratas» de hoy serán los verdugos de mañana y los torturadores de ayer, como Jaruzelski por ejemplo, hoy hacen el papelón de «demócratas».
Mientras las monsergas democráticas resuenan ensordecedoras por el planeta entero, desde el Este al Oeste, resulta que las matanzas suceden a las matanzas, en Birmania, en Argelia, en donde tras haber dado la orden de disparar contra los manifestantes, el presidente Chadli se pone a «democratizar». En Venezuela, ha sido el amiguete de los Mitterrand y los González, el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez quien manda a la soldadesca contra quienes se rebelaron contra el hambre y la miseria. En Argentina, en Nigeria, en la URSS (Armenia, Georgia, Uzbekistán), etc., son miles y miles de muertos que exige en unos cuantos meses la supervivencia del capital. En China se acaba de poner un punto y seguido a la larga y siniestra lista.
China: la guerra de camarillas
La crisis económica mundial impone a todas las fracciones de la burguesía una racionalización («modernización», la llaman a veces) de sus economías, la cual se concreta en:
- la eliminación de sectores anacrónicos y deficitarios, las empresas renqueantes, lo cual provoca crecientes tensiones en la clase dominante;
- en programas de austeridad cada día más duros que polarizan un descontento cada día mayor en el proletariado.
En China, la implantación desde hace unos diez años, de reformas « liberales » de la economía se ha plasmado en una miseria creciente de la clase obrera y en tensiones cada día más agudas en el Partido que agrupa a la clase dominante. La implantación de reformas económicas se ve doblemente entorpecida por el lastre del subdesarrollo y por las particularidades de la organización del capitalismo de Estado al modo estalinista. En un país donde más de 800 millones de personas son campesinos que viven en condiciones que no han cambiado en lo fundamental desde hace siglos, amplias fracciones del aparato de Estado, casi feudales, que controlan regiones enteras y fracciones del ejército y de la policía, ven con muy malos ojos unas reformas que pueden socavar las bases de su poder. Los sectores más dinámicos del capital chino: la industria del Sur (Shangai, Cantón, Wuhan), cada día más relacionada con el comercio mundial, los bancos que tratan con Occidente, el complejo militar-industrial crisol de las tecnologías punta. etc., han tenido que hacer compromisos con la enorme inercia de los sectores anacrónicos del capital chino. Durante años Deng Xiaoping ha sido la personificación del equilibrio frágil que ha reinado en la cumbre del PC chino y del ejército. Como su avanzada edad le dificultaba cada día más para asumir sus funciones y las rivalidades entre bandas se iban agudizando, la fracción agrupada en tomo a Zhao Ziyang inició una guerra de sucesión. Gorbachov ha creado émulos, pero China no es la URSS.
Siguiendo la más pura tradición maoísta, Zhao Ziyang lanzó una enorme campaña democrática por medio de los estudiantes para intentar movilizar el descontento de la población en beneficio propio e imponerse al conjunto del capital chino. Representante de la facción reformadora, la cual, para encuadrar y explotar mejor al proletariado, sueña con una Perestroika al modo chino, no ha podido imponer sus miras y la reacción de las fracciones rivales del aparato de Estado ha sido brutal. Deng Xiaoping, padre de las reformas económicas, ha destrozado las ilusiones de su ex protegido. Un sector dominante de la burguesía china piensa que puede perderse más con los intentos de implantación de formas democráticas de encuadramiento que lo que se gana. Quizás piensen incluso, no sin razón, que ésa es tarea imposible cuyo único resultado sería la desestabilización de la situación social en China. Sin embargo, por mucho que representen en parte intereses divergentes dentro del capital chino, las camarillas que hoy se enfrentan usan diferentes argumentos ideológicos que no son más que otras tantas tapaderas embaucadoras: los organizadores de la represión se pueden vestir mañana de «demócratas» para intentar embaucar a los obreros: Jaruzelski y Chadli han dado el ejemplo.
Los trágicos acontecimientos de China se integran en el proceso de desequilibrio de una situación mundial sometida a los golpes de ariete de la crisis. Son expresión de la barbarie creciente que impone la descomposición acelerada en la que se está hundiendo el capitalismo mundial. China ha entrado en un período de inestabilidad que puede acabar perturbando los intereses de las dos grandes potencias y abrirla puerta a tensiones peligrosas para el llamado equilibrio mundial.
Un terreno minado para el proletariado
El terreno de clase del proletariado no tiene nada que ver con esa guerra de sucesión entablada entre las diferentes camarillas de la burguesía china. En esa pelea, el proletariado no tiene nada que ganar. Los proletarios de Pekín que han intentado resistir heroicamente a la represión, más por odio al régimen que por la profundidad de sus ilusiones en las fracciones democráticas del partido, han pagado cara su combatividad. Los obreros han manifestado en las grandes ciudades del sur de China más bien con prudencia que entusiasmados por las manifestaciones pro democráticas de esos aprendices de burócrata estudiantiles. El llamamiento a la huelga general de los estudiantes (que también llamaron a apoyar a Zhao Ziyang contra la represión) no fue escuchado.
El proletariado no deberá escoger entre dictadura militar y dictadura democrática. Esa falsa alternativa ha sido siempre la que ha servido para movilizar al proletariado en sus más trágicas derrotas, durante la guerra de España en 1936 y, después, en la IIª carnicería imperialista mundial. En China hoy, llamar al proletariado a la lucha, a que se ponga en huelga ahora que el poder ha dado rienda suelta a la represión, es quererlo llevar al matadero por un combate que no es su combate y en el que lo perdería todo.
Aunque el proletariado chino ha demostrado con sus huelgas de los últimos años y con su resistencia desesperada de estos últimos días, su creciente combatividad, no por eso hay que sobreestimar sus capacidades inmediatas. Tiene poca experiencia y en ningún momento de las últimas semanas ha tenido ocasión de afirmarse en su auténtico terreno de clase. En esas condiciones, y ahora que la represión está funcionando a tope, la perspectiva no será la de una posible entrada inmediata de los proletarios en su propio terreno de clase.
Sin embargo, los efectos de la crisis que está sacudiendo cada día más en profundidad la economía capitalista y en especial en los países menos desarrollados como China, así como la exasperación y el odio de los proletarios contra la clase dominante, odio agudizado por los últimos crímenes perpetrados por ésta, anuncian que la situación actual no va a durar mucho tiempo.
Los acontecimientos que han sacudido el país más poblado del mundo, están poniendo en evidencia una vez más, la importancia del combate mundial del proletariado para acabar con la barbarie sanguinaria del capital. Ponen de relieve la responsabilidad especial de los proletarios de los países centrales, de antigua tradición de democracia burguesa, que son los únicos que pueden, con sus luchas, destruir las bases de las ilusiones sobre ella.
CCI 9/6/89
«Otra consecuencia es que aparece una clase que debe soportar todas las cargas de la sociedad sin disfrutar de sus ventajas; una clase que, expulsada fuera de la sociedad, queda por la fuerza relegada a ser la oposición más resuelta a todas las demás clases; una clase que está formada por la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que emana la conciencia de la necesidad de una revolución en profundidad, la conciencia comunista, la cual puede también formarse, claro está, entre las demás clases mediante la comprensión del papel de aquélla.»
Marx, La Ideología alemanag