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La proliferación de luchas de liberación nacional por todo el planeta, el creciente número de guerras locales entre Estados capitalistas, la carrera acelerada de preparativos de ambos bloques imperialistas para un postrer enfrentamiento, todos esos fenómenos que expresan la irreversible descomposición de la economía mundial capitalista hacen que sea cada día más importante para los revolucionarios, el explicar claramente lo que es el imperialismo. Los marxistas han afirmado que vivimos, desde hace 70 años, en la época de decadencia imperialista y han procurado sacar todas las consecuencias de ese hecho para la lucha de clases.
Sin embargo, y en particular con la contrarrevolución que cayó sobre el proletariado en los años 20, la tarea histórica de definir el imperialismo ha sido algo duramente entorpecido por el triunfo casi completo de la ideología burguesa bajo cualquiera de sus formas. Y de ahí que el significado del término IMPERIALISMO haya sido desvirtuado y vaciado de su contenido verdadero.
Esa labor embaucadora ha sido llevada a cabo en varios frentes. Primero, por los ideólogos burgueses tradicionales, quienes proclaman que el imperialismo se terminó con la transformación del “Imperio” británico en “Commanwealth” o con el abandono de las colonias por parte de las grandes potencias. También, por batallones de sociólogos, economistas y demás parlanchines de universidad, que se enfrentan a base de escritos, ensayos y otra literatura indigesta sobre el “Tercer Mundo”, sobre “Estudios para el desarrollo”, o sobre “el despertar del nacionalismo en las colonias”. Pero la palma de la patraña se la llevan los “marxistas” de la izquierda capitalista que protestan ruidosamente contra los crímenes del imperialismo americano, pretendiendo que Rusia y China son potencias antiimperialistas e incluso anticapitalistas. Y este lavado de cerebro concentrado y embrutecedor también ha alcanzado al movimiento revolucionario.
Así, algunos revolucionarios, quebrantados por los “descubrimientos” de los especialistas burgueses han acabado por dejar de referirse a las maquinaciones imperialistas del capitalismo, considerando al imperialismo como fenómeno trasnochado, superado en la historia del capitalismo. Otros, con sus esfuerzos por resistir a las trampas de la ideología burguesa, no han hecho sino transformar lo escrito por marxistas anteriores, en santas escrituras. Esto ocurre con los bordiguistas, por ejemplo, quienes aplican mecánicamente las “cinco características básicas del imperialismo” de Lenin al mundo de ahora, desdeñando toda la evolución que ha habido en los últimos sesenta años.
Y los marxistas no pueden ni ignorar la tradición teórica de la que han salido, ni transformarla en dogma. Lo que importa es asimilar de modo crítico a los clásicos del marxismo y explicar las contribuciones más importantes a un análisis de la realidad actual.
El propósito de este texto es el de aclarar el significado real y contemporáneo de la fórmula elemental de que en nuestra época el imperialismo domina el planeta entero y explicar el contenido de la afirmación de la Plataforma de la CCI: “el imperialismo se ha convertido en modo de supervivencia de cualquier nación sea esta grande o pequeña”, mostrar que, en el capitalismo moderno, todas las guerras tienen carácter imperialista, menos una : la guerra civil del proletariado contra la burguesía. Pero para todo eso, primero hay que volver a los debates sobre el imperialismo dentro del movimiento obrero.
MARXISMO CONTRA REVISIONISMO
En el periodo que acabó en la Primera Guerra Mundial, dentro de la Socialdemocracia, la cuestión “teórica” del imperialismo fue una frontera que separaba el ala revolucionaria, internacionalista, de todos los elementos reformistas y revisionistas del movimiento obrero. Y cuando la guerra se declara, la postura sobre el imperialismo será determinante para saber de qué lado de la barricada estaba cada uno. Era una cuestión fundamentalmente práctica, pues de ella dependía toda la actitud respecto a la guerra imperialista y respecto a las convulsiones revolucionarias que la guerra había provocado.
Había ciertos puntos clave sobre la cuestión, puntos sobre los cuales todos los marxistas revolucionarios estaban de acuerdo. Esos puntos siguen siendo hoy, la base de cualquier definición marxista del imperialismo.
1) Los marxistas, que definían el imperialismo como producto específico de la sociedad capitalista, atacaban duramente las ideologías burguesas más abiertamente reaccionarias que decían que el imperialismo era casi como una necesidad biológica, una expresión del deseo del hombre de territorios y conquistas, esa especie de teorías que hoy vuelven a florecer en nociones como la de “imperativo territorial” que “venden” zoólogos sociales del estilo de Robert Ardrey y Desmond Morris. Los marxistas luchaban con igual firmeza contra los temas racistas de “la tarea civilizadora del hombre blanco” y contra todas las confusas amalgamas para justificar las políticas de conquista y de anexión de todo tipo de formas sociales. Como decía Bujarin:
“(…) Una última “teoría”, ampliamente difundida, del imperialismo, lo define como una política de conquista en general. Desde este punto de vista se puede hablar tanto del imperialismo de Alejandro de Macedonia y de los conquistadores españoles como de Cartago y de Juan III, de la antigua Roma y de la América moderna, de Napoleón y de Hindenburg.
Cualquiera que sea su simplicidad, esta teoría no es menos falsa. Lo es porque ella “explica” todo, es decir, nada, en realidad.
(…) Es evidente que se puede decir otro tanto de la guerra. La guerra es un medio de reproducción de ciertas relaciones de producción. (nota: en el libro cursiva de Bujarin) La guerra de conquista es un medio de reproducción ampliada de estas relaciones. Ahora bien, dar a la guerra la simple definición de guerra de conquista es completamente insuficiente, por la sencilla razón de que lo esencial no queda indicado, es decir, cuáles son las relaciones de producción que esta guerra afirma y extiende y cuál es la base que está llamada a ampliar una política de “rapiña”.” (Bujarin.- La Economía mundial y el Imperialismo.- Editorial siglo XIX, Cuadernos del Pasado y del Presente, p. 143). (nota: La editorial es siglo XXI y son Cuadernos de Pasado y Presente, 2ª edición, 1973).
Aunque dijera Lenin que “la política colonial y el imperialismo existían ya antes de la fase última del capitalismo. Roma cuya sociedad se basaba en la esclavitud, mantuvo una política colonial y ejerció el imperialismo”, este, de acuerdo con Bujarin, añade: “Pero los razonamientos “generales” sobre el imperialismo, que olvidan o relegan a segundo término la diferencia radical entre las formaciones económico-sociales, se convierten inevitablemente en trivialidades vacuas o en jactancias…” (Lenin.- El Imperialismo, Fase superior del capitalismo.- Ed. Progreso, p. 759).
2) Los marxistas definen el imperialismo como necesidad para el capitalismo, como resultado directo del proceso de acumulación, de las leyes inherentes al capital. En una fase determinada del desarrollo del capital, era el único medio que permitía al sistema prolongar su existencia. Es decir que era algo irreversible. La explicación del imperialismo como plasmación de la acumulación del capital es más clara en unos marxistas que en otros (sobre esto hemos de volver), pero todos ellos rechazaban las tesis de Hobson, Kautsky y otros que consideraban al imperialismo como una simple “política” escogida por el capitalismo o, más bien, por ciertas fracciones del capitalismo. Estas tesis venían lógicamente acompañadas de la idea de que se podía probar que el imperialismo era una mala política, costosa y a corto plazo, y que se podía convencer al menos a los sectores “ilustrados” de la burguesía que era mejor llevar a cabo una política generosa y no imperialista. Todo eso abría el camino a todas clases de recetas reformistas, pacifistas, con la intención de hacer al capitalismo menos brutal y agresivo. Kautsky llegó incluso a desarrollar la idea de que el capitalismo evolucionaba gradual y pacíficamente hacia una fase de “ultra imperialismo”, que se fusionaría en un sólo y gran trust sin antagonismos y del que desaparecerían las guerras. Contra semejante visión utópica (que volvió a encontrar adeptos durante el boom que vino tras la Segunda Guerra Mundial, en Paul Cardan y gente por el estilo), los marxistas insistían en el hecho de que, lejos de representar una superación de los antagonismos capitalistas, el imperialismo expresaba la agudización cada vez mayor de ellos. La época imperialista era inevitablemente una época de crisis mundial, de despotismo político y de guerra mundial.
2) Enfrentado a esa perspectiva catastrófica, el proletariado solo puede contestar con la destrucción revolucionaria del capitalismo.
3) El imperialismo estaba por lo tanto considerado como una fase específica de la existencia del capital. Su última fase.
Aunque pueda hablarse de imperialismo británico y francés en la primera parte del siglo XIX, la fase imperialista del capital, en tanto que sistema mundial, no empieza verdaderamente antes de los años 1870, momento en que varios capitales nacionales fuertemente centralizados y concentrados empiezan a entrar en competencia por la posesión de colonias, por esferas de influencia y el dominio del mercado mundial. Como dijo Lenin: “Uno de los rasgos esenciales del imperialismo es la rivalidad entre grandes potencias por tener la hegemonía.” (Lenin. - Imperialismo…).
EL IMPERIALISMO es, por lo tanto y esencialmente, una RELACIÓN DE COMPETENCIA ENTRE LOS ESTADOS CAPITALISTAS EN DETERMINADO ESTADIO DE LA EVOLUCIÓN DEL CAPITAL MUNDIAL.
Y yendo más lejos, la evolución de esta relación puede también ser separada en dos fases distintas que están directamente ligadas a los cambios del medio mundial en el que se sitúa la competencia imperialista.
“El primer periodo del imperialismo comprende el último cuarto del siglo XIX y viene después de las guerras nacionales por medio de las cuales se había cimentado la constitución de grandes Estados nacionales, y de las cuales, la franco-prusiana marcó el último extremo.
Si ya el largo período de depresión económica que vino después de la crisis de 1873 llevaba en germen la decadencia del capitalismo, éste pudo, sin embargo, usar las cortas reanudaciones que marcaron aquella depresión para, en cierto modo, rematar la explotación de los territorios y de los pueblos atrasados.
El capitalismo en su búsqueda enfebrecida de materias primas y de compradores que no fuesen ni capitalistas, ni asalariados, esquilmó, diezmó y asesinó a las poblaciones de las colonias. Fue la época de la penetración y extensión en Egipto y África del Sur, de Francia en Marruecos, Túnez y Tonkín, de Italia en el este africano, en las fronteras de Abisinia, de la Rusia zarista en Asia central y Manchuria, de Alemania en África y Asia, de los EE.UU. en Filipinas y Cuba y, por fin, del Japón en el continente asiático.
Pero una vez terminado el reparto entre esos grandes agrupamientos capitalistas de las mejores tierras, de las riquezas explotables, de las zonas de influencia, en fin, de todos los rincones del mundo en donde se pudiera robar trabajo que, transformado en oro, iría a engordar las arcas de los bancos nacionales de las metrópolis entonces también se terminaba la misión progresiva del capitalismo… y es indudable que entonces tendría que abrirse la crisis general del capitalismo”. (“El problema de la Guerra”. Escrito por Jehan, militante de la Izquierda Comunista en Bélgica).
La fase inicial del imperialismo, aun dando ya una idea de lo que sería la decadencia del capitalismo, al llevar miseria y matanzas a las poblaciones de las regiones coloniales, tenía cierto aspecto progresivo en la medida en que establecía la dominación del capital a escala mundial, condición previa a la revolución comunista. Pero una vez ese dominio del mundo cumplido, el capitalismo deja de ser un sistema progresivo, y la barbarie que hicieron soportar a los pueblos colonizados vuelve de rebote al corazón del sistema, lo cual queda plasmado en la Primera Guerra Mundial.
“El imperialismo actual no es, en el esquema de Bauer, el preludio de la expansión del capital, sino el último capítulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra. En esta fase última, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital lo mismo que lo era en la “misma acumulación primitiva” de su fase inicial. De la misma manera que el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia la India no sólo significaron un avance prometeico del espíritu y de la civilización humanos tal como aparece en la leyenda liberal, sino también, inseparablemente, una serie incontable de matanzas de los pueblos primitivos del Nuevo Mundo, y una interminable trata de esclavos en los pueblos de África y Asia. En la última fase imperialista, la expansión económica del capital es inseparable de la serie de conquistas coloniales y guerras mundiales que tenemos ante nosotros. La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo no es solo la particular energía y la expansión multilateral, sino –y éste es el síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse- el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista.” (Rosa Luxemburgo. - La Acumulación del Capital Editorial Grijalbo, México 1967, Pág. 452l.- En el apéndice “Una Anticrítica. La acumulación del capital o en que han convertido los epígonos la teoría de Marx”)).
El capitalismo en su fase imperialista final entra en “la era de guerras y revoluciones”, como así lo afirmó la Internacional Comunista, una era en que la humanidad está enfrentada a la estricta alternativa de socialismo o barbarie. Para la clase obrera, esta época significa erosión de todas las reformas ganadas en el siglo XIX y principios del XX, y una agresión creciente contra su nivel de vida por la austeridad y la guerra. Políticamente, esta época significa destrucción o recuperación de las organizaciones de la clase y la opresión despiadada del Estado-monstruo imperialista, Estado obligado por la lógica de la competencia imperialista y por la descomposición del edificio social, a tomar a cargo todos los aspectos de la vida social, económica y política. De ahí que, encarada al desastre de la Primera Guerra Mundial, la Izquierda Revolucionaria sacará la conclusión de que el capitalismo había agotado definitivamente su papel en la historia y que, por lo tanto, la tarea inmediata de la clase obrera era la de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, de derribar al capitalismo al único nivel apropiado: el sistema capitalista mundial. Eso implicaba, claro está, la ruptura total con los traidores de la Socialdemocracia quienes, tal como Scheideman, Millerand y demás ralea, se habían convertido en abogados patrioteros de la guerra imperialista, también con los “social pacifistas” como Kautsky, quienes seguían propalando la ilusión de que el capitalismo podía existir sin imperialismo, sin dictadura, terror o guerra.
Hasta ese punto no podía haber desacuerdo entre los marxistas y, de hecho, esos puntos básicos eran suficientes para el agrupamiento de la vanguardia revolucionaria en la Internacional Comunista.
Pero los desacuerdos de entonces y que sigue habiendo hoy en el movimiento revolucionario, surgieron cuando los marxistas se pusieron a analizar más precisamente las fuerzas motrices del imperialismo y de sus manifestaciones concretas, y cuando sacaron las consecuencias políticas de ese análisis. Los desacuerdos tendían a corresponder a las diferentes teorías de la crisis del capitalismo y del declive histórico del sistema, puesto que el imperialismo era, y en eso todos estaban de acuerdo, la tentativa del capital para superar sus mortales contradicciones. Bujarin y Rosa Luxemburgo, por ejemplo, insistieron, en sus teorías de las crisis, en contradicciones diferentes y por lo tanto diferían en cuanto a la fuerza motor de la expansión capitalista. Este debate se complicó aún más por el hecho de que el grueso de los trabajos de Marx sobre cuestiones económicas se había escrito antes de que el imperialismo estuviera asentado, de manera que esa “laguna” en su trabajo acarreó interpretaciones diferentes de cómo había que aplicar lo escrito por Marx al análisis del imperialismo. No podemos tratar en este artículo sobre todos los debates acerca de la crisis y del imperialismo, muchos de los cuales ya han quedado resueltos. Lo que sí abordaremos, aunque sea brevemente son las dos grandes definiciones de imperialismo que se desarrollaron en esa época: la de Lenin-Bujarin, y la de Rosa Luxemburgo, y analizaremos como se adaptan tanto a aquella situación, como a la actual. Trataremos igualmente de precisar nuestro propio concepto del imperialismo hoy.
La concepción de Lenin sobre el imperialismo
Para Lenin, los rasgos esenciales del imperialismo eran:
1) Concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
2) La fusión del capital bancario con el industrial y la creación sobre la base de este “capital financiero” de la oligarquía financiera.
3) La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande
4) La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, que se reparten el mundo y
5) La terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
(Lenin, «El Imperialismo: Fase superior del capitalismo»,
Aunque la definición que hace Lenin del imperialismo tiene indicaciones importantes, su principal debilidad consiste en que describe más bien algunos efectos del imperialismo, pero no analiza las raíces de éste en el proceso de acumulación. La evolución orgánica o intensiva del capital hacia unidades cada vez más concentradas y el desarrollo geográfico o extensivo del campo de actividad del capital (es decir la búsqueda de colonias, el reparto territorial del planeta) son, básicamente, expresiones de su proceso interno de acumulación. Lo que obligan al capital nacional a buscar nuevas salidas que sean rentables para la inversión del capital y a ampliar constantemente el mercado para sus mercancías, es la creciente composición orgánica del capital con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el estrechamiento del mercado interior.
Y aunque la dinámica profunda del imperialismo no cambia en lo sustancial, las manifestaciones externas de dicha dinámica si se van modificando, por lo que muchos aspectos de los referidos por Lenin en su definición del imperialismo no se ajustan hoy a la realidad, y podemos decir incluso que tampoco lo hacían cuando elaboró su concepción. Así, por ejemplo, en el período en que el capitalismo parecía dominado por una “oligarquía financiera” y por “grupos de monopolios internacionales”, se estaba entrando, con la 1ª Guerra Mundial, en una nueva fase: la era del capitalismo de Estado, de la economía de guerra permanente. En la época de las rivalidades ínter imperialistas crónicas en el mercado mundial, el conjunto de cada capital nacional tiende a concentrarse en torno al aparato de Estado, el cual subordina y disciplina a todas las fracciones particulares del capital para hacer posible su supervivencia militar y económica.
Bujarin tuvo más claridad que Lenin para comprender que el capitalismo había entrado en una nueva etapa de luchas violentas entre «los trust capitalistas de Estado» nacionales (ver «La Economía Mundial y el Imperialismo» de Bujarin en Editorial Siglo XXI), pero aún seguía prisionero de la idea de la relación entre imperialismo y capital financiero, por lo que sus “trust capitalistas de Estado” aparecen como meros instrumentos de la oligarquía financiera, cuando la realidad es que es el Estado quien se constituye en el órgano dirigente supremo en nuestra época. Es más, como señaló Bilan:
«Definir el imperialismo como “producto del capital financiero” tal y como hace Bujarin, supone establecer una falsa filiación y, sobre todo, perder de vista el origen común de esos dos procesos del proceso capitalista: la producción de plusvalía » (Bilan nº 11, pág. 387).
Las incomprensiones de Lenin sobre el significado del capitalismo de Estado iban a acarrear graves consecuencias políticas en muchos terrenos: ilusiones a propósito del carácter supuestamente progresista de ciertos aspectos del capitalismo de Estado que fueron aplicados, con consecuencias desastrosas, por los bolcheviques en la Revolución rusa; la incapacidad para ver la integración de las antiguas organizaciones obreras en el Estado, dejándose en cambio llevar por interpretaciones como la teoría de la “aristocracia obrera”, o la de los “partidos obreros-burgueses” y los “sindicatos reaccionarios” a los que veía sin embargo separados de la maquinaria estatal. El verdadero problema entonces no era que esas organizaciones tuvieran jefes traidores que fueran corrompidos por las “súper ganancias imperialistas”, sino que el conjunto de esos aparatos se había incorporado al coloso que es el aparato de Estado. Las conclusiones tácticas derivadas de esas teorías erróneas son bien conocidas: Frente Único, trabajo en los sindicatos, …
Asimismo, la insistencia de Lenin en que las posesiones coloniales eran un rasgo distintivo e incluso indispensable del imperialismo tampoco ha resistido el paso del tiempo. Sus previsiones de que la pérdida de las colonias, acelerada por las revueltas nacionales en esas regiones, sacudiría hasta sus cimientos el sistema imperialista se han demostrado erróneas. Lo cierto es que éste se ha adaptado muy fácilmente a la “descolonización”, que lo único que ha plasmado ha sido el declive de las antiguas potencias imperialistas y el triunfo de gigantes imperialistas que, precisamente, no estaban lastrados por un gran número de colonias cuando la 1ª Guerra Mundial. Por ello, tanto EE.UU. como Rusia, pudieron desarrollar una política cínica de “anticolonialismo” para llevar a cabo sus propios objetivos imperialistas, apoyándose en movimientos nacionales, trasformado estos rápidamente en guerras ínter imperialistas en la que los “pueblos” de estas regiones eran meros peones.
La teoría del imperialismo de Lenin se hizo posición oficial de los bolcheviques y de la Internacional Comunista, sobre todo en cuanto a la cuestión nacional y colonial, dónde precisamente, estos errores teóricos tendrían más graves consecuencias. Dado que la definición del imperialismo se basa en sus manifestaciones superestructurales, es lógico dividir el mundo entre naciones imperialistas, opresoras, y naciones no imperialistas y oprimidas. E incluso, para ciertas potencias imperialistas, “dejar de serlo”, cuando desaparecen algunas de esas características. Al mismo tiempo se desarrolló la tendencia a borrar las diferencias de clase en las “naciones oprimidas” y a defender que el proletariado, en tanto que “adalid de la nación” de todos los oprimidos, debía aliarse precisamente con las naciones oprimidas tras su estandarte revolucionario. Es verdad que esta posición se aplicaba, sobre todo, a las colonias, pero no es menos cierto que Lenin, en su crítica al «Folleto de Junius» de Rosa Luxemburgo, defendió la idea que incluso los países capitalistas desarrollados de la Europa moderna podrían, en determinadas circunstancias, mantener una guerra legítima por la independencia nacional.
Durante la 1ª Guerra Mundial esta idea ambigua no tuvo consecuencias, gracias a la correcta valoración por parte de Lenin de que el contexto imperialista global de la guerra impedía al proletariado apoyar políticas de independencia nacional de ninguno de los contendientes. Pero las debilidades de esta teoría se pusieron en seguida de manifiesto tras la guerra y, sobre todo, con el declinar de la oleada revolucionaria y el aislamiento del Estado ruso. La idea de que las “naciones oprimidas” luchaban contra el imperialismo quedó desmentida por los hechos mismos en Finlandia, Europa Oriental, en Persia, en Turquía y en China[1], países estos en los que los intentos de llevar a cabo políticas de “autodeterminación nacional”, y de “frentes únicos antiimperialistas” resultaron impotentes para impedir que las burguesías locales se aliaran con potencias imperialistas y que aplastaran toda tentativa de revolución comunista. Sin duda alguna la aplicación más grotesca de las ideas presentadas por Lenin en su «Acerca del Folleto de Junius», fue la experiencia “nacional bolchevique” en Alemania en 1923, basada en la peregrina idea de que Alemania había dejado de ser, de repente, potencia imperialista pues había perdido sus colonias y estaba siendo saqueada por la Entente, por lo que sí convendría una alianza con ciertos sectores de la burguesía. Está claro que no hay continuismo alguno entre las debilidades teóricas de Lenin y esas traiciones absolutas. Entre ambas, media todo un proceso de degeneración. Es importante, sin embargo, que los comunistas demostremos que son precisamente los errores de los revolucionarios del pasado, los que pueden servir a los partidos en degeneración o contrarrevolucionarios para justificar su traición. No es casualidad que la contrarrevolución -tanto en su forma estalinista, maoísta o trotskista- se refieran continuamente a las teorías de Lenin sobre el imperialismo o la liberación nacional, para “probar” que Rusia o China no son imperialistas, o el sempiterno discurso de los izquierdistas escudándose en el ¿dónde están los monopolios y las oligarquías financieras en la URSS? También lo utilizan para reivindicar su apoyo a muchas camarillas de los países subdesarrollados en su “lucha antiimperialista”. Está claro que esos grupos deforman y corrompen gran cantidad de aspectos de la teoría de Lenin, pero también es verdad que los comunistas no deben tener reparo en admitir que hay muchos elementos en los conceptos de Lenin que pueden ser tomados por esas fuerzas de extrema izquierda de la burguesía sin cambiarles una coma. Y que son precisamente esos elementos los que tenemos que ser capaces de criticar.
El imperialismo y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
En la teoría de Lenin se encuentra prácticamente implícito que la expansión imperialista tiene sus raíces en el proceso de acumulación, en la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia mediante la obtención de mano de obra barata y materias primas en las regiones coloniales. Esto lo deja más claro Bujarin, y no es casualidad por ello que el análisis más riguroso del imperialismo por parte de éste estuviera acompañado, al menos al principio, de una posición también más clara sobre la cuestión nacional. Durante la 1ª Guerra Mundial y los primeros años de la Revolución Rusa, Bujarin estuvo en contra de la posición de Lenin sobre la autodeterminación nacional, aunque luego cambió de posición. Fue por tanto la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional, enlazada estrechamente con su teoría del imperialismo, la que acabó siendo más consistente[2].
Sin duda la necesidad de compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia fue un factor de primer orden en el imperialismo, ya que este empieza precisamente cuando un gran número de capitales nacionales de elevada composición orgánica entran en el mercado mundial. Pero pensamos, aunque no podamos tratar este tema extensamente aquí[3], que las explicaciones del imperialismo referidas más o menos exclusivamente a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, adolecen de dos grandes dificultades:
1).- Tales explicaciones dan una idea del imperialismo como si este sólo concerniera a los países muy desarrollados, países de elevada composición orgánica del capital, obligados a exportar capital para compensar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esta idea ha alcanzado en el grupo CWO (Communist Worker´s Organisation – Organización Comunista de los Trabajadores – que publica “Revolutionary Perspectives”) cotas verdaderamente caricaturescas, ya que la CWO asimila imperialismo con independencia política y económica, concluyendo por tanto que hoy en día no hay más que dos potencias imperialistas en todo el mundo: los EE.UU. y la URSS, puesto que son los únicos verdaderamente “independientes”, mientras los demás países sólo tendrían tendencias imperialistas que nunca llegarían a materializarse. Esto es resultado de examinar el problema desde el punto de vista y no desde el del capital global. Como ya subrayaba Rosa Luxemburgo:
«La política imperialista no es propia de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede entenderse más que en sus relaciones recíprocas y que ningún Estado puede evitar» (“La crisis de la socialdemocracia”, conocido también como “Folleto de Junius”).
Con esto no queremos decir que las conclusiones que saca la CWO sean la consecuencia inevitable de su explicación del imperialismo a partir de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Si tomamos el punto de vista del capital global, resulta claro que, si la tasa de ganancia de los países más adelantados es lo que determina la tasa de ganancia global, las acciones imperialistas resultantes de los países adelantados tendrán también repercusiones en los capitales más débiles. Pero si se considera, de verdad, el problema desde el punto de vista del capital global aparece otra contradicción del ciclo de acumulación: la incapacidad del capital global para extraer toda la plusvalía en el interior de sus propias relaciones de producción. Este problema, planteado por Rosa Luxemburgo en “La Acumulación de Capital”, fue negado tanto por Lenin y Bujarin como por sus seguidores, que lo consideraron como una herejía para el marxismo. Lo cierto, sin embargo, es que no es difícil demostrar la preocupación de Marx por ese mismo problema[4]:
«Cuanto más se desarrolla la producción capitalista tanto más está obligada a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una continua expansión del mercado mundial. Ricardo recurrió al postulado, rebatido por Say, de que los capitalistas no producen para sacar ganancia, plusvalía, sino que producen valores de uso directamente para el consumo, para su propio consumo. Aquel se olvida de que la mercancía tiene que convertirse en dinero. El consumo de los obreros no es suficiente, puesto que precisamente la ganancia tiene su origen en que el consumo obrero es menor que el valor de su producto, y que aquella es tanto mayor cuanto más pequeño es, relativamente, el consumo. El consumo de los capitalistas mismos es también insuficiente» (En “Historia crítica de la teoría de la plusvalía – 2ª parte, cap. XVIº: La Teoría de Ricardo sobre la ganancia”).
Por tanto, cualquier análisis serio del imperialismo, tendrá que tomar en cuenta esa necesidad de “expansión constante del mercado mundial”. Una teoría que no tenga en cuenta ese problema no puede explicar por qué fue precisamente en la época en que el mercado mundial fue incapaz de seguir expansionándose, tras la integración de los sectores más importantes de la economía precapitalista en la economía capitalista mundial, es decir a principios del siglo XX, cuando el capitalismo se sumió en la crisis capitalista de su período de crisis imperialista final. La simultaneidad histórica de esos dos fenómenos ¿puede despreciarse como simple coincidencia? Si bien es cierto que todos los análisis marxistas del imperialismo vieron en la búsqueda de materias primas y de fuerza de trabajo barata, un aspecto central de la conquista colonial, sólo los análisis de Luxemburgo entienden la importancia decisiva de los mercados extra capitalistas que suponen las colonias y semi colonias, y que ofrecen el terreno para “una expansión continua del mercado mundial” hasta los primeros años del siglo XX. Y, precisamente, este elemento es la “variable” en el análisis. El capital puede seguir encontrando fuerza de trabajo y materias primas baratas en las regiones subdesarrolladas. Esto es cierto tanto antes como después de la integración de las colonias y semi colonias en la economía capitalista mundial, tanto en la fase de auge como en la de declive capitalista.
Pero, por un lado, la demanda global de esas regiones deja de ser “extra capitalista”; y, por otro, esa demanda es integrada en las relaciones de producción capitalistas. Al capital global no le quedan pues nuevos mercados donde realizar la fracción de la plusvalía destinada a la acumulación. Ha perdido su capacidad para extenderse continuamente en el mercado mundial. Ahora, las “regiones coloniales” son también productoras de plusvalía en competencia con la metrópoli. La fuerza de trabajo y las materias primas de esas regiones seguirán siendo baratas, seguirán siendo provechosas áreas de inversión, pero ya no pueden servirle al capital mundial para resolver los problemas de realización, ya que ellas también forman parte del problema. Y, además, esa capacidad de extender el mercado mundial en el grado exigido por el desarrollo de la productividad anula para la burguesía precisamente una de las tendencias contra restantes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, esto es el crecimiento de la masa de ganancias mediante la producción y venta de una cantidad siempre creciente de mercancías. Quedan así confirmadas las previsiones del “Manifiesto Comunista”:
«Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence la burguesía estas crisis? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis, más extensas y violentas, y disminuyendo los medios de prevenirlas» (Marx y Engels: “Manifiesto del Partido Comunista”).
Y es la teoría de Rosa Luxemburgo, la que mejor continúa la obra de Marx.
Concepto de Imperialismo para Rosa Luxemburgo, y críticas que se le hicieron.
«El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha por conquistar los medios no capitalistas que no estén aún agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, todavía hoy, los más amplios territorios del planeta. Pero comparados con la potente masa del capital ya acumulado en los viejos países capitalistas, que pugna por encontrar mercados para su plus producto, y posibilidades de capitalización para su plusvalía; comparados con la rapidez con que hoy se transforman en capitalistas, territorios pertenecientes a culturas precapitalistas, o en otros términos, comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece pequeño para la expansión de éste. ¿Es esto lo que determina el juego internacional del capital en el escenario mundial? Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente final a su existencia. Con eso no se ha dicho que ese final se alcance plácidamente. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe» (Rosa Luxemburgo: “La Acumulación del Capital”.- pág 346. Ed. Grijalbo).
Como puede verse en este pasaje, la definición luxemburguista del imperialismo se centra en las bases del problema, es decir, en el proceso de acumulación y, más particularmente, en una fase de ese proceso como es el de la realización, y no tanto en las ramificaciones superestructurales del imperialismo. Por otra parte, demuestra que el resultado político de la expansión capitalista es la militarización de la sociedad y el fortalecimiento del Estado. De ahí el desgaste de la democracia burguesa y el desarrollo de formas claramente despóticas de la dominación capitalista, la bestial degradación del nivel de vida de los obreros para mantener el sector militar hipertrofiado de la economía. Aunque en “La Acumulación del Capital” aparecen ideas contradictorias sobre el militarismo, al que se le ve como parte del proceso de acumulación, lo cierto es que Luxemburgo acertaba al ver la economía de guerra como característica indispensable del capitalismo imperialista decadente.
Pero el análisis fundamental de la fuerza motor del imperialismo, en el análisis de Rosa Luxemburgo, fue objeto de numerosas críticas. La más importante es la que escribió Bujarin en su texto: “Imperialismo y Acumulación de Capital” (1924). Lo esencial de esta crítica ha encontrado recientemente eco en la CWO (véase el artículo “La Acumulación de las Contradicciones” en RP nº6). Vamos a contestar aquí a dos de las críticas más importantes de las realizadas por Bujarin. Para éste, la teoría de Rosa, según la cual el motor del imperialismo es la búsqueda de nuevos mercados, no distingue entre la época del imperialismo y otros períodos del capital:
«El capitalismo comercial y el mercantilismo, el capitalismo industrial y el liberalismo, el capitalismo financiero y el imperialismo, todas estas fases del desarrollo capitalista aparecen confundidas en el capitalismo como tal» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,…”).
Y, para la CWO:
«(…) y su análisis del imperialismo basado en la “saturación de los mercados” es muy flojo e inadecuado. Si, tal como decía Rosa, (…) las metrópolis capitalistas contuvieran aún enclaves precapitalistas (siervos, campesinos) ¿por qué necesitaría el capitalismo extenderse hacia el exterior, lejos de las metrópolis capitalistas desde el principio de su existencia? ¿Por qué no integró desde sus inicios a esas capas en la relación capital-trabajo asalariado, si lo único que buscaba eran nuevos mercados? La explicación está no en la búsqueda de nuevos mercados, sino en la búsqueda de materias primas y máxima ganancia. Segundo, la teoría de R. Luxemburgo, implica que el imperialismo sería una característica permanente del capitalismo. Como el capitalismo, según Rosa, ha procurado siempre extender el mercado para acumular, su teoría no puede distinguir entre la expansión originaria de las economías del comercio y del dinero en los albores del capitalismo en Europa, y su posterior expansión imperialista (…) el capital mercantil era necesario para la acumulación originaria, pero es un fenómeno cualitativamente diferente de la manera como el capitalismo acumula una vez que se ha establecido como modo dominante de producción.» (RP nº 6, págs. 18 y 19).
En este pasaje la diatriba de la CWO contra el “luxemburguismo” supera incluso la acerba polémica de Bujarin. Antes de proseguir queremos aclarar algunos aspectos. En primer lugar, Rosa Luxemburgo jamás dijo que la expansión imperialista se debiera únicamente a la búsqueda de nuevos mercados, y sí describió claramente la búsqueda de nuevos mercados, pero también de mano de obra barata y de materias primas, como hace notar la propia CWO en esa misma página de ese mismo número de RP. En segundo lugar, es chocante que se quiera presentar la necesidad que tiene el capitalismo de «extender sus mercados para acumular», como si fuera un “descubrimiento” de Rosa, cuando fue una posición defendida ya por Marx contra Say y Ricardo, como hemos visto en la cita anterior. El mismo Bujarin, por otra parte, jamás negó que el imperialismo buscara nuevos mercados, sino que por el contrario lo consideró como una de las fuerzas motoras de la expansión imperialista:
«Hemos descrito los tres móviles fundamentales de la política de conquista de los Estados capitalistas modernos: la competencia creciente en el mercado de venta, en el mercado de las materias primas y en la esfera de inversión de capital (…) Esas tres raíces de la política del capital financiero representan, sin embargo, tres facetas de un mismo fenómeno, fenómeno que no es otra cosa que un conflicto entre el crecimiento de las fuerzas productivas y los límites “nacionales” de la organización de la producción» (Bujarin: “La Economía Mundial y el Imperialismo”).
Para Lenin, Bujarin y otros, lo que distingue la fase imperialista de la fase anterior, es que la exportación es de capitales y no de mercancías. Cabe preguntarse entonces ¿Ignoró Rosa esa distinción de lo que se deduciría que el imperialismo habría sido una característica del capitalismo desde sus orígenes?
Si nos referimos a los pasajes de Rosa Luxemburgo que hemos destacado y en particular a la larga cita de “Una Anticrítica” podemos comprobar que Rosa sí hacía una neta distinción entre la fase de acumulación primitiva y la fase imperialista, que es presentada, sin lugar a dudas, como una fase determinada del desarrollo capitalista.
No hay contradicción, de hecho, en el análisis de Rosa. El imperialismo propiamente dicho empieza a partir de 1870, cuando el capital llega a una nueva configuración significativa, o sea, un período en el que la formación de Estados nacionales en Europa y América del Norte ha terminado, y en el cual, en lugar de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, hay varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas que compiten entre sí por el dominio del mercado mundial, y no sólo por los mercados internos de los demás, sino también por el mercado colonial. Esta situación es la que provoca la depresión de los años 1870, «gérmenes de la decadencia capitalista», precisamente porque el declive del sistema es sinónimo de la división del mercado mundial entre capitales concurrentes y la transformación del capitalismo en un “sistema cerrado” en el cual el problema de la realización de la plusvalía se vuelve insoluble. Pero, desde luego, en los años 1870, seguía habiendo posibilidad de romper ese círculo cerrado y eso es lo que, en gran parte, explica la desenfrenada carrera por la expansión imperialista de aquella época.
Es cierto, como señala la CWO, que el capital ha buscado siempre mercados coloniales, pero esto no es ningún misterio, puesto que los capitalistas han tratado siempre de conseguir zonas de explotación rentables y de consecución de ventas, incluso cuando los mercados “domésticos” no estaban aún saturados. Sería absurdo pensar que el capitalismo ha seguido un curso de desarrollo regular como si los capitalistas se hubieran reunido y se hubiesen dicho: “ahora, primero, vamos a agotar todos los sectores precapitalistas de Europa, y luego nos vamos a extender a Asia, África luego, etc.” Sin embargo, en el desarrollo caótico del capitalismo, sí puede apreciarse una característica bien determinada. Primero, el saqueo de las colonias por el capitalismo naciente, y la utilización de ese saqueo para acelerar la revolución industrial en la metrópoli. Después, sobre la base del capitalismo industrial, un nuevo empuje en las regiones coloniales. Naturalmente, el primer período de expansión colonial no era una reacción a una sobreproducción interna, sino que se correspondía a las necesidades de la acumulación primitiva. No podemos empezar a hablar de imperialismo más que cuando la expansión colonial resulta ser una reacción a las contradicciones de una producción capitalista plenamente desarrollada. Así, podemos situar los comienzos del imperialismo en la época en que las crisis comerciales de mediados del siglo XIX actúan como aguijones de la expansión del capital británico hacia las colonias y semi colonias. Pero, como ya hemos dicho, el imperialismo, en el pleno sentido del término, implica relación de competencia entre Estados capitalistas. Y cuando el mercado de las metrópolis se ha dividido, de manera decisiva, entre varios gigantes capitalistas; entonces la expansión imperialista se convierte en necesidad inevitable para el capital. Esto es lo que explica la transformación rápida de la política colonial británica en la última parte del siglo XIX.
Con anterioridad a la depresión de los años 1870, antes de sufrir la creciente competencia por parte de USA y Alemania, los capitalistas británicos se preguntaban si las colonias existentes realmente valían lo que costaban, y dudaban si echarle o no mano a nuevas colonias. En esos años acabaron por convencerse de que Gran Bretaña necesitaba mantener y extender la política colonial. La carrera por las colonias de los finales del siglo XIX, no fue el resultado de una locura repentina de la burguesía, o de una orgullosa búsqueda de “prestigio nacional”, sino que fue una respuesta a una brutal contradicción del ciclo de acumulación: la concentración creciente del capital y el reparto del mercado en las metrópolis, lo que acentuaba a su vez, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el desfase entre la productividad y los mercados con solvencia, es decir la realización de plusvalía.
Que la mayor parte del comercio mundial de aquella época se diese entre metrópolis capitalistas no contradice la idea de que la tendencia a abrir nuevos mercados fuese un factor de la expansión imperialista, contrariamente a lo que afirma la CWO (RP nº 6, pág. 19). Como Rosa Luxemburgo ya destacó:
«Y, al paso que, con el desarrollo internacional del capitalismo, la capitalización de la plusvalía se hace cada vez más apremiante y precaria, resulta que la amplia base del capital constante y variable, como masa, es cada vez más potente en términos absolutos, así como en relación a la plusvalía. De aquí un hecho contradictorio: los antiguos países capitalistas constituyen mercados cada vez mayores entre sí, y son cada vez más indispensables los unos para los otros, mientras, al mismo tiempo, pelean cada vez más fieramente, como competidores, en sus relaciones con los países no capitalistas».
Los mercados “exteriores” suponían para el capital global como un lugar con aire fresco en una cárcel cada vez más fuerte y más poblada. Cuanto menos aire fresco hay en relación a la superpoblación de la cárcel, tanto más desesperadamente se lanzan los presos en su busca.
Que también durante ese período hubiese un claro crecimiento de las exportaciones de capital no significa que la expansión imperialista no tenga nada que ver con el problema de los mercados. La exportación de capital a las colonias era necesaria no sólo porque permitía al capitalismo producir con una mano de obra más barata, aumentando así la cuota de ganancia; sino también porque así ampliaba el mercado mundial:
a) porque la exportación de capitales incluye la exportación de bienes de producción, que son también una mercancía que hay que vender.
b) porque la exportación de capital ya sea como capital monetario para la inversión o como bienes de producción, servía para ampliar el conjunto del mercado para la producción capitalista, instalándose en nuevas regiones e integrando cada vez más compradores en su órbita. El ejemplo más patente fue el de la construcción de ferrocarriles, los cuales sirvieron para extender la venta de mercancías capitalistas a millones y millones de nuevos compradores.
El problema del mercado es básico para explicar una de las características más evidentes de la manera como el imperialismo ha extendido la producción capitalista por el mundo, o sea la “creación” del subdesarrollo, pues lo que querían los imperialistas era un mercado sumiso, es decir un mercado de compradores que no acabaran compitiendo con la metrópolis, al convertirse también ellos en productores capitalistas. De ahí ese fenómeno contradictorio por el cual el imperialismo exportó el modo de producción capitalista, destruyendo sistemáticamente todas las formas económicas precapitalistas, pero, a la vez, frenando el desarrollo del capitalismo indígena, saqueando despiadadamente las economías de las colonias, subordinando su desarrollo industrial a las necesidades específicas de la economía metropolitana, y apoyándose para ello en el personal más reaccionario y sumiso de las clases dominantes indígenas. Por ello, y contradiciendo las previsiones de Marx, el capitalismo no creó un reflejo de sí mismo en las regiones coloniales. En las colonias y semi colonias no iban a prosperar capitales nacionales independientes, plenamente formados con su propia revolución burguesa y su base industrial sana; sino más bien burdas caricaturas de los capitales metropolitanos, debilitadas por el peso de jirones descompuestos de modos de producción anteriores, industrializados de forma caótica y aberrante al servicio de capitales foráneos, y con burguesías débiles y caducas de nacimiento tanto en lo económico como en lo político. El imperialismo fabricó el subdesarrollo que ya, para siempre, será incapaz de abolir, al mismo tiempo que se aseguraba definitivamente la imposibilidad de revoluciones burguesas en los países atrasados.
En gran parte pues, las repercusiones profundas del desarrollo del imperialismo, que hoy son demasiado evidentes en un “Tercer Mundo” que se hunde en la barbarie, tienen sus orígenes en la política imperialista de utilizar las colonias y semi colonias para resolver el problema de los mercados.
2.- Según Bujarin, la definición que Rosa Luxemburgo hacía del imperialismo implicaba que éste dejaría de existir en cuanto ya no quedaran vestigios de sectores no capitalistas que disputarse:
«(…) se deduce de esa definición que la lucha por territorios ya capitalistas no es imperialismo, lo cual es absurdo (…) se deduce de la misma definición que la lucha por territorios ya “ocupados” tampoco es imperialismo. La falsedad de ese momento de la definición también salta a la vista (…) Vamos a citar un ejemplo típico que va a permitirnos ilustrar lo insostenible de la concepción luxemburguista del imperialismo. Pensemos en la ocupación del Ruhr por los franceses en 1923.
Desde el punto de vista de la definición de Rosa Luxemburgo, en ello no habría nada de imperialismo, puesto que:
1.- Aquí no hay “últimos territorios”.
2.- No hay ningún “territorio no capitalista”.
3.- El territorio del Ruhr tenía ya antes de la ocupación un propietario imperialista» (Bujarin: “Imperialismo y Acumulación,”).
Este argumento lo volvió a emplear la CWO en una pregunta un tanto simple que formuló cuando la 2ª Conferencia internacional en París: «¿Dónde están los mercados extra capitalistas, o los que sean, en la guerra entre Etiopía y Somalia, por el desierto del Ogadén?».
Semejante pregunta revela una comprensión muy superficial de lo que dijo Rosa Luxemburgo, y también una tendencia a ver el imperialismo no como «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», sino como «algo propio de un país o de un grupo de países». O sea, a ver la cuestión desde la óptica parcial e individual de los capitales nacionales.
Si Bujarin se hubiera tomado la molestia de citar algo más que la primera frase del extenso pasaje de “La Acumulación de Capital” que hemos expuesto anteriormente, habría comprobado que, para Rosa, la desaparición progresiva de medios no capitalistas no supondría el final del imperialismo, sino, al contrario, la acentuación de los antagonismos Inter imperialistas entre Estados capitalistas mismos. Es lo que Rosa quería decir cuando escribía que:
«El imperialismo está volviendo a traer su catástrofe desde la periferia de su campo de acción a su punto de partida». (“Una Anticrítica”). En la fase final del imperialismo el capital se ha hundido en una serie horrible de guerras, en la que cada capital o bloque de capitales, incapaz de extenderse “pacíficamente” hacia nuevas zonas, se ve obligado a apoderarse de mercados y territorios de sus rivales. La guerra ya no es “la continuación de la política” sino el modo de supervivencia de todo el sistema.
Rosa Luxemburgo pensaba, claro está, que la revolución acabaría con el capitalismo mucho antes de que el medio no capitalista quedara reducido a la insignificancia que es hoy. La explicación de cómo el capitalismo decadente ha prolongado su existencia, a pesar de la falta de ese medio no capitalista, no es el objeto de este texto[5]. Pero mientras se siga considerando al imperialismo como «producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración», «un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable», podemos ver la validez de la definición de Luxemburgo. Solo debe ser modificada precisamente porque hoy, las políticas imperialistas de conquista y dominio están determinadas por la casi completa desaparición de un mercado exterior, en lugar de ser una lucha directa por vestigios precapitalistas. Es importante subrayar el cambio global en la evolución del capitalismo mundial (el agotamiento de los mercados externos) que obliga a cada fracción particular del capital a comportarse de forma imperialista.
Volvamos a las objeciones de Bujarin. No hay porque andar buscando “medios no capitalistas” en cada conflicto imperialista, pues es el capital como un todo, el que necesita un mercado exterior para su expansión. Para el capitalista individual, los demás capitalistas y los obreros son un mercado perfectamente válido para sus mercancías. Y lo mismo cabe decir para un capital nacional: una nación rival puede servir para invertir su plusvalía. No todos los mercados que se han disputado los Estados imperialistas han sido siempre precapitalistas, y cada vez menos, puesto que esos mercados se han ido integrando en el mercado mundial. Cada lucha Inter imperialista no es tampoco una lucha directa por mercados, ni mucho menos. En la situación actual, la rivalidad global entre los EEUU y la URSS está determinada por la imposibilidad de extender progresivamente el mercado mundial. En cambio, muchos, sin duda la mayoría, de los aspectos de las políticas exteriores de los EEUU y la URSS están dedicados a la consolidación de ventajas estratégico-militares sobre el otro bloque. Israel no es, por ejemplo, más mercado para los EEUU que lo es Cuba para la URSS. Esas posiciones se mantienen sobre todo por su valor estratégico y político, a costa de fuertes gastos por parte de sus valedores. A una escala menor, el saqueo por parte de Vietnam de los arrozales camboyanos no es más que lo dicho, un saqueo. Camboya no es un “mercado” para la industria vietnamita. Vietnam se ve obligado a saquear los arrozales camboyanos porque el estancamiento industrial del sector agrícola le impide producir lo suficiente para poder alimentar a su población. Y su estancamiento industrial está determinado por el hecho de que el mercado mundial no puede extenderse, ya está repartido y, no admite recién llegados. Repitámoslo, en todos esos aspectos, sólo tienen sentido si se consideran desde un punto de vista global.
Conclusiones políticas: el Imperialismo y la imposibilidad de guerras nacionales
Las implicaciones políticas del debate teórico sobre el imperialismo siempre se han centrado en una cuestión: ¿ha vuelto la época del imperialismo, más probables las guerras nacionales revolucionarias, como afirmaba Lenin, o las ha vuelto imposibles como afirmaba Luxemburgo? Para nosotros, la historia ha confirmado de manera categórica lo que decía Rosa Luxemburgo:
«La tendencia general de la política capitalista actual domina la política de los Estados particulares como una ley ciega y todopoderosa, de la misma manera que las leyes de la competencia económica determinan con rigor las condiciones de producción para cada empresario particular» (“La Crisis de la Socialdemocracia” ó Folleto de Junius, Rosa Luxemburgo).
Y, por lo tanto: «En esta época del imperialismo desenfrenado, ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales no son más que una pura patraña cuyo fin es poner a las masas laboriosas al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo» (Ídem.).
La primera cita tiene las siguientes aplicaciones concretas en nuestra época y, confirma de modo patente e inequívoco la segunda cita:
a) «Cualquier nación, cualquier burguesía particular, está obligada a alinearse tras uno de sus bloques imperialistas dominantes y, por lo tanto, a conformarse y doblegarse ante los imperativos del capital mundial». Y también según las palabras de Luxemburgo: “…las pequeñas naciones, cuyas clases dirigentes son marionetas y cómplices de sus camaradas de clase de los grandes Estados, no son más que peones en el tablero imperialista de las grandes potencias e igual que las masas obreras de las grandes potencias, sirven de instrumento durante la guerra para ser sacrificadas después de la guerra a los intereses capitalistas» (Rosa Luxemburgo, obras citadas).
Contra la esperanza de Lenin de que las revueltas de las “naciones oprimidas” iban a debilitar al imperialismo, en realidad todas y cada una de las luchas nacionales de nuestra época han acabado en guerras imperialistas a causa del irreversible predominio de las grandes potencias. Como el mismo Lenin reconocía, el imperialismo significa un mundo dividido entre los grandes Estados capitalistas:
«(…), de tal modo que, en el porvenir, únicamente un nuevo reparto será posible, o sea que los territorios no podrán hacer más que pasar de un “dueño” a otro, en lugar de pasar del estadio de territorio libre al del “dueño”» (“El Imperialismo…” Lenin).
La experiencia de los últimos 60 años ha demostrado que lo que Lenin aplicaba a los territorios puede aplicarse también a cualquier nación. Eso es más que evidente hoy, cuando el mundo ha quedado repartido, desde 1945 en dos bloques imperialistas constituidos de manera permanente. Cuando la crisis se ahonda y los bloques se fortalecen, aparece cada vez más claramente que incluso gigantes capitalistas como Japón o China tienen que someterse humildemente a los dictados de su dueño, los EEUU. En una situación así, ¿Cómo puede seguir teniéndose ilusiones en cuanto a la posibilidad de “independencia nacional” de países de debilidad crónica como son las excolonias?
b) Cualquier nación[6] está obligada a actuar de manera imperialista contra sus competidores. Incluso subordinada a un bloque dominante, cualquier nación está obligada a procurar someter a otras más pequeñas a su hegemonía. Rosa Luxemburgo ya notó este fenómeno durante la Primera Guerra Mundial, al referirse a Serbia:
«Formalmente, Serbia está llevando a cabo una guerra de defensa nacional. Pero su monarquía y clases dominantes están hinchadas de veleidades expansionistas como las de cualquier Estado moderno (…) De ahí que Serbia esté avanzando hoy hacia las costas adriáticas en donde se ha metido en un conflicto imperialista con Italia, a costa de los albaneses…” (Rosa Luxemburgo, Obra citada)[7].
El estado de asfixia del mercado mundial hace que la decadencia sea una época de guerras de cada uno contra todos los demás. Y, lejos de poder evitar esta realidad, las naciones pequeñas están obligadas a adaptarse a ella sin remisión. La enorme militarización de los capitales más atrasados, la frecuencia de las guerras locales entre los Estados de las regiones subdesarrolladas, son concreciones permanentes del hecho de que «ninguna nación puede mantenerse al margen» de la política imperialista hoy.
Según la CWO, “La idea de que todos los países son imperialistas está en contradicción con la de los bloques imperialistas…” (Revolutionary Perspectives, nº 12 pag. 25). Pero eso sólo es verdad si ya de entrada se limita la discusión afirmando que únicamente las potencias “independientes” son imperialistas. Es verdad que toda nación debe estar integrada en uno u otro bloque imperialista, pero porque esa es la única manera que tiene de defender sus propios intereses imperialistas. Los conflictos y conflagraciones dentro de cada bloque no por eso quedan eliminadas e incluso pueden acabar en guerra abierta como la de Grecia y Turquía en 1.974. Lo que ocurre es que quedan subordinados a un conflicto que prevalece por encima de todos los demás. Los bloques imperialistas como cualquier alianza burguesa no pueden ser armoniosos ni estar realmente unificadas sus partes. Creer que no son imperialistas, que no están inmersos en el imperialismo, o considerar a las naciones débiles sólo como meros muñecos en manos de las potencias dominantes, impide entender las contradicciones de la realidad y los conflictos que surgen en el seno del mismo bloque, no sólo entre las naciones débiles, sino también entre las necesidades de las naciones más débiles y las de la potencia dominante. El que los conflictos acaben casi siempre a favor del Estado dominante, no los hace menos reales. Así mismo, ignorar las acciones imperialistas de las pequeñas naciones imposibilita comprender y explicar la realidad de la guerra entre esos Estados. El que esas acciones sean sistemáticamente utilizadas a favor de los intereses de los bloques no significa que sólo sean producto de decisiones secretas de Moscú o Washington. Proceden de tensiones y dificultades reales a nivel local, dificultades que acarrean inevitablemente una respuesta imperialista por parte de los Estados locales. En ese sentido, no es cierta la idea de que las naciones pequeñas sólo tienen tendencias imperialistas cuando se ve a países como Vietnam invadir Camboya, derribar al Gobierno, instalar un régimen adepto, saquear su economía y, hacer llamamientos para formar una “Federación Indochina” bajo hegemonía vietnamita. Vietnam no sólo tiene apetitos imperialistas, además los satisface chupándose a sus vecinos.
A quienes rechazamos la idea de que esa política sea la de un Estado “obrero” que está llevando a cabo una guerra revolucionaria, a quienes consideramos que el clan dominante en Vietnam no es el actor principal de una lucha burguesa históricamente progresista, sólo nos queda una palabra para definir las acciones de esa calaña: Imperialismo.
Guerra Imperialista o Revolución Proletaria
Si todas las “luchas nacionales” sirven a los Estados imperialistas grandes o pequeños, entonces es imposible seguir hablando de guerra de defensa nacional, de liberación nacional, o de movimientos revolucionarios en nuestra época. Hay que rechazar cualquier intento por reintegrar la posición de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial. Como por ejemplo hace el “Núcleo Comunista Internacionalista” al sugerir que sería posible aplicar las tesis de la Internacional Comunista a las regiones subdesarrolladas si existiera un verdadero partido comunista: “(…)en las zonas extra metropolitanas, la misión de un partido comunista pasa, obligatoriamente, por el cumplimiento de tareas que no son “suyas” (en términos “inmediatos”), que son incluso “democrático burguesas”(constitución de un Estado nacional independiente, unificación territorial y económica, reforma agraria, nacionalización,…)…”[8].
La preocupación del NCI es que el proletariado y su vanguardia no se pueden quedar indiferentes ante los movimientos sociales de las masas oprimidas en esas regiones, que tienen que ponerse a la cabeza de las revueltas uniéndolas a la revolución comunista mundial, todo lo cual es perfectamente correcto. Pero para eso, el proletariado tiene que reconocer también que lo “nacional” no viene de las masas oprimidas y explotadas sino de sus opresores y explotadores. Desde el instante en que esas revueltas so arrastradas a la lucha por tareas “nacionales”, entonces son desviadas al terreno de la burguesía. En el contexto histórico actual, nacional quiere decir imperialista: “…Desde entonces el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués: la expansión más allá de las fronteras nacionales (cualesquiera que sean las condiciones nacionales de los países anexionados) se han convertido en plataforma de la burguesía en todos los países. Claro está, la fraseología nacional se ha mantenido, pero su contenido real y su función se ha convertido en todo lo contrario. Sólo sirve para tapar más o menos las aspiraciones imperialistas , si no es utilizada claramente como grito de guerra, en los conflictos imperialistas, como único y último medio ideológico para captar la adhesión de las masas populares y que así hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
Este planteamiento de Rosa Luxemburgo ha sido confirmado por todos los llamados “movimientos de liberación nacional” desde Vietnam hasta Angola, pasando por Líbano y Nicaragua. Antes y después de su llegada al poder, las fuerzas burguesas de la liberación nacional actúan siempre y, sin excepción, como agentes de una u otra de las grandes potencias imperialistas. Desde el momento en que se apoderan del Estado, empiezan a querer llevar a cabo sus propios fines imperialistas. Así pues, de lo que se trata para los revolucionarios, no es de dirigir las revueltas de las masas oprimidas en un “momento” de la lucha nacional democrático-burguesa, sino de sacar a esas masas fuera del terreno nacional burgués llevándolas al terreno proletario de la guerra de clases. “Transformar la guerra imperialista en guerra civil “es el grito de unión del proletariado en todas las partes del mundo hoy en día.
El carácter imperialista actual de todas las fracciones de la burguesía y de todos sus proyectos políticos no puede ser detenido, ni siquiera momentáneamente, ni por el mejor partido comunista del mundo. Es esta una realidad histórica profunda, basada en una evolución social objetivamente determinada.
“…La era de las guerras imperialistas y de las revoluciones proletarias ya no opone a Estados reaccionarios contra Estados progresistas en guerras en las que se forjan, con el concurso de las masas populares, la unidad nacional de la burguesía, en las que se construye la base geográfica y política que va a servir de trampolín al desarrollo de las fuerzas productivas. Tampoco enfrentan ya esas guerras, a la burguesía con las clases dominantes de las colonias, en guerras coloniales que dan aire y espacio a las fuerzas capitalistas de producción ya muy desarrolladas. Esta época, al contrario, enfrenta a todos los Estados capitalistas entre sí, entidades económicas que se reparten y vuelven a repartirse el mundo, incapaces, sin embargo, de reducir los contrastes de clase y las contradicciones económicas, si no es llevando a cabo, gracias a la guerra, una gigantesca destrucción de fuerzas productivas y aniquilando a innumerables proletarios expulsado de la producción.
Desde el punto de vista de la experiencia histórica se puede afirmar que el carácter de las guerras que sacuden periódicamente a la sociedad capitalista, así como la política proletaria correspondiente tiene que estar determinadas, no ya por el aspecto particular y a menudo equívoco bajo el cual esas guerras pueden presentarse, sino por su contexto histórico surgido del desarrollo económico y del grado de madurez de los antagonismos de clase…” (“El problema de la guerra”, 1.935. Jehan, miembro de la Izquierda Comunista de Bélgica).
Cuando concluimos que, en el contexto histórico actual, todas las guerras, todas las políticas de conquista, todas las relaciones concurrentes entre los Estados capitalistas tienen un carácter imperialista, no estamos en contradicción con lo que afirmaba Bujarin, con razón, es decir que había que juzgar el carácter de una política de guerras y de conquistas a partir de la pregunta: ¿Qué relaciones de producción se refuerzan o se extienden con la guerra? Nosotros no debilitamos la precisión del término Imperialismo precisamente porque ampliamos su empleo. Pues, si bien los marxistas identificaban las guerras nacionales como guerras al servicio de una función progresiva, a causa de la extensión de las relaciones de producción, en una época en las que estas servían todavía de base para el desarrollo de las fuerzas productivas, también oponían las guerras de este tipo a las guerras imperialistas, guerras históricamente reaccionarias, precisamente porque sirven para mantener las relaciones de producción capitalistas cuando estas se han vuelto una traba para cualquier desarrollo posterior. Hoy, todas las guerras de la burguesía y todas las políticas exteriores lo único que pretenden es preservar un modo de producción decadente, podrido; así que podemos calificarlas a todas, y con razón, de imperialistas. Pues, efectivamente, “uno de los rasgos más definitorios de la decadencia del capitalismo es que, mientras en su fase ascendente, “…la guerra tiene como función asegurar una ampliación del mercado con vistas a una mayor producción de medios de consumo, en la fase decadente, la producción está centrada básicamente en la producción de medios de destrucción, es decir, con vistas a la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista tiene su expresión más patente en el hecho de que mientras en el período ascendente las guerras contribuían al desarrollo económico, hoy, en cambio, es la actividad económica la que se dedica casi exclusivamente a la guerra…” (“Informe sobre la Situación Internacional, Izquierda Comunista de Francia, 1.945”[9]).
Aunque la finalidad de la producción capitalista sigue siendo la extracción de plusvalía, la subordinación creciente de toda la actividad económica a las necesidades de la guerra, representa una tendencia del capital a negarse a sí mismo. La guerra imperialista, surgida por la carrera de la burguesía por las ganancias, asume una dinámica durante la cual las leyes de la rentabilidad y el intercambio van desapareciendo. Los cálculos de las ganancias y pérdidas, los informes de compraventa quedan marginados en la alocada carrera del capital hacia su autodestrucción. Hoy, la “solución” que ofrece el capital a la humanidad, en la lógica de su auto canibalismo, es un holocausto nuclear que podría destruir a la especie humana por completo. Esta tendencia a la autonegación del capital que es la guerra viene acompañada por una militarización universal de la sociedad. Es un proceso que aparece con toda su amplitud en el “Tercer Mundo” y en los regímenes estalinistas, pero que, si la burguesía consigue tener la vía libre, se convertirá pronto en una realidad para los obreros de las “democracias” occidentales también. La subordinación total de la vida económica, política y social a las necesidades de la guerra, ésa es la terrible realidad del imperialismo de todos los países hoy en día.
Más que nunca, la clase obrera mundial se encuentra ante la alternativa planteada por Rosa Luxemburgo en 1.915: “… O triunfa el imperialismo y la destrucción de toda cultura como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la degeneración, en suma, un inmenso cementerio. O la victoria del socialismo, o sea, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo…” (Rosa Luxemburgo, “La crisis de la socialdemocracia”).
C.D.Ward.
Diciembre de 1.979
[1] Ver la primera parte de la Serie Balance de 70 años de liberación nacional Balance de 70 años de luchas de "liberación nacional" (Primera parte) | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
[2] Para una argumentación más detallada ver el folleto de la CCI: «Nación o Clase» https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase
[3] Para ello remitimos a los lectores al artículo. “Teorías económicas y lucha por el socialismo” Publicado en Revista Internacional nº 16. https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo
[4] Ver “Marxismo y Teorías sobre la crisis” en Revista Internacional nº 13 https://es.internationalism.org/revista-internacional/197803/2363/marxismo-y-teorias-sobre-las-crisis
[5] Ver el folleto de la CCI: “La Decadencia del Capitalismo”
[6] Cuando afirmamos que «Toda nación es imperialista» está claro que hacemos una generalización y que, por lo tanto, se pueden encontrar excepciones en este o aquel Estado que, al parecer, no han cometido nunca actos imperialistas criminales. Pero eso no desmiente la regla. Como tampoco puede evitarse el problema con preguntas tontas del estilo «¿Dónde está el imperialismo de las Islas Seychelles o de Andorra? Lo que nos interesa no son los paraísos fiscales o las anécdotas históricas, sino los capitales nacionales que, aunque no sean independientes, si tienen una existencia palpable y una actividad en el mercado mundial.
[7] Hemos de corregir un malentendido de la CWO cuando rechaza la idea de que «la visión de Luxemburgo sobre la cuestión nacional tiene por base su visión económica, puesto que la primera precede a la segunda en más de diez años» (Revolutionary Perspectives nº 12, pág. 25). Es evidente que la CWO no está al tanto de lo que escribió Rosa en 1898, en la edición de «Reforma o Revolución», donde señala que: «Cuando examinamos la situación económica actual, hemos de admitir que todavía no hemos entrado en la fase de plena madurez capitalista que está inscrita en la teoría de Marx sobre las crisis periódicas. El mercado mundial se encuentra aún en fase expansiva. Por tanto, aunque ya no estemos en el estadio de súbitas apariciones de nuevas zonas de apertura para la economía, como sucediera de vez en cuando hasta los años 1870 acarreando las primeras “crisis de juventud” del capitalismo, no por ello podemos decir que hemos entrado en ese nivel de desarrollo, de plena expansión del mercado mundial que conllevará colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, o, en otras palabras, las crisis verdaderas de un capitalismo plenamente desarrollado. (…) Una vez que el mercado mundial este totalmente extendido, más o menos, de tal manera que ya no pueda haber aperturas repentinas de mercados, el crecimiento incesante de la productividad del trabajo producirá entonces, tarde o temprano, esas colisiones periódicas entre las fuerzas productivas y los límites del mercado, que se harán cada vez más violentas y agudas por su repetición». (traducido del inglés por nosotros. Citado en el libro de Sternberg: «Capitalismo y Socialismo»).
[8] Partito e Clase : c/o P.Turco Stretta Matteoti 6, 33043 Cividale, Italie